Historia de una fundación Eduardo Toche Medrano Un 22 de mayo de 1896 el gobierno de Piérola emitió una resolución suprema disponiendo que la Sociedad de Agricultura y Minería se reorganizara en tres cuerpos diferentes: uno que reuniera a los propietarios agrícolas, otro a los mineros y un tercero a los industriales. De este último nacería la SNI el 12 de junio de ese mismo año, procediendo a elegir su primera junta directiva el 19 de agosto. No fue una sorpresa que el Ejecutivo auspiciara de alguna forma la organización de interlocutores sociales. En la última década del siglo pasado había tenido lugar un intenso debate sobre los rumbos que debía tomar la economía. La necesidad de contar con la presencia de entidades capaces de proponer diversas perspectivas a los distintos sectores se había hecho evidente. Pero si no era extraño que el mandato involucrara a agricultores y mineros, ya que nuestra economía siempre descansó en esos pilares, sí llamaba la atención la aparición junto a ellos de un sector industrial. El «fin de siglo» peruano Comencemos, entonces, por tratar de explicarnos la decisión gubernamental. Por esos años la reconstrucción del país, luego de los catastróficos setenta, era todavía una cuestión prioritaria. La desocupación chilena había ocurrido hacía ya una década, pero diversas circunstancias impidieron que se enrumbara decididamente. Recordemos que a mediados de los ochenta nadie dudaba del papel que debían desempeñar la actividad primarioexportadora y el capital extranjero en la recuperación económica. Esa suerte de consenso general es lo que condujo precisamente a la suscripción, en 1884, del Contrato Grace, que fue la gran señal que enviamos al mundo para ganarnos nuevamente su confianza y, sobre todo, sus necesitados préstamos. Débil y expuesto, el esquema abortó pronto, por causas ajenas a las premisas peruanas. El Pánico Baring - nombre de la gran casa inglesa cuyos préstamos a la Argentina no fueron retribuidos - cerró el flujo de capitales europeos hacia Sudamérica y nos quedamos, como otras veces, sin poder contraer nuevas deudas. Por si fuera poco, hacia 1887 empezó la crisis de la plata, que, junto con disminuir el interés en inversiones mineras directas, produjo inestabilidad monetaria y recesión comercial en países que, como el Perú, seguían rigiéndose por ese patrón. En suma, desde comienzos de los noventa se nos planteó un gran reto: ahora debíamos organizar, financiar y controlar localmente nuestra expansión económica. Desco / Revista Quehacer Nº 100 /Mar-Abr 1996 Lo acontecido luego es, sin duda alguna, todo un laboratorio histórico que el liberal a ultranza debiera estudiar. El Perú, según Thorp y Bertram, fue durante ese lapso (18901900 aproximadamente) el país de más rápido crecimiento económico en Latinoamérica, cuya fuerza impulsora radicó en las exportaciones. Las causas casi pueden deducirse de los factores expuestos líneas arriba: al caer el precio de la plata se depreció el tipo de cambio, permitiendo la formación de una masa importante de dinero disponible para la inversión que contribuyó a una notable diversificación del sector exportador, con fuertes efectos de demanda y que dejó además un remanente que pudo destinarse al crecimiento de otros sectores: básicamente industria, servicios y finanzas. Esto explica el inicio de una industrialización temprana que se vio además favorecida por un segundo factor: la existencia de una protección de hecho a la producción para el mercado interno, como efecto de los tributos que tenían que pagar obligadamente las importaciones, única fuente de rentas de que disponía el Estado en aquel entonces. Pero la cuestión no era tan simple y, pese a las circunstancias propicias, hacer industria no fue fácil. Industrias y medios financieros escasos ¿Estaban disponibles todos los factores de producción para los industriales? Podemos afirmar que el factor mano de obra no debió representar mayor problema, pues la envergadura de la experiencia industrial que comentamos no era de proporciones tales que acarreara desplazamientos demográficos importantes o, a falta de éstos, la búsqueda de alternativas, por ejemplo, en la inmigración extranjera. No es mucho más lo que se puede asegurar sobre este punto por falta de información suficiente, cuantitativa y cualitativa, relativa al adiestramieno de la nueva fuerza de trabajo. Si, hasta donde se sabe, este factor resulta pues desdeñable en cuanto a las dificultades que eventualmente pudo ocasionar al proceso de industrialización, no pasa lo mismo con el factor financiamiento. Empecemos por los bancos. Desde 1887, al erradicarse el despreciable papel moneda, la actividad bancaria empezó a consolidarse aunque mostrando en el camino «cuellos de botella» que impedirían un adecuado servicio. Alfonso Quiroz afirma que el repunte bancario estuvo asociado al comercio externo, al que se ofrecían créditos