El papa da esperanza respondiendo a preguntas en televisión

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El papa da esperanza respondiendo a preguntas en televisión
Respondiendo a siete preguntas planteadas por seis cristianos y una musulmana,
Benedicto XVI ha querido lanzar un mensaje de esperanza y confianza en el amor de
Dios por la humanidad en un programa televisivo emitido este Viernes Santo.
Iniciativa sin precedentes emitida este Viernes Santo CIUDAD DEL VATICANO,
viernes, 22 abril 2011 (ZENIT.org).- Por primera vez en la historia, un pontífice
respondió en televisión a las preguntas procedentes del público. A la redacción del
programa religioso del primer canal de la televisión pública italiana (RAI), habían
llegado miles de preguntas de varios continentes. En un primer momento se habían
escogido tres, pero el papa acabó respondiendo a siete. En sus respuestas, reconoció la necesidad de
encomendarse a Dios ante realidades tan duras como son el terremoto de Japón o un hijo en estado vegetativo.
Respuestas del Papa a preguntas en un programa de televisión
Por primera vez, en una red italiana
CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 22 abril 2011 (ZENIT.org).- Publicamos las respuestas que ofreció Benedicto
XVI a siete preguntas formuladas por personas de distintos países y sobre distintos argumentos al programa de
la televisión pública italiana RAI "A su imagen", emitido a las 14:10 de Roma con motivo del Viernes Santo.
--Santo Padre, quiero agradecerle su presencia que nos llena de alegría y nos ayuda a recordar que hoy es el día
en que Jesús demuestra su amor de la manera más radical, muriendo en la cruz como inocente. Precisamente
sobre el tema del dolor inocente es la primera pregunta que viene de una niña japonesa de siete años, que le
dice: "me llamo Elena, soy japonesa y tengo siete años. Tengo mucho miedo porque la casa en la que me sentía
segura ha temblado mucho, y porque muchos niños de mi edad han muerto. No puedo ir a jugar al parque.
Quiero preguntarle: ¿por qué tengo que pasar tanto miedo? ¿por qué los niños tienen que sufrir tanta tristeza? Le
pido al Papa, que habla con Dios, que me lo explique".
--Benedicto XVI: Querida Elena, te saludo con todo el corazón. También yo me pregunto: ¿por qué es así? ¿Por
qué tenéis que sufrir tanto, mientras otros viven cómodamente? Y no tenemos respuesta, pero sabemos que
Jesús ha sufrido como vosotros, inocentes, que Dios verdadero se muestra en Jesús, está a vuestro lado. Esto
me parece muy importante, aunque no tengamos respuestas, aunque permanezca la tristeza: Dios está a vuestro
lado, y tenéis que estar seguros de que esto os ayudará. Y un día podremos comprender por qué ha sucedido
esto. En este momento me parece importante que sepáis que "Dios me ama", aunque parezca que no me
conoce. No, me ama, está a mi lado, y tenéis que estar seguros de que en el mundo, en el universo, hay muchas
personas que están a vuestro lado, que piensan en vosotros, que hacen todo lo que pueden por vosotros, para
ayudaros. Y ser conscientes de que, un día, yo comprenderé que este sufrimiento no era algo vacío, no era inútil,
sino que detrás del sufrimiento hay un proyecto bueno, un proyecto de amor. No es una casualidad. Siéntete
segura. Estamos a tu lado, al lado de todos los niños japoneses que sufren, queremos ayudaros con la oración,
con nuestros actos, y debéis estar seguros de que Dios os ayuda. Y de este modo rezamos juntos para que os
llegue la luz cuanto antes.
--La segunda pregunta nos pone delante de un calvario, porque se trata de una madre que está junto a la cruz de
un hijo. Es italiana, se llama María Teresa y le pregunta: "Santidad, el alma de mi hijo, Francesco, en estado
vegetativo desde el día de Pascua del 2009, ¿ha abandonado su cuerpo, dado que está totalmente inconsciente,
o está todavía en él?
