TRECE CATEQUESIS DEL PAPA SOBRE LA VIRGEN MARÍA. La nobleza moral de la mujer 1. El Antiguo Testamento y la tradición judía reconocen frecuentemente la nobleza moral de la mujer, que se manifiesta sobre todo en su actitud de confianza en el Señor, en su oración para obtener el don de la maternidad y en su súplica a Dios por la salvación de Israel de los ataques de sus enemigos. A veces, como en el caso de Judit, toda la comunidad celebra estas cualidades, que se convierten en objeto de admiración para todos. Junto a los ejemplos luminosos de las heroínas bíblicas no faltan los testimonios negativos de algunas mujeres, como Dalila, la seductora, que arruina la actividad profética de Sansón (Jc 16, 4-21), las mujeres extranjeras que, en la ancianidad de Salomón, alejan el corazón del rey del Señor y lo inducen a venerar otros dioses (1 R 11, 18); Jezabel, que extermina «a todos los profetas del Señor» (1 R 18, 13) y hace asesinar a Nabot para dar su viña a Acab (1 R 21); y la mujer de Job, que lo insulta en su desgracia, impulsándolo a la rebelión (Jb 2, 9). En estos casos, la actitud de la mujer recuerda la de Eva. Sin embargo, la perspectiva predominante en la Biblia suele ser la que se inspira en el protoevangelio, que ve en la mujer a la aliada de Dios. 2. En efecto, aunque a las mujeres extranjeras se las acusa de haber alejado a Salomón del culto del verdadero Dios, en el libro de Rut se nos propone una figura muy noble de mujer extranjera: Rut, la moabita, ejemplo de piedad para con sus parientes y de humildad sincera y generosa. Compartiendo la vida y la fe de Israel, se convertirá en la bisabuela de David y en antepasada del Mesías. Mateo, incluyéndola en la genealogía de Jesús (1, 5), hace de ella un signo de universalismo y un anuncio de la misericordia de Dios, que se extiende a todos los hombres. Entre las antepasadas de Jesús, el primer evangelista recuerda también a Tamar, a Racab y a la mujer de Urías, tres mujeres pecadoras, pero no desleales, mencionadas entre las progenitoras del Mesías para proclamar la bondad divina más grande que el pecado. Dios, mediante su gracia, hace que su situación matrimonial irregular contribuya a sus designios de salvación, preparando también, de este modo, el futuro. Otro modelo de entrega humilde, diferente del de Rut, es el de la hija de Jefté, que acepta pagar con su propia vida la victoria del padre contra los amonitas (Jc 11, 3440). Llorando su cruel destino, no se rebela, sino que se entrega a la muerte para 1 cumplir el voto imprudente que había hecho su padre en el marco de costumbres aún primitivas (cf. Jr 7, 31; Mi 6, 68). 3. La literatura sapiencial, aunque alude a menudo a los defectos de la mujer, reconoce en ella un tesoro escondido: «Quien halló mujer, halló cosa buena, y alcanzó favor del Señor» (Pr 18, 22), dice el libro de los Proverbios, expresando estima convencida por la figura femenina, don precioso del Señor. A1 final del mismo libro, se esboza el retrato de la mujer ideal que, lejos de representar un modelo inalcanzable, constituye una propuesta concreta, nacida de la experiencia de mujeres de gran valor: «Una mujer fuerte, ¿quién la encontrará? Es mucho más valiosa que las perlas...» (Pr 31, 10). En la fidelidad de la mujer a la alianza divina la literatura sapiencial indica la cima de sus posibilidades y la fuente más grande de admiración. En efecto, aunque a veces puede defraudar, la mujer supera todas las expectativas cuando su corazón es fiel a Dios: «Engañosa es la gracia, vana la hermosura; la mujer que teme al Señor, ésa será alabada» (Pr 31, 30). 4. En este contexto, el libro de los Macabeos, en la historia de la madre de los siete hermanos martirizados durante la persecución de Antíoco Epífanes, nos presenta el ejemplo más admirable de nobleza en la prueba. Después de haber descrito la muerte de los siete hermanos, el autor sagrado añade: «Admirable de todo punto y digna de glorioso recuerdo fue aquella madre que, al ver morir a sus siete hijos en el espacio de un solo día, sufría con valor porque tenía la esperanza puesta en el Señor. Animaba a cada uno de ellos en su lenguaje patrio y, llena de generosos sentimientos y estimulando con ardor varonil sus reflexiones de mujer», expresaba de esta manera su esperanza en una resurrección futura: «Pues así el Creador del mundo, el que modeló al hombre en su nacimiento y proyectó el origen de todas las cosas, os devolverá el espíritu y la vida con misericordia, porque ahora no miráis por vosotros mismos a causa de sus leyes» (2 M 7, 2023). La madre, exhortando al séptimo hijo a aceptar la muerte antes que transgredir la ley divina, expresa su fe en la obra de Dios, que crea de la nada todas las cosas: «Te ruego, hijo, que mires al cielo y a la tierra y, al ver todo lo que hay en ellos, sepas que a partir de la nada lo hizo Dios y que también el género humano ha llegado así a la existencia. No temas a este verdugo; antes bien, mostrándote digno de tus hermanos, acepta la muerte, para que vuelva yo a encontrarte con tus hermanos en la misericordia» (2 M 7, 2829). 2 Por último, también ella se encamina hacia la muerte cruel, después de haber sufrido siete veces el martirio del corazón, testimoniando una fe inquebrantable, una esperanza sin límites y una valentía heroica. En estas figuras de mujer, en las que se manifiestan las maravillas de la gracia divina, se vislumbra a la que será la mujer más grande: María, la Madre del Señor. ************* La hija de Sión 1.La Biblia usa con frecuencia la expresión hija de Sión para referirse a los habitantes de la ciudad de Jerusalén, cuya parte histórica y religiosamente más significativa es el monte Sión (cf. Mi 4, 1013; So 3, 1418; Za 2, 14; 9, 910). Esta personalización en femenino hace más fácil la interpretación esponsal de las relaciones de amor entre Dios e Israel, señalado a menudo con los términos novia o esposa. La historia de la salvación es la historia del amor de Dios, pero en ocasiones también de la infidelidad del ser humano. La palabra del Señor reprocha a menudo a la esposapueblo el hecho de haber violado la alianza nupcial establecida con Dios: «Como engaña una mujer a su compañero, así me ha engañado la casa de Israel» (Jr 3, 20) e invita a los hijos de Israel a acusar a su madre: «¡Acusad a vuestra madre, acusadla, porque ella ya no es mi mujer, y yo no soy su marido!» (Os 2, 4). ¿En qué consiste el pecado de infidelidad con el que se mancha Israel, la esposa de Yahveh? Consiste, sobre todo, en la idolatría: según el texto sagrado, para el Señor, cuando el pueblo elegido recurre a los ídolos comete un adulterio. 2. El profeta Oseas es quien desarrolla, con imágenes fuertes y dramáticas, el tema de la alianza esponsal entre Dios y su pueblo, y el de la traición por parte de éste: la historia personal de Oseas se convierte en símbolo elocuente de esa traición. En efecto, cuando nace su hija, recibe la orden siguiente: «Ponle por nombre "Nocompadecida", porque yo no me compadeceré más de la casa de Israel» (Os 1, 6) y un poco más adelante: «Ponle el nombre de "Nomipueblo", porque vosotros no sois mi pueblo ni yo soy para vosotros Elquesoy» (Os 1, 9). El reproche del Señor y el fracaso de la experiencia del culto a los ídolos hacen recapacitar a la esposa infiel que, arrepentida, dice: «Voy a volver a mi primer marido, que entonces me iba mejor que 3 ahora» (Os 2, 9). Pero Dios mismo desea restablecer la alianza, y entonces su palabra se hace memoria, misericordia y ternura: «Por eso yo voy a seducirla; la llevaré al desierto y hablaré a su corazón» (Os 2, 16). En efecto, el desierto es el lugar donde Dios, después de la liberación de la esclavitud, estableció la alianza definitiva con su pueblo. Mediante estas imágenes de amor, que vuelven a proponer la difícil relación entre Dios e Israel, el profeta ilustra el gran drama del pecado, la infelicidad del camino de la infidelidad y los esfuerzos del amor divino para hablar al corazón de los hombres y llevarlos de nuevo a la alianza. 3. A pesar de las dificultades del presente, Dios anuncia, por boca del profeta, una alianza más perfecta para el futuro: «Y sucederá aquel día -oráculo del Señor- que ella me llamará: "Marido mío", y no me llamará más: "Baal mío" (...). Yo te desposaré conmigo para siempre; te desposaré conmigo en justicia y en derecho, en amor y en compasión; te desposaré conmigo en fidelidad, y tú conocerás al Señor» (Os 2,18. 21-22). El Señor no se desalienta ante las debilidades humanas, sino que responde a las infidelidades de los hombres proponiendo una unión más estable y más íntima: «Yo la sembraré para mí en esta tierra, me compadeceré de "Nocompadecida", y diré a "Nomipueblo": Tú "Mi pueblo", y él dirá: "¡Mi Dios!"» (Os 2, 25). La misma perspectiva de una nueva alianza es propuesta, una vez más, por Jeremías al pueblo en el exilio: «En aquel tiempo -oráculo del Señor- seré el Dios de todas las familias de Israel, y ellos serán mi pueblo». Así dice el Señor: «Halló gracia en el desierto el pueblo que se libró de la espada: va a su descanso Israel». De lejos se le aparece el Señor: «Con amor eterno te he amado: por eso he reservado gracia para ti. Volveré a edificarte y serás reedificada, virgen de Israel» (Jr 31 14). A pesar de las infidelidades del pueblo, el amor eterno de Dios siempre está dispuesto a restablecer el pacto de amor y a dar una salvación que supera todas las expectativas. 4. También Ezequiel e Isaías utilizan la imagen de la mujer infiel perdonada. A través de Ezequiel, el Señor dice a la esposa: «Pero yo me acordaré de mi alianza contigo en los días de tu juventud, y estableceré en tu favor una alianza eterna» (Ez 16, 60). El libro de Isaías recoge un oráculo lleno de ternura: «Tu esposo es tu Hacedor (...). Por un breve instante te abandoné, pero con gran 4 compasión te recogeré. En un arranque de furor te oculté mi rostro por un instante, pero con amor eterno te he compadecido, dice el Señor, tu redentor» (Is 54, 5. 78). El amor prometido a la hija de Sión es un amor nuevo y fiel, una magnífica esperanza que supera el abandono de la esposa infiel: «Decid a la hija de Sión: Mira que viene tu salvación; mira, su salario le acompaña, y su paga le precede. Se les llamará "Pueblo santo", "Rescatados por el Señor"; y a ti se te llamará "Buscada", "Ciudad no abandonada"» (Is 62, 1112). El profeta precisa: «No se dirá de ti jamás "Abandonada", ni de tu tierra se dirá jamás "Desolada", sino que a ti se te llamará "Mi Complacencia", y a tu tierra, "Desposada". Porque el Señor se complacerá en ti, y tu tierra será desposada. Porque como se casa joven con doncella, se casará contigo tu edificador, y con gozo de esposo por su novia se gozará por ti tu Dios» (Is 62, 45). El Cantar de los cantares sintetiza esas imágenes y actitudes de amor en la expresión: «Yo soy para mi amado y mi amado es para mí» (Ct 6, 3). Así se vuelve a proponer en términos ideales la relación entre Yahveh y su pueblo. 