INSEMINACIÓN ARTIFICIAL, FECUNDACIÓN «IN VITRO» Y

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HENRI WATTIAUX
INSEMINACIÓN ARTIFICIAL, FECUNDACIÓN
«IN VITRO» Y TRASPLANTE DE EMBRIÓN
Hechos recientes de los que se han hecho eco los medios de comunicación social,
suscitan preguntas acerca de la investigación y de la práctica médica en lo que se
refiere a los inicios de la vida humana. Toda la prensa habló en 1980 de la creación,
por un millonario americano, de un banco de esperma en el que los donantes serían
premios Nobel de ciencia. Desde entonces se han publicado fotos de bebés, descritos
como genios en ciernes, dados a luz por mujeres de inteligencia comprobada
científicamente, antes de ser inseminadas. La prensa, sobre todo la anglosajona, ha
hablado mucho, recientemente, de una práctica que en los EE.UU. se está extendiendo:
los nacimientos por madres sustitutas (surrogate mothers). Mujeres casadas,
físicamente incapaces de concebir la vida, alquilan (con el consentimiento de su
marido) los servicios de una «madre portadora». Esta, por el esperma del marido, lleva
a término el embarazo y es retribuida con una cantidad entre diez mil y trece mil
dólares. Unos cien niños han nacido ya así y serán unos quinientos a final de 1983.
Toda esta realidad plantea problemas, a los que se intenta responder en este artículo.
Insémination artificielle, fécondation «in vitro» et transplantion embryonnaire, Esprit et
Vie, 93 (1983) 353-364
HECHOS Y PROBLEMÁTICA
La inseminación artificial
Últimamente se han puesto de actualidad los problemas de la inseminación artificial
humana y en particular la inseminación por donante exterior a la pareja (I.A.D.) en los
casos de esterilidad masculina (distinta de la I.A.H., homóloga, que es con el esperma
del marido). En los EE.UU. se ha pasado de 10.000 niños nacidos por I.A.D. en 1978, a
25.000 en 1979. En Francia se realizan entre 2.000 y 2.500 inseminaciones artificiales al
año.
Estas posibilidades de las ciencias biomédicas afectan no sólo al poder del hombre
sobre la vida, sino también al sentido de la sexualidad, a la pareja humana, al
matrimonio y a la familia; a la ética de la maternidad y de la paternidad; a la
responsabilidad médica y a los poderes públicos relacionados con los aspectos jurídicos
del problema.
La fecundación "in vitro"
Después del nacimiento de Louis Brown el 25 julio 1978, han nacido por este
procedimiento decenas de niños en Australia, Austria, EE.UU. e Inglaterra. Esta técnica
puede dar una esperanza de maternidad a ciertas mujeres que sufren de una obstrucción
de las trompas uterinas y, debido a esa impermeabilidad, no puede tener lugar el
encuentro del espermatozoide con el óvulo.
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Teóricamente la fecundación "in vitro" es simple. En el momento en que la ovulación es
inminente (sea de ;modo natural o estimulada por hormonas específicas), bajo los
efectos de anestesia general se introduce una aguja especial guiada por un aparato
óptico que permite la visión directa del ovario. Por esa aguja se aspiran uno o varios
óvulos. Cuatro horas después el óvulo es inseminado "in vitro" con los espermatozoides
del marido y, ya fecundado, se le cultiva en tubo de ensayo durante dos o tres días.
Cuando ya cuenta con cuatro u ocho células, se realiza la implantación: el huevo es
colocado en el útero materno por las vías naturales. Es la fase crítica de la operación: si
tiene éxito, el huevo se fija en la mucosa uterina donde prosigue su desarrollo como si
hubiese resultado de una fecundación normal.
En la práctica las cosas son mucho más complicadas. La selección de los
espermatozoides y su tratamiento en un cultivo necesario para su capacitación; la
precisión de la cronología en la toma de óvulos llegados a su madurez; la incubación de
los óvulos durante 3 a 5 horas antes de ponerlos en contacto con los espermatozoides; el
logro de las condiciones de cultivo necesarias para la fecundación y para que el huevo
sobreviva en un ambiente externo; el desplazamiento del huevo fecundado a un tubo de
ensayo para eliminar los espermatozoides sobrantes y la mayor parte del cúmulus para
favorecer la observación del huevo; la sincronización necesaria entre la división celular
y la evolución de la pared uterina hasta ser apta para la anidación; la intervención que
deposite el huevo en la mucosa uterina, tantas etapas a franquear constituyen otras
tantas dificultades a superar, de las que la más difícil es la implantación del huevo en el
útero. Si bien en la toma del óvulo se logra el éxito en el 60 % de los casos, solamente
un 7 a 10 % de las mujeres tratadas esperan un hijo. Pero se confía en llegar a la
proporción de éxito que se da en la naturaleza, o sea, entre el 25 y el 30 %. Sin embargo
¿qué pasa con los fracasos? ¿Qué decir, moralmente hablando, de una práctica que
entraña el rechazo de una notable proporción de óvulos fecundados?
