Español A1 Literatura Española: A José María Palacio, de Antonio Machado Nos encontramos ante un poema completo, compuesto por Antonio Machado. Entre las obras de este poeta sevillano destacan Soledades (1903), Soledades. Galerías. Otros poemas (1907), Campos de Castilla (1912) y Nuevas canciones (1924). “A José María Palacio” forma parte de Campos de Castilla, colección de poemas en los que Machado evoca el paisaje castellano con un lenguaje sobrio y expresivo. Las descripciones del campo soriano están acompañadas de reflexiones críticas sobre la historia de España y dejan translucir en ocasiones una honda melancolía personal. En este poema se nos muestra el renacer de la naturaleza en primavera, mas el tema central es la esperanza inalcanzable en el renacer de la amada del poeta, muerta joven. Es preciso destacar asímismo dos temas secundarios que matizan el tema central: por un lado, la melancolía del poeta, causada por la soledad, por la lejanía física de esa primavera ; por otro, su vacilación en el momento de expresar la esperanza a la que se refiere el tema central. En cuanto a la estructura externa, el poema se compone de 32 versos endecasílabos y heptasílabos con rima asonante libre. Los versos no se agrupan en estrofas. La estructura interna consiste en dos partes principales: 1a parte: versos 1 a 28. El poeta describe los efectos de la primavera en el paisaje soriano. 2a parte: versos 29 a 32. Con estos versos pide a su amigo que visite la tumba de Leonor, su joven esposa fallecida a causa de una enfermedad. Esta separación es superficial. Es necesario realizar un análisis más detallado para apreciar la riqueza del poema y la delicadeza con la que trata el tema central y los secundarios. A continuación leeremos línea por línea para extraer todo su significado y ver cómo los elementos de la naturaleza, presentes en toda la composición, se relacionan con la esperanza, la melancolía y la indecisión expresadas en los mensajes centrales. La composición empieza con un apóstrofe (“Palacio, buen amigo”). Encontramos, pues, un destinatario explicito al que parece ir dirigido el poema. Cuando vuelva a aparecer en el verso 27 ya habremos aprendido que es más que un simple amigo lector y entenderemos su intención literaria. En los versos segundo a cuarto se menciona la primavera, elemento en torno al cual se construye el poema. Podemos ya observar aquí dos recursos que aportan relieve literario a la lengua del poema. Por un lado, la personificación de la primavera: ¿Está la primavera Visitiendo ya las ramas de los chopos? (versos 2, 3) da mayor viveza a sus efectos regeneradores. Por otro, la metáfora que presenta el brotar de las hojas como vestidos que la naturaleza tiende a los árboles proporciona una visión poética de la primavera. Por su parte, “primavera” aparece escrita con mayúscula en el quinto verso. Se hace referencia de este modo a la visión mitológica de esta estación: la diosa Perséfone, hija de Démeter y Zeus, fue raptada por Hades y regresa de los infiernos una vez al año. Para mostrar su alegría, Démeter reverdece el campo y le devuelve la vida, precisamente lo que el poeta nos muestra en esta composición. Se dice en este verso, además, que la primavera tarda en llegar (es decir, que el invierno ha sido largo). Esta afirmación viene precedida por tres encabalgamientos (versos 2-3, 3-4, 4-5) que lentifican la lectura y pretenden reforzar en el lector la idea del fin del invierno que se hace esperar. Esto contrasta con el verso sexto: ¡pero es tan bella y dulce cuando llega!... que se lee sin interrupciones, por lo que el ritmo de la lectura se ve vivificado. Al añadir una exclamación, el autor ilustra la eclosión de vida y alegría que esta llegada produce. En el verso séptimo se formula una segunda pregunta retórica, como todas en la composición: ¿Tienen los viejos olmos algunas hojas nuevas? El poeta en realidad no espera respuesta, no la necesita, puesto que él conoce la primavera en Soria, como demuestra la profusión de detalles con los que describe el campo. Su verdadera intención es mostrar su aislamiento respecto a esta primavera, de la que él no goza desde la muerte de su amada. Esta pregunta, formulada del mismo modo que las demás - haciendo hincapié en un aspecto del paisaje - expone de nuevo la idea contenida en el tema, la primavera y su efecto regenerador, mediante la contraposición de los opuestos viejos / nuevos. A continuación, los versos noveno y décimo siguen describiendo desde la distancia el paisaje soriano. La soledad del amante se expresa aquí mediante el futuro de hipótesis: Aún las acacias estarán desnudas (verso 9) Los versos decimotercero a decimosexto contienen otras dos interrogaciones retóricas, formuladas en paralelo y en las que aparecen cuatro binomios adjetivo – sustantivo que ilustran el paisaje con maestría. ¿Hay zarzas florecidas entré las grises peñas, y blancas margaritas entre la fina hierba? Como ya hemos mencionado, mediante estas interrogaciones retóricas el poeta aparece lejos de ese paisaje y ajeno, por tanto, al renacer de la vida que la primavera trae. Tras la muerte de su esposa, vive en soledad y no hay vida ni alegría posibles para él. A partir del verso decimoséptimo, y hasta el vigésimo octavo, el poema continúa mostrando elementos del paisaje castellano que ahondan en la visión melancólica que de la primavera tiene el poeta. Encontramos, de nuevo, los rasgos característicos de la composición: elementos concretos del paisaje en los que se destaca lo nuevo (cigüeñas, trigales verdes, mulas pardas). El adverbio “ya” (en los versos décimo octavo, vigésimo segundo y vigésimo octavo) señala la vuelta de estas acciones cíclicas; los futuros de hipótesis que marcan el distanciamiento del poeta respecto a la vida: Habrá trigales verdes (verso 19) Furtivos cazadores, los reclamos de la perdiz bajo las capas luengas, no faltarán [...] (Versos 25 a 27) Una segunda invocación al supuesto destinatario de la poesía (verso vigésimo séptimo) cierra esta extensa primera parte. Con esta repetición, el lector muestra cierta vacilación en la voz del poeta. En efecto, éste desea desde el principio decir algo al lector explícito que es Palacio, y las descripciones y preguntas que han ocupado el poema se nos revelan una excusa para retrasar la verdadera intención del poeta, quien se decide finalmente a hablar en la segunda parte. Este sentimiento de vacilación se descubre en el verso vigésimo séptimo, pero impregna toda la composición y aclara con luz nueva la insistencia en el detalle y justifica la reiteración. Debe ser considerado, por este motivo, un tema central del poema. En la segunda parte encontramos elementos descriptivos del paisaje, en los que se mantiene la idea de regeneración, mas sin las notas de color que abundaban en la primera parte. Por ejemplo, los “primeros lirios” y “las primeras rosas” en los versos vigésimo noveno y trigésimo. Los dos únicos adjetivos calificativos de esta parte nos muestran, asimismo, el estilo más seco que caracteriza al final del poema. Por otro lado, ambos están relacionados: “azul”, en el verso trigésimo primero, y “alto” en el siguiente, transportan al lector desde la colina del Espino al Cielo, esto es, al paraíso en el que mora eternamente su amada. Sin embargo, el elemento que mejor transmite el tono directo de estos versos es el imperativo “sube” (verso trigésimo primero), que saca a la luz en los últimos dos versos el deseo antes velado (visitar la tumba de su esposa): sube al Espino, al alto Espino donde está su tierra... Por último, es preciso aclarar la naturaleza de esta intención, puesto que se trata de algo más que pedirle un favor a un amigo. Este deseo no es ajeno a la idea de renacimiento recurrente en el poema: así como la naturaleza renace en primavera, el poeta alberga la esperanza de que Leonor también resucite. La imposible expresión de este anhelo se sustituye por unos puntos suspensivos cargados de significado. En resumen, el valor de este poema reside en la elaboración literaria del lenguaje descriptivo. A través de elementos concretos del paisaje, el poeta consigue transmitir un estado de ánimo y unos sentimientos universales (melancolía, soledad, esperanza) sin utilizar un lenguaje artificial o cargado. Esta aparente sencillez hace que la composición sea aún apreciada por el lector actual, en especial los jóvenes, aunque sea necesaria una lectura profunda para desentrañar su verdadero significado.