Y el acusado se convirtió en acusador Por PEDRO ANTONIO GARCÍA L o conoció personalmente antes del Moncada, cuando ella cursaba estudios en la Escuela de Periodismo, ubicada en la calle G entre 11 y 13, en el Vedado capitalino. Max Lesnik, militante de la Ortodoxia, llevaba a la biblioteca de ese centro un manifiesto redactado por la Sección Juvenil de ese partido, en el que, entre otros planteamientos, se afirmaba que la solución de los problemas de Cuba estaba en el socialismo. “Ese que está ahí es de tu tierra”, le dijo Lesnik a la joven Marta Rojas, señalando a Fidel. Pero entre este y la estudiante no mediaron palabras. A raíz del asalto al cuartel Moncada, Marta llevó a BOHEMIA su reportaje sobre esos sucesos, ilustrado con fotos tomadas por Panchito Cano en la fortaleza después de la batalla. Imperaba la censura y el trabajo no pudo ser publicado hasta 1959. Como se avecinaba el juicio a los combatientes y conocedora de su importancia, entrevistó a Adolfo Nieto Piñeiro-Osorio, presidente del tribunal que los encausaría, quien le confesó que aquel iba a ser el suceso judicial más importante de la historia de Cuba. Cuando ella le manifestó su deseo de asistir a las sesiones, por lo que podía aportarle para su formación de periodista, el juez añadió su nombre a una lista de acreditados y como publicación a la que representaba puso simplemente BOHEMIA. El 21 de septiembre de 1953 la joven estudiante de Periodismo llegó puntual, antes de las 8 a.m., al Palacio de Justicia, donde iba a celebrarse la causa. “No entraron a Fidel por la puerta principal, sino por atrás, y atravesaron el patiecito. Los periodistas fuimos ubicados detrás de los abogados defensores, no solo los de los moncadistas acusados, sino también los de una serie de políticos que la tiranía había involucrado en el juicio. Fidel entró escoltado por dos oficiales, a unos 3 o 4 metros de En una comparecencia televisiva (1959), Marta Rojas explica pormenores del juicio del Moncada a sugerencia de Fidel. Edición extraordinaria donde yo estaba. Vestía formalmente: camisa de manga larga, cuello, corbata, un traje azul marino. Me impactó, pensaba que los acusados debían verse abatidos, pero Fidel, no. Y con voz vibrante llamó la atención al tribunal, chocando una con otra las esposas que aprisionaban sus manos”. —Con la venia… –comenzó a decir el líder de la Revolución, cuando los uniformados que se hallaban como custodios en la sala rastrillaron sus rifles–. (¿Qué estado de derecho es este, pensó la joven estudiante de Periodismo, cuando en un juicio se permite a militares usar armas largas, algo prohibido en todos los países donde se respetan las libertades democráticas?) “En ese instante, escuché nuevamente su voz, limpia y firme, estremeciendo a todos: ‘Señor presidente, señores magistrados, quiero llamarles la atención sobre este hecho insólito… ¿Qué garantías puede haber en este juicio? Ni a los peores criminales se les mantiene en una sala que pretenda ser de justicia en estas condiciones, no se puede juzgar a nadie así esposado, esto hay que decirlo…’”. “Repetidos timbrazos lo interrumpieron. El presidente de la sala suspendió la sesión hasta que le quitaran las esposas a todos los moncadistas, porque los políticos nunca estuvieron esposados. Tras unos 45 minutos se reanudó el juicio. Comenzó el pase de lista de los encausados. Cuando mencionaron a Fidel, solicitó que se le escuchara de nuevo: ‘Quiero expresar a este tribunal que deseo hacer uso de 21 22 ILUSTRACIÓN: H. MESA mi derecho como abogado para asumir mi propia defensa’. ‘En su oportunidad’, le respondió el presidente de la sala”. Los acusados fueron llamados a declarar. Tras algunas personalidades políticas, acusadas arbitrariamente, pues nada tuvieron que ver en las acciones