CAPÍTULO III : EL PERÍODO COLONIAL (SIGLOS XVII Y XVIII) 1.Economía y sociedad durante la colonia a) El siglo XVI Los conquistadores españoles, pertenecientes a grupos postergados de la península ibérica, venían a transformarse en señores de una nueva sociedad regida por la cruz y por la espada. La riqueza en oro era, para ellos, la condición fundamental del ascenso rápido. Es por ello que, en el siglo XVI, los esfuerzos de los conquistadores de Chile estuvieron dirigidos a la conformación de las bases productivas de una economía que girara en torno a la extracción de oro y de la mano de obra que habría de sacarlo. Así, a la señorialización de unos (españoles), correspondía la servilización de otros (indígenas). Los conquistadores consideraban que el trabajo, además de ser ajeno, debía ser exprimido con la mayor rapidez, dada la impaciencia en acumular y enriquecerse que los caracterizó. Pero en ello no pudieron actuar con discrecionalidad. Como se sabe, el rey había decidido otorgar a los indígenas el estatus de súbditos, lo cual impedía un régimen esclavista. Abiertamente al menos. Por otro lado, la corona comprendía que la incorporación de los extensos territorios americanos no podía ser acometida sin el aliciente de un rápido enriquecimiento. La respuesta a esos dilemas fue el sistema de encomienda. La encomienda era un sistema mediante el cual un español (encomendero) se hacía cargo de un número de indígenas (encomendados) comprometiéndose a cuidarlos, evangelizarlos y a defender la soberanía de la corona en esos territorios a cambio de percibir los tributos que le debían al rey. Los españoles que recibían encomienda eran los más destacados en las empresas de conquista. Así, la corona se transformó en la suprema dispensadora de un factor productivo esencial: el trabajo. En Chile, el sistema de encomiendas fue de difícil aplicación. De inmediato los españoles quisieron que el tributo indígena se pagase en trabajo (servicio personal) en los lavaderos de oro. El servicio personal fue denunciado como ilegal e ilegítimo por algunos elementos del clero, especialmente por los jesuitas, a fines del siglo XVI; los mismos que cuestionaban la ilegitimidad de la guerra en el Sur. Los encomenderos, por su parte, alegaban que los indígenas de Chile eran tan pobres, que sin servicio personal no se podía sostener la conquista del territorio. A la corona le quedó claro que a la encomienda había que complementarla con una legislación que protegiera a los indígenas en la que se aclararan las formas de pagar el tributo que se permitían. Así nacieron las Tasas, que eran legislaciones acerca del trabajo de los indígenas encomendados. La principal de las tasas del siglo XVI fue la de Santillán, del año 1558. En ella se estableció que: - El servicio personal era lícito, necesario y obligatorio para los indios. - El trabajo en los lavaderos de oro se hará por un sistema de turnos denominados mita. - Quedarán sometidos a la mita sólo los indígenas entre 18 y 50 años. - Quedaban excluidas de la mita las mujeres embarazadas. - Un sexto de la producción de oro quedará para los indígenas, bajo administración del encomendero, el que debía invertirlo en los enseres necesarios para el buen sustento de los naturales. Las denuncias del clero jesuita en orden a que ni siquiera las disposiciones de la Tasa de Santillán, claramente favorables a los encomenderos, se cumplían y que los españoles se las arreglaban para explotar a los indígenas, derivó en el reemplazo de la tasa de 1558 por la Tasa de Gamboa (1581). En ella se sustituyó el servicio personal por la encomienda de tributo, es decir, los indios quedaban libres para vender su trabajo y pagar el tributo a su encomendero en oro o especies. La Tasa de Gamboa propendía también al agrupamiento de indios en pueblos. Esta tasa fue impracticable y hubo de volverse a la de Santillán, en el aciago año de 1598. Sólo en el año 1635, con la Tasa de Laso de la Vega, se pudo restablecer la encomienda de tributo, cuando el sistema estaba en plena decadencia debido a la mortandad indígena y al fracaso español en la Guerra de Arauco Los encomenderos en Chile se encontraron entre la espada y la pared en sus posibilidades de enriquecimiento. De un lado, los poderes extraeconómicos, el Estado y la Iglesia, se transformaron en árbitros supremos en la provisión de la mano de obra indígena. Del otro, la imbatible resistencia araucana no permitía ir sustituyendo los lavaderos y la mano de obra sometida por otra nueva situada más al Sur, ni aun con un ejército profesional de por medio. En fin, el propio afán de rápido enriquecimiento de ellos mismos, los llevó a eliminar rápidamente la mano de obra de la zona sometida, debido a la explotación inmisericorde, a las enfermedades, a la mala alimentación, al trastoque general del mundo indígena, a los malos tratos y al mismo mestizaje. Cuando los encomenderos y españoles en general vieron que desaparecían las bases productivas de la economía aurífera (mortandad de los indios, agotamiento de los lavaderos), extremaron sus esfuerzos en expandirse al Sur del Biobío. El año 1598 demostró que la solución no era tan sencilla. b) Los siglos XVII y XVIII El agotamiento de los lavaderos, la desaparición de los indígenas, la sustitución de las milicias de encomenderos por un ejército profesional y la