Roj: STS 922/2016 - ECLI:ES:TS:2016:922 Órgano: Tribunal

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Roj: STS 922/2016 - ECLI:ES:TS:2016:922
Órgano: Tribunal Supremo. Sala de lo Penal
Sede: Madrid
Sección: 1
Nº de Recurso: 917/2015
Nº de Resolución: 205/2015
Fecha de Resolución: 10/03/2016
Procedimiento: PENAL - APELACION PROCEDIMIENTO ABREVIADO
Ponente: ANTONIO DEL MORAL GARCIA
Tipo de Resolución: Sentencia
Encabezamiento
TRIBUNALSUPREMO
Sala de lo Penal
SENTENCIA
Sentencia Nº:
205/2015
Fecha Sentencia
: 10-03-2016
Ponente Excmo. Sr. D.
: Antonio del Moral García
Recurso Nº: 917/2015
Segunda Sentencia
RECURSO CASACION Nº
Fallo/Acuerdo:
Señalamiento:
Procedencia:
: 917/2015
Sentencia Estimatoria
01/12/2015
Sección Primera de la Audiencia Provincial de Palma de
Mallorca.
Secretaría de Sala
Escrito por
: Ilma. Sra. Dña. Sonsoles de la Cuesta y de Quero
: IPR
* El Tribunal de casación no queda vinculado por una petición unánime
de todas las partes pidiendo la anulación de la sentencia.
* Imparcialidad del Tribunal: no padece por un uso razonable y
moderado de la facultad de dirigir preguntas a los acusados o testigos para
esclarecer extremos que le parezcan precisados de alguna aclaración tras el
interrogatorio de las partes. Parahacer esa valoración hay que atender al
asunto concreto, a su complejidad, a la naturaleza de las cuestiones y forma
de hacerlas, a una comparación con elinterrogatorio de las partes (no es lo
mismo asumir el peso del interrogatorio o suplir la inactividad de la acusación
que completar algunos extremos o puntualizar cuestiones)
En principio hay que presumir la imparcialidad del Tribunal.
*Delito de torturas. Tipo omisivo del art. 176 CP . No es necesaria
relación jerárquica y ni siquiera de igualdad frente al autor directo de la
tortura ( art. 174 CP ).
Recurso Nº: 917/2015
*Atenuante de reparación. Cualificación. Una "sobreindemnización" no
basta para dotar a la atenuante de rango privilegiado.
*Principio de proporcionalidad de las penas: anclaje constitucional.
Art. 49.3 de la Carta Europea de Derechos Fundamentales. Puede revisarse en
casación la individualización penológica cuando la motivación es inexistente,
insuficiente,
incoherente
o
contraria
a
parámetros
evidentes
de
proporcionalidad.
Nº: 917/2015
Ponente Excmo. Sr. D.: Antonio del Moral García
Fallo: 01/12/2015
Recurso Nº: 917/2015
Secretaría de Sala: Ilma. Sra. Dña. Sonsoles de la Cuesta y de Quero
TRIBUNAL SUPREMO
Sala de lo Penal
SENTENCIA Nº:205 /2015
Excmos. Sres.:
D. Cándido Conde Pumpido Tourón
D. Francisco Monterde Ferrer
D. Alberto Jorge Barreiro
D. Antonio del Moral García
D. Juan Saavedra Ruiz
En nombre del Rey
La Sala Segunda de lo Penal, del Tribunal Supremo, constituida por los Excmos.
Sres. mencionados al margen, en el ejercicio de la potestad jurisdiccional que la
Constitución y el pueblo español le otorgan, ha dictado la siguiente
SENTENCIA
En la Villa de Madrid, a de de mas de dos mil
En los recursos de casación por quebrantamiento de forma, infracción de Ley y
precepto constitucional que ante Nos penden, interpuestos por Saturnino Urbanoy
Erasmo Mauricio, contra Sentencia dictada por la Sección Primera de la Audiencia
Provincial de Palma de Mallorca que les condenó como autores responsables de sendos
delitos de torturas graves y una falta de lesiones, los Excmos. Sres. Magistrados
componentes de la Sala Segunda del Tribunal Supremo que al margen se expresan se
han constituido para deliberación, votación y Fallo bajo la Presidencia del primero y
Ponencia del Excmo. Sr. D. Antonio del Moral García. Estando dichos recurrentes
representados por los Procuradores Sres. García San Miguel Hoover y González
Sánchez. Ha sido parte también el Ministerio Fiscal.
I. ANTECEDENTES
1.- El Juzgado de Instrucción núm. Ocho de los de Palma de Mallorca inició
Procedimiento Abreviado (Rollo 20/2013), contra Erasmo Mauricioy Saturnino Urbanoy
una vez concluso lo remitió a laAudiencia Provincial de Palma de Mallorca (Sección
Primera) que con fecha veinte de marzo de dos mil quince dictó sentenciaque contiene
los siguientes Hechos Probados:
<<PRIMERO.- En la madrugada del día 9 de Agosto, el acusado Erasmo
Mauricio, funcionario de la Policía Nacional con CP n° NUM000, Inspector del Grupo
Operativo de Motos, franco de servicio había estado cenando y consumiendo bebidas
alcohólicas junto con un grupo de compañeros y subordinados de su unidad en el
Paseo Marítimo de Palma de Palma. Después de hacer botellón se dirigieron todos al
local denominado Sarandonga sito en la misma avenida antes citada, donde hubo un
altercado entre algunos de dichos componente y otras personas, entre las que estaba
Felipe Luisy en el que resulto herido el funcionario con CP NUM001con una corte en la
mano. A unos pocos metros del local se hallaba un furgónpolicial que se dirigía al
Palacio de Marivent que se detuvo al ver que había unas personas que se perseguían.
El Subinspector de la UIP con número de CP NUM002preguntó lo que había sucedido y
tras comprobar la herida que tenía el funcionario detuvo a Felipe Luis. El acusado
Erasmo Mauriciose personó en el lugar y se identificó ante el Subinspector como
Policía, enseñándole su placa y emblema, diciéndole a que iría a Jefatura Superior a
"leerle la cartilla" al detenido, contestándole el Subinspector que no lo hiciera, que
estaba fuera de servicio, y que el detenido era suyo. Ordenó que éste fuera trasladado
a Son Dureta y después a las dependencias policiales, No obstante lo anterior Erasmo
Mauricioacudió a Jefatura al objeto de llevar a cabo su propósito. En las citadas
dependencias coincidió con el otro acusado, subordinado suyo en tanto que
Subinspector del mismo Grupo de Motos. Saturnino Urbano, (a quien en ocasiones se
le nombra como Corsario, por sus propios compañeros), el cual había finalizado el
servicio prestado esa madrugada en la Playa de Palma y estaba al corriente de lo
sucedido en el Sarandonga ya que el Funcionario de policía que resultó herido en el
Sarandonga era su compañero de piso.
Consta probado que Felipe Luisestuvo tranquilo durante el tiempo que
permaneció en Son Dureta razón por la cual estaba esposado por delante. Una vez que
el detenido llegó al garaje de la Jefatura, los funcionarios que habían efectuado el
traslado, indicativo Luna con n° de CP NUM003y NUM004, vieron a los dos acusados
que los estaban esperando en el parking. A y iniciativa de Saturnino Urbano, que iba
vestido de uniforme, se lo entregaron para su conducción y custodia, sabiendo que
Erasmo Mauricio, era Inspector del Cuerpo, sin sospechar el ánimo que guiaba a éste.
Una vez que se marcharon los Lunas, Erasmo Mauriciose abalanzó sobre el
detenido, cayendo éste al suelo junto con Corsario. Apareció un tercer interviniente,
que no ha sido juzgado, el cual propinó una patada a Felipe Luis. Una vez en el suelo
Erasmo Mauriciole golpeó y utilizando la pistola reglamentaria que portaba Saturnino
Urbanoen la pernera, marca Star modelo 28 PK nº de serie NUM005, que obtuvo de
modo no suficientemente aclarado, encañonó al detenido y le dijo "cabrón, tú le has
rajado la mano a un compañero mío y te voy a pegar un tiro y diré que ha sido en
defensa propia". Al jurarle el detenido por su mujer y por su hija que no había hecho
nada, Erasmo Mauriciole volvió a decir "te voy a pegar un tiro a ti otro a tu mujer y
otro a tu hija. Le colocó el cañón de la pistola en la cabeza junto al oído, y efectuó un
disparo en vacío, simulando una ejecución, tras lo cual le dijo que había tenido suerte
porque se le había encasquillado el arma y que no volvería a suceder. Cargó de nuevo
la pistola se la puso de nuevo en la cabeza y volvió a disparar, y así una vez más
disparando tres veces en total, todo ello mientras Felipe Luispermanecía esposado, sin
resistirse, y llorando, sin capacidad para reaccionar, siendo golpeado por Erasmo
Mauriciocon la pistola en diferentes partes de la cabeza y cuerpo. Corsariole quitó la
pistola y se la guardo en la funda. De nuevo Erasmo Mauriciose abalanzó sobre el
detenido y le siguió agrediendo hasta que llegó el Subinspector de la UIP quien avisado
de que había un problema y alarmado por los gritos que procedían desde el sótano,
bajo corriendo pudiendo ver como Erasmo Mauricioestaba encima del detenido y le
agredía con sus puños. Saturnino Urbanoestaba de pie, inmóvil, sin impedir la agresión
de que estaba siendo víctima Felipe Luisen su presencia. El Subinspector
inmediatamente detuvo la agresión y apartó a Erasmo Mauriciodel detenido.
Seguidamente engrilletó al Inspector por una mano al tiempo que le decía que estaba
detenido. Le pidió a Saturnino Urbanoque le ayudara a engrilletarlo y a detenerlo
negándose a hacerlo con el pretexto de que era su superior.
SEGUNDO.- Felipe Luispermaneció en las dependencias policiales, en las que
se procedió a tomarle declaración en calidad de detenido por un presunto delito de
atentado y lesiones, negándose a declarar ni a contar lo sucedido en la garaje por
temor a represalias, afirmando que lo haría en el Juzgado, si bien relató el episodio a
los funcionarios que le tomaron declaración.
Comoquiera que la pistola había dejado marcas en el rostro del detenido, oí
acusado Saturnino Urbanoprocedió a limar el cañón del arma, con el fin deevitar ser
descubierto, al saber que Felipe Luistenía intención de denunciarformalmente los
hechos y que se había iniciado una investigación interna sobre los mismos.
TERCERO- A consecuencia de lo relatado Felipe Luisresultó con lesiones
consistentes en hematoma en hombro derecho, en parrilla costal izquierda,
dermoerosiones en el cuello, en órbita izquierda, y en la frente; marcas circulares en la
zona mandibular y hemorragia en ojo izquierdo, para cuya sanidad precisó de una sola
asistencia médica, tardando en curar 15 días de los cuales 5 fueron impeditivos. Le ha
quedado como secuela trastornos neuróticos por estrés postraumático. Ha renunciado
a las acciones que le correspondían al haber sido indemnizado por los acusados en la
cantidad de45.000 euros antes del trámite de conclusiones provisionales.
No consta suficientemente acreditado que Erasmo Mauriciotuviera afectadas
sus facultades volitivas o intelectivas a causa de la ingesta de alcohol
CUARTO.- Los acusados son mayores de edad, carecen de antecedentes
penales. Estuvieron privados de libertad por esta causa desde el día 27 de Octubre de
2009 hasta el día 10 de Diciembre del mismo año>>.
2.- La Audiencia de instancia dictó el siguiente pronunciamiento:
<<Fallo.- CONDENAMOS a Erasmo Mauriciocomo autor responsable de un
delito de torturas graves y como autor de una falta de lesiones ya definidos, con la
concurrencia de la circunstancia atenuante de reparación del daño, a las siguientes
penas:
1.- Por el delito la pena de TRES AÑOS DE PRISIÓN conINHABILITACIÓN
ABSOLUTA durante el tiempo de NUEVE AÑOS.
2.- Por la falta de lesiones la pena de DOS MESES MULTA a razón de una cuota
diaria de SEIS EUROS con responsabilidad subsidiaria de un día de privación de
libertad por cada (sic) cuotas impagadas.
CONDENAMOS a Saturnino Urbanocomo autorresponsable de un delito de
torturas omisivas y como autor de una falta delesiones ya definidos, con la
concurrencia de la circunstancia atenuante de reparación del daño, a las siguientes
penas:
1.- Por el delito (sic) la pena de TRES AÑOS DE PRISIÓN conINHABILITACIÓN
ABSOLUTA durante el tiempo de NUEVE AÑOS.
2.- Por la falta de lesiones la pena de DOS MESES MULTA a razón de una cuota
diaria de SEIS EUROS con responsabilidad personal subsidiaria de un día de privación
de libertad por cada cuotas impagadas.
A ambos el pago de las costas por mitad.
Notifíquese esta Sentencia a las partes, haciéndoles saber que contra la misma
se puede interponer RECURSO DE CASACIÓN ante la Sala Segunda del Tribunal
Supremo, anunciándolo ante esta Audiencia Provincial dentro del plazo de cinco días
contados a partir del siguiente a la última>>.
3.- Notificada la Sentencia a las partes, se preparó recurso de casación por
quebrantamiento de forma infracción de ley y vulneración de precepto constitucional,
por los recurrentes que se tuvieron por anunciados; remitiéndose a esta Sala Segunda
del Tribunal Supremo las certificaciones necesarias para su sustanciación y resolución,
formándose el correspondiente rollo y formalizándose los recursos, alegando los
motivos siguientes:
Motivos aducidos en nombre de Saturnino Urbano.
Motivo primero .- Por infracción de ley al amparo de losarts. 5.4 LOPJy852
LECrimpor vulneración del derecho fundamental a la tutela judicial efectiva sin que, en
ningún caso, pueda producirse indefensión reconocida en elart. 24.1 CE. Motivo
segundo .- No formalizado . Motivo tercero. - No formalizado. Motivo cuarto .- Por
infracción de ley al amparo de losarts. 5.4 LOPJy852 LECrimpor vulneración del
derecho fundamental a la presunción de inocencia reconocido en elart. 24.2 CE.
Motivo quinto.- Por infracción de ley al amparo delart. 849.1 LECrimpor indebida
aplicaciónart. 176 CP. Motivo sexto.- Por infracción de ley al amparo delart. 849.1
LRCrim por indebida aplicación delart. 176 CPen relación con elart. 174 CP .
Motivoséptimo.- No formalizado. Motivo octavo.- No formalizado. Motivo noveno.Por infracción de ley, al amparo delart. 849.1 LECrimpor indebida inaplicación como
cualificada de la atenuante de reparación del daño delart. 21.5 CP, en relación con
elart. 66.1.2 CP. Motivo décimo.- Por infracción de ley al amparo delart. 849.1
LECrimpor indebida inaplicación de la atenuante de dilaciones indebidas delart. 21.6
CP. Motivo décimo primero .- Por infracción de precepto constitucional al amparo de
losarts. 5.4 LOPJy852 LECrimpor conculcación del derecho fundamental a la tutela
judicial efectiva delart. 24.1 CEen relación con losarts. 120.3 CE, así
como66.1.1ª,72,176y177 CP. Motivo décimo segundo. - Por infracción de precepto
constitucional al amparo de losarts. 5.4 LOPJy852 LECrimpor vulneración del principio
de proporcionalidad consagrado en elart. 49.3 de la Carta de Derechos Fundamentales
aprobado en Niza el 7 de diciembre de 2000, en relación con el valor superior de
justicia consagrado en elart. 1.1 CEy con el principio de igualdad reconocido en elart.
14 CE.
Motivos aducidos en nombre de Erasmo Mauricio.
Motivo primero.- Por infracción de ley al amparo de losarts. 5.4 LOPJy852
LECrimpor vulneración del derecho fundamental a un procedimiento con todas las
garantías sin que en ningún caso, puede producirse indefensión, derecho fundamental
reconocido en elart. 24.1 CE. Motivo segundo.- Por infracción de ley al amparo
delart. 849.1º LECrim. A tenor del relato de hechos declarados probados se denuncia
la indebida aplicación delart. 174 CP. Motivo tercero .- Por infracción de ley al
amparo delart. 5.4 LOPJpor vulneración del principio de presunción de inocencia.
Motivo cuarto.- Por infracción de ley al amparo delart. 849 LECrimpor indebida
inaplicación como cualificada de la atenuante de reparación del daño delart. 21.5 CPen
relación con elart. 66.1.2 CP. Motivo quinto.- Por infracción de ley al amparo delart.
849 LECrimpor indebida inaplicación de la atenuante dilaciones indebidas delart. 21.6
CP.
Motivo sexto. - Por infracción de ley al amparo delart. 849.1 LECrimpor
indebida inaplicación de la atenuante de embriaguez delart. 21.1 en relación con elart.
20.2 CP.
4 .- El Ministerio Fiscal se instruyó de los recursos interpuestos por los
recurrentes apoyando el primer motivo del recurso de D. Saturnino Urbanoy el
primer motivo de D. Erasmo Mauricioe impugnando el resto de los motivos .
En el trámite de instrucción de los respectivos recursos ambos recurrentes
formalizaron su adhesión al otro recurso; la Sala admitió el recurso, quedando
conclusos los autos para señalamiento y Fallo cuando por turno correspondiera.
5.- Realizado el señalamiento para Vista se celebró la misma el día uno de
diciembre de 2015. Con asistencia de los letrados recurrentes D. Jaime Vicente
Campaner en defensa de D. Saturnino Urbanoque informó sobre los motivos de su
recurso. El letrado D. Carlos Enrique Portalo Prada en defensa de D. Erasmo
Mauricioinformó sobre los motivos de su recurso. El Ministerio Fiscal se ratificó en su
escrito e informe solicitando que se declare nula la vista de la Audiencia, e impugnando
subsidiariamente los restantes motivos. 6.- Con fechas 17 de diciembre de 2015, 2 y
23 de febrero de 2016 se dictaron sendos autos ampliando el plazo para dictar
sentencia en atención a la complejidad del tema objeto de estudio y la necesidad de
visionar la grabación de las largas sesiones del juicio oral a la vista de las alegaciones
efectuadas por las partes.
II. FUNDAMENTOS DE DERECHO
PRIMERO.- Dos recursos se articulan. Presentan un inocultable paralelismo,
pese a que hay aspectos singulares, lógica consecuencia de la distinta posición de cada
uno de los recurrentes a los que la sentencia atribuye conductas diferenciadas que
determinan una subsunción jurídica no idéntica. Pero la simetría en lo esencial
aconseja su examen conjunto secuenciado, intercalando o agrupando motivos de uno y
otro recurso en razón de su temática.
El primer motivo de ambos recursos es similar en su formato, en su fondo y en
su desarrollo argumentativo. De hecho uno de ellos se remite en varios pasajes al otro.
Se denuncian déficits de imparcialidad de quien presidía el Tribunal. El
enunciado invoca el derecho a la tutela judicial efectiva (art. 24 CE) alegable en
casación a través delart. 852 LECrim.
SEGUNDO.- El Ministerio Fiscal ha apoyado el motivo. En consecuencia en
esta sede y momento procesales todas las partes unánimemente reclaman la nulidad
de la sentencia. Ninguna solicita su confirmación.
Esto nos lleva a plantearnos hasta qué punto estaría esta Sala vinculada por
esa unánime petición de las partes.
¿Es posible rechazar un motivo de casación promovido por condenados y
apoyado por la única acusación? ¿En qué medida juega el principio acusatorio en
casación? Aunque en este caso se trata de una petición de nulidad, lo que introduce un
matiz singular no despreciable frente a situaciones en que la coincidencia viene
referida a una cuestión sustantiva o de fondo que juega en beneficio del reo.
En la jurisprudencia de esta Sala el tema ha sido abordado pocas veces en
profundidad. La práctica no obstante es casi pacífica. Aunque no frecuentes, tampoco
son en absoluto insólitos los supuestos en que se rechazan recursos de casación del
reo que han merecido el apoyo del Fiscal sin oposición de ninguna otra parte. La
relativa inhabitualidad de esta situación obedece más bien a que es extraño que no
acompañe la razón de fondo al Ministerio Público cuando apoya un recurso de casación
de la parte pasiva, rectificando normalmente su posición en la instancia (vid. por ej.
laSTS 496/2013, de 13 de junio: uno delos motivos de la parte condenada contaba con
el apoyo del Ministerio Fiscal; sin embargo es rechazado por razones de fondo). No se
suele cuestionar la capacidad del Tribunal de casación para actuar de esa forma
separándose de lo propugnado de consuno por recurrente y recurrido (acusación
pública).
LaSTS 859/2013, de 21 de octubreaborda directamente esa temática
inclinándose decididamente por considerar intactas las posibilidades de este Tribunal
de estimar o no el recurso pese a no existir posiciones contradictorias en casación. Tal
sentencia venía, no obstante, acompañada de un voto particular. El razonamiento
desplegado en ella bebe en gran medida de la constatación de una previa doctrina
constitucional.
Esa práctica, implantada aunque poco teorizada en la jurisprudencia,
doctrinalmente viene justificada por la no vigencia del principio acusatorio en sede de
recursos (o, al menos, no en la forma y con las exigencias con que se desenvuelve en
la instancia). Está refrendada por el Tribunal Constitucional:SSTC 123/2005, de 8 de
junioy183/2005, de 4 de julio.
Decía laSTC 123/2005:
" 1. La cuestión concreta que plantea el presente amparo es si la configuración
constitucional del principio acusatorio incluye como una de sus garantías que en
la casación penal el órgano judicial quede limitado en sus pronunciamientos
por los motivos y las pretensiones concretas de las partes deducidas en dicho
recurso y si resulta posible constitucionalmente al órgano judicial de casación
desestimar el recurso contra la resolución condenatoria impugnada al margen
de una concreta solicitud de mantenimiento de aquélla realizada por
cualquiera de las partes procesales .
2. Esta cuestión ya fue abordada por este Tribunal, en relación con el recurso
de apelación, enla STC 283/1993, de 27 de septiembre , concluyéndose que
"cuando sólo el condenado es recurrente, elJuez, que evidentemente no podrá agravar
la condena por falta de acusación, no puede quedar privado de la facultad de
desestimar el recurso si la Sentencia, pese a lo alegado en segunda instancia, se
ajusta a Derecho, porque evidentemente ello no excede de los términos del debate ni
significa una extensión de los poderes de actuación de oficio del Juez en favor de una
parte, ni priva al recurrente del conocimiento de los términos de la acusación (ya
inmodificable), porque cualquier decisión queda delimitada por la corrección de los
pronunciamientos de la Sentencia, cuya revisión, repetimos, constituye el objeto de la
única pretensión de apelación. Una apreciación contraria impondría a la parte no
recurrente la carga de personarse obligatoriamente en la segunda instancia para evitar
que la simple apelación del condenado implicase automáticamente la revocación de la
Sentencia. Interpretación absolutamente formalista del principio acusatorio que no
puede ser admitida sin violentar la propia naturaleza de la apelación en el juicio sobre
faltas." (FJ 5). Posteriormente, y ya en supuestos de recurso de casación, esta misma
doctrina fue utilizada como fundamento para la inadmisión de recursos de amparo en
los AATC 327/1993, de 28 de octubre, FJ 3 ; 250/1994, de 19 de septiembre, FJ 2
, y 146/1998, de 25 de junio , FJ 4.
La existencia de estos precedentes, en los que se aporta un tratamiento
unitario para el recurso de apelación y para la casación penal, no impide, sin embargo,
que se vuelva sobre esta compleja cuestión en la presente resolución para profundizar
en su desarrollo y, especialmente, en lo que se refiere al recurso de casación. A ese
fin, su análisis sistemático exige abordar, en primer lugar, el alcance constitucional del
principio acusatorio y la delimitación y concreción del deber de congruencia entre
acusación y fallo; y, en segundo lugar, los posibles condicionantes de cómo se
proyecta el deber de congruencia en el recurso de casación.
3. Este Tribunal ha reiterado que el conjunto de derechos establecidos en el
art. 24 CE no se agota en el mero respeto de las garantías allí enumeradas,
establecidas de forma evidente a favor del procesado, sino que incorpora, además, el
interés público en un juicio justo, garantizado en el art. 6 del Convenio europeo de
derechos humanos
(en adelante CEDH), que es un instrumento hermenéutico
insoslayable para la interpretación de los derechos fundamentales de nuestra
Constitución ( art. 10.2CE ); de tal modo que, en última instancia, la función del
derecho fundamental a un proceso con todas las garantías en el ámbito penal se
concreta en garantizar el interés público de que la condena penal resulte de un juicio
justo, que es un interés constitucional asentado en los principios del Estado de
Derecho y en los valores constitucionales de libertad y justicia ( art. 1.1 CE ; STC
130/2002, de 3 de junio , FJ 3).
En virtud de ello, aunque el principio acusatorio no aparece expresamente
mencionado entre los derechos constitucionales que disciplinan el proceso penal,
limitándose el art. 24.2 CE a consagrar una de sus manifestaciones, como es el
derecho a ser informado de la acusación, sin embargo, este Tribunal ya ha destacado
que ello no es óbice para reconocer como protegidos en el art. 24.2 CE ciertos
derechos fundamentales que configuran los elementos estructurales de este principio
nuclear ( STC 174/2003, de 29 de septiembre , FJ 8), que trasciende el derecho a
ser informado de la acusación y comprende un haz de garantías adicionales ( SSTC
19/2000, de 3 de marzo, FJ 4 , y 278/2000, de 27 de noviembre , FJ 17). Así,
desde el más temprano recono cimiento de la dimensión constitucional de
determinadas garantías propias del principio acusatorio, en la jurisprudencia de este
Tribunal se ha incidido tanto en su vinculación con los derechos de defensa y a conocer
la acusación ( STC 12/1981, de 10 de abril , FJ 4), como en la exigencia de separar
la función de juzgar de la de acusar, para alcanzar la mayor independencia y equilibrio
del Juez, evitando que actúe como parte en el proceso contradictorio frente al acusado,
cuando debe ser un órgano imparcial que ha de situarse por encima de las partes
acusadoras e imputadas ( STC 54/1985, de 18 de abril , FJ 6).
Por tanto, determinados elementos estructurales del principio acusatorio
forman parte de las garantías constitucionales sustanciales del proceso penal, no sólo
en la dimensión expresamente reconocida por el art. 24.2 CE de que nadie pueda
ser condenado sin que se formule previamente una acusación de la que tenga
conocimiento y posibilidades de defenderse de manera contradictoria, sino también en
su dimensión, implícitamente reconocida entre las garantías constitucionales en el
procedimiento penal, de que el objeto procesal sea resuelto por un órgano judicial
independiente e imparcial diferente del que ejerce la acusación (entre las últimas,
SSTC 35/2004, de 8 de marzo, FJ 7 ; ó 179/2004, de 18 de octubre , FJ 4), toda
vez que el derecho a un proceso con todas las garantías impone un sistema penal
acusatorio en el que el enjuiciamiento se desarrolle dialécticamente entre dos partes
contrapuestas, debiendo resolverse por un órgano diferente, consagrándose así una
neta distinción de las tres funciones procesales fundamentales: la acusación, propuesta
y sostenida por persona distinta a la del Juez; la defensa, con derechos y facultades
iguales al acusador; y la decisión, que corresponde a un órgano judicial independiente
e imparcial, que no actúa como parte frente al acusado en el proceso contradictorio (
SSTC 3/1987, de 7 de mayo, FJ 2 ; ó 83/1992, de 28 de mayo ,FJ 1).
4. En atención a lo anterior, este Tribunal ha reiterado que una de las
manifestaciones del principio acusatorio contenidas en el derecho a un proceso con
todas las garantías es el deber de congruencia entre la acusación y el fallo, en virtud
del cual nadie puede ser condenado por cosa distinta de la que se le ha acusado,
entendiendo por "cosa", en este contexto, no únicamente un concreto devenir de
acontecimientos, un factum , sino también la perspectiva jurídica que delimita de un
cierto modo ese devenir y selecciona algunos de sus rasgos, pues el debate
contradictorio recae no sólo sobre los hechos sino también sobre su calificación jurídica
(por todas, SSTC 35/2004, de 8 de marzo, FJ 2 , ó 40/2004, de 22 de marzo , FJ
2). De ese modo, este deber de congruencia implica que el juzgador está sometido
constitucionalmente en su pronunciamiento por un doble condicionamiento, fáctico y
jurídico, que queda concretado en la pretensión establecida en el escrito de
calificaciones definitivas (por todas, SSTC 62/1998, de 17 de marzo, FJ 5 , ó
33/2002, de 13 de febrero , FJ 3).