Hay equipos que, en lugar de adaptarse al ciclo fisiológico de la mujer prefieren recurrir
a tratamientos hormonales que estimulen los folículos ováricos y permitan recoger
varios ovocitos simultáneamente y así multiplicar la s probabilidades de fecundación.
Pero ¿qué sucederá en el caso de que hayan sido fecundados dos óvulos?
En el Congreso mundial sobre reproducción humana tenido en Berlín en 1981, el equipo
australiano presentó datos experimentales sobre congelación de embriones humanos
provenientes de una fecundación en tubo de ensayo. Descongelados, estos embriones se
podrían implantar en el útero materno, en intentos sucesivos, hasta obtener el embarazo.
J. Testard señala esta posibilidad para multiplicar las posibilidades de éxito en los
intentos de trasplante embrionario. Otros sueñan con la posibilidad de aplicar la técnica
del trasplante al caso de mujeres capaces de ser fecundadas, pero incapaces de llevar a
cabo la gestación: esta situación evoca a las "madres sustitutas" (surrogate mothers). En
tal caso la madre podría confiar su embrión a una madre provisional encargada de llevar
a cabo la gestación, mediante una retribución económica.
¿Hacia la reproducción clónica?
El paso de la fecundación en tubo de ensayo a la reproducción clónica es sólo cuestión
de tiempo, quizá a finales de este siglo. La clonación es una técnica ya experimentada
en animales, que permite producir individuos, idénticos genéticamente, a partir de una
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célula de un genotipo dado. ¿Cómo? Siguiendo este programa: Se extrae del óvulo
fecundado artificialmente, el núcleo que contiene su capital genético, que resulta de la
combinación natural de los 23 cromosomas masculinos y de los 23 cromosomas
femeninos de los padres; en este huevo "vaciado" se introduce una célula extraída de un
ser humano. Esta célula que contiene la serie completa de los cromosomas del nuevo
donante sería "activada" y comenzaría a dividirse para formar un nuevo embrión. Ya
sólo faltaría colocarlo en el útero de una "mujer-huésped" y esperar el parto: el niño que
nacería no debería nada genético a su pseudo-madre, que se habría limitado a ser el
campo de su desarrollo, y sería una copia exacta del donante de la célula inicial y, por
tanto, no tendría individualidad biológica propia.
¿Ciencia ficción? ¿Fantasmagoría? ¿Producto de una imaginación desbocada? No. El
progreso en el dominio de las técnicas de la manipulación de los genes y de la herencia
que por una parte abre perspectivas prodigiosas (por ejemplo, conocer y prevenir los
procesos de enfermedades hereditarias) está fabricando, por otro lado, la llave de la caja
de Pandora de la vida. Un periodista científico acreditado, D. Rorvik, ha publicado en
los EE.UU. una obra en la que afirma que ya ha tenido lugar la primera clonación
(cloning). Un multimillonario americano habría financiado la operación de clonación de
una de sus células para obtener un "hijo a su imagen".
El mundo científico se muestra incrédulo, pero sólo porque juzga que esta información
es prematura. En todo caso, el autor muestra y lo apoya con prueba documental, hasta
qué punto la penetración de los conocimientos y el perfeccionamiento de las técnicas
nos conducen a orillas fascinantes al mismo tiempo que estremecedoras. Desde hace
veinte años los científicos se sienten inquietos: "Como biólogo -decía Rostand- me
siento esperanzado, pero como hombre tengo miedo". Podríamos dar citas semejantes
de E. Wolff y de G.R. Taylor.
Quisiéramos reflexionar sobre los problemas éticos que se presentan. Nuestro punto de
vista es desde una teología moral, pero dado que lo que se pone a prueba es el
"hombre", creemos que nuestros puntos de vista pueden ser válidos para cualquier
conciencia que se preocupe por respetar los límites de lo humano.
I. LA INSEMINACIÓN ARTIFICIAL
A. - La inseminación artificial homóloga (I.A.H.)
Para muchos teólogos católicos esta inseminación con el esperma del marido no
presenta problemas graves, por las razones siguientes:
El matrimonio es una comunidad de vida y de amor establecida sobre el compromiso
personal e irrevocable de los que componen la pareja. Este compromiso por el que los
esposos se entregan en su totalidad personal está vinculado a una obra en común: la
fundación de una familia. El niño, que debe a ellos la existencia, es testigo vivo del
amor de la pareja y "el don más excelente del matrimonio" (Gaudium et Spes, n.50,1).
La relación entre los esposos se encuentra modificada gracias al hijo, puesto que por él
ellos se sienten padre y madre. Fruto de un amor que asocia dos personas, y no
solamente dos cuerpos, el niño expresa visiblemente el paso de la unión a la unidad:
porque debe su singularidad a un doble origen, él es síntesis viviente de la diferencia
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entre el hombre y la mujer. Es el símbolo de una llamada permanente a una larga y lenta
paciencia para desarrollarse en una unidad a lo largo de una historia.
