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ENTRE EL ROSA Y EL VIOLETA
(Lesbianismo, feminismo
y movimiento gay:
relato de unos amores difíciles)
Raquel Osborne (UNED)
2007
ENTRE EL ROSA Y EL VIOLETA
(Lesbianismo, feminismo y movimiento gay:
relato de unos amores difíciles 1 )
Raquel Osborne (UNED)
1
Este artículo toma como su punto de partida el publicado en 2006 por Raquel Osborne y Gracia Trujillo, “Sessualità periferiche: una panoramica sulla produzione
GLBT e queer in Spagna”, en Domenico Rizzo, ed.,
Omosapiens: studi e ricerche sull´orientamento sessuale,
Roma: Carocci editore, pp. 219-233. Esta versión es una
reedición corregida del artículo publicado por Raquel
Osborne en Labrys (Dossier Espagne), Brasilia/Montreal/Paris, études féministes/ estudos feministas
juin/ décembre 2006/ junho/ dezembro 2006.
http://www.unb.br/ih/his/gefem/
La visibilidad para lesbianas y gays es un asunto
político de primer orden, es el punto primero en la
agenda de cualquier asociación que luche por los
derechos de las personas lgtb (Beatriz Gimeno, s/f)
Lesbiana es una de las pocas palabras en
nuestra lengua, si no la única, que privilegia la
sexualidad femenina (Beatriz Suárez Briones,
1997: 276)
Sería impropio decir que las lesbianas viven, se
asocian, hacen el amor con mujeres, porque
“la-mujer” no tiene sentido más que en los
sistemas heterosexuales de pensamiento y en los
sistemas económicos heterosexuales. Las lesbianas no son mujeres (Monique Wittig, 2006: 57)
Introducción
Que en España ha tenido lugar un enorme
cambio en todos los órdenes de la vida es ya un
lugar común para todo el mundo. En el caso particular que nos ocupa, ese cambio ha sufrido una
aceleración en los dos últimos años tras la llegada al poder del gobierno socialista de Rodríguez
Zapatero. Hemos pasado en 35 años, y los textos
que este artículo incluye lo van a reflejar, de leyes
represivas y que además se cumplían porque
iban unidas a actitudes enraizadas de profunda
intolerancia hacia la diferencia/disidencia respecto de la heteronorma, a una de las leyes más
avanzadas del mundo en la medida en que equipara al cien por cien los matrimonios y la p/maternidad de personas homosexuales con respecto
a las heterosexuales. Esta ley fue aprobada finalmente por el Congreso de los Diputados el 30
de junio de 2005 y pudimos celebrar el 2 de julio
un día del orgullo gay verdaderamente glorioso.
Entonces uno de los lemas de la manifestación
fue Y ahora, l@s transexuales. Al año siguiente, y
tras algunas vacilaciones, el gobierno aprobó en
Consejo de ministros y envió al Parlamento el
proyecto de Ley de Identidad de Género, aprobado finalmente en marzo de 2007, que regula el
proceso del cambio de nombre y sexo en los documentos oficiales de las personas transexuales.
España, pues, se ha convertido en un laboratorio
de cambio social en temas LGTB: en poco tiempo
la situación social ha cambiado drásticamente y
la coyuntura política está permitiendo gozar de
una igualdad de derechos poco menos que impensable hace nada.
Ello ha provocado una importante reacción
conservadora en España, liderada por la Iglesia
católica, que se manifiesta en el rechazo a los
nuevos modelos de familia –a no confundir solamente con las nuevas familias de gays y lesbianas, porque ese término abarca otras varias po-
sibilidades como son las familias monoparentales
o las reconstituidas–: ven que se les ha acabado
el monopolio de la transmisión de valores desde
un punto de vista confesional católico.
Dos culturas se oponen aquí: una cultura que
restringe y oprime frente a una cultura del placer
y la elección en torno al sexo. En España, como
acabamos de comentar, dos polos visibles de estas posturas son la Iglesia católica de una parte, y
de la otra los movimientos feministas y de gays y
lesbianas. La sexualidad, el sexo está en primera
línea de la discusión política, está condicionando
de manera muy destacada las líneas maestras
del debate público sobre los valores que rigen la
sociedad y marcando las políticas públicas.
La estadounidense Gayle Rubin (1989) acuñó
en los años ochenta del pasado siglo el concepto
de jerarquía sexual, para señalar, entre otras
cuestiones, que hay unas sexualidades mejor vistas que otras, y por ende, que hay personas y
grupos más aceptados o rechazados en función
del tipo de sexualidad en que se desenvuelven.
Una de las consecuencias a extraer de esta conceptualización es que las fronteras de la sexualidad son móviles, y dónde y quién marca la línea
divisoria entre unas sexualidades más aceptadas
y otras que lo son menos depende de las fuerzas
que se hallen en juego, lo que en lenguaje marxista se denomina la correlación de fuerzas.
Cuando por los mismos años yo estudiaba en
los Estados Unidos, mi profesor Edwin Schur publicó un libro, The Politics of Deviance (1980). En
él escribía que lo que se considera la norma y las
desviaciones de la norma son el resultado de disputas políticas, una cuestión de poder: del poder
de las definiciones, de imponer/consensuar las
propias ideas frente a los que disienten de ellas.
Los debates sobre la prostitución y las migraciones de las mujeres para el trabajo sexual, de las
fuerzas LGTB a su vez con la ley del matrimonio
y la adopción o el nuevo proyecto de Ley sobre la
identidad de género –por mencionar los que nos
quedan más a mano en relación a la sexualidad–
son ejemplos de ello: nos hablan de sexualidades
plurales –el modelo tradicional de sexualidad y
familia heterosexual está dejando de ser el único
posible y legitimado– y de fronteras móviles en
esto de la jerarquía sexual –las familias gays y
lésbicas están adquiriendo legitimidad, mientras
que por el contrario la consideración social de la
prostituta está posiblemente descendiendo en
esa escala jerárquica a tenor de como van los
debates.
Difícil lo tienen las fuerzas de la reacción en
cuanto a volver a los modelos de familia tradicional a partir del momento en que se produjo la separación entre sexo y reproducción, esa pareja
tan duradera por siglos. Eso propició otras rupturas, sobre todo en las sociedades occidentales,
con las formas tradicionales de entender las relaciones erótico–afectivas entre las personas y los
modelos construidos alrededor de eso. Nos referimos a la ruptura del modelo que indicaba una
correspondencia entre un sexo determinado –ser
hombre o mujer–, un género correspondiente –
comportarse como hombre o como mujer– y
orientar automáticamente el deseo hacia el sexo
opuesto. El trinomio sexo=matrimonio=reproducción como modelo dominante en nuestras sociedades se quebró, asimismo, dando lugar a las diversas formas de vivir el sexo, las relaciones y la
p/maternidad que hoy se van extendiendo.
Según los datos presentados por el Instituto
Nacional de Estadística, desde el 30 de junio de
2005 en que se aprobó la ley que modificó el Código Civil para permitir el matrimonio entre personas del mismo sexo hasta finales de 2006 se han
celebrado 4.574 matrimonios entre homosexuales
–el 2,16% del total de matrimonios 2 . Un año después de la promulgación de la ley, se habían iniciado al menos tres divorcios y unas 50 parejas
2
El País (2007): “El número de hijos por mujer alcanza
su cifra récord en 15 años en España”, El País, Sociedad, 4 de julio, p.46.
habían comenzado los trámites para la adopción
conjunta de sus hijos, “cifras que demuestran la
normalidad con que la sociedad ha aceptado esta
ley. La familia tradicional no se ha roto, ni ha ocurrido ninguna de las desgracias que algunos vaticinaban", comentaba Beatriz Gimeno cuando era
presidenta de la Federación Estatal de Lesbianas,
Gays, Transexuales y Bisexuales (FLGTB) 3 . Pero
la “normalidad” se halla, como siempre, sesgada
por sexo, a saber:
–de los 4.774 matrimonios homosexuales
mencionados, 3.190 se celebraron entre hombres, es decir, casi el 67% frente al 33% –1.384–
celebrados entre mujeres. 4
3
Benito, Emilio de (2006): “Los derechos de los homosexuales 4.500 bodas, 50 adopciones y tres divorcios
después”, El País, Sociedad, 2 de julio.
