LA ESTERILIZACIÓN DE MUJERES CON DISCAPACIDAD MENTAL Carmen Astete 1 , Francisca Reculé 2 El estatus de los discapacitados mentales ha experimentado importantes cambios en los últimos decenios. Un rol preponderante en este hecho ha sido La Carta de las Naciones Unidas sobre los Derechos Fundamentales de las Personas con Retardo Mental de 1971 en la que se les reconoce los mismos derechos básicos de cualquier otro ciudadano de la misma edad y del mismo país. Esta carta ha sido actualizada en pos de lograr evitar la discriminación introduciendo diferencias principalmente en su terminología, denominándoseles en la última redacción “personas con discapacidad mental” o “mentalmente discapacitadas” (1). Por medio de los cambios en la expresión, se ha buscado sensibilizar respecto a las potencialidades de las personas más allá de su coeficiente intelectual. Se trata de una propuesta de valorización del ser humano como persona integral y no sólo como “ser pensante”. Gracias a estos nuevos enfoques, se ha tratado de evitar que su condición les impida desarrollarse plenamente en la vida social como cualquier otro ciudadano. Se trata de un giro profundo en la conceptualización de la discapacidad mental que redunda directamente en la calidad de vida de estas personas. Al mismo tiempo, paulatinamente, se han ganado el derecho de participación e integración con igualdad de oportunidades a nivel tanto educacional como comunitario y laboral. (2) Uno de los cambios importantes que han introducido los acuerdos antes mencionados, es romper algunos mitos ampliamente aceptados en nuestra sociedad. Un ejemplo es que las personas con discapacidad mental tienen vida emocional y sexual limitadas, o por el contrario, que tienen una sexualidad exacerbada. Junto con esta desmitificación, habría que reconocerles la posibilidad de vivir la sexualidad y el goce. Es indudable que el ejercicio de estos derechos les permite vivir una vida más humana pero conlleva, al mismo tiempo, responsabilidades para los propios individuos, como para su entorno directo. El reconocimiento del derecho a vivir la sexualidad se debe distinguir de la capacidad para asumir maternidad. Es frecuente encontrarse frente a la situación de padres, madres o cuidadores que solicitan la esterilización de mujeres con discapacidad mental. En muchas ocasiones esta solicitud se debe al miedo a que sean abusadas más que a una 1 Docente Centro de Bioética, Facultad de Medicina Clínica Alemana Universidad del Desarrollo 2 Ayudante Alumno, Centro de Bioética, Facultad de Medicina Clínica Alemana Universidad del Desarrollo intención de permitirles vivir una vida de pareja sin que esto signifique enfrentar un embarazo y el nacimiento de un hijo que no tienen capacidades de criar. Aunque en la mayoría de estos casos podría haber acuerdo en que es deseable que puedan vivir su sexualidad en la forma más normal posible, no es tan fácil llegar a consenso en relación a los derechos reproductivos. Por otra parte, la esterilización llevada a cabo sólo como un modo de evitar el embarazo como consecuencia de un abuso sexual, plantea la duda de si esta medida finalmente desprotege a la mujer. Sin embargo, también es cierto que los cuidadores junto con el deber de buscar la protección de la integridad de los individuos discapacitados tienen el derecho de evitar enfrentarse a un embarazo que representa riesgos y que ellos deberán hacerse cargo. (3). Las preguntas son entonces, ¿tenemos derecho a esterilizar a una persona discapacitada por el sólo hecho de serlo?, ¿Es la esterilización un medio adecuado para proteger a los discapacitados?, ¿Quién y sobre qué bases, se deben tomar las decisiones? Los puntos de partida que deben tener en cuenta los miembros del equipo médico para la evaluación de una solicitud de esterilización de una persona con discapacidad mental son las ideas de “respeto” y “el mejor interés” del sujeto. Esto significa, en la práctica, que la persona debe ser involucrada en la decisión, en la medida de lo posible. Ante una solicitud de esterilización, el médico se enfrenta a un conflicto de valores e intereses. Por un lado tiene el deber y el deseo de ayudar a su paciente a conseguir el máximo de su desarrollo. En algunos casos pudiera estar incluida la maternidad. Por otra parte debe estar seguro que la paciente tiene capacidad para criar y cuidar un futuro hijo. Cuando no existe una causa que lo justifique, la preocupación de los padres por responsabilizarse de su hija mentalmente discapacitada es ineludible, por tanto son ellos quienes dan el consentimiento para este u otros procedimientos, sabiendo que el beneficio será más claro para ellos que para la hija. La dificultad para proceder a la esterilización tiene a la base también la complicación de tratarse de un consentimiento por sustitución, donde el paciente no es capaz. Con mayor razón