El fundamento de esta exigencia de congruencia entre acusación y fallo ha sido
puesto en relación directa, principalmente, con los derechos a la defensa y a estar
informado de la acusación, con el razonamiento de que si se extralimitara el juzgador
en el fallo, apreciando unos hechos o una calificación jurídica diferente a las
pretendidas por las acusaciones, se privaría a la defensa de la necesaria contradicción
(por todas, SSTC 33/2003, de 13 de febrero, FJ 3 , ó 40/2004, de 22 de marzo ,
FJ 2). Sin embargo, este deber de congruencia también ha encontrado su fundamento
en el derecho a un proceso con todas las garantías, en el sentido de que el
enjuiciamiento penal se ha de desarrollarcon respeto a la delimitación de funciones
entre la parte acusadora y el órgano de enjuiciamiento (portodas, SSTC 302/2000, de
11 de diciembre, FJ 2 ; ó 35/2004, de 8 de marzo , FJ 7), puesto que, en última
instancia, un pronunciamiento judicial más allá de la concreta pretensión punitiva de la
acusación supone que el órgano judicial invada y asuma competencias reservadas
constitucionalmente a las acusaciones, ya que estaría condenando al margen de lo
solicitado por los legitimados para delimitar la pretensión punitiva, lo que llevaría a una
pérdida de su posición de imparcialidad y a la lesión del derecho a un proceso con
todas las garantías.
Por tanto, la vinculación entre la pretensión punitiva de las partes acusadoras
y el fallo de la sentencia judicial, como contenido propio del principio acusatorio,
implica que el órgano de enjuiciamiento debe dictar una resolución congruente con
dicha pretensión, lo que responde a la necesidad no sólo de garantizar las posibilidades
de contradicción y defensa, sino también de respetar la distribución de funciones entre
los diferentes participantes en el proceso penal, y, más concretamente, entre el órgano
de enjuiciamiento y el Ministerio Fiscal, en los términos señalados en los arts. 117 y
124 CE . De ese modo, el análisis del respeto a la garantía del deber de congruencia
entre acusación y fallo por parte de una resolución judicial debe venir dado no sólo por
la comprobación de que el condenado ha tenido la oportunidad de debatir los
elementos de la acusación contradictoriamente, sino también por la comprobación de
que el órgano de enjuiciamiento no ha comprometido su imparcialidad asumiendo
funciones acusatorias que constitucionalmente no le corresponden.
5. Ahora bien, partiendo de la base ya expuesta de cuál es el doble
fundamento constitucional del deber de congruencia entre acusación y fallo, es
necesario tener en cuenta dos aspectos relevantes para la determinación y concreción,
con carácter general, del alcance de dicho deber de congruencia, como son, por un
lado, que éste, como elemento estructural del principio acusatorio, no tiene un
alcance general en el procedimiento penal respecto de cualquier otra
pretensión sostenida por la acusación que no sea la estrictamente punitiva; y,
por otro lado, que incluso en el marco del ejercicio de una pretensión punitiva
el deber de congruencia no implica un deber incondicionado para el órgano
judicial de estricta vinculación a las pretensiones de la acusación.
Ambos aspectos tienen una relación directa con el hecho, ya afirmado por este
Tribunal, de queexisten cuestiones de orden público implicadas en el ejercicio del ius
puniendi que no cabe desconocer (por todas, SSTC 153/1990, de 15 de octubre, FJ 3
, y 228/2002, de 9 de diciembre , FJ 5) y que afectan no sólo a cualquier eventual
pretensión, diferentes de la punitiva, que pueda ser deducida por las partes en el
marco del procedimiento penal, sino también a lo que es la pretensión punitiva
propiamente dicha reflejada en el escrito de acusación.
En efecto, que el reconocimiento del deber de congruencia entre acusación y
fallo, como una de las exigencias del derecho a un proceso con todas las garantías esté
vinculado con los derechos a la defensa, a conocer la acusación y con la delimitación
entre las funciones acusatorias y de enjuiciamiento, es suficientemente expresivo de
que su alcance queda limitado en exclusiva a lo que es la pretensión punitiva
concretada en los escritos de calificación definitiva. No cabe, pues, ampliarse a
cualquier otra pretensión de las partes personadas que, aun sustanciadas en
el procedimiento penal, no sean propiamente punitivas, toda vez que, respecto
de éstas últimas, no puede afirmarse quetengan como objeto elementos de la
acusación, sobre lo que deba darse la oportunidad de debatircontradictoriamente para
hacer efectivo el derecho de defensa. Tampoco cabe que el Tribunal, en caso de
pronunciarse de oficio sobre las mismas o en contra de las pretensiones de las
partes, asuma funciones que constitucionalmente le están vedadas...
... Por tanto, a la conclusión anteriormente alcanzada de que la vinculación
entre la pretensión
punitiva de las partes acusadoras y el fallo de la sentencia judicial, como
contenido propio del principio acusatorio, implica que el órgano de enjuiciamiento debe
dictar una resolución congruente con dicha pretensión, debe añadirse también que
dicho deber de congruencia, atendiendo al propio fundamento de su reconocimiento
constitucional, no sólo no supone una estricta vinculación del fallo a la calificación
jurídica contenida en la pretensión punitiva, cuando pueda verificarse que en el debate
procesal la defensa tuvo la posibilidad de conocer y discutir sus elementos esenciales,
sino que, además, en su caso, ese deber de congruencia sólo puede predicarse de la
propia pretensión punitiva y no de ninguna otra deducida en el procedimiento penal,
en la medida en que, al no tener como objeto elementos de la acusación, los órganos
judiciales penales mantienen la posibilidad de un pronunciamiento de oficio e
incluso en contra de las pretensiones de las partes sin comprometer con ello
su posición de imparcialidad por la asunción de funciones acusatorias que le
están constitucionalmente vedadas .
6. A continuación deben analizarse los posibles condicionantes de cómo se
proyecta el deber de congruencia en el actual sistema de recursos penales, con
especial referencia al recurso de casación. Para abordar esta cuestión es preciso
atender a dos consideraciones previas que delimitan dicho análisis, como son, en
primer lugar, determinar cuál es el contenido esencial del derecho al recurso contra
sentencias penales condenatorias, en lo que se refiere a la necesidad de configurarlo
como un nuevo juicio o limitado a una función revisora; y, en segundo lugar,
determinar a cuál de ambos modelos responde la actual regulación de la casación
penal.
Este Tribunal ya ha reiterado en relación con el derecho al recurso contra
sentencias penales condenatorias dos ideas esenciales: la primera, que si bien no tiene
un reconocimiento constitucional expreso, queda integrado en el derecho a un proceso
con todas las garantías recogido en el art. 24.2CE , toda vez que dicha exigencia,
establecida en el art. 14.5 del Pacto internacional de derechos civiles y políticos (en
adelante PIDCP), ha quedado incorporada a las garantías constitucionales que
disciplinan el proceso penal a través de la previsión del art. 10.2 CE sobre que las
normas relativas a derechos fundamentales y a las libertades que la Constitución
reconoce se interpretarán de conformidad con dicho texto (por todas, entre las
primeras, STC 42/1982, de 5 de julio , FJ 3; y, entre las más recientes, SSTC
80/2003, de 28 de abril, FJ 2 , y 105/2003, de 2 de junio , FJ 2). Y, la segunda,
que del propio tenor literal del art. 14.5 PIDCP , al establecer que "[toda persona
declarada culpable de un delito tendrá derecho a que el fallo condenatorio y la pena
que se le haya impuesto sean sometidos a un Tribunal superior, conforme a lo
prescrito por la Ley", se desprende que no establece propiamente una doble instancia,
sino una sumisión del fallo condenatorio y de la pena a un Tribunal superior, sumisión
que habrá de ser conforme a lo prescrito por la Ley, por lo que ésta, en cada país,
fijará sus modalidades ( SSTC 76/1982, de 14 de diciembre, FJ 5 , y 70/2002, de 3
de abril , FJ 7). Del mismo modo, el Protocolo núm. 7, de 22 de noviembre de 1984
, no ratificado por España, al Convenioeuropeo de derechos humanos, reconoce este
derecho en términos muy semejantes, haciendoreferencia en su art. 2.1, si bien con
las excepciones del art. 2.2, a que "[toda persona declarada culpable de una infracción
penal por un tribunal tiene el derecho a que su condena o sentencia sea revisada por
un tribunal superior. El ejercicio de este derecho, incluyendo los motivos por los cuales
puede ser ejercido, deberá estar regulado por ley".
Por ello, este Tribunal ha concluido, por un lado, que el derecho al recurso
contra sentencias penales condenatorias, incluido dentro del derecho a un proceso con
todas las garantías del art. 24.2CE , a la vista del tenor literal del art. 14.5 PIDCP
, e incluso conforme a la jurisprudencia delTribunal Europeo de Derechos Humanos, en
relación con los arts. 6.1 CEDH y 2 del Protocolo núm.7 del citado Convenio (
SSTEDH de 13 de febrero de 2001, caso Krombach c. Francia , y de 25 de julio de
2002, caso Papon c. Francia ), se debe interpretar no como el derecho a una segunda
instancia con repetición íntegra del juicio, sino como el derecho a que un Tribunal
superior controle la corrección del juicio realizado en primera instancia, revisando la
correcta aplicación de las reglas que han permitido la declaración de culpabilidad y la
imposición de la pena en el caso concreto ( SSTC70/2002, de 3 de abril, FJ 7 , y
105/2003, de 2 de junio , FJ 2). Y, por otro, que la libertad de configuración por parte
del legislador interno de cuál sea ese Tribunal superior y de cómo se someta a él el
fallo condenatorio y la pena viene expresamente reconocida por el art. 14.5 PIDCP ,
lo que permite que en nuestro ordenamiento cumpla tal función en determinados
supuestos el recurso de apelación; y permite, asimismo, que dentro del ordenamiento,
y en los delitos para cuyo enjuiciamiento así lo ha previsto el legislador, sea la
casación penal el recurso que abra al condenado en la instancia el acceso a un
Tribunal superior (STC 37/1988, de 3 de marzo , FJ 5).
Por tanto, de lo expuesto cabe concluir, en primer lugar, que el derecho
fundamental al recurso contra sentencias penales condenatorias sólo alcanza a la
necesidad de que se configure legalmente un recurso que posibilite una revisión
íntegra de la condena y la pena y, en consecuencia, no es exigible constitucionalmente
que dicho recurso implique la celebración de un nuevo juicio íntegro; y, en segundo
lugar, que el legislador tiene libertad para establecer tanto cuál deba ser el Tribunal
superior como el modo en que éste haga efectiva la revisión de la condena y la pena y,
por tanto, el legislador tiene libertad de configurar el recurso bien como un nuevo
juicio, bien como una revisión del fallo condenatorio y de la pena.
7. A partir de lo anterior, y entrando en la segunda consideración previa
señalada de determinar a cuál de ambos modelos - repetición íntegra del juicio o
revisión de la condena- responde la actual regulación del sistema de recursos contra
sentencias penales condenatorias, debe ponerse de manifiesto que el ordenamiento
jurídico procesal penal español mantiene en vigor un régimen dual respecto de la
posibilidad de recurrir las sentencias condenatorias por delitos que no sean
competencia del Tribunal del Jurado, diferenciando unos supuestos en que cabe
recurso de apelación y otros en que lo procedente es el recurso de casación.
En efecto, a la espera de que, conforme a lo dispuesto en la disposición final
segunda de la Ley Orgánica 19/2003, de 23 de diciembre , de modificación de la Ley
Orgánica 6/1995, de 1 de julio, del Poder Judicial (BOE de 26 de diciembre), se
produzcan las modificaciones legislativas necesarias para hacer efectivo que la
apelación sea el recurso procedente contra cualquier tipo de sentencias penales
condenatorias, el sistema legal actual establece, por un lado, que contra las Sentencia
pronunciadas por los Juzgados de lo Penal lo procedente es el recurso de apelación y,
por otro, que contra las Sentencias pronunciadas en primera instancia por las
Audiencias lo procedente es el recurso de casación, por lo que en estos concretos
supuestos el recurso de casación cumple la función de garantizar el derecho
constitucional a la revisión de la condena y la pena.
En este contexto legal dual, la determinación de si el actual sistema de
recursos contra las sentencias penales responde al modelo de repetición íntegra del
juicio o de mera revisión, no tiene por qué tener una respuesta necesariamente
unívoca y común para ambos recursos ni, incluso dentro de cada uno de ellos, para
circunstancias tan dispares como pueden ser que la impugnación se dirija contra una
sentencia absolutoria o condenatoria, o que el fundamento de la impugnación aparezca
referido a los hechos, la calificación jurídica o la eventual concurrencia de
determinados defectos procedimentales... sino que, en cada caso, puede responder a
un modelo diferente, con todas las implicaciones que ello supone, y que sólo cabe
determinar a la vista de su concreta configuraciónlegal.
Así, por lo que respecta a la apelación contra sentencias absolutorias en que el
objeto de impugnación se refiera a cuestiones de hecho a partir de la apreciación de la
prueba por el órgano judicial de primera instancia, el Pleno de este Tribunal en la
reciente STC 167/2002, de 18 de septiembre , FJ 11, ya ha señalado que en estas
circunstancias el recurso de apelación penal "tal y como aparece configurado en
nuestro Ordenamiento, otorga plenas facultades o plena jurisdicción al Tribunal ad
quem para resolver cuantas cuestiones se planteen, sean de hecho o de Derecho" y
que "[su carácter, reiteradamente proclamado por este Tribunal, de novum iudicium,
con el llamado efecto devolutivo, conlleva que el juzgador ad quem asuma la plena
jurisdicción sobre el caso, en idéntica situación que el Juez a quo, no sólo por lo que
respecta a la subsunción de los hechos en la norma, sino también para la
determinación de tales hechos a través de la valoración de la prueba, pudiendo revisar
y corregir la ponderación llevada a cabo por el Juez a quo" (reiterado después, entre
otras muchas, en las SSTC 10/2004 y 12/2004, de 9 de febrero , FFJJ 6 y 3,
respectivamente), de lo que se ha concluido la necesidad de que el órgano judicial de
apelación sólo pueda corregir la valoración y ponderación de pruebas personales
respetando los principios de inmediación y contradicción a partir de su práctica a su
presencia en la celebración de una vista oral
... Por el contrario, el recurso de casación penal, atendiendo a su
configuración legal y, en todo caso, por lo que respecta al concreto motivo de
casación por infracción de ley en la calificación jurídica del hecho, no puede
afirmarse que responda al modelo de repetición íntegra del juicio, sino, más
propiamente, a un modelo estricto de revisión de la legalidad de la resolución
impugnada. Así, este Tribunal, ya desde antiguo, ha reconocido que el recurso
de casación es un recurso de cognición restringida que cumple una función
revisora (
STC 37/1988, de 3 de marzo
, FJ 5); incidiendo en que está
al servicio de los intereses objetivos ligados a la necesaria depuración en
Derecho del obrar judicial, aunque destacando, igualmente, que "al
desenvolver esta función, protege también al justiciable, que contará, a su
través, con la posibilidad de someter el fallo en el que resultó condenado a un
'Tribunal superior'" (
STC 69/1985, de 6 de mayo
, FJ 2)...
... Una vez desarrolladas las anteriores consideraciones debe entrarse
directamente en elanálisis de los posibles condicionantes de cómo se proyecta el deber
de congruencia en la resoluciónde los recursos contra sentencias penales
condenatorias, con especial referencia al recurso de casación, comenzando por señalar
que la afirmación genérica, ya reiterada por este Tribunal, de que las
exigencias del principio acusatorio, entre las que, lógicamente, cabría incluir
la de congruencia entre acusación y fallo, son de aplicación en la segunda
instancia (por todas,
SSTC 28/2003, de 10 de febrero, FJ 4
, ó
35/2004, de 8 de marzo
, FJ 2), no resulta en modo alguna contradictoria
con la posibilidad de concluir que la aplicación de las garantías propias de
este principio en la resolución de los recursos penales no puede ser mimética,
sino condicionada. Y ello por dos razones principales: la primera porque adecuar
las exigencias del principio acusatorio a la concreta configuración legal del recurso
penal en cuestión que resulte procedente no supone anular la vigencia de dichas
exigencias, sino adaptarlas, en atención a sus fundamentos constitucionales, a las
funciones que en el marco del procedimiento penal en su conjunto pueda tener dicho
recurso. Esta necesidad ha sido destacada por el Tribunal Europeo de Derechos
Humanos al señalar en la Sentencia de 27 de marzo de 1998, caso KDB c. Países
Bajos, en relación con la aplicación en la segunda instancia de las reglas de un proceso
equitativo recogidas en el Convenio europeo de derechos humanos, que "[la manera
en que se aplique el art. 6 a los tribunales de apelación o casación depende de las
características especiales de cada procedimiento, tomando en consideración la
totalidad de la regulación procesal en el ordenamiento jurídico interno y el papel que
en el mismo desempeña el Tribunal de casación" (§ 35).
La segunda razón es que la afirmación genérica sobre la aplicación de las
exigencias propias del principio acusatorio a la segunda instancia, o que "es la
impugnación de una Sentencia lo que opera la investidura del Juez superior, que
determina la posibilidad de que éste desarrolle los poderes que tiene atribuidos, con la
limitación determinada por la pretensión de las partes" ( STC 40/1990 , de
12 de marzo, FJ 1), se ha producido, principalmente, en relación con la
proscripción constitucional de la reforma peyorativa. Esta prohibición, que si bien en
algunos casos se ha incluido como una más de las garantías del principio acusatorio,
aparece fundamentada tanto en la vulneración del derecho a conocer la acusación y la
prohibición de la indefensión, como en la exigencia de separación entre la acusación y
la función de enjuiciamiento imparcial inherente al principio acusatorio (entre otras,
SSTC 40/1990, de 12 de marzo, FJ 1 , ó 28/2003, de 10 de febrero , FJ 3). Sin
embargo, es una exigencia de aplicación no sólo en el ámbito penal, tanto al recurso
de apelación como al de casación, sino que, además, rige también para cualquier tipo
de recursos en cualquier orden jurisdiccional (en el orden civil, por todas, STC
250/2004, de 20 de diciembre , FJ 3; y en el orden social, por todas, STC196/2003,
de 27 de octubre , FJ 5), ya que tiene un fundamento constitucional autónomo, en la
interdicción de la indefensión que consagra el art. 24.1 CE , basado en que "de
admitirse que los órganos judiciales pueden modificar de oficio, en perjuicio del
recurrente, la resolución impugnada por éste, se introduciría un elemento disuasorio
para el ejercicio del derecho constitucional a los recursos legalmente establecidos en la
Ley" (por todas, STC 28/2003, de 10 de febrero , FJ 3).
De ese modo, despejadas las posibles dudas sobre la necesidad de
hacer una aplicación condicionada de las exigencias del principio acusatorio y
el deber de congruencia en la resolución de los recursos penales, hay que
poner de manifiesto que este Tribunal, partiendo de las bases yaseñaladas de
que la garantía constitucional del deber de congruencia entre acusación y
fallo quedalimitado a la concreta pretensión punitiva, ha reiterado que la
existencia de una eventual exigencia constitucional de que el órgano judicial
que ha de resolver el recurso quede vinculado por las concretas pretensiones
de las partes deducidas en el recurso procedente, impidiendo con ello, en su
caso, la desestimación del recurso y con ello el mantenimiento de la
resolución recurrida, no puede ser ajena a una doble comprobación: por un
lado, debe comprobarse la naturaleza de la concreta pretensión que se deduce
en dicho recurso; y, por otro, si con dicho pronunciamiento del órgano
judicial, bien se ha impedido hacer efectivo el derecho de defensa o a debatir
los elementos de la acusación, bien se ha propiciado una pérdida de su
necesaria imparcialidad judicial por asumir funciones acusatorias que le están
constitucionalmente vedadas (
STC 283/1993, de 27 de septiembre
, FJ
5; y
AATC 327/1993, de 28 de octubre, FJ 3
, y
146/1998, de 25 de
junio
, FJ 4, entreotras).
La comprobación, respecto de la naturaleza punitiva o no de las pretensiones a
deducir en el recurso penal, que permitiera hacer una traslación directa de las
exigencias del deber de congruencia entra acusación y fallo a dicho recurso, no resulta
independiente de la decisión legislativa de configurarlo siguiendo un modelo revisor de
la legalidad de la resolución impugnada o de repetición íntegra del juicio. Así, en un
recurso penal que siga el modelo de repetición íntegra del juicio, la cuestión que se
sustancia ante el órgano judicial ad quem es de nuevo el hecho imputado al recurrente
y su calificación jurídica y no el pronunciamiento que sobre este particular realizó el
órgano judicial de primera instancia. Esto es, lo que se ventila en un recurso de estas
características es nuevamente la pretensión punitiva. Ello implica, no sólo que en
ambas instancias el objeto de enjuiciamiento sea el mismo, sino que, además, en
principio, tanto el órgano judicial ad quem como las partes procesales se colocan en la
misma situación de enjuiciamiento y relación procesal, respectivamente, que tenían en
la primera instancia, propiciando, por tanto, de un lado, que sean de aplicación en este
recurso las mismas exigencias del principio acusatorio que en la primera y,
especialmente, tanto la necesidad de mantenimiento de la pretensión punitiva como el
deber de congruencia entre dicha pretensión y el fallo; y, de otro lado, y
consecuentemente con lo anterior, que no resulta fundamentada la confirmación de la
resolución recurrida al margen de lo solicitado por las partes, toda vez que dicha
resolución no es el objeto de enjuiciamiento en un recurso regido por el modelo de
repetición íntegra del juicio.
Por el contrario, en un recurso penal que siga el modelo de estricta
revisión de la legalidad de la resolución impugnada, como ya se ha
argumentado que ocurre con el recurso de casación penal cuando lo
impugnado sea la calificación jurídica del hecho enjuiciado, la cuestión que se
suscita ante el órgano judicial ad quem no es ya directamente la totalidad de
la delimitación fáctica y jurídica de los hechos imputados, sino la legalidad del
modo en que se ha resuelto en la resolución impugnada la calificación jurídica
del hecho. Dicho de otra manera, lo que se ventila en un recurso de estas
características no es una pretensión punitiva, que ya fue objeto de resolución
en la primera instancia, ni siquiera su mantenimiento, pues ya la pretensión
punitiva se agotó al concretarse en una primera respuesta judicial
condenatoria, sino una pretensión completamente diferente consistente en la
revisión de la legalidad de dicha respuesta judicial (
STC 283/1993
, de
27 deseptiembre, FJ 5; y
AATC 327/1993, de 28 de octubre, FJ 3
; y
146/1998, de 25 de junio
, FJ 4). Elloimplica que tanto el objeto de
enjuiciamiento como, lógicamente, la posición del órgano judicial y de las
partes procesales en ambas instancias sea muy diferente, propiciando, tal
como ya ha afirmado este Tribunal, de un lado, que no tengan que ser de
aplicación de manera idéntica las exigencias del principio acusatorio y,
especialmente, tanto que no resulta necesario en un recurso penal que
responda al modelo estricto de revisión que las partes acusadoras reiteren y
mantengan la pretensión punitiva como que no sea posible hacer una
extrapolación directa de la exigencia del deber de congruencia entre la
pretensión punitiva y el fallo en el recurso para concluir que en éste el deber
de congruencia debe ser predicado entre las concretas pretensiones revisoras
de las partes deducidas en el recurso y el fallo. De otro lado,
consecuentemente con lo anterior, en estos casos no podría descartarse la
posibilidad de mantener la resolución recurrida al margen de lo solicitado por
las partes, toda vez que en el modelo de estricta revisión el objeto de
enjuiciamiento en el recurso es precisamente la legalidad de la resolución
recurrida (
STC 283/1993, de 27 de septiembre
, FJ 5; y
AATC
327/1993, de 28 de octubre, FJ 3
, y
146/1998, de 25 de junio
, FJ
4).
Por tanto, una vez excluida la posibilidad de que pueda fundamentarse una
eventual interdicción constitucional para el Tribunal de casación de desestimar el
recurso contra la resolución impugnada en contra de las expresas pretensiones de las
partes personadas, derivada de una traslación directa de las exigencias del deber de
congruencia entre acusación y fallo al recurso de casación, por responder éste a un
modelo de estricta revisión de la condena y la pena, en que la pretensión que se
sustancia no es punitiva sino revisora; la existencia de una eventual interdicción
constitucional como la planteada por el recurrente en este amparo sólo podría hacerse
depender de si, con dicha actuación, el Tribunal de casación ha impedido de algún
modo hacer efectivo el derecho de defensa contradictoria, al no haber tenido
conocimiento de los términos de la acusación, o ha comprometido su imparcialidad
judicial al asumir funciones acusatorias que le están constitucionalmente vedadas.
9. En los supuestos como el que plantea el presente amparo en el que
el Tribunal de casación confirma la calificación jurídica dada al hecho
imputado en una previa resolución judicial condenatoria, incluso contra la
pretensión de cualquiera de las partes personadas, no cabe apreciar, sin
embargo, que se prive a la defensa de la posibilidad efectiva de conocer dicha
calificación jurídica, defendiéndose y debatiendo contradictoriamente la
concurrencia de sus elementos típicos en la casación, ni que el Tribunal de
casación asuma funciones acusatorias comprometiendo su imparcialidad
judicial.
En efecto, el hecho mismo de que la pretensión articulada en la casación sea la
revisión de la legalidad de la sentencia de instancia, máxime cuando se trata, como
ocurre en el presente caso, de impugnar la calificación jurídica del hecho, es expresivo
de que existe tanto un conocimiento efectivo de cuál es esa calificación cuya revisión
se insta como, por imperativo del deber de motivación de las resoluciones judiciales,
de las razones por las que se ha llegado a dicha calificación. Y, más allá de ello, de que
también se posibilita con la articulación del recurso de casación el debatir y contradecir
la legalidad de la resolución impugnada, incluyendo la labor de interpretación del tipo
penal aplicadoy de la subsunción en el mismo de la conducta enjuiciada.
Del mismo modo, tampoco cabe considerar que esta actuación implique un
desconocimiento de la estructura contradictoria en el recurso de casación, ya que,
insistiendo en que el objeto de dicho recurso es la revisión de la calificación jurídica
contenida en la resolución impugnada y no una pretensión punitiva, ello propicia, como
se ha señalado con anterioridad, que la relación entre las diversas partes intervinientes
ante este nuevo objeto de pronunciamiento y, por tanto, la estructura contradictoria
sea esencialmente diferente a cuando se enjuicia el ejercicio de una pretensión
punitiva. Así, la estructura contradictoria en esta segunda instancia ya no es
predicable de la relación entre quien ejerce una pretensión punitiva
(acusación) y quien se defiende de ella (acusado) para que sea resuelta por
un órgano judicial dentro de los límites en los que se establezca dicho debate;
sino de la relación entre quien ejerce una pretensión de revisión de la
legalidad de la resolución (recurrente) y los razonamientos de la resolución
impugnada (resolución de primera instancia), para que sea resuelta por un
órgano judicial superior dentro de los límites en que se establezca dicho
debate. Relación en la que no resulta necesaria para su perfección procesal la
actuación de ninguna otra parte procesal interviniente en la primera
instancia, si bien debe obligatoriamente posibilitarse -incluyendo al Ministerio
Fiscal, pero no ya como acusador, sino como defensor de la legalidad, de los
derechos de los ciudadanos y del interés público tutelado por la ley (
art.
124.1 CE
)- para la defensa de los intereses que le hayan sido reconocidos
en la resolución impugnada y en relación exclusivamente con los concretos
razonamientos contenidos en dicha resolución de instancia que hayan sido
recurridos .
Por tanto, no cabe sostener que la adhesión del Ministerio Fiscal a un
concreto motivo de casación fundado en infracción de ley por indebida
aplicación de una calificación jurídica impida la posibilidad de confirmación en
ese concreto aspecto de la resolución impugnada por faltar la necesaria
estructura contradictoria, una vez verificado que dicha estructura
contradictoria se mantiene entre la posición del recurrente y la motivación de
la resolución impugnada; y que la posición del Ministerio Fiscal, agotada, en
tales supuestos, su función acusatoria, que ya ha sido objeto de
pronunciamiento en la instancia, queda limitada en el recurso de casación
penal a su genérica defensa de la legalidad y del interés público.
