Las economías menos desarrolladas durante el siglo XX: la espiral del atraso y estrategias de salida FERNANDO COLLANTES * ** ¿Qué ocurría mientras tanto en las economías poco desarrolladas? Hemos aprendido que, a comienzos del siglo XX, Asia y África se encontraban ya claramente rezagadas con respecto a Europa o América del Norte. América Latina, por su parte, consiguió mejores resultados que Asia o África, pero aún así no fue capaz de consolidar una senda clara hacia el desarrollo económico. ¿Qué ocurrió con estas economías a lo largo del siglo XX? En la mayor parte de casos, el siglo XX fue una decepción: tampoco logró sacar a estos países de su situación de atraso, que de hecho era en términos relativos mayor a finales de siglo de lo que lo había sido a comienzos del mismo. Por ello podemos hablar de una “espiral del atraso”. Sin embargo, durante la segunda mitad del siglo XX algunas economías, sobre todo en Asia oriental, fueron capaces de modificar su trayectoria: pusieron en práctica de manera exitosa “estrategias de salida”. Estos dos temas, la espiral del atraso y las estrategias de salida, son las dos partes en que se divide este texto. * Preparado para el tema 4 de la asignatura “Historia Económica y Economía Mundial”, 1º GADE, Universidad de Zaragoza, curso 2010/11, grupo 111. ** Profesor Titular de Historia e Instituciones Económicas, Dpto. Estructura e Historia Económica y Economía Pública, Universidad de Zaragoza. 1 I. América Latina, India y África (la espiral del atraso) La historia económica de los países pobres durante el siglo XX tiene tres fases. La primera, que llega hasta la década de 1930, se caracterizó por la crisis del modelo económico vigente en la mayor parte de países a comienzos de siglo: el modelo agroexportador. La segunda, entre la década de 1930 y aproximadamente 1980, fue una fase en la que las economías, en lugar de basar su desarrollo en las exportaciones, se orientaron hacia el mercado interior a través de políticas de “industrialización por sustitución de importaciones” (en adelante, ISI). Finalmente, en las décadas finales del siglo XX, la crisis de las políticas ISI condujo a una nueva etapa caracterizada por los intentos de reinserción en la economía global. La crisis del modelo agroexportador En América Latina, habían sido gobiernos independientes; en buena parte de Asia y África, habían sido administraciones coloniales de las potencias europeas. Pero, de cualquiera de las maneras, al comienzo del siglo XX las economías menos desarrolladas están orientadas hacia la exportación de productos primarios a los mercados de los países desarrollados. Durante las primeras décadas del siglo XX, el modelo agroexportador entra en crisis y deja de ser una opción factible para organizar las economías de los países menos desarrollados. La crisis del modelo se debe tanto a factores de oferta como a factores de demanda. Por el lado de la oferta, en la medida en que cada vez más países se incorporan al modelo agroexportador, comienza a haber problemas de sobreproducción: se produce más de lo que los consumidores globales de cada producto quieren (o pueden) comprar. Esto deprime los precios de las exportaciones de los países pobres: es lo que los economistas 2 llamarán el deterioro de los términos de intercambio (una disminución en el valor del cociente entre los precios de exportación y los precios de importación). Además también hay problemas por el lado de la demanda. Los países desarrollados eran cada vez más proteccionistas con sus agriculturas y, sobre todo, la crisis global de 1929 y la posterior Gran Depresión afectan a la demanda y al comercio internacional de diversos productos agrarios. La crisis del modelo agroexportador revela la vulnerabilidad de las economías latinoamericanas. La mayor parte de ellas se han concentrado en la exportación de unos pocos productos primarios y ahora se encuentran con que la “ventana de oportunidad” para desarrollar esta estrategia se cierra por momentos. La crisis del modelo agroexportador también golpea por motivos similares a las economías coloniales de Asia y África. En la India, una economía que los británicos han buscado reorientar hacia la exportación agraria durante la segunda mitad del siglo XIX, los problemas de la agricultura de exportación se unen a un problema aún más acuciante: