FABULA DEL JARDINERO Y SU AMO

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EL JARDINERO Y SU AMO
Adolfo acaba de llegar al pueblo. Venía de tierras muy lejanas, de otro
continente. Lo primero que hizo fue buscar trabajo, pues de algo
tenía que vivir. Además, quería ahorrar dinero para enviárselo a su
familia. Estuvo caminando por las calles del pueblo hasta que al fin
encontró un cartel que decía “se necesita jardinero”. – <<Este trabajo
es ideal para mi>>, pensó. <<Con lo que me gustan las plantas y las
flores seguro que lo haré bien>>
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Ya era tarde para llamar al teléfono que indicaba el cartel, así que a la
un descompresor .
mañana siguiente, sin falta, corrió a un teléfono y llamó. El hombre
que contestó parecía muy amable.
-Muy bien, pues aquí le espero- dijo finalmente el hombre al
despedirse. A las cinco en punto.
-Allí estaré- se despidió Adolfo, ilusionado con la posibilidad de
conseguir el trabajo. Cuando llegó la hora y los dos hombres se
conocieron, enseguida se dieron cuenta de que aquello saldría bien.
Francisco, como se llamaba el dueño le enseñó a Adolfo el jardín.
Era un terreno maravillosos. Tenía una fuente central y un estanque con peces de colores. El paseo
estaba adornado con rosales de diversos tipos y colores y varios árboles frondosos daban sombra a
unos bancos de madera.
-Esto es maravilloso- dijo al fina Adolfo. Nunca en mi vida había visto un jardín tan hermoso
-Siempre he querido tener algo así para descansar cuando vengo del trabajo en la ciudad- le explicó
Francisco- Por eso necesito un jardinero que conozca el oficio y, sobre todo, ame las plantas.
-Ese hombre soy yo- le aseguró Adolfo, que ya se veía cuidando los rosales y los tulipanes. Y así fue
como al día siguiente Adolfo comenzó a trabajar en el jardín.
El hombre estaban tan ilusionado, que cuando llegaba a la hora de marcharse se le olvidaba y
seguía podando almendros, regando arbustos o cortando gardenias. Disfrutaba tanto, que parecía
que el tiempo corría cuando estaba trabajando en el jardín. Sin embargo, ponía tanto empeño en
embellecer las flores que, sin darse cuenta, había descuidado el estanque de los peces. Un día
Francisco invitó a unos amigos a que vieran su jardín. Cuando estaban todos contemplando la
magnífica hilera de rosales que marcaba el camino, uno de los invitados dijo:
-Qué pena, mira estos pobres peces, apenas tienen aguaSe acercó otro de ellos que, al verlo, exclamó:
-¡Huy! Es verdad, y está sucia.
Francisco entendió enseguida lo que había pasado. El jardinero había quitado agua del estanque
para regar con más abundancia el jardín. Por eso el estanque estaba tan descuidado. Al día
siguiente, cuando Adolfo entró a trabajar, el dueño le comentó lo sucedido.
-El jardín es grande y en él todo es importante- le explicó. Procura que no vuelva a pasar, o nos
quedaremos sin peces.
Adolfo lamentó mucho lo sucedido. Estaba tan atento a las flores y a los árboles, que había olvidado
a los peces. Desde ese momento, cada mañana lo primero que hacía era limpiar el estanque. Lo
vaciaba de agua por completo y, luego, lo volvía a llenar.
-Así, siempre estarán bien- se decía, pensando en los peces.
Algunas tardes, incluso se quedaba a quitar las hojas que habían caído dentro del estanque y a
cortar las hierbas que hubieran crecido alrededor. Estaba tan atento a los peces que, sin darse
cuenta, desatendió el resto del jardín.
Los vecinos de la casa pronto notaron que se estaban secando los arbustos y que al pasar por
delante del jardín ya no olía a rosas como antes. Temiendo que se fuera a perder toda aquella
maravilla, se lo dijeron al dueño en cuanto lo vieron.
-Ya sé lo que ha pasado-, dijo Francisco en cuanto entró en el jardín. Al día siguiente habló con el
jardinero y le dijo las siguientes palabras:-Ni atiendas tanto al jardín que dejes secos a los peces, ni
te preocupes tanto por ellos que se mueran las flores.
Así, Adolfo aprendió que no hay que dedicarse por completo a una sola cosa, sino atender un poco a
todo lo que uno tiene alrededor. Desde entonces es un jardinero sin Raval, que ha mantenido la
belleza del estanque y de las flores por igual.
Tomás de Iriarte.
Ed. Everest
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