Tampoco cabe considerar que la actuación del órgano judicial de casación,
confirmando la calificación jurídica del hecho imputado contenida en la resolución
impugnada, incluso contra la pretensión de cualquiera de las partes personadas,
comprometa su imparcialidad por asumir funciones acusatorias, ya que, incidiendo de
nuevo en que el objeto de dicho recurso es la revisión de la calificación jurídica
contenida en la resolución condenatoria impugnada y no una pretensión punitiva, ello
propicia, como se ha señalado anteriormente, que la situación del órgano judicial
frente a este nuevo objeto de pronunciamiento y, por tanto, los límites de la potestad
del ejercicio de su función jurisdiccional sea esencialmente diferente a cuando se
enjuicia el ejercicio de una pretensión punitiva. Así, la posición del órgano judicial de
casación ya no es la de resolver sobre la existencia o no de los presupuestos
necesarios para considerar incurso en responsabilidad penal al acusado, con la
obligación de respetar los límites en que se ha planteado dicho debate entre las partes
acusadoras y la defensa para no invadir funciones acusatorias; sino la de resolver
sobre la existencia o no de losmotivos para revisar la calificación jurídica de la
resolución de primera instancia, con la obligaciónde respetar los límites en que se ha
planteado dicho debate entre la parte recurrente y la resolución condenatoria
impugnada, para no extender sus funciones revisoras a aspectos para los que no haya
sido requerido por el recurrente en el concreto recurso interpuesto. Debate en el que el
resto de partes procesales no recurrentes, incluyendo el Ministerio Fiscal, tendrán que
tener la oportunidad de participar exponiendo su posición, de adhesión o impugnación,
pero que, en ningún caso, puede ser vinculante para el Tribunal de casación ni,
obviamente, es susceptible de modificar los términos del debate tal como quedaron
delimitados por el recurrente.
Por tanto, en la casación penal y, en todo caso, cuando el concreto motivo de
casación aparece referido a la calificación jurídica de un hecho, no existe, derivado de
una supuesta asunción de funciones acusatorias constitucionalmente vedadas al
órgano judicial de casación, impedimento constitucional alguno para confirmar la
calificación jurídica contenida en la resolución impugnada, incluso aunque esa
pretensión no sea sostenida por ninguna de las partes procesales, ya que el objeto de
pronunciamiento en este recurso no es una pretensión punitiva sino, precisamente, la
conformidad a derecho de dicha calificación, que es el elemento sobre el que la parte
recurrente establece el debate contradictorio con la resolución impugnada y, por tanto,
sobre el que el Tribunal de casación debe pronunciarse, ejerciendo una potestad
jurisdiccional que le es propia, conforme establece el art.117.3 CE ".
Podría estimarse que pese al valor legalmente otorgado a esos criterios (art.
5.1 LOPJ) y el rigor y profundidad con que se analiza la cuestión, es excesivamente
larga la cita de la doctrina constitucional. No sería una opinión desatinada o
extravagante en absoluto. Eso es precisamente lo que opinaban los Magistrados del
Alto Tribunal que formularon voto particular concurrente. Para ellos la cuestión era tan
palmaria que no merecía un discurso tan detenido y doctrinal. Las discrepancias de los
tres votos particulares discurren por esos derroteros. Se ceñían a puntos concretos de
la argumentación. Uno de ellos llega a afirmar que la fundamentación "parece
innecesariamente extensa y en exceso doctrinaria para la solución de un recurso, cuya
desestimación, a mi juicio, se imponía de principio con la claridad de lo obvio . Mi
preocupación, que explica la razón de este Voto, es que la lectura de la Sentencia más
que esclarecer un problema, a mi juicio inexistente, pueda inducir a duda sobre la
impecable constitucionalidad de un aspecto de nuestro sistema de recursos penales, y
ello sobre la base de planteamientos teóricos sin base constitucional inequívoca".
Añadía: " La cuestión que se planteaba en el recurso es si la adhesión del
Ministerio Fiscal al recurso de casación del condenado en la Sentencia de la Audiencia
Provincial vedaba al TribunalSupremo la posibilidad de desestimación del recurso, o si
le vinculaba a admitir la petición concurrente por mor del principio acusatorio.
Sólo desconociendo, o al menos poniendo en duda, la función
procesal del recurso, en relación con la desarrollada en la fase procesal
culminada en la Sentencia recurrida, puede llegarse a reproducir en el recurso
implícitamente los elementos en juego en la instancia, problematizando de
ese modo (aunque a la postre la solución del problema en la Sentencia sea, a
mi juicio, correcta) el alcance del principio acusatorio en la fase revisoria del
proceso, en el recurso contra la Sentencia de instancia.
Y concluía: " Creo que no existe la más mínima base en nuestro ordenamiento
procesal penal para equiparar las funciones del proceso en la fase conducente a la
sentencia condenatoria y en la fase revisoria del recurso, ni existe tampoco la más
mínima base para esa equiparación ni en nuestra Constitución, ni en los textos
internacionales utilizables ex
art. 10 CE
como criterios interpretativos de los
derechos establecidos en aquélla. Sólo discurriendo desde la clave conceptual teórica
del "principio acusatorio", y no desde la de los textos legales, rectores del proceso,
constitucionales e infraconstitucionales, pueden abrirse dudas que los textos legales no
permiten.
Y es la gratuidad del planteamiento de las dudas desde la clave
doctrinal inadecuadamente elegida, a mi juicio, la que me lleva al
razonamiento crítico que expongo, aunque la solución de dichas dudas a lo
largo de la extensa fundamentación de la Sentencia, me resulte a la postre
compartible".
En dirección parecida se mueven los otros votos: ninguna duda exteriorizan
sobre la solución asumida. Y ese es justamente el punto que conduce a la
discrepancia: eran innecesarios tantos y tan sinuosos meandros argumentativos para
lo que reputan una cuestión clara, nítida, indiscutible e indiscutida.
LaSTC 183/2005, de 4 de julioreiterará la doctrina con argumentación similar.
Una conclusión clara obtenemos: no hay óbice alguno para rechazar la petición
unánime de anulación de la sentencia por infracción del derecho a un juez imparcial a
la que nos enfrentamos.
TERCERO.- Sería la imparcialidad objetiva la que habría padecido.
Recuerdan los recurrentes algunos pronunciamientos jurisprudenciales tanto de
tribunales internos como supranacionales, que insisten en una máxima bien
conocida y muy repetida: en esta materia "incluso las apariencias tienen
importancia". La imparcialidad objetiva exige que los Jueces y Magistrados llamados a
enjuiciar un asunto se acerquen a su objeto sin prevenciones ni prejuicios y además
que no existan datos objetivos que pudieran alentar la percepción de que concurren
prevenciones o prejuicios. Es más correcto en el contexto de la jurisprudencia
constitucional anclar esta exigencia en el derecho a un proceso con todas las garantías
(recurso de Erasmo Mauricio) que en el derecho a la tutela judicial efectiva (recurso de
Saturnino Urbano). Así lo puso de manifiesto el Fiscal al informar en la vista. En todo
caso la mayor o menor exactitud de la concreta referencia constitucional carece de
toda repercusión.
La tacha de parcialidad viene ilustrada con la narración de varias secuencias de
la vista oral que reflejarían una hipertrofiada intervención de la Presidente,
sustituyendo "casi" -se llega a decir- o, en todo caso, completando y auxiliando la
labor del Ministerio Fiscal.
Elart 6 del Convenio Europeo para la Protección de los Derechos Humanosy
Libertades Fundamentales reconoce el derecho a ser juzgado por un Tribunal
independiente e imparcial establecido por la Ley. En el mismo sentido se pronuncia el
Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos. (artículo 14.1), y la Declaración
Universal de los Derechos Humanos, (artículo 10). El Tribunal Constitucional ha
proclamado que el derecho a un Juez imparcial, aunque no aparezca expresamente
aludido, forma parte del derecho fundamental a un proceso con todas las garantías
delartículo 24.2 CE(por todas,STC 45/2006, de 13 de febrero).
En general la adopción por el Tribunal en el seno del propio juicio oral de
iniciativas tales como interrogatorios con sesgos inquisitivos; búsqueda militante de
pruebas incriminatorias suplantando a la acusación advertencias al acusado que
revelan prematura y anticipadamente una convicción sobre su culpabilidad; o en el
reverso, complacencia indisimulada con el acusado, rechazo automático, infundado e
irreflexivo de todas las cuestiones suscitadas por la acusación; apariencia de
"complicidad", connivencia o sintonía preexistentes con las posturas defensivas,
pueden implicar quiebra de la imparcialidad objetiva del Tribunal.
El Fiscal evoca lasSSTS de 26 de enero de 2011 (caso Otegui),de 2 de febrero
de 2011yde 18 de diciembre de 2014. El recurrente Saturnino Urbanorememora
lasSSTS 351/2012, de 7 de mayo,31/2011, de 7 de febreroó766/2014, de 27 de
noviembre.
Algunas ideas más generales facilitarían aproximarnos desde bases sólidas al
análisis de la denuncia formulada por los recurrentes. Son útiles las referencias
jurisprudenciales invocadas por Fiscal y recurrentes. Pueden completarse con otras
más recientes. LaSTS 721/2015, de 22 de octubrecontiene tanto interesantes
consideraciones generales como puntuales precisiones:
"Conforme a la doctrina del Tribunal Constitucional, STC 178/2014, de 3 de
noviembre , entre otras, el derecho a la imparcialidad del juzgador constituye una
garantía fundamental de la Administración de Justicia en un Estado de Derecho, que
condiciona su propia existencia.
Sin juez imparcial no hay, propiamente, proceso jurisdiccional, siendo la
recusación el instrumento legal establecido para preservarlo, constituyendo en sí
mismo un derecho fundamental integrado en el más amplio derecho a un proceso
público con todas las garantías ( art. 24.2 CE ). Pero en el caso actual no concurre
causa de recusación alguna, por lo que la parte recurrente basa exclusivamente su
alegación en su personal percepción de la actuación de la Presidenta del Tribunal
durante el juicio.
Como ha señalado la doctrina la imparcialidad, al margen de las garantías
institucionales que han de asegurarla, debe constituir un hábito intelectual y moral de
quien decide y se concreta en la total ausencia de interés personal o privado en el
resultado de la causa: nadie puede ser Juez de su propia causa y por ello nadie puede
ser Juez de una causa en la que el resultado le pueda ocasionarun provecho material o
moral, más allá de la satisfacción de hacer Justicia.
Es cierto que en materia de imparcialidad del Juzgador las
apariencias son importantes, ya que lo que está en juego es la confianza que
los Tribunales deben inspirar a los ciudadanos en una sociedad democrática.
Pero ello no significa que deba primar la subjetividad de una de las partes a la que le
resulte suficiente para excluir al Juez predeterminado por la Ley, con levantar unas
sospechas carentes de fundamento objetivo, y que no resulten razonables para un
observador externo, pues ello conduciría a un sistema de Juez a la carta. En todo
caso debe partirse de que en un Estado de Derecho, en el que los Tribunales
están organizados sobre la base de un criterio de ajenidad a la causa, la
imparcialidad se presume como regla de principio, por lo que es a la parte que
alega su ausencia a la que le corresponde acreditar la base fáctica que
fundamente su pretensión.
Durante el Juicio el Juez o Presidente del Tribunal debe adoptar una actitud
neutra respecto de las posiciones de las partes en el proceso, como un tercero ajeno a
los intereses en litigio y, por tanto, a sus titulares y a las funciones que desempeñan,
situándose por encima de las partes acusadoras e imputadas ( STC 130/2002, de 3
de junio ). Pero neutralidad no equivale a pasividad, por lo que el Juzgador puede, y
debe, desempeñar funciones de ordenación del proceso, dirigiendo los debates y
cuidando de evitar las discusiones impertinentes y que no conduzcan al
esclarecimiento de la verdad ( art 683 Lecrim ), así como de garante de la equidad,
el "fair play" y la buena fe entre las partes, evitando durante los interrogatorios las
preguntas capciosas, sugestivas o impertinentes ( arts.709 y 850 4º Lecrim ).
Asimismo la propia norma procesal faculta al Presidente, por sí o a excitación
de los demás componentes del Tribunal, para dirigir a los testigos preguntas que
estime conducentes para depurar los hechos sobre los que declaren ( art 708 Lecrim
). La práctica y la doctrina jurisprudencial extiende como sujetos pasivos de esta
actividad de solicitud de aclaraciones a los acusados ( STS 780/2006 , de
3 de julio), siempre con moderación y prudencia para evitar una actividad
inquisitiva encubierta ( STS538/2008, de 1 de septiembre o STS 31/2011, de 2 de
febrero ), y como sujetos activos al Ponente u otro Magistrado ( STS 1164/98, de 6
de octubre ), con autorización del Presidente".
Desde estas premisas generales la sentencia que reseñamos desciende ya en
particular al caso entonces examinado que, siendo diferente, presenta alguna analogía
con el planteado aquí:
"En el caso actual la parte recurrente alega parcialidad sobrevenida de la
Presidenta del Tribunal por estimar que se ha excedido en su función de dirección de
los debates en perjuicio de la defensa. Pero en realidad las intervenciones que se
relatan de la Presidenta están dirigidas a aclarar las preguntas, es decir a evitar
interrogatorios oscuros o confusos, impidiendo reiteraciones o desviaciones
impertinentes, o bien a solicitar concreción, lo que no solo entra dentro de sus
facultades presidenciales, sino de sus obligaciones, o a recordar a los testigos su
obligación de decir la verdad, lo que indudablemente constituye un comportamiento
neutro, que no favorece más que a la rectitud del proceso.
El juicio duró tres días, lo que implica una larga actividad de interrogatorios,
donde la laborpresidencial para concretar, aclarar y evitar digresiones puede ser
amplia...
... Analizada detalladamente la intervención de la Presidenta durante
la declaración del acusado, y constatado que no hay motivo alguno para
apreciar pérdida de imparcialidad, no es procedente desmenuzar
minuciosamente cada una de las intervenciones de la Presidencia durante los
tres días que duró el juicio, pues no es a ella a la que se está juzgando,
debiendo limitarnos a constatar que examinada atentamente su actuación se
aprecia que sus intervenciones se produjeron en ejercicio de sus facultades
de dirigir el debate y sin pérdida de imparcialidad alguna.
En concreto durante el interrogatorio de la víctima, la Presidenta veló porque
se respetase su
intimidad, en un tema muy delicado al afectar a su libertad sexual, procurando
impedir reiteraciones excesivas que pudiesen provocar una victimización secundaria.
Incluso admitió que la defensa aportase unas fotografías en el propio acto de la vista,
pese a ser cuestionada esta aportación por la acusación particular, y tener escasa
relación con la causa.
Durante los interrogatorios a los testigos, la Presidenta les recordó
reiteradamente que se encontraban bajo juramento de decir verdad, lo que forma
parte de sus obligaciones al observar que algún testigo incurre en contradicciones u
omisiones que susciten dudas sobre su veracidad, y solicitó las aclaraciones que estimó
pertinentes, siempre con moderación y prudencia, proporcionada a la complejidad y
dificultad de la cuestión enjuiciada. Los testigos están obligados a decir verdad,
por lo que no afecta a la imparcialidad que en ocasiones la Presidencia
reaccione cuando aprecie un comportamiento manifiestamente elusivo por
parte de un testigo, expresando de algún modo su perplejidad ante
reticencias o contradicciones evidentes que dificulten el conocimiento de la
verdad de los hechos y recordándoles su deber legal de veracidad.
Ha de recordarse que en un juicio oral de naturaleza criminal la labor
presidencial no solo esmuy relevante, sino que en ocasiones resulta muy compleja,
como conocen perfectamente quienes han vivido prolongadamente esa experiencia;
que el interrogatorio contradictorio en juicios difíciles como el ahora examinado puede
llevar a situaciones muy tensas, que no resultan sencillas de controlar, y que en el
ejercicio de su función los letrados pueden en ocasiones realizar preguntas capciosas o
sugestivas, que la Presidencia debe legalmente impedir, lo que le obliga a intervenir.
En consecuencia, no pueden aislarse las intervenciones presidenciales del
conjunto del debate para analizarlas microscópicamente y fuera de contexto,
ni evaluarse su imparcialidad en función del número de intervenciones que la
Presidencia realice respectivamente en los interrogatorios de la defensa o en
los de las acusaciones, pues como enseña la experiencia las pautas de los
interrogatorios son diferentes de unos Letrados a otros, y la forma de
responder muy distinta en unos y en otros testigos, por lo que la actuación de
quien dirige el debate también puede ser diferente respecto de unos u otros.
En el caso actual, además, la Presidenta da reiteradas explicaciones a la
defensa cuando ésta
se queja de que no se le permita insistir en determinadas preguntas, aclarando
que se trata de cuestiones que se han preguntado 15 o 20 veces, y ya han sido
respondidas, por lo que no es necesario repetirlas, lo que forma parte de su obligación
de impedir preguntas impertinentes, porreiteradas, y de evitar digresiones que no
conduzcan al esclarecimiento de la verdad.
Por lo que se refiere a la prueba pericial nos encontramos ante una situación
similar. No cabe apreciar pérdida de imparcialidad sobrevenida del Tribunal porque la
Presidencia trate de esclarecer una respuesta de los peritos o de solicitarles las
aclaraciones necesarias ( art 483 Lecrim ).
En definitiva, no cabe estimar la alegada pérdida de imparcialidad sobrevenida
del Tribunal, pues la intervención de la Presidencia en el ejercicio de sus funciones de
ordenación del debate no pone de relieve una posición predeterminada en favor de la
tesis acusatoria del Ministerio Fiscal y de la representación de la víctima, como alega la
parte recurrente.
Es cierto que la imparcialidad del Tribunal y la tutela del derecho de defensa
tienen una gran relevancia para garantizar un juicio con todas las garantías. Pero
también lo es que la Presidencia del Tribunal debe poder ejercitar su función de
ordenación de los debates y tutela de los derechos de las partes con la libertad y
autoridad necesaria para garantizar la buena marcha del juicio. La provocación artificial
de enfrentamientos desde una de las partes con la Presidencia de la Sala, por ejemplo,
cuestionando y sometiendo a debate sus decisiones, sin limitarse a discrepar y en su
caso formular la oportuna protesta, reiterando indefinidamente preguntas que ya han
sido declaradas impertinentes o interrumpiendo las intervenciones de la Presidencia,
no puede admitirse como un instrumento válido para, una vez generada la
confrontación, alegar pérdida de imparcialidad sobrevenida aprovechando las
intervenciones realizadas por la Presidencia para mantener el control del juicio".
CUARTO.- Volvamos al asunto que nos ocupa. Un examen detenido atento y
desapasionado -"imparcial"- de las fragmentarias incidencias de las que los recurrentes
quieren extraer la exagerada e interesada, aunque legítima desde el prisma del
derecho de defensa, conclusión sobre pérdida de la imparcialidad, y, sobre todo, la
incrustación de esos momentos en el contexto de todo el plenario nos impiden
adherirnos a tal valoración. El paciente y repetido visionado de la integridad de las
sesiones del juicio oral, y no solo de algunos momentos, revela en su conjunto una
actitud del Tribunal, y más en concreto de quien lo presidía, de exquisita corrección y
de una serenidad muy por encima de los mínimos estándares de cortesía exigibles en
toda función pública; hermanada armónicamente con un real ejercicio de las facultades
de dirección del debate de las que no se puede dimitir en aras de una incontaminación
quasi virginal que es inexigible, inviable y hasta improcedente si se la concibe como
pasividad o absoluta impermeabilidad o indiferencia frente al devenir de la actividad
probatoria y sus incidencias. El Presidente está llamado a ser algo más que una esfinge
casi silente, o encadenada a fórmulas mecanizadas (dar los turnos sucesivos, realizar
las advertencias legales) que podría desarrollar igualmente un aparato robotizado
debidamente programado. Imparcialidad no implica absoluta pasividad. La belleza de
la metáfora con que Alonso Martínez recoge esa posición que evoca uno de los
recurrentes, es compatible con situaciones como las que se traen a colación,
especialmente en juicios largos con algunas dosis de lógica tensión. La dirección del
acto reclama muchas veces intervenir, encauzar, advertir, completar, en algún caso
interrumpir... En esa imprescindible y no fácil tarea son admisibles estilos diversos.
Son asumibles por el sistema algunos nunca totalmente evitables errores si carecen de
relevancia significativa (repetir una pregunta, algún comentario que podría haberse
omitido, improcedentes aunque disculpables gestos de impaciencia ante la actitud de
algún testigo, un tono quizás aparentemente airado en algún momento fruto a veces
de un malentendido que luego se aclara... son incidencias tolerables, inherentes a la
condición humana, a las que nadie está totalmente sustraído. Pero ni son
necesariamente signo de parcialidad, ni han de interpretarse como tales, ni bastan
para anular un juicio. Pueden ser fruto de un determinado estilo o forma de dirigir el
debate. Para afirmar que se ha producido un desbordamiento tal de la función de la
Presidencia que ha degenerado en parcialidad, no basta cualquier presunto exceso o
desacierto. En principio ha de presumirse la imparcialidad (STEDH 24 de mayo de
1989, caso HAUSCHILDT )
Los pasajes seleccionados por el recurrente constituyen en algún caso
equivocaciones menores y en la mayoría simple manifestación de las facultades de
dirección que han de estar al servicio no solo del orden, sino también de una razonable
implicación en el esclarecimiento de los hechos que el Tribunal está llamado a
enjuiciar: esa es su responsabilidad.
El Fiscal de forma analítica y secundando el discurso de los impugnantes habla
de excesos cuantitativos (número de preguntas; ¡más de 20!) y cualitativas (tono
conminatorio, acritud, apostillas, juicios de valor "como ciudadana",....). Enfatiza los
comentarios sobre la "lealtad" profesional así como la referencia a los caracteres de
una "secta" en alusión al Cuerpo Policial. A esos momentos aludiremos enseguida.
Antes devienen pertinentes unas cuantas consideraciones previas para enmarcar el
análisis de esos fragmentos concretos, muy limitados si se comparan con la totalidad
de la vista.
a) No se puede identificar una rechazable "predisposición" contra la defensa,
con lo que es mera ordenación del debate, y, un lógico y profesional afán de aclarar
extremos relevantes y necesarios para el enjuiciamiento.
b) A lo largo de todo el discurso de los recurrentes transita, y aflora de vez en
cuando expresamente, la idea de que la Presidente estaría en cierta medida
contaminada por el estudio previo de la causa como demostrarían las preguntas que
formuló y como llegó a exteriorizar en algunos momentos aludiendo a que previamente
había leído varias veces una concreta declaración efectuada en sede policial. Se da a
entender que ese examen anticipado de las actuaciones sumariales sería perjudicial
pues alimentaría la aparición de prejuicios que se evidenciaron en el curso del
interrogatorio dirigido por la Presidencia a acusados y varios testigos. No puede
compartirse esa estimación: ciertamente es un desideratum, factible sólo en algún tipo
procesal (jurado), que quien va a juzgar no haya tenido el más mínimo contacto con el
material hasta ese momento y se limite a presenciar las pruebas practicadas en el
plenario, al que también podrán acceder en el momento y en las condiciones
adecuadas las diligencias practicadas durante la instrucción. Pero en el procedimiento
con Tribunales profesionales no es que ese "ideal" sea más o menos deseable, sino que
es llanamente inviable. Un proceso en que el órgano llamado a enjuiciar debe antes
resolver sobre la proposición de prueba, sobre la correcta conclusión del sumario y
sobre la apertura del juicio oral hace imposible que el Tribunal, llegue en esas
condiciones al inicio del plenario. En relación a quien ha de presidir el Tribunal además
imposibilitaría una adecuada dirección de los debates. Solo conociendo, no
exhaustivamente pero sí mínimamente, las líneas básicas de la investigación
desarrollada, la versión de los acusados, lo que declararon en su momento los testigos,
el contenido de la acusación, las periciales que obran en autos y que han de ser
reproducidas en el juicio, los documentos... se estará en condiciones de decidir sobre
la pertinencia de las pruebas propuestas y las que pueden ofrecerse en el acto; y sobre
muchas de las eventuales incidencias que pueden surgir durante la vista como
surgieron aquí: admitir la lectura de las declaraciones prestadas en fases previas a los
efectos delart. 714 LECrim, valorar la esencialidad de una testifical para resolver sobre
la suspensión o no del juicio ante la incomparecencia del testigo; la corrección y
utilidad de ciertas preguntas; evitar que el testigo o acusado sea confundido en el
interrogatorio mediante referencias sesgadas a lo que obra en autos; valorar si unas
manifestaciones aparecidas en el plenario han de ser catalogadas de inesperadas a los
efectos delart. 746 LECrim(tampoco fue totalmente lejana esa hipótesis en el asunto
que ahora examinamos), acordar sobre el orden más adecuado para la práctica de las
pruebas... y otros mil puntos imaginables. Aspirar a que el Presidente al Tribunal
comience las sesiones del juicio oral desconociendo el contenido de las actuaciones es
una quimera implanteable. Hay que confiar tanto en su oficio y profesionalidad, como
en la necesidad de motivar la valoración probatoria (que podría dejar en evidencia que
no se han respetado principios estructurales del proceso como es la necesidad de que
la prueba a valorar sea la practicada en el juicio oral) para evitar que ese obligado
examen previo degenere en prejuicios prohibidos que diluyan la esencialidad del acto
del juicio oral y la necesidad de que sea allí donde se despliegue toda la actividad
probatoria (aunque sea en ocasiones introduciendo por las pasarelas habilitadas al
efecto -arts. 714,730,726 LECrim, entre otros- algunas diligencias sumariales). Pero el
apunte de que la Presidente evidenció al dirigir el juicio que conocía las actuaciones
sumariales solo es demostrativo de que atendió diligentemente su obligación de
preparar el juicio oral situándose en condiciones idóneas para dirigir un debate que ni
se intuía sencillo, ni lo fue.
El ejercicio de visionar las densas sesiones del juicio oral haciendo el esfuerzo
mental de imaginar un Tribunal y en especial un Presidente ignorante de toda la
actividad instructora se antoja la prueba más contundente de que no podría ser de otra
forma.
c) Es contradictoria con el argumento analizado, la queja que aparece en uno
de los recursos centrada en que la Presidente parecía desconocer algunos datos (como
el hecho de que el atestado inicial era único y englobaba tanto el incidente en el
Sarandonga, como las lesiones del detenido, lo que tuvo que ser puesto de manifiesto
por el letrado en el curso de uno de los interrogatorios). Como lo es que, según puede
fácilmente colegirse, solo al enfrentarse a la tarea de redactar la sentencia advirtiese el
Tribunal que había recaído decisión de sobreseimiento respecto de conductas que
podrían revestir apariencia de falsedad o encubrimiento (irregularidades en la
confección del atestado) y que habían propiciado algunos comentarios de la Presidente
durante el juicio sobre la eventual necesidad de deducir testimonio lo que finalmente
se rechaza en la sentencia ante la evidencia de que el Fiscal no formuló acusación por
ellas.
d) Coexisten en la praxis del foro muy diferentes estilos de interrogar. Todos
son admisibles siempre que se muevan dentro de los estándares y reglas que marca la
ley y que no pueden ser conculcadas. Cada cual podrá mostrar sus preferencias por
uno u otro: inclinarse bien por la forma pausada, tranquila, sosegada al tiempo que
sistemática y completa y alejada no solo de toda estridencia, sino incluso del más
mínimo conato de discusión o expresión de escepticismo frente al interrogado, de la
que hizo gala la representante del Ministerio Fiscal; bien por el estilo sobrio, preciso y
concreto de uno de los letrados, huyendo del barroquismo o de reiteraciones o de todo
lo no estrictamente indispensable; o por el más envolvente y enfatizador del otro
letrado; o bien por las maneras más incisivas, que propician un diálogo vivo e
interactivo con el interrogado sin remilgos a la hora de exteriorizar las impresiones que
cada respuesta causa, del tipo de las exhibidas por la Presidente. Si no se desbordan
los cánones legales, todos esos estilos, siendo muy distintos, son válidos y legítimos.