la agricultura doméstica (la agricultura orientada al mercado interno, a la alimentación de la población india) comienza a tener dificultades para crecer al mismo ritmo que la población. Las mejores tierras están comenzando a agotarse y la productividad de la agricultura crece de manera muy débil durante estos años, mientras la población crece con rapidez como consecuencia del inicio de la transición demográfica (consecuencia a su vez de la rápida llegada a la India de nuevas vacunas y nuevos conocimientos médicos que permiten una sustancial reducción de la mortalidad). En realidad, el colonialismo comienza a tambalearse. En las colonias, la crisis económica hace que cada vez más personas se replanteen la necesidad de mantener un vínculo de tal naturaleza con las metrópolis. ¿No estaríamos mejor, se preguntan numerosos miembros de las elites (tanto autóctonas como europeas), si tuviéramos un gobierno independiente, capaz de diseñar su propia política económica (y no la que se dicta desde, por ejemplo, Londres? Tampoco en las metrópolis resulta ya tan evidente 3 el beneficio de mantener las colonias: la promesa de grandes beneficios a través de la exportación agraria no es ya la que era antes de la Primera Guerra Mundial, mientras que los costes de administración y mantenimiento del orden no disminuyen. ¿Realmente merece la pena?, se plantea cada vez más la opinión pública de las metrópolis. Finalmente, terminada la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos, convertido en la potencia hegemónica del mundo, insiste en que el colonialismo es un anacronismo llamado a desaparecer, que los países europeos deben permitir que sus colonias se conviertan en países independientes. Al fin y al cabo, ¿no se acaba de librar una terrible guerra en nombre de la libertad de los pueblos y en contra del autoritarismo? El resultado es, en las décadas posteriores a 1945, la puesta en marcha de procesos de descolonización. Por todas partes, unas veces de manera pacífica, otras veces después de conflictos bélicos, las colonias se convierten en países independientes. Se trata de países pobres que inician con grandes esperanzas una nueva etapa en su historia. El día antes de la independencia de la India en 1947, el que sería el primer Primer Ministro del país, Jawaharlal Nehru pronuncia un discurso histórico: “El servicio a la India significa servir a los millones de personas que sufren. Significa acabar con la pobreza, la ignorancia, la enfermedad y la desigualdad de oportunidades… Mientras haya lágrimas y sufrimiento, nuestra tarea no habrá terminado”. Se trata de países cuyos gobernantes toman conciencia de las similitudes que existen entre ellos y, de manera optimista, esperan que dichas similitudes les ayuden a cooperar entre sí. En un mundo partido en dos por la guerra fría, muchos de estos países se declaran “no alineados” en la importante conferencia de Bandung: además del mundo capitalista liderado por Estados Unidos y el mundo comunista liderado por la Unión Soviética, ahora hay también un “tercer mundo”. 4 La industrialización por sustitución de importaciones En las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, los gobernantes del Tercer Mundo cambian la estrategia heredada del periodo colonial. En realidad, ya desde la década de 1930 vienen buscándose alternativas a un modelo agroexportador caduco que no da ya más de sí. La confianza en la globalización no ha permitido consolidar procesos de crecimiento económico y, cuando lo ha hecho (como en América Latina en las décadas previas a la Primera Guerra Mundial, o en la India durante las primeras décadas de pertenencia al Imperio británico), esto apenas ha impulsado mejoras en los niveles de desarrollo humano de la mayor parte de la población. Llega el momento de cambiar de rumbo: ¡frente a la confianza en las exportaciones y, por tanto, en la globalización, una mayor confianza en el mercado interior! El fomento de la industrialización en países aún muy agrarios se convierte en una auténtica obsesión; ¿no fue la industrialización, al fin y al cabo, lo que en su día permitió desarrollarse a los países hoy desarrollados? Los gobernantes ponen en prácticas políticas de ISI con tres grandes pilares. En primer lugar, proteccionismo comercial: elevados aranceles para proteger a la industria nacional de