Ante el problema de la esterilidad que afecta a un 10 % de las parejas, la I.A.H. aparece
como un medio legítimo para resolver la dificultad en el caso en que, por ejemplo, el
examen clínico revele en la mujer una anomalía del mucus cervical (ausente, u opaco, o
demasiado ácido,...) que por oponerse al paso de los espermatozoides hace imposible la
fecundación natural. El recurso a la I.A.H. corrige los defectos de la naturaleza concreta
y sirve a un fin objetivamente bueno: la unión de dos esposos en una comunidad
procreadora al servicio de su hijo.
La I.A.H. se utiliza a veces en el caso en que un marido esté afectado de una
enfermedad cuyo tratamiento químico o por radioterapia comporte los riesgos de una
esterilidad secundaria. El depósito de esperma en congelación antes de empezar el
tratamiento, deja abierta la posibilidad de una inseminación de la esposa si se confirma
después que una lesión en los testículos ha ocasionado una agenesia o atrofia gonádica.
Aquí no se puede concluir que "el fin justifica los medios". Lo qué ocurre es que la
masturbación para obtener el esperma para la I.A.H. no es egocéntrica sino ordenada a
la comunicación entre los esposos.
Es más delicado el caso de la I.A.H. post mortem del esposo, teóricamente posible.
Puesto que las técnicas de congelación del esperma garantizan su poder fecundante
durante ocho o diez años, una viuda podría ser inseminada con el esperma de su marido
ya fallecido.
B. - La inseminación artificial mediante donante exterior a la pareja (I.A.D.)
1. Aspectos médicos. Este problema se presenta cuando el examen clínico muestra que
la esterilidad se debe al marido. Es secretora e irremediable cuando por una causa
congénita o adquirida hay incapacidad de producir espermatozoides. Se llama excretora
cuando se debe a malformaciones congénitas o de infección del tractus genital (desde
las vías post-testiculares hasta la uretra); si ello no está asociado a malformaciones
testiculares puede a veces curarse mediante la cirugía. La causa más frecuente de la
esterilidad es la insuficiencia en el número de espermatozoides (oligospermia), o de su
vitalidad (astenospermia). En alguno de estos casos y mediante la conservación y
almacenaje de esperma se logra eliminar los gametos menos móviles, concentrar los
sanos e inseminar la esposa con esperma de su marido en cantidad suficiente para
obtener una fecundación. Otro motivo que se da para acudir a la I.A.D. es una
enfermedad hereditaria del marido con el grave riesgo consiguiente para su
descendencia. El porcentaje de éxito en estos casos de I.A.D. varía según las estadísticas
entre 36 y 76 nacimientos por cada cien inseminaciones.
2. Aspectos morales: a) La pareja que lo solicita. Muchos autores juzgan la moralidad
de la fecundación por la profundización del significado personalista del amor conyugal
enfrentado con el drama de la infecundidad biológica.
En efecto, mientras el criterio de la comunión de personas se da plenamente en la I.A.H,
no ocurre lo mismo en el caso de la I.A.D. Sin embargo algunos creen que sí se da si ha
tenido lugar una preparación "psicológica" adecuada y una "voluntad firme" de la pareja
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solicitante: la mujer deseosa de ser madre se compromete a "no reprochar jamás a su
marido su esterilidad, ni a acaparar su hijo afectivamente bajo el pretexto de qué no lo
es de su marido"; éste se compromete a "no culpar jamás a su mujer de haber procreado
sin su asistencia y a no sentirse celoso del de conocido padre biológico de su hijo".
Puestos ambos en este estado psicológico, de ejercer su responsabilidad de padres de un
niño que biológicamente será de la esposa, se les invita a los dos, a que no vean en la
I.A.D., más que una técnica, una terapéutica de la esterilidad.
Esta es la filosofía de los bancos de esperma. No pretenden tener una moral. Pero dice J.
M. Aubert, "la técnica avanzada que se realiza en la I.A.D. confiere una especie de
garantía moral que proviene de la respetabilidad y del prestigio que revisten las acciones
médicas sobre todo si entran en el marco de una ley".
Se insiste en que la paternidad biológica es relativa. El verdadero padre es el que, en la
vida de la pareja y de la familia prepara y conduce al niño a hacerse autónomo. Claro
que es deseable que tal padre lo sea además genéticamente, pero un marido estéril que
consienta plenamente en la I.A.D. de su esposa puede desempeñar el papel de
protección, de entrega y de educación. Incluso dicho papel está ennoblecido por esta
paternidad buscada que él asume, al permitir a su esposa y por amor a ella, la
experiencia de una maternidad. Con una preparación psicológica en esta línea, los que
solicitan la I.A.D. llegan a separar los conceptos de paternidad y de fecundidad.