Dependerán de cuestiones a veces vinculadas al propio temperamento; o, en el caso
de fiscales y letrados, a lo que reputen estrategia más eficaz al servicio de sus
pretensiones. No puede descalificarse a priori sin más alguna de esas técnicas.
Tampoco la más activa de la Presidente que, por eso, podría contrastar con la exhibida
por la representante del Ministerio Fiscal. No es señal necesariamente ni de mayor
beligerancia o combatividad ni de prejuicios, sino de estilos distintos, igualmente
correctos. Lo decisivo es que las preguntas de la Presidente emergiesen de una
plataforma de neutralidad y se revelasen como razonablemente necesarias para
esclarecer puntos debatidos.
e) En el conjunto de intervenciones o preguntas efectuadas por el Tribunal en
el curso de un juicio oral no es exigible que todos y cada uno de los comentarios e
interrogantes fuesen adecuados y suscribibles por cualquier tercer observador que
diseccione posteriormente el juicio en un laboratorio. Que se deslice algún comentario
menos afortunado, o alguna expresión o pregunta que en un examen ex post pueda
tildarse de innecesaria no es señal de parcialidad, ni desde luego determinará la
nulidad de un juicio. No es fácil dirigir un debate. Hay que resolver muchas incidencias
sobre la marcha y mantener cierta tensión para que no queden sin cerrar cuestiones
que luego pueden echarse en falta en trance de resolver. Y no puede pretenderse al
frente de un juicio un Presidente asimilable a un robot, sin carácter, sin sentimientos,
inhumano, vacunado frente a toda posible equivocación. Sí, en cambio, alguien que
desde la neutralidad ponga toda su capacidad al servicio de la función de juzgar una
función que desde que comienza el juicio ya está en acto y no solo en potencia; que ya
se está ejerciendo.
f) Por eso requerir explicaciones desechando versiones increíbles para
cualquiera; o poner de manifiesto aspectos contradictorios, son actuaciones que por sí
solas no indefectiblemente suponen prejuicios. Las intervenciones de la Presidente que
las partes resaltan ni implican prejuicio ni son muestra de parcialidad. Son fruto y
consecuencia de la necesaria y progresiva formación de juicio por parte de quien está
presenciando en actitud proactiva, que es la que se ha de adoptar por el juzgador, la
práctica de la prueba. El enjuiciamiento comienza en el propio acto del juicio oral,
aunque culmine con la deliberación y votación. A medida que se van desarrollando las
pruebas el Tribunal, atento a ellas, irá alumbrando sus propias evaluaciones y
formando progresivamente un criterio que luego deberá ser asentado reflexionado y
filtrado por el debate colegiado. Esa progresiva formación de juicio no es ausencia de
imparcialidad porque no es prejuicio: es ya parte del juicio. A esa idea se refiere en
algún momento concreto la Presidente: no está prejuzgando; está juzgando.
Decía a este respecto laSTS 918/2012 de 10 de octubre: "las sentencias en
definitiva "toman partido", totalmente o no, por alguna de las posiciones sostenidas
por las partes. Tiene que dar la razón a una u otra, enteramente o solo en algunos
aspectos. La "imparcialidad" en ese sentido se perderá en el momento en que se
produce el enjuiciamiento. Si la imparcialidad es según elDiccionario de la Real
Academia de la Lengua Española la "falta de designio anticipado o de prevención en
favor o en contra de alguien o algo, que permite juzgar o proceder con rectitud", en el
instante en que se procede el enjuiciamiento, se esfuma la imparcialidad. Justamente
eso es lo que impide conocer por vía de recurso a quien ha "resuelto el pleito en
anterior instancia" ( art. 219.10ª LOPJ ), lo que no significa que fuese "parcial" al
adoptar la decisión anterior; sino que precisamente por adoptarla ya "ha tomado
partido". Lo que se prohíben son los "prejuicios", pero no los "juicios".
Necesariamente al ir presenciando la prueba cada miembro del Tribunal va
formándose un juicio sobre el asunto que, combinado con el de los demás
integrantes del Tribunal y tamizado y perfilado por el proceso de deliberación
conjunta, cristalizará en una decisión. Eso ya no es "prejuicio" prohibido, sino
"juicio" obligado. Dar algún pábulo a esa "parcialidad sobrevenida" que viene
a denunciar la recurrente conduciría al absurdo".
(vid. IgualmenteSTS
289/2013).
Durante la vista el Tribunal va ya enjuiciando . Por eso, aunque sea deseable
una cierta contención, no genera problemas de nulidad exteriorizar alguna impresión
anclada en la prueba practicada. Mostrar extrañeza por una versión de los hechos que
nunca antes había aparecido y que aflora en el juicio es natural. No es obligado
esconder o disimular esa esperable impresión. El asombro o sorpresa ante lo
imprevisto es lo natural (se disimule o no).
g) Dilucidar sobre una pérdida de imparcialidad objetiva por virtud de las
preguntas efectuadas desde la Presidencia no es un tema puramente cuantitativo, o
aritmético como si hubiese un cupo de preguntas que no se pudiese rebasar. Esa
valoración ha de efectuarse ponderando la totalidad de las sesiones del juicio oral y no
examinando aisladamente un pasaje u otro. Dos preguntas pueden ser demasiadas
cuando eran innecesarias y revelaban un evidente prejuicio. Veinte pueden ser pocas
en un interrogatorio en que las partes han superado en mucho el centenar. Se tratará
de comprobar si son preguntas que eran pertinentes y se revelaban como necesarias y
útiles para esclarecer los hechos y no revelaban prejuicios infundados, sino afán de
enjuiciar con fundamento sin dejar flecos sueltos.
Es también admisible o, al menos, no determinante de la nulidad, que ante el
caos y desconcierto en la elaboración del atestado que se desprendía de algunos
testimonios (firmantes que no habían presenciado los hechos; declaraciones que se
omiten...) se exteriorice un sentimiento de abierto rechazo e incluso indignación.
Surgiría en cualquiera ante un relato de hechos que objetivamente son muy poco
tolerables. Seguramente era preferible la autocontención. Pero eso no conduce a la
nulidad, máxime cuando lo que se estaba reprobando no era la conducta de los
acusados sino de quienes comparecían como testigos; el clima de opacidad,
complicidad corporativa y ausencia de interés y transparencia que caracterizaron los
primeros tramos de la investigación. No hay inconveniente en confesar que el mismo
sentimiento de indignación aflora -como ciudadano, como jurista y también como
magistrado- al visionar esas secuencias de la grabación.
CUARTO .- Analicemos más atomizadamente las incidencias que enumeran las
defensas reiterando que son pasajes de escasa duración si se comparan con el tiempo
total de las varias y largas sesiones que fueron necesarias para culminar el plenario.
a) En relación al interrogatorio de Erasmo Mauricio, se dice que la Presidente
le formuló ocho preguntas (minutos 10:43 a 10:46). No son muchas, desde luego.
Especialmente si se comparan con el número no muy lejos de las doscientas, que le
dirigió la representante del Ministerio Fiscal (que ocuparon 46 minutos entre las 9:51 y
las 10:37 horas). Se dice que la Presidente valoraba las contestaciones en voz alta y
que introdujo en el interrogatorio medios probatorios todavía no practicados (pericial
del arma). Sobre este punto ya se ha efectuado alguna consideración. Que indagase si
existía concierto previo con Corsarioera muy pertinente: se considerará finalmente
hecho no probado, quizás también y precisamente a la vista del resultado de este
interrogatorio. Las preguntas no necesariamente son incriminatorias o exculpatorias.
Lo serán las contestaciones. Lo que puede perjudicar una posición procesal es la
manifestación del interrogado; no la pregunta si está correctamente formulada. Puede
considerarse más o menos relevante interrogar a este acusado por el limado posterior
del arma; pero no es signo de prejuicio, ni son preguntas impertinentes o capciosas.
Cabría de ahí haber surgido alguna respuesta favorable a Saturnino Urbano. Sí es
relevante que habitualmente la Presidente después de preguntar de oficio o atendiendo
a la petición de alguna parte concediese un nuevo turno a Fiscal y defensas por si
querían repreguntar.
b) En cuanto al interrogatorio de Saturnino Urbanose habla de 24 preguntas
dirigidas por la Magistrada que presidía el Tribunal. Eran útiles y se revelaban como
necesarias a la vista de lo sorpresivas que resultaban algunas de sus revelaciones. En
todo caso el interrogatorio de la Presidente no sobrepasó los siete minutos, frente a los
casi treinta minutos u once minutos del Fiscal y de su defensa, respectivamente. Se le
conminó -se dice- a que le convenciese de que decía la verdad: pero esa expresión en
el contexto en que aparece tiene una significación muy distinta a requerir pruebas de
inocencia. El acusado estaba introduciendo de manera novedosa e inesperada una
acusación muy concreta y nada ambigua frente a otro policía que estaba citado como
testigo y que hasta ese momento nadie había implicado en la agresión: resulta natural
en ese marco invitar a quien efectúa esa acusación (el acusado no está obligado a
decir la verdad, pero eso no le legitima para dirigir acusaciones falsas contra terceros)
a que avale esa acusación con elementos que la hagan verosímil. No se le está
pidiendo que justifique su inocencia, sino que ofrezca razones que hagan creíble esa
imputación que hasta ese momento no se había efectuado. Estaba en juego la
posibilidad de una suspensión (art. 746.6 LECrim: a ello se refirió la Presidente), y
redireccionar la causa apuntando a esa persona. No es que se le exigiese que
demostrase su inocencia, sino que aportase datos que permitiesen disipar las fuertes
dudas objetivas que surgen frente a una acusación de esa entidad que aflora en un
momento tan tardío. La lealtad corporativa no es para ningún observador neutral
explicación plausible de un silencio mantenido durante años cuyas consecuencias son
tan graves como un ingreso en prisión, y la suspensión de su condición profesional. Era
natural mostrar incredulidad ante esa explicación; era pertinente indagar si había una
explicación con mayor verosimilitud; y, pudiendo haberse ahorrado ese calificativo, con
la referencia a una secta no se estaban exteriorizando prejuicios frente a un cuerpo
cuya labor es ponderada con justicia en la sentencia para bien; sino subrayar que la
invocación de una lealtad de naturaleza sectaria , no casaba con las características y
valores del cuerpo policial lo que convertía en muy poco creíble esa justificación. No
era superfluo profundizar en las relaciones del acusado con Santos Lazaropara sopesar
la credibilidad de esa imputación que podía exigir decisiones trascendentes (la
suspensión; forma de interrogar al citado que estaba convocado como testigo; evaluar
la necesidad de deducir testimonio...). No es mostrar incredulidad sobre la inocencia,
sino sobre la acusación clara, inequívoca y muy concreta dirigida a otro funcionario.
Tampoco parece descaminado en ese marco esclarecer algunas cosas sobre el limado
del arma y su motivación (por vía de hipótesis, podía ser algo que como favor le
hubiese pedido el otro acusado). Entra dentro de la responsabilidad del Tribunal aclarar
esas cuestiones.
c) En lo que respecta a la víctima Felipe Luis, la Presidente tardó unos siete
minutos (que incluían una pertinente y esclarecedora demostración con el arma) en
completar con algunas preguntas el lógicamente largo interrogatorio efectuado por la
Fiscal (11.35 a 12:10) y las dos defensas (12:10 a 12:16 y 12:16 a 12:20,
respectivamente, según el minutado del soporte de la grabación). Las preguntas
directas y claras que le dirige a la víctima sobre la actuación de Saturnino
Urbanoresultaron muy beneficiosas para éste pues descartaban toda intervención
activa suya: las preguntas no pueden ser calificadas de incriminatorias. Las respuestas
sí. Y aquí resultaron abiertamente exculpatorias y han servido para que la Sala no
acepte en esos extremos la inicial versión de la acusación pública, y para despejar todo
tipo de dudas sobre una eventual intervención activa de Saturnino Urbano. Tampoco
revela nada más que interés por esclarecer al máximo los hechos (también en
beneficio de Saturnino Urbano) indagar si se podía contar con la grabación de la
conversación mantenida en su día entre la víctima y el acusado.
d) A conclusiones no muy dispares se llega examinando el resto de fragmentos
de algunas declaraciones de testigos fielmente transcritos por una de las defensas: son
preguntas tras las que no puede objetivamente adivinarse un prejuicio o un
preconcebido afán o esperanza de que fuesen contestadas en un sentido;
sencillamente interés por esclarecer cada punto. Hay ciertos juicios de intenciones
sobre el sentido de algunas preguntas a los testigos que destacan las defensas y que
son poco fundados.
e) Nada hay de anómalo en, tras oír relatar hechos que pueden revestir
caracteres de infracción penal y al finalizar una declaración, anunciar que se deducirá
testimonio para investigar ese episodio; como tampoco lo hay en replantear ese
anuncio en la sentencia al comprobar que no es procesalmente viable.
f) El interrogatorio del Policía Nacional con carnet profesional NUM006( Santos
Lazaro) estuvo condicionado desde el principio por la acusación que flotaba en el
ambiente que el primer día del juicio había dirigido contra él el acusado Saturnino
Urbano. Era necesario preguntar por eso; lo hubiesen hecho o no las partes. Quien
tiene que dictar sentencia sobre lo sucedido y formar juicio para decidir sobre la
culpabilidad o inocencia de los dos acusados no podía dejar que el testigo no hiciese el
más mínimo comentario a lo que se había dicho de él informándole previamente (art.
118 LECrim). Lo hace permitiéndole visionar la declaración de Saturnino Urbano: es
metodología no frecuente, pero totalmente válida. Tan válida como sería la lectura de
esas declaraciones. Más si, como se hizo luego, se quería realizar un careo lo que
obliga a conocer la versión del careado. Es verdad que hubiese sido conveniente
levantar al testigo el juramento a la vista de las acusaciones que pesaban contra él.
Pero no haberlo hecho así no solo no perjudica para nada a Saturnino Urbano, sino que
incluso en un juicio ex ante le beneficiaba. No está legitimado Saturnino Urbanopara
quejarse por ello.
Las intervenciones de la Presidencia se enmarcan en lo que son las facultades
razonables de dirección de los debates que la Ley le atribuye (arts. 683 y ss. y 709
LECrim). Quizás hubiese sido más correcto reprimir la verbalización de lo que no eran
un prejuicios, sino más bien juicios - bastante objetivos y compartibles, por cierto-.
Pero no se aprecia extralimitación en lo que es ejercicio ordinario de esas facultades de
dirección administradas con objetividad más allá de que pudiera entenderse que algún
comentario era innecesario y hubiera sido preferible que algunas impresiones
permaneciese en la invisibilidad o que fuera muy prescindible algún comentario.
No se aprecia extralimitación relevante en lo que es ejercicio ordinario de esas
facultades de dirección administradas con objetividad más allá de que pudiera
entenderse que algún comentario era innecesario o de que alguien fundadamente
pueda alegar que hubiera sido preferible que algunas impresiones se hubiesen
mantenido invisibles o pudieran haberse ahorrado alguna expresión.
Los dos primeros motivos de ambos recursos decaen.
QUINTO.- Los motivos segundo y tercero del recurso de Saturnino
Urbanoanunciados en su día respectivamente por la vía de losarts. 851.1º y852
LECrimno han sido formalizados, lo que nos coloca ante el motivo cuarto que da paso a
un asiduo invitado de la casación: el derecho a la presunción de inocencia.
El recurrente combina las declaraciones no incriminatorias de la víctima (relató
que la agresión fue protagonizada por dos personas de paisano, entre las que no se
encontraba este acusado al que solo reconoce como el policía uniformado que le subió
desde el sótano tras conminar a los otros para cesar los golpes) con sus propias
manifestaciones exculpatorias (acepta que estuvo presente durante todo el episodio
pero ofrece una versión que excluye toda personal responsabilidad). Pero el
ensamblaje de lo que se extrae de unas y otras manifestaciones interrelacionado con
otros elementos objetivos y datos indiciarios permiten tejer una red suficiente tupida
como para soportar la versión fáctica plasmada en la sentencia.
Recordemos, antes que nada, que el recurrente está condenado por un tipo de
omisión: no impedir la acción intimidatoria y agresora desplegada contra Felipe Luis.
Eso (el no hacer) no está contradicho por la víctima, cuyas manifestaciones no son
discordantes frente a la tesis de la sentencia: se limitó a decir que durante la agresión
él solo vio a dos personas de paisano. No excluye que hubiese allí un agente
uniformado en actitud pasiva. Y es que la presencia de Saturnino Urbanodurante todo
el episodio no puede negarse de ninguna forma:
a) Así lo acepta el propio recurrente. El recepcionó al detenido.
b) El uso de su arma solo se explica desde esa hipótesis.
c) Que la víctima en esos momentos solo pudiese ver a dos personas, las que
le agredían, no es incompatible con la presencia de un tercero no advertida por el
detenido.
Puede entenderse acreditado, y así lo ha entendido la Sala, que una tercera
persona estaba allí e intervino activamente en la agresión (esa es la versión del propio
recurrente). Pero eso no excluye la presencia pasiva o incluso complaciente del
recurrente.
Lo que podría considerarse avalado por las declaraciones de la víctima
(agresión; intimidación con el arma; golpes), combinado con la presencia allí de este
recurrente, permite llegar sin grandes esfuerzos discursivos a lo que le atribuye la
sentencia: ni impidió ni hizo nada por impedir la agresión. El uso de su arma, el
desajuste entre sus explicaciones en el juicio oral tanto con los tiempos como con lo
manifestado por la víctima; su silencio cuando no solo conocía ya la imputación sino
que además estaba ingresado en prisión; el deliberado intento de modificar mediante
su limado el cañón del arma con el indisimulable propósito de evitar que fuese
asociada con la agresión; su asunción de la indemnización y la entrevista con la
víctima (que sugiere que se le invitó a modificar su declaración); sus relaciones
estrechas con quien había resultado herido en el incidente previo; así como el
sorprendente dato de que solo en el plenario aflore esta versión de los hechos, tan
difícil de admitir en algunos extremos (despojo de la pistola sin percatarse y uso por su
compañero que sería temerario si no le hubiese informado su titular de que estaba
descargada) y tan rotundamente desmentida con persuasivo desparpajo, por ese
supuesto tercer implicado que compareció sin alteración o nerviosismo visibles lo que
sería poco comprensible si fuesen ciertas las imputaciones que le dirigió el recurrente,
son todos elementos que cuestionan la fiabilidad de su explicación y permiten entender
justificadamente con el Tribunal a quo que su pasividad fue fruto de una decisión
consciente y, si no premeditada, sí al menos, asumida en aquél momento lo que es
suficiente para que le sea reprochable la conducta omisiva que sustenta su condena.
El relato que propuso la defensa para pasar al hecho probado de la sentencia
coincide en gran medida con el finalmente plasmado: es eso signo elocuente de que no
puede tildarse de ayuno de prueba. En lo esencial es justamente lo que la defensa
consideró probado.
La divergencia radica en que la defensa mencionaba un acometimiento de
Felipe Luishacia Erasmo Mauriciocuando lo divisa en el garaje de la Comisaría, así
como una reacción de Saturnino Urbanopara impedirlo, instante en que sitúa la
irrupción de un tercero que agrede a Felipe Luiscayendo al suelo ambos. Mientras
Saturnino Urbanointentaba evitar una nueva agresión de ese tercero -siempre según la
versión defensiva-, Erasmo Mauriciotomaría su arma, sin advertirlo. Ya después no
habría tenido tiempo de reaccionar ante la nueva agresión emprendida por Erasmo
Mauricio.
Esa versión exculpatoria queda desacreditada por el relato del denunciante en
quien no se detecta el más mínimo afán por inculpar al recurrente -antes bien, lo
contrario-. La narración de Felipe Luislleva a la Sala con toda corrección a no aceptar la
versión final ofrecida por Saturnino Urbano.
La presunción de inocencia no obliga a tener necesariamente por acreditada la
versión del acusado. Es obvio que su funcionalidad no llega hasta esa absurda
conclusión.
Si el hecho probado evita detallar en qué consistió la intervención de ese
tercero no enjuiciado es, y con toda justicia, para evitar prejuzgar; no porque no sepa
cómo resolver cuál era la actitud de Saturnino Urbano. Lo que atribuye a Saturnino
Urbanocabalmente es eso: no haber hecho nada. Esa omisión es lo que se le reprocha.
De ella nace su responsabilidad penal. La secuencia se prolonga lo suficiente como
para concluir que Saturnino Urbanopodía haber hecho algo. Si lo hubiese hecho no
habría pasado desapercibido a la víctima. Y, desde luego, Erasmo Mauricioalgo habría
manifestado en ese sentido en sus sucesivas declaraciones.
La pregunta que se hace el recurrente de forma retórica -¿pudo hacer más?debe contestarse afirmativamente: sí. Justamente por eso ha sido condenado porque
no hizo nada y pudo hacerlo. No solo se desprende así del relato de otros presentes
(víctima y coacusado) sino que además queda confirmado con su actitud posterior.
El agente que apareció en el último tramo de la agresión vio al recurrente
inmóvil mientras que el coacusado, furioso, golpeaba a la víctima. Inmóvil : sin que
sugiriese el más mínimo gesto encaminado a evitar lo que presenciaba. Es más:
mostró reticencias frente a la detención de Erasmo Mauricio.
Hay prueba suficiente y racionalmente valorada. No hay lesión de la presunción
de inocencia.
El motivo claudica.
SEXTO.- Para no romper la simetría de la secuencia analítica pasaremos a
estudiar el motivo tercero del otro recurrente formalizado por igual vía casacional y
con idéntico tema: presunción de inocencia. El propio recurrente en la vista del recurso
expresó que el adecuado orden lógico exigía tratar este motivo por presunción de
inocencia (tercero) antes que el segundo (formalizado por infracción de ley).
Considera Erasmo Mauricioque la condena vulnera ese derecho (presunción de
inocencia) del que es titular. La prueba blandida frente a él, en su opinión, sería
insuficiente.
Ninguna observación procede frente a las extensas consideraciones generales
sobre la presunción de inocencia que se consignan como preámbulo del razonamiento.
Y muy pocas observaciones frente a la proyección que el recurrente intenta efectuar de
esa doctrina al caso concreto.
Sostiene que las declaraciones de Felipe Luisno bastan para enervar la
presunción constitucional de inocencia.
Nada más lejos de lo asumible: la declaración de la víctima -que, además, ha
demostrado no ser proclive a exagerar los hechos o cargar las tintas; más bien la
hipótesis inversa- no solo es fiable, verosímil, y goza de sólidos visos de credibilidad,
sino que además está corroborada por abundantísimos elementos objetivos: las
lesiones padecidas, las fotografías obtenidas que las recogen con fidelidad, las
manifestaciones del coimputado Saturnino Urbano, y otra pléyade de indicios
(falsedades en el atestado inicial sobre comparecientes, limado del arma...).
No es acogible la queja. No es la casación marco propicio para una revaloración
de declaraciones personales para la que además es herramienta inhábil la presunción
de inocencia (vid.STC 133/2014: la revisión de la credibilidad de los testimonios
presentados en el juicio oral no forma parte del contenido del derecho a la presunción
de inocencia). Menos aun en un supuesto como éste en que la declaración está avalada
entre otros muchos elementos, por la propia confesión parcial y sesgada del recurrente
que finalmente ha acabado por asumir en el plenario el incidente, el uso del arma y los
golpes a la víctima, aunque su narración trate compresiblemente de suavizar su propia
responsabilidad.
Las exigencias establecidas por la jurisprudencia para evaluar las declaraciones
de una víctima -persistencia, ausencia de móviles espurios, elementos corroboradoresson simples indicadores y no requisitos de validez. No implican como pretende el
recurrente, que si se consigue identificar algún dato, indirecto o directo, que pueda
erosionar alguno de esos caracteres la testifical pierda su validez. Identificar alguna
discrepancia entre las sucesivas declaraciones -fácilmente explicables por razones
distintas a la insinceridad-, no aboca inevitablemente a la inutilizabilidad de ese
testimonio. Tampoco apuntar algún elemento externo que pudiera suponer
hipotéticamente menoscabo de su credibilidad (como la ingesta previa de bebidas
alcohólicas) lleva sin más a descalificar sus manifestaciones.
Es cierto que hay puntos oscuros: cómo vestían los agresores, reconocimientos
iniciales en fotografía, la frase " Ismael Isaacdéjalo" (que según aclaró en el juicio
pudo ser "vale, déjalo") y otras cuestiones menores; pero carecen de la trascendencia
que el recurso pretende asignarles. Llama la atención que el recurrente, que reclamará
para sí la atenuante de embriaguez, aspire a que la Sala confíe en su versión de los
hechos, y descalifique la del testigo por estar ebrio.
El motivo no puede estimarse.
SÉPTIMO.- Los motivos segundo del recurso de Erasmo Mauricioy sexto del
otro recurrente comparten también contenido: niegan la correcta subsunción de los
hechos en el art. 174 -presupuesto de la aplicación del art. 176 - por no apreciarse el
abuso de las funciones o cargo que exige tal tipo.
El motivo se canaliza a través delart. 849.1º LECrim. Pertenece al "abecé" de la
técnica casacional el dogma de que los hechos probados que figuran en la sentencia
son intocables cuando la impugnación discurre por esa puerta. Se deduce así no solo
de la propia dicción del precepto - dados los hechos que se declaren probados- sino
también, cristalinamente, de la causa de inadmisión configurada en elart. 884.3º
LECrim.
El cargo que ostentaba -inspector de policía- tiñe toda la actuación de Erasmo
Mauricio: sin ella sería impensable un suceso como el producido: está en el sótano de
las dependencias oficiales precisamente por ser inspector de policía; si no, difícilmente
hubiese logrado el acceso. La superioridad jerárquica sobre el otro acusado facilita la
agresión. El abuso del cargo - aunque no estuviese en ese momento de servicio- es
patente. Solo desde su posición de inspector de policía con destino en esa Comisaría se
puede concebir un episodio como el que motiva la condena. Sería inimaginable que un
particular hubiese podido llevar a cabo semejante acción. Eso es signo claro de un
abuso que fluye del mismo relato: el inspector hace gala de esa condición mientras se
desarrolla la agresión. No es relevante que el detenido no hubiese sido oficialmente
puesto a su disposición. Lo decisivo es que estaba a merced suya en las dependencias
policiales, situación fáctica a la que se arriba precisamente por su calidad de Inspector
de policía destinado en ese centro. Es tan voluntarista como inasumible deslindar,
como intentan los recurrentes, la condición de policía de la forma, lugar y momento en
que se desarrolla la acción: estar en aquél lugar, esperando al detenido, junto a quien
oficialmente lo recepciona que es su subordinado, y hacerse de facto cargo de él es
abusar de su condición policial, poniendo prerrogativas y facultades, que solo podía
ostentar por tal calidad, al servicio de su afán represaliador de tintes corporativistas.
Es abusar del cargo acudir por motivos personales al centro de trabajo pese a
estar franco de servicio para conseguir que el detenido quede de hecho a su
disposición y aprovechar esa situación para darle el escarmiento en el que estaba
empeñado y que ya había anunciado antes en el Sarandonga. Allí se identifica como
inspector exhibiendo su placa y emblema. Solo desde esa posición se entiende el ruego
de que le retuviesen allí pues iban a "hacerle algunas preguntas". La condición de
superior de Saturnino Urbano, condición no necesitada de explicitación, robustece esta
valoración. Que no se haya probado la connivencia entre ambos acusados que se
afirmaba en la pretensión acusatoria inicial, no diluye ese requisito típico delart. 174
CP. La cualidad de superior jerárquico frente al policía uniformado allí presente no es
neutra: se prevale de ella. Abusa de facultades anejas al cargo; no es un mero
aprovechamiento de su condición de policía.
Aunque no deja de ser una sutileza, se entiende la diferenciación que intentan
ambos recurrentes discriminando entre lo que sería abusar del cargo y el prevalimiento
de una superioridad fáctica a la que se ha accedido aprovechando el cargo. Solo
existiría abuso si se obra en el ejercicio de las funciones oficiales. En los casos en que
el cargo sitúa en circunstancias que favorecen la agresión habría prevalimiento o
aprovechamiento pero no en rigor abuso del cargo. En este caso Erasmo Mauriciose
habría aprovechado de su condición de integrante del cuerpo policial (accediendo a la
Comisaría) pero no había abusado de su cargo pues no agredió a su detenido, sino a
un detenido. Su custodia no le había sido confiada; ni oficialmente tenía relación o
vinculación alguna con él.