la competencia por parte de las empresas industriales de los países desarrollados. Segundo, utilización de subvenciones y del sistema fiscal para manipular los precios, de tal modo que se transfieran recursos desde la agricultura de exportación (un sector denostado que en muchos países se asocia a los denostados tiempos coloniales) hacia las empresas industriales. Y, tercero, allí donde la iniciativa privada no sea suficientemente fuerte para impulsar la industrialización del país, creación de empresas industriales públicas. Los logros de la nueva estrategia de ISI son indiscutibles. Por todas partes el crecimiento económico se acelera, alcanzando las mayores cotas de la historia de estos países. Muchos de ellos se dotan de una base industrial de la que carecían. Más allá de las cifras macroeconómicas, también el nivel de vida de la población común 5 tiende a progresar. En algunos países, por ejemplo en América Latina, incluso tienden a disminuir los niveles de desigualdad entre clases sociales. La brecha que separa al mundo pobre del mundo rico sigue siendo muy grande en todos los aspectos, pero por primera vez en la historia se está haciendo más pequeña. Si bien de una manera lenta, parece que la ISI está permitiendo a las economías pobres encontrar su camino hacia el desarrollo. Pero una parte de este éxito es en realidad un espejismo. A lo largo de las décadas de 1960 y 1970 comienzan a emerger síntomas que alertan de que algo va mal. Por todas partes, la ISI está conduciendo a un deterioro de la balanza comercial. La manipulación de los precios está desincentivando las exportaciones agrarias, mientras que el proteccionismo comercial está consolidando un tejido de empresas industriales que, poco o nada amenazadas por la competencia extranjera, son poco eficientes y poco competitivas, es decir, tienen una mínima capacidad para exportar sus productos a otros países. En consecuencia, las economías pobres se vuelven economías que exportan bastante menos de lo que importan. Además, segundo síntoma, los gobiernos también están gastando más de lo que son capaces de recaudar: el activo Estado de las políticas ISI tiene déficit y debe endeudarse para poder seguir llevando a cabo sus proyectos de industrialización. Estos dos desequilibrios macroeconómicos (déficit comercial y déficit público) son la manifestación de problemas profundos en las economías pobres. Con su énfasis en la industria, los gobiernos han olvidado a la agricultura, que al fin y al cabo es el sector en el que trabaja la mayor parte de la población. Esto está generando un peligroso “dualismo”: por un lado, un sector industrial moderno; por el otro, una agricultura tradicional que apenas progresa. Las administraciones coloniales habían creado un dualismo entre la moderna agricultura de exportación y una agricultura doméstica tradicional; los nuevos gobernantes de los países, con su énfasis en la industrialización, no perciben que ellos también, a su manera, están contribuyendo al 6 dualismo y la fragmentación de sus economías y sociedades. Además, las graves desigualdades sociales que afectan a estas sociedades desde largo tiempo atrás no han sido eliminadas por los procesos de descolonización. Tal y como había ocurrido en América Latina durante el siglo XIX, los nuevos países independientes son países con una gran desigualdad entre clases sociales (y, en ocasiones, entre etnias). Esto, además de un problema social, es un problema económico porque la pobreza de buena parte de la población le impide convertirse en consumidora: la demanda interna (¡la clave de un proceso de ISI, es decir, orientado hacia el mercado interior y no hacia los mercados globales!) se resiente y las economías crecen más despacio de lo que habrían podido crecer si la distribución de la renta no fuera tan desigual. La combinación de una demanda interna débil con un bajo nivel de competitividad internacional es letal para la ISI: sus problemas son cada vez más evidentes y, a pesar de sus indudables logros, es cada vez más insostenible. Durante la década de 1970, muchos gobiernos pueden persistir en sus estrategias de ISI sólo porque recurren para ello al endeudamiento. Pero a comienzos de la década de 1980 su deuda alcanza una magnitud enorme. La ISI se ha vuelto insostenible y es preciso un cambio de rumbo. De vuelta