--Benedicto XVI: Ciertamente el alma está todavía presente en el cuerpo. La situación es algo así como la de una
guitarra que tiene las cuerdas rotas y que no se puede tocar. Así también el instrumento del cuerpo es frágil,
vulnerable, y el alma no puede "tocar", por decirlo en algún modo, pero sigue presente. Estoy también seguro de
que esta alma escondida siente en profundidad vuestro amor, a pesar de que no comprende los detalles, las
palabras, etc., pero siente la presencia del amor. Y por esto vuestra presencia, queridos padres, querida mamá,
junto a él, horas y horas cada día, es un verdadero acto de amor muy valioso, porque esta presencia entra en la
profundidad de esta alma escondida y vuestro acto es un testimonio de fe en Dios, de fe en el hombre, de fe,
digamos de compromiso a favor de la vida, de respeto por la vida humana, incluso en las situaciones más
trágicas. Por esto os animo a proseguir, sabiendo que hacéis un gran servicio a la humanidad con este signo de
confianza, con este signo de respeto de la vida, con este amor por un cuerpo lacerado, un alma que sufre.
--La tercera pregunta nos lleva a Irak, entre los jóvenes de Bagdad, cristianos perseguidos que le envían esta
pregunta: "Saludamos al Santo padre desde Irak --dicen--. Nosotros, cristianos de Bagdad, somos perseguidos
como Jesús. Santo Padre, ¿cómo podemos ayudar a los miembros de nuestra comunidad cristiana para que se
replanteen el deseo de emigrar a otros países, convenciéndoles de que marcharse no es la única solución?
--Benedicto XVI: Quisiera en primer lugar saludar con todo el corazón a todos los cristianos de Irak, nuestros
hermanos, y tengo que decir que rezo cada día por los cristianos de Irak. Son nuestros hermanos que sufren,
como también en otras tierras del mundo, y por esto los siento especialmente cercanos a mi corazón y, en la
medida de nuestras posibilidades, tenemos que hacer todo lo posible para que puedan resistir a la tentación de
emigrar, que --en las condiciones en las que viven-- resulta muy comprensible. Diría que es importante que
estemos cerca de vosotros, queridos hermanos de Irak, que queramos ayudaros y cuando vengáis, recibiros
realmente como hermanos. Y naturalmente, las instituciones, todos los que tienen una posibilidad de hacer algo
por Irak, deben hacerlo. La Santa Sede está en permanente contacto con las distintas comunidades, no sólo con
las comunidades católicas, sino también con las demás comunidades cristianas, con los hermanos musulmanes,
sean chiíes o sunníes. Y queremos hacer un trabajo de reconciliación, de comprensión, también con el gobierno,
ayudarle en este difícil camino de recomponer una sociedad desgarrada. Porque este es el problema, que la
sociedad está profundamente dividida, lacerada, ya no tienen esta conciencia: "Nosotros somos en la diversidad,
un pueblo con una historia común, en el que cada uno tiene su sitio". Y tienen que reconstruir esta conciencia
que, en la diversidad, tienen una historia común, una común determinación. Y nosotros queremos, en diálogo
precisamente con los distintos grupos, ayudar al proceso de reconstrucción y animaros a vosotros, queridos
hermanos cristianos de Irak, a tener confianza, a tener paciencia, a tener confianza en Dios, a colaborar en este
difícil proceso. Tened la seguridad de nuestra oración.
--La siguiente pregunta es de una mujer musulmana de Costa de Marfil, un país en guerra desde hace años. Esta
señora se llama Bintú y envía un saludo en árabe que se puede traducir de este modo: "Que Dios esté en medio
de todas las palabras que nos diremos y que Dios esté contigo". Es una frase que utilizan al empezar un diálogo.
Y después prosigue en francés: "Querido Santo Padre, aquí en Costa de Marfil, hemos vivido siempre en
armonía entre cristianos y musulmanes. A menudo las familias están formadas por miembros de ambas
religiones; existe también una diversidad de etnias, pero nunca hemos tenido problemas. Ahora todo ha
cambiado: la crisis que vivimos, causada por la política, esta sembrando divisiones. ¡Cuántos inocentes han
perdido la vida! ¡Cuántos refugiados, cuántas madres y cuántos niños traumatizados! Los mensajeros han
exhortado a la paz, los profetas han exhortado a la paz. Jesús es un hombre de paz. Usted, en cuanto embajador
de Jesús, ¿qué aconsejaría a nuestro país?"
