Historia del Rey Sabio, el Príncipe Justo, la Doncella Amable y la

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Historia del Rey Sabio, el Príncipe Justo, la Doncella Amable y
la Princesa Dulce
Cuento
Héctor G. Legorreta
Historia del Rey Sabio, el Príncipe Justo, la Doncella Amable y la Princesa
Dulce
HgLc (Cuento)
Con todo mi amor, cariño, afecto y admiración para Mariana S. Licona.
Mayo de 2006-Junio de 2010
PRIMERA
PARTE
Había una vez, en un lejano, muy lejano país, en que existía un Rey muy Sabio. Muy pocas veces,
durante su vida, había salido de su reino, sin embargo, lo conocía perfectamente. Sabía quienes
dentro de su corte le eran leales, y quienes no. Sabía en quien confiar dentro de su reino, y así
mismo conocía a los truhanes que vivían en él. Gracias a eso había adquirido una gran sabiduría.
Tenía un hijo, el cual era un Príncipe Justo, joven y de mediana estatura, un tanto testarudo, y
necio en algunas de sus decisiones, pero dentro de su reino, era considerado fundamental en las
decisiones que tomaba el rey. Sin embargo, por otra parte, muchos cortesanos deseaban que el
rey no heredara a su hijo la corona, pues significaría el fin a muchos de los privilegios de los cuales
ellos gozaban. Sin embargo, a pesar de los constantes y a veces graves errores que cometía el
joven Príncipe, confiaba en su buen juicio siempre.
El Príncipe, por su parte, pese a ser joven, había recorrido infinidad de reinos a lo largo de la tierra,
había conocido a muy remotos y lejanos países, se había sentado con reyes de suma importancia
en el mundo, había vestido las mejores galas, había comido de lo mejor, y había probado de los
mejores vinos que se han producido en la Tierra. Pese a esto, el príncipe era modesto, tanto en su
forma de actuar como en su apariencia personal. Era por esto por lo que el Rey confiaba tanto en
su hijo. Sin embargo, pese a la experiencia que tenía el joven príncipe, existía algo que lo hacía
infeliz: el amor nunca había tocado su puerta. Siempre se le negó, y tenía la impresión que
siempre sería así.
Un día, confiando como siempre en su hijo, el rey le encomendó visitar, en un vecino país, a la
Doncella Amable, con la cual tendría que realizar tratados que beneficiaran a ambas naciones. El
Príncipe montó a su caballo, alistó provisiones para el camino, y se dispuso a cabalgar hacia aquel
no muy lejano país vecino.
Tras varios días de camino, un día se encontró bañándose en un lago. Al terminar de bañarse, vio a
lo lejos a una bella joven, la cual pasó en un carruaje de oro ataviada con preciosos vestidos. Los
caballos, eran hermosos bríos cuyo pelaje brillaba con el sol. Así mismo, era escoltada por varios
carros a lo largo de su recorrido, lo cual al joven príncipe le pareció exagerado. La joven lo miró,
sin embargo, el Príncipe Justo respondió con un ademán que indicaba indiferencia, debido a lo que
él calificó como presunción de la joven debido a su modestia en sus gustos.
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Tras asegurarse que había desaparecido, el Príncipe dejó pasar un poco de tiempo, y continuó su
marcha a través del bosque. Tras un par de días de travesía, llegó al vecino país, donde lo
aguardaba una comisión Real que lo llevaría a su encuentro con la Doncella Amable. Tras las
cortesías protocolarias, se pusieron en camino hacia el Palacio de la Doncella.
Al llegar, el Príncipe Justo se quedó admirado al saber que la Doncella Amable era la joven con
quien días antes había tenido un encuentro y a la cual fue indiferente durante dicho encuentro.
Haciendo honor a la prudencia y sensatez que su padre le había inculcado (la cual en diversas
ocasiones no se había presentado) se dispuso a trabajar, pensando en librarse lo antes posible de
dicha encomienda para retornar a su país.
Sin embargo, la doncella, en un gesto de amabilidad, rogó al Príncipe descansar de su viaje, y lo
invitó a compartir la mesa con ella en la cual se dejaron ver una serie de manjares dignos de
cualquier soberano de cualquier país. Sin embargo, hubo un detalle que el príncipe no había
tomado en cuenta: la alimentación era diferente a la existente en su país. Sin embargo, para no ser
descortés con la doncella, se dispuso a comer los platillos dispuestos en la mesa.