4
El País (2007): “El número de hijos por mujer alcanza
su cifra récord en 15 años en España”, El País, Sociedad, 4 de julio, p.46.
–cuando distintas “personalidades” han hecho
su outing en la portada de la revista Zero, han sido muchos más los varones que las chicas. De
hecho, los medios de comunicación se quejan de
que cuando quieren hacer un reportaje sobre lesbianas les cuesta encontrar quienes se atrevan a
dar la cara, y siempre son las mismas las que lo
hacen;
–Mercedes Bengoechea (1997), a su vez, se
preguntaba a propósito del libro pionero en los
estudios universitarios lesbigays editado por
Buxán: “¿cuál es la razón del silencio que rodea a
la cultura lésbica? ¿Por qué se oyen tan pocas
voces de mujer? ¿Por qué sólo hay (en este libro)
tres firmas femeninas entre más de una decena
de trabajos que versan sobre estudios gays y
lésbicos?”. En relación al matrimonio Gimeno
responde que “no es porque haya menos lesbianas, sino porque tienen menos necesidad de casarse. Viven en su invisibilidad –no es tan extraño
que dos mujeres vivan juntas–, y sufren más si
salen del armario” 5 .
En lo que llevamos comentado hasta ahora,
se perfilan algunas cuestiones relevantes: cuando
las luchas de los gays y lesbianas tienen un objetivo común –los cambios legales en este caso– el
movimiento se unifica y las supuestas diferencias
se minimizan. De hecho así ha sido en esta última movilización encabezada por la ya mencionada Federación Estatal de Lesbianas, Gays, Transexuales y Bisexuales, Plataforma unitaria que ha
liderado el cambio legal en España.
Pero la fiesta por la consecución de unos derechos impensables de lograr hace tan sólo tres
años no debe hacernos pensar que el sexo de
l@s homosexuales es neutro y que ser hombre o
mujer homosexuales afecta por igual a cada uno,
como estamos constatando. Los datos sobre las
5
Benito, Emilio de (2006): “Islotes de tolerancia”, El País,
Sociedad, 17 de junio 2006.
diferencias en ¿el menor número? y la visibilidad
de las lesbianas respecto de los gays nos indican
que el género y la sexualidad atraviesan las diferencias entre las unas y los otros. Por otra parte,
el colocar la sexualidad en el centro de la esfera
de intereses de las lesbianas influye en la marginalidad que el lesbianismo ocupa en los debates
sobre política feminista. Sobre las aproximaciones y alejamientos de las lesbianas respecto del
movimiento gay así como del movimiento feminista, y las razones de ello que, en suma, nos hablarán de lo que tienen en común y lo que diferencia
a las mujeres lesbianas de las heterosexuales así
como de los varones gays, versará este trabajo.
Para ello llevaremos a cabo una revisión bibliográfica no exhaustiva de la producción ensayística de los estudios lésbicos y lesbi–queer en España. No obstante, en las etapas correspondientes a las primeras fases de los movimientos feminista y lésbico cobrará protagonismo una literatu-
ra más de militancia ante la lógica ausencia de
una producción de corte más académico.
De por qué las lesbianas “no son mujeres”
El movimiento lesbiano en España comienza
en los años de la transición política. Gracia Trujillo (2006) ha escrito una tesis doctoral en la que
muestra la trayectoria de dicho movimiento,
compuesto por varias corrientes cuya evolución,
en el caso español y en líneas generales, comienza con la integración de las lesbianas en los
Frentes de Liberación Homosexual en los años
setenta y, posteriormente, en el interior del movimiento feminista a partir de la década de los
ochenta; en los noventa (y hasta nuestros días),
la militancia mixta con los gays vuelve a ser el
modelo predominante, junto con un repunte de la
radicalidad representado por los colectivos queer.
Las cuatro grandes corrientes presentan discursos identitarios y posicionamientos diferentes en
relación con los principales temas a los que hace
frente el movimiento: la relación con otros movi-
mientos y con el conjunto de las lesbianas; los
objetivos políticos (la consecución de derechos
versus el cambio social); su posición ante los debates sobre sexualidad y la reacción ante el
SIDA.
Bajo el franquismo la disidencia sexual se forjará contra los valores que definían al régimen
nacional-católico: contra la institución familiar,
contra la Iglesia católica y contra la unidad de la
patria. Durante la mayor parte de este periodo la
principal figura de la represión legal la del “escándalo público” (Llamas y Vila 1997: 193). En
los Estados Unidos estaba comenzando el movimiento gay tras las revueltas de homosexuales y
travestis de Stonewall en 1969 y la lucha de los
gays y lesbianas lograba en 1973 que la American Psychiatric Association eliminara la homosexualidad de su lista de enfermedades mentales
–aunque no será hasta 1990 cuando la Organización Mundial de la Salud acuerde que la homosexualidad no es una patología.
Mientras tanto en España se promulga en
1970 la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social. Con ella se penalizaba a homosexuales y
prostitutas, entre otros colectivos, con “medidas
de seguridad”, que suponían un internamiento de
enorme indeterminación –desde algunos meses a
varios años –en centros especiales o, directamente, en prisiones–. Con ambas figuras delictivas se castigaba fundamentalmente a los varones homosexuales, a los travestis y a las prostitutas, pero no a las lesbianas, cuya posible represión bajo el franquismo ha sido apenas explorada
y resulta difícilmente detectable 6 . Por tanto, el incipiente movimiento de gays, más visible que el
cuasi inexistente de lesbianas, sale del franquis6
Beatriz Gimeno (2005b) escribió una novela, Su cuerpo
era su gozo, sobre el caso de dos lesbianas, cuyo amor
fue reprimido brutalmente en las postrimerías del franquismo por medio del internamiento y administración de
electroshocks durante años a una de ellas en un psiquiátrico y la amenaza de cárcel a su compañera. Sobre el
mismo hecho Juan Carlos Claver hizo una desgarradora
película, Electroshock (2006).
mo con una lucha específica clara contra la Ley
de Peligrosidad Social, al tiempo que se articula
con otros movimientos ciudadanos que también
emergen por aquel entonces, entre otros con los
movimientos nacionalistas y los antimilitaristas en
el periodo de efervescencia política que florece
con la transición española de 1975 a 1982 (Llamas y Vila 1997: 197).
A finales de 1975 nace el movimiento feminista en España. El malestar encapsulado bajo el
franquismo eclosiona. Los problemas para las
mujeres residían en la organización patriarcal de
la sociedad y en la subsiguiente sumisión femenina al varón así como en la división de roles entre mujeres y varones. La sexualidad es uno de
los asuntos puestos sobre el tapete con el cuestionamiento de la separación entre las esferas de
lo público y lo privado y la conciencia de que lo
personal es político, en un contexto de represión
sexual, el subsiguiente destape, los ecos de la
“revolución sexual” y del feminismo reivindicativo
del exterior. Todo ello contribuye a que se desmitifiquen algunos asuntos en torno a la sexualidad:
su no naturalidad, su plasticidad a lo largo de la
vida, la negación de un impulso sexual irrefrenable y de una agresividad natural por parte de los
varones, la separación entre sexualidad y maternidad, la necesidad de la anticoncepción y de su
despenalización, el derecho al aborto...