No compartimos esa artificiosa distinción; menos en un caso como éste. No se
trata de que quien es policía al margen de una actuación enmarcada en ese Cuerpo
aunque con la facilidad que le pueda reportar alguna de las facultades anejas a su
condición, haya agredido a un particular. No: es un inspector que conociendo que el
detenido -a quien desea "hacer preguntas" y "leer la cartilla"- es trasladado a la
Comisaria acude a esperarlo y accede a esas dependencias oficiales en esos precisos
momentos solo gracias a su condición de inspector de policía allí destinado. Cuando
llega conducido el detenido es puesto a disposición, en presencia suya, de quien es su
subordinado, lo que propicia la permisibilidad con que llevó a cabo su propósito
vindicativo. El otro acusado no hubiese tolerado a un particular esa agresión. Ni
siquiera se hubiese atrevido un particular a emprenderla en su presencia. Erasmo
Mauricioactúa como Inspector.
No puede vincularse la expresión abuso del cargo a una concepción burocrática
que exigiese que el detenido estuviese formalmente a su disposición. Tan encajable en
el art. 174 resulta la actuación del policía que teniendo a su disposición al detenido lo
agrede; como la de quien no teniendo en ese momento deber de custodia sobre un
concreto detenido, accede a la celda o a las dependencias donde se encuentra y le
golpea con ánimo de represalia. Es indiferente que no estuviese oficialmente bajo la
custodia de Erasmo Mauriciosino de su subordinado Saturnino Urbano. Lo relevante es
que fácticamente estaba a su disposición, situación a la que se había llegado solo en
virtud del cargo que ostentaba Erasmo Mauricio, del que abusó sin duda alguna.
OCTAVO.- Tampoco se aprecia la dificultad para entender cubiertos los demás
elementos -objetivos y subjetivos- del tipo.
No puede negarse la afectación de la integridad moral que encierra la
acción descrita, sometiendo a la víctima al propio capricho y llegando a provocar su
llanto desesperado ante la idea de una muerte inminente que le es anunciada con
credibilidad, advirtiéndosele que su asesinato quedará impune. Exigir que la Sala
explique más por qué entiende que esa acción es un atentado a la integridad moral
supone casi insultar la sensibilidad del lector. La reiteración del cruel simulacro -se
repite por tres veces- acentúa su perversidad.
Dice laSTS 957/2007, de 28 de noviembre, "... la integridad moral se configura
como una categoría conceptual propia, como un valor de la vida humana independiente
del derecho a la vida, a la integridad física, a la libertad en sus diversas
manifestaciones o al honor.
No cabe la menor duda que tanto nuestra Constitución como el CP. configuran
la integridad moral como una realidad axiológica, propia, autónoma e independiente de
aquellos derechos, y tan evidente es así que tanto el art. 173 como el
art. 177 del
CP . establecen una regla concursal que obliga a castigar separadamente las lesiones
a estos bienes de los producidos a la integridad moral. De aquí se deduce también que
no todo atentado a la misma, necesariamente, habrá de comportar un atentado a los
otros bienes jurídicos, siendo posible imaginar la existencia de comportamientos típicos
que únicamente quiebren la integridad moral sin reportar daño alguno a otros bienes
personalísimos.
Resulta pues obligado delimitar el concepto penal de integridad moral que,
evidentemente, no cabe confundir con el derecho fundamental a la misma.
Una primera aproximación podría realizarse desde la idea de la dignidad de la
persona (art.
10 CE), pero esta resulta insuficiente porque la dignidad constituye el
fundamento ultimo de todos los derechos fundamentales y quizá el propio sistema de
garantías y libertades de un Estado de Derecho. El Tribunal Constitucional no fija un
concepto preciso de integridad moral pero si puede afirmarse que le otorga un
tratamiento autónomo de otras valoraciones, e interpreta un concepto desde la idea de
la inviolabilidad de la personalidad humana, es decir, el derecho a ser tratado como
persona y no como cosa. Así habla de "sensación de envilecimiento" o de "humillación,
vejación e indignidad". La STC 120/90 de 27.6 nos puede servir de paradigma de la
posición de dicho Tribunal al decir que el art. 15 CE . garantiza el derecho a la
integridad física y moral "mediante el cual se protege la inviolabilidad de la persona no
solo contra ataques dirigidos a lesionar su cuerpo o espíritu, sino también contra toda
clase de intervención en esos bienes, que carezca del consentimiento del titular", así
pues, la inviolabilidad de la persona aparece como idea central en esta materia.
Todas estas consideraciones anteriores ponen de manifiesto que la idea de
integridad moral posee un reconocimiento constitucional (art. 15) y jurídico-penal
(arts. 173 y 177), que además supone la existencia de un bien jurídico, de un valor
humano, con autonomía propia, independiente y distinto de los derechos a la vida, a la
integridad física, a la libertad y al honor. Esto es, que la integridad moral configura un
espacio propio y por consecuencia necesitado, susceptible y digno de protección penal.
Y este espacio o ámbito propio, se define fundamentalmente desde la idea de la
inviolabilidad de la personalidad humana en el derecho a ser tratado como uno mismo,
como un ser humano libre y nunca como un simple objeto. En este sentido, el Tribunal
Constitucional viene vinculando -como ya hemos señalado- la integridad con la
inviolabilidad de la persona ( SSTC.120/90 , 137/90 y 57/94 ) y en la doctrina
científica se relaciona con los conceptos de "incolumidad eintegridad o inviolabilidad
personal".
Esta Sala, en Sentencia 3.10.2001 , analiza el concepto de integridad moral,
que es el bien jurídico protegido, declarando: "El art. 15 de la Constitución reconoce
a todos el derecho a la "integridad moral" y proscribe con carácter general los "tratos
degradantes". La integridad moral es un atributo de la persona, como ente dotado de
dignidad por el solo hecho de serlo; esto es, como sujeto moral, en sí mismo, investido
de la capacidad para decidir responsablemente sobre el propio comportamiento. La
garantía constitucional de la dignidad, como valor de la alta calidad indicada, implica la
proscripción de cualquier uso instrumental de un sujeto y de la imposición al mismo de
algún menoscabo que no responda a un fin constitucionalmente legítimo y legalmente
previsto.
Igualmente laSTS 213/2005 de 22 de febreroprecisa que: "De acuerdo con lo
expuesto la integridad moral estaría compuesta por vía negativa por elementos
subjetivos , tales como los constituidos por la humillación o vejación sufrida por la
víctima que se ve tratada de forma instrumental y desprovista de su dignidad,
pudiendo, además, concurrir la nota del dolor físico, y también por elementos objetivos
en referencia a la forma y modo en que se produce el ataque.
Ciertamente la descripción típica está formulada en términos amplios que
rozan por su imprecisión descriptiva con el principio de taxatividad penal.
En todo caso la nota que puede delimitar y situar la conducta dentro de la
órbita penal radica, por paradójico que parezca, en un límite que es a su vez difuso,
nos referimos a la nota de lagravedad "....menoscabando gravemente su integridad
moral....", nos dice el art. 173 del Código Penal , esta exigencia de gravedad, deja
claro que no todo trato degradante será típico conforme al art. 173, sino sólo los más
lesivos, ello nos reenvía a la práctica jurisdiccional de los Tribunales Internacionales y
de la Jurisdicción interna.
De ello se derivarían como elementos que conforman el concepto de atentado
contra la integridad moral los siguientes - STS 294/2003 de 16 de Abril -:
a)
Un acto de claro e inequívoco contenido vejatorio para el sujeto pasivo.
b)
La concurrencia de un padecimiento físico o psíquico.
c)
Que el comportamiento sea degradante o humillante con especial
incidencia en el concepto de dignidad de la persona-víctima.
Y todo ello unido a modo de hilo conductor de la nota de gravedad , lo que
exigirá un estudio individualizando caso a caso.
Como se recoge en la STS 824/2003 de 5 de Julio , se trata de un tipo
residual que recoge todas las conductas que supongan una agresión grave a la
integridad moral que no integran una afección mayor, y por el lado inferior, esa nota
de gravedad constituye el límite respecto de la falta del art. 620-2º -vejación injusta-.
Directamente relacionada con la nota de la gravedad está la cuestión de si se
exige una continuidad en la acción , es decir, si bastará una sola y aislada acción o se
requerirá una continuidad y persistencia en el tiempo, esto es una actitud.
Al respecto la jurisprudencia de la Sala ha puesto el acento --de acuerdo con el
tipo-- en la intensidad de la violación, lo que puede derivarse de una sola acción
particularmente intensa queintegre las notas que vertebran el tipo, o bien una
conducta mantenida en el tiempo.
En este sentido, la STS 489/2003 de 2 de Abril y las en ella citadas se
refieren a que "....Cuando en alguna sentencia nos remitimos a una duración notoria y
persistente expresamos que el quebranto de la integridad moral que exige al tipo como
resultado debe ser grave, conforme se exige en el art. 173, sin que se requiera que
este quebranto grave se integre en el concepto de lesión psíquica cuya subsunción se
encuentra en los tipos penales de las lesiones. La acción degradante se conceptúa
como atentado a la dignidad que, normalmente requerirá una conducta continuada .....
si bien nada impide que la acción degradante pueda ser cumplida con una acción que
presente una intensidad lesiva para la dignidad suficiente para la producción del
resultado típico....".
En efecto por trato degradante habrá de entenderse aquel que pueda crear en
las víctimas sentimientos de temor, de angustia y de inferioridad susceptibles de
humillarles de envilecerles y de quebrantar, en su caso, su resistencia física o moral. El
núcleo de la descripción típica está integrado por la expresión «trato degradante», que
-en cierta opinión doctrinal- parece presuponer una cierta permanencia, o al menos
repetición, del comportamiento degradante, pues en otro caso no habría
«trato» sino simplemente ataque; no obstante ello, no debe encontrarse
obstáculo, antes bien parece ajustarse más a la previsión típica, para estimar cometido
el delito a partir de una conducta única y puntual, siempre que en ella se aprecie una
intensidad lesiva para la dignidad humana suficiente para su encuadre en el precepto;
es decir, un solo acto, si se prueba brutal, cruel o humillante puede ser calificado de
degradante si tiene intensidad suficiente para ello".
LaSTS. 159/2011 de 28 de febreronos dice como "por la doctrina científica que
se relaciona la integridad moral con esta idea de inviolabilidad de la persona, y con los
conceptos de incolumidad e integridad personal.
De modo que, recogiendo la jurisprudencia del Tribunal Europeo de Derechos
Humanos, significativamente las sentencias dictadas en 18 de enero de 1978 (caso
Irlanda contra el Reino Unido ), que reprobó como degradante las llamadas cinco
técnicas utilizadas por los cuerpos y fuerzas de seguridad en el Ulster con los detenidos
del IRA a los que simultáneamente se les mantenía encapuchados, situados frente a
una pared, sometiéndoles a ruidos monótonos y continuos, sin consentirles dormir y
finalmente restringiéndoles severamente la dieta alimenticia.- Sentencias de 25 de
abril de 1978 (caso Tyrer ), de 6 de noviembre de 1980 (caso Guzzardi ), de 25
de febrero de 1982 (caso Campbell y Cossans ), de 7 de julio de 1989 ( caso
Soering ), de 20 de marzo de 1991 (caso Cruz Varas y otros) y de 30 de octubre
de 1991 (caso Vilvarajah y otros). El Tribunal Constitucional , por su parte, ha
declarado que las tres nociones recogidas en el art. 15 de la Constitución (torturas,
penas o tratos inhumanos y penas o tratos degradantes), son, en su significado
jurídico, "nociones graduadas de una misma escala" que en todos sus tramos
entrañan, sean cuales fueran los fines, "padecimientos físicos o psíquicos ilícitos e
infligidos de modo vejatorio para quien los sufre, y con esa propia intención de vejar y
doblegar la voluntad del sujeto paciente", SSTC 137/90 y 57/94 .
De acuerdo con lo expuesto, la integridad moral estaría compuesta por vía
negativa por elementos subjetivos, tales como los constituidos por la humillación o
vejación sufrida por la víctimaque se ve tratada de forma instrumental y desprovista
de su dignidad, pudiendo, además concurrir lanota del dolor físico, y también por
elementos objetivos en referencia a la forma y modo en que se produce el ataque..."
En cuanto al tipo subjetivo nos dice laSTS 601/2013, de 11 de julio:
"El Legislador, con buen criterio, ha querido sancionar de modo expreso como
tortura, los malos tratos policiales empleados no solo para obtener una confesión, sino
también como represalia o castigo. La tutela de la seguridad y de la integridad física y
moral de los ciudadanos, en un Estado de Derecho social y democrático como el que
afortunadamente tenemos en España, exige necesariamente que los abusos
policiales sean reprimidos severamente, tanto cuando van dirigidos a obtener
confesiones como cuando se ejercen como represalia o castigo, a través de
una violencia incontrolada que impone miedo, genera impunidad y determina
represión, pues son precisam ente quienes deben proteger a los ciudadanos
los que les agreden. Tomándose, además, la justicia por su mano en un
malentendido acto de compañerismo, que en este caso les condujo a maltratar a
pacíficos ciudadanos, una chica menor de edad y el joven que la acompañaba, que no
tenían nada que ver con la agresión sufrida por su compañero.
Jóvenes a los que detuvieron en una estación de tren, mientras esperaban
para volver a sus domicilios en los alrededores de Barcelona, y golpearon, insultaron,
arrastraron, amenazaron, amedrentaron hasta el extremo de simular arrojar al joven
bajo las ruedas del tren, patearon y vejaron, mientras la chica gritaba que era menor y
por favor llamaran a su padre, como se establece en el relato fáctico. Actuando los
agentes municipales condenados de un modo absolutamente intolerable e incompatible
con el ejercicio de la función policial en un Estado de Derecho, que tiene entre sus
funciones esenciales velar por el respeto de la integridad física y moral de sus
ciudadanos. Todo ello hasta que los acusados condujeron finalmente a los aterrados
jóvenes ante el compañero golpeado y el agente negó que hubiesen tenido nada que
ver con su agresión.
Los agentes policiales no pueden tomarse la justicia por su mano . El
Legislador, con buen criterio, ha reservado a los Jueces la sanción de los
comportamientos delictivos, y ha previsto expresamente que los atentados
contra la integridad moral de los ciudadanos, graves o no, sean calificados
como tortura cuando se realizan por la autoridad o sus agentes, abusando de
su cargo, si lo hacen con la finalidad de "castigar a una persona por cualquier
hecho que haya cometido o que se sospeche que haya cometido". Este
comportamiento integra, en nuestro ordenamiento, un delito del art 174 CP , tal y
como acertadamente ha apreciado la Audiencia Provincial de Barcelona, por lo que los
referidos motivos de recurso deben ser desestimados y la sentencia impugnada
confirmada".
El recurrente Erasmo Mauriciocuestiona que su acción estuviese presidida por
esa finalidad. Pero es evidente el propósito de escarmiento ("le leeremos la cartilla")
que movía al acusado. Una lectura objetiva y no interesada de los hechos probados
impide negar que esa fuese la idea que se erigió en motor de su actuación.
"Leer la cartilla" en el contexto en que aparece esa expresión en el hecho
probado significa lo que significa. Desde luego - discúlpese la ironía- no anuncia el
propósito de leer los derechos; tampoco simplemente que se le quería amonestar o
reprender severamente . No tiene sentido enzarzarse en el debate filológico al que
quieren llevar los recurrentes trayendo a colación los significados que oficialmente se
asignan a esa castiza locución. Anunciar en ese escenario que hay que leer la cartilla al
detenido; y trasladarse luego a la Comisaría para agredirle solo se puede interpretar
con lógica si suponemos un propósito vindicativo en el autor. Y es que, como se
comprueba también consultando significados figurados, esa expresión popular, además
de aludir a una reprensión severa, puede contener componentes de castigo. Leer la
cartilla además de amonestación, puede evocar el castigo. Proferida por un policía en
relación a un detenido al que se considera causante de las lesiones sufridas por un
compañero y seguida del suceso que describe el hecho probado "leer la cartilla"
exterioriza una finalidad de represalia que permite la incardinación de los hechos en
elart. 174 CP.
No puede, por fin, hipotetizarse con que Saturnino Urbanoactuase ignorando los
motivos que llevaban a Erasmo Mauricioa agredir al detenido (al que se imputaba la
agresión a su compañero de piso). Sería contradictorio con el contexto del hecho
probado.
Los motivos decaen.
NOVENO.- Por igual camino -art. 849.1º- el quinto de los motivos del recurso
articulado por Saturnino Urbanoestima mal aplicado elart. 176 CP .
Se pretende diferenciar entre presencia pasiva y "asentimiento" en relación a
los actos del otro recurrente. El delito del art. 176 exigiría lo segundo.
El motivo agrupa diversos argumentos tendentes tanto a negar la
incardinabilidad de los hechos en el art. 176 (el acusado no habría permitido la acción
del coacusado); como, subsidiariamente a considerar que, en todo caso, lo que habría
permitido sería una actuación que no merecerían la consideración de atentado grave a
la integridad moral (inciso penúltimo delart. 174.1 CP).
Resalta el impugnante el interés casacional de la primera de las cuestiones que
pone sobre el tapete. En eso le acompaña la razón: la jurisprudencia no es totalmente
homogénea al interpretar el art. 174 (singularmente a la hora de perfilar qué ha de
entenderse por permitir).
Diseccionemos el motivo.
A) En lo que atañe la primera cuestión el recurrente sostiene que el término
permitir que aparece en elart. 174 CPsería expresivo de una actitud de aprobación, de
asentimiento, que exige una cierta confluencia de voluntades, aunque sea instantánea,
espontánea, no pactada, tácita o implícita. Sería algo más que la mera omisión. Esta
exégesis es apoyada con argumentos de índole diversa:
i) Un argumento gramatical : En su primera acepción (DRALE) permitir se
predica de quien gozando de autoridad para ello, consiente que otros hagan o dejen de
hacer algo. Hay otras acepciones; pero esta sería la más congruente y la más acorde
con los principios que han de inspirar la interpretación de la ley penal (preferencia de
las interpretaciones restrictivas sobre las extensivas). Implicaría bien la necesidad de
dependencia jerárquica; bien, en opción menos estricta, aprobar o consentir la acción.
Ninguna de las dos interpretaciones sería capaz de abrazar la conducta de Saturnino
Urbano.
ii) Un argumento teleológico: Si el Código equipara la omisión a la acción (art.
176) estableciendo exactamente la misma penalidad, ha de exigirse algo más que el
simple no hacer: solo si se entiende la conducta típica -permitir- como precisada de
una cierta actitud de respaldo o asentimiento guardaría lógica esa absoluta
equivalencia de dos conductas muy diversas (agredir versus no impedir la agresión).
iii) Un argumento sistemático que se apoya en el art. 450
CP donde sí se tipifica la conducta de no impedir un delito, pero estableciendo
una penalidad más leve. No impedir sería menos que permitir.
B) En otro orden de cosas se explica que la omisión permisiva de Saturnino
Urbanoviene referida a la agresión final y no a todo el episodio vejatorio e
intimidatorio. El último tramo de la agresión no podría catalogarse como atentado
grave a la integridad moral (sí en cambio, los momentos iniciales con la reiterada
ejecución fingida). Saturnino Urbanopermitió los golpes finales, pero no la actuación
previa. Eso determinaría una responsabilidad mitigada de conformidad con la distinción
que efectúa elart. 174 CP.
Antes de analizar estos argumentos conviene recoger sin regatear espacio una
panorámica de los precedentes jurisprudenciales. Efectivamente no son del todo
uniformes.
a) LaSTS 718/2013, de 1 de octubre, que es citada en el recurso, aborda la
cuestión así:
"... el verbo típico del delito del artículo 176 es el de permitir , en referencia
precisamente al comportamiento de otro, tipificado, ese sí, conforme al
artículo
174.2 todos ellos del Código Penal . Y permitir, según el Diccionario RAE, cuando no
se refiere a Autoridad, significa, en su segunda acepción No impedir lo que se pudiera
y debiera evitar. Es decir es un comportamiento pasivo, de omisión siquiera de omisión
de aquello que era debido hacer y no se hizo.
El tipo penal del
artículo 176 se configura como un tipo de omisión
pura. Sin duda la decisión del legislador parte del juicio de equivalencia a que
se refiere el
artículo 11 del Código Penal
. Pero no lo remite al
momento de aplicación de la norma al caso. De ahí que no sea exigible en el
enjuiciamiento la constatación de una determinada posición de garante. El
legislador la subsume implícitamente al describir la situación típica del delito omisivo:
otras personas, diversas del sujeto activo del delito del artículo 176, llevan a cabo los
hechos previstos en los artículos anteriores, en este caso la del
artículo 174.2, del
Código Penal .
En cuanto al sujeto activo del delito del artículo 176 se tipifica por su
condición de funcionario, concepto que se especifica en el
artículo 24 del Código
Penal y respecto del cual damos por reproducido lo dicho en cuanto al recurso del
otro coacusado.
Desde el punto de vista subjetivo basta el conocimiento concreto del acto
típico del otro autor para dar por concurrente el dolo exigible. Cualquiera que fuera el
conocimiento que el recurrente tuviera de otros momentos de la relación entre el Sr.
Ambrosio Jaimey el menor víctima, el hecho que presencia, tal como se describe
probado, constituye por sí solo aquella situación típica constitutiva de la infracción del
artículo 174.2 del Código Penal .
Finalmente, como elemento del tipo omisivo, concurre también la posibilidad y
exigibilidad de un comportamiento obstativo como acción debida y esperada. En efecto
interferir la acción Don. Ambrosio Jaimeen protección de la víctima menor era de su
específica incumbencia en cuanto vigilante, sin que conste que, cuando menos,
interponerse e interpelar al agresor fuera conducta que implicara un riesgo que no le
fuera exigible por razón de su cargo"...
"...Un sector doctrinal califica la forma comitiva como de comisión por omisión,
añadiendo que el tipo presupone que la autoridad o funcionario quedan situados en la
posición de garantes que les hace responsables de los hechos perpetrados por los
autores directos, por omitir impedirlos pudiendo hacerlo. Sin embargo otros autores
matizan esta naturaleza estimando que no se trata de un caso de omisión
pura de garante expresamente tipificada, sino de una omisión referida al
resultado legalmente tipificada y que se equipara directamente por misma Ley
a la comisión. Por último no falta quien considera que puede apreciarse autoría (en
comisión por omisión) cuando el funcionario, teniendo la posibilidad de intervenir, en el
hecho (dominio "potencial") para evitarlo, no lo hace, en contra de lo que prescribe un
deber de actuar añadiendo, que se adopte un criterio formal para la determinación del
deber de garante que toma como fuente la Ley o una perspectiva material que
descanse en la función de protección que compete a ciertas personas no cabe dudar de
la posición de garante del funcionario judicial, policial o penitenciario y su conducta
debe ser calificada como autoríapor comisión por omisión y lo que se viene a tipificar
es la tolerancia con la tortura.
El núcleo de la conducta omisiva tipificada consiste en "permitir" lo que según
el DRAE significa "dar su consentimiento el que tenga autoridad competente, para que
otros hagan o dejen de hacer una cosa" y también "no impedir lo que pudiera y
debiera evitar".
Así, en el verbo nuclear se aprecian dos vertientes: de un lado, una dimensión
puramente omisiva (no impedir) y de otro lado, junto a la anterior, una dimensión
positiva (dar consentimiento) si bien referida al ámbito interno y no a una actuación
positiva. En definitiva "permitir" equivale a no impedir, no prohibir, pudiendo
hacerlo, los hechos en cuestión, de forma que el núcleo del tipo esta
constituido por el "tolerar" la realización de las conductas punibles.
Ahora bien destaca la doctrina los claros y evidentes matices
normativos de dicho verbo; se impide solo lo que se puede y debe evitar y
sólo consiente en ello quien tiene autoridad competente. Ello supone que el
que permite o tolera ha de tener una situación de preeminencia o
superioridad respecto del que realiza los actos típicos.
En este sentido se
concreta a supuestos de superioridad en los que el superior ostenta siempre por el solo
conocimiento de la actuación delictiva del inferior un (con) dominio potencial del
hecho, dada la capacidad de intervención inmediata impidiendo la continuación de la
acción antijurídica. Con ello no se ignora que el tipo no exige explícitamente relación
de superioridad. Pero tal exigencia es implícita, ya que tan solo puede permitir aquel
que tiene autoridad respecto a los hechos realizados por otro de modo que forma parte
de "los deberes del cargo" la autorización o no de la actuación de las personas
jerárquicamente subordinadas a la actuación para impedir o perseguir los hechos
cometidos por otro".
En la jurisprudencia no existe una línea uniforme desde
sentencias
como la 1614/2002 de1.10
, que considera que no se trata de una
conducta meramente auxiliadora de la tortura, sino que con su presencia,
aquiescencia en la acción e incumplimiento de los deberes de garantía
previstos en la norma reguladora de la función policial, omitió la conducta
debida realizando la conducta típica que es objeto del reproche penal, por
cuanto la posición de garante no surge de una situación jerárquica sino de la
propia Ley de Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado y la misma Ley de
Enjuiciamiento Criminal, que señala los comportamientos debidos con
relación a personas detenidas y de la mera situación de detención que él
había dispuesto, surgiendo desde ese momento, las previsiones legales que
regulan los derechos y deberes de los detenidos y de los funcionarios de
policía con relación a estos y su presencia, formando parte del equipo que
investigaba, le colocó en situación de observancia de la norma mediante un
comportamiento debido para impedir las conductas antijurídicas que pudiera
observar, o la
STS. 1809/2002 de 5.11
, que insiste en que el acusado
pudo no permitir a sus compañeros realizar lo que hicieron mediante la simple
indicación de su improcedencia y desacuerdo con las normas, actitud que le
era posible y pudo haber sido eficaz entre compañeros no relacionados entre
ellos jerárquicamente. Por tanto el acusado tuvo una posición de garante de
la no actuación de los otros, que no utilizó, permitiéndoles la realización de
las torturas y, consecuentemente, determinando que su omisión tenga cabal
encuadre en la figura típica del
artículo176 del Código Penal .
No obstante otras sentencias, como la 294/2003 de 16.4 , se inclinan
porque el sujeto activo deeste delito ha de ser un superior jerárquico al que realiza el
atentado contra la integridad moral, "ladoctrina ha puesto de manifiesto que la
referencia a «otras personas hay que entenderla, en unainterpretación sistemática con
el art 773, como que en dicha expresión han de ser incluidas cualesquiera que realicen
los actos de tortura o de tratos vejatorios, sean funcionarios o no. Ahora bien, al ser
un acto omisivo el castigado por la ley, debemos entender implícito el
concepto de superioridad, y no la mera presencia pasiva, como consta en el
«factum», pues el deber inherente al cargo que se describe en el tipo,
acredita este requisito de superioridad frente a los autores del hecho
vejatorio, teniendo en cuenta que los hechos se producen en la calle, y se
enmarcan dentro de una detención policial, de la que Higinio Victory Arcadio
Argimiroparticipan, no constando dato alguno de superioridad ni de mando en
su actuación. El art. 1º.1 de la Convención contra la Tortura, de 1984, ya hacía
referencia en este sentido a que la tortura fuera infligida por otra persona con el
"consentimiento o aquiescencia" del funcionario, lo que resalta el concepto de
superioridad. La mención legal«permitiere» refuerza igualmente esta interpretación,
conforme al principio de taxatividad que rige el derecho penal, pues esa permisión
denota una posición (implícita) de superioridad, y no la mero omisión (con previo
acuerdo) a la que parece referirse el tipo que estaría cubierta en caso contrario por
simples consideraciones de garante, y que por el contrario no resultaría de la
expresi6n «permitiere» que inexorablemente adjetiva el precepto interpretado. Se
trata de un deber especial por el cargo que incumbe a los superiores sobre sus
subordinados, a los que ya se refirió esta Sala en Sentencias de 18Julio 1997 y 10
Diciembre 1996 .