a la economía global En las décadas finales del siglo XX, en realidad ya desde después de la Segunda Guerra Mundial, la globalización está cogiendo un nuevo impulso. ¿No se han equivocado las economías pobres al desentenderse de la globalización justo en el momento en que esta abría más oportunidades que nunca? ¿No han sido sus gobernantes exageradamente pesimistas sobre lo que el comercio y las inversiones internacionales pueden aportar al desarrollo? ¿No les ha llevado, al fin y al cabo, la ISI 7 a un callejón sin salida? Durante las dos últimas décadas del siglo XX, las economías pobres tienden a abandonar la estrategia de ISI, cada vez más insostenible. Reducen sus barreras proteccionistas a la importación de productos extranjeros. Dejan de subvencionar tan fuertemente a las empresas industriales consideradas estratégicas. Cambian sus sistemas fiscales para que la exportación de productos agrarios deje de estar penalizada en relación a las actividades orientadas hacia el mercado interno. Privatizan muchas de las empresas industriales públicas que habían creado durante el periodo anterior. En otras palabras, dejan de confiar tanto en el Estado y en el mercado interior, y ahora confían más en el libre mercado y en la globalización. En América Latina, el proceso es traumático. Fue allí donde en mayor medida se habían endeudado los gobiernos para mantener en marcha políticas ISI. A comienzos de la década de 1980 estalla una auténtica “crisis de la deuda”, en especial a partir del momento en el que la deuda mexicana alcanza unos niveles tales que resulta impensable que pueda ser devuelta en los plazos establecidos. Se inician procesos de renegociación de la deuda y, por el camino, los gobiernos endeudados deben cambiar sus políticas económicas. Frente a la confianza en el Estado activo de la ISI, que ha conducido a una peligrosa espiral de endeudamiento público, se impone una renovada confianza en los mercados libres y, por tanto, en un Estado “mínimo”. La década de 1980 se convierte así, para América Latina, en la década del ajuste neoliberal: la década en la que las recetas neoliberales (más mercado, más empresa privada, menos Estado) fueron aplicadas para corregir los desajustes macroeconómicos provocados por la ISI. El resultado de estas políticas fue, en efecto, una corrección de dichos desajustes, pero al precio de un gran impacto social. Los grupos sociales desfavorecidos son los más duramente golpeados por el cambio de políticas y la retirada del Estado. Dado que las recetas neoliberales no conducen a un crecimiento económico tan alto como el del periodo ISI, y dado que prestan escasa atención a la reducción de la desigualdad (un problema endémico de las sociedades 8 latinoamericanas), el resultado es un aumento de la población latinoamericana situada por debajo de la línea de pobreza. Durante las décadas finales del siglo XX, la situación es todavía peor en África. Allí se multiplican los problemas agrarios y alimentarios. El cambio tecnológico experimentado por la agricultura tras la Segunda Guerra Mundial permite grandes aumentos de la productividad agraria en muchos países en vías de desarrollo (por ejemplo, en la India), pero se adapta peor a las características geográficas y climatológicas de África. Además, los gobiernos, aún poco sensibilizados sobre la importancia de la agricultura en el proceso de desarrollo, destinan escasos recursos al progreso de este sector. Las débiles agriculturas africanas comienzan a verse incapaces de abastecer a su propia población, y muchos países se vuelven importadores de alimentos. En ocasiones, las importaciones de alimentos occidentales (procesados por empresas multinacionales) reflejan la escasa competitividad de las agriculturas africanas. En otras, sin embargo, las agriculturas africanas están siendo víctimas de las políticas agrarias de los países desarrollados (en especial, los de la Comunidad Económica Europea), que, al mismo tiempo que protegen fuertemente sus mercados y dificultan la llegada de productos africanos a Europa, subvencionan a sus agricultores para que exporten sus excedentes a África a precios artificialmente bajos. A estos problemas agrarios y alimentarios, se unen en la mayor parte de economías africanas problemas institucionales que amenazan con bloquear el proceso de desarrollo y