En torno a estos temas y relacionados con los
partidos políticos o de forma autónoma surgen
distintos grupos feministas, se crean librerías y
centros de planificación familiar, se realizan debates y se formulan reivindicaciones como el derecho al divorcio, a la anticoncepción y al aborto libre
y gratuito bajo el eslogan feminista del derecho al
propio cuerpo.
Muchas de estas cuestiones eran defendidas
por las lesbianas como feministas pero no eran
sentidas como específicas de las lesbianas. Aunque en algunos contextos se podían debatir temas que les interesaban, como por ejemplo en
1976 en las I Jornades Catalanes de la Dona, no
siempre las relaciones eran tan fluidas en el seno
del movimiento feminista y primaba más la imagen de que no se identificara públicamente feminismo con lesbianismo. Estos planteamientos resonaban en viejos prejuicios. Si la misoginia estaba presente en el movimiento gay, la lesbofobia
aparece en el feminismo, temeroso, de una parte,
de ser identificado con las lesbianas, a las que se
pide que se comporten, que guarden las formas
en público “porque si no, las mujeres no vienen”
(Ammann, 1979) –el miedo al “contagio del estigma”– y, de otra, nada dispuesto a cuestionar el
heterocentrismo de sus discursos (Llamas y Vila,
1997: 202, Gimeno, 2005a: 195).
Del temprano lesbianismo político de la época, corriente que nunca prosperó en España 7 ,
7
Mientras que el lesbianismo político florecía en los USA
en los años setenta y principio de los ochenta, aquí nos
llegaban vagos ecos –como por ejemplo, el representado
por Victoria Sau, una no lesbiana por otra parte; pense-
contamos con un curioso e inestimable documento por parte de la feminista heterosexual Victoria
Sau 8 . Puesto que las reivindicaciones mencionadas debían ser asumibles por todas las feministas, decía esta autora desde las posiciones del
lesbianismo político, el feminismo, actuando como paraguas, borraba las diferencias entre las
lesbianas y las heterosexuales bajo el común denominador de que todas son mujeres (Sau, 1979:
71). Para ello, se relegaba la opción sexual de
cada una a su vida privada. Las mujeres, unidas
mos que el famoso trabajo de Adrienne Rich “Compulsory Heterosexuality and Lesbian Existence” no fue traducido aquí hasta 1985–, y cuando las lesbianas organizadas se posicionaron “políticamente” –véase, por ejemplo, el Colectivo de Feministas Lesbianas de Madrid
(CFLM)–, se desmarcaron tanto de este tipo de lesbianismo como del separatista. Véase a este respecto Gimeno 2006 y Pineda 2007.
8
No conozco otro caso, ni aquí ni allende nuestra frontera, en particular en los EEUU, donde esta corriente comenzó a tomar cuerpo a principios de los años setenta,
de una feminista heterosexual que articule y se manifieste tan contundentemente a favor de esta propuesta.
ahora en su lucha contra la opresión masculina,
descubren que su gran afinidad entre sí trasciende tradicionales rivalidades por un hombre más
allá de su posible vida privada con una pareja
heterosexual. La afinidad, pues, se entiende como mujeres, única identidad posible y deseable
para las mujeres feministas, lesbianas o no.
Sau valora el lesbianismo, no por ser “un fenómeno de expresión sexual diferenciada respecto a la asumida mayoritariamente” sino por su carácter de “auténtica subversión respecto al sistema”, lo que le confiere “un clarísimo contenido
político y revolucionario” (Ibid., 6). Este feminismo
asocia como constitutivo de la lesbiana una serie
de cualidades deseables para el feminismo: “El
lesbianismo cuestiona los valores que forman
parte de la heterosexualidad, el matrimonio, la
familia, la dependencia de la mujer respecto al
hombre, la maternidad y los papeles masculino y
femenino. Cuestiona, por lo tanto, indirectamente,
el propio sistema económico” (Ibid., 5). En suma,
se aprecia el lesbianismo, en tanto vanguardia
del feminismo, como una posición política que
cualquier mujer puede hacer suya.
Frente a esta posición Gretel Ammann 9 se
queja de la nueva moral feminista que ha colocado a la lesbiana en un lugar excelso, como la mejor feminista. Al considerar al lesbianismo como
una opción política, más allá de gustos/apetencias sexuales, se fuerza a las lesbianas a explicar por qué no les gustan los hombres y, en
base a las supuestas respuestas, se elabora una
teoría útil para concertar alianzas o rupturas etc...
Además, como su comportamiento está destinado a convertirse en un modelo, ha de ser especialmente virtuoso. En consecuencia, se proclama como ideal una sexualidad “sensual”, no genitalizada –de connotaciones masculinas–. En general se proscribe cualquier conducta asociada a
9
Agradezco a Rosalía Romero haberme hecho llegar un
pequeño dossier con algunos textos no publicados de
Gretel Ammann.
un rol masculino por entender que las diferencias
fisiológicas llevan aparejadas ineludiblemente unos
determinados comportamientos, que por tanto se
deben evitar so pena de ser tachadas las lesbianas de imitadoras de comportamientos masculinos (Ammann Martínez, 1979) 10 .
La crítica a estas posiciones presupone que
desde ellas se está aceptando implícita y profundamente la tradicional división de roles pues al
hablar de un modelo sexual heterosexual masculino, se concibe al varón como lo activo y por tanto la mujer heterosexual no tiene otro papel que
el de receptora de la sexualidad masculina. Se
ignora, así, la sexualidad femenina (Ammann
Martínez, 1980: 3).
La segunda trampa que se esconde tras esta
posición, siguiendo a nuestra autora, es la concepción de sólo dos papeles sexuales que decre10
Gretel Ammann, líder del Grupo de Amazonas de Barcelona, conoció en esta época los escritos de Monique
Wittig. Vid. Navarrete, Ruido y Vila. 2005. vol. 2, p. 167.
tan para cada sexo un código de conductas y
crean una dependencia biunívoca e inevitable entre género y sexo. Ammann, sin embargo, siguiendo a Stoller, piensa que pueden tomar vías
independientes: que haya dos sexos no quiere
decir que sólo haya dos géneros (Ibid.: 4).
Lo que Ammann está reivindicando es a la
lesbiana con una identidad propia, más allá de
que como sexo fisiológico se pertenezca al grupo
de las mujeres: lo que prima socialmente no es la
definición por sexo sino por género, a diferenciar
entre las mujeres heterosexuales y las mujeres
lesbianas, con formas diversas de experimentar
las fantasías, de hacer el amor, de alimentarse de
mitos, vivencias o afectos. Del mismo modo se
proclama la diferencia frente a los gays, más allá
de los aspectos comunes de relacionarse
sexualmente con personas del mismo sexo y de
la opresión que sufren. Sexo, género y sexualidad dejan de tener una correspondencia
obligada con un solo sentido (Ibid.: 8-11).
Estos debates prefiguran muchos de los
que con posterioridad han tenido lugar entre feminismo y lesbianismo. Si el feminismo cuestionó
lo masculino y lo femenino, y para ello el concepto central fue el de género, desde el lesbianismo
se cuestionó la heterosexualidad/homosexualidad, y por ello se puede decir que el centro del
pensamiento lesbiano es la sexualidad (Suárez
Briones, 1997). Mas para ello hubo de pensarse
qué era una lesbiana y cómo se definía. Y como
hemos visto, dos definiciones opuestas se apuntaban: una la que la definía por la afinidad entre
mujeres y la resistencia al patriarcado como nexo
de unión entre las mujeres, y otra que apuntaba
más bien a la lesbiana como mujer cuyo deseo
sexual se orienta hacia otras mujeres, y que como tal plantea una problemática específica.