inamovilidad de la frontera del Biobío, determinaron que, a fines del siglo XVI y comienzos del XVII, la minería del oro dejara de ser la base económica del reino, que comenzó así a adquirir una vocación agroganadera. La economía del siglo XVII se caracterizó por el desarrollo de la economía nacional, la decadencia de las encomiendas y la concentración de la propiedad territorial. Durante este siglo los criollos y españoles, liberados de la guerra, pudieron hacerse cargo de las denominadas mercedes de tierras, que eran terrenos (solares, chacras y haciendas) que la corona repartía como premio a los servicios de sus súbditos. Hasta entonces, las ocupaciones de la guerra y la falta de interés mantenían esas tierras improductivas. La nueva valorización de la tierra condujo a una extensión de las propiedades y a nuevas mercedes. La Iglesia constituyó el mayor terrateniente colonial y la Compañía de Jesús se destacó no sólo por sus extensas propiedades, sino también por que tenían las haciendas mejor organizadas y más productivas. La producción se concentraba en las haciendas, definidas como grandes propiedades rurales, tendientes al autoabastecimiento. La importancia de la hacienda de origen colonial en los ámbitos rurales chilenos hasta bien entrado el siglo XX, se comprenderá si se considera que hasta más o menos 1940 el grueso de la población chilena era rural. La hacienda era como una sociedad en pequeño, con pocas relaciones con un reducido mercado interno. En ella había obrajes o talleres que abastecían de los enseres de trabajo a los trabajadores y habitantes de la hacienda. El mercado externo de las haciendas era el Virreinato del Perú. En el siglo XVII se exportaba principalmente sebo. Secundariamente se vendía al Perú trigo, frutas secas, licores, charqui, cueros. Desde Copiapó se exportaban mulas a las minas de Potosí (alto Perú). Desde La Serena se exportaba cobre. Desde Valdivia y Chiloé se embarcaban maderas y muebles, que también alcanzaban a llegar a Guayaquil. Desde Perú se importaba azúcar, cacao, tabaco, esclavos negros y productos europeos. Estos últimos eran traídos por los mercaderes limeños que concurrían a las ferias que se realizaban en Portobello y los revendían a comerciantes de Valparaíso y Santiago. De esta manera, la economía colonial del reino de Chile tenía una doble dependencia externa. Por un lado, dependía de España, la metrópoli. Por otro, del Perú, a través del cual se vinculaba al circuito del monopolio comercial español. Además el Perú era el principal mercado de exportación - importación y, como si fuera poco, desde el Virreinato provenían los recursos del Real Situado, y allí se acuñaba la moneda que circulaba en Chile. En la zona del asentamiento blanco la población indígena había ido disminuyendo sistemáticamente. Por otro lado el proceso de mestizaje de los blancos con la población indígena fue singularmente rápido. Por ello, a partir de los comienzos del siglo XVII la encomienda como sistema de provisión de mano de obra había entrado en decadencia y los mestizos, más cierto número de esclavos negros, blancos postergados económica y socialmente y residuos indígenas constituyeron una cada vez más abundante mano de obra de reemplazo. Ellos proporcionaron los brazos que posibilitaban las labores agrícolas y ganaderas de las haciendas. El rápido mestizaje constituye el hecho fundamental en ese sentido, pues los mestizos pasaron a constituir el grueso de la población colonial y la base de la formación del pueblo chileno. Los inquilinos eran trabajadores permanentes a los cuales se les permitía ocupar un trozo de tierra a cambio de lo cual debían colaborar en los trabajos de la hacienda. El pago de salario no existía; era más frecuente el pago en especies o en derechos de ocupación y uso de tierras. Por otra parte, las labores agrícolas eran rudimentarias. Los inquilinos se abastecían en almacenes al interior de las haciendas (pulperías), los que pertenecían al mismo patrón. Los peones eran trabajadores ocasionales del campo, la ciudad y la minería. Constituían la mayor parte de la fuerza de trabajo y eran una población flotante, geográficamente móvil, desarraigada. La aristocracia blanca los conceptuó como “vagamundos” o “rotos alzados sin Dios ni Ley”, ya que no respondían a los cánones de lo socialmente aceptable para la moral y ética cristianas. Las mujeres mestizas solían arrancharse, viviendo del comercio o de las utilidades que daban “chinganas” instaladas por ellas. Algunos mestizos lograron ocupar y colonizar tierras que la extensión de las mercedes no había tocado; pudieron entonces convertirse en campesinos independientes. En el siglo XVIII, la agricultura y ganadería continuaron produciendo maíz, cebada, frijoles, frutales, sebo, cueros, charqui y vino; buena parte de esos productos eran enviados a Lima. Existieron algunos cultivos industriales como cáñamo y lino. También tuvo continuidad la exportación de mulas y asnos a Potosí y de maderas finas provenientes de Chiloé y Valdivia. Chile comenzó a exportar al Perú especialmente trigo y harina. Ello debido a que una peste había inutilizado las plantaciones peruanas, que se reorientaron hacia los cultivos tropicales. El rendimiento de las tierras, salvo las de los jesuitas, era más bien escaso, y los sistemas de cultivo eran sencillos y económicos: se usaba un arado de madera y se cultivaba sólo una parte del suelo fértil, subutilizando el resto. Entre el Maule y Chillán, tenían gran importancia el cultivo de la vid y la fabricación de vino. La necesidad de los hacendados de incorporar nuevas tierras, de ocupar tierras marginales y de definir con claridad los deslindes de las propiedades agrarias, provocó la intensificación del sistema del inquilinaje; las antiguas estancias, llamadas ahora haciendas, tendieron a convertirse en latifundios, lo que se produjo por el sistema de los mayorazgos y la adquisición de propiedades menores por parte de los agricultores más ricos. Las haciendas más valiosas se ubicaron entre los ríos Aconcagua y Maipo, y las de la costa se dedicaron a la ganadería. Los jesuitas poseían las haciendas más grandes y mejor administradas, donde producían artículos de exportación tales como trigo, sebo, vino, aguardiente y charqui. El crecimiento de las haciendas, y por ende de la producción, obligó a contratar una mayor cantidad de mano de obra, la que era pagada mediante un salario o sueldo: éste fue el origen de los peones e inquilinos. a) Los peones eran mestizos o indios que trabajaban por un salario pactado con el patrón o dueño de la hacienda b) Los inquilinos o arrendatarios de tierra dentro de una hacienda surgieron en el siglo XVII y a lo largo del XVIII sufrieron varias modificaciones, aumentando sus obligaciones con los dueños de las haciendas A fines del siglo XVIII, debido al aumento de los mestizos y la desaparición de los indios de servicio por su mezcla paulatina con los blancos, sólo subsistían unas pocas encomiendas. Ante esta situación, el gobernador Ambrosio O’Higgins consiguió del rey Carlos IV la abolición definitiva de las encomiendas (1791), sin sufrir mayor oposición interna. Los indios liberados fueron agrupados en pueblos o asientos de indios (Pomaire, Chalinga y Conchalí). Los indios se dedicaron a cultivar sus tierras o a trabajar como peones asalariados. En cuanto a la ganadería, esta actividad tuvo un considerable desarrollo hacia fines del XVIII. La cría de ganado se hacía en forma intensiva, lo cual consistía en que los animales se alimentaban sólo de los pastos naturales y durante una época del año eran trasladados a los valles y laderas de la cordillera. La distribución variaba según las regiones: - Norte: ganado caprino; Centro: vacunos; Del Maule al Biobío: carneros; Valdivia y Chiloé: ganado porcino. El ganado vacuno era el que tenía mayor importancia económica, debido al provecho que se le sacaba, pues de él se obtenía sebo, carne (que se transformaba en charqui), grasa y cuero, el cual no sólo satisfacía el consumo interno, sino que también era exportado, especialmente al Perú. En la segunda mitad del siglo XVIII la minería tuvo un repunte. Influyeron las reformas económicas de la corona, propiciadas por los Borbones. Los reyes y sus asesores estimularon la investigación y el desarrollo de la minería, y como ejemplo de esta preocupación se creó el Tribunal o Junta de Minería en 1787, que estimuló los estudios y prospecciones mineras y dio inicio al crédito minero. Al impulsar una liberalización del comercio entre España y las Indias, la política de la corona permitió que las mercaderías europeas llegaran en mayor cantidad y más baratas a los puertos de Valparaíso y Talcahuano. Como había que pagarlas en metálico, los requerimientos monetarios aumentaron la demanda de la minería. A los lavaderos de oro que iban quedando, se añadieron las vetas situadas en el Norte Chico, muchas descubiertas por peones y pirquineros en busca de mejores condiciones de vida. El cobre y la plata también se explotaban. Los comerciantes mineros o habilitadores eran usualmente hacendados que proporcionaban las herramientas a capataces que explotaban las minas y contrataban un personal peonal de apires (cargadores), barreteros, y chancadores. El habilitador obtenía el derecho de fijar el precio y ser el único comprador. En general se reservaba el derecho de refinar el material en los molinos o trapiches. La tecnología de explotación y refinación era de lo más primitiva. Normalmente en la salida de los trapiches se ubicaban grupos de peones que volvían a refinar los desechos (marinateros). Algunas pequeñas vetas eran explotadas por mineros solitarios o pirquineros. La minería reprodujo formas de relación salarial propias de las haciendas. Los salarios monetarios eran raros; se pagaba en especies o en fichas canjeables en las pulperías de los mismos patrones. En torno a los centros mineros surgieron agrupaciones esporádicas y villas o ciudades de importancia: San Francisco de la Selva (Copiapó), Freirina, Vallenar. No se puede hablar propiamente de una “industria” nacional en esta época, pues no se pasaba del funcionamiento de unos pequeños talleres. Esta actividad tuvo un enorme desarrollo en manos de los jesuitas, los que desde la hacienda de Calera de Tango formaron una incipiente industria nacional. A mediados del siglo XVIII llegaron al país una importante cantidad de hermanos alemanes (bávaros), quienes establecieron talleres artesanales, donde produjeron obras de platería y relojería de gran belleza y precisión. Los jesuitas poseían almacenes, molinos, panaderías y boticas (farmacias). Entre las industrias que crearon se cuentan el cultivo del cáñamo