5. Cuando escuchaba la lectura de los oráculos proféticos, María debía de pensar en esta perspectiva, alimentando así en su corazón la esperanza mesiánica. Los reproches dirigidos al pueblo infiel debían de suscitar en ella un compromiso más ardiente de fidelidad a la alianza, abriendo su espíritu a la propuesta de una comunión esponsal definitiva con el Señor en la gracia y en el amor. De esa nueva alianza vendría la salvación del mundo entero. ************ La nueva hija de Sión 1. En el momento de la Anunciación María, «excelsa Hija de Sión» (Lumen gentium, 55), recibe el saludo del ángel como representante de la humanidad, llamada a dar su consentimiento a la encarnación del Hijo de Dios. La primera palabra que el ángel le dirige es una invitación a la alegría: chaire, es decir, alégrate. El término griego fue traducido al latín con Ave, una sencilla expresión de saludo, que no parece corresponder plenamente a las intenciones del mensajero divino y al contexto en que tiene lugar el encuentro. Ciertamente, chaire era también una fórmula de saludo, que solían usar a menudo los griegos, pero las circunstancias extraordinarias en 5 que es pronunciada no pertenecen al clima de un encuentro habitual. En efecto, no conviene olvidar que el ángel es consciente de que trae un anuncio único en la historia de la humanidad; de ahí que un saludo sencillo y usual sería inadecuado. Por el contrario, parece más apropiado a esa circunstancia excepcional la referencia al significado originario de la expresión chaire, que es alégrate. Como han notado constantemente sobre todo los Padres griegos citando varios oráculos proféticos, la invitación a la alegría conviene especialmente al anuncio de la venida del Mesías. 2. El pensamiento se dirige, ante todo, al profeta Sofonías. El texto de la Anunciación presenta un paralelismo notable con su oráculo: «¡Exulta, hija de Sión, da voces jubilosas, Israel; alégrate con todo el corazón, hija de Jerusalén!» (So 3, 14). Ese oráculo incluye una invitación a la alegría: «Alégrate con todo el corazón» (v. 14); una alusión a la presencia del Señor: «El rey de Israel, el Señor, está en medio de ti» (v. 15); la exhortación a no tener miedo: «No temas, Sión. No desmayen tus manos» (v. 16); y la promesa de la intervención salvífica de Dios: «En medio de ti está el Señor como poderoso salvador» (v. 17). Las semejanzas son tan numerosas y exactas que llevan a reconocer en María a la nueva hija de Sión, que tiene pleno motivo para alegrarse porque Dios ha decidido realizar su plan de salvación. Una invitación análoga a la alegría, aunque en un contexto diverso, viene de la profecía de Joel: «No temas, suelo; alégrate y regocíjate, porque el Señor hace grandezas (...). Sabréis que en medio de Israel estoy yo» (Jl 2, 21. 27). 3. También es significativo el oráculo de Zacarías, citado a propósito del ingreso de Jesús en Jerusalén (cf. Mt 21, 5; Jn 12, 15). En él el motivo de la alegría es la venida del rey mesiánico: «¡Alégrate sobremanera, hija de Sión; grita de júbilo, hija de Jerusalén! He aquí que viene a ti tu rey, justo y victorioso, humilde (...). Proclamará la paz a las naciones» (Za 9, 910). Por último, de la numerosa posteridad, signo de bendición divina, el libro de Isaías hace brotar el anuncio de alegría para la nueva Sión: «Regocíjate, estéril que no das a luz; rompe en gritos de júbilo y alegría, la que no ha tenido los dolores, porque son más numerosos los hijos de la abandonada que los de la casada, dice el Señor» (Is 54, 1). Los tres motivos de la invitación a la alegría -la presencia salvífica de Dios en medio de su pueblo, la venida del rey mesiánico y la fecundidad gratuita y superabundante- encuentran en María su 6 plena realización y legitiman el rico significado que la tradición atribuye al saludo del ángel. Éste, invitándola a dar su asentimiento a la realización de la promesa mesiánica y anunciándole la altísima dignidad de Madre del Señor, no podía menos de exhortarla a la alegría. En efecto, como nos recuerda el Concilio: «Con ella, excelsa Hija de Sión, después de la larga espera de la promesa, se cumple el plazo y se inaugura el nuevo plan de salvación. Es el momento en que el Hijo de Dios tomó de María la naturaleza humana para librar al hombre del pecado por medio de los misterios vividos en su carne» (Lumen gentium, 55). 4. El relato de la Anunciación nos permite reconocer en María a la nueva hija de Sión, invitada por Dios a una gran alegría. Expresa su papel extraordinario de madre del Mesías; más aún, de madre del Hijo de Dios. La Virgen acoge el mensaje en nombre del pueblo de David pero podemos decir que lo acoge en nombre de la humanidad entera porque el Antiguo Testamento extendía a todas las naciones el papel del Mesías davídico (cf. Sal 2, 8; 72, 8). En la intención de Dios, el anuncio dirigido a ella se orienta a la salvación universal. Como confirmación de esa perspectiva universal del plan de Dios, podemos recordar algunos textos del Antiguo y del Nuevo Testamento que comparan la salvación a un gran banquete de todos los pueblos en el monte Sión (cf. Is 25, 6 ss) y que anuncian el banquete final del reino de Dios (cf. Mt 22, 110). Como hija de Sión, María es la Virgen de la alianza que Dios establece con la humanidad entera. Está claro el papel representativo de María en ese acontecimiento. Y es significativo que sea una mujer quien desempeñe esa misión. 5. En efecto, como nueva hija de Sión, María es particularmente idónea para entrar en la alianza esponsal con Dios. Ella puede ofrecer al Señor, más y mejor que cualquier miembro del pueblo elegido, un verdadero corazón de Esposa. Con María, la hija de Sión ya no es simplemente un sujeto colectivo, sino una persona que representa a la humanidad y, en el momento de la Anunciación, responde a la propuesta del amor divino con su amor esponsal. Ella acoge así, de modo muy particular, la alegría anunciada por los oráculos proféticos, una alegría que aquí, en el cumplimiento del plan divino, alcanza su cima. ************ 7 La Inmaculada Concepción 1. En la reflexión doctrinal de la Iglesia de oriente, la expresión llena de gracia, como hemos visto en las anteriores catequesis, fue interpretada, ya desde el siglo VI, en el sentido de una santidad singular que reina en María durante toda su existencia. Ella inaugura así la nueva creación. Además del relato lucano de la Anunciación, la Tradición y el Magisterio han considerado el así llamado Protoevangelio (Gn 3, 15) como una fuente escriturística de la verdad de la Inmaculada Concepción de María. Ese texto, a partir de la antigua versión latina: «Ella te aplastara la cabeza», ha inspirado muchas representaciones de la Inmaculada que aplasta la serpiente bajo sus pies. Ya hemos recordado con anterioridad que esta traducción no corresponde al texto hebraico, en el que quien pisa la cabeza de la serpiente no es la mujer, sino su linaje, su descendiente. Ese texto por consiguiente, no atribuye a María sino a su Hijo la victoria sobre Satanás. Sin embargo, dado que la concepción bíblica establece una profunda solidaridad entre el progenitor y la descendencia, es coherente con el sentido original del pasaje la representación de la Inmaculada que aplasta a la serpiente, no por virtud propia sino de la gracia del Hijo. 2. En el mismo texto bíblico, además se proclama la enemistad entre la mujer y su linaje, por una parte, y la serpiente y su descendencia, por otra. Se trata de una hostilidad expresamente establecida por Dios, que cobra un relieve singular si consideramos la cuestión de la santidad personal de la Virgen. Para ser la enemiga irreconciliable de la serpiente y de su linaje, María debía estar exenta de todo dominio del pecado. Y esto desde el primer momento de su existencia. A este respecto, la encíclica Fulgens corona, publicada por el Papa Pío XII en 1953 para conmemorar el centenario de la definición del dogma de la Inmaculada Concepción, argumenta así: «Si en un momento determinado la santísima Virgen María hubiera quedado privada de la gracia divina, por haber sido contaminada en su concepción por la mancha hereditaria del pecado, entre ella y la serpiente no habría ya -al menos durante ese periodo de tiempo, por más breve que fuerala enemistad eterna de la que se habla desde la tradición primitiva hasta la solemne definición de la Inmaculada Concepción, sino más bien cierta servidumbre» (MS 45 [1953], 579). 8 La absoluta enemistad puesta por Dios entre la mujer y el demonio exige, por tanto, en María la Inmaculada Concepción, es decir, una ausencia total de pecado, ya desde el inicio de su vida. El Hijo de María obtuvo la victoria definitiva sobre Satanás e hizo beneficiaria anticipadamente a su Madre, preservándola del pecado. Como consecuencia, el Hijo le concedió el poder de resistir al demonio, realizando así en el misterio de la Inmaculada Concepción el más notable efecto de su obra redentora. 3. El apelativo llena de gracia y el Protoevangelio, al atraer nuestra atención hacia la santidad especial de María y hacia el hecho de que fue completamente librada del influjo de Satanás, nos hacen intuir en el privilegio único concedido a María por el Señor el inicio de un nuevo orden, que es fruto de la amistad con Dios y que implica, en consecuencia, una enemistad profunda entre la serpiente y los hombres. Como testimonio bíblico en favor de la Inmaculada Concepción de María, se suele citar también el capitulo 12 del Apocalipsis, en el que se habla de la «mujer vestida de sol» (Ap 12, 1). La exégesis actual concuerda en ver en esa mujer a la comunidad del pueblo de Dios, que da a luz con dolor al Mesías resucitado. Pero, además de la interpretación colectiva, el texto sugiere también una individual cuando afirma: «La mujer dio a luz un hijo varón, el que ha de regir a todas las naciones con cetro de hierro» (Ap 12, 5). Así, haciendo referencia al parto, se admite cierta identificación de la mujer vestida de sol con María, la mujer que dio a luz al Mesías. La mujercomunidad esta descrita con los rasgos de la mujer Madre de Jesús. Caracterizada por su maternidad, la mujer «está encinta, y grita con los dolores del parto y con el tormento de dar a luz» (Ap 12, 2). Esta observación remite a la Madre de Jesús al pie de la cruz (cf. Jn 19, 25), donde participa, con el alma traspasada por la espada (cf. Lc 2, 35), en los dolores del parto de la comunidad de los discípulos. A pesar de sus sufrimientos, está vestida de sol, es decir, lleva el reflejo del esplendor divino, y aparece como signo grandioso de la relación esponsal de Dios con su pueblo. Estas imágenes, aunque no indican directamente el privilegio de la Inmaculada Concepción, pueden interpretarse como expresión de la solicitud amorosa del Padre que llena a María con la gracia de Cristo y el esplendor del Espíritu. Por último, el Apocalipsis invita a reconocer mas particularmente la dimensión eclesial de la personalidad de María: la mujer vestida de sol representa la santidad de la Iglesia, que se 9 realiza plenamente en la santísima Virgen, en virtud de una gracia singular. 