Era difícil, pues, para las lesbianas mantener
su idiosincrasia en el seno del movimiento feminista. Se les decía que lo “suyo” no estaba a la
orden del día y que mientras tanto debían apoyar
las cuestiones generales. Se argumentaba que el
feminismo, como la vieja revolución, asumía la
lucha de todos los grupos oprimidos y que las
lesbianas debían entenderlo (Sau, 1979: 69). Sin
embargo, aunque las nuevas perspectivas sobre
la sexualidad “rompían con los moldes de la heterosexualidad dominante”, y eran rompedoras porque se atrevían a presentar a las mujeres como
seres sexuales y no sólo en tanto que objetos para el placer masculino, la sensación era que no
se salía del marco heterosexual (Pineda, 2007).
El movimiento feminista, en la práctica, se limitaba a apoyar las posiciones del magro movimiento
lesbigay en cuanto a las denuncias en torno a la
represión padecida por las personas homosexuales y a la derogación de la vigente Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social.
En 1979 se eliminan legalmente las referencias a los “actos de homosexualidad” en dicha
ley. Las dificultades para contar con una voz propia y específica en el seno del feminismo, más
las actitudes misóginas percibidas por muchas de
las lesbianas que militaban en grupos mixtos con
los gays, impulsan la constitución, a principios de
los años ochenta, de grupos independientes de
lesbianas. Así pues, en enero de 1981 se constituye el Colectivo de Feministas Lesbianas de
Madrid (CFLM). Le siguen distintos grupos similares repartidos por una buena parte de la geografía española, incorporados a la Coordinadora de
Organizaciones Feministas del Estado Español,
que mantenía convocatorias estatales periódicamente. En 1983 se organizan las primeras jornadas de lesbianas sobre sexualidad en Madrid y
más allá de continuar los debates sobre las diferentes aportaciones desarrolladas en el seno del
feminismo sobre la sexualidad, este encuentro
marca el inicio del movimiento organizado de lesbianas en el Estado español (Llamas y Vila, 1997:
202).
A este conjunto de factores no es ajena la general evolución política en España, donde la tran-
sición política se acaba cuando triunfa el PSOE
en las elecciones legislativas de 1982 y a la nueva Administración del Estado se encarama buena
parte de los cuadros feministas que habían comenzado su andadura tras la muerte de Franco.
Ello creó una cierta fractura entre el feminismo de
base organizado y el feminismo institucionalizado. Las cuestiones relativas a la sexualidad no
iban a incorporarse a las políticas públicas más
allá del derecho al aborto –nunca defendido, por
otra parte, como un factor necesario para una
sexualidad más libre excepto por las feministas
vinculadas a las Comisiones por derecho al aborto de la Coordinadora Feminista estatal, muy ligadas al CFLM–, y el feminismo de a pie quedó
en buena parte descabezado.
La década de los ochenta: el caso del
Colectivo de Feministas Lesbianas de Madrid
(CFLM) 11
Para analizar los principales debates que centraban la atención de las feministas lesbianas en
la década de los ochenta analizaremos el caso
del CFLM, tanto porque lo consideramos una
muestra representativa de la época como por
hallarse bien documentado.
Tres líneas de acción caracterizan al CFLM: la
introducción de los problemas propios en la
agenda feminista, la imagen ante los media y la
respuesta puntual a las agresiones a las lesbianas.
Al definirse fundamentalmente como feministas, pero manteniendo una autonomía en tanto
11
Para esta parte he contado, más allá de mi propio conocimiento, sobre todo con los trabajos de Llamas y Vila
(1997) y Pineda (2007).
que lesbianas, el colectivo de lesbianas pretendió
definir sus propios intereses y prioridades y portarlas al movimiento feminista con la intención de
que éste asumiera el hecho del lesbianismo al
mismo nivel que la heterosexualidad. Si esto se
lograba, el conjunto del feminismo serviría de caja de resonancia y como plataforma para una
ofensiva social a favor del lesbianismo y en contra de la norma heterosexual. En cuanto a la
forma de entender el lesbianismo, se abogaba
por hacerlo como opción u orientación sexual
mientras se lo desmarcaba, como ya hemos señalado, tanto de la visión del lesbianismo como
opción política como de la opción que propugnaba el separatismo. Diversas cuestiones/debates
como el de la doble militancia, la pugna igualdad/diferencia y sobre todo el de la pornografía,
las fantasías sexuales y en general, las sexualidades no ortodoxas marcan las posturas en la
segunda mitad de la década.
Los debates relativos a la pornografía, presentes en el mundo anglosajón desde finales de los
años setenta y primera mitad de los años ochenta, fueron introducidos en España en la segunda
mitad de la década sobre todo por Raquel Osborne (1989, 1993). La revista Nosotras, que nos
queremos tanto (publicada por el CFLM), recoge
algunos de estos textos, que se difunden entre
todos los colectivos integrados en la Coordinadora Feminista (Osborne, 1988; Newton y Walton,
1989). Revolución, posteriormente renominada
Talasa, publica libros tan relevantes como una
selección de Placer y peligro, de Carole Vance
(1989), y ya como Talasa, El malestar de la
sexualidad, de Jeffrey Weeks (1993) y El don de
Safo. El libro de la sexualidad lesbiana, de Pat
Califia (1997). En esos debates se estaba discutiendo sobre todo acerca de qué tipo de sexualidad era capaz de asumir el movimiento feminista,
si había “una sexualidad feminista” o podíamos
hablar de sexualidades plurales, más allá de las
jerarquías sexuales. La buena feminista que, en
suma, se correspondía con la lesbiana política
defendida desde el feminismo cultural anglosajón,
se contraponía a las feministas que se negaban a
aceptar una sexualidad normativizada en aras de
la buena apariencia y de la unidad feministas, defendiendo la promiscuidad hetero u homo, la representación de los roles sexuales y el sadomasoquismo entre lesbianas. Las relaciones de poder entre las mujeres, el papel de las fantasías y
las representaciones sexuales, el lugar de las
trabajadoras del sexo en el seno del feminismo
fueron desde entonces objeto de debate en esa
redefinición del nuevo papel de las mujeres como
seres sexuales y del papel de la sexualidad en la
situación de las mujeres. Las discusiones sobre
el lesbianismo de uno u otro signo tuvieron la virtualidad de poner en el centro del debate la figura
de la sexualidad y el cuestionamiento de la heterosexualidad como institución.
En esos años se cuidó también por parte del
Colectivo las relaciones con los medios de comunicación, especialmente la prensa. Corrían los
tiempos del primer gobierno socialista y se buscaba especialmente el contacto con la prensa
progresista de la época –Diario16, Cambio16, Informaciones, El País, Diario de Madrid– y con
l@s periodistas amistosas con la causa feminista
en general.
El movimiento feminista que basculaba alrededor de la Coordinadora Feminista fue a su vez
el que primero se ocupó en nuestro país de denunciar la violencia machista, las agresiones
sexuales y el maltrato doméstico, liderando la
campaña que culminó con la reforma del Código
Penal de 1989. En este contexto se abrió un espacio para la denuncia de las agresiones contra
las lesbianas. El apoyo a dos mujeres detenidas
por besarse abiertamente en la calle dio lugar en
1987 a la primera Besada de la historia feminista
y lesbiana en España, forma de agitación que se
ha repetido en tantas manifestaciones feministas
y gays, atrayendo a los medios de comunicación
y visibilizando por primera vez a las lesbianas. En
el mismo año, el caso de la retirada de la custodia de su hija a una mujer en trance de separación por “sospechas de lesbianismo” moviliza de
nuevo a las lesbianas, poniendo sobre el tapete
la problemática de las madres lesbianas separadas de previas relaciones heterosexuales.