Tras varios y muy complicados días de trabajos, finalmente los tratados estuvieron listos. Iba el
Príncipe a partir rumbo a su país, de regreso, cuando la doncella le sugirió quedarse por lo menos
un día más, puesto que los trabajos diplomáticos habían sido arduos y complicados. Coincidiendo
con la visión de la doncella, el príncipe se quedó un día más. Sin embargo, al día siguiente, se
enteró que el reino tendría sus fiestas conmemorativas por la creación de éste, por lo cual el
Príncipe Justo decidió quedarse algunos días más, no sin antes enviar el trabajo diplomático
elaborado por el y la doncella a su padre a través de un emisario, notificándole que se ausentaría
algunos días del reino debido a las celebraciones locales.
Al partir el emisario, el Príncipe solicitó a la doncella hospedaje, por lo cual le habilitaron uno de
los aposentos del palacio de la doncella para descansar con las comodidades y necesidades
propias de un rey. Tras varios días de convivencia con la doncella, el príncipe se dio cuenta del
juicio equivocado que había tenido de ella el primer día que la conoció, y terminadas las fiestas del
reino, decidió establecerse por un tiempo en el reino debido a ciertas dudas que le surgieron en
torno a la doncella.
Comenzaron a frecuentarse más la doncella y el príncipe. Solamente los asuntos reales de la
doncella le impedían pasar algunas horas o algunos días con el príncipe, sin embargo, cuando era
posible pasaban la mayor parte del tiempo y de los días juntos. Sin embargo, a pesar de vivir en un
reino vecino, el Rey Sabio seguía dando encomiendas a su hijo a través de emisarios, a lo cual la
doncella le proveía del armamento necesario para éstas, así como las legiones de hombres
necesarias para llevar a cabo sus empresas.
El príncipe, por su parte, comenzó a tenerle mayor aprecio a la doncella. La doncella, a su vez,
tenía mayor confianza en el Príncipe a cada día que pasaba. Ésta confianza permitió que el Príncipe
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se enterara que la doncella alguna vez estuvo casada con el Duende Misterioso, en un matrimonio
pactado desde la infancia, en el cual la doncella sufrió terriblemente, y terminó por decisión de la
doncella y apoyada por su madre. Durante ese tiempo, ella estuvo viviendo en un lejano país, al
cual nunca le dieron ganas de volver. También se enteró que cuando la vio por primera vez, la
doncella regresaba de un poblado en medio del bosque dentro de sus dominios, pues estuvo a
punto de comprometerse con el Ogro Malvado, el cual casi la convence de abandonar su palacio,
pero rectificó al darse un incidente que reveló la verdadera naturaleza del ogro, al cual abandonó
de inmediato, para volver a su palacio.
El Príncipe, dada su paciencia y buen juicio, escuchaba cada vez con mayor atención los problemas
que aquejaban a la doncella, que por ratos lamentaba su suerte. Sin embargo, la doncella fue
teniendo cada día más fortaleza moral. Aunado a esto, ambos se sentían bien al estar uno al lado
del otro, pues a pesar de estar solos, se acompañaban mutuamente. De vez en cuando, la doncella
le hacía bromas al príncipe con respecto a su estatura, pero éstas eran muy tiernas y el príncipe no
se lo tomaba a mal.
Finalmente, el Príncipe decidió establecerse casi de forma definitiva en aquel reino. A pesar que su
padre le mandaba encomiendas, procuraba terminarlas lo antes posible para pasar el resto del día
acompañando a la doncella. Cada día florecía en mayor medida una amistad, lo suficientemente
fuerte y grande para contrarrestar cualquier ataque.
Un día, mientras el Príncipe Justo se encontraba con la doncella, comenzó a haber un alboroto en
el reino. El Ogro Malvado apareció para raptar a la doncella. Sin embargo, no contaba con la
presencia del Príncipe Justo. Apenas se alistaba para el combate el príncipe en defensa de la
doncella, el Ogro Malvado huyó para nunca regresar a aquel país. Hubo celebraciones, pero a la
vez una angustia y temor generalizado cundió en el reino, pues se temía el regreso del ogro en
cualquier momento. Sin embargo, pasaron los días y los meses y el ogro nunca volvió.
El príncipe y la doncella comenzaron a vivir felices, sin embargo, un miedo comenzó a rondar por
ellos: un temor a enamorarse uno del otro. El motivo era su convivencia mutua y el trato recibido
entre ambos, que era muy bueno. Prometieron no enamorarse uno del otro, y las cosas
transcurrieron normalmente.
En otra ocasión, justo cuando el príncipe llegaba de librar una feroz batalla contra un dragón que
atemorizaba a toda la región (incluyendo su reino) y el cual era invencible, pues cientos de gentes
lo habían enfrentado, algunos perdiendo la vida en el intento, la doncella se soltó a llorar con el
príncipe. Le platicó la sugerencia de algunos de sus cortesanos de regresar a vivir con el Duende
Misterioso, pues consideraban que si no lo hacía se quedaría sola para siempre. Así mismo, le
afirmó que estaba contemplando seriamente esa posibilidad, a lo cual el príncipe le rogó y le
suplicó que no lo hiciera.
