LA NOVELA DE POSGUERRA: AÑOS 40, 50, 60 Y PRINCIPIOS DEL 70 1. INTRODUCCIÓN Al término de la contienda civil española (1939) la entrada de la dictadura falangista supuso la implantación de un nuevo entramado no sólo político e ideológico, sino también estético, donde se revisó la labor del artista y la censura se convierte en norma estética. A este hecho que ya de por sí cohibió la libertad de los artistas, y que provocó el exilio forzado de muchos escritores que apoyaron la República (Ramón Pérez de Ayala, Francisco Ayala, Ramón J. Sénder), se unió la muerte de numerosos escritores que habían sido un verdadero referente literario, como Unamuno, Antonio Machado, Valle-Inclán o Federico García Lorca. Por eso, la desorientación cultural de los primeros años de la posguerra fue muy acusada en todos los géneros literarios, y explica que la narrativa en esta época se caracterizara por la búsqueda, por el enfoque existencialista de la vida cotidiana, basado en la tristeza y en la frustración, la soledad, la inadaptación y la muerte. Pero a la altura de años 50, se percibe un cambio de actitud en los narradores, fundamentado en el compromiso y en la denuncia de la sociedad en que se vive: el realismo social. Sin embargo, en la década de los 60, el realismo da síntomas de agotamiento, y los nuevos escritores, si bien no renuncian a la denuncia social, focalizarán sus escritos ante todo en la vertiente estética: una narrativa experimental que aspira a renovar el lenguaje, la estructura y los recursos técnicos narrativos. Unos postulados estos que se intensificarán en la década siguiente, ampliando sus temas (cine, el cómic, etc.) y absorbiendo técnicas y lenguajes de otras artes como el cine. Bajo estas tendencias, existencialismo, realismo social y narrativa experimental vamos a abordar la narrativa de las décadas 40, 50, 60 y principios de los 70, atendiendo a sus autores y obras más significativas. 2. 1940: LA NOVELA EXISTENCIALISTA La novela existencial, que se preocupa de la existencia del hombre contemporáneo en aquellas situaciones extremas que ponen a prueba la condición humana, tuvo su punto de partida con la obra de Camilo J. Cela, La familia de Pascual Duarte (1942). Con un gran componente de tremendismo, la novela gira en torno a las memorias de un condenado a muerte que trata de explicar sus crímenes como consecuencia del ambiente social en que vive y de la brutalidad irracional que domina en su conducta. A ella, le siguió la obra Nada (1945), de Carmen Laforet, que intentó mostrar la Barcelona de principios de los 40, marcado por un ambiente sórdido de mezquindad, de ilusiones fracasadas, una realidad cotidiana irrespirable descrita con un estilo desnudo y un tono desesperadamente triste. Una línea esta, la de la tristeza y la frustración que también describió Miguel Delibes en su primera novela, La sombra del ciprés es alargada (1947). 3. LA DÉCADA DE LOS 50: EL REALISMO SOCIAL En los primeros años de los 50, los narradores españoles se percataron de que el tono existencial en el campo narrativo no era una óptica suficiente para reflejar la época: hacía falta denunciar la situación social del hombre para que éste tomara conciencia de ella. Se trata de un arte comprometido, de orientación social y de contenido político que pretende ante todo transformar el mundo: se inaugura lo que se ha venido en llamarse como realismo social. El realismo social en la novela se caracterizó, en cuanto a la técnica y al estilo por: —La predilección de una estructura sencilla, lineal; a excepción de obras como La Colmena, que es fragmentada. —La preferencia de un personaje colectivo. —Un enfoque objetivista de la realidad. —La importancia del diálogo para ofrecer una gran variedad de registros. —Un lenguaje desnudo, sencillo, directo, como si se tratase de de una crónica periodística. —Una acción concentrada en un corto espacio de tiempo, a veces de un sólo día. Bajo estas coordenadas, se situaron obras como La colmena (1951), de Camilo J. Cela, novela colectiva de estructura fragmentada, que ambientó en el Madrid de posguerra —pero que pretendía representar la España de 1950—, cuya unidad reside en el ambiente de miseria en que viven todos sus protagonistas, como también lo hicieran, pero desde la ciudad de Barcelona, Luis Romero con La noria (1951), y Juan Goytisolo en Fiestas y La última resaca. No faltarán en esta época otras ópticas y miradas críticas para dar testimonio de otras realidades, además de la urbana, como la miserable vida del campo castellano, un lugar de lucha y sufrimiento: El camino, de Miguel Delibes, y Los bravos, de Jesús Fernández Santos; o el ocio y la vida banal de los burgueses que se presenta como una clase social falta de ilusiones, como El Jarama, de Rafael Sánchez Ferlosio, o los numerosos relatos de Ignacio Aldecoa, como El fulgor y la sangre. Todos ellos, aunque con una solución literaria distinta, aportaron un afán de compromiso con la realidad que les rodeaba, una solidaridad con los sufrimientos humanos, sobre todo con las clases más humildes. 