PSICO | testimonio “¿Enterrar a una hija y seguir viviendo? Sí, se puede” Gina murió hace un año, al poco de cumplir los 11 años. Después de eso, su madre empezó a escribir Seguiremos viviendo. Pero ¿se puede seguir viviendo tras la muerte de un hijo? ¿Y además hacerlo con alegría? Ella, Elisabet Pedrosa, mantiene que sí se puede. Nos cuenta cómo… S Por Elisabet Pedrosa oy periodista, guionista y coordinadora de un programa extraordinario, El oficio de vivir, y además, la mamá de Gina, Pol y Jan. No tengo dudas ya de que todo pasa por algún motivo en la vida.Tenía que aprender a escribir para compartir la excepcional historia de una criatura de otro planeta (Criaturas de otro planeta. Integral, RBA), dar a conocer la terrible enfermedad de mi hija Gina, síndrome de Rett, y empezar a investigarla en España. La síndrome Gina sufría la enfermedad neurológica síndrome de Rett, poco investigada en España. de Rett es una enfermedad neurológica que afecta mayoritariamente a niñas y es absolutamente invalidante. La mayoría no caminan, no hablan, no entienden, tienen crisis epilépticas, apneas, escoliosis... y aun así son seres únicos e inspiradores que lo que más despiertan en uno es amor. Con la investigación, es cierto que se abrió camino, pero a Gina no le llegaron los avances. Su destino estaba en la unidad de paliativos pediátricos para contar lo fundamental que es tenerlos e inspirar el proyecto Seguiremos viviendo de mejora de la unidad. Fueron los últimos nueve meses de la vida de Gina y tuvimos que aprender el tremendo ejercicio de soltar a una hija y, aun así, seguir viviendo. En este proceso algunas herramientas me han resultado muy útiles, como las siete siguientes: 1. Poner palabras al dolor Escribir es cierto que cura. Poner palabras al dolor lo diluye y permite compartir, reinterpretar y tomar perspectiva de los hechos, por trágicos que hayan sido. Escribir y compartir ayuda a encontrar sentido al dolor, y solo entonces se hace más llevadero.Tal como digo en el libro, “escribir es como un acto fisiológico de expulsión: necesito sacar para sobrevivir y para mantener la cordura. Si no lo hago, no creo que pueda aguantar el dolor de no tenerte, Gina, y de ser consciente de que lo que te ha pasado 80 ■ Psicología Elisabet Pedrosa asegura que escribir y contar su historia le ayuda a calmar el dolor por la pérdida de su hija Gina. no es una broma. Estás muerta. Me despierto otra vez con una sensación de vértigo porque constato una mañana más que no estás aquí”. Hay que poner palabras a la muerte. El psiquiatra y psicólogo Boris Cyrulnik, gran conocedor de la mente humana, defiende que para superar la memoria traumática es necesario reconstruir el pasado. Para Cyrulnik, debemos hacer algo con nuestras heridas, transformar el recuerdo. Y eso se puede hacer escribiendo, hablando, comunicando. 2. Honrar la memoria de los que ya no están Hablar de los que no están –los muertos– con la misma fuerza y alegría que los que están vivos, y compartirlo sin rubor, es la segunda herramienta en la que me he apoyado. Hablar de ellos hasta que nos hartemos de hacerlo.Y eso supone integrarlos, no borrarlos, tenerlos en cuenta y honrar su memoria recordando lo que hemos compartido, porque eso significa el triunfo de la vida sobre la muerte. La muerte no es un fracaso de la vida o de la medicina, solo es un punto de inflexión quién sabe hacia qué otro mundo. Lo significativo, en el caso de la muerte de un hijo, es que hasta ahora ni siquiera existe una palabra para nombrar a sus padres. Sobrevivir a la muerte de un hijo es innombrable, quizá porque tememos que ponerle palabras implique invocarlo. Solo en hebreo existe una palabra, shjol, que designa Elisabet Pedrosa Está convencida de que somos en la medida en que nos relacionamos, queremos y somos queridos.Además de Seguiremos viviendo, es autora de otro libro, Criaturas de otro planeta, donde relata qué significa vivir con una hija enferma de síndrome de Rett, que ha contribuido a la investigación y divulgación de esta enfermedad y le ha valido el Premio ONCE Cataluña a la Solidaridad y la Superación. a quien ha perdido a un hijo.Todos pensamos, antes de pasar por ello, que si nos ocurre, moriremos. Pero eso no es cierto si nos trabajamos, si indagamos sobre nosotros mismos, sobre el dolor, sobre la pérdida y sobre el amor. Sentir la presencia del hijo solo depende del corazón de uno mismo. 