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Tras llegar a su casa, el príncipe lloró larga y continuamente, pues pese a la promesa hecha por
ambos de no enamorarse uno del otro, parecía indiscutible que el príncipe comenzaba a
enamorarse de la doncella. Era obvio que el príncipe sentía algo por la doncella que no había
sentido con nadie: su compañía, su carácter, su forma de ser, de pensar, de actuar, de mirar, sus
gustos personales, en fin, todo cuanto hacía ella le parecía hermoso, incluso la comida extraña del
país de la doncella, y alojó en su corazón a la doncella que, contradictoriamente, le parecía
indiferente de un inicio. Sentía algo muy especial y muy difícil de describir en su corazón por ella.
Quiso reprimir dicho sentimiento, pues siempre había sido mal correspondido, y temía que en ésta
ocasión fuera igual. Sin embargo, sabía que tenía que decirle lo que sentía por ella. Era el
momento. Era ahora o nunca.
Entonces, el príncipe decidió una forma en la cual decirle todo lo que sentía por ella. Inventó un
cuento, con la finalidad de que la doncella le pusiera fin al mismo. Llegó al Palacio de la Doncella
Amable, y comenzó a relatar el cuento de su autoría.
SEGUNDA
PARTE
Al terminar el relato, sin embargo, la Doncella Amable únicamente le agradeció el cuento al
príncipe y se fue a descansar a sus aposentos. El príncipe, completamente desconcertado, se fue a
dormir también. Sin embargo, no pudo dormir aquella noche, debido a que tenía la sensación que
la Doncella había entendido el mensaje, pero le sorprendió el hecho que ella no quisiera expresar
abiertamente sus sentimientos hacia él.
Pasaron algunos días, y el Príncipe Justo comenzó a notar cierto distanciamiento de la Doncella
hacia él. Sin embargo, un buen día la Doncella le presentó quien, le dijo, sería su única y legítima
heredera al trono de aquel País: la Princesa Dulce. La Princesa Dulce era muy joven aún, pero se
advertía signos que en su futura madurez alcanzaría (o incluso superaría) la belleza de la Doncella
Amable. Al Príncipe le pareció que la Princesa, debido a su privilegiada situación, se sentía superior
a todos los seres que existen en la Tierra, aunado al hecho que el sólo seguía teniendo ojos hacia
la Doncella.
Debido a las cada vez más continuas y prolongadas ausencias de la Doncella el Príncipe, para no
sentirse solo, comenzó a entablar pláticas con la Princesa Dulce, pese a no ser de su total agrado.
Además, la Doncella comenzó a ser acompañada a donde iba por la Princesa Dulce, cosa que de
vez en cuando le molestaba al Príncipe por dos motivos: porque quería estar a solas con la
Doncella, y porque presentía que en algún momento podría empezar a conocer más a la Princesa
y, debido a las ausencias antes mencionadas, comenzara a enamorarse de ella. Sin embargo, la
confianza entre ambos aumentó a tal extremo que un día la Princesa le dijo al Príncipe que no se
dejara guiar por las apariencias, pues la Doncella Amable no era realmente lo que el Príncipe
pensaba, y que podría llevarse una decepción. Además, le dijo que ella conocía un secreto de la
Doncella, que no le quiso confesar debido a una promesa hecha de no divulgarlo jamás.
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Un día, la Doncella le dijo al Príncipe que se ausentaría algunos días de su país debido a ciertos
problemas diplomáticos que la aquejaban, por lo que le recomendaba regresara a su país para
visitar a su padre, el Rey Sabio, pues hacía mucho tiempo que no lo veía, y le aconsejó que
regresara a su país por algunos días. El Príncipe, de inmediato, accedió a la petición de la Doncella,
debido al gran amor que sentía por ella. Ya iba con un día de camino, cuando recordó de pronto
que había olvidado algunas cosas importantes en el palacio de la Doncella Amable.
Se dispuso a regresar al palacio cabalgando lo más rápido que pudo. Sin embargo, cuando llegó se
encontró a la Doncella y a la Princesa saliendo del palacio debido a que habían salido a tomar un
poco de aire. La cara de ambas fue de sorpresa y espanto, pues se suponía que la Doncella ya no
estaría en su país en ese momento. Sin embargo, la Doncella le pidió a la Princesa Dulce que
acompañara al Príncipe al vestíbulo del palacio y se estuviera con él mientras regresaba.
La incomprensión del Príncipe iba en aumento, cuando de pronto la Princesa le comentó que el
Duende Misterioso se encontraba en el comedor real del palacio. La sorpresa fue terrible y
desconcertante para el Príncipe, quien de inmediato se dispuso a regresarse a su país. Sin
embargo, la Doncella en ese momento entró y lo detuvo, y le dijo que pasara al comedor a
compartir la cena con ellos.
