COMUNEROS DE LA NUEVA GRANADA El movimiento comunero

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COMUNEROS DE LA NUEVA GRANADA
El movimiento comunero de 1781 se manifestó contra el sistema impositivo
borbón: alcabalas, estancos, Armada de Barlovento, diezmos, sisas, guías,
tornaguías, peajes, portazgos y aquellos adversos a la producción y el comercio.
Reclamó de España que los cargos de primera, segunda y tercera clase fueran
para los granadinos. Quiso controlar el abuso clerical sobre los indígenas y exigió
la devolución de las minas de sal de Zipaquirá y sus tierras como a “verdaderos
dueños”. La petición de la libertad de los esclavos nunca se planteó ni se negoció.
Fue un hecho de la gesta de Galán en el Magdalena y los esclavos de Guarne
(actual Antioquia) y de don Javier de Mendoza en los Llanos Orientales.
Los comuneros se apoyaron en la escolástica tardía y las tradiciones españolas
sobre el fuero de ciudades y villas, libres de impuestos sin consentimiento.
El regente visitador, Juan Francisco Gutiérrez de Piñeres, expidió el 12 de octubre
de 1780 la Instrucción General “para el más exacto y arreglado manejo de la
Reales Rentas de Alcabala y Armada de Barlovento, que deben administrarse
unidas en todo el distrito actualmente sujeto y dependiente del Tribunal y Real
Audiencia de Cuentas del Nuevo Reino de Granada”. Así se inició en la Nueva
Granada
el
régimen
impositivo
borbón.
Los estancos del tabaco y el aguardiente venían de décadas atrás. Los pueblos
del oriente de la Provincia de Tunja habían manifestado con motines su
descontento. Para estos pueblos, que alcanzaron alto grado de producción
mercantil simple (cultivadores libres de tabaco, algodón y caña de azúcar,
artesanos y pequeños y medianos comerciantes), la resolución era muy
inoportuna. Fuera de los problemas de tierras y la miseria indígena, la peste de
viruela diezmó la población. Empezó entonces un vasto movimiento que, por sus
implicaciones, fue el más profundo contra España en América, sólo comparable al
de
Túpac
Amaru.
Toda la Real Audiencia se insubordinó. Primero fueron los productores libres de la
provincia, amotinados desde el 16 de marzo de 1781 y la constitución del
Supremo Consejo de Guerra en Socorro. Miles de campesinos, artesanos y
pequeños comerciantes, armados de garrotes, piedras y arcabuces, se dirigieron a
la capital en reclamo de la abolición de los decretos de Gutiérrez de Piñeres. Un
destacamento español fue derrotado el 7 de mayo en Puente Real de Vélez
(Puente Nacional). Así quedó expedito el camino hacia la capital.
Ahora se unieron los indígenas de Ambrosio Pisco, descendiente de los últimos
caciques, quienes, informados de los eventos de Perú, reconocieron como rey a
Túpac Amaru. En junio y julio se sublevaron los esclavos de la hoya del
Magdalena y la actual Antioquia. En fin, el movimiento se extendió a lo que hoy
son Tolima, Huila y los Llanos Orientales, y la Capitanía General de Venezuela. En
los Llanos, don Javier de Mendoza liberó los esclavos, entregó la tierra a los
indígenas,
expulsó
a
los
curas
y
desconoció
al
Rey
de
España.
En Venezuela, los comuneros, siguiendo el ejemplo neogranadino, nombraron
juntas del común y capitanes, armaron ejército, desconocieron a Gutiérrez de
Piñeres y sus reglamentos, y convocaron a las restantes ciudades de la capitanía.
En la Nueva Granada, la marcha comunera llegó hasta Zipaquirá, con el resultado
de las Capitulaciones, episodio explicado en otro lugar de este suplemento.
La ‘pacificación’ de los comuneros se dio en una coyuntura muy compleja para
España: Inglaterra bloqueaba sus puertos, los katari en Perú insistían en la
insurrección, los indígenas del Chaco adoptaban a Túpac Amaru (ya muerto)
como su Rey, y el incendio se extendía por Chile, Panamá y México.
Francisco Miranda, en escena. Las Capitulaciones y otros documentos dejan ver
que el movimiento se limitó a reclamos criollos, y de propietarios y productores
mestizos e indígenas. El desconocimiento del Rey y la demanda de independencia
se dieron con la destrucción de armas y símbolos reales por los comuneros;
también, en los movimientos clandestinos en el Caribe. Francisco de Miranda
luchaba al lado de España contra Inglaterra en la Guerra de Independencia de
Estados
Unidos.
En vista de la libertad que todo hombre goza, en especial en las Islas Británicas, al
criollo español continental le apetece ser inglés, así deba pagar dobles impuestos.