y la fabricación de sogas, la construcción de embarcaciones menores, alfarería, muebles, relojes, tejidos de lana, etc. La consecuencia necesaria del sistema de monopolio comercial que existía en América fue el contrabando, debido a que era la única forma en que los comerciantes americanos podían obtener mercaderías europeas a precios más bajos. A pesar de las ordenanzas provenientes desde España para controlar el contrabando, éste permanecía firme, pues contaba con la connivencia de las autoridades locales, las que también participaban en el negocio. El contrabando, además de abaratar las mercaderías y enriquecer a muchos comerciantes y autoridades, contribuyó al mejoramiento de la vida material de las aristocracias locales, las que de ese modo obtenían los muebles y artículos de lujo europeos. Los principales contrabandistas fueron ingleses y franceses: - Ingleses. Enemigos de la corona española, aprovechaban las continuas guerras en las que se involucraba España para realizar el comercio con las colonias americanas. En Chile, su principal punto de comercio fue Talcahuano. - Franceses. Al asumir el trono español, los Borbones autorizaron a las naves francesas a entrar a los puertos de las colonias a abastecerse, pero no a comerciar, de lo que hicieron caso omiso, comerciando abiertamente en los puertos de Valparaíso y Talcahuano. La obra de Carlos III en España, imbuido del ideal ilustrado, tuvo como consecuencias en el campo económico la Ordenanza de Libre Comercio y el establecimiento de los Navíos de Registro (1778). Esto permitió una mayor fluidez en el comercio, aunque la balanza comercial seguía favoreciendo a la metrópoli. Los navíos de registro llegaban a Chile a través del Cabo de Hornos, lo que dejaba a los puertos del país más cerca de Europa. El comercio con España, se expresaba a través de la siguiente relación: - Importaciones: ferretería, clavos y alambres de Vizcaya; sedas de Valencia, Murcia y Granada; papel y quincallería de Cataluña; paños de Segovia y Guadalajara; lienzos de Galicia. La cuchillería, los artículos de labranza y las telas de algodón eran de fabricación extranjera, pero se despachaban a través de puertos españoles. - Exportaciones: sólo cobre en barras, por lo que el déficit comercial debía ser saldado con monedas de oro. El comercio con otras colonias americanas se concentraba con el Perú y Buenos Aires. De esos lugares se importaba azúcar, tabaco, arroz y yerba mate; y se exportaba trigo, sebo y cobre. c) La población y el orden social La sociedad colonial tenía rasgos estamentales y los grupos se definían por las razas coexistentes. En la cúspide del orden social se encontraba la aristocracia de conquistadores y de sus descendientes nacidos en América. Este grupo aumentaba constantemente con nuevos elementos llegados del Perú o España o enriquecidos por las actividades mercantiles. La aristocracia criolla, latifundista y comercial, convivía con los dignatarios civiles, militares y eclesiásticos que ocupaban los cargos de la administración. La pertenencia al alto grupo social se demostraba por la posesión de encomiendas, títulos nobiliarios y tierras. Con el paso del tiempo los peninsulares (blancos nacidos en España) fueron minoritarios respecto de los criollos (blancos nacidos en América). Desde mediados del siglo XVII los peninsulares eran unas pocas personas de paso, que ocupaban los cargos burocráticos, mientras que los criollos eran la clase propietaria por excelencia, cuyo órgano representativo fue siempre el Cabildo. Más abajo de la aristocracia se encontraba un heterogéneo grupo conformado por blancos postergados, villanos españoles y sus descendientes, empleados de confianza, funcionarios menores, pequeños comerciantes, mestizos de piel más clara, artesanos etc. El grueso de la población eran los mestizos, base de la formación del pueblo chileno. Como se ha visto, el proceso de mestizaje fue bastante rápido y el crecimiento demográfico de los mestizos fue constante durante todo el período colonial. Los mestizos eran una población de múltiples ocupaciones. Los había inquilinos, peones, pirquineros, artesanos, comerciantes ambulantes, delincuentes rurales, regentas de “chinganas”,. El peonaje femenino ocupó prontamente los lugares cercanos a las ciudades dedicándose activamente al comercio. Los peones rurales, en la búsqueda de independencia económica, fueron fundamentales en el corrimiento de las fronteras agrícolas, en el cateo de nuevos yacimientos mineros y en el desarrollo de un sector manufacturero artesanal. La población indígena sometida, además de la de las culturas atacameña y diaguita, fue bajando su número, hasta casi desaparecer por las razones que se han indicado más arriba. Los mapuches pudieron mantener como frontera la zona del Biobío, pero la colonización blanca espontánea hacia el sur continuó hasta fines del siglo XIX. Más al sur del río Toltén, los únicos asentamientos blancos de importancia eran Valdivia y Castro. La primera ciudad fue fortificada durante el siglo XVII y dependió directamente del Virreinato peruano, como una forma de vigilar el Pacífico Sur ante la frecuencia de las incursiones de piratas, contrabandistas y corsarios. Los negros y personas con esa sangre eran esclavos. Debido al aislamiento comercial en que quedaba el territorio, los esclavos eran muy caros. A comienzos del siglo XVII la escasez de mano de obra motivó una importante traída de negros que llegaban desde el Perú y luego de Buenos Aires, pero cuando quedó claro que los mestizos representaban trabajo de reemplazo, la inmigración se hizo mínima. Hacia fines de la colonia la población que vivía entre los ríos Copiapó y Biobío llegaba a 500.000 personas y Santiago, la mayor ciudad, albergaba a 30.000 habitantes. 