Entrando al comedor, la Doncella le presentó al Duende Misterioso como su esposo legítimo, lo
cual aún desconcertó más al Príncipe. La cena le supo a nada, y el rato que pasó ahí fue el más
amargo y desagradable de su vida. Posteriormente, el Príncipe se retiró a sus aposentos, donde
comenzó a llorar desconsoladamente debido a lo acontecido.
Al día siguiente buscó a la Doncella. Sin embargo, ésta no quiso recibirlo durante varios días.
Finalmente, pasada una semana lo recibió en su recámara, acompañada de la Princesa Dulce. Tras
esclarecer los malentendidos existentes, la Doncella se soltó a dormir mientras leían un cuento
maravilloso de un remoto país. Mientras dormía la Doncella, sin saber cómo, el Príncipe Justo
comenzó a besar tiernamente a la Princesa Dulce. Tras esto, la Doncella despertó, y entonces el
Príncipe se fue a descansar a sus aposentos, sin entender cómo o porqué se habían dado así las
cosas.
A la mañana siguiente, la Doncella no quiso hablar con el Príncipe. Ya al medio día, se enteró que
la Princesa le contó a la Doncella lo que había pasado el día anterior, motivo por el cual no quería
recibirlo. Sin embargo, ya entrada la tarde, la Doncella recibió al Príncipe acompañada de la
Princesa Dulce. Tras escucharlo, le pidió que acompañara a la Princesa a sus aposentos, lo cual
hizo. Sin embargo, en el camino nuevamente la besó. La Doncella, ya entrada la noche, le pidió al
Príncipe que no tuviera un romance con la Princesa, pues los había espiado y había visto lo
sucedido. El Príncipe, leal todavía al sentimiento que tenía por ella, accedió.
Sin embargo, trascurrieron los días y la indiferencia de la Doncella hacia el Príncipe aumentó.
Aunque todavía tenía pláticas con la Princesa (donde el Príncipe comenzó a sentir un amor por
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ella), éstas eran vigiladas por un Caballero Real. Fue por esos días cuando el Emperador Honesto
visitaba el Reino, y entonces toda la corte se concentró en recibirlo y atenderlo. Fue entonces
cuando al Príncipe Justo se le ocurrió la idea de pedir la mano de la Princesa Dulce a su madre, la
Reina Fiel.
La Reina Fiel accedió, aunque le advirtió al Príncipe Justo que ella preveía que éste sentía un amor
inmenso hacia la Doncella Amable, por lo que le pidió que aguardara más tiempo para que pudiera
obtener la mano de la Princesa Dulce. El Príncipe, sin embargo, le dijo que él ya no sentía nada por
la Doncella Amable, y que le correspondería a la Princesa como debería.
Después de visitar a la Reina Fiel, el Príncipe Justo salió acompañado de la Princesa Dulce, la cual le
dijo que debido a que había pedido su mano, ésta le tenía que corresponder de otra forma.
Entonces le comentó al Príncipe Justo que la Doncella Amable lo había encantado para que éste se
enamorara de ella, al igual que a su padre el Rey Sabio, pues ésta gustaba de enamorar hombres
aunque no correspondiera a ninguno. El Príncipe Justo comenzó a comprender entonces muchas
cosas que acontecían en su vida y en la de su padre, y le preguntó a la Princesa si habría forma de
romper el encanto. La Princesa llevó a sus aposentos al Príncipe, y entonces le dijo que durante los
tres días antes de la luna llena en un claro del bosque donde no habitara alma humana alguna
tendría que pasar tres pruebas que le impondrán los espíritus. Si el Príncipe pasaba esas tres
pruebas, sería libre para siempre, de lo contrario quedaría encantado para siempre. El Príncipe se
mostró dispuesto, pero la Princesa le dijo que en esos tres días no podría estar con él, pues
requería pasar esas pruebas solo.
Así, el príncipe vivió con la Princesa (en el mismo país de la Doncella Amable) durante éste
periodo. Al llegar el tercer día antes de la luna llena, la Princesa lo dejó en medio del bosque con
su caballo y entonces se despidió de él emotivamente. Tras esto, se fue y dejó al Príncipe.
Llegada la noche, una vez que apareció la luna, el Príncipe se durmió. Cerca de la medianoche
empezó a oír a una lechuza que le hablaba por su nombre. Despertó sorprendido y le dijo:
-¿Qué quieres?
-Soy el primero de los espíritus que viene a ponerte tu primera prueba para
desencantarte.
-Estoy dispuesto. ¿Qué es lo que tengo que hacer?
-Tendrás que vivir en una cabaña que se encuentra a aproximadamente 1 kilómetro de
aquí, junto a un lago, durante el tiempo que te indiquemos.