Concretamente la primera de dichas Sentencias, la 1050/1997, de 18 Jul .
sienta la siguientedoctrina: "nos hallamos ante una norma penal, la del último párrafo
del art. 204 bis CP anterior y art . 176 del ahora en vigor, que constituye un
supuesto de comisión por omisión específicamente regulado en la Parte Especial de
dichos códigos al recoger los diversos supuestos del delito de torturas. Primero. la Ley
Penal nos define los distintos delitos de esta clase para lo que se refiere o las
conductas de las autoridades o funcionarios que materialmente los realizan y.
finalmente, se sanciona con las mismas penas que a tales autores materiales, o quien,
faltando a los deberes de su cargo, permite su realización. Aunque la doctrina discute
si con esta última tipificación penal nos hallamos ante una coautoría por omisión (que
existiría si entre unos y otros hubiera existido un acuerdo, aun tácito, para toles
torturas) o ante una participación por cooperación necesaria de carácter omisivo (por
el especial deber que por el cargo incumbe a los superiores sobre sus subordinados,
incumplido al tolerar los malos tratos), en cualquier coso lo Ley, al equiparar en las
penas o quienes materialmente torturan y a los Jefes que lo permiten, reputa
equivalentes unas y otras conductas: el especial deber de vigilancia y la superioridad
jerárquica justifican tal equiparación."
Y en la segunda Sentencia citada, la número 1034/996 de 19 Dic.: «nos
hallamos ante un delito de naturaleza omisiva, un supuesto de comisión por omisión,
con relación al cual la propia Ley Penal, después de regular las correspondientes
acciones que configuran las modalidades ordinarias de comisión de estos delitos, nos
ofrece una cláusula de equiparación del supuesto omisivo a las paralelas figuras
comisivas, en consideración al especial deber jurídico que incumbe a la autoridad o
funcionario que tiene bajo su concreta responsabilidad velar por las personas
detenidas.»
Y por otro lado, esta interpretación permite, si correspondiera, la sanción
disciplinaria de los hechos enjuiciados por la vía de la falta muy grave se describe en el
art. 27.3 c) de la Ley Orgánica2/1986, de 14 Mar. De Fuerzas y Cuerpos de Seguridad
. En similar dirección STS. 891/2008 de 11.12 ,que precisa que el art. 5.3 b) de la
Ley de Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado impone a sus miembros "la
obligación de velar por la vida e integridad de las personas que detuvieran o se
encuentren bajo su custodia y respetarán el honor y la dignidad de las personas" pero
tal obligación que afecta a todos ellos no les convierte en garantes de los demás (art.
111), salvo por la posición orgánica del que ostenta el mando sobre todos ellos.
Ante esta discrepancia judicial habría que analizar el caso concreto para
constatar sí por las irregularidades del mismo, la conducta que se imputa al acusado
denota una actitud de permisividad respecto a los autores materiales cuando debió y
pudo impedir lo que en su presencia se estaba realizando, partiendo de que el agente
de la Guarda Urbana, Primitivo Amadeono ostentaba ninguna posición de mando
respecto del resto de los acusados, encontrándose en una situación de plena igualdad
jerárquica.
La respuesta ha de ser negativa con la consiguiente estimación del motivo.
En efecto descartado -por no recogerse en el factum - el acuerdo previo o el
surgido durante la ejecución, coautoria adhesiva o sucesiva, se trata de un incidente
que se produce en el curso de la detención de dos jóvenes en un espacio de muy corta
duración, abierto, andén de la Estación y no en las dependencias policiales, y en el que
intervienen al menos ocho agentes, y en el factum "no se detalla cual era la situación y
ubicación del recurrente en relación a cada una de las víctimas a fin de poder
concretarse si hubiera tenido posibilidad de intervención y de impedir el hecho delictivo
mediante una actuación activa. No olvidemos que la inacción cuando se estaba
obligado a actuar en defensa del bien jurídico, equivale a la realización de un acto
positivo, pues una hipotética acción esperada por la norma hubiera sido causa para la
no producción del resultado. En la comisión por omisión se imputa un resultado a una
persona, no por su conducta activa, sino por no haberlo impedido cuando había ese
deber (norma prohibitiva) resultando equiparable a la realización activa del tipo penal.
Esta equivalencia que tiene carácter esencial para la configuración de un delito
impropio de omisión se debe apreciar cuando la omisión se corresponde
valorativamente con el hecho positivo y posee un sentido social equivalente a la
comisión activa del tipo. En los delitos de resultado dicha equivalencia no ofrece
dificultades, pues no se requiere, por regla general, una acción de cualidades
específicas, siendo suficiente con la aptitud causal del comportamiento. En los delitos
de omisión solo debe requerir una causalidad hipotética, es decir la comprobación de si
la realización de la acción omitida hubiera evitado la producción del resultado con una
probabilidad rayana en la seguridad ( STS. 1061/2009 de26.10 ).
Y en el caso presente la extensión de la autoría a los agentes presentes, a los
que no se ha podido anudar ningún exceso o desviación del protocolo de actuación
previsto para estos casos, resulta harto difícil, al no tener la responsabilidad última de
decidir sobre la gestión de la situación creada y no constar de qué modo podrían haber
evitado los excesos imprevistos de sus compañeros.
b) LaSTS 294/2003 de 16 de abrilpor su parte, afrontaba esta temática desde
esta óptica:
...Dicho precepto (art. 176 CP) dispone que "se impondrán las penas
respectivamente establecidas en los artículos precedentes a la autoridad o funcionario
que, faltando a los deberes de su cargo, permitiere que otras personas ejecuten los
hechos previstos en ellos".
La doctrina ha puesto de manifiesto que la referencia a "otras personas", hay
que entenderla, en una interpretación sistemática con el art. 173, como que en dicha
expresión han de ser incluidas cualesquiera que realicen los actos de tortura o de
tratos vejatorios, sean funcionarios o no. Ahora bien, al ser un acto omisivo el
castigado por la ley, debemos entender implícito el concepto de superioridad,
y no la mera presencia pasiva, como consta en el "factum", pues el deber
inherente al cargo que se describe en el tipo, acredita este requisito de
superioridad frente a los autores del hecho vejatorio, teniendo en cuenta que los
hechos se producen en la calle, y se enmarcan dentro de una detención policial, de la
que Alexis Ildefonsoy Ezequiel Fidelparticipan, no constando dato alguno de
superioridad ni de mando en su actuación. El art. 1º.1 de la Convención contra la
Tortura, de 1984, ya hacía referencia en este sentido a que la tortura fuera infligida
por otra persona con el "consentimiento o aquiescencia" del funcionario, lo que resalta
el concepto de superioridad. La mención legal "permitiere" refuerza igualmente esta
interpretación, conforme al principio de taxatividad que rige el derecho penal, pues esa
permisión denota una posición (implícita) de superioridad, y no la mera omisión (con
previo acuerdo) a la que parece referirse el tipo que estaría cubierta en caso contrario
por simples consideraciones de garante, y que por el contrario no resultaría de la
expresión "permitiere" que inexorablemente adjetiva el precepto interpretado. Se trata
de un deber especial por el cargo que incumbe a los superiores sobre sus
subordinados, a lo s que ya se refirió esta Sala en Sentencias de 18 de julio de 1997
y 19 de diciembre de 1996 .
c) Por su parte de la recienteSTS 19/2015, de 22 de eneroretenemos las
siguientes consideraciones que a su vez se hacen eco de otros precedentes:
"... no le es aplicable el art. 176 Cpenal del que se ha condenado a Federico
Gregorio, no porque carezca de antijuridicidad su silencio, sino porque en las concretas
condiciones en las que fue mudo espectador pasivo del atentado no grave contra la
integridad moral efectuado por el cabo primero, nopuede serle exigible una conducta
que incluso pudiera ser cercana al acto heroico , que como es obvio, nunca puede serle
exigido a persona alguna bajo la presión de la imposición de una pena. Las
circunstancias concretas en las que se produjeron los hechos son las siguientes :
1- El recurrente a la sazón tenía 22 años (exactamente menos un día).
2- Llevaba poco más de un mes ejerciendo sus funciones de miembro de la
Guardia Civil.
3- El otro recurrente, Higinio Victor, tenía a la sazón tenía 38 años, y además
era cabo primero de la G.C., cuestión relevante dada la rígida jerarquización de la
Guardia Civil.
4- También Abelardo Jacobo, vigilante de la playa era mayor en varios años al
recurrente.
5- Los hechos ocurren estando los tres, a las dos de la madrugada en la playa
de Magaluf , noconstando que en las cercanías existiesen más personas.
En esta situación, la propia sentencia , como ya hemos dicho, reconoce que
"....no fue capaz de enfrentarse u oponerse, siquiera tímidamente al cabo, pero que
tenía conciencia de la gravedad del suceso....".
Es de esta situación conflictiva y traumática de la que surge, en opinión de
esta Sala, no le era exigible otra actuación en términos jurídicos. Dicho más
claramente, se está ante una causa deexculpación en clave individual vía no
exigibilidad de otra conducta a la vista de las concretas circunstancias particulares a
que se ha hecho referencia.
Estimamos, y en ello se coincide con el diagnóstico del Tribunal sentenciador
que el recurrente se encontraba en una situación motivacional anormal en la que, a
pesar de ser miembro de la Guardia Civil, dada su evidente bisoñez y falta de
experiencia, y que el autor material del ilícito penal era su superior jerárquico, no le
era exigible por la presión excepcional en que se encontraba demandarle otro
comportamiento. Su actuación posterior, ya en el cuartel en base a la cual le condenó
el Tribunal de instancia, se produjo en otro escenario y con quebrantamiento de otras
normas jurídicas.
En definitiva las circunstancias que determinaron la anormalidad del proceso
motivador --por tanto exógena a la persona concernida-- son las que justifican la
doctrina de la inexigibilidad de otraconducta.
Un derecho penal democrático es un derecho a la medida de la mayoría de los
ciudadanos, no hay, como ya se ha dicho, una exigencia a la heroicidad. La no
exigibilidad de otra conducta excluye la responsabilidad penal, pero no la
antijuridicidad del hecho ni su prohibición. Es una situación límite en la que como tal,
se "disculpa" a la persona concernida de la respuesta punitiva, y fue esa situación en la
que se encontró el agente Federico Gregorio.
La propia jurisprudencia de esta Sala no ha sido ajena a esta construcción,
precisamente en relación al art. 176 del Cpenal .
La
STS 1050/1997 de 18 de Julio de 1997 , citada en la sentencia
sometida al presente control casacional, consideró que para entender que el sujeto
consiente en el verbo nuclear del tipo "....permitiera que otras personas...." es preciso
que no tenga inferior rango que el sujeto principal, lo que es de especial significación
en un cuerpo militar --a pesar de su nombre-- tan rígidamente jerarquizado como la
Guardia Civil.
En el caso de dicha sentencia se trataba de la condena al Instructor y
Secretario del atestadoque consintieron las torturas infringidas al detenido por otros
funcionarios . Se dice en dicha sentencia que el especial deber de vigilancia y la
superioridad jerárquica justifican la equiparación punitiva prevista en el art. 176
Cpenal .
Ciertamente tal requisito de ser el sujeto del delito del art. 176 Cpenal de
igual o superior categoría que el autor material del delito, no es exigido por el tipo
penal y por otra parte la anterior sentencia quedó matizada en la posterior sentencia
de esta Sala nº 1809/2002 de 5 de Noviembre
. También se trataba de un caso de
torturas infringidas en Comisaría a un detenido a presencia de otros agentes de igual
rango. Retenemos de dicha sentencia el siguiente párrafo del f. jdco. sexto:
"....La cuestión que en el presente caso se plantea en sí, con respecto
a este acusado, concurren los requisitos que el dicho artículo 176 establece.
Alguna resolución jurisprudencial de
estaSala --sentencia de 18 de Julio de
1997
-- parece entender que, para poder "permitir", término que eltexto
legal utiliza, a alguien comisión de torturas es preciso ostentar superioridad
jerárquica sobre el torturador. Sin embargo, el texto del
artículo 176 del
Código Penal
no exige esa condición y habrá que atender en cada caso a
observar si la conducta concreta ha consistido realmente en una actitud de
permisividad respecto a los torturadores activos. Hay que señalar a este
respecto que en el Diccionario de la Lengua Española, en su segunda
acepción, se define el verbo permitir como "no impedir lo que se debiera y
pudiera impedir". Por tanto ha de observarse en este caso si el acusado que
ahora recurre debió y pudo impedir lo que en su presencia se estaba
realizando....".
"....Y también podía este acusado no permitir a sus compañeros
realizar lo que hicieron mediante la simple indicación de su improcedencia y
desacuerdo con las normas, actitud que le era posible y pudo haber sido
eficaz entre compañeros no relacionados entre ellos jerárquicamente....".
En todo caso no hay que olvidar que la razón de ser de la
equiparación de la pena del omitente con la del autor material está pensado,
precisamente, en evitar espacios de impunidad en delitos de una gravedad y
de muy difícil investigación, singularmente en relación al delito de torturas
del que el artículo contra la integridad moral tiene un valor residual.
La situación del cuadro de torturas a que se refieren las dos sentencias,
reflejan situaciones cualitativamente distintas del delito del
art. 175 Cpenal
, y de
forma más acusada si tenemos en cuenta las concretas circunstancias del caso
enjuiciado.
El
art. 176 Cpenal
constituye un delito de omisión propia ya que
castiga no la mera infracción de un deber genérico, sino la cooperación omisiva en un
hecho típico efectuado por otro fundado en lainfracción de un deber específico , de ahí
que la pena prevista sea la misma que al autor material dada su condición de garante,
ya sea superior jerárquico el omitente --lo que será lo más normal--, en el caso de los
jefes que consienten lo efectuado por sus subordinados, encontrándose aquéllos en
situación de especial garantes dado el deber de vigilancia y la superioridad jerárquica,
ya, incluso, en el caso deigualdad de categoría entre los autores materiales y los
omitentes o de subordinación de los omitentes alos autores materiales , si bien en
estos casos -- como ocurre en el supuesto enjuiciado--, hay que analizar si en concreto
el omitente se encontraba en condiciones reales de impedir y no permitir lo que
efectuaba, su superior jerárquico.
En el presente caso , estimamos que el recurrente se encontró en una
situación tal que no pudo impedir el atentado contra la integridad moral efectuado por
su superior. No le era exigible jurídicamente tal deber específico, por lo que no puede
ser condenado por tal delito del art. 176 delCpenal.
La actuación claramente delictiva que cometió el recurrente, y que aparece
expresada en la propia sentencia para justificar la condena del recurrente vía art. 176
Cpenal , fue la de no denunciarlos hechos , cuando se vio libre de la presión
ambiental en la playa, ya en el cuartel , primero firmó un informe, junto con el cabo
primero, totalmente inexacto, y después cuando efectuó su propio informe ya referido,
en el que, como ya se ha dicho "maquilló" los hechos ocultando la realidad de lo
ocurrido, esdecir no denunciando los hechos presenciados . Dicho informe fue
redactado por el recurrente a las22'15 horas del día 5, --los hechos ocurrieron sobre
las 5 horas del 5--, y cuando estaba en el cuartel, es en ese momento, cuando cometió
el ilícito claramente penal de no denunciar los hechos que presenciórespecto del que
como agente de la autoridad estaba ineludiblemente obligado. Cometió el delito del
art.408 del Cpenal
, relativo a la omisión del deber de perseguir delitos que se
impone a la autoridad o funcionario que dejase de promover intencionalmente la
persecución de los delitos de que tuviese conocimiento por razón de su cargo. Esa y no
otra fue la acción antijurídica cometida por el recurrente.
Ahora bien, los hechos que integran este delito son diferentes de los del art.
176 del Cpenal del que ha sido condenado, y no siendo acusado de tal delito, es claro
que esta Sala no puede en esta sede casacional imponerle una condena que vulneraría
el principio acusatorio porque los elementos vertebradores de uno y otro delito no son
iguales , y en todo caso procedería inexcusablemente la audiencia del recurrente, lo
que no es posible en esta sede casacional como es bien sabido.
Volvamos al asunto que nos ocupa. De las dos opciones interpretativas
presentes en los precedentes reseñados hemos de optar por lo que es la postura más
reciente (abandonada ya la sostenida por lasSSTS 294/2003, de 16 de abriló601/2013,
de 11 de julioque el recurrente se preocupa por transcribir, aunque sin esconder las
sentencias menos favorables a su planteamiento) y por otra parte más acorde con la
filosofía del precepto y sus antecedentes y vicisitudes legales: no es necesaria una
relación jerárquica que sitúe al responsable del art. 176 por encima del autor directo
del art. 174. Eso llevaría a convertir casi en superflua la previsión pues el superior
siempre sería copartícipe del delito del art. 174. El legislador ha querido ensanchar con
elart. 176 las conductas sancionables equiparando ex lege, por expresa disposición
legal, la omisión a la acción. Serían menos las omisiones sancionables si se dejase
jugar a los genéricos preceptos de la participación(arts. 28 y ss CP) y la fórmula
general de la comisión por omisión (art. 11 CP). Elart. 176 recoge conductas omisivas
que no quedarían abarcadas por los dos artículos que le preceden ni siquiera en
combinación con losarts. 11y28 y ss. CP.
El principio interpretativo de vigencia (un precepto debe tener algún específico
ámbito de aplicación: un entendimiento que lo convierte en superfluo debe ceder ante
otros que le otorgan sentido) invita a inclinarnos por la otra acepción del vocablo
permitir: no impedir; y sus sinónimos (tolerar, no estorbar ni imposibilitar, permitir
algo que no se tiene por lícito, aunque sin aprobarlo expresamente, dejar hacer: no es
necesario aprobar, basta con tolerar). No es indispensable una aprobación interna o
externa, o un asentimiento o refrendo.
Basta con ser consciente de que se está desarrollando una conducta encajable
en el art. 174 y, teniendo la cualidad pública de que habla el art. 176, no hacer
deliberadamente nada por impedirla, aunque internamente pueda incluso reprobarse.
Cosa distinta en que en determinadas circunstancias la falta de asentimiento unida a la
incapacidad para una oposición eficaz pueda desembocar en una exención por falta de
exigibilidad como contempla unos de los recientes precedentes jurisprudenciales de los
que hemos transcrito algunos fragmentos más significativos (STS 19/2015).
Esta interpretación guarda armonía con el deber reforzado que se quiere
imponer a todo miembro de las fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado para
impedir este tipo de conductas que el legislador está empeñado en erradicar. Por ello
no es incoherente la asimilación penológica que se hace, lo que no obsta a
diferenciaciones a través delart. 66 CP, como -se puede anunciar ya- haremos en este
caso. La equiparación tiene sentido desde un prisma de política criminal. El deber de
quien está integrado en alguna de las fuerzas y cuerpos de seguridad está intensificado
y por eso no puede su conducta quedar relegada a la tipicidad genérica delart. 450 CP.
En cuanto a la segunda línea de argumentación (la responsabilidad de este
recurrente se reduciría a tolerar los últimos golpes que quizás duraron escasos
segundos), hay que consignar una advertencia previa: el argumento no respeta el
sentido natural del hecho probado, forzándolo en una lectura pro domo sua. No lo
contradice abiertamente pero sí lo manipula introduciendo datos que no se han
declarado probados, lo que bien manejado por una brillante capacidad dialéctica unida
a una no inferior habilidad jurídica, permite a la dirección letrada del recurrente
presentar como hecho probado lo que en realidad no se deriva del factum. Elart. 884.3
LECrimnos obliga a filtrar de su argumentación toda adherencia fáctica ajena a la
convicción de la Sala.
Va mucho más lejos de lo que la Audiencia consideró probado, en efecto,
sugerir para aludir al tiempo durante el que el recurrente permaneció inmóvil viendo
como golpeaba a la víctima el coacusado que fueron unos instantes fugaces; tan
breves que no dejaban margen para la reacción. No es así: fue el tiempo suficiente
como para que quien no estaba allí, oyese los gritos, se desplazase hasta el lugar y
consiguiese que cesase la agresión sin contar, por cierto, con la colaboración de este
recurrente que continuó inmóvil. Que ese subinspector lo lograse nada más bajar es la
prueba clara de que nada impedía al recurrente, al menos, haberlo intentado. La
Audiencia asevera que se mantuvo inmóvil, con total pasividad ante la escena que
contemplaba.
No podemos escindir la acción en la forma que pretende el recurrente
distinguiendo las iniciales intimidaciones de sometimiento psíquico (disparos fingidos)
de los golpes finales. El recurrente está presente durante toda la acción. No es hecho
probado que no se percatase de ella: esta valoración es un añadido, que introduce con
habilidad el recurrente, no armónico con el factum. Basar el recurso en que Saturnino
Urbanoarrebató el arma a Erasmo Mauriciopara impedir que continuase con la agresión
psicológica, así como que si no lo hizo antes es porque estaba defendiendo a la víctima
frente a un segundo agresor; y que desde que se percató de los golpes finales hasta
que bajó el subinspector no tuvo ocasión de reaccionar por ser unos instantes
brevísimos y estar ocupado en volver el arma a su lugar, es introducir en el hecho
probado la propia versión interesada de los hechos que la Audiencia no reputó
probada. No es compatible esa forma de razonar con el cauce casacional utilizado.
Viene a reconocerlo así el recurrente al tener finalmente que argumentar que los
hechos probados han sido tendenciosamente construidos, lo que supone evidencia de
que el motivo no se atiene a las exigencias delart. 849.1º (en relación con elart. 884.3
LECrim).
El recurrente trata de explicar que no modifica el hecho probado, solo colma sus
lagunas: eso es un eufemismo. En un delito de omisión, rellenar laslagunas del hecho
probado es tanto como introducir de contrabando en el factum la conducta cuya
omisión está penada: es lo que sibilinamente hace el recurrente.
Cuando aparece el subinspector, Saturnino Urbanoestaba inmóvil: no se
describe ni siquiera una actitud o un ademán de disponerse a hacer algo. Está dejando
hacer. Saturnino Urbanotenía que haber hecho sencillamente lo que hizo el
subinspector cuando llegó. El subinspector de la UIP no permitió en contraste con el
acusado, lo que éste sí permitió .
Además la agresión que venía contemplando pasivamente aparecía no como
algo finiquitado sino con vocación de cierta continuidad. Finalizó por la intervención de
un tercero -con iguales medios y autoridad de los que gozaba el recurrente-, y no por
voluntad ni del agresor ni del recurrente. Es el episodio agresivo en su totalidad el que
hay que contemplar para calificarlo de atentando grave o leve sin que podamos
distinguir en su curso absurdamente acciones graves y otras leves; intimidaciones
susceptibles de ser catalogadas de graves; y otras no. Ha de ser valorado globalmente
y sin perder de vista que ni el otro acusado había dado por finalizada la lectura de la
cartilla , ni este recurrente parecía dispuesto a intervenir si la agresión se prolongaba o
pasaba de nuevo de los puñetazos y golpes a una persona esposada (por tanto a
merced del agresor, lo que tampoco permite minusvalorar su gravedad) a acciones con
mayores componentes vejatorios.
La diferenciación apuntada entre la conducta del art. 176 y la genérica comisión
por omisión sí nos llevará, no obstante, a reconsiderar la condena por la falta de
lesiones: el hecho probado no define con la suficiente nitidez las exigencias que
permitirían permiten equiparar respecto de las lesiones ocasionadas la conducta
omisiva con la activa. En este marco delictual (art. 11
CP) sí es necesario algo más que no viene afirmado con claridad en el hecho
probado. Estas valoraciones permiten orillar las quejas sobre la introducción por la
Sala de los elementos de la comisión por omisión que, se dice, la Fiscalía omitió.
Ciertamente -y eso refuerza la incardinabilidad en el delito del art. 176Saturnino Urbanohabía recibido a su cargo al detenido. Eso le sitúa en esa posición de
garante. Pero si allí en aquél momento otro agente de la autoridad hubiese estado en
ese lugar contemplando la escena le sería reprochable el mismo título de imputación
aunque él en concreto no hubiese recepcionado al detenido haciéndose cargo de él. No
sería en cambio cooperador en comisión por omisión de la falta.
El motivo ha de desestimarse salvo en un aspecto secundario no
expresamente solicitado pero implícito en el argumento y que es consecuencia natural
del razonamiento efectuado: la exclusión de la responsabilidad penal de este acusado
en la falta de lesiones. Su omisión encaja en elart. 176, (delito de omisión pura), pero
no están nítidamente definidas en el hecho probado todas las exigencias de la comisión
por omisión en relación a las lesiones producidas(art. 11 CP).
DÉCIMO.- Ambos recursos (motivos cuarto y noveno respectivamente; los
motivos séptimo y octavo del recurso de Saturnino Urbanohan sido renunciados)
reclaman la cualificación de la atenuante de reparación del daño delart. 21.5
CPque ha sido apreciada como simple u ordinaria.
Los acusados entregaron a la víctima en concepto de indemnización 45.000
euros que pretendían operar como compensación tanto por los daños físicos como por
los morales; incluyéndose además los honorarios de los profesionales que habían
intervenido como acusación particular.
El monto de la indemnización y la prontitud con que se realizó (antes de las
conclusiones provisionales) justificarían la cualificación de la atenuante con la
consiguiente repercusión penológica.
Se pone de relieve en apoyo de su pretensión que la cantidad ofrecida rebasa la
que, en un pronóstico racional, hubiese podido fijarse en sentencia. Igualmente se
enfatiza que exigía un esfuerzo relevante en los condenados que al estar
cautelarmente suspendidos carecían de ingresos por su desempeño profesional. Se han
buscado, en una labor defensiva encomiable, precedentes que pudieran guardar cierto
parecido para comparar las indemnizaciones acordadas judicialmente con el monto
aquí entregado.
No hay inconveniente en reconocer que
sensiblemente superior a la de previsible imposición.
estamos
ante
una
cantidad
Se fuerza el argumento aludiéndose a la petición de perdón por parte de
Erasmo Mauricio. Tal petición es muy insatisfactoria pues no acepta la integridad del
hecho. Desde la posición de una víctima una elemental condición del perdón para que
encierre capacidad sanadora de la herida moral es que nazca de una completa
aceptación de lo sucedido sin rebajarlo o deformarlo interesadamente (lo que incluso
puede ser una forma de agravar la ofensa).
El otro acusado arguye que ha reconocido el hecho. Esta aceptación -hay que
puntualizar- es no solo muy tardía sino que además se limita a lo que ya se resigna a
no poder negar con visos de verosimilitud, al tiempo que ofrece una versión sesgada
para salvar su responsabilidad.
Estas últimas puntualizaciones importan en principio poco. Confesión y
reparación son atenuantes diferenciadas. Ésta no exige aquélla. Cabe reparación sin
aceptación ni expresa ni tácita de los hechos.
Es asumible la observación -ya tópica- de que no es exigible un móvil altruista o
moral en el acto reparador. También la reparación guiada por intereses egoístas
(exclusivo propósito de beneficiarse de la atenuación) colma las exigencias legales,
establecidas más pensando en la víctima que como premio a una hipotética
rehabilitación o al pesar del autor. Es la pronta satisfacción de los intereses de la
víctima lo que alienta el legislador; no favorecer o propiciar un arrepentimiento que no
exige.
Estamos ciertamente ante una reparación íntegra (más aún, por encima de lo
esperable) y relativamente temprana o madrugadora: no se esperó como sucede con
frecuencia a las fechas inmediatamente anteriores al juicio oral. Ahora bien, eso no
basta para automáticamente asignarle la eficacia privilegiada que arrastraría a la
obligada degradación de la pena por debajo del mínimo legal. Que la indemnización
haya sido generosa no lleva ineludiblemente a la cualificación: será necesario valorar
otras circunstancias concurrentes y entre ellas también las motivaciones (y con este
quiebro en el discurso se rescatan parcialmente, a estos solos efectos y con una
dimensión muy secundaria, algunos de los elementos valorativos que antes habíamos
descartado: actitudes y móviles). Indemnizar a la víctima razonablemente e incluso
generosamente es causa de atenuación. Pero si se establece como axioma que la
sobre-indemnización siempre determina la cualificación estaríamos dando pábulo a
algo parecido a la compra de una degradación punitiva, con claro riesgo de propiciar
mercadeos o de que germinase una inadmisible privatización del derecho penal, nunca
aceptable y menos ante conductas como las aquí enjuiciadas en que junto a la víctima
directa, toda la colectividad se siente singularmente concernida pues generan una
indeseable e injusta desconfianza en una institución básica en un Estado de derecho
como son las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad.