El debate en torno a la pornografía tenía como
metaobjetivo, al menos allende nuestras fronteras, unir a todas las mujeres, más allá de los innumerables ismos que las separaban, en aras de
una supuesta problemática común. Esta “comonalidad” no fue reconocida así por el sector de las
feministas denominadas prosexo, que la entendió
más bien como una forma de puritanismo sexual
y un intento de acallar las voces de una sexualidad que se antojaba “impresentable” para el canon feminista deseable por la mayoría del movimiento, cuya “aparente” unidad no pudo soste-
nerse más ante el envite que se aproximaba desde el feminismo post-estructural y posmoderno, y
que se prolongó con la teoría queer. Desde el
feminismo de color y poscolonial se estaba asimismo cuestionando esa supuesta unicidad del
sujeto mujer blanca occidental de clase media y
heterosexual. Otro lugar, pues, desde el que se
estaban prefigurando algunos de los debates entre modernidad y postmodernidad: el nuevo sujeto fragmentado, por contraposición al sujeto único
universal de clase media, en este caso en clave
feminista.
De este modo y ya a principios de los noventa
las lesbianas se reúnen con sus colegas gays,
bien en el re-naciente Movimiento de Liberación
Homosexual –como ejemplifica Beatriz Gimeno–,
bien como lesbianas autónomas críticas con el
feminismo/lesbianismo político y próximas a otros
grupos gays también críticos con los planteamientos mayoritarios de los varones gays –caso
de LSD (siglas sin denominación fija sino varia-
ble: lesbianas sin duda, lesbianas sexo diferente,
lesbianas sin destino, lesbianas sudando deseo o
lesbianas sin dinero, entre otros), muy cercano al
grupo “la Radical Gai”–, o continúan dentro del
feminismo pero con sus posiciones lesbianas diluidas y/o dedicadas a otras temáticas –véase el
caso de las miembros del Colectivo de Feministas Lesbianas de Madrid.
De las políticas de la identidad a las
intervenciones queer
Lesbianas y gays se han convertido en una
fuerza colectiva crucial en occidente al dotarse de
una identidad colectiva fuerte, la del “ser” homosexual, y así lograr amplias movilizaciones y conquistas sociales y legales importantes. Pero el
esencialismo inherente a dicha identificación se
ha convertido en blanco preferido del activismo
queer, interesado en disolver las identidades “fijas” por considerarlas un obstáculo para la transformación social (Suárez Briones, 2002). Una y
otra corriente se interpelan mutuamente, en una
tensión ineludible y esperemos que fructífera.
En España, la producción de y sobre la realidad local lésbica ha estado mucho más ausente
que la gay hasta el presente siglo. Uno de los
primeros ensayos de lo que podríamos llamar estudios gays y lésbicos es el de Olga Viñuales so-
bre identidades lésbicas (2000, 2006), que se ha
visto recientemente re-editado. En él se muestran
las etapas observadas en la construcción de las
identidades lésbicas –aceptación del estigma, revelación de la identidad y la visibilidad–. La adscripción a una nueva categoría (la de lesbiana)
proporciona la posibilidad de entablar relaciones
personales y la formación de grupos, tal y como
ha estudiado igualmente Jordi Monferrer (2006).
En el momento en que Viñuales realiza su estudio (finales de los noventa), un sector de las
lesbianas, el institucional o de carácter moderado, se hallaba inmerso en un proceso de redefinición de la identidad, tratando de consensuar un
discurso político “aceptable” que a la postre se ha
visto ligado a las reivindicaciones que han hecho
posible la legalización del matrimonio en España.
Protagonista en ese proceso es la ya citada Beatriz Gimeno (2005a), para quien los planteamientos queer, con su insistencia en el sexo genital y
su falta de compromiso, simplifican, banalizan y
despolitizan los principios cuestionadores del lesbianismo –político, habría que añadir, pues es la
corriente a la que se adscribe Gimeno–. De
hecho Gimeno critica, por una parte, la misoginia
y la invisibilidad en que se ve envuelto el lesbianismo cuando se alía con el movimiento gay, y
por la otra, apela a la comunidad feminista, en
cuya tradición se reconoce y en cuyo seno le gustaría ver florecer los presupuestos del lesbianismo político, tarea más que difícil de realizar en la
práctica y ante la que no profesa la mayor de las
esperanzas.
La puesta en cuestión del sujeto político llevado a cabo por las postestructuralistas consistió,
entre otras cosas, en sacudir los fundamentos de
la teoría y de la política de identidad y en promover opciones de resistencia a la norma más a partir de nociones de diferencia o de margen que de
identidad (Bourcier, 2002.). Así pues, desde la
óptica queer, el criterio de coaliciones a pesar de
las barreras de clase, raza, género y toda suerte
de disidencias sexuales, empuja a las lesbianas a
alinearse con los sectores masculinos gays críticos con lo que Vélez-Pelligrini (2005) ha denominado corrientes asimilacionistas –sobredimensionadas, a su entender, con las reformas legales
en España– frente a las diferencialistas que ellos
representan. El ejemplo de unidad de planteamientos y a veces de acción lo representó en España LSD y la Radical Gai en los años noventa.
De hecho, el sector queer está contestando
desde dentro y desde una postura radical pero
muy minoritaria la lucha del movimiento por las
reivindicaciones sobre el matrimonio como integradora y conformista 12 . Gimeno cuestiona el alcance de la crítica pues, en su opinión, el haber
planteado desde el principio y como no negociable la equiparación legal del matrimonio y la
12
Conviene aclarar que, hasta donde se me alcanza, la
intensidad de sus críticas nunca ha negado la importancia de un logro del calibre de la legalización del matrimonio y la adopción.
adopción ha constituido la estrategia acertada:
las airadas reacciones de las Iglesias 13 y la derecha mueven a pensarlo, y a raíz de eso ni matrimonio ni familia serán lo mismo porque se ha
cuestionado la heterosexualidad y la procreación
biológica como principio organizador de la familia
y de la sociedad (Gimeno, 2006).
Hace pocos años el crítico de la cultura Paul
Julian Smith se preguntaba por qué no había teoría queer en España (Smith, 2001). Suárez Briones (2002), a su vez, constataba el desinterés
editorial por este pensamiento tan influyente en
otras latitudes. Afortunadamente, en un breve
lapso de tiempo el panorama ha cambiado y ahora contamos con una cascada de recientes publicaciones, tanto de autores foráneos como locales, que permiten trazar una trayectoria que comienza a resultar consistente.
13
Benito, Emilio de (2005): “Los representantes de cuatro confesiones se unen para pedir la protección del matrimonio homosexual”, El País, 21-4-2005, p. 34.
Entre las traducciones que han visto la luz en
los últimos años, casi siempre un amplio retraso
desde su publicación original, se encuentran Wittig (2006) 14 , las feministas lesbianas de color estadounidenses: Lorde, 1984, 2004; bell hooks et
al., 2004 y Anzaldúa, 1987, 2004; De Lauretis
(2000); Kosovsky Sedgwick (1990, 1998); Fuss
(en Mérida, 2002); Haraway (1995). Destacamos
los textos de Judith Butler, cuyo archicitado libro
Gender trouble, publicado en 1991 y traducido
como El género en disputa, fue publicado por
Paidós en 2001, siguiéndole algún tiempo después Cuerpos que importan (2003) y Deshacer el
género (2006), publicados igualmente por Paidós.