frustrar las grandes esperanzas surgidas a raíz de la descolonización. Conflictos bélicos entre países, regiones y etnias asolan el continente, mientras algunos de los nuevos países han pasado del colonialismo (es decir, de la ausencia de un Estado propio) a un “Estado fallido”, incapaz de garantizar el orden y cumplir unas mínimas funciones administrativas a lo largo de todo el territorio delimitado por sus fronteras. Allí donde estos problemas institucionales se combinan con la abundancia de recursos naturales, como por ejemplo el petróleo, gobernantes corruptos pueden 9 perpetuarse fácilmente en el poder con sólo aprovechar astutamente los ingresos derivados de la exportación. Los economistas hablan entonces de una paradójica “maldición de los recursos naturales”: bajo determinadas condiciones, la abundancia de recursos naturales puede ser perjudicial para el desarrollo de los países, sobre todo si estos no cuentan con un marco institucional adecuado. Durante las décadas finales del siglo XX se multiplican los recursos que, en concepto de ayuda al desarrollo, los gobiernos de los países desarrollados y las instituciones internacionales (como Naciones Unidas o el Banco Mundial) inyectan en las economías africanas, pero los resultados son decepcionantes y, a finales del siglo XX, prevalece por todas partes una sensación de fracaso. Pasada una generación desde el final del colonialismo, durante mucho tiempo señalado como la causa indudable de los problemas económicos de África, el subdesarrollo persiste. Mientras África es incapaz de remontar el vuelo, una de las mayores economías en vías de desarrollo parece a finales del siglo XX estar cambiando su rumbo. La India, que ha puesto en marcha un proceso de ISI con gran confianza en un Estado activo, ha ido obteniendo unos resultados cada vez más modestos, pero en la parte final del siglo XX está reorientando su política económica hacia una mayor confianza en los mercados globales, así como en las exportaciones como posible motor del desarrollo interno del país. El crecimiento económico vuelve a ganar cierto ímpetu y, aunque sus frutos se distribuyen con gran desigualdad entre clases sociales, parece estar convirtiendo a la India en una economía “emergente”. Le queda, sin embargo, mucho recorrido para convertirse en una economía desarrollada. 10 II. El sudeste asiático y China (las estrategias de salida) No es imposible salir del atraso. La historia demuestra que las economías pobres pueden convertirse en economías desarrolladas. El ejemplo más importante es el de las economías del sudeste asiático que, como Corea del Sur, Taiwán, Singapur y Hong-Kong vivieron durante la segunda mitad del siglo XX un rápido proceso de desarrollo que les ha llevado a niveles similares a los de la capa inferior de economías desarrolladas (como las del sur de Europa, entre ellas España). En comparación, los resultados económicos de China no fueron tan exitosos, pero para finales del siglo XX este enorme país también era una economía emergente que había encontrado su senda hacia el desarrollo, lo cual tenía una importancia decisiva en un mundo en el que aproximadamente una de cada seis personas es china. Conozcamos ambas historias de salida del atraso. El contexto institucional El siglo XX no comenzó de manera prometedora en la región. El sudeste asiático fue objeto de la colonización japonesa, que, si bien aportó algunos beneficios (inversiones en infraestructura, por ejemplo), en general hizo poco por el desarrollo humano en la zona. China, por su parte, se vio sumida en un periodo extraordinariamente convulso. El final en 1912 de la larguísima era imperial se vio seguida por una sucesión de brotes de violencia dentro del país. Un territorio dominado por “señores de la guerra” no era el mejor escenario para que floreciera el desarrollo y terminara la gran divergencia de la economía china con respecto a Occidente. En torno a 1945, el sudeste asiático y China son economías aún más atrasadas en relación a Occidente de lo que lo eran a comienzos de siglo. 