¿SABÍAS QUE…? A bordo del Theseus, el buque insignia, el contraalmirante Horacio Nelson oteó la bahía. La isla de Tenerife se recortaba unas pocas millas más allá. El más prestigioso marino de la Royal Navy, la mejor armada que jamás había surcado los mares, se dolía por su primera y la que sería única derrota de su deslumbrante carrera; se dolía tanto o más que del brazo derecho, cuya mitad inferior había perdido en la recién terminada batalla después de que lo alcanzase un cañonazo español. Pero su orgullo herido no le restó nada de su cortesía. En la intimidad de su camarote escribió: “No puedo separarme de esta isla sin dar a vuestra excelencia las más sinceras gracias por su fina atención para conmigo y por la humanidad que ha manifestado con los heridos nuestros que estuvieron en su poder o bajo su cuidado y por la generosidad que tuvo con todos los que desembarcaron, lo que no dejaré de hacer presente a mi Soberano”. El receptor de la misiva era el comandante general de las Islas Canarias y se llamaba Antonio Gutiérrez de Otero. Era un marino nacido en Aranda de Duero (Burgos) en 1729 y demostró tanta educación como el inglés cuando, sin hacer alarde alguno de la defensa de Tenerife, en la que había exhibido una inteligencia estratégica sublime, respondió de su puño y letra: “Con mucho gusto he recibido la muy apreciable de vuestra señoría, efecto de su generosidad y buen modo de pensar, pues de mi parte considero que ningún lauro merece el hombre que sólo cumple con lo que la humanidad le dicta, y a esto se reduce lo que yo he hecho para con los heridos y para los que desembarcaron, a quienes debo de considerar como hermanos desde el instante que concluyó el combate. Si en el estado a que ha conducido a vuestra señoría la siempre incierta suerte de la guerra, pudiese yo, o cualquiera de los efectos que esta isla produce, serle de alguna utilidad o alivio, ésta sería para mí una verdadera complacencia y espero admitirá vuestra señoría un par de limetones de vino, que creo no sea de lo peor que produce. Seráme de mucha satisfacción tratar personalmente cuando las circunstancias lo permitan (...) y entre tanto ruego a Dios guarde su vida por largos y felices años”. Nelson se retiró de las Canarias rumbo a Cádiz, donde entregaría el parte de la victoria española, tal y como le había prometido al general burgalés. Desde entonces y hasta su muerte en Trafalgar, Nelson salió victorioso del resto de contiendas que tuvo, incluida la del famoso cabo gaditano de Trafalgar. El general arandino recibió por la insólita victoria la Encomienda de Esparragal de la Orden de Alcántara por orden del propio rey de España. Estos hechos sucedieron a finales del mes de julio de 1797. Los ingleses merodeaban Cádiz, demasiado blindada para la flota británica que aquel verano navegaba cerca de las costas españolas. Buscaban un golpe de efecto que les llenara de moral. Y se les presentó, casualmente, al enterarse de que una flota de barcos españoles procedente de América y con las bodegas repletas de oro había decidido eludir Cádiz, su destino originario y llegar con sus tesoros a Tenerife. Nelson se puso al frente de la misión. Salió rumbo a la isla canaria con una flota de ocho buques con 400 cañones y 3.700 hombres armados. Pero en Tenerife les esperaba un hombre con un largo y brillante historial militar. Un general que ya sabía lo que era derrotar a los ingleses. Les había vencido antes en las Malvinas y en Menorca. Aunque ahora se hallaba en clara desventaja: contaba con sólo 1.700 hombres y 90 cañones. Nada en comparación con la flota británica. El 20 de julio, Nelson advirtió por carta al burgalés de sus intenciones: “Tengo el honor de informarle que he venido a exigir la inmediata entrega del navío “Príncipe de Asturias”, procedente de Manila y con destino a Cádiz, perteneciente a la Compañía de Filipinas, junto a su entero y completo cargamento y así mismo todos aquellos cargamentos y propiedades que hayan podido ser desembarcadas en la isla de Tenerife, y que no sean para el consumo de sus habitantes. Y, siendo mi ardiente deseo que ni uno sólo de los habitantes de la isla de Tenerife sufra como consecuencia de mi petición, ofrezco los términos más honrosos y liberales, que si son rechazados, los horrores de la guerra que recaerán sobre los habitantes de Tenerife deberán ser imputados por el mundo a vos y a vos únicamente; pues destruiré Santa Cruz y las demás poblaciones de la isla por medio de un bombardeo, exigiendo una muy pesada contribución a la isla”. El ataque se produjo entre el 21 y el 22 de julio. Las fuertes corrientes se aliaron con los españoles porque impidieron a las fragatas acercarse a menos de una milla de la costa, lo que permitió poner en alerta a los atacados. El General Gutiérrez dispuso fuerzas en un punto estratégico de la isla en el que preveía que desembarcarían los ingleses. Acertó, repeliendo el ataque, haciendo numerosas capturas y obligando a los asaltantes a huir. El día 23 hubo fuego cruzado durante horas. Gutiérrez dio orden de desplegar sus fuerzas por todos lados, lo que produjo en los ingleses la sensación de que los defensores de la isla eran muy numerosos. Nelson reconoció su fracaso de aquellos días de asedio pero no se arredró y decidió capitanear él mismo el que creía sería el ataque definitivo. Y escribió a sus mandos: “Tomaré el mando de todas las fuerzas destinadas a desembarcar bajo fuego de las baterías de la ciudad y mañana probablemente será coronada mi cabeza con laureles o con cipreses”. ¡Que equivocado estaba!. Nelson fue valiente, pero se dejó llevar demasiado por su ardor guerrero. Fue un ataque suicida e irresponsable que le reportó una durísima derrota y le dejó manco de un brazo. La batalla se desarrolló en cinco frentes y los ingleses se vieron sorprendidos en todos, padeciendo un infierno de metralla. Aunque hubo desembarco británico, nada pudieron hacer los atacantes salvo entregarse. Nelson fue alcanzando por un cañón llamado "Tigre", fundido en Sevilla en 1768 y que hoy es una de las piezas más sugerentes y veneradas del Museo Regional Militar de Canarias, en Tenerife. El día 25 se confirmó la humillante derrota de Nelson, a quien el cirujano ya había amputado la parte inferior del brazo. Un buque, el “Fox”, hundido, 44 muertos, 123 heridos, 177 ahogados y 5 desaparecidos fue el saldo del fracaso inglés. De parte española, las bajas fueron 22. Los ingleses se retiraron al día siguiente rindiendo homenaje a sus caídos con 25 cañonazos y arriando las banderas. Humilde y justo, el general Antonio Gutiérrez de Otero pidió a la Corona recompensas para sus más valerosos hombres. El burgalés fue ascendido por Carlos IV y recibió la Encomienda de Esparragal de la Orden de Alcántara. Disfrutó poco de aquellos reconocimientos, ya que el 22 de abril de 1799 falleció el único hombre que derrotó al invencible Nelson yéndose derechito a la gloria. Aurora Hernández Bringas