4. A esas afirmaciones escriturísticas, en las que se basan la Tradición y el Magisterio para fundamentar la doctrina de la Inmaculada Concepción, parecerían oponerse los textos bíblicos que afirman la universalidad del pecado. El Antiguo Testamento habla de un contagio del pecado que afecta a «todo nacido de mujer» (Sal 50, 7; Jb 14, 2). En el Nuevo Testamento, san Pablo declara que, como consecuencia de la culpa de Adán, «todos pecaron» y que «el delito de uno solo atrajo sobre todos los hombres la condenación» (Rm 5, 12. 18). Por consiguiente, como recuerda el Catecismo de la Iglesia católica, el pecado original «afecta a la naturaleza humana», que se encuentra así «en un estado caído». Por eso, el pecado se transmite «por propagación a toda la humanidad, es decir, por la transmisión de una naturaleza humana privada de la santidad y de la justicia originales» (n. 404). San Pablo admite una excepción de esa ley universal: Cristo, que «no conoció pecado» (2 Co 5, 21) y así pudo hacer que sobreabundara la gracia «donde abundo el pecado» (Rm 5, 20). Estas afirmaciones no llevan necesariamente a concluir que María forma parte de la humanidad pecadora. El paralelismo que san Pablo establece entre Adán y Cristo se completa con el que establece entre Eva y María: el papel de la mujer, notable en el drama del pecado, lo es también en la redención de la humanidad. San Ireneo presenta a María como la nueva Eva que, con su fe y su obediencia, contrapesa la incredulidad y la desobediencia de Eva. Ese papel en la economía de la salvación exige la ausencia de pecado. Era conveniente que, al igual que Cristo, nuevo Adán, también María, nueva Eva, no conociera el pecado y fuera así más apta para cooperar en la redención. El pecado, que como torrente arrastra a la humanidad, se detiene ante el Redentor y su fiel colaboradora. Con una diferencia sustancial: Cristo es totalmente santo en virtud de la gracia que en su humanidad brota de la persona divina; y María es totalmente santa en virtud de la gracia recibida por los méritos del Salvador. *********** María Inmaculada redimida por preservación 10 1.La doctrina de la santidad perfecta de María desde el primer instante de su concepción encontró cierta resistencia en Occidente, y eso se debió a la consideración de las afirmaciones de san Pablo sobre el pecado original y sobre la universalidad del pecado, recogidas y expuestas con especial vigor por san Agustín. El gran doctor de la Iglesia se daba cuenta, sin duda, de que la condición de María, madre de un Hijo completamente santo, exigía una pureza total y una santidad extraordinaria. Por esto, en la controversia con Pelagio, declaraba que la santidad de María constituye un don excepcional de gracia, y afirmaba a este respecto: «Exceptuando a la santa Virgen María acerca de la cual, por el honor debido a nuestro Señor, cuando se trata de pecados, no quiero mover absolutamente ninguna cuestión, porque sabemos que a ella le fue conferida más gracia para vencer por todos sus flancos al pecado, pues mereció concebir y dar a luz al que nos consta que no tuvo pecado alguno» (De natura et gratia, 42). San Agustín reafirmó la santidad perfecta de María y la ausencia en ella de todo pecado personal a causa de la excelsa dignidad de Madre del Señor. Con todo, no logró entender cómo la afirmación de una ausencia total de pecado en el momento de la concepción podía conciliarse con la doctrina de la universalidad del pecado original y de la necesidad de la redención para todos los descendientes de Adán. A esa consecuencia llegó, luego, la inteligencia cada vez más penetrante de la fe de la Iglesia, aclarando cómo se benefició María de la gracia redentora de Cristo ya desde su concepción. 2. En el siglo IX se introdujo también en Occidente la fiesta de la Concepción de María, primero en el sur de Italia, en Nápoles, y luego en Inglaterra. Hacia el año 1128, un monje de Canterbury, Eadmero, escribiendo el primer tratado sobre la Inmaculada Concepción, lamentaba que la relativa celebración litúrgica, grata sobre todo a aquellos «en los que se encontraba una pura sencillez y una devoción más humilde a Dios» (Tract. de conc. B.M.V., 12) había sido olvidada o suprimida. Deseando promover la restauración de la fiesta, el piadoso monje rechaza la objeción de san Agustín contra el privilegio de la Inmaculada Concepción, fundada en la doctrina de la transmisión del pecado original en la generación humana. Recurre oportunamente a la imagen de la castaña «que es concebida, alimentada y formada bajo las espinas, pero que a pesar de eso queda al resguardo de sus pinchazos» (ib., 10). Incluso bajo las espinas de una generación que de por sí debería transmitir el pecado original -argumenta Eadmero-, María permaneció libre de toda 11 mancha, por voluntad explícita de Dios que «lo pudo, evidentemente, y lo quiso. Así, pues, si lo quiso, lo hizo» (ib.). A pesar de Eadmero, los grandes teólogos del siglo XIII hicieron suyas las dificultades de san Agustín, argumentando así: la redención obrada por Cristo no sería universal si la condición de pecado no fuese común a todos los seres humanos. Y si María no hubiera contraído la culpa original, no hubiera podido ser rescatada. En efecto, la redención consiste en librar a quien se encuentra en estado de pecado. 3. Duns Escoto, siguiendo a algunos teólogos del siglo XII, brindó la clave para superar estas objeciones contra la doctrina de la Inmaculada Concepción de María. Sostuvo que Cristo, el mediador perfecto, realizó precisamente en María el acto de mediación más excelso, preservándola del pecado original. De ese modo, introdujo en la teología el concepto de redención preservadora, según la cual María fue redimida de modo aún mas admirable: no por liberación del pecado, sino por preservación del pecado. La intuición del beato Duns Escoto llamado a continuación el «doctor de la Inmaculada», obtuvo, ya desde el inicio del siglo XIV, una buena acogida por parte de los teólogos, sobre todo franciscanos. Después de que el Papa Sixto IV aprobara, en 1477, la misa de la Concepción, esa doctrina fue cada vez más aceptada en las escuelas teológicas. Ese providencial desarrollo de la liturgia y de la doctrina preparó la definición del privilegio mariano por parte del Magisterio supremo. Esta tuvo lugar sólo después de muchos siglos, bajo el impulso de una intuición de fe fundamental: la Madre de Cristo debía ser perfectamente santa desde el origen de su vida. 4. La afirmación del excepcional privilegio concedido a María pone claramente de manifiesto que la acción redentora de Cristo no sólo libera, sino también preserva del pecado. Esa dimensión de preservación, que es total en María, se halla presente en la intervención redentora a través de la cual Cristo, liberando del pecado, da al hombre también la gracia y la fuerza para vencer su influjo en su existencia. De ese modo, el dogma de la Inmaculada Concepción de María no ofusca, sino que más bien contribuye admirablemente a poner mejor de relieve los efectos de la gracia redentora de Cristo en la naturaleza humana. 12 A María, primera redimida por Cristo, que tuvo el privilegio de no quedar sometida ni siquiera por un instante al poder del mal y del pecado, miran los cristianos como al modelo perfecto y a la imagen de la santidad (cf. Lumen gentium, 65) que están llamados a alcanzar, con la ayuda de la gracia del Señor, en su vida. ********* La Virginidad de María, verdad de fe 1. La Iglesia ha considerado constantemente la virginidad de María una verdad de fe, acogiendo y profundizando el testimonio de los evangelios de san Lucas, san Marcos y, probablemente también san Juan. En el episodio de la Anunciación, el evangelista san Lucas llama a María «Virgen», refiriéndose tanto a su intención de perseverar en la virginidad como al designio divino, que concilia ese propósito con su maternidad prodigiosa. La afirmación de la concepción virginal, debida a la acción del Espíritu Santo, excluye cualquier hipótesis de partogénesis natural y rechaza los intentos de explicar la narración lucana como explicitación de un tema judío o como derivación de una leyenda mitológica pagana. La estructura del texto lucano (cf. Lc 1,26-38; 2,19.51), no admite ninguna interpretación reductiva. Su coherencia no permite sostener válidamente mutilaciones de los términos o de las expresiones que afirman la concepción virginal por obra del Espíritu Santo. 2. El evangelista san Mateo, narrando el anuncio del ángel a José, afirma, al igual que san Lucas, la concepción por obra «del Espíritu Santo» (Mt 1,20), excluyendo las relaciones conyugales. Además, a José se le comunica la generación virginal de Jesús en un segundo momento: no se trata para él de una invitación a dar su consentimiento previo a la concepción del Hijo de María, fruto de la intervención sobrenatural del Espíritu Santo y de la cooperación de la madre. Sólo se le invita aceptar libremente su papel de esposo de la Virgen y su misión paterna con respecto al niño. San Mateo presenta el origen virginal de Jesús como cumplimiento de la profecía de Isaías: «Ved que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel, que traducido significa 13 “Dios con nosotros”» (Mt 1,23; cf. Is 7,14). De ese modo, san Mateo nos lleva a la conclusión de que la concepción virginal fue objeto de reflexión en la primera comunidad cristiana, que comprendió su conformidad con el designio divino de salvación y su nexo con la identidad de Jesús, «Dios con nosotros». 3. A diferencia de san Lucas y san Mateo, el evangelio de san Marcos no habla de la concepción y del nacimiento de Jesús; sin embargo, es digno de notar que san Marcos nunca menciona a José esposo de María. La gente de Nazaret llama a Jesús «el hijo de María» o, en otro contexto, muchas veces «el Hijo de Dios (Mc 3,11; 5,7; cf. 1,1.11; 9,7; 14,61-62;15,39). Estos datos están en armonía con la fe en el misterio de su generación virginal. Esta verdad, según un reciente redescubrimiento exegético, estaría contenida explícitamente en el versículo 13 del Prólogo del evangelio de san Juan, que algunas voces antiguas autorizadas (por ejemplo, Ireneo y Tertuliano) no presentan en la forma plural usual, sino en la singular: «Él, que no nació de sangre, ni de deseo de carne, no de deseo de hombre, sino que nació de Dios». Esta traducción en singular convertiría el Prólogo del evangelio de san Juan en uno de los mayores testimonios de la generación virginal de Jesús, insertada en el contexto del misterio de la Encarnación. La afirmación paradójica de Pablo: «Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a si Hijo, nacido de mujer (…), para que recibiéramos la filiación adoptiva» (Ga 4,4-5), abre el camino al interrogante sobre la personalidad de ese Hijo, y, por tanto, sobre su nacimiento virginal. Este testimonio uniforme de los evangelios confirma que la fe en la concepción virginal de Jesús estaba enraizada firmemente en los ambientes de la Iglesia primitiva. Por eso carecen de todo fundamento algunas interpretaciones recientes, que no consideran la concepción virginal en sentido físico o biológico, sino únicamente simbólico o metafórico: designaría a Jesús como don de Dios a la humanidad. Lo mismo hay que decir de la opinión de otros, según los cuales el relato de la concepción virginal sería, por el contrario, un theologoumenon, es decir, un modo de expresar una doctrina teológica, en este caso la filiación divina de Jesús, o sería su representación mitológica. Como hemos visto, los evangelios contienen la afirmación explícita de una concepción virginal de orden biológico, por obra del Espíritu 14 Santo, y la Iglesia ha hecho suya esta verdad ya desde las primeras formulaciones de la fe (cf. Catecismo de la Iglesia católica, n. 496). 