Lo queer se ubica entre diversas genealogías
tales que el feminismo, el constructivismo social,
el materialismo postmarxista y los estudios gays y
lesbianos (Suárez Briones, 2002). Entre las les14
Wittig ya había sido publicada con anterioridad, pero
esta nueva edición se hace en el contexto del florecimiento de lo queer en España.
bianas, sin duda el trabajo más innovador de teoría queer hecho por una española es el de Beatriz
Preciado. En el Manifiesto contra-sexual (2002)
“reivindica su filiación con los análisis de la heterosexualidad como régimen político de Wittig, las
investigaciones de los dispositivos sexuales modernos llevada a cabo por Foucault, los análisis
de la identidad performativa de Butler y la política
del cyborg de Haraway” (p. 21). Contando, además, entre sus musas a Carole Vance, Gayle
Rubin y Pat Califia, entiende la contrasexualidad
como el fin de la Naturaleza como orden que legitima la sujeción de unos cuerpos a otros.
La nueva sociedad toma el nombre de sociedad contra-sexual por dos razones. En primer lugar porque de manera negativa la sociedad contra-sexual remite a la deconstrucción sistemática
de la naturalización de las prácticas sexuales y
del sistema de género. En segundo lugar y de
manera positiva, la sociedad contra-sexual proclama la equivalencia (que no la igualdad) de to-
dos los cuerpos-sujetos parlantes que se comprometen con los términos del contrato contra-sexual
dedicado a la búsqueda del placer-saber (p. 19).
La contrasexualidad es también una teoría del
cuerpo que se sitúa fuera de las oposiciones
hombre/mujer, masculino/femenino, heterosexual/
homosexual. Como señala Bourcier en el Prefacio, “Todos los impensados del feminismo se dan
cita en el Manifiesto: los juguetes sexuales, la
prostitución, la sexualidad anal, las operaciones
del cambio de sexo, las subculturas sexuales sadomasoquistas o fetichistas. Preciado los convoca a todos ellos como ‘los nuevos proletarios de
una posible revolución sexual’” (pp. 12-13), que
otros han denominado las multitudes queer.
Desde una posición feminista queer que combina lo político con lo personal y lo académico, el
libro colectivo El eje del mal es heterosexual
(Romero Bachiller et. al., 2005) recoge un conjunto de artículos, entre ellos algunos que se refieren
al análisis de las producciones y articulaciones
políticas en el Estado español. Estos últimos se
centran en las representaciones de los colectivos
queer, la denuncia de la desidia de las instituciones ante la crisis del SIDA en los años noventa,
las diversas prácticas sexuales y las diferencias
que hacen estallar las nociones de identidades
homogéneas: osos, leather, butch-femme, intersexuales, transgéneros… En una línea similar, en
Teoría queer. Políticas bolleras, maricas, trans,
mestizas (Córdoba, 2005), los y las autoras reflejan la complejidad de la(s) teoría(s) y las prácticas políticas queer, protagonizadas por las minorías sexuales excluidas y marginadas por raritas,
extrañas, desviadas en definitiva de un sistema
heterocentrado que las empuja a los márgenes.
En él se defiende la teoría queer no como una
teoría cerrada o un corpus de saber, sino como
un conjunto de herramientas críticas para la intervención política: críticas de la normalidad heterosexual, de las prácticas biopolíticas de la medicina y del estado sobre los cuerpos enfermos y sa-
nos, de las mutilaciones que sufren l@s intersexuales, de la mirada colonial sobre las inmigrantes bolleras, trans o maricas, de la apropiación
académica de las luchas populares, de la rigidez
de las marcas de género con que se excluye a
las personas transexuales. De entre las autoras,
además de Beatriz Preciado, destacan Fefa Vila,
Carmen Romero Bachiller, Gracia Trujillo Barbadillo y Silvia García Dauder, entre otros nombres,
en la producción ensayística queer “local”.
En el capítulo de las tesis doctorales y a caballo entre los movimientos sociales y la crítica a la
teoría queer se encuentra la investigación de Susana López Penedo Las condiciones de producción de la Teoría Queer. En el marco de los movimientos sociales la tesis analiza aquellos basados en la identidad del sujeto, especialmente el
movimiento gay y lésbico y en su seno, pero también al margen del mismo, el movimiento queer
con su grupo de teóricos/as surgidos durante los
años noventa. La tesis tiene como finalidad estu-
diar las dinámicas creadas por esta interacción y
que pueden comprometer el potencial político de
la acción colectiva.
Un amplio recorrido historiográfico y crítico por
las producciones artísticas y políticas feministas
queer del Estado español se puede consultar en
el exhaustivo trabajo ya citado de Carmen Navarrete, María Ruido y Fefa Vila, “Trastornos para
devenir: entre artes y políticas feministas y queer
en el Estado español” (2005). En él se revisan los
cruces entre política, producción artística, feminismo y queer en España, narrando la tardía, escasa y dificultosa recepción en nuestro país de
teorías y debates desarrollados allende nuestras
fronteras, y reseñando “nuestro” estado de la
cuestión desde los años setenta hasta el presente. Destaca el trabajo y el discurso de algunas artistas, interesadas en la reflexión feminista como
teoría política así como en la teoría y políticas
queer y sus correspondientes activismos. Bastante desalentador resulta el panorama ofrecido, que
no acaba de generar una producción femenina
asentada y, sobre todo, con peso en el panorama
artístico y académico. Aunque no me puedo extender aquí, me gustaría destacar un precioso
trabajo de Juan Vicente Aliaga (2004), Arte y
cuestiones de género, en el que se hace un recorrido por las distintas etapas del feminismo y/o de
la posición de las mujeres a lo largo del siglo XX
y sus producciones artísticas en relación a la
sexualidad.
Invisibilidad/invisibilización
Este es un tema recurrente en las preocupaciones de las lesbianas: la menor visibilidad respecto de los varones gays. Ya las hemos visto
ausentes de la represión franquista más rastreable; también hemos comprobado su menor presencia en las bodas que recientemente vienen celebrándose en España. Hemos recogido la afirmación de Gimeno (s/f) de que su salida del armario les resulta más complicada que a los varones. Es tal su invisibilidad que la Ley de Reproducción Asistida, aprobada con posterioridad a la
Ley sobre matrimonio y adopción por parte de
homosexuales, se “olvidó” de reconocer la filiación automática para los hijos e hijas de los matrimonios formados por dos mujeres. Tras las protestas de los colectivos afectados, la solución ha
venido con la Ley de Identidad de Género, que
aprobará también una enmienda a la Ley de Re-
producción Asistida para solucionar esta postrera
discriminación legal de las madres lesbianas y
sus hij@s.
Algunos datos parecen avalarlo: un estudio
realizado por Begoña Pérez Sancho (2005) sobre
el manejo del secreto en familias con algún
miembro homosexual parece sustanciar la proclama de invisibilidad que aqueja a la comunidad
lésbica. La autora, psicóloga clínica en un servicio municipal de información y asistencia para
lesbianas 15 , encontró que los progenitores que
consultan por un hijo varón triplican a los que
consultan por una hija; en ningún caso un padre
varón había consultado por una hija lesbiana. Ello
se correlaciona positivamente con los estudios –
entre ellos los de Soriano Rubio (1999)– que señalan que los hijos homosexuales varones comu-
15
Este servicio en Vitoria-Gasteiz es pionero en el Estado Español y financiado íntegramente por una institución
pública. Dicho ayuntamiento fue también pionero a la
hora de poner en marcha el Registro de uniones civiles.
nican su homosexualidad a sus familias más que
las hijas lesbianas. Según Pérez Sancho, otros
estudios norteamericanos indican que el sexo del
hijo/a homosexual es un factor diferencial muy
fuerte a la hora de la integración de la homosexualidad de ese miembro en la familia, siendo
más fácil integrar a un hijo gay que a una hija
lesbiana. A ello se une que los hombres revelan
antes y con mayor frecuencia su homosexualidad
en su entorno. Como señala Gimeno, “nuestra
discriminación tiene más que ver con el género
que con la orientación sexual”. A las habituales
dificultades por el hecho de ser mujeres en un
mundo masculino –en el mundo laboral, profesional, en la consideración social de los hombres
hacia las mujeres etc.– añade Empar Pineda “el
tremendo problema de las dependencias afectivas hacia padres y madres como factor determinante en no atreverse a dar la cara” (2007). Parece claro que a las mujeres les resulta más
complicado salir del armario.