entonces, ha de buscarse una fundamentada y adecuada argumentación sobre el beneficio real para el paciente. Si existe una buena y sólida razón para creer que la probabilidad de que un futuro hijo presente un hándicap significativo es muy alta y/o que la capacidad para proveer los cuidados parentales es mínima, se plantea un conflicto entre estos factores negativos y los derechos de tener un hijo. Esto significa que la naturaleza hereditaria del hándicap y la capacidad de paternidad deben ser demostradas para poder tomar una decisión clínicamente correcta. Éstos, deberían ser considerados los criterios mayores de decisión, ya que ellos están relacionados con la optimización de la procreación y la propagación de la vida. Es indudable que además existen otros criterios o circunstancias que deben tenerse en cuenta en la toma de decisión. En primer lugar se debe evaluar si existen verdaderos riesgos de concepción, los que van unidos a fertilidad, interés por el sexo opuesto, capacidad de entender conceptos de educación sexual, conocimiento de la relación entre coito y embarazo, tipo de relaciones personales, comportamiento sexual inapropiado y si las relaciones sexuales son permanentes o esporádicas. En segundo lugar se debe mencionar el nivel de coeficiente intelectual aunque éste varía en el tiempo y no es el factor más importante. En relación a la edad cronológica, en muchos casos es preferible esperar que pase la etapa de la adolescencia. La idea sería no esterilizar adolescentes a no ser que se hayan probado métodos alternativos con resultados insatisfactorios (4). El tipo de padres (inconsistentes, permisivos, sobreprotectores, etc.), la educación y valores que ha recibido la persona discapacitada tienen mucha relación con un comportamiento social aceptable, lo cual influirá también en su adaptación al medio. Se debe evaluar si existen aspectos médicos asociados, ya sea en relación con la medicación que pueda producir daño fetal o que pueda interferir con las drogas anticonceptivas. Por último, es importante saber si habrá suficiente apoyo y orientación de los familiares tanto en lo emocional como en lo material, que incluye la manutención económica. Habitualmente las personas con discapacidad mental son cuidadas por sus padres o están a cargo de instituciones. Si hay riesgo de concepción ellos se ven enfrentados a un embarazo que, en general, no es deseado. Por lo tanto su visión y opinión en esta materia debe considerarse al menos al mismo nivel de los derechos del discapacitado. El abordaje de la sexualidad del discapacitado, sus derechos reproductivos y su vida sexual, debiera ser en una instancia de educación, que trate la protección contra abusos sexuales y el trato digno del discapacitado. Asimismo se debiera buscar una buena instancia para evaluar las áreas en que el individuo tiene sus capacidades conservadas y por tanto cómo y cuáles han de ser estimuladas. La decisión de esterilización de discapacitados debe ser de los padres o tutores legales después de un proceso de evaluación multidisciplinaria entre el médico tratante y los diferentes especialistas (ginecólogos, genetistas, psicólogos, asistentes sociales, neurólogos). Cada caso debe ser analizado en forma individual con todos sus componentes tanto médicos como éticos, y las decisiones no deben ser impuestas por una normativa o por una ley de esterilización. Lo que sí parece conveniente es que exista una legislación que determine quién representa a la persona discapacitada y quién otorga el consentimiento en su representación, el procedimiento de decisión, y finalmente ofrezca un camino en caso de discrepancias. (4) Por último, es necesario insistir, que la decisión de esterilizar debe tomarse en el contexto de la relación médico-paciente que ha de velar siempre por el mejor interés del incapaz, sin descuidar las circunstancias e necesidades del entorno familiar y social. (4) La esterilización indiscriminada, así como su prohibición total, parecen caminos demasiado extremos para buscar solucionar un problema complejo y real que debe ser aquilatado con extrema prudencia. Referencias 1) 2) 3) 4) La ONU y Las personas con discapacidad. Declaración de los derechos de las personas con retardo mental. (Proclamados por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 20 de diciembre de 1971) http://www.un.org/spanish/esa/social/disabled/dis50y40.htm Sterilization of minors with Developmental Disabilities. Committee on Bioethics. American Academy of Pediatrics. Pediatrics. Vol. 104 No.2 August 1999, pp.337 -340 Sterilization: Implications for Mentally Retarded and Mentally Ill Persons. Law Reform Commission of Canada, Paper no. 24. Ottawa, 1979, p 75 Sterilisation of incompetente mentally handicapped persons: a model for decision making. Joke P M Deneken, Herman Nys and Hugo Stuer. Journal of Medical Ethics 199; 25:237 – 241.