1960: la novela experimental Entrados los 60, la novela realista empieza a dar síntomas de agotamiento y se produce un progresivo desplazamiento hacia nuevos modos expresivos que, por realizar un especial hincapié en la renovación de la estructura, forma, lenguaje y estilo, ha recibido la denominación de literatura experimental. Esto no significa un completo abandono por el propósito social del periodo anterior, pero sí un claro alejamiento por la concepción de la literatura como arma directa de lucha política. Las características más relevantes de la novelística de esta época son: —La trama narrativa pierde importancia, el argumento se difumina, la acción es mínima, mezclándose sucesos verosímiles con otros imaginarios o fantásticos. —Se reduce el número de personajes secundarios y el protagonista es el centro de la novela. —Se evita el relato lineal y el tiempo novelesco da continuos saltos hacia el pasado (analepsis) y hacia el futuro (prolepsis). —La estructura está a veces pensada para crear una sensación de laberinto textual, por el que el lector ha de transitar. —Se experimenta con el empleo de las voces narrativas y en el fluctuante punto de vista que adoptan los relatos. —El lenguaje se complica mediante todo tipo de procedimientos: léxico rebuscado, rupturas sintácticas, oraciones largas y complejas, que alternan con otras también breves, casi telegráficas, y un lenguaje coloquial y aun vulgar. —Los recursos técnicos son muy variados: el discurso indirecto libre, el monólogo interior, descripciones, diálogos, supresión de los signos de puntuación, del concepto de capítulo por fragmentos de texto separados por espacios en blanco; incluso, como en las vanguardias, podemos encontrar caligramas, dibujos, grabados; y, finalmente, técnicas de construcción propias de la novela contemporánea como el contrapunto o el flujo de conciencias. En ese sentido, la novela que inaugura esta forma de narrar fue Tiempo de silencio, de Luis Martín-Santos (1962), una obra que rompe tanto con la estructura novelesca tradicional, al hilar una trama fragmentaria, como con el punto de vista narrativo, pues frente al objetivismo del periodo anterior, Martín-Santos revela que ya no se puede narrar sino desde un enfoque subjetivo. En ella, narra la sórdida realidad del mundo de las chabolas, los burdeles, las cárceles, como ácida crítica a la miserable sociedad española. En esa misma línea experimental, se situó Juan Goytosolo con Señas de identidad (1966), donde el autor se sumerge en la conciencia de su protagonista, quien al buscar su identidad, sondea desde ella el ser de España. El resultado será una completa ruptura de ese personaje con su país y con la civilización occidental en general. Y todo ello lo realiza el autor inundando la novela con diferentes personas narrativas, con una deliberada ruptura con las normas de puntuación, superposición de planos temporales, continuos saltos hacia el pasado, elipsis, acciones contrapuntadas, etc. LOS PRIMEROS AÑOS DE LOS 70 Qué duda cabe que la década de los 60 fue un soplo de aire fresco y renovador para la novela española, pero no es menos cierto que durante esa etapa todavía había escritores que presentaron una dura resistencia con los planteamientos realistas. Sin embargo, puede decirse que a finales de los 60 la balanza se inclinó por la experimentación y que realismo en la novela era ya una estética más que acabada. Por eso en los inicios de los 70 la experimentación en la novela comienza a consolidarse y conciliará a los autores de estéticas anteriores que aún perviven con calidad literaria en las escena literaria (Miguel Delibes, Los santos inocentes), con los autores de la novela experimental (Juan Benet, Una meditación; y Juan Marsé, Si te dicen que caí), con otros más jóvenes que irrumpen con gran fuerza en este género, como Francisco Umbral, Las ninfas; Terence Moix, El año en que murió Marilyn; o Eduardo Mendoza con La verdad sobre el caso Savolta (1974)