--Benedicto XVI: Quiero contestar al saludo: que Dios esté también contigo, y siempre te ayude. Y tengo que
decir que he recibido cartas desgarradoras de Costa de Marfil, donde veo toda la tristeza, la profundidad del
sufrimiento, y me entristece porque podemos hacer tan poco. Siempre podemos hacer algo: orar con vosotros, y
en la medida de lo posible, hacer obras de caridad, y sobre todo queremos colaborar, según nuestras
posibilidades, en los contactos políticos, humanos. He encargado al cardenal Tuckson, que es presidente de
nuestro Consejo de Justicia y Paz, que vaya a Costa de Marfil e intente mediar, hablar con los diversos grupos,
con las distintas personas, para facilitar un nuevo comienzo. Y sobre todo queremos hacer oír la voz de Jesús, en
el que usted también cree como profeta. Él era siempre el hombre de la paz. Se podía pensar que, cuando Dios
vino a la tierra, lo haría como un hombre de gran fuerza, que destruiría las potencias adversarias, que sería un
hombre de una fuerte violencia como instrumento de paz. Nada de esto: vino débil, vino solo con la fuerza del
amor, sin ningún tipo de violencia hasta ir a la cruz. Y esto nos muestra el verdadero rostro de Dios, y que la
violencia no viene nunca de Dios, nunca ayuda a producir cosas buenas, sino que es un medio destructivo y no
es el camino para salir de las dificultades. Es una fuerte voz contra todo tipo de violencia. Invito apremiantemente
a todas las partes a renunciar a la violencia, a buscar las vías de la paz. Para la recomposición de vuestro pueblo
no podéis usar medios violentos, aunque penséis que tenéis razón. El único camino es la renuncia a la violencia,
volver a entablar el diálogo, tratar de encontrar juntos la paz, una nueva atención de los unos a los otros, la
nueva disponibilidad para abrirse el uno al otro. Y este, querida señora, es el verdadero mensaje de Jesús:
buscad la paz con los medios de la paz y abandonad la violencia. Rezamos por vosotros para que todos los
componentes de vuestra sociedad sientan esta voz de Jesús y así vuelva la paz y la comunión.
--Santo Padre, la próxima pregunta es sobre el tema de la muerte y la resurrección de Jesús y llega desde Italia.
Se la leo: "Santidad: ¿Qué hizo Jesús en el tiempo que separó a la muerte de la resurrección? Y, ya que en el
Credo se dice que Jesús después de la muerte descendió a los infiernos: ¿Podemos pensar que es algo que nos
pasará también a nosotros, después de la muerte, antes de ascender al Cielo?
--Benedicto XVI: En primer lugar, este descenso del alma de Jesús no debe imaginarse como un viaje geográfico,
local, de un continente a otro. Es un viaje del alma. Hay que tener en cuenta que el alma de Jesús siempre está
en contacto con el Padre, pero al mismo tiempo, este alma humana abraza hasta los últimos confines del ser
humano. En este sentido baja a las profundidades, hasta los perdidos, hasta todos aquellos que no han
alcanzado la meta de sus vidas, y trasciende así los continentes del pasado. Este descenso del Señor a los
infiernos significa, sobre todo, que Jesús alcanza también el pasado, que la eficacia de la redención no comienza
en el año cero o en el año treinta, sino que llega al pasado, abarca el pasado, a todas las personas de todos los
tiempos. Dicen los Padres de la Iglesia, con una imagen muy hermosa, que Jesús toma de la mano a Adán y
Eva, es decir a la humanidad, y la encamina hacia adelante, hacia las alturas. Y así crea el acceso a Dios,
porque el hombre, por sí mismo, no puede elevarse a la altura de Dios. Jesús mismo, siendo hombre, tomando
de la mano al hombre, abre el acceso. ¿Qué acceso? La realidad que llamamos cielo. Así, este descenso a los
infiernos, es decir, a las profundidades del ser humano, a las profundidades del pasado de la humanidad, es una
parte esencial de la misión de Jesús, de su misión de Redentor y no se aplica a nosotros. Nuestra vida es
diferente, el Señor ya nos ha redimido y nos presentamos al Juez, después de nuestra muerte, bajo la mirada de
Jesús, y esta mirada en parte será purificadora: creo que todos nosotros, en mayor o menor medida,
necesitaremos ser purificados. La mirada de Jesús nos purifica y además nos hace capaces de vivir con Dios, de
vivir con los santos, sobre todo de vivir en comunión con nuestros seres queridos que nos han precedido.