b) El donante. "Ha detener equilibrio psicológico para no preocuparse por saber qué se
ha hecho de su esperma" puede considerarlo como el don que hace un hombre (o una
pareja, si está casado) "con buena voluntad para favorecer el desarrollo de una pareja y
la eclosión de una vida nueva que él nunca conocerá. Es un amor de renuncia, un
servicio desinteresado a otro (aunque reciba un pago económico moderado por su
servicio de suministrar al banco de esperma)". Según el Dr. A. Netter, la motivación es
frecuentemente parecida a la de los donantes de sangre o de órganos.
c) Discusión. Esta descripción ideal de la psicología del donante, ¿sirve de dispensa ante
el problema ético? Anne Saintin en el Monde Dimanche, 5 oct. 1980, da una imagen
menos complaciente: dice que a los donantes se les reconoce una cierta generosidad (a
veces mezclada con gratificaciones sospechas). El donante suele ser un joven estudiante
lleno de vitalidad e inteligente. Su donación pasa por un acto de dudosa reputación,
ridiculizado y poco adulto: una masturbación que en los bancos de esperma llaman
púdicamente extracción o "toma". Para que no se presenten problemas morales le dan
un aspecto sofisticado o de farsa, y pagan al donante para evitarse el darle las gracias.
"Problemas morales", he aquí el meollo de la cuestión. No negamos que haya una cierta
intención ética en aquellos que valoran la I.A.D., pero pretender asemejar la I.A.D a una
transfusión sanguínea es totalmente inadecuado por las siguientes razones:
Primera, por el carácter específico del esperma Entre el don de la sangre y del esperma
no hay otra analogía que en la forma, o, a lo sumo, en la percepción psicológica. Son
dos realidades cuya significación y razón no son del mismo orden.
La transfusión sanguínea puede salvar a una persona cuya vida está amenazada en su
integr idad física. Sería abusivo decir que el esperma va a suplir una deficiencia de salud.
El esperma pertenece a un orden diferente: es portador del patrimonio genético y como
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tal es la recapitulación de una historia, vehículo de caracteres personales, expresión de
una genealogía. Puede uno dar la sangre que tiene. ¿Puede uno cambiar por dinero lo
que uno es? ¿Es moralmente admisible y digno de un hombre el que no se preocupe por
saber qué se ha hecho de su esperma ni de los seres que serán concebidos con su propia
sustancia?
Segunda, por el significado de la sexualidad en el compromiso conyugal. Es verdad que
la paternidad no reside únicamente en el acto de engendrar. También el hombre se hace
padre al reconocer como suyo al hijo nacido de su esposa y al asumir esta
responsabilidad, (el sentido latino de genitor como distinto del de pater). Así en los
casos de adopción por una pareja de un niño no engendrado por ninguno de ellos. ¿Sería
posible ver en la I.A.D. una sustitución de la adopción? Por más peso que se le ponga a
la preparación psicológica de los esposos para poder responder afirmativamente, no se
puede ignorar la interpelación ética. Sería ceder al confusionismo moral tan extendido
hoy día, ¿no sería minimizar la realidad y el sentido ético concreto del compromiso y
entrega de los cuerpos.
En el matrimonio, la unión sexual entre este hombre y esta mujer no expresa
únicamente su unión amorosa, original, mutua y total, mayor que en ningún otro acto
humano, sino que su entrega recíproca les llama y, cristianamente les obliga, a acoger el
hijo como una manifestación permanente de su unidad.
Por razón del carácter específico del esperma humano, la I.A.D. es de hecho una
ingerencia de un tercero extraño, en un aspecto esencial de la vida conyugal: la
fecundidad. Con ello se ha puesto a juicio la naturaleza e incluso la significación del
compromiso matrimonial. Este compromiso implicaba que cada uno tomaba al otro a su
cargo en su singularidad y en su totalidad personal. El acudir a la I.A.D contradice este
propósito: la esposa que se entrega a su marido no le acoge con esta tara de la
esterilidad que lo señala. Sí, ella retiene de su marido lo que él puede darle de ternura,
solicitud, inteligencia, pero es de otro diferente de su marido, aunque sea con la
aprobación de éste, de quien ella espera la valoración de la sexualidad en la maternidad.
En cuanto al marido, su consentimiento no podrá reducir la rotura del lazo conyugal en
la interdependencia de sus elementos constitutivos: la intimidad sexual en el amor y la
manifestación de este vínculo en el hijo. Pues aunque la técnica médica de la I.A.D
oculte al máximo la presencia del padre biológico, el niño que nace de esta manera es
hijo de la esposa y del donante de esperma.
Tercera, por la incidencia de la ética conyugal en la psicología de la pareja. Sutilmente,
imperceptiblemente, puede modificarse la situación psicológica de la pareja de una
forma que se escape a su previsión.