4. La fe expresada en los evangelios es confirmada, sin interrupciones, en la tradición posterior. Las fórmulas de fe de los primeros autores cristianos postulan la afirmación del nacimiento virginal: Arístides, Justino, Ireneo y Tertuliano está de acuerdo con san Ignacio de Antioquía, que proclama a Jesús «nacido verdaderamente de una virgen» (Smirn. 1,2). Estos autores hablan explícitamente de una generación virginal de Jesús real e histórica, y de ningún modo afirman una virginidad solamente moral o un vago don de la gracia, que se manifestó en el nacimiento del niño. Las definiciones solemnes de fe por parte de los concilios ecuménicos y del Magisterio pontificio, que siguen a las primeras fórmula breves de fe, están en perfecta sintonía con esta verdad. El concilio de Calcedonia (451), en su profesión de fe, redactada esmeradamente y con contenido definido de modo infalible, afirma que Cristo «en lo últimos días, por nosotros y por nuestra salvación, (fue) engendrado de María Virgen, Madre de Dios, en cuanto a la humanidad» (DS 301). Del mismo modo, el tercer concilio de Constantinopla (681) proclama que Jesucristo «nació del Espíritu Santo y de María Virgen, que es propiamente y según verdad madre de Dios, según la humanidad» (DS 555). Otros concilios ecuménicos (Constantinopolitano II, Lateranense IV y Lugdunense II) declaran a María «siempre virgen», subrayando su virginidad perpetua (cf. DS 423, 801 y 852). El concilio Vaticano II ha recogido esas afirmaciones, destacando el hecho de que María, «por su fe y su obediencia, engendró en la tierra al Hijo mismo del Padre, ciertamente sin conocer varón, cubierta con la sombra del Espíritu Santo» (Lumen gentium, 63). A las definiciones conciliares hay que añadir las del Magisterio pontificio, relativas a la Inmaculada Concepción de la «santísima Virgen María» (DS 2.803) y a la Asunción de la «Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María» (DS 3.903). 5. Aunque las definiciones del Magisterio, con excepción del concilio de Letrán del año 649, convocado por el Papa Martín I, no precisan el sentido del apelativo «virgen», se ve claramente que este término se usa en su sentido habitual: la abstención voluntaria de los actos sexuales y la preservación de la integridad corporal. En todo caso, la integridad física se considera esencial para la verdad de fe de la concepción virginal de Jesús (cf. Catecismo de la Iglesia católica, n. 496). 15 La designación de María como «santa, siempre Virgen e Inmaculada», suscita la atención sobre el vínculo entre santidad y virginidad. María quiso una vida virginal, porque estaba animada por el deseo de entregar todo su corazón a Dios. La expresión que se usa en la definición de la Asunción, «La Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen», sugiere también la conexión entre la virginidad y la maternidad de María: dos prerrogativas unidas milagrosamente en la generación de Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre. Así, la virginidad de María está íntimamente vinculada a su maternidad divina y a su santidad perfecta. *********** El propósito de virginidad 1. Al ángel que le anuncia la concepción y el nacimiento de Jesús, María dirige una pregunta: «¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?» (Lc 1,34). Esa pregunta resulta, por lo menos, sorprendente si recordamos los relatos bíblicos que refieren el anuncio de un nacimiento extraordinario a una mujer estéril. En esos casos se trata de mujeres casadas, naturalmente estériles, a las que Dios ofrece el don del hijo a través de la vida conyugal normal (cf. IS 1,19-20), como respuesta a oraciones conmovedoras (cf. Gn 15,2; 30,22-23; IS 1,10; Lc 1,13). Es diversa la situación en que María recibe el anuncio del ángel. No es una mujer casada que tenga problemas de esterilidad; por elección voluntaria quiere permanecer virgen. Por consiguiente, su propósito de virginidad, fruto de amor al Señor, constituye, al parecer, un obstáculo a la maternidad anunciada. A primera vista, las palabras de María parecen expresar solamente su estado actual de virginidad: María afirmaría que no «conoce» varón, es decir, que es virgen. Sin embargo, el contexto en el que plantea la pregunta «¿cómo será eso?» y la afirmación siguiente «no conozco varón» ponen de relieve tanto la virginidad actual de María como su propósito de permanecer virgen. La expresión que usa, con la forma verbal en presente, deja traslucir la permanencia y la continuidad de su estado. 16 2. María, al presentar esta dificultad, lejos de oponerse al proyecto divino, manifiesta la intención de aceptarlo totalmente. Por lo demás, la joven de Nazaret vivió siempre en plena sintonía con la voluntad divina y optó por una vida virginal con el deseo de agradar al Señor. En realidad, su propósito de virginidad la disponía a acoger la voluntad divina «con todo su yo, humano, femenino, y en esta respuesta de fe estaban contenidas una cooperación perfecta con la gracia de Dios que previene y socorre y una disponibilidad perfecta a la acción del Espíritu Santo» (Redemptoris Mater, 13). A algunos, las palabras e intenciones de María les parecen inverosímiles, teniendo presente que en el ambiente judío la virginidad no se consideraba un valor real ni ideal. Los mismos escritos del Antiguo Testamento lo confirman en varios episodios y expresiones conocidos. El libro de los Jueces refiere, por ejemplo, que la hija de Jefté, teniendo que afrontar la muerte siendo aún joven núbil, llora su virginidad, es decir, se lamenta de no haber podido casarse (cf. Jc 11,38). Además, en virtud del mandato divino «Sed fecundos y multiplicaos» (Gn 1,28), el matrimonio es considerado la vocación natural de la mujer, que conlleva las alegrías y los sufrimientos propios de la maternidad. 3. Para comprender mejor el contexto en que madura la decisión de María, es preciso tener presente que, en el tiempo que precede inmediatamente el inicio de la era cristiana, en algunos ambientes judíos se comienza a manifestar una orientación positiva hacia la virginidad. Por ejemplo, los esenios, de los que se han encontrado numerosos e importantes testimonios históricos en Qumrán, vivían en el celibato o limitaban el uso del matrimonio, a causa de la vida común y para buscar una mayor intimidad con Dios. Además, en Egipto existía una comunidad de mujeres, que, siguiendo la espiritualidad esenia, vivían en continencia. Esas mujeres, las Terapeutas, pertenecientes a una secta descrita por Filón de Alejandría (cf. De vita contemplativa, 21-90), se dedicaban a la contemplación y buscaban la sabiduría. Tal vez María no conoció esos grupos religiosos judíos que seguían el ideal del celibato y de la virginidad. Pero el hecho de que Juan Bautista viviera probablemente una vida de celibato, y que la comunidad de sus discípulos la tuviera en gran estima, podría dar a entender que también el propósito de virginidad de María entraba en ese nuevo contexto cultural y religioso. 17 4. La extraordinaria historia de la Virgen de Nazaret no debe, sin embargo, hacernos caer en el error de vincular completamente sus disposiciones íntimas a la mentalidad del ambiente, subestimando la unicidad del misterio acontecido en ella. En particular, no debemos olvidar que María había recibido, desde el inicio de su vida, una gracia sorprendente, que el ángel le reconoció en el momento de la Anunciación. María, «llena de gracia» (Lc 1,28), fue enriquecida con una perfección de santidad que, según la interpretación de la Iglesia, se remonta al primer instante de su existencia: el privilegio único de su Inmaculada Concepción influyó en todo el desarrollo de la vida espiritual de la joven de Nazaret. Así pues, se debe afirmar que lo que guió a María hacia el ideal de la virginidad fue una inspiración excepcional del mismo Espíritu Santo que, en el decurso de la historia de la Iglesia, impulsaría a tantas mujeres a seguir el camino de la consagración virginal. La presencia singular de la gracia en la vida de María lleva a la conclusión de que la joven tenía un compromiso de virginidad. Colmada de dones excepcionales del Señor desde el inicio de su existencia, está orientada a una entrega total, en alma y cuerpo, a Dios en el ofrecimiento de su virginidad. Además, la aspiración a la vida virginal estaba en armonía con aquella «pobreza» ante Dios, a la que el Antiguo Testamento atribuye gran valor. María, al comprometerse plenamente en este camino, renuncia también a la maternidad, riqueza personal de la mujer, tan apreciada en Israel. De ese modo, «ella misma sobresale entre los humildes y los pobres del Señor, que esperan de él con confianza la salvación y la acogen» (Lumen gentium, 55). Pero, presentándose como pobre ante Dios, y buscando una fecundidad sólo espiritual, fruto del amor divino, en el momento de la Anunciación María descubre que el Señor ha transformado su pobreza en riqueza: será la Madre virgen del Hijo del Altísimo. Más tarde descubrirá también que su maternidad está destinada a extenderse a todos los hombre que el Hijo ha venido a salvar (cf. Catecismo de la Iglesia católica, n.501). ************ María, modelo de virginidad 1. El propósito de virginidad, que se vislumbra en las palabras de María en el momento de la Anunciación, ha sido considerado 18 tradicionalmente como el comienzo y el acontecimiento inspirador de la virginidad cristiana en la Iglesia. San Agustín no reconoce en ese propósito el cumplimiento de un precepto divino, sino un voto emitido libremente. De ese modo se ha podido presentar a María como ejemplo a las santas vírgenes en el curso de toda la historia de la Iglesia. María «consagró su virginidad a Dios, cuando aún no sabía lo que debía concebir, para que la imitación de la vida celestial en el cuerpo terrenal y mortal se haga por voto, no por precepto, por elección de amor, no por necesidad de servicio» (De Sancta Virg., IV, 4; PL 40, 398). El ángel no pide a María que permanezca virgen; es María quien revela libremente su propósito de virginidad. En este compromiso se sitúa su elección de amor, que la lleva a consagrarse totalmente al Señor mediante una vida virginal. Al subrayar la espontaneidad de la decisión de María, no debemos olvidar que en el origen de toda vocación está la iniciativa de Dios. La doncella de Nazaret, al orientarse hacia la vida virginal, respondía a una vocación interior, es decir, a una inspiración del Espíritu Santo que la iluminaba sobre el significado y el valor de la entrega virginal de sí misma. Nadie puede acoger este don sin sentirse llamado y sin recibir del Espíritu Santo la luz y la fuerza necesarias. 