11 Pero la historia toma ahora un punto de inflexión. El desorden chino termina con el triunfo de la revolución comunista capitaneada por Mao Zedong. Los adversarios del comunismo, derrotados, huyen a la isla de Taiwán, donde, con cierta independencia con respecto a Pekín, ponen en marcha una economía de mercado. En el resto del sudeste asiático se imponen, tras la derrota de la metrópoli japonesa en la Segunda Guerra Mundial, regímenes independientes de tipo capitalista tutelados por unos Estados Unidos temerosos de la expansión del comunismo por Asia oriental. En ninguno de los dos casos, ni en la China comunista ni el sudeste asiático capitalista encontramos sistemas políticos democráticos. Lo que encontramos, más bien, son regímenes totalitarios dispuestos a emprender una transformación radical de la economía. En el caso del sudeste asiático, la hoja de ruta está clara y en todo momento se sigue la senda capitalista. En China, por el contrario, la senda genuinamente comunista sólo se sigue durante las primeras décadas, hasta aproximadamente finales de la década de 1970. Durante estas primeras décadas, China aplica sobre su gigantesca economía técnicas de planificación y, aunque los resultados macroeconómicos de las mismas no son negativos (de hecho, el crecimiento es el más elevado de la historia china hasta aquel momento), los problemas abundan. De manera especialmente trágica, el programa de Mao para un “gran salto adelante” que impulsara simultáneamente la industrialización y el progreso agrario en grandes comunas rurales se salda con una acusada escasez de alimentos y un tremendo aumento de la mortalidad. A finales de la década de 1970, el Partido Comunista chino emprende una gran reforma de la economía. Cada vez menos interesado en el gran símbolo económico del comunismo (la planificación), cada vez menos interesado en un ideal de autosuficiencia, el gobierno chino otorga un mayor peso al mercado: pasa a fomentar las exportaciones y a recibir de buen grado inversiones directas extranjeras; y, por tanto, a tolerar la iniciativa privada y la búsqueda del beneficio como 12 bases de la vida económica. China, sin convertirse plenamente en una economía de mercado, deja de ser una economía comunista propiamente dicha. La industrialización orientada a las exportaciones El éxito económico del sudeste asiático durante la segunda mitad del siglo XX fue espectacular y, en buena medida, inesperado. En Corea del Sur, como en los otros países del sudeste asiático, se pone en marcha tras la Segunda Guerra Mundial un proceso de industrialización que combina el planteamiento de la ISI con una mayor orientación hacia las exportaciones. Como en América Latina, los gobiernos recurren a políticas comerciales proteccionistas con objeto de aislar a las empresas nacionales de la competencia de empresas de otros países inicialmente más desarrollados. Sin embargo, y a diferencia de lo que ocurre por entonces en América Latina, el proteccionismo se combina con incentivos para que las empresas incorporen innovaciones tecnológicas, sean más competitivas con respecto al exterior y, finalmente, sean capaces de exportar productos industriales hacia países más desarrollados. A través de subvenciones y exenciones fiscales a las empresas exportadoras, a través de una persistente devaluación de la moneda nacional, el Estado favorece una industrialización orientada hacia las exportaciones. El motor del desarrollo no es la exportación de productos primarios, como en las economías pobres del siglo XIX y comienzos del XX, pero tampoco lo es la industrialización orientada hacia el mercado interior tan de moda en las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial. El motor son las exportaciones de productos industriales. Esta industrialización orientada a la exportación es liderada por un puñado de grandes conglomerados empresariales que, a semejanza de lo que ocurre en Japón, integran numerosos sectores y líneas de producción diferentes entre sí. Estos 13 conglomerados absorben la tecnología occidental y la adaptan a las circunstancias del sudeste asiático. La razón por la que estos conglomerados terminan siendo muy competitivos a escala global, la razón por la que sus productos terminan conquistando los mercados de Estados Unidos o Europa occidental es, en un primer momento, que los salarios que pagan a sus trabajadores son bajos, mucho más bajos que los de las empresas equivalentes en el mundo desarrollado. Ello se debe en parte al bajo nivel de desarrollo que inicialmente prevalece en el sudeste asiático, una región que en 1945 es más pobre que, por