Desde el mismo momento en que la vi entrar por la

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Desde el mismo momento en que la vi entrar por la puerta, olí los problemas. Tiempo mas tarde
descubrí que no eran problemas, sino mi desodorante que había querido seguir el ejemplo de mi
mujer y me había abandonado, pero ya era tarde para lamentarse. Ella tenia las piernas largas como
un día sin whisky, y el pelo rizado y negro como... como... como alguna metáfora parecida. El caso
que me propuso no era nada del otro mundo, quería saber si su marido se la pegaba. Quise
ofrecerme para que la chica se tomara la revancha aun antes de saber si era verdad o no, pero el
bulto que asomaba por entre las medias de la chica me recomendaba el abstenerme. También mas
tarde, supe que ese bulto era un Mágnum del 45, pero la chica en ese momento no quiso anticipar la
sorpresa. Me dejó un sobre sobre la mesa del despacho, lleno de billetes. “Para gastos” tenia escrito
con sexy caligrafía (si, la caligrafía puede llegar a ser sexy), y por “gastos” yo de siempre he
entendido “para whisky o cualquier vicio similar”. Decidí empezar mi investigación, como es
natural, por el bar de McFlurry. El dueño, nada mas verme me saludó con su mas cálido “¡Fuera de
aquí hasta que no liquides tu cuenta!”, pero al verme sacar billetes, su típica sonrisa de dientes
negros se convirtió en una sonrisa de dientes negros, pero un poco más feliz. Empecé mis pesquisas
en el fondo de los vasos de aquel bar, pero lamentablemente no encontré nada de utilidad. Horas
mas tarde, y siguiendo mi olfato de sabueso, me encontré con una pista importante cuando vi entrar
por la puerta a la chica en cuestión, diciendo que ya había resuelto el caso, y que necesitaba de mi
ayuda esa misma noche. Ella había descubierto que su marido había rentado un pisito donde llevaba
sus ligues, y quería que le ayudara a tenderle una trampa. Ella le sacaría una confesión completa, y
yo seria testigo escondido en un armario. No podía negarme, supuse que seria la oportunidad
perfecta para que cayera en mis brazos una afligida y bella mujer.
Mientras estaba metido en aquel angosto armario, tuve tiempo de pensar que no era tan buena idea
haberle seguido el juego. El primer indicio que tuve de que aquella trampa era para mi, era el
cadáver del marido que estaba colgado de una percha, entre un bisón y una estupenda gabardina. El
segundo indicio fue la misma chica, cogida del brazo de un agente de la ley y señalándome con el
dedo, diciendo que yo había matado a su amado marido. Supongo que yo mismo me lo había
buscado, fijándome mas en sus piernas que en su Mágnum del 45.
En fin, en la cárcel tampoco se esta tan mal. Sigo sin whisky, sin tabaco, pero por lo menos, en las
duchas se pueden hacer amigos.
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