2. Aunque san Agustín utilice la palabra voto para mostrar a quienes llama santas vírgenes el primer modelo de su estado de vida, el Evangelio no testimonia que María haya formulado expresamente un voto, que es la forma de consagración y entrega de la propia vida a Dios, en uso ya desde los primeros siglos de la Iglesia. El Evangelio nos da a entender que María tomó la decisión personal de permanecer virgen, ofreciendo su corazón al Señor. Desea ser su esposa fiel, realizando la vocación de la «hija de Sión». Sin embargo, con su decisión se convierte en el arquetipo de todos los que en la Iglesia han elegido servir al Señor con corazón indiviso en la virginidad. Ni los evangelios, ni otros escritos del Nuevo Testamento, nos informan acerca del momento en el que María tomó la decisión de permanecer virgen. Con todo, de la pregunta que hace al ángel se deduce con claridad que, en el momento de la Anunciación, dicho propósito era ya muy firme. María no duda en expresar su deseo de conservar la virginidad también en la perspectiva de la maternidad 19 que se le propone, mostrando que había madurado largamente su propósito. En efecto, María no eligió la virginidad en la perspectiva, imprevisible, de llegar a ser Madre de Dios, sino que maduró su elección en su conciencia antes del momento de la Anunciación. Podemos suponer que esa orientación siempre estuvo presente en su corazón: la gracia que la preparaba para la maternidad virginal influyó ciertamente en todo el desarrollo de su personalidad, mientras que el Espíritu Santo no dejó de inspirarle, ya desde sus primeros años, el deseo de la unión más completa con Dios. 3. Las maravillas que Dios hace, también hoy, en el corazón y en la vida de tantos muchachos y muchachas, las hizo, ante todo, en el alma de María. También en nuestro mundo, aunque esté tan distraído por la fascinación de una cultura a menudo superficial y consumista, muchos adolescentes aceptan la invitación que proviene del ejemplo de María y consagran su juventud al Señor y al servicio de sus hermanos. Esta decisión, más que renuncia a valores humanos, es elección de valores más grandes. A este respecto, mi venerado predecesor Pablo VI, en la exhortación apostólica Marialis cultus, subrayaba cómo quien mira con espíritu abierto el testimonio del Evangelio «se dará cuenta de que la opción del estado virginal por parte de María (...) no fue un acto de cerrarse a algunos de los valores del estado matrimonial, sino que constituyó una opción valiente, llevada a cabo para consagrarse totalmente al amor de Dios» (n. 37). En definitiva, la elección del estado virginal está motivada por la plena adhesión a Cristo. Esto es particularmente evidente en María. Aunque antes de la Anunciación no era consciente de ella, el Espíritu Santo le inspira su consagración virginal con vistas a Cristo: permanece virgen para acoger con todo su ser al Mesías Salvador. La virginidad comenzada en María muestra así su propia dimensión cristocéntrica, esencial también para la virginidad vivida en la Iglesia, que halla en la Madre de Cristo su modelo sublime. Aunque su virginidad personal, vinculada a la maternidad divina, es un hecho excepcional, ilumina y da sentido a todo don virginal. 4. ¡Cuántas mujeres jóvenes, en la historia de la Iglesia, contemplando la nobleza y la belleza del corazón virginal de la Madre del Señor, se han sentido alentadas a responder generosamente a la llamada de Dios, abrazando el ideal de la virginidad! «Precisamente 20 esta virginidad -como he recordado en la encíclica Redemptoris Mater-, siguiendo el ejemplo de la Virgen de Nazaret, es fuente de una especial fecundidad espiritual: es fuente de la maternidad en el Espíritu Santo» (n. 43). La vida virginal de María suscita en todo el pueblo cristiano la estima por el don de la virginidad y el deseo de que se multiplique en la Iglesia como signo del primado de Dios sobre toda realidad y como anticipación profética de la vida futura. Demos gracias juntos al Señor por quienes aún hoy consagran generosamente su vida mediante la virginidad, al servicio del reino de Dios. Al mismo tiempo, mientras en diversas zonas de antigua evangelización el hedonismo y el consumismo parecen disuadir a los jóvenes de abrazar la vida consagrada es preciso pedir incesantemente a Dios, por intercesión de María, un nuevo florecimiento de vocaciones religiosas. Así, el rostro de la Madre de Cristo, reflejado en muchas vírgenes que se esfuerzan por seguir al divino Maestro, seguirá siendo para la humanidad el signo de la misericordia y de la ternura divinas. *********** En el misterio de la Visitación: el preludio de la misión del Salvador 1. En el relato de la Visitación, san Lucas muestra cómo la gracia de la Encarnación, después de haber inundado a María, lleva salvación y alegría a la casa de Isabel. El Salvador de los hombres oculto en el seno de su Madre, derrama el Espíritu Santo, manifestándose ya desde el comienzo de su venida al mundo. El evangelista, describiendo la salida de María hacia Judea, use el verbo anístemi, que significa levantarse, ponerse en movimiento. Considerando que este verbo se use en los evangelios pare indicar la resurrección de Jesús (cf. Mc 8, 31; 9, 9. 31; Lc 24, 7.46) o acciones materiales que comportan un impulso espiritual (cf. Lc 5, 2728; 15, 18. 20), podemos suponer que Lucas, con esta expresión, quiere subrayar el impulso vigoroso que lleva a María, bajo la inspiración del Espíritu Santo, a dar al mundo el Salvador. El texto evangélico refiere, además, que María realice el viaje "con prontitud" (Lc 1, 39). También la expresión "a la región montañosa" (Lc 1, 39), en el contexto lucano, es mucho más que una simple 21 indicación topográfica, pues permite pensar en el mensajero de la buena nueva descrito en el libro de Isaías: "¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae buenas nuevas, que anuncia salvación, que dice a Sión: 'Ya reina tu Dios'!" (Is 52, 7). Así como manifiesta san Pablo, que reconoce el cumplimiento de este texto profético en la predicación del Evangelio (cf. Rom 10, 15), así también san Lucas parece invitar a ver en María a la primera evangelista, que difunde la buena nueva, comenzando los viajes misioneros del Hijo divino. La dirección del viaje de la Virgen santísima es particularmente significativa: será de Galilea a Judea, como el camino misionero de Jesús (cf. Lc 9, 51). En efecto, con su visita a Isabel, María realiza el preludio de la misión de Jesús y, colaborando ya desde el comienzo de su maternidad en la obra redentora del Hijo, se transforma en el modelo de quienes en la Iglesia se ponen en camino para llevar la luz y la alegría de Cristo a los hombres de todos los lugares y de todos los tiempos. El encuentro con Isabel presenta rasgos de un gozoso acontecimiento salvífico, que supera el sentimiento espontaneo de la simpatía familiar. Mientras la turbación por la incredulidad parece reflejarse en el mutismo de Zacarías, María irrumpe con la alegría de su fe pronta y disponible: "Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel" (Lc 1, 40). San Lucas refiere que "cuando oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno" (Lc 1, 41). El saludo de María suscita en el hijo de Isabel un salto de gozo: la entrada de Jesús en la casa de Isabel, gracias a su Madre, transmite al profeta que nacerá la alegría que el Antiguo Testamento anuncia como signo de la presencia del Mesías. Ante el saludo de María, también Isabel sintió la alegría mesiánica y "quedó llena de Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: 'Bendita tu entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno'" (Lc 1, 4142). En virtud de una iluminación superior, comprende la grandeza de María que, más que Yael y Judit, quienes la prefiguraron en el Antiguo Testamento, es bendita entre las mujeres por el fruto de su seno, Jesús, el Mesías. 22 La exclamación de Isabel "con gran voz" manifiesta un verdadero entusiasmo religioso, que la plegaria del Avemaría sigue haciendo resonar en los labios de los creyentes, como cántico de alabanza de la Iglesia por las maravillas que hizo el Poderoso en la Madre de su Hijo. Isabel, proclamándola "bendita entre las mujeres" indica la razón de la bienaventuranza de María en su fe: "¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!" (Lc 1, 45). La grandeza y la alegría de María tienen origen en el hecho de que ella es la que cree. Ante la excelencia de María, Isabel comprende también qué honor constituye pare ella su visita: "De dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí?" (Lc 1, 43). Con la expresión "mi Señor", Isabel reconoce la dignidad real, más aun, mesiánica, del Hijo de María. En efecto, en el Antiguo Testamento esta expresión se usaba pare dirigirse al rey (cf. IR 1, 13, 20, 21, etc.) y hablar del reymesías (Sal 110, 1). El ángel había dicho de Jesús: "EI Señor Dios le dará el trono de David, su padre" (Lc 1, 32). Isabel, "llena de Espíritu Santo", tiene la misma intuición. Más tarde, la glorificación pascual de Cristo revelará en qué sentido hay que entender este título, es decir, en un sentido trascendente (cf. Jn 20, 28; Hch 2, 3436). Isabel, con su exclamación llena de admiración, nos invita a apreciar todo lo que la presencia de la Virgen trae como don a la vida de cada creyente. En la Visitación, la Virgen lleva a la madre del Bautista el Cristo, que derrama el Espíritu Santo. Las mismas palabras de Isabel expresan bien este papel de mediadora: "Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo saltó de gozo el niño en mi seno" (Lc 1, 44). La intervención de María produce, junto con el don del Espíritu Santo, como un preludio de Pentecostés, confirmando una cooperación que, habiendo empezado con la Encarnación, esta destinada a manifestarse en toda la obra de la salvación divina. *********** En el Magníficat María celebra la obra admirable de Dios 23 1. María, inspirándose en la tradición del Antiguo Testamento, celebra con el cántico del Magníficat las maravillas que Dios realizó en ella. Ese cántico es la respuesta de la Virgen al misterio de la Anunciación: el ángel la había invitado a alegrarse; ahora María expresa el jubilo de su espíritu en Dios, su salvador. Su alegría nace de haber experimentado personalmente la mirada benévola que Dios le dirigió a ella, criatura pobre y sin influjo en la historia. Con la expresión Magníficat, versión latina de una palabra griega que tenía el mismo significado, se celebra la grandeza de Dios, que con el anuncio del ángel revela su omnipotencia, superando las expectativas y las esperanzas del pueblo de la alianza e incluso los mas nobles deseos del alma humana. Frente al Señor, potente y misericordioso, María manifiesta el sentimiento de su pequeñez: «Proclama mi alma la grandeza del Señor; se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava» (Lc 1, 4648). Probablemente, el término griego tapeinosis esta tomado del cántico de Ana, la madre de Samuel. Con él se señalan la «humillación» y la «miseria» de una mujer estéril (cf. 1S 1, 11), que encomienda su pena al Señor. Con una expresión semejante, María presenta su situación de pobreza y la conciencia de su pequeñez ante Dios que, con decisión gratuita, puso su mirada en ella, joven humilde de Nazaret, llamándola a convertirse en la madre del Mesías. 