La gestación y la maternidad en estas condiciones, ¿no es verdad que implican
posibilidades destructivas para la unión del marido y de su esposa? Por un lado ¿puede
ella albergar durante nueve meses un hijo y seguir la recomendación de no pensar en su
origen? La vivencia de su maternidad ¿no la expone a desarrollar un deseo afectivo
hacia su donante? Por otro lado es psicológicamente posible que la intervención del
donante como causa de la gestación, le afecte en sí misma (prescindiendo de la
personalidad del donante) tanto más cuanto muchos confunden fecundidad con
virilidad. La desigualdad de los papeles en la procreación ¿no es acaso generadora de un
desequilibrio perturbador en la vida de la pareja, sobre todo cuando el niño esté allí, de
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padre desconocido? ¿Cómo explicar de otro modo, el que en Francia, por ejemplo, antes
de que las disposiciones legales hubiesen llenado el vacío jurídico en esta materia, haya
habido demandas jurídicas para negar o retractar la paternidad después de haber tenido
lugar una I.A.D.?
"Es el mío el que vive, el tuyo no pudo nacer"; otro riesgo que se cierne sobre la pareja
y el niño nacido de I.A.D. (Moretti y O. de Dinechin Le défi génétique p. 115); en
cambio, en el caso de adopción de un hijo ajeno a ellos, los dos miembros de la pareja
se encuentran "en igualdad" en un proyecto común.
A fortiori son inmorales los intentos de eugenismo positivo que tengan por objeto
controlar la descendencia humana, mediante selecciones y combinaciones del potencial
genético para producir individuos capaces de grandes realizaciones por el mejoramiento
de sus propiedades biológicas. Tales tentaciones niegan de facto el que el hijo
manifieste la unidad de amor de los esposos y que sea su testimonio vivo.
d) La LA.D. de una mujer soltera. Por esta misma razón fundamental es preciso tener
voluntad y valor para decir que no a la I.A.D. de mujeres no casadas. Este deseo de
tener "un hijo para ella sola" nace de una voluntad de poder absoluto sobre la
procreación, cuyos aspectos de contracepción y aborto ya están en gran medida en las
manos de la mujer moderna. Al analizar su psicolo gía, dice de elleas Béatrice MarbeauCleirens: "Este deseo de omnipotencia creativa oculta una fragilidad profunda que
proviene de traumatismos infantiles... quieren ser madres solteras no para el provecho
de su descendencia, sino como expresión de sus problemas personales y de su profunda
agresividad".
Aceptar la I.A.D. de una mujer soltera sería aceptar que el hijo sea para ella un medio
para satisfacer una afectividad problemática. Si uno conoce el valor formativo de la
presencia o de la imagen del padre en el desarrollo psicológico y afectivo del niño, es
inadmisible el crear a sabiendas, una situación en que se niega al niño ese bien
fundamental: el derecho a tener un padre o, en todo caso, una respuesta a la pregunta de
quién es mi padre. Se trata propiamente, de pensar, ante todo, desde el punto de vista de
los derechos del niño.
e) Las madres sustitutas o portadoras. Por lo que se refiere a la posibilidad de que una
madre infecunda pueda tener un hijo de su marido mediante los servicios de una madre
sustituta, da pie a un procedimiento en el que el ser humano es un medio y un producto.
La "madre portadora" es un medio, una incubadora para llevar a cabo un embarazo en el
que el niño es un producto, aunque psicológicamente esta mujer esté motivada por el
deseo de hacer "el regalo de una vida" y aunque este "producto" responda al deseo
ardiente de la pareja demandante. Es, al fin y al cabo, una amenaza contra esta verdad
ética: "El hombre es un fin, jamás un medio; es un sujeto, jamás un objeto; es un
objetivo, no una etapa en la búsqueda de un objetivo". (Juan-Pablo II, discurso a doce
premios Nobel, 22 Dic. 1980).
Además se exponen a grandes disgustos. ¿Por ventura no podrá despertarse en la madre
mercenaria un sentimiento de maternidad? En California, en 1981, una madre sustituta
se negó, después del parto, a entregar el niño a la pareja que se lo había encargado (y
que aceptó la negativa). Imagínese, en un caso así, un proceso por incumplimiento de
contrato. Imagínese que un juez da la razón a la pareja y les permite recuperar el niño
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mercancía. Y si la madre portadora está casada, aunque se respete el contrato, ¿no podrá
acaso brotar en el esposo y en la familia, el sentimiento de que ha sido un hijo
adulterino? El niño mismo, dadas las circunstancias de su origen estará en riesgo de que
se le imputen taras de nacimiento o problemas de afectividad, sobre todo si se entera de
que una transacción comercial le ha privado de su madre. Y ¿cuáles serán las
repercusiones en la pareja "compradora" si no encontrase en el niño las cualidades que
había querido encontrar?
Conclusión. Sólo aparece como moralmente aceptable la fecundación de la esposa por
el esperma del marido (I.A.H.). Por el contrario, la I.A.D. no se puede decir que esté
moralmente justificada en ninguna de las diversas situaciones en que se solicita.
II. LA FECUNDACIÓN "IN VITRO"
Esta técnica abre las perspectivas de procreación a mujeres afectadas de esterilidad por
oclusión irreversible de las trompas.