La conducta colma cumplidamente las exigencias de la atenuante. Y lo hace de
forma total y a plena satisfacción. Es verdad que también reparaciones no íntegras y
más tardías pueden ser suficientes para la atenuante. Pero pese a ello no se detecta
ese plus de intensidad -que no puede estar basado exclusivamente en el monto alto o
en el factor cronológico- para otorgarle las privilegiadas consecuencias previstas en
elart. 66.1.2 CP. Además no ha ido acompañada de una más honda y sanadora
reparación moral que, no siendo exigible para la atenuante, es factor no desdeñable en
el momento de sopesar la procedencia de un efecto privilegiado. Este punto ha sido
también subrayado en el informe del Fiscal al oponerse a este motivo: la reparación se
redujo a los aspectos materiales.
Los motivos son desestimables.
UNDÉCIMO.- Un discurso común alienta también los motivos quinto y décimo
respectivamente de ambos recursos: la reivindicación de la atenuante de dilaciones
indebidas rechazada por la Audiencia. Además la reclaman como muy cualificada
(aspecto éste que en todo caso sería irrelevante: apreciándose ya otra atenuante no
variaría la regla penológica:art. 66.1.2º CP).
La atenuante fue solicitada por una de las defensas. No así por la otra, que se
limitó a impetrar la absolución. Eso no le priva necesariamente de legitimación para
invocarla en casación tras su condena.
Aunque es principio tradicional de la casación la prohibición de suscitar
cuestiones que no hayan sido planteadas en la instancia para salvaguardar el principio
de contradicción, existen excepciones (STS 657/2012, de 19 de julio). La alegación de
infracciones de rango constitucional que puedan acarrear indefensión es una de ellas.
No sirve aquí en cuanto la atenuante de dilaciones indebidas es un problema de
legalidad (STC 78/2013, de 8 de abril).
El derecho fundamental se viola por el proceso, no por la sentencia.
Otra excepción clásica viene conformada por la vulneración de preceptos
penales sustantivos cuya aplicación hubiese beneficiado al reo. El ejemplo
paradigmático es la apreciación de una atenuante. Cuando la omisión de la invocación
en la instancia merece una explicación coherente desde la estrategia defensiva, más o
menos acertada, debe minorarse el rigor del postulado general de prohibición de
alegación de cuestiones nuevas en vía de recurso. Si se solicitaba la absolución podía
no reputarse coherente reclamar a su vez la atenuante; aunque no pueden dejar de
recordarse las conclusiones alternativas que permite laLECrim (art. 653) y que pueden
ser subsidiarias como expresamente se reconoce en la legislación procesal militar.
Nada impedía a la parte, salvo que se anude a esa posición una cierta ambivalencia y
por tanto un debilitamiento, al menos subliminal, de su pretensión principal, combinar
la solicitud de absolución con el señalamiento de que en todo caso se habrían
producido dilaciones indebidas en el curso del proceso y por tanto, concurrían los
presupuestos de la atenuante. La jurisprudencia con toda lógica exige para dar cabida
a esta excepción a la doctrina de la cuestión nueva que la propia sentencia recoja, bien
en los hechos probados, bien en su fundamentación jurídica, la base de la atenuante
no discutida en primera instancia y que se trata de introducir por primera vez en el
recurso de casación.
No surge aquí ese problema pues el coacusado reclamó la atenuante, lo que
acaba por diluir todo inconveniente. Ambos recurrentes, y no solo quien la invocó
formalmente, están legitimados para pelear en casación por tal atenuante.
Con laSTS 385/2014, de 23 de abril de 2014podemos efectuar una genérica
aproximación a la atenuante "La atenuante de dilaciones indebidas a partir de
diciembre de 2010 cuenta con una tipificación penal expresa. El actual número 6 del
artículo 21, dentro del catálogo de circunstancias atenuantes de la responsabilidad
penal contempla como tal la dilación extraordinaria e indebida en la tramitación del
procedimiento, siempre que no sea atribuibleal propio inculpado y que no guarde
proporción con la complejidad de la causa.
La exposición de motivos de la Ley Orgánica 5/2010 razona la conveniencia de
otorgar carta de naturaleza legal a la nueva atenuante de dilaciones indebidas en la
necesidad de dar cobertura normativa a una práctica judicial extendida. La atenuante
es de creación jurisprudencial. Sus perfiles han ido modificándose a impulsos de los
pronunciamientos de esta Sala Segunda. Ahora se cuenta con unos requisitos legales
que obedecen a lo establecido por esa jurisprudencia que la exposición de motivos
proclama querer respetar.
No hay cuestión sobre la aplicabilidad de tal precepto de nueva planta. Las
exigencias del nuevo art. 21.6 estaban presentes en la doctrina jurisprudencial. No
puede decirse que se hayan endurecido las condiciones para apreciar la atenuante. Por
tanto se va a utilizar como parámetro de referencia la actual redacción del precepto
que exige unos retrasos extraordinarios y no proporcionados con la complejidad
de la causa. Mantiene plena vigencia el cuerpo de doctrina elaborado con anterioridad
a la entrada en vigor del nuevo apartado 6 del art. 21 ( STS 70/2011, de 9 de febrero
).
La atenuante exige, la concurrencia de una serie de elementos conformadores:
a) una dilación indebida, es decir no justificada; b) extraordinaria, en el sentido de
apartarse de los parámetros habituales; c) que sea intraprocesal, es decir, que
acaezca durante la tramitación del procedimiento; d) que no sea atribuible al
imputado; y e) que no guarde proporción con la complejidad del litigio.
Junto a ello, siendo el fundamento de la atenuante la compensación del daño
causado por la dilación con una disminución de la pena, es requisito inmanente de la
atenuante que aquel que reclama su aplicación no haya sido beneficiario de esas
dilaciones, más allá de que no le sean imputables. El perjuicio en principio ha de
presumirse: el sometimiento a un proceso penal, la incertidumbre de su resultado, la
sujeción a posibles medidas cautelares (obligación apud acta)... acarrean unas
molestias o padecimientos que se acrecientan si el proceso se prolonga indebidamente.
Dicho de otra manera: puede presumirse que las dilaciones en el enjuiciamiento
perjudican al posteriormente condenado (mucho más, desde luego, al que finalmente
es absuelto) y que ese perjuicio merece una compensación que viene de la mano de la
atenuante (sin perjuicio de que se puedan producir otras compensaciones a través de
instituciones como la abonabilidad de las medidas cautelares: arts. 58 y 59 CP ).
Pero no siempre será así. Es más, en ocasiones esos retrasos solo perjudicarán a las
víctimas del delito; doblemente si además se convierten en causa de aminoración de la
pena.
No admite discusión que el tiempo de duración del proceso ha sido excesivo.
La complejidad no lo justificaba. Que su génesis radique en deficiencias estructurales
de la Administración de Justicia o en razones no reprochables a los responsables de su
gestión, no disipa el perjuicio sufrido por esos retrasos. Objetivamente el derecho a un
proceso sin dilaciones indebidas ha padecido. No es un problema de buscar
culpabilidades o responsabilidades, sino de constatar tanto la afectación; como que
quien invoca el derecho no ha contribuido a ella.
Erasmo Mauriciose remite a la secuencia cronológica que ya consignaba en su
escrito de conclusiones definitivas:
"En fecha 5 de Enero de 2010 se interesa la práctica de diligencias de
investigación por parte de esta representación (folio 836).
En fecha 26 de Enero de 2011 se acuerda la práctica de esa diligencia así como
la declaración del Sr. Felipe Luis(que no había declarado sobre los hechos objeto de
investigación hasta ese momento). Así consta en el folio 837. La declaración del Sr.
Felipe Luisse practica en fecha 5 de Septiembre de 2011 (folio 877).
Hasta el día 1 de Agosto 2011 no se identifica el paradero del Sr. Inspector
Laureano Marcelino (folio 880).
En fecha 17 de Octubre de 2011 se formula un primer escrito de acusación por
el MinisterioFiscal (folio 683 y siguientes).
En fecha 16 de Noviembre de 2011, mediante providencia se deniegan las
diligencias interesadas por esta parte en fecha 5 de Enero de 2010 (folio 887) y que ya
habían sido admitidas mediante resolución obrante en el folio 837.
En fecha 16 de Noviembre de 2011 se dicta auto de apertura de juicio oral.
En fecha 23 de Noviembre de 2011 se interesa incidente de nulidad de
actuaciones como consecuencia de la indefensión generada por la no práctica de unas
diligencias de investigación admitidas, y en la misma fecha se interpone recurso de
reforma contra la providencia de fecha 16 de Noviembre de 2011 (folio 893).
Mediante auto obrante en el folio 917 de fecha 12 de Febrero de 2012 se
decreta la nulidad del auto de apertura de juicio oral de fecha 16 de Noviembre de
2011.
En fecha 23 de Abril de 2013 se vuelve a dictar auto de transformación del
procedimiento sin que se practiquen las diligencias de investigación interesadas (917).
En fecha 4 de Marzo de 2013 se dicta auto por esta Excma. Audiencia
Provincial acordando la práctica de la providencia de fecha 16 de Noviembre de 2011 y
la práctica de las diligencias de investigación admitidas.
La causa es remitida a la Audiencia Provincial, sin que se practiquen las
diligencias de investigación, razón por la que la Sala mediante auto de fecha 13 de
Septiembre de 2013 acuerda la nulidad del auto dictado por ella misma declarando la
pertinencia de las pruebas (auto que obra en el rollo de Sala) y remite de nuevo las
actuaciones al Juzgado al objeto de la práctica de las diligencias de investigación
pendientes.
Dichas diligencias de investigación se practican en fecha 19 de Noviembre de
2013 y 14 de Noviembre de 2013. Para la práctica de dos diligencias de
investigación declaradas pertinentes y admitidas, han sido necesario multitud
de resoluciones (varias de ellas declaradas nulas) y escritos que han
provocado que no se llevaran a cabo en el plazo de más de tres años.
Desde Enero de 2010 que se interesan hasta Noviembre de 2013 que se
practican .
En fecha 29 de Enero de 2014 se presenta escrito de acusación por el
Ministerio Fiscal,
En fecha 3 de Febrero de 2014 se dicta auto acordando la apertura de juicio
oral".
La sentencia niega la atenuación con argumentos que tomamos del fundamento
de derecho tercero:
"Por lo que se refiere a la atenuante de dilaciones indebidas de art. 21.6 del
CP solicitada por la defensa de Erasmo Mauriciono la consideramos, por cuanto si bien
es cierto que se han Juzgado los hechos transcurridos cinco años y medio desde que
ocurrieron, la complejidad y la singularidad de los mismos ha provocado que
estos no pudieran ser juzgados con celeridad, máxime cuando esa misma
defensa ha interesado la práctica de varias diligencias de prueba en la fase de
investigación que han tenido incidencia en la duración de la fase de
instrucción, pruebas que a la vista del resultado eran absolutamente
prescindibles. De hecho los testigos cuya declaración ha dilatado su
celebración de la vista fueron renunciados por su proponente. Aún así
queremos destacar que el Letrado estaba en su perfecto derecho a solicitar e insistir en
la práctica de las testificales del Jefe de al UIP y del Inspector Sr. Laureano Marcelino,
sin embargo, en su exposición cronológica sobre los period os de dilación (desde Enero
de 2010 en que solícita las diligencias de investigación - las testificales antes citadashasta que estas finalmente se practican en Noviembre de 2013) el Letrado olvida
señalar que la causa NO estuvo paralizada durante los tres años que cita, sino
que pese a los Recursos interpuestos por dicha defensa (Reforma, Apelación y
posteriormente incidente de nulidad; la causa estuvo activa y siguió su tramitación
ordinaria
Si examinamos de forma más detallada y neutral las actuaciones constatamos
lo siguiente:
-El Ministerio Fiscal presentó el segundo escrito de acusación en fecha 17 de
octubre de 2011 (folios 938 a 941).
-En fecha 22 de Junio de 2012 se dictó Auto de Apertura de Juicio Oral (folios
946 y ss). El 11 de Julio de 2012 se notificó dicho escrito y ese emplazo a Erasmo
Mauricio(folio 957).
-El día 31-10-2012 la representación de Saturnino Urbanopresentó escrito de
defensa) (folios 961 y ss).
-En fecha 20-11-2012 se emplazó a la defensa de Erasmo Mauriciopara que
presentara escrito de defensa y lo así lo hizo en fecha 15- 02-2013 (963 y ss).
-El día 18-02-2013 se remiten los autos a esta Audiencia para su
enjuiciamiento. En fecha 12-03-2013 se dictó por esta misma Sección Primera Auto
declarando la pertinencia de las pruebas propuestas por el Ministerio Fiscal y por los
defensores quedando el procedimiento pendiente de señalamiento del juicio oral (
folios 8 a 10 del Rollo de Sala).
-En fecha 15 de Marzo de 2013 el Letrado defensor de Erasmo Mauricioa la
vista del contenido del Auto de fecha 12-03-2013 antes citado (que se acuerda
practicar las de diligencias de investigación) presentó escrito interesando la nulidad de
todos lo actuado, acordándose en tal sentido mediante Auto de fecha 4-03-2013 (folio
47 y 48 del Rollo y 1007 y ss de la causa) y la devolución de la causa al Juzgado de
Instrucción.
-En fecha 19-03-2013 se requiere al defensor para que aporte por escrito la
preguntas a uno de los testigos (el Inspector de la UIP que reside en Zaragoza). Lo
presenta en 11-04- 203 (folios 975 y 1001). En fecha 13 de septiembre 2013 esta
Sección que ya había admitido las pruebas propuestas por las partes en sus
respectivos escritos de acusación y defensa dictó Auto de nulidad (folio 1007 y ss)
devolviendo las actuaciones al Juzgado Instructor para que pudiera practicar las
diligencias de investigación solicitadas.
-En el mes de Septiembre y Noviembre de 2013 se toma (por fin) declaración
a los dos testigospropuestos ( Inspector Jefe n° NUM007y Jefe de Sección del Grupo de
Motos n° NUM008en el queestaban integrados los dos acusados (folios 1031 y ss) por
exhorto a Zaragoza y a Las Palmas de Gran Canaria, que como se ha dicho, su
declaración era completamente inocua, innecesaria en la fase de Instrucción porque no
fueron testigos presenciales de los hechas, circunstancia que no podía ser desconocida
por la parte proponente.
Practicadas las mismas, en fecha 2-01-2014 se dictó Providencia dando
traslado al Ministerio Fiscal para que presentara nuevo escrito de acusación o ratificara
el ya presentado (folio 1046). Lo presentó en fecha 29 de Enero de 2014 (1047 a
1050). Dictándose seguidamente Auto de Apertura de Juicio Oral en fecha 3 de Febrero
de 2014 (folios 1051 y ss).
-Se notificó y se emplazó a las partes presentando los defensores sus
respectivos escritos de defensa en fechas 3 y 7 de Abril de 2014.En esa última fecha
indicada se remitieron de nuevo los autos a esta Sección Primera ( folios 1055 a
1066). Recibiéndose de nuevo en fecha 14-04-2014 ( folio 53 del Rollo).
-Se dictó Auto de admisión y pertinencia de pruebas el día 9 de Mayo de 2014
( folios 60 y ss) acordándose el primer señalamiento para los días 9, 10 y 11 de
Febrero de este año 2015, practicándose mientras tanto, las pruebas anticipadas
solicitadas. Llegado el día del primer señalamiento el acusado Saturnino
Urbanorenunció a su Letrado defensor alegando pérdida de confianza; señalándose de
nuevo el juicio los días 16, 17 y 18 del mismo mes. Tampoco se pudo celebrar y se
suspendió a petición del nuevo Letrado defensor al tener señalamientos previos y a
carecer de tiempo material para prepararlo debidamente, celebrándose finalmente al
tercer señalamiento los días 3, 4 y 5 de este mes y año".
a) Los recurrentes aducen que denunciaban dilaciones y no paralizaciones
respondiendo al argumento de la Sala que pone el acento en que la causa estuvo
permanentemente activa.
Ciertamente aunque los retrasos van ligados muchas veces a tiempos muertos
en cuanto a actividad procesal (paralizaciones de la tramitación), dilaciones indebidas y
actividad procesal no interrumpida son compatibles. Diligencias o trámites
manifiestamente inútiles e innecesarios que postergan el momento razonable de
enjuiciamiento pueden fundar la atenuante. No basta con identificar actuaciones
continuas para descartar las dilaciones: si esa actividad procesal es manifiestamente
prescindible y solo sirve para entorpecer la instrucción o el trámite, estaremos ante
dilaciones indebidas si concurren los demás requisitos legales de la atenuante. Tan
indebidas son las dilaciones provocadas por un largo tiempo de parálisis, como las que
traen causa de una tramitación continua, pero aquejada de una desesperante
parsimonia en la que cada decisión, por nimia o burocrática que sea, precisa semanas.
Y en una tercera situación imaginable en abstracto hay también dilaciones indebidas
cuando ha existido una actividad procesal continua, incluso frenética, que ha requerido
inversión de tiempo y esfuerzos y sin embargo objetivamente la investigación podía
haber quedado zanjada con pocas y ágiles diligencias pues tal cúmulo de actuaciones
era abierta, clara y absolutamente inútil.
Por tanto que no se hayan producido paralizaciones relevantes en el sentido de
vacíos temporalmente significativos no es suficiente para rechazar la atenuante. En
esto hay que dar la razón a los recurrentes.
b) Las paralizaciones que identifica en su escrito del recurso de Saturnino
Urbanocarecen de entidad. Constituyen una violación de plazos procesales pero no se
prolongan en el tiempo de manera significativa. Más que paralizaciones constituyen
muestra de una tramitación ralentizada.
c) Se destaca igualmente por una de las defensas que el señalamiento del
comienzo de las sesiones del juicio oral se fijó para diez meses después de la recepción
de las actuaciones en la Audiencia. Hay que replicar que esos diez meses, sin
embargo, no resultaron suficientes para armar y gestionar una estrategia común y
coordinada entre el recurrente y su letrado lo que determinó que en el mismo día de
inicio de las sesiones solicitase la suspensión por cambio de dirección letrada obligando
a postergar el comienzo del juicio unas semanas.
d) Se aduce también que la complejidad de la causa es relativa. Así lo
verbalizó quien presidía el Tribunal al verse obligado a suspender el juicio oral y tratar
de justificar un nuevo señalamiento en fechas muy cercanas. Al letrado que había de
asumir la defensa de Saturnino Urbanopodrían bastarle unos pocos días para la
preparación. Demuestra habilidad dialéctica traer a colación ese comentario de la
Presidente. Pero, bien miradas las cosas, no es consistente el argumento. Complejidad
de una investigación (y ésta fue compleja por las dificultades en averiguar los hechos,
hasta el punto que podría reabrirse a la vista de las manifestaciones vertidas en el
juicio oral por uno de los acusados), y complejidad del juicio oral en sí y de un
procedimiento a los efectos de preparar una defensa enfocada a ese trámite pueden no
coincidir. La investigación, v.gr., de un delito contra la vida puede requerir muchos
años y múltiples diligencias con una secuencia laboriosa en que se toman abundantes
declaraciones o se indaga por plurales líneas abiertas. Sin embargo, si las pruebas
útiles al final se reducen a unas pocas relevantes y muy concluyentes, la preparación
del juicio puede requerir un tiempo muy corto. Ha de hacerse notar que al inicio de las
diligencias se investigaban no solo las lesiones padecidas por Felipe Luissino también el
episodio previo y otras actuaciones posteriores encubridoras que dieron lugar a
citaciones como imputados de varias personas y a diligencias que no podían
soslayarse. Es a raíz del informe del Fiscal de 30 de junio de 2010 cuando el objeto del
procedimiento queda acotado (Folio 799 y 800) en los términos en que llegó al juicio.
No a los dos meses y medio como se apunta en uno de los recursos, sino once meses
después incoada la causa.
El argumento es por ello efectista, pero no concluyente. Ese comentario de la
Presidencia en una coyuntura muy específica a la que es connatural cierta contrariedad
por la necesidad de suspender un juicio que requiere cierta preparación burocrática en
una causa que padece retrasos, viendo dilapidado el esfuerzo de la oficina judicial, no
es prueba de la "simplicidad" de la causa a los efectos de evaluar los presupuestos de
la atenuante delart. 21.6 CP.
e) Arguye igualmente la representación procesal de Saturnino Urbanoque fue
la otra defensa la que interesó las diligencias prescindibles que según la Audiencia
provocaron algunas dilaciones y en las que también fijan su atención los recurrentes
para resaltar el tiempo transcurrido entre su solicitud y su práctica. Como veremos
tampoco esto es decisivo ni permite en este caso escindir a estos efectos la posición de
cada uno. Ambos fueron responsables de algunas de las dilaciones producidas y
ninguno demostró un claro interés en llegar al enjuiciamiento con celeridad. No
estaban obligados a ello; pero esa constatación debilita su posición a la hora de
reclamar una atenuante basada en los perjuicios implícitos que ocasionan los retrasos.
El actualart. 21.6 CPexige que la dilación extraordinaria no sea atribuible al
propio inculpado y que no guarde proporción con la complejidad de la causa. En la
jurisprudencia se ha resaltado la necesidad de examinar el caso concreto, y se ha
vinculado la atenuación a la necesidad de pena, que se mitiga si el transcurso del
tiempo es relevante y si las particularidades del caso lo permiten. Asimismo, la
jurisprudencia la ha relacionado con el perjuicio concreto que para el acusado haya
podido suponer el retraso en el pronunciamiento judicial. Ambos aspectos deben ser
tenidos en cuenta al determinar las consecuencias que en la pena acarrea la existencia
de un retraso en el proceso que no aparezca como justificado (STS 184/11 de 17 de
marzo).
f) La cita de una sentencia del mismo órgano judicial en que se apreciaron las
dilaciones indebidas como cualificadas en otro asunto no es parangonable con el
presente: dos años para resolver un recurso de apelación contra un auto de
sobreseimiento es una desmesura, al margen de cualquier consideración.
g) Ciertamente el tiempo invertido en la práctica de las dos diligencias
reclamadas por la defensa de Erasmo Mauricioen enero de 2010 (¿?) ha sido excesivo.
Enseguida matizaremos ésto. Pero la clave de la duración global del procedimiento -y
es a esto a lo que se refiere la Sala en su argumentación- no obedece exclusivamente
a eso sino que es fruto de muchos otros factores. Del retraso en la práctica de esas
diligencias superfluas solo se ha seguido una dilación de pocos meses en la tramitación
global. Carece de sentido medir el tiempo transcurrido entre la solicitud de esas
diligencias (2010) y su efectiva práctica (noviembre de 2013) como si a ese lapso se
debiese en exclusiva el retraso en acceder al plenario.
Siendo cierto que el periodo total invertido en el enjuiciamiento ha desbordado
lo deseable; se constatan circunstancias que desacreditan la petición de los
recurrentes.
El examen de la causa (art. 899 LECrim), que a efectos de esta atenuante es
herramienta muchas veces indispensable y autorizada en la medida en que se trata de
comprobar hechos intraprocesales, (por eso ni siquiera es indispensable que figuren en
el factum), revela una secuencia no totalmente coincidente con la apuntada por los
recursos y en buena medida asumida por la sentencia.
Se impone una relativa reconstrucción, sin perder de vista que los recurrentes
ponen especial énfasis en la tardanza en practicar las diligencias solicitadas por escrito
fechado el 6 de enero de 2010 y que la Audiencia rechaza valorar tal argumento
considerando tanto que la causa durante ese tiempo estuvo activa como la
intrascendencia de esas diligencias, solicitadas pese a ello con insistencia por uno de
los acusados hasta el punto de provocar una nulidad con retroacción del trámite.
a) Los recurrentes fueron tenidos por imputados, el 29 de octubre de 2009
(días 27 y 28, si se prefiere estar a la fecha de la detención policial). Esa es la data
relevante a estos efectos. El cómputo ha de iniciarse no en el momento de comisión
del delito; tampoco con la incoación de las diligencias; sino cuando se adquiere la
condición de imputado (SSTEDH de 15 de julio de 1982óde 28 de octubre de 2003
caso López Sole y Martín de Vargas
c. España). Solocon ese hito procesal se inicia
el padecimiento que supone estar sometido a un proceso (posibles medidas cautelares,
obligación apud acta, zozobra derivada de la incertidumbre del resultado...) y que
enlaza con la idea de pena natural latente en la construcción dogmática de la
atenuante de dilaciones indebidas. El derecho de todo imputado a ser enjuiciado en un
plazo razonable no puede degenerar en un derecho de todo delincuente a ser
descubierto con prontitud (STS 940/2009 de 30 de septiembre).
b) Durante los meses de noviembre y diciembre de ese año se reciben
numerosas y extensas declaraciones, mientras pendía de resolución un incidente
provocado por la abstención del Juez titular.
c) En enero siguen tomándose declaraciones; ahora de algunos imputados.
Debe hacerse notar otra vez que en ese momento la investigación se extendía tanto a
las irregularidades observadas en el levantamiento del atestado inicial donde se había
omitido el incidente sucedido en el parking; como al episodio previo nocturno origen de
la detención inicial: un objeto procesal mucho más complejo.
d) Se advierte entonces una aparente paralización: durante los meses de
febrero y marzo nada se acuerda.
e) El nueve de abril (folio 505) se cita al Jefe Superior de Policía de Palma de
Mallorca para el día 15, señalamiento que es suspendido a instancia de la defensa de
Erasmo Mauricio(folio 516) postergándose al siguiente día 22.
f) Pocos días después, el seis de mayo (folio 783), se dicta auto de
acomodación del procedimiento a los trámites de losarts 779.1.4º y concordantes
LECrim, auto que será recurrido por Santos Lazaro(folio 795). Tras declarar su nulidad
(folio 797), se pasan las diligencias a informe del ministerio Fiscal (folio 799) que
reclama que se oiga en declaración a Felipe Luissobre los hechos sucedidos en el
garaje; que se emita informe de sanidad sobre sus lesiones; así como que se acote el
objeto del procedimiento a ese concreto episodio (incidente en el garaje),
desglosándose los particulares relativos al episodio previo para seguir causa por
separado y que se acuerde el sobreseimiento provisional por los demás hechos
investigados (irregularidades en el atestado).
g) El informe, fechado el 30 de junio de 2010, será proveído el 27 de julio
siguiente. Se señala el 1 de septiembre para la declaración. El testigo-víctima, sin
embargo, no comparecerá hasta el 29 de septiembre (el examen de las diligencias no
permite deducir las razones de esa discordancia) fecha en que lo hace para dejar
patente su voluntad de renunciar a toda indemnización.
h) Seis días más tarde (6 de octubre de 2010) se da nuevo traslado al
Ministerio Fiscal a los efectos de solicitar el sobreseimiento o la apertura del juicio oral
(art. 779.1.4ª LECrim). El Fiscal vuelve a reclamar la declaración (folio 814: 9 de
diciembre de 2010) al tiempo que aporta unas enigmáticas misivas anónimas recibidas
en Fiscalía que, desde luego, debían haber sido elaboradas por alguien conocedor del
procedimiento que además quería favorecer o, al menos, aparentar que quería
favorecer a los dos acusados. El 4 de enero se provee tal escrito y se acuerda la
práctica de diligencias de interés.
i) Al folio 836 figura un escrito de la representación legal de Erasmo
Mauricioen el que solicita la declaración del Inspector Jefe de las UIP y del Inspector
Jefe don Laureano Marcelino. El 4 de diciembre había presentado esta defensa otro
escrito pidiendo una diligencia (folio 457). Este escrito (folio 836) es decisivo: en él se
apoyan muy principalmente los recurrentes para instar la atenuante. Está fechado el 3
de enero de 2010. Consta un sello de entrada con fecha 5 de enero de 2010. Pero
sorprende que esté incorporado en las actuaciones en ese lugar, precedido de multitud
de diligencias y actos de fecha posterior: todas las comprendidas entre el 4 de enero
de
2010 y el 5 de enero de 2011 que son bastantes: ocupan el final del tomo III y
todo el tomo IV (folios 505 a 835). Justo a continuación (folio 837) aparece una
providencia fechada el 27 de enero de 2011 acordando la práctica de esas diligencias,
además de la citación del lesionado a la Clínica Médico Forense. Esa localización del
escrito en la causa hace pensar fundadamente en que las fechas (ambas) pueden ser
fruto de un error no inusual en los primeros días de cada anualidad, por la inercia en la
fijación de los guarismos indicativos del año. No es descabellado hipotetizar con que se
trate de un escrito presentado el 5 de enero de 2011. Eso encaja mejor con el contexto
procesal y explica muchas cosas, entre otras ese incomprensible lapso de tiempo entre
la presentación del escrito y su proveído (más de un año). Podría admitirse, como ha
hecho la sentencia y sostienen los recurrentes, aunque sin plantearse la posibilidad
contraria, que efectivamente transcurrieron más de doce meses entre la recepción del
escrito en el juzgado y su unión a la causa y contestación por parte del Instructor; o
que la colocación del escrito en el procedimiento obedece a un cierto desorden en la
unión de documentos (que no es algo disonante con el examen de las actuaciones). No
parece lo más verosímil; máxime cuando se comprueba que poco después (folios 850 y
864) en otros dos escritos de la misma parte aparece idéntico error: están fechados los
días 12 de julio de 2010 (este es más equívoco y parece reflejar su fecha real como se
deriva de otros datos del escrito destinado a comunicar un cambio de domicilio); y 7
de junio de 2010 (es obvio que éste se presentó en junio de 2011). El mismo lapsus al
señalar la fecha: en el segundo caso es patente como demuestra la lectura del folio
865. Es importante esta apreciación a la vista del énfasis que se pone en ese intervalo
de tiempo: cinco de enero de 2010 y 26 de enero de 2011. Hay muchos datos que
permiten presumir que la fecha real es cinco de enero de 2011 y no de 2010.
j) Se acuerda practicar esas declaraciones el día 14 de marzo de 2011.