--También la siguiente pregunta es sobre el tema de la resurrección y viene de Italia: "Santidad, cuando las
mujeres llegan al sepulcro, el domingo después de la muerte de Jesús, no reconocen al Maestro, lo confunden
con otro. Lo mismo les pasa a los apóstoles: Jesús tiene que enseñarles las heridas, partir el pan para que le
reconozcan precisamente por sus gestos. El suyo es un cuerpo real de carne y hueso, pero también un cuerpo
glorioso. El hecho de que su cuerpo resucitado no tenga las mismas características que antes, ¿qué significa?
¿Y qué significa, exactamente, "cuerpo glorioso? Y en nuestra resurrección, ¿nos sucederá lo mismo?".
--Benedicto XVI: Naturalmente, no podemos definir el cuerpo glorioso porque está más allá de nuestra
experiencia. Sólo podemos interpretar algunos de los signos que Jesús nos dio para entender, al menos un poco,
hacia donde apunta esta realidad. El primer signo: el sepulcro está vacío. Es decir, Jesús no abandonó su cuerpo
a la corrupción, nos ha enseñado que también la materia está destinada a la eternidad, que resucitó realmente,
que no ha quedado perdido. Jesús asumió también la materia, de manera que la materia está también destinada
a la eternidad. Pero asumió esta materia en una nueva forma de vida, este es el segundo punto: Jesús ya no
vuelve a morir, es decir: está más allá de las leyes de la biología, de la física, porque los sometidos a ellas
mueren. Por lo tanto hay una condición nueva, diversa, que no conocemos, pero que se revela en lo sucedido a
Jesús, y esa es la gran promesa para todos nosotros de que hay un mundo nuevo, una nueva vida, hacia la que
estamos encaminados. Y, estando ya en esa condición, para Jesús es posible que los otros lo toquen, puede dar
la mano a sus amigos y comer con ellos, pero, sin embargo está más allá de las condiciones de la vida biológica,
como la que nosotros vivimos. Y sabemos que, por una parte, es un hombre real, no un fantasma, vive una vida
real, pero es una vida nueva que ya no está sujeta a la muerte y esa es nuestra gran promesa. Es importante
entender esto, al menos por lo que se pueda, con el ejemplo de la Eucaristía: en la Eucaristía, el Señor nos da su
cuerpo glorioso, no nos da carne para comer en sentido biológico; se nos da Él mismo; lo nuevo que es Él , entra
en nuestro ser hombres y mujeres, en el nuestro, en mi ser persona, como persona y llega a nosotros con su ser,
de modo que podemos dejarnos penetrar por su presencia, transformarnos en su presencia. Es un punto
importante, porque así ya estamos en contacto con esta nueva vida, este nuevo tipo de vida, ya que Él ha
entrado en mí, y yo he salido de mí y me extiendo hacia una nueva dimensión de vida. Pienso que este aspecto
de la promesa, de la realidad que Él se entrega a mí y me hace salir de mí mismo, me eleva, es la cuestión más
importante: no se trata de descifrar cosas que no podemos entender sino de encaminarnos hacia la novedad que
comienza, siempre, de nuevo, en la Eucaristía.