ejemplo, América Latina. Pero también se debe, en otra parte, a que prevalecen regímenes autoritarios que controlan rígidamente a los trabajadores y obstaculizan que estos formen una clase obrera reivindicativa. Sobre la base de esta ventaja salarial, la aplicación exitosa de tecnología occidental permite a las economías del sudeste asiático pasar de una industrialización protegida por el gobierno para evitar la competencia extranjera a una industrialización competitiva capaz de adentrarse en los mercados más exigentes. Las economías del sudeste asiático van desarrollando así sucesivos “ciclos de producto”. Comienzan por producciones relativamente sencillas: adaptan la tecnología occidental durante una fase inicial en la que gozan de protección gubernamental y, en una segunda fase, ya son suficientemente competitivas para orientarse hacia la exportación, momento en el cual pueden empezar un segundo ciclo de producto. En esta ocasión optan por una producción más compleja, con mayor contenido tecnológico, y repiten todo el proceso. Van, por lo tanto, subiendo peldaños desde los sectores más sencillos hasta sectores más complejos. Esto encaja bien con el hecho de que, conforme avanza el proceso de industrialización, los niveles salariales crecen y, aunque las empresas del sudeste asiático siguen gozando de una ventaja salarial con respecto a sus competidoras occidentales, tienen incentivos para ir subiendo peldaños hacia producciones con mayor contenido tecnológico y menos dependientes de la disponibilidad de mano de obra barata. De hecho, las empresas pueden ahora 14 subcontratar las producciones más sencillas a empresas situadas en países que continúen teniendo salarios bajos, o bien instalarse ellas mismas en dichos países. De este modo, la industrialización de Corea del Sur, Taiwán, Singapur y Hong-Kong abre oportunidades para que otros países de su entorno (pero que se mantienen pobres) los imiten y sigan el mismo camino de industrialización orientada hacia la exportación. Es lo que los economistas llaman el modelo de los “gansos voladores”: una vez que los primeros casos de éxito se consolidan, una vez que comienzan a volar algunos gansos, otros gansos pueden echar a volar con más facilidad si siguen la estela de los líderes. Esto es lo que está empezando a ocurrir en Tailandia, Malasia e Indonesia a finales del siglo XX: están industrializándose con orientación a las exportaciones en aquellas producciones con las que iniciaron su ascenso Corea del Sur, Taiwán y Singapur. Para finales del siglo XX, el país más poblado del mundo, China, se está convirtiendo también en una economía emergente. En parte, se trata de otro “ganso volador”. A finales de la década de 1970, los cambios en la política económica china, el abandono del comunismo a favor de una economía mixta que abre amplios espacios a la empresa privada y la inversión extranjera, conduce a una aceleración de la industrialización y el crecimiento económico del país. Como en el sudeste asiático, la base de la industrialización es la ventaja salarial con que cuentan los empresarios que utilizan mano de obra china, mucho más barata que la mano de obra de los países desarrollados. Numerosas producciones industriales que venían localizándose en el mundo rico pasan a localizarse en China. Como en el sudeste asiático, el gobierno devalúa persistentemente la moneda o, lo que es lo mismo, orienta la industrialización más hacia las exportaciones que hacia el mercado interior. Al tratarse de un gobierno no democrático, además, no duda tampoco en restringir los derechos de los trabajadores con objeto de consolidar esta senda hacia el desarrollo. Hay, sin embargo, una importante diferencia entre China y los gansos voladores del sudeste 15 asiático: la inversión extranjera y las empresas multinacionales son mucho más importantes en China de lo que habían sido en los inicios de la industrialización de, por ejemplo, Corea del Sur. Aunque el régimen político de China sigue llamándose comunista, su estrategia económica se apoya así en el capitalismo global. Resultados de desarrollo humano ¿Qué suponen todos estos cambios para el ciudadano surcoreano o el ciudadano chino? En pocas palabras, un gran avance. El crecimiento económico conduce a un aumento de la renta disponible. Las tasas de pobreza se reducen