3. El amor lo es todo ¿Qué necesitamos al final de la vida? Amor y cariño. Eso es todo. En el libro sugiero: “Acompañad a los que están a las puertas de la muerte con presencia. No tengáis miedo a la muerte de vuestros seres queridos. Es ahora, más que nunca, cuando os necesitan para cruzar la puerta al infinito. Están atemorizados, confundidos y sienten dolor. No les dejéis solos en un momento como este, no les dejéis morir en un hospital rodeados de indicadores vitales si no es estrictamente necesario.Y si no hay más remedio y tienen que quedarse, quedaos Psicología ■ 81 PSICO | testimonio a su lado, físicamente o mentalmente, emocionalmente, espiritualmente. No hay muerte más dulce que la que se hace en brazos de nuestros seres queridos, ¿verdad?”. Nadie quiere morir solo, estoy convencida de que en esto todos estaremos de acuerdo. Gina no murió sola gracias al equipo de curas paliativas pediátricas del Hospital Sant Joan de Deu. 4. Una muerte luminosa La cuarta herramienta es el acompañamiento a la muerte por parte de equipos especializados. Son esenciales para tener una buena muerte, lo que yo llamo una muerte luminosa.Ya sé que parece contradictorio, pero la muerte no es incompatible con tener una buena y enriquecedora experiencia.Todo depende de cómo se vive y se lee.Y eso depende en buena parte del apoyo médico, psicológico, espiritual, asistencial y social, un apoyo integral al médico y a la familia. Se trata de equipos de profesionales interdisciplinarios que, a partir del diagnóstico de una enfermedad amenazadora o limitadora para la vida, ayudan al enfermo y a su familia a afrontar de la mejor manera posible la situación, dando las adecuadas atenciones hasta que llegue la muerte. Que no se pueda hacer nada para detener la evolución de una enfermedad no quiere decir que no haya nada que hacer y, sorprendentemente, según algunos estudios, este acompa- 82 ■ Psicología ñamiento alarga la vida en calidad y cantidad. Escribió la doctora Cicely Saunders, especialista en paliativos que “importas porque eres tú, y tú importas hasta el último minuto de tu vida, y nosotros haremos lo que podamos no solo para ayudarte a morir en paz, sino para que vivas hasta que mueras”. Uno de los objetivos más bonitos de un equipo de paliativos pediátricos es empoderar al paciente y a la familia, dándoles la información necesaria para adquirir más control sobre las decisiones y acciones que afecten a su salud. No solo hace falta querer morir en casa, sino que hay que poder y saberlo hacer. Lo que sucede es que son escasas las unidades especializadas en el caso de los paliativos pediátricos. Según los especialistas, unos 6.000 niños en España serían susceptibles de recibir atenciones paliativas pediátricas, pero solo 1.000 las tienen. 5. Encarar la muerte sin miedo Dejar de vivir de espaldas a la muerte y ser capaces de nombrarla sin miedo. En Seguiremos viviendo indico: “Rebrotan las hojas en el árbol en primavera y caen —se mueren— en otoño, y no es una traición, ni una tragedia. No llora el árbol: se renueva y acepta. Pensamos que somos libres de las leyes de la naturaleza, pero no es así. Las “Hay que dejar de resistirse a la realidad cambiante de la vida y de la muerte, y buscar los recursos para sanar y reconducir nuestra vida” mismas leyes que gobiernan el árbol marcarán nuestra historia. En la naturaleza la renovación es constante, también en nuestra biología, en la que hay una constante renovación celular. Desde esta perspectiva, no tiene mucho sentido hablar de muertes justas o injustas, pues vivir y morir está en