del 26 de julio de 1953, tocó el turno a Fidel. “Sí, participé”, respondió al fiscal Mendieta Hechavarría, bajo, regordete y de rostro jovial, cuando este indagó sobre su intervención en los sucesos. “Lo cierto es que no tuve que convencerlos”, replicó ante otra pregunta del fiscal, señalando a los demás moncadistas. “Ellos se mostraron convencidos de que el camino que debíamos tomar era el de las armas”. Ingenuamente el fiscal le reprochó que en vez de ese, no hubiera usado la vía civil. La respuesta del líder revolucionario fue contundente: “Muy sencillo, porque no había libertad, después del 10 de marzo, no podía hablar más […] Personalmente presenté un recurso en el Tribunal de Urgencia, declarando ilegal al régimen que asaltó al poder. De acuerdo con las leyes a Batista debía condenársele a 100 años de cárcel por los delitos que había cometido contra Cuba. Pero los tribunales no actuaron”. Una a una Fidel desmantelaba todas las calumnias que había propagado la tiranía. Lejos de asesinarlos, los moncadistas habían respetado la vida de los prisioneros hechos en el Palacio de Justicia. En cambio, subrayó Fidel, era extraño que muchos de los revolucionarios que aparecían como muertos en combate, “ni siquiera habían podido incorporarse a la caravana de automóviles que llegó al Moncada, de modo que no participaron en el ataque”. Desde ese momento, afirma Marta Rojas, “con una firmeza tremenda, no se veía a Fidel como acusado, sino como acusador”. El acusado deviene acusador en el Palacio de Justicia. Cuando el fiscal terminó su cuestionario, los abogados defensores comenzaron a interrogar a Fidel. Uno de ellos, Ramiro Arango Alsina, quien por su condición de abogado también asumía su defensa, entabló un diálogo con el líder de la revolución. “¿Pertenezco yo al Movimiento?”. “No”. “¿Entonces no he sido autor intelectual de esta Revolución?”, insistió. A 63 años de aquel momento, Marta Rojas aún se estremece al recordarlo: “La respuesta de Fidel sorprendió a todos, algunos de sus compañeros exteriorizaron su emoción con aplausos: ‘Nadie debe preocuparse de que lo acusen de ser el autor intelectual de la Revolución, porque el autor intelectual del asalto al Moncada es José Martí’, subrayó enfático”. Pronto la tiranía batistiana comprendió que estaba perdiendo la partida contra Fidel, quien transformaba el juicio en tribuna para exponer sus ideas y denunciar los crímenes cometidos por el régimen. Mediante un certificado médico espurio, que señalaba la imposibilidad del acusado-acusador de asistir a las sesiones en el Palacio de Justicia debido a “su estado de salud”, fue separado de sus compañeros y su enjuiciamiento trasladado para el 16 de octubre, en la salita de enfermeras del hospital civil Saturnino Lora. Ese día el fiscal hizo dos preguntas de rigor y terminó rápidamente su indagatorio. Fidel asumió su autodefensa. “Hablaba con fluidez, parecía más bien que el orador declamaba fragmentos de un poema épico y lo hacía con profundo sentimiento. Fue escuchado por todos en respetuoso y solemne silencio, incluso por los guardias”, rememora Marta Rojas. La sentencia estaba dictada de antemano: 15 años de privación de libertad. A más de seis décadas, la entonces estudiante de Periodismo y hoy un ícono de la profesión resume lo que el juicio significó, no solo para quienes hicieron su cobertura como reporteros, sino también para muchos jóvenes de la época: “En este hecho trascendental pasé por varias etapas. Primero mi interés era publicarlo por la trascendencia que intuyo; seguidamente, ya en las sesiones, siento simpatía por los combatientes, los veo y me parece que son los nuevos mambises, me solidarizo con ellos. Luego de escuchar a Fidel, definitivamente viene mi compromiso político”. Agosto de 2016