--Santo Padre, la última pregunta es sobre María. A los pies de la cruz, hay un conmovedor diálogo entre Jesús,
su madre y Juan, en el que Jesús dice a María: "He aquí a tu hijo" y a Juan : "He aquí a tu madre". En su último
libro, "Jesús de Nazaret", lo define como "una disposición final de Jesús". ¿Cómo debemos entender estas
palabras? ¿Qué significado tenían en aquel momento y que significado tienen hoy en día? Y ya que estamos
hablando de confianza. ¿Piensa renovar una consagración a la Virgen en el inicio de este nuevo milenio?
--Benedicto XVI: Estas palabras de Jesús son ante todo un acto muy humano. Vemos a Jesús como un hombre
verdadero que lleva a cabo un gesto de verdadero hombre: un acto de amor por su madre confiándola al joven
Juan para que esté tranquila. En aquella época en Oriente una mujer sola se encontraba en una situación
imposible. Confía su madre a este joven y a él le confía su madre. Jesús realmente actúa como un hombre con
un sentimiento profundamente humano. Me parece muy hermoso, muy importante que antes de cualquier
teología veamos aquí la verdadera humanidad, el verdadero humanismo de Jesús. Pero por supuesto este gesto
tiene varias dimensiones, no atañe sólo a ese momento: concierne a toda la historia. En Juan, Jesús confía a
todos nosotros, a toda la Iglesia, a todos los futuros discípulos a su madre y su madre a nosotros. Y esto se ha
cumplido a lo largo de la historia: la humanidad y los cristianos han entendido cada vez más que la madre de
Jesús es su madre. Y cada vez más personas se han confiado a su madre: basta pensar en los grandes
santuarios, en esta devoción a María, donde cada vez más la gente siente: "Esta es la madre." E incluso algunos
que casi tienen dificultad para llegar a Jesús en su grandeza de Hijo de Dios, se encomiendan a su madre sin
dificultad. Algunos dicen: "Pero eso no tiene fundamento bíblico". Aquí me gustaría responder con San Gregorio
Magno: "En la medida que se leen -dice--, crecen las palabras de la Escritura." Es decir, se desarrollan en la
realidad, crecen y cada vez más en la historia se difunde esta Palabra. Todos podemos estar agradecidos porque
la Madre es una realidad, a todos nos han dado una madre. Y podemos dirigirnos con mucha confianza a esta
madre, que para cada cristiano es su Madre. Por otro lado la madre es también expresión de la Iglesia. No
podemos ser cristianos solos, con un cristianismo construido según mis ideas. La madre es imagen de la Iglesia,
de la madre Iglesia y confiándonos a María, también tenemos que encomendarnos a la Iglesia, vivir la Iglesia, ser
Iglesia con María.
Toco ahora al tema de la consagración: los papas --Pío XII, Pablo VI y Juan Pablo II-- hicieron un gran acto de
consagración a la Virgen María y creo que , como gesto ante la humanidad, ante María misma, fue muy
importante. Yo creo que ahora es importante interiorizar ese acto, dejar que nos penetre, para realizarlo en
nosotros mismos. Por eso he visitado algunos de los grandes santuarios marianos del mundo: Lourdes, Fátima,
Czestochowa, Altötting ..., siempre con el fin de hacer concreto, de interiorizar ese acto de consagración, para
que sea realmente un acto nuestro. Creo que el acto grande, público, ya se ha hecho. Tal vez algún día habrá
que repetirlo, pero por el momento me parece más importante vivirlo, realizarlo, entrar en esta consagración para
hacerla verdaderamente nuestra. Por ejemplo, en Fátima, me di cuenta de cómo los miles de personas presentes
eran conscientes de esa consagración, se habían encomendado, encarnándola en sí mismos, para sí mismos.
Así esa consagración se hace realidad en la Iglesia viva y así crece también la Iglesia. La entrega a María, el que
todos nos dejemos penetrar y formar por esa presencia, el entrar en comunión con María, nos hace Iglesia, nos
hace, junto con María, realmente esposa de Cristo. De modo que, por ahora, no tengo intención de una nueva
consagración pública, pero sí quisiera invitar a todos a unirse a esa consagración que ya está hecha, para que la
vivamos verdaderamente día tras día y crezca así una Iglesia realmente mariana que es madre, esposa e hija de
Jesús.
Tomado de Noticas – Arquidiocesis de Popayán
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