A. - La tecnología biomédica y la responsabilidad de los médicos
El que un ser humano haya sido concebido fuera del organismo femenino, que haya sido
devuelto a él y que se haya desarrollado normalmente en él hasta su "venida al mundo"
señala una etapa crucial en la investigación. Cuando tiene éxito, este método de
fecundación artificial colma de felicidad a mujeres y parejas, que estaban condenadas
por la naturaleza a la infecundidad.
Una mujer en estado de anovulación (esterilidad secretora) podrá acoger un embrión
resultado de la fecundación por el esperma de su marido del óvulo de una "donante". Un
óvulo de una mujer que sufre una esterilidad excretora (malformación congénita o
adquirida de las trompas o del útero) fecundado "in vitro" por el esperma de su marido
podrá ser implantado en otra mujer que dará a luz a un niño del que ella no conocerá a
los padres biológicos... La fecundación "in vitro" abre, además, el camino al
establecimiento de bancos de embriones humanos, que serán ofrecidos a los que deseen
remediar la esterilidad.
Y ¿qué decir de la posibilidad, ya próxima, de la reproducción asexuada por clonación
de la que A. Huxley habla en "el mejor de los mundos"? Los progresos obtenidos por la
"ingeniería genética" permiten vislumbrar operaciones cuyo objetivo podría ser la
investigación en sí misma, prescindiendo por completo de cualquier consideración ética.
Es positivo el hecho de que ciertos informes que citamos a continuación, muestren el
deseo de que los equipos que trabajan en la fecundación "in vitro" tengan la posibilidad
de acudir a una autoridad moral amplia: "Al biólogo no le toca decir lo que se debe
hacer, sino lo que físicamente se puede hacer... por esto se desea vivamente que unas
comisiones éticas agrupen todas las corrientes del pensamiento". (J. Testard, La
fécondation externe... Pág. 156). "Parece más que necesaria la creación de un verdadero
grupo ético democrático, constituido por la reunión de representantes de organizaciones
familiares, religiosas, científicas y médicas, encargado de controlar las experiencias que
HENRI WATTIAUX
se hacen y de animar los debates públicos sobre el embrión humano". (J. P. Renard y H.
Heyman, Los bancos de embriones... p.248).
El hablar así muestra lucidez y realismo.
B.-Aspectos éticos
1. Los destinatarios. Muchos temas acerca de la fecundación "in vitro" son paralelos a
lo que hemos visto acerca de la inseminación artificial. Recurrir a esta técnica parece
legítimo por lo que ya hemos dicho allí, en el caso en que los óvulos maduros extraídos
sean puestos en contacto, en el laboratorio, con el esperma del marido. Y las mismas
razones que inducen a rechazar la I.A.D. son válidas para desaprobar la fecundación "in
vitro" en la que el donante o la donante, no pertenezcan a la pareja, como también el
caso de una pareja que pidiese a otra mujer "portadora voluntaria" que cobijase a un
embrión que la pareja considera como propio.
A fortiori se deben rechazar las perspectivas de un eugenismo positivo que quisiera
utilizar este procedimiento para mejorar el capital genético de la raza humana o para
crear tina raza privilegiada. (Para más datos remitimos al lector a nuestro artículo
Eugénisme et morale catholique 103 (1981) p. 801-817). Si uno piensa en el enorme
campo de posibilidades de manipulación del hombre por la genética, es necesario y
urgente, en nombre del valor de lo humano, renunciar a ciertas posibilidades. Una de
estas medidas es proscribir toda tentativa de clonación humana y controlar eficazmente
las investigaciones sobre el material genético y orientarlas hacia objetivos que se
consideran rectos por estar de acuerdo con la dignidad moral del ser humano.
La técnica de fecundación "in vitro" debería, por consiguiente, limitarse a "ayudar a las
personas que sufren problemas de esterilidad" (Ch. E. Curran). "para el hombre y la
mujer que descubren, después de varios años de verdadera vida conyugal, la existencia
de una forma de esterilidad tubárica y que por lo tanto no pueden esperar tener un hijo,
si no es haciendo que sus células genitales respectivas se encuentren "in vitro", en ese
caso, la fecundació n externa no será sino la prolongación de su vida sexual y el medio
de concretizar la propia promesa de amor". (P. Verspieren, en Etudes 357(1982) p. 483).
En este sentido se ha de entender la declaración del entonces Cardenal Luciani, futuro
Juan-Pablo I, con ocasión del nacimiento de Louise Brown: "No tengo ningún derecho a
condenar a los padres. Les deseo lo mejor. Si han actuado de buena fe y con pura
intención, pueden incluso, tener mérito ante Dios por haber pedido a los médicos la
intervención". (Cit ado por J. M. Moretti y O. de Dinechin, Le défi génétique... p.95).