El señalamiento se suspende ante la petición de uno de los letrados (el del
coimputado Saturnino Urbano) que tenía otro señalamiento para ese día (folio 851 y
853).
k) La nueva incomparecencia del lesionado provoca más retrasos: ha de ser
citado otra vez para el 4 de mayo (folio 856).
l) La declaración acordada para el día 16 de junio es suspendida, ahora por
petición del letrado de Erasmo Mauriciopor coincidencia con una comparecencia en un
juzgado civil (folio 864).
m) Se realiza, no obstante, el informe sobre sus lesiones (folios 868 y ss).
n) Se convoca de nuevo a Felipe Luispara el día 5 de septiembre de 2011. En
el mismo proveído (folio 875 fechado el día 22 de julio anterior) se interesa de la
Jefatura Superior de Policía informe sobre el destino del Jefe de las UIP y de Laureano
Marcelinocuya declaración tenía interesada la dirección letrada de Erasmo Mauricio. Tal
providencia, debidamente notificada (folio 875 vuelto), requería a las partes para que
en el plazo de cinco días presentasen por escrito las preguntas que querían formular a
los testigos; cautela preñada de lógica pues eran testigos propuestos por una defensa.
El Instructor carecía de elementos para adivinar qué aspectos concretos le interesaba
aclarar y la declaración había de verificarse mediante auxilio judicial. Un oficio de 1 de
agosto de 2011 (folio 890) informa sobre esos destinos. El Inspector Jefe de la UIP
está destinado en Zaragoza.
ñ) El 5 de septiembre de 2011 prestará, por fin, declaración Felipe Luis.
o) Mediante providencia de 6 de septiembre de 2011 (folio 891) y atendido el
tiempo transcurrido sin que se hubiesen presentado esos pliegos de preguntas
reclamados, el Instructor confiere nuevo traslado al Fiscal a los efectos acordados en el
auto de 6 de octubre de 2010 que no había sido recurrido por ninguna de las partes.
p) El Fiscal presenta escrito de acusación fechado el 17 de octubre siguiente.
Mientras, la representación procesal de Erasmo Mauricioha interesado la práctica de
abundantes diligencias que son denegadas por providencia de 16 de noviembre (folio
887). Entre ellas aparece otra vez la testifical del Inspector jefe de la UIP. La
providencia explica que ya no es momento para peticicones con ese contenido: se han
clausurado las diligencias previas. Por otro lado, y en relación al Inspector Jefe de las
UIP añade que si no se le había tomado declaración era por renuncia o dejadez del
solicitante, aludiendo sin duda a la omisión de la presentación del pliego de preguntas
que le había sido instado en referencia que la parte no llega a captar (folio 895) como
evidencia un escrito posterior en el que muestra su extrañeza por esa explicación, pese
a adjuntar copia de esa resolución que, por tanto, había recibido (folio 909) y a la que
había hecho caso omiso.
q) A continuación se dicta el auto de apertura del juicio oral (folio 888 y ss)
que es recurrido por la defensa de Erasmo Mauricioque a la vez y paralelamente
reclama su nulidad.
Es ya momento de cerrar con una conclusiones estas extensas consideraciones.
La conclusión pasa por convalidar la decisión de la Audiencia rechazando la atenuante
en virtud de las razones que se pueden extraer del desarrollo argumental precedente.
Recapituladas son las siguientes: i) la investigación era compleja; ii) no hay periodos
de paralización significativos; iii) la conducta procesal de las defensas no ha sido ajena
a algunos retrasos (planteamiento de incidentes de nulidad y recursos; suspensión de
algunas diligencias en la fase de investigación y del juicio oral; petición e insistencia en
diligencias innecesarias que si no se habían practicado en un primer momento fue en
buena parte por no atender la defensa un requerimiento del Instructor...). No se quiere
con esto hacer cargar a las defensas con la responsabilidad de las dilaciones (que en
gran medida nada tienen que ver con ellas, sino con el funcionamiento no ágil de la
oficina judicial), pero sí mostrar tanto que alguna responsabilidad tienen en ellas como
sobre todo que su conducta alimenta la idea de que tampoco estaban especialmente
interesadas (o eso parece demostrar su actuación) en una resolución pronta de la
causa; iv) la cronología procesal en que basan su petición no guarda total fidelidad a
la realidad en la medida en que algunas fechas pueden ponerse en entredicho; se
omiten actuaciones, y se esconde que la génesis de algunos incidentes que
entorpecieron la tramitación hay que buscarla exclusivamente en estrategias
procesales de las defensas, legítimas pero que no pueden soslayarse en el momento
de constatar si concurre el fundamento último de la atenuante reclamada.
Los dos motivos paralelos han de perecer.
DUODÉCIMO.- El sexto y último motivo de Erasmo Mauricioquiere ver
reconocida la condición de atenuante a su embriaguez (arts. 21.1 en relación con
elart. 20.1 y/o2). Lo reclamó en la instancia. Busca apoyo en elart. 849.1 LECrimde
forma no incorrecta. Es cierto que en el hecho probado no se recoge la base fáctica
precisa para fundar esa causa de atenuación; pero también lo es que en el fundamento
de derecho tercero se recogen datos de significado factual que pueden ser tomados en
consideración a estos efectos: estamos ante un dato favorable al reo, lo que disipa
cualquier escrúpulo que pudiera surgir sobre la posibilidad de extraer de la
fundamentación jurídica elementos de hecho.
Tal fundamento de derecho contiene, en efecto, aseveraciones con un
indubitado aroma fáctico: que el acusado Erasmo Mauriciohabía consumido bastante
alcohol durante la cena y después cuando hicieron botellón. Se trata de una
especificación de lo que ya figura en el hecho probado que alude al consumo de
bebidas alcohólicas aunque sin utilizar el adverbio bastante. Ahora bien, a continuación
se cuida la Audiencia de proclamar con invocación de precedentes jurisprudenciales
(SSTS 517/2008, de 1 de diciembreóde 6 de abril de 2011) que ningún elemento avala
una minoración de sus capacidades penalmente relevante. Es más, basándose en
diversas testificales expresa su convicción de que la disminución de su capacidad de
autoinhibición no alcanzaba niveles significativos a los fines pretendidos. Nótese, que
la embriaguez ya no es una de las atenuantes típicas en elCP 1995: tan solo puede
obtener esa condición indirectamente a través del art. 21.7 (en relación con elart.
21.2o21.1)
Sin negar que las bebidas alcohólicas -voluntariamente consumidas- hubiesen
provocado una cierta relajación de esos resortes psíquicos de contención, hemos de
compartir la conclusión de la Audiencia: no hay base suficiente para la atenuante
reivindicada.
El motivo decae como los anteriores.
DÉCIMO TERCERO- Los motivos décimo primero y décimo segundo del
recurso de Saturnino Urbanopueden ser analizados conjuntamente. Aunque con
diferentes perspectivas y apoyos -lo que hace impecable desde el punto de vista del
principio de separación de motivos la doble vía articulada- incide en un mismo punto
cuya modificación se persigue: la individualización penológica. El motivo undécimo
(penúltimo del muy trabajado recurso) aborda la cuestión desde la óptica de la
necesaria motivación racional; en el duodécimo es el principio de proporcionalidad
el que sirve de palanca para reclamar una atemperación de la pena efectivamente
impuesta. Son complementarios pues pelean ambos por reducir la duración de la pena
privativa de libertad: tres años.
Van a ser estimados.
El motivo undécimo niega que exista una real motivación en la sentencia de
instancia que justifique la elevación en un año desde el mínimo (incremento que
supone un salto que excede de lo cuantitativo, por cuanto significa superar el listón de
los dos años, de especial importancia cara a la ejecución:arts. 80 y ss CP). La
inhabilitación, pena obligada conjunta, se ha elevado también un año (nueve años)
desde el suelo legal (ocho años).
La Sala dedica unos largos párrafos (fundamento de derecho cuarto) a justificar
la opción penológica. Tras sentar con rigor y precisión dogmática los parámetros de
referencia de esas operaciones, indica que ha tomado en consideración i) la ubicación
elegida que favorecía la impunidad (sótano, resguardado de la observación de
terceros); ii) el tipo de dolo, directo; iii) la espiral de violencia que caracterizó la
agresión; iv) la situación de indefensión de la víctima; y v) la crueldad y perversidad
de la violencia psíquica desplegada sobre él (tres disparos sucesivos a la cabeza
simulando fallos en el arma, en lo que el Fiscal califica de broma macabra).
Hasta ahí es correcto y asumible el discurso de la Audiencia: está sobradamente
justificada la pena que se impone a Erasmo Mauricio.
Ahora bien, a continuación la sentencia se limita a añadir que ese razonamiento
se puede extender a Saturnino Urbano. Sin embargo, como observa certeramente el
escrito de recurso, ninguno de esos elementos determinantes de la elevación de la
pena son proyectables a Saturnino Urbano. En efecto, según el relato de hechos
probados el lugar de la agresión le vino dado: no fue iniciativa suya; él solo está
condenado por su actitud pasiva, por consentir la conducta, no concertada, llevada a
cabo por el coacusado. Se ha negado una previa connivencia. El dolo directo (conocer
la conducta llevada a cabo por otro y tolerarla) es elemento casi inherente al delito del
art. 176. Parece aludir con ello la Sala de instancia no a éste recurrente sino más bien
a la manifestada persistencia en la voluntad de dar un escarmiento al detenido que
mostró el otro acusado -no éste- desplazándose hasta la Comisaría cuando comprobó
que los agentes intervinientes le impedían culminar in situ su propósito vindicativo:
esa intención sostenida sería señal de que la conducta no habría sido fruto de un
impulso menos controlable por el calor del conflicto. Pero eso solo es predicable según
el factum de Erasmo Mauricio. Y las circunstancias de una agresión en la que no
participa Saturnino Urbano-sencillamente no lo impide-, no puede controlarlas: se
encuentra con ellas.
Tiene razón el impugnante cuando afirma que en relación a él la motivación es
solo aparente. Esos elementos, indicativos de una mayor gravedad, no son
extrapolables. Cuando la Sala trata de verter algunas consideraciones específicas e
individualizadas se limita casi a reiterar lo que es en definitiva el fundamento de la
condena: que no hizo nada para evitar la agresión, que no reclamó auxilio de sus
compañeros, que no separó a Erasmo Mauriciodel detenido cuando estaba encima
agrediéndolo: todo eso es cabalmente lo que determina que pueda aplicarse elart. 176
CP. Si hubiese tratado de impedir la agresión bien con su actuación directa, bien
reclamado la presencia de otros agentes, no es que menguase la gravedad de la
infracción penal; es que no existiría infracción.
Resta un apunte final que escapa de esos dos filtros pero que se revela como
manifiestamente insuficiente: que no era un recién llegado, y por tanto debía atesorar
experiencia profesional y capacidad para reaccionar contra su superior. Pero tampoco
eso solo -que igualmente parece justificar un elemento propio de la culpabilidad: la
exigibilidad de otra conducta (algún precedente jurisprudencial ha derivado de las
circunstancias contrarias una exclusión de responsabilidad)- es suficiente argumento
para ese incremento de pena que, por otra parte, como se razonará al hilo del examen
del motivo siguiente, no guarda armonía con criterios de proporcionalidad.
El deber de motivación de la individualización penológica dimana directamente
delart. 72 CPe indirectamente de losarts. 120.3y24.1 CE. Se intensifica cuando se han
de justificar incrementos de pena. Para imponer el mínimo legal una muy poderosa
razón es carecer de motivos para toda elevación. No encontrar, ni exponer en
consecuencia, razones para otra opción más grave, implícitamente supone un
argumento de enorme potencial jurídico: el favor libertatis. En la duda hay que estar
por el más amplio grado de libertad. En cambio la elevación de la pena exige siempre
una justificación, una explicación que garantice que no estamos ante una decisión
voluntarista o arbitraria del Tribunal, sino ante una opción meditada y apoyada en
razones que podrán compartirse o no, pero que solo si se exteriorizan pueden ser
combatidas. Precisamente esa explicitación que correctamente hizo la Sala de instancia
ha facultado a la defensa para debatir en casación los criterios individualizadores
empleados.
Es verdad que la motivación de la individualización penológica comporta un
ámbito de discrecionalidad que el legislador deposita en manos del Tribunal de
instancia y que no es fiscalizable en casación. Pero sí son revisables las decisiones
arbitrarias o las inmotivadas. Las decisiones razonadas y razonables, aunque puedan
existir muchas otras igualmente razonables son inatacables. En ese reducto último de
discrecionalidad inherente a la elección de una pena concreta dentro del arco legal la
decisión corresponderá a la Audiencia sin que pueda ser suplantada por este Tribunal
de casación.
Aquí nos movemos en el primer plano: podemos censurar esa individualización
desde el momento en que se constata que las razones aducidas no son aceptables en
buena lógica. Hay motivación, pero si la depuramos, el incremento de pena queda sin
sustento justificante real. Las razones aducidas ni pueden compartirse ni son
propiamente tales desde el punto de vista de este recurrente.
A la hora de delimitar la trascendencia casacional de ese defecto de falta de
motivación en el quantum de pena caben tres soluciones diferentes (STS 859/2013, de
21 de octubre). Todas han tenido algún eco en la jurisprudencia de esta Sala.
a) En rigor la solución más acorde con la naturaleza de la infracción, de
carácter predominantemente procesal, aún con relieve constitucional, sería la
anulación en ese particular con devolución al Tribunal a quo, para subsanación del
defecto y nueva individualización debidamente motivada. Esta solución presenta un
inconveniente: retrasos que, en la medida en que no estén justificados, se convertirán
en "dilaciones indebidas" proscritas por elart. 24 CE. Tal derecho fundamental encierra
cierta fecundidad interpretativa a la hora de reducir a lo indispensable los supuestos de
nulidad para retroacción a un momento anterior. Siempre comportan postergar en el
tiempo la respuesta judicial. En la medida en que sea posible hay que brindar una
solución ya definitiva.
b) Por eso en muchas ocasiones para estos supuestos se ha inclinado esta
Sala por casar la sentencia imponiendo el mínimo legalmente posible.
c) También esta última solución, ajustada en casos singulares, puede
presentar reparos: acaba convirtiendo la falta de motivación en una suerte de super
atenuante que obliga a imponer no la mitad inferior como las atenuantes ordinarias
(art. 66 CP), sino el mínimo legal. Ese acrobático salto de lo procesal a lo sustantivo no
es lógico. Deja malparado el derecho a una individualización penológica razonada
desde la óptica de las partes acusadoras que también tienen el derecho a una
respuesta motivada a su pretensión. Sería absurdo que cuando sea la acusación quien
protesta por esa deficiencia la salida fuese conferir a la falta de motivación la condición
de "agravante" (¡!). Por eso, en la medida de lo factible la solución más natural y
lógica será anular en ese particular la sentencia pero con los efectos propios de un
recurso por infracción de ley: recuperar la instancia para dictar segunda sentencia en
casación asumiendo la tarea de una individualización motivada. Eso podrá conducir
bien a justificar la pena elegida cuando de la propia sentencia se desprendan
elementos suficientes; bien a reindividualizar cuando se entienda que los factores que
pueden manejarse aconsejan una atemperación. A esta última solución nos
acogeremos en este supuesto.
DÉCIMO CUARTO.- De la mano del último motivo del recurso asumiremos
esa función individualizadora pues no solo se percibe una motivación desviada o no
congruente, sino que además, como denuncia el recurso, se detecta una afectación del
principio de proporcionalidad, no tanto como valor aislado y descontextualizado, sino
en cuanto parámetro comparativo: es exigencia del principio de proporcionalidad no
solo que la pena sea ajustada a la gravedad del hecho, sino también que los hechos
más graves merezcan mayor sanción que los menos graves. En ese terreno de
valoraciones hay todo un mundo de factores subjetivos poco aptos para afirmaciones
apodícticas. Pero también caben juicios objetivos, que cualquiera debe compartir. Nos
enfrentamos aquí a uno de estos casos.
Antes de retomar de nuevo el discurso concreto, se impone una aproximación al
principio de proporcionalidad que, no estando expresamente proclamado en la CE sin
embargo puede afirmarse como valor que tiene en ella sustento implícito.
De laSTS 876/2014, de 22 de octubretomamos esta consideración:
"El principio de proporcionalidad no está expresamente proclamado en la
Constitución Española aunque constituye una exigencia implícita del art. 25 CE
según tempranas declaraciones del Tribunal Constitucional. A partir de diciembre de
2009 un texto normativo de aplicación directa en nuestro ordenamiento lo consagra de
manera expresa: el art. 49.3 de la Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión
Europea recordada con toda corrección por el escrito de recurso. La intensidad de las
penas no deberá ser desproporcionada en relación con la infracción.
El juicio sobre la proporcionalidad de las penas compete al legislador en una
primera instancia ( SS TC 55/1996 , 88/1996, de 23 de mayo y 161/1997, de
30 de octubre y STS466/2012, de 28 de mayo ). Al criterio trasladado a la ley han
de atenerse en el ejercicio de sus funciones los jueces y tribunales. En el
discernimiento sobre qué sanciones son las más ajustadas para cada conducta ilícita
goza el legislativo, respaldado por la legitimidad democrática, de un margen de
discrecionalidad que debe ser acatado". (Vid tambiénSTS 513/2015, de 9 de
septiembre).
La capacidad de los órganos de la jurisdicción ordinaria para valorar una norma
penal desde esa perspectiva de proporcionalidad es limitada (STS 466/2012, de 28 de
mayo). Ese principio, no obstante, no queda totalmente al margen de sus funciones.
Veamos:
a) De un lado, dentro de los límites legales, el principio de proporcionalidad ha
de presidir la tarea de individualización penológica en cada caso atendiendo a los
criterios del Código que remiten a esos cánones de proporcionalidad.
b) De otra parte, en los casos excepcionales en que se detecte lo que el TC
denomina "derroche inútil" de coacción que podría acarrear la ilegitimidad de la norma,
podrá reenviar el órgano judicial la cuestión al TC, único con poderes constitucionales
de enmienda del legislador.
c) Por fin, y esa prescripción representa un eco legal del principio de
proporcionalidad, pueden los órganos judiciales elevar una memoria al Gobierno
exponiendo lo conveniente cuando de la rigurosa aplicación de las disposiciones de la
ley resulte penada una acción u omisión que a su juicio no debiera serlo, o cuando la
pena sea notablemente excesiva, atendidos el mal causado por la infracción y las
circunstancias personales del reo (art. 4.3 CP).
Pues bien, en el presente supuesto en abstracto nuestra decisión no podrá ser
otra que la de atenernos al criterio del legislador: la pena efectivamente impuesta se
ajusta a parámetros legales. No se observa desajuste llamativo entre la gravedad de la
conducta -que la reviste (vid.STEDH de 3 de noviembre de 2015, asunto MYUMYUN v.
BULGARIA )- y el nivel del castigo.
Sin embargo en el primero de los tres vectores identificados sí podemos y
debemos revisar la concreta penalidad mediante dos pasos sucesivos:
a) Las razones aducidas para la elección de la pena no son aceptables más
que para el co-acusado;
b) La pena impuesta a este recurrente y la comparación de la respectiva
gravedad de las conductas obliga (en este caso es algo que escapa del ámbito de la
pura discrecionalidad) por exigencias de la proporcionalidad a elegir una pena inferior.
Se ha anudado la misma sanción a dos conductas que objetivamente revisten
diferencias sustanciales. En abstracto cabía argumentar que la pena adecuada a la
conducta del recurrente es la de tres años de prisión en razonamiento que deberíamos
asumir si no fuese arbitrario. Pero en concreto no es racionalmente suscribible que
merezcan la misma penalidad en virtud de los criterios delart. 66 CP(personalidad del
autor; gravedad de los hechos) quien ha protagonizado la acción agresora, es superior
jerárquico, y ha causado las lesiones; y quien, sin concierto previo, se limita a no
impedir esa conducta a quien es su mando. Su responsabilidad nace de no haber
reaccionado enérgicamente, como le era exigible, frente a la conducta que presenció.
No es proporcionado parificar las penalidades. Es elocuente y tiene fuerza
argumentativa el paralelismo que en el tramo final del último de los motivos establece
el impugnante entre las dos conductas:
Aún así se podría recorrer la franja comprendida entre la duración impuesta al
coacusado (tres años) y los dos años -mínimo- eligiendo siempre un quantum inferior
y fundando en razones objetivas y asumibles el eventual incremento sobre el mínimo.
Esa tarea correspondería al tribunal de instancia. Pero si tomamos en consideración i)
las razones que han llevado a esta Sala en aras del derecho a un proceso sin dilaciones
indebidas a ofrecer como solución la imposición del mínimo legal en casos de
motivación inexistente o insuficiente; y además valoramos ii) que hay unos retrasos
que sin llegar a integrar la atenuante de dilaciones indebidas sí han de ser tomados en
consideración en el marco delart. 66 CP; y iii) que la atenuante apreciada de
reparación tiene una intensidad que se sitúa en los espacios de la atenuación ordinaria
fronterizos con la cualificación (como se expresó antes) queda suficientemente
justificado que afrontemos en casación la tarea individualizadora y, anulando la
plasmada en la sentencia de instancia, optemos por los mínimos legales concretados
en dos años de prisión y ocho de inhabilitación tal y como se hará en la segunda
sentencia.
DÉCIMO QUINTO .- Al haber sido estimado parcialmente procede declarar de
oficio las costas del recurso de Saturnino Urbano. El otro recurrente deberá cargar con
sus costas (art. 901 LECrim).
III. FALLO
Por todo lo expuesto, en nombre de Su Majestad el Rey, por la autoridad
conferida por la Constitución, esta Sala ha decidido:
1.- Declarar HABER LUGAR al recurso de casación interpuesto por Saturnino
Urbano , contra Sentencia dictada por la Sección Primera de la Audiencia Provincial de
Palma de Mallorca que le condenó como autor responsable de sendos delitos de
torturas graves y una falta de lesiones estimando los motivos décimo primero y
décimo segundo de su recurso y parcialmente el quinto , y en su virtud
casamos y anulamos dicha Sentencia dictada por la Audiencia Provincial de
Palma de Mallorca con declaración de las costas de este recurso.
2.- Declarar NO HABER LUGAR al recurso de casación interpuesto por
Erasmo Mauricio , contra Sentencia y Audiencia arriba reseñadas condenándole al
pago de las costas ocasionadas en su recurso.
Notifíquese esta resolución a las partes haciéndoles saber que contra la misma
no cabe recurso.
Comuníquese esta resolución y la que seguidamente se dicta al Tribunal
Sentenciador a los efectos procesales oportunos, con devolución de la causa que en su
día remitió, interesándole acuse de recibo.
Así por esta nuestra sentencia que se publicará en la Colección
Legislativa, lo pronunciamos, mandamos y firmamos.
Cándido Conde Pumpido Tourón Francisco Monterde Ferrer Alberto
Jorge Barreiro
Antonio del Moral García Juan Saavedra Ruiz
917/2015
Ponente Excmo. Sr. D.: Antonio del Moral García
Fallo: 01/12/2015
Recurso Nº: 917/2015
Secretaría de Sala: Ilma. Sra. Dña. Sonsoles de la Cuesta y de Quero
TRIBUNAL SUPREMO
Sala de lo Penal
Encabezamiento
SEGUNDA SENTENCIA Nº:205 /2015
Excmos. Sres.:
D. Cándido Conde Pumpido Tourón
D. Francisco Monterde Ferrer
D. Alberto Jorge Barreiro
D. Antonio del Moral García
D. Juan Saavedra Ruiz
En nombre del Rey
La Sala Segunda de lo Penal, del Tribunal Supremo, constituida por los Excmos.
Sres. mencionados al margen, en el ejercicio de la potestad jurisdiccional que la
Constitución y el pueblo español le otorgan, ha dictado la siguiente
SENTENCIA
En la Villa de Madrid, a diez de marzo de dos mil dieciséis.
En la causa que en su día fue tramitada por el Juzgado de Instrucción número
Ocho de Palma de Mallorca, fallada posteriormente por la Sala de lo Penal de la
Audiencia Provincial de Palma de Mallorca (Sección Primera), y que fue seguida por
delitos de torturas graves y una falta de lesiones contra Erasmo Mauricioy Saturnino
Urbanose ha dictado sentencia que ha sido casada y anulada por la dictada el día de la
fecha por esta Sala integrada como se expresa. Ha sido ponente el magistrado el
Excmo. Sr. D. Antonio del Moral García.
I. ANTECEDENTES
ÚNICO .- Se dan por reproducidos los Antecedentes y Hechos Probados de la
sentencia de instancia.
II. FUNDAMENTOS DE DERECHO
ÚNICO.- En virtud de las razones que se han desarrollado en la anterior
sentencia procede sustituir las penas impuestas a Saturnino Urbanopor las que se
hacen constar en la parte dispositiva, coincidentes con los mínimos legales lo que
disculpa de motivaciones específicas que, por otra parte, ya se han ofrecido en la
sentencia de casación.
Procede asimismo su absolución por la falta de lesiones por las razones que
figuran en la anterior sentencia.
En el resto se asumen los fundamentos de la sentencia de instancia en cuanto
no se opongan a lo expresado en la de casación.
III. FALLO
Recurso Nº: 917/2015
Por todo lo expuesto, en nombre de Su Majestad el Rey, por la autoridad
conferida por la Constitución, esta Sala ha decidido:
1.- Absolver a Saturnino Urbanode la falta de lesiones de la que era
acusado.
2.- Se sustituyen las penas impuestas a Saturnino Urbanopor el delito de
torturas delart. 176 CPpor las de prisión de DOS AÑOS e inhabilitación absoluta
por OCHO AÑOS.
3.- En el resto se mantienen en su integridad los demás pronunciamientos de
la sentencia de instancia.
Notifíquese esta resolución a las partes haciéndoles saber que contra la misma
no cabe recurso.
Comuníquese esta resolución y la que seguidamente se dicta al Tribunal
Sentenciador a los efectos procesales oportunos, con devolución de la causa que en su
día remitió, interesándole acuse de recibo.
Notifíquese esta resolución a las partes haciéndoles saber que contra la misma
no cabe recurso.
Comuníquese esta resolución al Tribunal Sentenciador a los efectos procesales
oportunos, con devolución de la causa que en su día remitió, interesándole acuse de
recibo.
Así por esta nuestra sentencia, que se publicará en la Colección
Legislativa, lo pronunciamos, mandamos y firmamos.
Cándido Conde Pumpido Tourón Francisco Monterde Ferrer Alberto
Jorge Barreiro
Antonio del Moral García Juan Saavedra Ruiz
PUBLICACIÓN .- Leídas y publicadas han sido las anteriores sentencias por el
Magistrado Ponente Excmo. Sr. D. Antonio del Moral García, mientras se celebraba
audiencia pública en el día de su fecha la Sala Segunda del Tribunal Supremo, de lo
que como Letrado/a de la Administración de Justicia, certifico.
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