-¿Y cuánto tiempo será eso?
-No sabemos, puede ser un día, un mes, un año. Nosotros no nos entendemos en tiempos
humanos.
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-¿Y si no quiero hacerlo?
-Entonces quedarás encantado para siempre.
-Está bien. Me quedaré el tiempo que sea necesario.
-El segundo espíritu vendrá a avisarte de la segunda prueba.
Y así, el Príncipe llegó hasta la cabaña que le indicó la lechuza. Era una cabaña donde podría vivir
decentemente, no como siempre había vivido, pero no se podía quejar. Había una alacena
inmensa llena de víveres y comida, y podía dormir con cuantas cobijas quisiera. El único problema
es que cuando llovía, el lago subía de nivel y, por consiguiente, se inundaba la cabaña.
Sin embargo, decidió que tendría que pasar la prueba, y así fue. Sin embargo, ya cuando iba a
llegar el mes de estancia, una noche escuchó a dos duendes que platicaban mientras él
comenzaba a dormirse.
-¿Crees que el Príncipe pase la segunda prueba?
-No creo. Es demasiado débil para eso.
-Pero se ha esmerado mucho, y además, cada día quiere más a la Princesa.
-Si, pero no creo que resista. Es una prueba muy dura, y hasta el momento, nadie la ha
pasado.
En ese momento, el príncipe se despertó para preguntar de qué se trataba, pero de inmediato
desaparecieron los duendes. Intrigado, intentó conciliar el sueño nuevamente.
Al día siguiente, ya se preparaba para comenzar a estudiar, cuando de pronto escuchó un carruaje
que se detenía frente a la cabaña. Cuál sería su sorpresa al ver a la Doncella Amable bajarse de
éste. Tras saludarla y mostrarse sorprendido por su presencia, la Doncella le dijo que no lo
distraería de su encomienda, que sólo le invitaría un pequeño manjar y luego se marcharía.
Así, tras comer la Doncella se despidió. Pero entonces la Doncella lo besó en los labios, mientras el
Príncipe la besaba completamente desconcertado, pero con ciertos sentimientos pues de una u
otra forma era lo que él había deseado durante mucho tiempo. La Doncella se fue y el Príncipe se
quedó nuevamente en la cabaña. Al irse a dormir, se quedó pensando en lo que había pasado. Sin
embargo, comenzó a reflexionar sobre las palabras de la Doncella, en el sentido que no lo
distraería de su encomienda. Entonces entendió: la Doncella le había tendido una trampa, y él
había caído completamente en ella. El Príncipe se lamentó de su ingenuidad, y se fue a dormir
pensando en que había fracasado en su prueba. A medianoche, el Príncipe volvió a escuchar a los
duendes que había escuchado la noche anterior.
-¿Ya ves? Te dije que no pasaría la prueba.
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-Pero ésta no es determinante, pues pasó la primera.
-¿Pero entonces qué puede hacer?
-Debe de pasar la tercera prueba, después de lo cual encontrará a su amor verdadero.
-¿Y si no pasa la prueba?
-Tiene que hacerlo, de lo contrario vivirá infortunios a lo largo de su vida, y nunca podrá
olvidarse de la Doncella Amable.
-¿Y en qué consiste la tercera prueba?
-Tiene que ir al Palacio de la Doncella Amable, donde tendrá que decirle a la Princesa
Dulce lo que pasó y tendrá, a su vez, que esperar instrucciones de ella, que no serán nada
agradables para él.
Al día siguiente, el Príncipe Justo se puso en camino al Palacio de la Doncella Amable, donde llegó
ya llegada la tarde. De inmediato buscó a la Princesa Dulce, la cual lo recibió feliz, pues lo
aguardaba con todo su amor y corazón. Cuando comenzó a decirle el Príncipe lo que había pasado,
la Princesa le dijo que no podría casarse con él en una situación así, y que lo dejaba libre, pero le
prometió no volver con él jamás. Entonces la Princesa se retiró a sus aposentos donde lloró
durante mucho tiempo por él.
La Reina Fiel había escuchado toda la plática entre el Príncipe Justo y la Princesa Dulce, por lo que
le pidió a la Doncella Amable que hablara con el Príncipe Justo para que se retirara del reino
inmediatamente. La Doncella Amable abordó al Príncipe en la entrada del Palacio, y le transmitió
el mensaje de la Reina Fiel. El Príncipe, de inmediato accedió, al mismo tiempo que reflexionaba
sobre su fracaso en las pruebas.