2. Las palabras «desde ahora me felicitaran todas las generaciones» (Lc 1, 48) toman como punto de partida la felicitación de Isabel, que fue la primera en proclamar a María «dichosa» (Lc 1, 45). E1 cántico, con cierta audacia, predice que esa proclamación se irá extendiendo y ampliando con un dinamismo incontenible. Al mismo tiempo, testimonia la veneración especial que la comunidad cristiana ha sentido hacia la Madre de Jesús desde el siglo I. El Magníficat constituye la primicia de las diversas expresiones de culto, transmitidas de generación en generación, con las que la Iglesia manifiesta su amor a la Virgen de Nazaret. 3. «El Poderoso ha hecho obras grandes por mí, su nombre es santo y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación» (Lc 1, 4950). ¿Que son esas «obras grandes» realizadas en María por el Poderoso? La expresión aparece en el Antiguo Testamento para indicar la liberación del pueblo de Israel de Egipto o de Babilonia. En el 24 Magníficat se refiere al acontecimiento misterioso de la concepción virginal de Jesús, acaecido en Nazaret después del anuncio del ángel. En el Magníficat, cántico verdaderamente teológico porque revela la experiencia del rostro de Dios hecha por María, Dios no sólo es el Poderoso, pare el que nada es imposible, como había declarado Gabriel (cf. Lc 1, 37), sino también el Misericordioso, capaz de ternura y fidelidad para con todo ser humano. 4. «Él hace proezas con su brazo; dispersa a los soberbios de corazón; derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes; a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos» (Lc 1, 5153). Con su lectura sapiencial de la historia, María nos lleva a descubrir los criterios de la misteriosa acción de Dios. El Señor, trastrocando los juicios del mundo, viene en auxilio de los pobres y los pequeños, en perjuicio de los ricos y los poderosos, y, de modo sorprendente, colma de bienes a los humildes, que le encomiendan su existencia (cf. Redemptoris Mater, 37). Estas palabras del cántico, a la vez que nos muestran en María un modelo concreto y sublime, nos ayudan a comprender que lo que atrae la benevolencia de Dios es sobre todo la humildad del corazón. 5. Por ultimo, el cántico exalta el cumplimiento de las promesas y la fidelidad de Dios hacia el pueblo elegido: «Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abraham y su descendencia por siempre» (Lc 1, 5455). María, colmada de dones divinos, no se detiene a contemplar solamente su caso personal, sino que comprende que esos dones son una manifestación de la misericordia de Dios hacia todo su pueblo. En ella Dios cumple sus promesas con una fidelidad y generosidad sobreabundantes. El Magníficat, inspirado en el Antiguo Testamento y en la espiritualidad de la hija de Sión, supera los textos proféticos que están en su origen, revelando en la «llena de gracia» el inicio de una intervención divina que va mas allá de las esperanzas mesiánicas de Israel: el misterio santo de la Encarnación del Verbo. 25 *********** María en el nacimiento de Jesús 1. En la narración del nacimiento de Jesús, el evangelista Lucas refiere algunos datos que ayudan a comprender mejor el significado de ese acontecimiento. Ante todo, recuerda el censo ordenado por César Augusto, que obliga a José, «de la casa y familia de David», y a María, su esposa, a dirigirse «a la ciudad de David, que se llama Belén» (Lc 2, 4). Al informarnos acerca de las circunstancias en que se realizan el viaje y el parto, el evangelista nos presenta una situación de austeridad y de pobreza, que permite vislumbrar algunas características fundamentales del reino mesiánico: un reino sin honores ni poderes terrenos, que pertenece a Aquel que, en su vida pública, dirá de sí mismo: «El Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza» (Lc 9, 58). 2. El relato de san Lucas presenta algunas anotaciones, aparentemente poco importantes, con el fin de estimular al lector a una mayor comprensión del misterio de la Navidad y de los sentimientos de la Virgen al engendrar al Hijo de Dios. La descripción del acontecimiento del parto, narrado de forma sencilla, presenta a María participando intensamente en lo que se realiza en ella: «Dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre» (Lc 2, 7). La acción de la Virgen es el resultado de su plena disponibilidad a cooperar en el plan de Dios, manifestada ya en la Anunciación con su «Hágase en mí según tu voluntad» (Lc 1, 38). María vive la experiencia del parto en una situación de suma pobreza: no puede dar al Hijo de Dios ni siquiera lo que suelen ofrecer las madres a un recién nacido; por el contrario, debe acostarlo «en un pesebre», una cuna improvisada que contrasta con la dignidad del «Hijo del Altísimo». 3. El evangelio explica que «no había sitio pare ellos en el alojamiento» (Lc 2, 7). Se trata de una afirmación que, recordando el texto del prólogo de san Juan: «Los suyos no lo recibieron» (Jn 1, 11), casi anticipa los numerosos rechazos que Jesús sufrirá en su vida terrena. La expresión «para ellos» indica un rechazo tanto para el Hijo como para su Madre y muestra que María ya estaba asociada al 26 destino de sufrimiento de su Hijo y era partícipe de su misión redentora. Jesús, rechazado por los «suyos», es acogido por los pastores, hombres rudos y no muy bien considerados, pero elegidos por Dios para ser los primeros destinatarios de la buena nueva del nacimiento del Salvador. El mensaje que el ángel les dirige es una invitación a la alegría: «Os anuncio una gran alegría que lo será para todo el pueblo» (Lc 2 10), acompañada por una exhortación a vencer todo miedo: «No temáis». En efecto, la noticia del nacimiento de Jesús representa para ellos, como para María en el momento de la Anunciación, el gran signo de la benevolencia divina hacia los hombres. En el divino Redentor, contemplado en la pobreza de la cueva de Belén, se puede descubrir una invitación a acercarse con confianza a Aquel que es la esperanza de la humanidad. El cántico de los ángeles: «Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres en quienes él se complace», que se puede traducir también por «los hombres de la benevolencia» (Lc 2, 14), revela a los pastores lo que María había expresado en su Magníficat el nacimiento de Jesús es el signo del amor misericordioso de Dios, que se manifiesta especialmente hacia los humildes y los pobres. 4. A la invitación del ángel los pastores responden con entusiasmo y prontitud: «Vayamos, pues, hasta Belén y veamos lo que ha sucedido y el Señor nos ha manifestado» (Lc 2, 15). Su búsqueda tiene éxito: «Encontraron a María y a José, y al niño» (Lc 2, 16). Como nos recuerda el Concilio, «la Madre de Dios muestra con alegría a los pastores (...) a su Hijo primogénito» (Lumen gentium, 57). Es el acontecimiento decisivo para su vida. El deseo espontaneo de los pastores de referir «lo que les habían dicho acerca de aquel niño» (Lc 2, 17), después de la admirable experiencia del encuentro con la Madre y su Hijo, sugiere a los evangelizadores de todos los tiempos la importancia, más aún, la necesidad de una profunda relación espiritual con María, que permita conocer mejor a Jesús y convertirse en heraldos jubilosos de su Evangelio de salvación. Frente a estos acontecimientos extraordinarios, san Lucas nos dice que María «guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón» (Lc 2, 19). Mientras los pastores pasan del miedo a la admiración y a la alabanza, la Virgen, gracias a su fe, mantiene vivo 27 el recuerdo de los acontecimientos relativos a su Hijo y los profundiza con el método de la meditación en su corazón, o sea, en el núcleo más íntimo de su persona. De ese modo, ella sugiere a otra madre, la Iglesia, que privilegie el don y el compromiso de la contemplación y de la reflexión teológica, para poder acoger el misterio de la salvación, comprenderlo más y anunciarlo con mayor impulso a los hombres de todos los tiempos. ************ María, Madre de Dios 1. La contemplación del misterio del nacimiento del Salvador ha impulsado al pueblo cristiano no sólo a dirigirse a la Virgen santísima como a la Madre de Jesús, sino también a reconocerla como Madre de Dios. Esa verdad fue profundizada y percibida, ya desde los primeros siglos de la era cristiana, como parte integrante del patrimonio de la fe de la Iglesia, hasta el punto de que fue proclamada solemnemente en el año 431 por el concilio de Éfeso. En la primera comunidad cristiana, mientras crece entre los discípulos la conciencia de que Jesús es el Hijo de Dios, resulta cada vez más claro que María es la Theotokos, la Madre de Dios. Se trata de un título que no aparece explícitamente en los textos evangélicos, aunque en ellos se habla de la «Madre de Jesús» y se afirma que él es Dios (Jn 20, 28, cf. 5, 18, 10, 30. 