En el contexto de un mundo en proceso de
globalización, visibilizar las discriminaciones de
las mujeres lesbianas desde la perspectiva de los
derechos humanos es una vía válida y eficiente
para promover el cambio cultural necesario en lo
que atañe a las situaciones de desprotección e
injusticia que en muchas ocasiones viven las mujeres que optan por una sexualidad al margen del
sistema heteronormativo. Las mujeres lesbianas,
al afrontar la invisibilidad, la misoginia y la lesbofobia, han jugado un papel muy importante en estos procesos de transformación, tanto desde el
movimiento feminista como desde el movimiento
de liberación de lesbianas, gays, bisexuales y
transexuales. Estudiar la participación de las mujeres lesbianas en cada uno de estos ámbitos es
lo que ha hecho José Ignacio Pichardo (2006),
comprobando la forma en que abren caminos para el reconocimiento de los derechos de las personas homosexuales en el movimientos feminista
y para los derechos de las mujeres en el movimiento LGTB.
En sus momentos iniciales todo movimiento realiza, por otra parte, la reconstrucción de su
historia y su genealogía. Es el caso por ejemplo
de Albarracín Soto y Pineda en Platero (2007).
En el terreno de la crítica literaria, es general la
labor de visibilización de la literatura hecha por
lesbianas o por autoras sin identificación lésbica
pero que escriben sobre tal temática. Ya en forma
pionera Victoria Sau dedica un capítulo de su libro citado a “Antecedentes” ilustres, empezando
por Safo, siguiendo por Virginia Woolf, pasando
por Radcliffe Hall y algunas escritoras de la Rive
Gauche francesa. En 2007 Angie Simonis, se
preguntaba: ¿Existe una literatura lesbiana en
España?, y en 2007, en el libro de miscelánea
sobre lesbianismo en España por ella editado,
responde con el trabajo de título “Silencio a gritos: discurso e imágenes del lesbianismo en la literatura”. Otra autora que escribe sobre algunas
de las narradoras mencionadas –Tusquets– es
Julia Cela (1998), pero su recorrido no hace más
que reunir en amalgama a una serie de escritores, casi todos varones, sin ninguna tesis aparente.
No es el caso de la crítica de arte y literatura Ana Monleón (2002), quien menciona la dificultad general de la salida del armario para gays
y lesbianas por lo problemático de acompasar el
propio deseo sexual de la persona con las estructuras que ofrece la sociedad en la que habrá de
integrarse. Pero más allá de la situación general
de gays y lesbianas, menciona Monleón expresamente el plus de invisibilidad que afecta a las
lesbianas, que explica, en parte, “por la desigual
consolidación de la mujer en general dentro de los
estamentos de la sociedad y, por otra, por la paradoja que hace de la invisibilidad una suerte de
aislamiento benigno al amparo del cual muchas
lesbianas siguen su vida sin que se sepa la naturaleza real de sus relaciones”.
Ello explicaría la incipiente fase en que se
encuentra la producción de textos ligados a la
identidad lésbica en España, junto a la tardía entrada en escena de la mujer en el mundo de las
letras. Aun cuando su artículo no entra expresamente en el análisis de autoras u obras, menciona especialmente como escritora emblemática
española a Esther Tusquets, también escogida,
junto a Sylvia Molloy, Carme Riera y Cristina Peri
Rossi para su análisis crítico literario por Inmaculada Pertusa Seva (2005) en su libro sobre la salida del armario en literatura. En él Pertusa Seva
señala cómo estas narradoras, al ofrecernos la
representación de una serie de personajes lesbianos que se esfuerzan por romper el silencio y
la represión a la que están sometidos, han contribuido al desarrollo de un nuevo canon de la literatura lesbiana hispana. Un canon literario que
hace patente la existencia de una vivencia lesbiana particular que ha estado luchando por su
visibilidad. El silencio relacionado con la invisibili-
dad que experimenta la lesbiana va a originar la
creación del espacio del armario: un lugar cerrado que, precisamente por ser parte de la construcción de la identidad lesbiana, se opone a ser
destruido. También sobre Riera, Tusquets y Peri
Rossi versa el trabajo de la filóloga y crítica literaria María Jesús Fariña Busto (2006: 116), quien
señala que “la incorporación de las relaciones
lesbianas dentro de los universos ficcionales y la
‘salida del armario’ de escritoras ya reconocidas
colaboró a una normalización y dinamización imprescindibles”.
La crítica literaria feminista lesbiana en España tiene además otras dos insignes representantes como son Beatriz Suárez Briones y Mercedes
Bengoechea, para quienes el lesbianismo constituye una posición privilegiada para el análisis del
patriarcado, sobre todo en lo relativo al heterosexismo. La comprensión de la heterosexualidad
como una institución impuesta por una enorme
presión social, tal y como destacaron Wittig y
Rich, abrió la posibilidad de desaprender a ser
heterosexuales y entender la orientación sexual
como una opción. Para lograrlo, intentaron crear
un lenguaje y una cultura que primara ciertos valores más habitualmente ligados a lo femenino y,
por ende, desvalorizados.
Aunque éste es su punto de partida, Suárez
Briones (1997 y 2001) nos alerta acerca de romanticizar en exceso la identidad entre mujeres,
pues otras formas de diferencia –la clase social,
la raza, la nacionalidad, la edad, la religión etc–
empezaban a ser tenidas en cuenta en contra de
una universalización falsa de la identidad lesbiana: igual que se vio que no había una sola categoría de mujeres tampoco había una única posibilidad de ser lesbiana. Si la primera posición vino
representada por Rich y el continuum lesbiano, el
texto paradigmático de los años 80 –puntualiza
Suárez Briones– podría ser el de Gloria Anzaldúa
Borderlands/La Frontera (1987), donde el mestizaje y la ubicación en los márgenes se proclama-
ba como la posición del sujeto. Las “nuevas sacerdotisas de la posmodernidad lesbiana (léase
Fuss, Butler, Kosofsky Sedgwick)” proponían, por
un lado, que hay que ir más allá de la lógica binaria que suponen la jerarquía hombre/mujer –denunciada por la teoría feminista– y la jerarquía hetero/homo –cuestionada por la teoría lesbiana y
gay– para poder deconstruir estas jerarquías; por
otro, conscientes de estar empleando una lengua
doblemente opresora –por logocéntrica y heterosexista–, han buscado un lenguaje propio en el
que inscribir su propia experiencia.
Con esta tarea continúa Suárez Briones en
2004 en un estupendo relato de la interpretación
psicoanalítica del complejo de Edipo, y de su recomprensión feminista bajo las lentes de Dorothy
Dinnerstein (1977), de quien a su vez parte Nancy Chodorow (1984) en su archiconocido primer
trabajo. Dinnerstein comprueba que en todas las
sociedades conocidas son las mujeres las que se
ocupan primordialmente del cuidado de las criatu-
ras, y por tanto, en el principio de la vida está una
mujer. Esto engendra su asociación con todo lo
que es bienestar pero también refleja la dependencia del infante respecto de esa poderosa
fuente de vida para lo bueno y para lo malo. Esto,
en un contexto patriarcal, no ha sido bien asimilado por los hombres, que han efectuado un matricidio simbólico y han privado de poder a la madre 16 .