fuertemente. Incluso en China, donde el crecimiento económico se abre paso de la mano de una mayor desigualdad entre clases sociales, millones de personas ascienden por encima de la línea de pobreza en la parte final del siglo XX. Gobiernos autoritarios han guiado con mano de hierro a la economía por el camino de la industrialización orientada a las exportaciones, prestando una atención menor al mercado doméstico, y el nivel de consumo de las familias no crece tanto como podría haberlo hecho dadas las tasas de crecimiento económico, pero ¡aún así experimenta un crecimiento espectacular! Escuchemos el testimonio de John Lie, un sociólogo nacido en Corea del Sur en 1959 y que vive allí durante su infancia antes de trasladarse con sus padres a Japón: A principios de los años sesenta Seúl era para mí la viva imagen del atraso. Mientras que los atascos de tráfico de Tokio me maravillaban, me sentía horrorizado por los carros de bueyes que avanzaban vacilantes por las polvorientas calles de Seúl. Tokio parecía indiscutiblemente moderno, con sus altos edificios de estilo internacional, juguetes electrónicos, baños con cisterna, aire acondicionado y frigoríficos. Seúl, por el contrario, parecía muy anticuada, con su arquitectura japonesa del periodo colonial, juguetes de madera, baños sin cisterna ni papel higiénico y como mucho ventiladores eléctricos y bloques de hielo. Tokio era dinámica, con nuevos edificios creciendo por todas partes y las estanterías de los almacenes rebosantes de nuevos productos; Seúl estaba estancada, atrapada en la tradición. En Tokio podía atiborrarme de caramelos y 16 bombones vendidos en almacenes relucientes; en Seúl me atragantaba con saltamontes asados que vendían por la calle. En cambio, cuando Lie, ya un hombre adulto, regresa a su país natal a finales de la década de 1980, todo ha cambiado: He encontrado amas de casa de clase media alta llevando trajes de alta costura y jóvenes ricos que llevan una vida de irritante distinción y disolución. Cafeterías limpias y bien iluminadas han sustituido a los cafés oscuros y sucios; McDonald’s y Pizza Hut a los figones de tallarines y comida barata... Lo que hace esos cambios y contrastes tanto más asombrosos es que han ocurrido en el transcurso de una sola generación. Y no sólo han mejorado los niveles de renta y consumo. También las capacidades básicas de la población, salud y educación, se han visto fortalecidas en la segunda mitad del siglo XX. La población de Asia oriental está saliendo de su atraso. Aunque no goza aún de un nivel de desarrollo humano comparable al de las regiones más avanzadas del mundo, tampoco se está hundiendo al estilo africano. La propia expresión “Tercer Mundo” se desintegra por momentos: ¿cómo meter en el mismo saco a la emergente y poderosa economía china y a las estancadas economías del África subsahariana? No todo son luces, sin embargo. La modernización económica no se produce en paralelo a una modernización política conducente a la democracia. En Corea del Sur, el autoritarismo político se suaviza sólo de manera gradual, y desde luego más lenta que el ritmo al que avanza la industrialización. En China, cuando a finales de la década de 1980 opositores al régimen comunista se manifiestan en demanda de libertades políticas y derechos civiles, el gobierno desata una masacre para acallarlos. La mayor dictadura del mundo comienza el siglo XXI consolidada en su poder, y no excesivamente presionada por sus socios comerciales occidentales para emprender reformas políticas que conduzcan a un mayor respeto por los derechos humanos. Finalmente, la mayor dictadura del mundo es también una economía con graves 17 problemas de contaminación atmosférica y, en general, de deterioro ambiental. La industrialización es la prioridad y a ella se subordinan no sólo los niveles de consumo de la población o sus derechos básicos, sino también el medio ambiente. Bibliografía ARRIGHI, G. (1999): El largo siglo XX: dinero y poder en los orígenes de nuestra época, Madrid, Akal. BAIROCH, P. (1997): Victoires et déboirs: histoire économique du monde du XVIe siècle à nos jours, París, Gallimard, vol. III. BULMER-THOMAS, V. (2003): La historia económica de América Latina desde la Independencia, México, Fondo de Cultura Económica. BUSTELO, F. 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