4.La religión y la cultura La sociedad colonial era profundamente religiosa y la Iglesia constituyó el espacio de desenvolvimiento de la vida intelectual y cultural. Evidentemente este era un rasgo heredado de España, la nación que, desde la Edad Media, se había comprometido con la defensa de la fe católica. El sentido de cruzada religiosa y guerra santa que tuvo la conquista de América es evidente. La Iglesia aparecía estrechamente ligada al Estado y las instituciones en la mantención del orden colonial a través del sistema de Patronato. Por lo tanto, no existía la práctica de otros credos y aquellos que atentaban contra el orden oficial eran juzgados por el Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición. El que ejercía jurisdicción sobre Chile era el de Lima, adonde fueron a parar los herejes de este territorio. El papel de la Iglesia fue ambivalente. Su tarea esencial era la evangelización del indígena, lo cual a veces se hizo con gran crueldad e intolerancia de modo que a las barbaridades cometidas por las huestes de conquista se sumaban las del clero fanatizado. No obstante, fueron miembros del clero, a su vez, los que realizaron una minuciosa y arriesgada labor de denuncia de las injusticias cometidas contra los indígenas, lo que desembocó en la respuesta del Estado, que dictó una legislación protectora que no tiene parangón en las colonias de otras potencias europeas. Los jesuitas predicaron con el ejemplo de sus paternalistas misiones. Los indígenas a su cargo prosperaban y eran bien cuidados y alimentados. Ya se ha visto el papel que jugaron los jesuitas en los dilemas relacionados con la Guerra de Arauco en el siglo XVII. Luis de Valdivia, Diego de Rosales, Nicolás Mascardi, se destacaron por el ardor de su defensa de la libertad del indígena. La Iglesia también destacó en la fundación de colegios e instituciones de enseñanza. En todo caso, la educación formal era preocupación sólo de la elite. En la colonia había dos obispados (Santiago y La Imperial) y sus primeros titulares fueron Rodrigo González de Marmolejo y Antonio San Miguel. Las órdenes religiosas destacadas en el territorio fueron las de los mercedarios, agustinos, dominicos, jesuitas y franciscanos. En Chile, dada la pobreza del reino, había sólo escuelas de primeras letras fundadas por las órdenes religiosas, la Iglesia y los Cabildos. Luego existían escuelas de gramática regentadas por dominicos y jesuitas. No hubo una Universidad sino hasta fines del siglo XVIII, cuando se fundó la Real Universidad de San Felipe. Existían escuelas pontificias que impartían alguna educación superior como preparación para el sacerdocio. Fuera de La Araucana, de Alonso de Ercilla, y Arauco Domado, de Pedro de Oña, que corresponden al siglo XVI, no hubo en Chile colonial obras que puedan ser consideradas propiamente literarias. En cambio, ya desde esa época toma importancia la narración histórica, representada por la crónica y la poesía épica, además de los textos educativos y de evangelización diseñados por los religiosos. En el siglo XVII el criollo Francisco Núñez de Pineda y Bascuñán escribió el Cautiverio Feliz, obra barroca en la que relata su vida diaria mientras estuvo prisionero de los araucanos. El jesuita Alonso Ovalle con su Histórica Relación del Reino de Chile pretendió dar a conocer en Europa las características y el desarrollo histórico de la tierra que lo vio nacer. Ya en el siglo XVIII, otro jesuita, Juan Ignacio Molina, escribió Compendio de Historia Natural de Chile, primera obra de recopilación científica del país. Otros autores importantes del período colonial fueron:Gerónimo de Vivar (Crónica y relación copiosa de los reinos de Chile), Alonso González de Nájera (Desengaño y reparo de la Guerra de Chile), Diego de Rosales (Historia General del Reino de Chile, Flandes Indiano), entre otros, los qu tuvieron como tema de su talento al azaroso reino del Chile colonial. En el plano artístico, el Barroco del siglo XVII y comienzos del XVIII no tuvo mayor importancia en el área de la arquitectura, debido a que la pobreza del país no podía financiar construcciones provistas de ornamentación exagerada, por su alto costo. En cambio, alcanzó cierto desarrollo la pintura y la imaginería. En la pintura se dejó sentir profundamente la influencia quiteña, cuzqueña y altoperuana (boliviana). El conjunto más importante lo constituye una serie de cuadros de la vida de San Francisco de Asís, que se conserva en el Museo Colonial que posee dicha orden en Santiago. Durante el siglo XVIII tomó cierto desarrollo la pintura de personajes de la época. En cambio, la imaginería alcanzó un amplio desarrollo. Se trató de obras claramente barrocas que buscaban excitar la devoción religiosa. Como reacción al Barroco, avanzando el siglo XVIII surgió en Europa el Neoclasicismo, imponiendo líneas simples, rectas o clásicas. En Chile, su representante fue el italiano Joaquín Toesca, quien diseñó edificios como la Casa de Moneda, la Catedral y la Real Audiencia. 