33). Por lo demás, presentan a María como Madre del Emmanuel, que significa Dios con nosotros (cf. Mt 1, 2223). Ya en el siglo III, como se deduce de un antiguo testimonio escrito, los cristianos de Egipto se dirigían a María con esta oración: «Bajo tu amparo nos acogemos, santa Madre de Dios: no desoigas la oración de tus hijos necesitados; líbranos de todo peligro, oh siempre Virgen gloriosa y bendita» (Liturgia de las Horas). En este antiguo testimonio aparece por primera vez de forma explícita la expresión Theotokos, «Madre de Dios». En la mitología pagana a menudo alguna diosa era presentada como madre de algún dios. Por ejemplo, Zeus, dios supremo, tenía por madre a la diosa Rea. Ese contexto facilitó, tal vez, en los cristianos el uso del título Theotokos, «Madre de Dios», para la madre de Jesús. Con todo, conviene notar que este título no existía, sino que fue creado por los cristianos para expresar una fe que no tenía nada que ver con la mitología pagana, la fe en la 28 concepción virginal, en el seno de María, de Aquel que era desde siempre el Verbo eterno de Dios. 2. En el siglo IV, el término Theotokos ya se usa con frecuencia tanto en Oriente como en Occidente. La piedad y la teología se refieren cada vez mas a menudo a ese termino, que ya había entrado a formar parte del patrimonio de fe de la Iglesia. Por ello se comprende el gran movimiento de protesta que surgió en el siglo V cuando Nestorio puso en duda la legitimidad del título «Madre de Dios». En efecto, al pretender considerar a María sólo como madre del hombre Jesús, sostenía que sólo era correcta doctrinalmente la expresión «Madre de Cristo». Lo que indujo a Nestorio a ese error fue la dificultad que sentía para admitir la unidad de la persona de Cristo y su interpretación errónea de la distinción entre las dos naturalezas -divina y humana- presentes en él. El concilio de Éfeso, en el año 431, condenó sus tesis y, al afirmar la subsistencia de la naturaleza divina y de la naturaleza humana en la única persona del Hijo, proclamó a María Madre de Dios. 3. Las dificultades y las objeciones planteadas por Nestorio nos brindan la ocasión de hacer algunas reflexiones útiles para comprender e interpretar correctamente ese titulo. La expresión Theotokos, que literalmente significa «la que ha engendrado a Dios», a primera vista puede resultar sorprendente, pues suscita la pregunta: ¿cómo es posible que una criatura humana engendre a Dios? La respuesta de la fe de la Iglesia es clara: la maternidad divina de María se refiere solo a la generación humana del Hijo de Dios y no a su generación divina. El Hijo de Dios fue engendrado desde siempre por Dios Padre y es consustancial con él. Evidentemente, en esa generación eterna María no intervino para nada. Pero el Hijo de Dios, hace dos mil años, tomó nuestra naturaleza humana y entonces María lo concibió y lo dio a luz. Así pues, al proclamar a María «Madre de Dios», la Iglesia desea afirmar que ella es la «Madre del Verbo encarnado, que es Dios». Su maternidad, por tanto, no atañe a toda la Trinidad, sino únicamente a la segunda Persona, al Hijo, que, al encarnarse, tomó de ella la naturaleza humana. La maternidad es una relación entre persona y persona: una madre no es madre sólo del cuerpo o de la criatura física que sale de su seno, sino de la persona que engendra. Por ello, María al haber 29 engendrado según la naturaleza humana a la persona de Jesús, que es persona divina, es Madre de Dios. 4. Cuando proclama a María «Madre de Dios», la Iglesia profesa con una única expresión su fe en el Hijo y en la Madre. Esta unión aparece ya en el concilio de Éfeso; con la definición de la maternidad divina de María los padres querían poner de relieve su fe en la divinidad de Cristo. A pesar de las objeciones, antiguas y recientes, sobre la oportunidad de reconocer a María ese título, los cristianos de todos los tiempos, interpretando correctamente el significado de esa maternidad, la han convertido en expresión privilegiada de su fe en la divinidad de Cristo y de su amor a la Virgen. En la Theotokos la Iglesia, por una parte, encuentra la garantía de la realidad de la Encarnación, porque, como afirma san Agustín, «si la Madre fuera ficticia, sería ficticia también la carne (...) y serían ficticias también las cicatrices de la resurrección» (Tract. in Ev. Ioannis, 8, 67). Y, por otra, contempla con asombro y celebra con veneración la inmensa grandeza que confirió a María Aquel que quiso ser hijo suyo. La expresión «Madre de Dios» nos dirige al Verbo de Dios, que en la Encarnación asumió la humildad de la condición humana para elevar al hombre a la filiación divina. Pero ese título, a la luz de la sublime dignidad concedida a la Virgen de Nazaret, proclama también la nobleza de la mujer y su altísima vocación. En efecto, Dios trata a María como persona libre y responsable y no realiza la encarnación de su Hijo sino después de haber obtenido su consentimiento. Siguiendo el ejemplo de los antiguos cristianos de Egipto, los fieles se encomiendan a Aquella que, siendo Madre de Dios, puede obtener de su Hijo divino las gracias de la liberación de los peligros y de la salvación eterna. ************ María, educadora del Hijo de Dios 1. Aunque se realizó por obra del Espíritu Santo y de una Madre Virgen, la generación de Jesús, como la de todos los hombres paso por las fases de la concepción, la gestación y el parto. Además, la maternidad de María no se limito exclusivamente al proceso biológico de la generación, sino que, al igual que sucede en el caso de cualquier otra madre, también contribuyó de forma esencial al crecimiento y desarrollo de su hijo. 30 No sólo es madre la mujer que da a luz un niño, sino también la que lo cría y lo educa; más aún, podemos muy bien decir que la misión de educar es según el plan divino, una prolongación natural de la procreación. María es Theotokos no sólo porque engendró y dio a luz al Hijo de Dios, sino también porque lo acompañó en su crecimiento humano. 2. Se podría pensar que Jesús, al poseer en sí mismo la plenitud de la divinidad, no tenía necesidad de educadores. Pero el misterio de la Encarnación nos revela que el Hijo de Dios vino al mundo en una condición humana totalmente semejante a la nuestra, excepto en el pecado (cf. Hb 4, 15). Como acontece con todo ser humano, el crecimiento de Jesús, desde su infancia hasta su edad adulta (cf. Lc 2, 40), requirió la acción educativa de sus padres. El evangelio de san Lucas, particularmente atento al periodo de la infancia, narra que Jesús en Nazaret se hallaba sujeto a José y a María (cf. Lc 2, 51). Esa dependencia nos demuestra que Jesús tenía la disposición de recibir y estaba abierto a la obra educativa de su madre y de José, que cumplían su misión también en virtud de la docilidad que él manifestaba siempre. 3. Los dones especiales, con los que Dios había colmado a María, la hacían especialmente apta para desempeñar la misión de madre y educadora. En las circunstancias concretas de cada día, Jesús podía encontrar en ella un modelo para seguir e imitar, y un ejemplo de amor perfecto a Dios y a los hermanos. Además de la presencia materna de María, Jesús podía contar con la figura paterna de José, hombre justo (cf. Mt 1, 19), que garantizaba el necesario equilibrio de la acción educadora. Desempeñando la función de padre, José cooperó con su esposa para que la casa de Nazaret fuera un ambiente favorable al crecimiento y a la maduración personal del Salvador de la humanidad. Luego, al enseñarle el duro trabajo de carpintero, José permitió a Jesús insertarse en el mundo del trabajo y en la vida social. 4. Los escasos elementos que el evangelio ofrece no nos permiten conocer y valorar completamente las modalidades de la acción pedagógica de María con respecto a su Hijo divino. Ciertamente ella fue, junto con José, quien introdujo a Jesús en los ritos y prescripciones de Moisés, en la oración al Dios de la alianza mediante el uso de los salmos y en la historia del pueblo de Israel, centrada en 31 el éxodo de Egipto. De ella y de José aprendió Jesús a frecuentar la sinagoga y a realizar la peregrinación anual a Jerusalén con ocasión de la Pascua. Contemplando los resultados, ciertamente podemos deducir que la obra educativa de María fue muy eficaz y profunda, y que encontró en la psicología humana de Jesús un terreno muy fértil. 5. La misión educativa de María, dirigida a un hijo tan singular, presenta algunas características particulares con respecto al papel que desempeñan las demás madres. Ella garantizó solamente las condiciones favorables para que se pudieran realizar los dinamismos y los valores esenciales del crecimiento, ya presentes en el hijo. Por ejemplo, el hecho de que en Jesús no hubiera pecado exigía de María una orientación siempre positiva, excluyendo intervenciones encaminadas a corregir. Además, aunque fue su madre quien introdujo a Jesús en la cultura y en las tradiciones del pueblo de Israel, será el quien revele, desde el episodio de su pérdida y encuentro en el templo, su plena conciencia de ser el Hijo de Dios, enviado a irradiar la verdad en el mundo, siguiendo exclusivamente la voluntad del Padre. De «maestra» de su Hijo, María se convirtió así en humilde discípula del divino Maestro, engendrado por ella. Permanece la grandeza de la tarea encomendada a la Virgen Madre: ayuda a su Hijo Jesús a crecer, desde la infancia hasta la edad adulta, «en sabiduría, en estatura y en gracia» (Lc 2, 52) y a formarse para su misión. María y José aparecen, por tanto, como modelos de todos los educadores. Los sostienen en las grandes dificultades que encuentra hoy la familia y les muestran el camino para lograr una formación profunda y eficaz de los hijos. Su experiencia educadora constituye un punto de referencia seguro para los padres cristianos, que están llamados, en condiciones cada vez más complejas y difíciles, a ponerse al servicio del desarrollo integral de la persona de sus hijos, para que lleven una vida digna del hombre y que corresponda al proyecto de Dios. ********** MARIA II. MARIA Y LA OBRA DE LA REDENCION. 2 . CONCEPCIÓN INMACULADA 32 Basándonos en las palabras de la Bula Inef fabilis Deus con la que Pío IX (54) definió este privilegio mariano, podemos describirlo así: es aquel misterio de M. por el que reconocemos que fue preservada inmune de toda mancha de la culpa original, en el primer instante de su concepción, por singular gracia y privilegio de Dios Omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo Salvador del género humano. La idea, pues, de Inmaculada concepción de M. implica varios elementos entre los cuales hay que destacar como esenciales: a) la consideración de la humanidad entera como sometida al pecado original; b) una inmunidad del mismo y de todas sus consecuencias en M., por una singular gracia divina; c) esa inmunidad se realiza en el primer instante del ser de M.; y se realiza a modo de preservación de algo que no se contrae, y no de mera liberación de algo ya contraído. Añadamos, para completar esta descripción, que la palabra concepción, al hablar de este dogma, ha de ser tomada en sentido pasivo y no activo; es decir, se refiere no ya al acto mediante el cual los padres de M. La concibieran, sino a la prole concebida; a que Ella misma, desde el primer instante de su concepción, no tuvo pecado alguno. La historia extraordinariamente aleccionadora de este dogma, que no se definió solemnemente hasta 1854, muestra, por una parte, todas las fuertes implicaciones dogmáticas de la verdad que contiene, que no han podido ser puestas en claro explícitamente sino como resultado de un largo proceso; por otra, descubre un dinamismo vital como pocos. Es oportuno, pues, antes de un estudio de su intellectus f idei, advertir aquellas fases por las que ha discurrido la misma fe de la tradición católica. 