Se exilió en la Capital del Imperio de la Esperanza, donde estuvo por un periodo aproximado de
dos meses adquiriendo conocimientos de los mejores sabios que existían en aquel Imperio. Sin
embargo, en todo este tiempo nunca había dejado de pensar en la Princesa Dulce, y se preguntaba
cómo podría regresar a su lado. Así, un día por la noche escuchó que le hablaba un sapo, el cual le
dijo que era el tercer espíritu de las pruebas que no había terminado. Entonces, le explicó que su
tercera prueba era encontrar el elíxir para quitar el encanto, y le dio una serie de señas para
encontrarlo. Sin embargo, una vez hechos los cálculos, determinó que este se encontraba en el
Palacio de la Doncella Amable. La pregunta sería, ¿Cómo regresar a un país del cual había sido
desterrado?
Sin importarle nada, se puso en marcha con su caballo al Palacio de la Doncella Amable, donde
encontró a la Reina Fiel. Le pidió que le dejara ver a su hija, la Princesa Dulce, pues ella podría
saber con mayor precisión dónde encontrar el elíxir que le despojaría del encanto. No convencida
del todo, le dio permiso de hablar con la Princesa Dulce sin volverse a comprometer o a andar tan
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siquiera como novios. Este accedió, pues la última vez que había platicado con la Princesa Dulce le
dijo que no habría reconciliación ni forma de volver a comprometerse.
Entonces, a escondidas de la Doncella Amable, se vieron el Príncipe y la Princesa. De inmediato le
explicó que estaba buscando el elíxir, y le dijo que ella lo tenía. Pero le dijo que regresara al día
siguiente, pues necesitaría buscarlo, y posiblemente necesitaría someterlo a algunas pruebas para
podérselo dar, pues los espíritus no querían que alguien que no hubiese completado las pruebas lo
obtuviera. Así, el Príncipe se desanimó, pero la Princesa le dio ánimos para continuar adelante. Ya
casi cuando se iba, cuestionó a la Princesa sobre si tenía algún pretendiente en el reino, y de
inmediato la Princesa le contestó que no, pues ella confiaba en que algún día el Príncipe volvería a
andar con ella, aunque no se lo dijo porque esperaría más tiempo para ver si era digno de
reanudar su noviazgo con él.
Durante la noche, el Príncipe volvió a escuchar a los duendes que lo habían visitado dos meses
atrás, y escuchó platicar uno al otro:
-¿Crees que la Princesa Dulce le dé el elíxir?
-No, pues erró en la segunda prueba, y es indispensable para acceder a la tercer prueba.
-Pero prácticamente no ha concluido la segunda prueba. Aún tiene posibilidades.
-Pero esto él no lo sabe, y no puede tampoco conocer el contenido de la tercer prueba,
pues si lo hiciera, sería inmediatamente convertido en piedra.
Al día siguiente, volvió el Príncipe Justo, nuevamente a escondidas, al Palacio de la Doncella
Amable, donde lo aguardaba la Princesa Dulce acompañada de su madre, la Reina Fiel. Les
recomendó ir a la Villa Clara, donde la Doncella Amable no posaba sus pies, y entonces decidieron
pasear ahí.
Iban platicando el Príncipe y la Princesa cuando se detuvieron en la plaza principal, donde el
Príncipe invitó a tomar un helado a la Princesa. Fueron entonces a un banco y se sentaron a
platicar. De pronto, la Princesa se abalanzó sobre el Príncipe dándole el beso más dulce y tierno
que pudiera haber dado en toda su vida. Para el Príncipe, fue como flotar entre nubes, un deleite
besar nuevamente esos labios, tan llenos de amor, dulzura, sinceridad, pasión, ternura,
honestidad y devoción. Fue como un poema recitado lentamente, con un cantar de ángeles
girando a su alrededor, donde el Universo entero desapareció entre ambos, siendo los únicos
habitantes de un espacio donde no cabía nadie más.
Fue esa la segunda prueba concluida: de inmediato el Príncipe se dio cuenta de eso, pues (como
habían dicho los duendes) necesitaba encontrar al amor verdadero, y ya lo había encontrado. Se
dio cuenta entonces del engaño falaz, crudo y cruel de la Doncella Amable del cual había sido
objeto meses atrás, y se dio cuenta del gran amor que le tenía la Princesa Dulce, que rompió su
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promesa de no volver con él jamás, y de haberlo esperado teniendo muchos pretendientes en su
reino.
-Te extrañé tanto, amor- le dijo la Princesa.
-Yo también te extrañé. ¡Te amo!- replicó el Príncipe.
Entonces, la Princesa Dulce le dijo que había cumplido con las tres pruebas: resistencia, sabiduría y
amor. De inmediato le dio el elíxir para romper el encanto de la Doncella Amable, el cual tomó de
inmediato. Sin embargo, el Príncipe no notó un cambio en sus sentimientos. En aquel momento la
Princesa le explicó que, al haber encontrado el amor verdadero, el encanto había sido anulado,
pero el elíxir servía únicamente para aquellos que no hubieran podido pasar las tres pruebas.