Las madres no sólo se mueven en un mundo
masculino que desvaloriza el estilo maternal. El
propio feminismo de la segunda ola comenzó con
el rechazo a las madres como figuras castradoras
que reproducían los tics patriarcales y no dejaban
16
Conviene recordar que Victoria Sau ya en 1979 habla
del primer amor femenino por las madres, de cómo eso
conduce a posibles lesbianismos, de cómo se encauza la
homosexualidad al igual que la heterosexualidad (p.6566), de la dimensión de poder de la maternidad cuando
deja de estar controlada por el otro sexo (p. 90), de la
forma en que el hombre es prescindible cuando no innecesario y de cómo la única relación importante sería la
de madre e hija (p.94).
crecer a las mujeres; este feminismo empezó, de
hecho, como una rebelión contra las madres: de
Beauvoir, Firestone... son a la sazón figuras señeras. Tanta desvalorización maternal llevó en
los años ochenta al extremo opuesto, y cuando
se perfiló la corriente de lo que se ha llamado “el
pensamiento de la diferencia sexual” se produjo
una revalorización de las madres, tanto en los
EEUU por parte del feminismo cultural (Osborne,
1993) como en Europa por parte del feminismo
de la diferencia francés primero, e italiano después (Posada, 1998).
En el dualismo cuerpo/espíritu mujer/hombre
el cuerpo es la materia, lo abyecto, lo oscuro, la
muerte: lo femenino, todo ello opuesto a las actividades del espíritu, lo inteligible, la vida, la civilización: lo masculino. Lo femenino, colocado en
un lugar precultural ha sido reinterpretado, en
tanto que afuera constitutivo, como lo que pone el
contrapunto ideológico al dominio de la lógica falogocéntrica a lo Lacan y Derrida: lo inconsciente,
lo desconocido sirve para de-construir al logos y
la lógica binaria que éste ha construido. El concepto de “diferencia” de Derrida es utilizado por
las feministas francesas así como el de “escritura
femenina”, “la escritura de lo no dicho por el lenguaje falogocéntrico” (Suárez Briones), un biolenguaje de la madre y lo femenino, que así impone la presencia de lo ausente por medio de
abrirse a la alteridad (1997: 78).
De alguna manera este feminismo, al haberle
dado la vuelta al principio fálico por un principio
materno, lo reivindica como el elemento civilizatorio, vincular, por medio de contraponer la lógica
de la oposición y la jerarquía a un principio de la
continuidad y la relación. Se vislumbra así un mundo más armonioso y pacífico, y más acorde con la
naturaleza benigna que hoy representa la mirada
ecofeminista.
En esa búsqueda de un lenguaje femenino
propio, Mercedes Bengoechea se pregunta si
existe una voz femenina distinta de la masculina:
su respuesta es rotundamente afirmativa, apelando a la necesidad de retomar (?) el orden simbólico de la madre. Para ello parte asimismo de
Rich y su definición del continuo lesbiano como el
orden nacido de mediaciones femeninas donde
reencontrar la relación perdida con la madre y
demás figuras femeninas. Mientras que Wittig
realizaba la crítica al psicoanálisis por representar
uno de los pilares de la straight mind –el sistema
institucional y político que es la heterosexualidad
(Briones, 2001)–, Bengoechea vuelve a la teoría
psicoanalítica en busca de un hilo conductor que
explique a las mujeres “su necesidad de mediación femenina para nombrar el mundo y a ellas
mismas” (1997: 80).
Si bien el primer objeto amoroso de todo infante es la madre –y en esto Chodorow, Sau,
Rich y otras se le han adelantado–, el patriarcado
no sólo se interpone sino que devalúa todo lo que
suene a femenino. Siguiendo estrechamente a
Irigaray, el “cuerpo a cuerpo con la madre” se
restablecería si logramos resistir al orden simbólico patriarcal, matricida por definición.
En 2004 continúa con la misma cuestión: frente a la matrofobia presente en algunos discursos
feministas, herederos inconscientes de ideologías
patriarcales de corte psicoanalítico, propone una
reinterpretación de la relación madre-hijo/a en línea con el discurso neomaternal feminista, siguiendo la estela de Chodorow y sobre todo del
pensamiento de la diferencia sexual (Irigaray, Muraro, Rivera): valorar la genealogía materna, el
estilo femenino de la relación frente a la separación inherente “al proceso de individuación masculina” (Bengoechea, 2004: 107). De este modo,
el estilo maternal de relación con los hijos debería
ser el modelo de relación social. Propone, en segundo lugar, promover el vínculo amoroso entre
mujeres, en sentido amplio –el “continuo lesbiano”– y en sentido restringido –“hablar la lengua
maternal cada vez que nos ‘derramemos’ en la
relación amorosa” (Ibid., 108).
En definitiva, nos hallamos ante una corriente
dentro del feminismo que conduce por la vía materna a la relación entre mujeres, a una feminización del mundo y a una lesbianización del mismo
como subtexto.
En el terreno de las ciencias sociales y sobre
lesbianas invisibilizadas versa la tesina de Carmen G. Hernández Ojeda (2005), quien analiza la
invisibilidad de las activistas lesbianas en la construcción de la memoria histórica del movimiento
lésbico, gay, transexual y bisexual (lgtb) español.
A través de entrevistas a históricos activistas de
dicho movimiento– Jordi Petit, Empar Pineda,
Beatriz Gimeno, Pedro Zerolo y Boti Rodrigo– y
del análisis de contenido de diversos ensayos, se
intenta responder a estas preguntas: ¿hubo lesbianas en el origen de la lucha de las minorías
sexuales o se incorporaron más tarde? Y si esto
es así: ¿constan en la narrativa histórica? ¿Y en
el imaginario lgtb? La investigación demuestra
que sí estuvieron en el origen y que apenas se
menciona su existencia. El estudio analiza por
qué siguen siendo invisibles en el relato de esa
Historia. La invisibilidad de las lesbianas se extiende de igual modo a las políticas de igualdad,
tema de la tesina de Raquel Platero (2004), quien
sostiene que los diferentes actores políticos construyen los problemas públicos en función de sus
propios marcos interpretativos. Su investigación
explora la representación de los problemas de
gays y lesbianas, así como la conformación de la
agenda política, orientada primero hacia las parejas de hecho y más tarde hacia el matrimonio
homosexual. Las políticas públicas de igualdad
son analizadas con detenimiento para mostrar
que las lesbianas no son representadas como
mujeres con las excepciones que se indican.
En suma, la andadura de las lesbianas organizadas como movimiento ha oscilado entre el
acercamiento y el alejamiento alternativo al movimiento gay y al movimiento feminista. En estos
encuentros y desencuentros cuestiones de misoginia e invisibilización de las lesbianas son problemas generales que también han tenido lugar
en el seno de la comunidad gay. Pero el feminismo ha intentado igualmente invisibilizar el discurso de las lesbianas en aras de una buena imagen
que no hipersexualizara al movimiento. Aunque
asuntos centrales relativos a la interconexión entre sexo, género, identidad, sujeto, ciudadanía,
dualismos jerarquizados homo/hetero, entre
otros, han removido los cimientos de las posiciones feministas, ello no se ha traducido en el correspondiente reconocimiento a la comunidad
lesbiana por la importancia de este cuestionamiento. Los debates intra-lesbianas también tienen su protagonismo en torno a cuestiones de
identidad, de la forja de alianzas y de las prioridades políticas. Con la entrada del milenio han
proliferado los discursos desde las posiciones
queer, como crítica minoritaria a las posiciones
“asimilacionistas” representadas por la lucha por
la igualdad legal entre la comunidad homosexual
y la más amplia sociedad heterosexual. Finalmente, aunque en los últimos años hemos visto la
multiplicación de tesis doctorales y publicaciones
por parte de lesbianas, falta una mínima institucionalización de los estudios gay, lésbicos y
queer, auténtica asignatura pendiente.
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