Recordemos a Monseñor. Y recordémoslo lo mejor posible

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Romero
Recordemos a Monseñor.
Y recordémoslo lo mejor posible
Jon Sobrino s.j.
1. La celebración de este nuevo aniversario de Monseñor
ha mostrado que sigue presente entre los pobres y los
solidarios de muchas partes del mundo. Lo que me
parece muy importante recalcar es que esta presencia
no es evidente sino que es un triunfo, pues todavía hoy
acaece en contra de poderosas fuerzas que lo quisieron
enterrar, y en medio de una civilización de la riqueza,
como decía Ellacuría, que mueve a diluir su presencia.
Monseñor dijo con humildad “Resucitaré en mi pueblo”,
y ocurre. Al aeropuerto de San Salvador le han puesto su
nombre, y un grupo de ancianos han venido a visitarlo
al Centro Monseñor Romero. Pero hay fuerzas de todo
tipo que lo silencian de manera bochornosa. De nuevo,
con humildad, Monseñor los desanimó poco antes de
que lo asesinaran: “ojalá se convenzan que perderán su
tiempo. Un obispo morirá, pero la Iglesia de Dios, que es
el pueblo, no perecerá jamás”.
2. Hay que recordar que Monseñor Romero vivió volcado
hacia su pueblo, con sus sufrimientos y esperanzas, y
en total confianza y fidelidad al misterio de Dios, como
Dios de los pobres. Así lo dijo Ellacuría cuando la UCA
le concedió un doctorado en 1985: “Sobre dos pilares
apoyaba Monseñor Romero su esperanza. Un pilar
histórico que era su conocimiento del pueblo al que el
atribuía una capacidad inagotable de encontrar salidas a
las dificultades más graves, y un pilar trascendente que
era su persuasión de que últimamente Dios es un Dios
de vida y no de muerte, que lo ultimo de la realidad es el
bien y no el mal.
Al pueblo salvadoreño, sufrido y esperanzado, le amó con
todo su corazón, y lo amó hasta el final: “no abandonaré
a mi pueblo, sino que correré con él todos los riesgos
que mi ministerio exige”. Y construyó una iglesia para
ese pueblo, identificada con él hasta el final: “Me alegro
hermanos de que nuestra iglesia sea perseguida. Sería
triste que una patria donde se esta asesinando tan
horrorosamente no contáramos entre las victimas
también a los sacerdotes. Son el testimonio de una
iglesia encarnada en los problemas del pueblo”.
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Y Monseñor Romero fue totalmente un hombre de Dios.
“¡Quién me diera, queridos hermanos, que el fruto de esta
predicación fuera que cada uno de nosotros fuéramos a
encontrarnos con Dios y que viviéramos la alegría de su
majestad y de nuestra pequeñez!”. Dice la escritura “Padre
de huérfanos y viudas es Dios… En ti el pobre encuentra
compasión”. Ese fue Dios para Monseñor Romero. Y para
los pobres, huérfanos y viudas, así fue Monseñor Romero.
Ciertamente con él Dios pasó por El Salvador.
3. Como toda tradición, la de Monseñor Romero
puede tomar direcciones distintas. Se puede recordar
a Monseñor bien, regular o incluso mal. Hace años
periódicos y medios de comunicación adulteraron su
memoria. Dios nos libre de hacerlo, aunque no está en
nuestras manos evitarlo del todo. Como somos limitados,
a veces lo recordamos solo de manera regular. Pero
muchos y muchas lo recuerdan bien.
Estos son los que aman la verdad y la dicen sin fijarse
en los costos. Los que son honrados con la realidad y
no la encubren, los que son humanamente correctos y
no se empequeñecen con lo políticamente correcto. Son
los compasivos y compasivas, buenos samaritanos, que
no pasan de largo ante los heridos en el camino, o los
cadáveres que siguen abundantes en nuestro país, que
buscan casa y empleo para los que aquí no tienen, o
los defienden de coyotes crueles a quienes tienen que
emigrar. Son los que prefieren dar más que recibir.
Son los que tienen fortaleza para aguantar la dureza de la
vida y de las persecuciones. Son los que tienen esperanza
y la transmiten a los demás. Son los que viven con gozo
ser hermanos y hermanas unos de otros. Son los que
le rezan a nuestro padre Dios. Y son los que ven en
Monseñor Romero a nuestro hermano mayor.
Y así entre todos hacemos que crezca la iglesia de Jesús
que Monseñor plantó entre nosotros.
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