De inmediato, el Príncipe pensó en su padre, y le pidió a la Princesa Dulce que lo acompañara a su
reino para que lo conociese y, a su vez, entregaran el brebaje al Rey Sabio, para que éste quedara
desencantado. Y así fue. El Príncipe y la Princesa llegaron al reino, y en una comida le dieron el
elíxir al Rey quien de inmediato quedó desencantado, recobrando su habilidad y su buen juicio en
los asuntos de su reino, que ya había perdido por el encanto al que estaba sometido. Sin embargo,
en éste viaje el Príncipe Justo se dio cuenta que su padre se había comenzado a confiar de una
serie de personas que no buscaban el bien de su reino, sino ocupar cargos al interior para
conseguir poder y riqueza, y donde posiblemente pudieran usurpar el reino. En especial, desconfió
de la Hechicera Ayuna, la cual era ya consejera del Rey Sabio. Sin embargo, respetó las decisiones
de su padre, deseando equivocarse sobre ésta mujer que, pensó, algún día usurpará el reino.
El Príncipe y la Princesa, antes de regresar, anunciaron su boda, y regresaron al reino de la
Doncella Amable para contraer nupcias. Sin embargo, la Reina Fiel no estuvo por completo de
acuerdo, y les sugirió que mantuvieran su compromiso en noviazgo, pues tanto ella como
diferentes miembros de su reino se oponían a la unión de ambos. Aunado a esto, se encontraron
con que la Doncella había adquirido a un mercader extranjero un extraño Pájaro Mágico, con
poderes desconocidos y especiales.
Así mismo había llegado, tras una larga ausencia, el Marqués Arrogante, hermano de la Reina Fiel,
quien regresó de una guerra en un lejano país donde perdió los dedos de un pie por un encuentro
de espadas mientras montaba a caballo en una batalla, y se encontraba bajo su cuidado la
Duquesa Hostil, también hermana de la Reina, y que tenía dos hijos, el Gigante Bravo y la Condesa
Voluble, que detestaban en todo al Príncipe Justo, por lo que la Princesa Dulce evitaba que tuviera
el menor contacto posible con ellos.
Las complicaciones para la relación entre el Príncipe y la Princesa no se hicieron esperar. Aunque
existían miembros de la realeza que simpatizaban con la relación entre el Príncipe y la Princesa, la
Duquesa Hostil comenzó a ejercer influencia en la Reina Fiel para que ellos pudieran verse cada
vez menos, pues si antes podían pasear libremente por los jardines del reino, la Reina comenzó a
restringirles cada vez más el verse. Hubo ocasiones, de hecho, en las cuales el Príncipe tuvo que
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violar por completo la autoridad de la Reina para continuar viendo a su amor, pues no podía vivir
sin verla.
Aunado a esto, la Doncella Amable, completamente opuesta a la relación entre el Príncipe y la
Princesa, comenzó a ser influenciada por el Pájaro Mágico para evitar que se acercaran a sus
dominios, los cuales eran los más bellos del reino, y llegó al extremo de enmurallar sus dominios
resguardándolos con una legión de soldados para evitar que el Príncipe y la Princesa pudieran
pasear por allí. El Pájaro Mágico no era otra cosa que un brujo de un lejano país, y encantó a la
Doncella Amable para utilizar su poder temporalmente mientras emigraba a su país de origen,
pues deseaba convertirse en Sultán. Por su parte, la Reina Fiel comenzó a sufragar los gastos de la
rehabilitación del Marqués Arrogante, lo cual hizo que el reino pasara por una etapa de austeridad
tal que fue necesario restringir todo gasto en la corte que no fuera necesario o indispensable.
El Príncipe Justo, además, tuvo un conflicto sobre una decisión de su padre, el Rey Sabio, con tal
gravedad que culminó con la renuncia del primero a su herencia del trono, del reino y de todas sus
propiedades, dejando abierto el paso para que la Hechicera Ayuna usurpara el poder del reino de
su padre.
Por consiguiente, la presión para mantener su relación se hizo cada vez más y más grande, pues
cada vez podían verse menos el Príncipe Justo y la Princesa Dulce, al mismo tiempo que crecían las
adversidades contra ellos, pero el amor que sentían entre sí era lo que mantenía su relación a
flote.
El Príncipe sabía que, en éstas condiciones, sería sólo cuestión de tiempo para que su amor
terminara, pues sabía que las presiones y las adversidades los seguirían persiguiendo, cada vez con
mayor agresividad y dureza.