5.La maduración de la sociedad colonial a) España en el siglo XVIII Durante el siglo XVII España era una nación agotada y en crisis. Al estancamiento económico se sumó la falta de crecimiento demográfico y el ejercicio del poder por parte de monarcas incapaces. El año 1700 murió Carlos II, el último de los reyes Habsburgo. Por disposición testamentaria fue llamado al trono Felipe de Anjou, de la dinastía francesa de los Borbones, quien pudo asumir sólo luego de una larga Guerra de Sucesión en la que Inglaterra, al frente de otras naciones, se opuso al traspaso por consideraciones de equilibrio internacional. Europa vio con temor que el heredero de la corona española (nieto de Luis XIV, el “rey sol”), también pudiese ostentar la de Francia, lo que lo haría un monarca muy poderoso. Por tal motivo, Inglaterra, Holanda, Austria, Portugal y varios estados alemanes se unieron contra Francia y España, desatándose la guerra ya señalada, que finalizó con la aceptación de Felipe como nuevo rey de España. Llegaba así una dinastía francesa, la de los Borbones, a ocupar el trono español, pero a cambio de esto, los demás Estados obtuvieron significativas ventajas: 1. Felipe V debió renunciar a todos sus derechos sobre la corona de Francia. 2. Austria adquirió los dominios españoles en Italia (Nápoles, Milán y Cerdeña) y los de los Países Bajos (Bélgica). 3. Inglaterra obtuvo Terranova en América del Norte y la isla de Menorca y el peñón de Gibraltar. Además, España le concedió importantes privilegios comerciales en sus colonias, entre los que se contaron el monopolio de la introducción de negros esclavos y la concesión de enviar todos los años, a los puertos americanos, un barco con mercaderías. En síntesis, España perdió todos sus dominios en Europa. La gestión de la dinastía Borbón significó grandes cambios en España y América. Los Borbones tenían un diferente concepto del Estado y del Gobierno, proveniente del Despotismo Ilustrado. El poder de los reyes fue fortalecido e ideológicamente justificado como una monarquía absoluta de derecho divino. El gobierno fue centralizado en secretarias de Estado que reemplazaron los antiguos consejos. De esa manera el Consejo de Indias dejó de existir y en su lugar se estableció una Secretaría de Indias. Se preocuparon por una organización más racional y moderna de todos los aspectos del quehacer administrativo, en especial de la economía, en la que realizaron una importante labor de fomento de la agricultura, de protección de la industria y creación de nuevas manufacturas e intensificación del comercio. La nueva dinastía abrió España a las influencias francesas y al espíritu de la Ilustración y el despotismo ilustrado. Los nuevos monarcas impusieron sus reformas desde arriba y guiándose sólo por la razón. Ministros y reyes creían que es el gobierno el que desarrolla y promueve la riqueza y el engrandecimiento de los pueblos, y no las fuerzas sociales en forma autónoma. Los Borbones introdujeron en España las tendencias centralizadoras del absolutismo francés, las que eran bastante contrarias al regionalismo y autonomía del pueblo español. Los nuevos reyes se rodearon de hábiles colaboradores y aplicaron nuevas ideas y métodos de gobierno, nuevos estímulos a la economía y además atendieron la cultura. Felipe V (1700-1746) logró el restablecimiento de la alicaída economía española: suprimió la mayoría de las aduanas internas; permitió la libre circulación de mercaderías; estableció fábricas del Estado, para las que contrató obreros extranjeros de primera línea, con el afán de acreditar la producción española; finalmente, creó una importante flota y mejoró los puertos del país. En lo administrativo, estableció un régimen centralizado similar al de Francia: nombró intendentes para administrar, en su nombre, las provincias españolas; reservó para sí la plenitud gubernativa y designó auxiliares que actuarían de acuerdo con sus instrucciones, los llamados ministros o secretarios de Estado. A Felipe V lo sucedió Fernando VI (1746-1759), quien mantuvo el desarrollo industrial y comercial, logrando que el tesoro público tuviera reservas generosas para emplear en los proyectos modernizadores. Carlos III sucedió a su hermano en 1759 (gobernó hasta 1788), y con él se produce la mayor transformación de España a lo largo de todo el siglo. En efecto, este rey era ferviente partidario de las ideas liberales de los filósofos y enciclopedistas franceses. de ahí que con la colaboración de capacitados ministros, como Aranda, Floridablanca y Campomanes, realizase numerosas reformas que lo consagraron como fiel representante del “despotismo ilustrado”, es decir, un rey preocupado de levantar el nivel material y moral de su pueblo, pero sin que esto significara una mayor participación política de los diferentes grupos sociales: el rey seguía controlando el poder (“todo para el pueblo, pero sin el pueblo”). En la época de Carlos III la producción industrial y el comercio de España se triplicaron y la población casi se dobló (10,5 millones de habitantes). Sus efectos habrían sido mucho más importantes si el rey no se hubiera atado a los pactos diplomáticos firmados con Francia, por los que ambas naciones decidieron considerar como enemigo común al