¿Cuál es, pues, la responsabilidad del médico y de su equipo al dar una respuesta a la
demanda de una pareja? ¿Se trata de satisfacer un deseo auténtico de tener un hijo? ¿Se
trata de participar en una aventura científica llamativa? ¿Quién será el padre de este
niño, el padre legal? ¿Acaso el médico y una técnica deshumanizada poderosa? Son
cuestiones clave. Poco después del nacimiento de Amandine, primer "bebé-probeta"
francés, el Profesor R Friedman afirmaba: "Hemos rechazado a más del 20 % de los
peticionarios. El deseo de tener un hijo no debe llevar al médico a acciones
injustificadas".
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2. La experimentación. Para la buena realización de las técnicas de toma de óvulos, su
fecundación en placas de Petri y su reimplantación en el útero se requiere
experimentación, y ésta entraña pérdidas y fracasos. Su necesidad, ¿autoriza a practicar
cualquier experimentación? La manipulación de' óvulos fecundados lleva consigo el
sacrificio inevitable de muchos de ellos. Esto constituye un problema difícil por varios
motivos:
Primero, por la pregunta sobre el comenzar de la vida humana. En los debates sobre el
aborto se ha discutido apasionadamente acerca de cuándo comienza la vida humana. La
embriología, la genética y la biología molecular disipan las dudas que pudiera haber.
Atestiguan que desde la fusión de las células germinales del hombre y de la mujer se
desencadena el mecanismo de la división celular y entra en marcha el programa que
dará su personalidad a este individuo genético. Pues la naturaleza dispone del recurso
inaudito de dar a cada uno, excepto a los verdaderos gemelos, un patrimonio genético
matemáticamente único. Por consiguiente el individuo genético va a dar lugar a la
persona que está llamado a ser, ya no puede ser tratado como un objeto: "La biología
nos ha enseñado recientemente que el verdadero nacimiento corresponde a una
fecundación... Consideramos que el ser humano en vía de desarrollo experimenta un
proceso continuo y no hay ningún momento en que pueda pensarse que no es un hombre
en desarrollo... La vida humana comienza en la célula fecundada. No hay ningún motivo
para fijar una etapa en la que se tenga derecho a parar esa vida humana" (Prof. R.
Debré, Le prix de la vie, Missi, abril, p. 123).
"Aceptar el hecho de que después de la fecundación ha comenzado a existir un nuevo
ser humano no es cuestión de gusto ni de opinión... es una evidencia experimental"
(Prof. J. Lejeune ante la Comisión jurídica de Senado americano, 23 abril 1981).
Segundo, por lo que supone la experimentación en embriones. La tecnología de la
fecundación "in vitro", ¿no es verdad que suprime la duda sobre la calidad humana del
huevo fecundado?, ¿no aporta ella misma la prueba, si es que hace falta, de que la vida
autónoma con la orientación hacia la personalidad comienza desde la fecundación y que
está programada desde el primer instante? El nacimiento de Louise Brown ¿hubiera sido
posible si el minúsculo ser producido por la fecundación en las placas de Petri por los
doctores Edwards y Steptoe, no hubiese contenido su mensaje y trabajado para
realizarlo, construyéndose a sí mismo, antes incluso de ser implantado en el útero y
desarrollado según las leyes de la fisiología del embarazo?
Puesto que la moral católica afirma el derecho del niño a la vida desde su concepción,
¿no es un ataque al respecto que se debe a la vida humana, la aplicación de una técnica
que entraña pérdidas inevitables?, ¿no es esto un asesinato prenatal que merece el
mismo juicio moral que el aborto?
Algunas personas, para justificar esos experimentos alegan que un gran porcentaje de
óvulos fecundados son expulsados espontáneamente del organismo materno (A. Boué
dice que sólo el 31 % de los óvulos fecundados da lugar al nacimiento de un niño).
Quieren hacer valer una analogía entre este proceso natural y el de la experimentación
humana.
A partir de esta observación clínica no se puede argüir ni afirmar que no se trate en ese
caso de "seres humanos" ni que haga falta buscar, en un estadio ulterior de su
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desarrollo, un criterio para distinguir cuándo se trata de un ser humano. La prudencia
invita a rechazar una hipótesis que autorizaría una intervención abortiva antes de que el
embrión haya llegado a este estadio. A este propósito dice el P. Labourdette: "Otra cosa
es, habiendo descubierto en un momento determinado, una anomalía que impide el
desarrollo de una vida humana, concluir que en este caso ha habido desde el principio
una orientación tal que, este embrión jamás ha sido humano; ¡cosa diferente que decir
que, en todos los casos, lo humano no ha comenzado más que cuando se ha confirmado
que no existe anomalía!" (Le probleme moral de l ábortement en Revue Thomiste 73 [
19731 p. 405).
Además esa comparación es inadecuada, al menos parcialmente, porque el mecanismo
del que hablamos es un medio del que la naturaleza se vale para eliminar los frutos
anormales de la fecundación y así el nacimiento de seres humanos anormales es debido
a fallos de esa "filtración" natural. La experimentación en embriones ha de tener
siempre en cuenta la identidad de un ser cuya vida es humana porque el hecho biológico
de la fecundación es un hecho humano. Sobre todo se ha de evitar toda actitud y toda
práctica que no respete el carácter humano del embrión, es decir, que no lo diferencie
del de otras especies animales o de aquello que se considera como objetos.