nuestra propia naturaleza”. Hay vidas cortas y vidas largas. Una mosca puede vivir entre quince o treinta días y una tortuga de las Galápagos doscientos años. El problema es el aferramiento, lo mío, y el miedo de ir muriendo poco a poco con las cosas, las capacidades o las personas que perdemos. Morimos un poco cada día, en cada instante, y acto seguido renacemos. La madre en funciones de Gina está muerta, ya no existe, ya no está operativa, y a veces todavía siento una punzada en el corazón cuando me doy cuenta; pero dos minutos después todo está bien porque su muerte ha dado paso a una madre para la eternidad. Y debemos también ser capaces de intuir nuestra propia trascendencia durante la vida misma. Debemos ser capaces de dar otra vida a la muerte, a nuestros muertos, y sentirnos acompañados por su presencia, porque infinitos —y quizá también inmortales— lo somos todos. 6. Dejar que fluya la vida con fuerza de nuevo En el día a día después de la muerte de alguien querido aparece el vacío, el dolor profundo y el desconcierto. Hay un momento para llorar, para expresar, para dejarse arroyar por el dolor profundo. Es fundamental expresar lo que sentimos, cada uno a su manera, en su momento, buscar cómo hacerlo, no guardarlo ni reprimirlo porque eso es mucho peor. Me encuentro estos días personas que me cuentan la muerte de alguien querido que hace años que falleció como si hubiera sucedido la semana pasada, cuando el dolor está allí como un volcán a punto de estallar.Y yo les digo: “muevan sus emociones, no las dejen por más tiempo estancadas, busquen el método, la manera, hablen con sus muertos, escríbanles una carta, díganles lo que no pudieron, nunca es tarde”. El duelo es un proceso que hay que transitar, con sus fases, con sus altibajos. Solo así se puede re- cuperar el halo de la vida. Si conseguimos abrirnos, con la ayuda que más nos cure, podremos volver a llenar el carro del supermercado, volver a comer y cocinar, volver a bailar y descubrir la naturaleza, volver a sonreír, volver a hacer el amor. Eso es lo que nosotros hicimos. En definitiva, es volver a vivir después de la peor experiencia en la vida de una familia, pero mejorados. Este proceso tiene un nombre: resiliencia, un concepto extraordinario que procede de la física y se aplica a la psicología, y que habla de la capacidad de superación de los seres humanos sometidos a los efectos de una adversidad, o incluso de salir fortalecidos de la situación. Pero hace falta dejar un espacio a la vida, y eso implica no quedarse en el victimismo por lo que la vida nos ha hecho. Hay que aceptar, dejar de resistirse, como dicen los budistas, a la realidad cambiante de la vida y de la muerte, a la impermanencia.Y buscar los recursos necesarios para curarnos, para mejorarnos y para tomar las riendas de nuestra vida emocional.Y es con todo ello con lo que vamos honrar a nuestros seres queridos. Hay que encontrar las virtudes al desastre, los efectos secundarios beneficiosos. En nuestro caso, colocar por fin el foco de atención en los otros dos hijos. 7. Dejar de proteger a los niños de la muerte Si les protegemos del dolor, no les enseñaremos a vivir, y les haremos más vulnerables. Educar es también aceptar la fragilidad de la condición humana. Pol, con 9 años, y Jan, con dos y medio, tuvieron que despedirse de su hermana porque no la verían nunca más. No fue nada fácil. Jan hizo el signo de la victoria en una foto final.Y Pol, al que le encanta el fútbol, le dijo a Gina que a partir de ese día le dedicaría todos los goles, y es un gran goleador. Lo hicieron a su manera, y aquello les hizo grandes y les llenó del amor de su hermana que nunca jamás van a perder. Pol se pone la chaqueta verde de su hermana con orgullo, y Jan, cuando me ve triste, me dice: “No te preocupes mamá, viajaré a las estrellas —allí está Gina según él— y te la traeré”. + INFO seguiremos viviendo. Elisabet Pedrosa. Editorial: Now Books. Páginas: 256. Precio: 17,90 e. www.implica-t.org Psicología ■ 83