país que lo fuese de cualquiera de ellas (por ejemplo, su participación en la independencia de EEUU). Entre los ministros de los diferentes reyes de la época hubo algunos realmente notables, y se debió en gran parte a su capacidad el levantamiento de España durante el siglo XVIII. Entre los principales destacaron: - El marqués de Aranda, quien llevó a cabo, en 1767, la expulsión de los jesuitas de todos los territorios españoles, pues se consideraba a esta orden como la representación misma del espíritu de intolerancia religiosa de Roma, además que sus miembros, destacados intelectuales, significaban una barrera para la penetración de las ideas “ilustradas”, las que consideraban el sentimiento religiosos como algo que debía ser superado por la fuerza de la razón. - Floridablanca: Fue un distinguido economista que inició la llamada colonización interior, dividiendo grandes extensiones de tierras incultas y adjudicándolas a miles de labradores. Trató de mejorar las vías de comunicación, construyendo canales y puentes, y los medios de transporte, estableciendo servicios públicos de diligencias. Para estimular el comercio exterior, propició la fundación de Compañías de Comercio. - Campomanes: También fue un experto economista, partidario de la libertad industrial y comercial. Suprimió trabas que dificultaban el comercio y disolvió las corporaciones o gremios que frenaban las industrias. Fundó sociedades económicas que favorecieron el progreso de las manufacturas, de la ganadería y de la agricultura, y propició la creación de escuelas técnicas para obreros y artesanos expertos. Estas reformas fueron completadas por otras, de similar carácter, en el orden colonial americano, entre las que se destacó la liberalización del comercio entre España y América. La intensificación del comercio con las colonias tenía el objeto de mejorar el abastecimiento de estas, evitar el acoso de las potencias extranjeras a través del contrabando y, sobre todo, reactivar la economía de España mediante un comercio diseñado para beneficiar a la metrópoli. De hecho los tratados de Utrecht y Rasttat (1713), que pusieron fin a la Guerra de Sucesión habían establecido una serie de concesiones comerciales a Inglaterra en América y la corona pretendía evitar que la penetración extranjera continuara. La liberalización del comercio significó el fin del Sistema de Flotas y Galeones y la autorización de puertos y rutas hasta entonces vedados al comercio internacional. El proceso culminó con el Decreto de Libre Comercio entre España y América de 1778, mediante el cual se implementó el Sistema de Navíos de Registro. Esto significa que cualquier comerciante de la península podía comerciar con América con el sólo requisito de registrarse en la Casa de Contratación. Su paso obligado era el Cabo de Hornos, debido a que en 1739 los ingleses se habían apoderado de Portobello (Panamá) que era el lugar de entrada de los productos españoles a América. En adelante, luego de cruzar el Cabo de Hornos, los barcos recalarían en Valparaíso, que se convirtió a fines del siglo XVIII y gran parte del XIX en el principal puerto del Pacífico. Los impuestos al comercio fueron rebajados y la excesiva oferta de productos europeos hizo bajar los precios. Los comerciantes americanos se vieron en dificultades por la saturación del mercado y la manufactura artesanal local quebró. Años después la corona autorizó el comercio con barcos de naciones neutrales. Sumado al contrabando inglés, holandés y francés, esto significó una vinculación más estrecha con los centros del capitalismo mundial y una gran fuga de oro y plata de los territorios americanos. Como finalmente la industria española no logró reactivarse, la vinculación fue especialmente con las grandes naciones manufactureras. - El Sistema de Intendencias: Las intendencias eran territorios bajo el mando de un alto funcionario (el intendente). En Chile se crearon dos, la de Santiago y la de Concepción. La primera dirigida por el gobernador. Cada intendencia estaba dividida en partidos a cargo de subdelegados que reemplazaron a los corregidores. El intendente tenía atribuciones en policía, justicia, guerra y, especialmente, hacienda. - Creación de nuevos Virreinatos: Se crearon los virreinatos de Nueva Granada (1717) y del Río de la Plata (1776) con el fin de fortalecer ciertos lugares ante la presencia de ingleses y portugueses. Al Virreinato del Río de la Plata se le agregó en 1778 la provincia de Cuyo (Mendoza, San Juan y San Luis), que hasta el momento habían pertenecido a la Capitanía General de Chile. Con todas estas medidas los Borbones lograron detener a España al borde del abismo en que había arribado a comienzos del siglo XVIII. Este resurgimiento no bastó para colocarla a la altura de Francia, Inglaterra u Holanda, que en el último tiempo le habían tomado una ventaja que ya no era posible descontar. La España del siglo XVIII fue, a pesar de los esfuerzos realizados, una nación de “segundo orden” si se compara con aquellos países que habían sabido aprovechar oportunamente su mejor suelo, población o bien sus capacidades técnicas y económicas. Los dominios de España, muy distantes y poblados cada vez más por criollos cuya composición social y conformación mental no eran propiamente las mismas del pueblo peninsular, tarde o temprano habrían de