Por otra parte nos parece legítimo distinguir entre el rechazo deliberado a que un
embrión, instalado en las condiciones naturales de anidación y crecimiento, se implante
y desarrolle, y por otra parte la aceptación, como precio de los ensayos inevitables de la
investigación experimental, la muerte en el laboratorio del huevo fecundado que ha
llegado al estado de blástula. Pero sabemos que esta distinción se ha sobrepasado de
hecho. Se han hecho experiencias sobre fetos obtenidos por aborto en mujeres que lo
han aprobado. Y estos fetos, colocados en úteros artificiales experimentales, han sido
sometidos, como material de estudio, a la influencia de ciertas sustancias
medicamentosas. Hemos de decir que la información recogida no justifica este tipo de
investigación en la que se trata al embrión humano como un animal de laboratorio,
degradado a la categoría de un objeto, asimilado a un cultivo biológico que se mantiene
o se destruye en función de intereses utilitarios. Hemos de aplicar la regla de que el fin
no justifica los medios.
Es verdad que la experimentación en el hombre es inevitable cuando, después de
aprendido todo lo que se puede aprender en el animal es preciso "pasar al hombre". Pero
señalamos que, tales experimentos se han de prohibir en fetos que han pasado el estado
de implantación. Alguien se podrá preguntar: ¿por qué poner el límite en esa etapa en
vez de condenar todo tipo de experimentación en el embrión?, puesto que en el
desarrollo "in vitro" ya es humano e individuo genético. A esta pregunta no hay otra
respuesta que la de la prudencia. Esta procede de un "instinto global de la razón y de la
fe en materia moral" (K. Rahner) y del coraje para confiar en este criterio cuyos motivos
no son fáciles de captar por un simple análisis racional. Ese "conocimiento sintético"
pone límites o rechazos "con la certeza de su derecho y su deber, aun cuando ese
conocimiento no alcance o no pueda alcanzar ese resultado por medio de una reflexión
adecuada".
La regla de conducta y el veredicto pronunciados por ese instinto imponen el coraje de
resistir a la fascinación que ejercen las nuevas posibilidades científicas. Para que la
ciencia manifieste que es consciente de estar al servicio del hombre; para que muestre la
diferencia entre la experimentación en el animal y en la vida humana; para que muestre
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su voluntad de subordinarse, en sus investigaciones y prácticas, a la regla ética suprema
de respeto al ser humano, la ciencia debe poner límites a sus intervenciones y señalar
que renuncia a ejercer, de hecho, tina violencia. La razón o el por qué de este límite que
no quiere franquear, al que nos estamos refiriendo aquí, es probablemente más
perceptible para el sabio que posea una gran sensibilidad ética y que esté de acuerdo con
esta verdad enunciada por F. Boeckle: "hemos llegado claramente a un punto en el que
podemos hacer físicamente más de lo que nos está permitido éticamente, por esto no nos
está permitido hacer todo lo que podríamos"(F. Boeckle Le pouvoir de Momme sur
l'homme, en L'homme manipulé).
Opinamos que cierta experimentación se sale de la norma suprema de la dignidad
humana y hace del hombre un objeto de experiencias y lo utiliza en servicio de esta
nueva divinización: la investigación científica.
CONCLUSIÓN
En el campo de la reproducción humana, las posibilidades que la inseminación artificial
y la "fecundación in vitro" ofrecen, subrayan la necesidad de una ética y una
responsabilidad nuevas. Presentan problemas terribles a la conciencia del hombre,
unidos a cuestiones metafísicas sobre la libertad y la historia humanas, el destino del
individuo y de la sociedad, el sentido de la sexualidad y su relación con la fecundidad.
Por su influencia en el porve nir del hombre, los científicos no deberán separar sus
trabajos de una interrogación fundamental sobre los riesgos humanos en juego, con las
nuevas posibilidades debidas al reciente desarrollo de la técnica biomédica. No se trata
de condenar en bloque esas posibilidades porque pueda existir la tentación de su abuso,
sino de fijar la legitimidad y los límites, teniendo como referencia la dignidad humana,
el sentido del amor humano y de la fecundidad. Hoy día es vitalmente importante
resistir a la fascinación de posibilidades nuevas, tener valor para ciertos rechazos, y no
temer el parecer ir a contracorriente del "progreso", y educar la vigilancia y el sentido
humano de la renuncia.
Con este espíritu hemos procurado dar aquí los puntos de referencia que creemos que no
podemos, moralmente, ignorar. Es verdad que después de recoger el fruto del árbol de la
ciencia, le queda al hombre todavía lo más importante: discernir el bien del mal.
Tradujo y condens ó: JAVIER DE BISTUÉ
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