ventajosos en comparación con los disponibles para la industria y la minería, consideradas, ambas, actividades de alto riesgo. Lo mismo puede decirse de las alternativas al sistema bancario, como las casas comerciales, que privilegiaban obviamente la acreencia de sus clientes minoristas, la actividad exportadora y los créditos al gobierno. Es decir, la disponibilidad de crédito, lejos de expandirse y diversificarse, permaneció centralizada en rubros muy específicos de garantizada rentabilidad. Tal vez ésta fue la principal razón que movió a la colonia italiana a fundar su propio banco en 1889. Bardella así lo asegura cuando afirma que (los italianos) consideraron «... establecer un mayor contacto con la Madre Patria y tratar de orientar hacia ella las Desco / Revista Quehacer Nº 100 /Mar-Abr 1996 operaciones de cambio de y hacia el extranjero que hasta ese momento se habían apoyado siempre sobre bancos de Londres y París». Los nuevos espacios de maniobra abiertos por esta iniciativa deberían haber incidido a favor de la industria, ya que los italianos tenían gran presencia en estas empresas aurorales. Sin embargo, el comportamiento del Banco Italiano no fue muy distinto al de sus pares y, al igual que ellos, no pudo superar las determinaciones que le imponía la estrechez del medio. Como señala Bardella, la devaluación constante, que era el correlato de la vigencia del patrón plata, afectaba la actividad bancaria al reducirse «... los saldos de sus depósitos en soles como resultado de la decisión de sus titulares de convertirlos en libras esterlinas o en otras divisas basadas en el oro...». Al acentuarse simultáneamente la presión de los sectores industriales y comerciales por obtener crédito, los bancos, dados los problemas de liquidez, se veían obligados a rechazar las solicitudes y aumentar las tasas de interés. Sin embargo, la sequía bancaria tuvo sus excepciones. Aquellas industrias que nacieron integradas a grupos empresariales diversificados no tuvieron problemas de acceso al sistema financiero, sobre todo porque, como señala Quiroz, la regla de estos conglomerados era establecerse en aquellos rubros en los que no había competencia extranjera, lo que les hacía menos difícil obtener crédito externo. Tanto menos difícil puesto que ofertaban un producto con alto grado de protección y asegurado por un régimen de tarifas únicas: fue el caso, por ejemplo, de la compañía de electricidad, de propiedad de la familia Prado. Por lo demás, como sucedió más adelante con esta misma familia, estos grupos empresariales crearon sus propios bancos, y aseguraron de esa manera la oferta de crédito. Pero las oportunidades de crédito no se agotaban en la disponibilidad de la banca y de las casas comerciales. Hubo otros medios. El recurso a la fortuna familiar fue uno de ellos. Es el caso de los Prado y Ugarteche, quienes una vez establecida la alianza matrimonial con los Peña y Costas, poseedores de tierras ganaderas en Puno, reconvirtieron la fortuna familiar orientándola hacia la industria. Otro mecanismo fue la emisión de bonos, también utilizado por los Prado. Frente a esta cúspide industrial, la otra cara de la moneda la mostraban los pequeños industriales, que elaboraban principalmente productos comestibles. Sabemos que la escala de su economía les impedía ser sujetos de crédito, aun cuando eran manifiestas sus posibilidades de crecimiento a juzgar por la composición de los bienes importados, muchos de los cuales se fabricaban localmente pero sin alcanzar a cubrir la demanda. En resumen, puede decirse que la industrialización, tal como se dio a finales del siglo XIX, fue bastante centralizada y generó una marcada diferenciación entre los empresarios; situación que se vio fortalecida por la naturaleza del crédito ofrecido. Mucha audacia y poco conocimiento Un tercer factor: el manejo de los negocios. En primer lugar, el crecimiento de los años noventa no se produjo desde la nada. Por supuesto que hubo establecimientos industriales previos que proporcionaron no poca información para el proceso que comentamos. Luis Esteves, por ejemplo, vio con inmensa simpatía la instalación de la Fábrica de Tejidos de Desco / Revista Quehacer Nº 100 /Mar-Abr 1996 Vitarte del señor López Aldana porque, además de los beneficios que le iba a representar a su propietario, «... en el porvenir valdrá muchos millones para el Perú ...», ya que si bien iría a provocar menores ingresos arancelarios, éstos no equivaldrían ni a «... la quinta parte de los 600 mil soles que han quedado a favor de nuestra balanza mercantil...». Sin embargo, la fábrica de López Aldana, con la de Garmendia en el Cusco y otras menores diseminadas en el territorio nacional, eran las excepciones nacionales en la actividad industrial de los años ochenta: las principales usinas por ese entonces estaban en manos extranjeras; por ejemplo, la fábrica de galletas de Arturo