El Príncipe siguió adiestrándose en la Capital del Imperio de la Esperanza con los mejores sabios
que podían existir en tierras cercanas y lejanas. Sin embargo, apreciaba con tristeza que cada vez
se iba corrompiendo más el Gobierno de la Capital del Imperio de la Esperanza, pues ahora
gobernaba un rey ladino y ambicioso, cuyo interés principal era adueñarse del Imperio de la
Esperanza, que estaba controlado por una corte de élite, la cual no dejaba que cualquier vasallo
tuviera acceso al trono, pues éste se adquiría por linaje o herencia.
Por estos tiempos, un buen día el Príncipe recibió una carta de un emisario, donde el Rey Sabio le
invitaba a un banquete que celebrarían en su honor. El Príncipe dudó en ir, pero al final accedió.
Cabalgó hasta su tierra natal, donde fue recibido con todos los honores. Entonces, el Rey Sabio
salió a su encuentro, dándole un fraternal abrazo e invitándolo a pasar. Tras conversar un rato, el
Príncipe se reconcilió con su padre, por lo que hubo días completos y consecutivos de fiestas
debido a la reconciliación del Rey con su hijo.
TERCERA
11
PARTE
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Historia del Rey Sabio, el Príncipe Justo, la Doncella Amable y
la Princesa Dulce
Cuento
Héctor G. Legorreta
Pasó mucho tiempo, durante el cual el Príncipe Justo siguió preparándose en la Capital del Imperio
de la Esperanza, para ser un gran gobernante, y donde la Princesa Dulce comenzaba a tener cada
día más responsabilidades dentro de su reino. Con visitas esporádicas, el Príncipe y la Princesa
Dulce continuaron su gran amor. Sin embargo, las adversidades que ya antes había vislumbrado el
Príncipe Justo en su amor con la Princesa Dulce llegarían a su clímax una buena tarde de Junio,
poco después de comenzado el Verano.
En los aposentos de la Princesa Dulce, el Príncipe Justo recibió una noticia que lo dejó petrificado:
la Princesa le pedía poner fin a su noviazgo, puesto que las propias dificultades en su relación
ocasionaban que ella estuviera confundida y atosigada. El Príncipe Justo consideró esto una
injusticia, puesto que luchó tanto y contra tantos por el amor de la Princesa Dulce, para que ahora
éste se desvaneciera en sus manos.
Maldijo entonces a todos cuantos se interpusieron entre ellos, desde un principio y mientras duró
todo. Sin embargo, en un gran libro escrito por uno de los grandes sabios del Oriente, encontró la
tranquilidad que buscaba en momentos tan aciagos para él. Decidió, pues, dejar un tiempo a la
Princesa Dulce, la cual tendría que reencontrarse con sus pensamientos y reencontrar el gran
amor que sentía por ella.
Así pues, la Princesa Dulce meditó durante un gran tiempo, tiempo durante el cual encontró toda
clase de pretendientes. Así mismo, pese a tener una gran cantidad de admiradoras, el Príncipe
Justo aguardó con gran paciencia el momento en el que llegara un emisario de la Princesa Dulce,
invitándolo a visitar su castillo. Ninguno de los dos traicionaron su convicción del uno por el otro.
Pasó mucho tiempo, hasta que un buen día, la Princesa Dulce tuvo una encomienda en un país no
muy lejano. Surgió la casualidad que el Príncipe Justo también acudió, por otros motivos, a ese
país. Grande fue la sorpresa de ambos de reencontrarse nuevamente.
Platicaron de sus múltiples aventuras durante esos años que estuvieron separados uno del otro, y
recordaron con gran nostalgia el gran y único amor que se tuvieron durante mucho tiempo. Así
mismo, se confesaron que nunca –ni antes ni después- habían sentido tal amor por alguien como
por ellos. Entonces, el Príncipe Justo tomó la mano de la Princesa Dulce, y viéndola a los ojos le
propuso matrimonio.
La Princesa no supo qué contestar, pues bien sabía que muchas de las dificultades que habían
atravesado antes les habían costado su amor. Sin embargo, algo dentro de ella le hizo contestar un
“Si” repentino. El Príncipe Justo, entonces, rebozó de alegría y felicidad, tras lo cual le dio el beso
más apasionado que nadie haya dado jamás. La noticia corrió como reguero de pólvora por ambos
reinos, y se celebraron de inmediato conmemoraciones para celebrar el gran acontecimiento.
La boda fue como en un cuento de hadas. El Príncipe Justo y la Princesa Dulce juraron amor
eterno. Atrás quedaron todas las dificultades que se presentaron durante todo el camino. Ahora
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la Princesa Dulce
Cuento
Héctor G. Legorreta
sólo eran dos el mundo, convertidos en uno. Un gran amor merece triunfar así, se presenten las
dificultades que se presenten.
Ya sólo quedaba una cosa: ser felices para siempre. Y así fue.
FIN
13
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