Cree que es precisa la paga de derechos para engrandecer la Corona, pero, bajo
el mando español paga triple derecho, sin asomo de libertad comercial. “Una
absoluta opresión que sólo puede creerse por quien lo haya palpado, y sería en
verdad hombre muy hábil cuyo pincel pudiese representar la esclavitud bajo la
cual
penan
los
americanos
españoles”.
La Cédula del pueblo, poema que circuló profusamente en Socorro desde abril de
1781, plantea una notoria situación: al lado de estrofas que proclaman la
independencia, hay protestas contra las políticas de modernización educativa y
secularización de la corona española y sus ministros y funcionarios, es decir,
protestas
francamente
conservadoras:
¿Qué hizo con los estudios? Confundirlos. ¿Qué intentó con los frailes? Acabarlos.
¿Qué piensa con los clérigos? Destruirlos. ¿Qué con los monasterios?
Destrozarlos. ¿Y qué con los vasallos? El fundirlos, ya que por sí no puede
degollarlos. Pero no hay que admirar que esto le cuadre, cuando gustoso
enloqueció
a
su
padre.
Esta Cédula, escrita quizá por fray Ciriaco de Archila, lego del convento de Santo
Domingo, no se puede considerar guía programática de los comuneros, pero
muestra que algunas expresiones del alzamiento venía de sectores adversos a las
reformas borbónicas, sobre todo las más progresistas. Se enfrentaron a España
en la década de 1780 y luego en la Independencia, para frenar el desarrollo
histórico y oponerse a la modernización. Los veremos con su sello político e
ideológico de clase en las Constituciones de 1811 a 1814 y luego incrustándose
en
el
poder
concluida
la
revolución
de
independencia.
SE ACERCAN OTROS TIEMPOS…
El siglo XVIII no fue de paz. Así como los indígenas y otros sectores resistieron la
dominación española en los siglos XVI y XVII, en este buena parte de los sectores
sociales confrontaron la política de los borbones. No vencieron pero lograron
aplazar algunas medidas. Se golpeó de muerte a la encomienda y se detuvo la
parcelación de resguardos; se autorizó la colonización mestiza, los indígenas
accedieron al oficio de artesanos y se mejoró el trato a los esclavos (jornada de 8
horas, asistencia en enfermedad y vejez). Se vio que era posible otra sociedad y
otros modos de vida. Empezaron a caer las estructuras mentales sembradas por
el imperio. En ciertos lugares, como en la Araucania, en el pie de monte
amazónico y el Chaco lograron pactos con los españoles que inhibían nuevos
procesos de colonización y reducción, así como reconocimiento y participación en
la administración y el ejército, a disgusto criollo, e incluso que pudieran declararse
blancos, aunque pagando la limpieza de sangre. La aristocracia mantuana de
Venezuela, a fines del siglo XVIII y comienzos del XIX, protestó por esta limpieza
de los pardos y su participación en las milicias reales.
Los movimientos sociales alzados por toda la región fueron precursores de la
Independencia, no triunfaron pero sí abrieron compuertas, fortalecieron los
sentimientos protonacionales que estallarán en la Guerra independentista. Se
requerirá una fuerte presencia del espíritu y la cultura, un más avanzado desarrollo
económico y una coyuntura internacional más favorable, hechos que se presentan
en la última década del siglo XVIII y en la primera del XIX, para que los criollos
(españoles americanos) estuvieran en condiciones de pronunciarse como lo que
siempre fueron: la clase hegemónica de las colonias españolas. Esta clase, hacia
1780, era todavía un sector precario, débil, sin conciencia de sí, explicación de sus
permanentes vacilaciones. No apoyaron decididamente a Juan Francisco León,
fueron clandestinos en las revueltas de Quito, se opusieron a Túpac Amaru y
muchos jugaron dobles cartas en el movimiento comunero.
Los mestizos, claros y decididos aunque asimismo sin visión de conjunto,
participaron más significativamente. Venciendo la resistencia de los desconfiados
criollos, fueron el eje popular en la Revolución de Independencia. Hay que reiterar
ante los indígenas, los esclavos y buen número de mestizos su notoria ausencia
en las primeras fases de la revolución, su escasa participación luego de 1816, y,
en la mayoría de los indígenas, su franca lealtad con el Rey, aun después de la
Batalla de Ayacucho. Un problema pendiente de revisión sobre los criterios
dominantes en la gesta emancipadora de 1810.
Por el contenido de sus reivindicaciones concretas, en los hechos, rebasaron los
precarios resultados de la emancipación y anunciaron los conflictos sociales que
desde el siglo XIX conforman aún la sustancia de la política social en Sur América.
No vencieron en su momento, no manejaron el pensamiento político moderno ni
tuvieron una clase o un sector social definido que los dirigiera. Pero con sus
líderes José Leonardo Chirinos, Túpac Amaru y José Antonio Galán dejaron una
estela de inconformidad, autenticidad y heroísmo. Por eso todavía debemos
estudiarlos y hacerlo con asombro.
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