Field y las cerveceras de Aloise Kieffer en el Callao y la de Backus y Johnston en Lima. La presencia extranjera en esta especie de «proto- industrialización» peruana evidencia que gran parte del know how corrió a cuenta de los foráneos. Sin embargo, queda constancia de que el elemento nativo no fue ajeno a aquellos experimentos, aunque resulte ilustrativo señalar que la fábrica de Vitarte, por ejemplo, ya no era para 1890 la gran esperanza que había vaticinado Esteves sólo ocho años antes: para entonces los dueños eran capitalistas británicos. Esta tendencia continuó durante los años noventa. Bonfiglio identifica 106 fábricas creadas entre 1880 y 1925, de las cuales 75 pertenecían a extranjeros (45 italianos, 13 ingleses, 12 europeos y 5 asiáticos) y esta estructura de la propiedad se reflejará claramente en la composición inicial de la Sociedad Nacional de Industrias, de cuyos 76 socios fundadores 42 eran extranjeros (25 italianos, 13 ingleses y 4 españoles). Frente a tal panorama, los nacionales que aspiraban a empresas de envergadura se plantearon como cuestión estratégica la alianza con los inmigrantes: tales sociedades ofrecían, sin duda, mejores oportunidades de financiamiento y, también, técnica y capacidad empresarial. Fue lo que ocurrió con el Grupo Prado. En 1889 el italiano Bartolomé Boggio y el norteamericano Enrique Price fundan la Fábrica de Tejidos Santa Catalina. Un año después los socios deciden expandir la empresa y aparecen en la escena los Peña y Costas y los Prado y Ugarteche. El resultado fue que el control de la empresa pasó a los nuevos asociados, quedando Boggio en minoría y Price fuera. Los tres socios hacen crecer su empresa y la diversifican al crear la compañía de electricidad. En 1900 independizan ambos negocios y forman la Sociedad Industrial Santa Catalina, permitiendo el ingreso de tres socios, todos italianos: Juan Francisco Raffo, Leopoldo Bracale y Tulio Turchi. Mientras tanto, en la empresa eléctrica sucede algo semejante: la sociedad original se queda con el 70% de las acciones; el 30% restante lo suscriben siete socios italianos. Si, como se desprende de lo anterior, los extranjeros poseían ventajas manifiestas en la materia, ¿cuál era entonces el perfil del empresario peruano? Felipe Portocarrero tiene algunas respuestas sintomáticas y tal vez generalizables. En este caso, la atención se centra en Mariano Ignacio Prado, el empresario de la familia. Personaje formado en el colegio de los jesuitas y en San Marcos, hizo su carrera en Letras para luego ejercer las cátedras de Historia del Perú y Derecho Penal. Posteriormente fue diputado y Desco / Revista Quehacer Nº 100 /Mar-Abr 1996 presidente de las comisiones de Hacienda, Legislación y Presupuesto. En el desempeño de esos cargos tendría ocasión de exponer sus opiniones sobre el crédito público. Como puede verse, ningún rasgo de su biografía incide en preocupaciones inherentes a la industria, así que su éxito debe tener otras explicaciones. Al parecer Mariano Prado fue una persona audaz para intuir el lugar exacto de sus inversiones y multiplicar sus relaciones interpersonales. Así, armado de su olfato y actuando con rápidos golpes de timón, evitó naufragar luego que las condiciones cambiaron, al finalizar el siglo XIX, cuando llegó a su fin esta experiencia temprana de industrialización. Para pensar hoy Hoy, a la distancia, podemos advertir que una serie de circunstancias independientes entre sí, y no una deliberada política, fue lo que condujo a la aparición de un marco propicio para formular la creación de la Sociedad Nacional de Industrias. Pero así como las industrias un buen día empezaron a multiplicarse, así también ocurrió que otro día el cambio del patrón monetario por el oro y el declinar de las exportaciones en el umbral del presente siglo esfumaron los precios relativos favorables, sin que los industriales hubiesen logrado consolidar un poderoso grupo de presión capaz de exigir la intervención estatal, única y justificada manera de evitar la reducción del sector a una escala muchísimo menor que la mostrada hasta ese momento. A la luz de los hechos, es obvio que la industrialización peruana, ayer como hoy, es un proceso sumamente frágil, desarrollado en un contexto desfavorable y en donde sólo queda la expectativa de utilizar rápida y eficientemente algún factor positivo que aparece de manera fugaz. Es decir, no hay fórmulas universales para definir a este sector y, por ende, no es la simple regla del mercado la piedra de toque que establece su competitividad. En ese sentido, muchas de las prácticas que, sin un profundo conocimiento de causa, se ha pretendido degradar con el estigma del «mercantilismo», la historia está en el perfecto derecho de rescatarlas más bien como actitudes capitalistas eficientes, dado el ambiente adverso en que les tocó desenvolverse. Desco / Revista Quehacer Nº 100 /Mar-Abr 1996