separarse de la metrópoli. b) La sociedad criolla en el siglo XVIII El nuevo espíritu renovador de los Borbones coincidió con el desarrollo de una sociedad que alcanzaba fisonomía propia. En Chile la aristocracia criolla, beneficiada por el crecimiento económico y el auge de las exportaciones agrícolas y de la minería tenía la conciencia de ser la clase rectora de un territorio al que atribuían grandes potencialidades de crecimiento. Las gobernadores del siglo XVIII, funcionarios experimentados imbuidos del espíritu de reformas y entre los que sobresalió Ambrosio O’Higgins, tuvieron a bien escuchar las sugerencias de los americanos. Es asi como una serie de iniciativas dieron una nueva faz a la modesta colonia chilena: Se crearon nuevas instituciones como el Real Tribunal de Minería, dedicado al fomento de esa actividad y que funcionaba también como gremio de los empresarios habilitadores y tribunal de justicia en la materia. Funciones análogas, pero en materia comercial, tenía el Real Tribunal del Consulado. El auge de la minería permitió la acuñación de moneda para lo que se creó la Real Casa de la Moneda. Se creó la Real Universidad de San Felipe y la educación técnica recibió un importante impulso. Como parte de la política de fomento se desarrolló un plan de obras públicas: mejoramiento de caminos, construcción de edificios públicos (Catedral de Santiago, Palacio de la Moneda, Cabildo, Real Audiencia, Tribunal del Consulado, Aduana), mejora de infraestructura (Tajamares del Mapocho, puente de Cal y Canto). Por último, la corona española promovió una política de fundación de ciudades en aquellos lugares donde la producción minera o agrícola lo justificaba, sobretodo desde el punto de vista del control de la mano de obra mestiza. Se buscaba un desarrollo integral del territorio, promoviendo el comercio, la industria y la educación. A lo largo del siglo XVIII se produjo una fiebre fundacional urbana, lo que en el fondo se transformó en la dispersión de numerosos villorrios a lo largo del territorio, no siempre bien equipados ni organizados. Entre las fundaciones de los distintos gobernadores se deben señalar: - José Antonio Manso de Velasco: San Felipe, Los Angeles, Cauquenes, San Fernando, Melipilla, Copiapó, Rancagua, Curicó - Domingo Ortiz de Rosas: Casablanca, Petorca, La Ligua - Ambrosio O’Higgins: Illapel, San José de Maipo, Los Andes, Linares, Constitución, Parral y repoblación de Osorno La aristocracia manifestaba su brillo y autoridad a través de la ostentación de títulos de nobleza y de escudos de armas. Sobrias casas albergaban a las familias orgullosas de su rango. Los hijos de estas familias solían recibir educación superior en Europa y llegaban a ser profesionales, empresarios o militares de rango. La posesión de la tierra era otro rasgo distintivo, la cual algunas familias lograban mantener indivisa a través de los mayorazgos, que constituían una autorización especial dada a ciertas familias para ligar ciertos bienes a la sucesión del hijo varón mayor durante varias generaciones. Sobresalieron los mayorazgos de las familias Irarrázaval, Larraín, Lecaros, García Huidobro, Ruiz Tagle, Toro y Zambrano, Valdés, etc. A la prosperidad de los negocios de la aristocracia tradicional se sumó la relación comercial y matrimonial con los inmigrantes vascos llegados a Chile en el siglo XVIII. Pese a todo, a fines del siglo XVIII, la aristocracia mantenía una conciencia crítica respecto del imperio español. La centralización, el absolutismo en el ejercicio del poder, los excesivos impuestos, la constatación del atraso medieval de España respecto de las otras potencias europeas, motivaron quejas frecuentes que configuraron una actitud denominada como reformismo criollo, cuyos representantes fueron José Antonio de Rojas y Manuel de Salas. En ella repercutieron decisivamente tanto el espíritu racionalista del siglo XVIII, como las ideologías de la Ilustración, que predicaban la existencia de derechos naturales, igualdad jurídica y soberanía popular. Así también, la exitosa Revolución de independencia de las colonias inglesas de Norteamérica (1776) y la Revolución Francesa (1789) impactaron la conciencia criolla. La actitud de la corona que más crítica produjo fue la expulsión de los jesuitas del imperio, ordenada por Carlos III en 1767. La influencia de toda índole que esta orden ejercía en desmedro del poder del rey la llevó a transformarse en un “estado dentro del Estado” y eso fue lo que motivó la expulsión. Esta medida aumentó la autoridad absoluta del rey. Los bienes de los jesuitas fueron confiscados en beneficio de la corona española y de otras congregaciones religiosas. Los jesuitas chilenos expulsados (352) fueron enviados a Italia. Como consecuencia, se produjo una desamortización de buena parte de la propiedad rural en el país, la que fue adquirida rápidamente por la aristocracia latifundista, la que no continuó la innovaciones técnicas que habían aplicado los jesuitas, retrasando el desarrollo de la agricultura. En cuanto a lo cultural, se perdió una buena cantidad de escritores, científicos y educadores. Esta medida de la corona fue percibida como una medida excesivamente autoritaria por los criollos, que vieron como eran desmanteladas las instituciones de enseñanza de la orden y se remataban sus eficientes y productivas haciendas.