1) Los datos bíblicos. Hasta hace poco tiempo, las modernas exégesis no estaban de acuerdo en torno al valor exegéticomariológico del llamado Protoevangelio (Gen 3,14-15); tal vez por una falta de método adecuado e integralmente católico para leer la S. E. Y de hecho algunos se contentaron con darle un simple sentido acomodaticio. Hoy generalmente los autores, tomando mayor conciencia del sentido pleno (y de la necesidad de utilizar la luz refleja del N. T. para leer el A. T.) reconocen un auténtico sentido mariológico de la mujer cuya descendencia (según esos versículos del Génesis) quebrantará la cabeza de la serpiente. La Bula Ineffabilis Deus, al tratar de los fundamentos del dogma que definía, sólo parecía aludir a un argumento patrístico-escriturístico; sin embargo, la Encíclica Fulgens corona de Pío XII (1953) dice con toda claridad: 33 «El fundamento de una tal doctrina se encuentra ya en la S. E., donde Dios Creador de todo, después de la caída lamentable de Adán se dirige a la serpiente tentadora y seductora con estas palabras (y cita a continuación el Protoevangelio)». En el N. T. no es ese texto el único fundamento bíblico del dogma que ahora exponemos. En el N. T. se encuentra también otro texto rico de plenitud: el «Ave, llena de gracia» (Le 1,28), así explicado por la Ineffabilis Deus: «con este singular y solemne saludo, nunca antes oído, se quiere significar que la Madre de Dios ha sido sede de todas las gracias divinas, adornada con todos los carismas del Espíritu Santo, y aun tesoro casi infinito y abismo inexhaurible de ellas, de manera que nunca estuvo sujeta a maldición». Nos encontramos, en suma, ante dos textos de enorme riqueza, en los que se expresa claramente no sólo la plena santidad de M., sino también que nunca estuvo sujeta al diablo. Así ha visto siempre la Iglesia a la Virgen. Es penetrando en el sentido pleno de esos textos como la Iglesia llegó a la formulación del dogma de la Inmaculada concepción con las palabras que antes mencionábamos. 2) El dogma de la Inmaculada a lo largo de la Tradición. ¿Cuándo y cómo la tradición católica ha logrado la penetración subjetiva de ese dogma, que se encontraba de ese modo implícito en las fuentes reveladas? Desde siempre, podríamos decir, si atendemos a la conciencia clara de la excelsitud de M. y su no sometimiento al diablo; a través de una lenta marcha de siglos, si nos referimos a la formulación explícita y refleja de lo que esa excelsitud y ese no sometimiento implican. Ese esfuerzo de siglos se comprende si tenemos presente que, a primera vista, podía parecer que el privilegio de la Inmaculada concepción se oponía a algunos dogmas cristológicos; Cristo es, en efecto, el único totalmente santo, en cuanto que su humanidad está santificada por la misma unión con la Persona divina (v. JESUCRISTO III, 2): nadie puede ser perfectamente santo como Cristo lo es. Además Cristo es el Redentor universal; afirmar, pues, la Inmaculada concepción de M. ¿no es estableceruna excepción a una regla, cuya derogación significaría una minusvaloración de la Redención de Cristo? a) Los testimonios patrísticos. Los textos patrísticos sobre la excelsitud de la santidad de M. son muy abundantes. No se puede olvidar, sin embargo, cuando se leen ciertos textos patrísticos, que la terminología acerca del pecado original, en los cuatro primeros siglos, 34 no tiene las líneas bien definidas que va a conseguir con ocasión de la reacción agustiniana frente a Pelagio (v.). Así no siempre podemos saber si la exención del pecado, de todo pecado, que tantos textos patrísticos proclaman, puede ser entendida y aplicada no sólo al pecado actual, sino también al pecado original. Lo cierto es que, de hecho, advertimos un progreso doctrinal en torno a la santidad de M. con ocasión de la polémica pelagiana, como lo refleja la siguiente frase de S. Agustín: «cuando se trate de pecados, no quiero referirme a la Virgen María». Pero, curiosamente, es entonces mismo cuando se abre un nuevo periodo de oscilaciones en torno a la Inmaculada concepción. En Oriente, en cambio, en la época bizantina surge toda una literatura «encomiástica» mariana, cuyas expresiones ensalzan la pureza y santidad de la Theotokos hasta el más alto grado posible en una criatura. La cultura religioso-popular, representada en los primitivos apócrifos marianos, nos da (ya en la primera mitad del s. ii) una figura de M. de eminente y singular santidad. Así, p. ej., en el Protoevangelio de Santiago se hace exclamar a M.: «Yo soy pura» (ed. BAC, 169); y en el Pseudo-Mateo aparece el anuncio de la milagrosa intervención divina en la concepción pasiva de M. (íb. 200201). Los apócrifos, pues, están suponiendo una eminente santidad y perfección moral de M. confesada y reconocida por el pueblo cristiano. Fueron las preocupaciones científicas, exegéticas o teológicas de algunos apologistas (S. Ireneo, Tertuliano, S. Hipólito) y de otros escritores alejandrinos, capadocios y antioquenos (Orígenes, S. Cirilo, S. Basilio, S. Juan Crisóstomo) lo que les hizo, de vez en vez, desdibujar ciertos aspectos de la figura de la Virgen. Es ahí donde surge la primera contraposición entre la fe popular y la fe culta, que tanto había de manifestarse posteriormente en la historia del dogma de la Inmaculada concepción. Así aparece en la interpretación «culta» de ciertos textos mariológicos evangélicos, p. ej., Le 2,35. Una interpretación, que inicia Orígenes, parece atribuir algún defecto moral a la Virgen. En Occidente, algunos escritores de finales del s. IV (S. Hilario, Ambrosiaster, S. Paulino de Nola) se hicieron eco también de esa interpretación. No hay que olvidar, sin embargo, que, tanto en Oriente como en Occidente, junto a esos textos patrísticos que podríamos calificar de negativos, se encuentran otros bien explícitos sobre la suma perfección moral que es necesario atribuir a la Theotokos, y eso en los mismos autores; así, en Orígenes, S. Atanasio, S. Cirilo de Alejandría, etc. Dice, p. ej., S. Efrén: «Tú (Cristo) y tu Madre, sólo vosotros ciertamente sois completa e 35 integralmente hermosos. No hay en Ti, oh Señor, y tampoco en tu Madre, mancha alguna» (Ed. Bickell, 123). Textos parecidos son especialmente frecuentes desde el Conc. de Éfeso (431; v.) en adelante. ¿Están esos textos realmente suponiendo una santidad que excluye, no solamente el pecado actual, sino también el original? No es fácil dar siempre una respuesta decisiva: la insuficiente evolución terminológica en torno al dogma del pecado original lo impide. El caso más notable lo constituyen los dos célebres lugares agustinianos: De natura et gratia, 36,42 (PL 44,267) y Opus imperfectum contra Julianum, IV,122 (PL 45,1418). El primero dice: «Exceptuando, pues, la Santa Virgen María, a la que por el honor del Señor no quiero referirme de ningún modo... ». Y el segundo: «No entregamos a María al Diablo a causa de su condición (natural) de nacer; sino que (decimos) que esa misma condición de nacer se quita (solvitur) por la gracia de renacer». Los autores no están de acuerdo sobre si S. Agustín, en esos textos, defiende o niega la Inmaculada Concepción de la siempre Virgen María; porque el primer texto es decisivo para la exclusión de todo pecado actual; pero no lo es para el pecado original; y el segundo puede interpretarse como si afirmara la contracción por M. del pecado original, al nacer de un modo natural como los demás hombres, y luego la liberación de ese pecado original por la «gracia de renacer», como los demás hombres bautizados. Era, pues, necesaria una mayor explicitación de este dogma. b) La teología medieval. En la Edad Media, el dogma pasa por vicisitudes muy interesantes. Una fiesta sobre la Concepción de la Madre de Dios se empieza a celebrar en Oriente al principio del s. VII y se hace general en el impero bizantino en el s. IX. Esta fiesta pasa a Occidente, y aparece a mediados del s. IX en el sur de Italia; y, un poco más tarde, en Irlanda e Inglaterra (para más datos, v. IV, 2). El objeto de la fiesta es claramente la veneración de la santidad con que se realiza la concepción de M.; pero no está claro todavía si al hablar de concepción esa fiesta se refiere a la concepción realmente tal, o hay que referirla a una santificación antes de nacer, sin que se determine el momento. Lo cierto es que la celebración esporádica de esta fiesta en Occidente, sobre todo cuando pasa a Francia, va a dar ocasión a disputas que determinan bien pronto su objeto teológico. No deja de ser curioso que sea precisamente S. Bernardo, cuya devoción mariana es bien conocida, quien en su célebre Carta a los canónigos de Lyon, no sólo repruebe la celebración misma de la fiesta, sino que dé razones teológicas contra ello. Lo mismo harán los grandes escolásticos: Alejandro de Hales, S. Buenaventura, S. 36 Alberto Magno, S. Tomás de Aquino. He aquí, p. ej., la argumentación de este último: «... si el alma de la Virgen bienaventurada nunca hubiera sido contaminada por el pecado original, esto derogaría a la dignidad de Cristo, en cuanto Salvador universal de todos» (Sum. Th. 3 q27 a2 ad2). S. Tomás es favorable a que se celebre la fiesta de la Concepción de M., pero añade: «... cuando se celebra la fiesta de la Concepción, se quiere decir que en su concepción fue santa; pero, como se ignora en qué tiempo fue santificada, lo que se celebra es la fiesta de su santificación, más que de su concepción» (íb. ad3). La cuestión, pues, parecía absolutamente dogmática a los grandes maestros de la Escolástica. Sin embargo (antes de Escoto) Raimundo Lulio y Guillermo de la Ware ya habían presentado unos principios de solución, que aquél haría triunfar. No se puede recusar a Escoto esta gloria de haber abierto el camino, primero, a las grandes controversias que van a seguir, y después, a la definición misma. La argumentación de Escoto, tanto en el Opus Oxoniense, como en los Reportata de París, es simple: Cristo, perfectísimo Redentor, «tenía que» haber hallado un modo perfectísimo de redimir a su Madre, no sólo del pecado actual, sino también del pecado original, que fuera tan glorioso para Él como para su Madre. Este modo consistía en una «preservación», realizada por la gracia de Dios, en previsión de los méritos de Cristo; y llevada a cabo en el mismo momento de la unión del alma con el cuerpo. De ese modo no habría nada querepugnara al dogma, ni de la absoluta y única perfección de Cristo (puesto que todo ello era una gracia en M.) ni de la universalidad de la redención (ya que ésta no exige ser necesariamente liberativa). Escoto, en sus obras, pretende sólo establecer la posibilidad de la Inmaculada concepción, sin atraverse a afirmar tajantemente el hecho; pero es de una importancia trascendental, ya que despeja el obstáculo mayor que se ofrecía a clara_ afirmación de lo que la piedad cristiana ya profesaba. Las grandes controversias que se siguen llevan primero a la importante declaración del Conc. de Basilea (1439) que proclama la doctrina sobre la Inmaculada concepción como: «piadosa, conforme al culto de la Iglesia, a la fe católica, a la recta razón y a la Sagrada Escritura». El carácter cismático de ese Conc. privó a esa declaración de su eficacia. Pero desde entonces la doctrina se abre camino. Sixto IV aprueba (1476) la fiesta litúrgica por la Constitución Cum Praeexcelsa (Denz.Sch. 1400); y por la Grave nimis prohibe que los controversistas se llamen mutuamente herejes. Muchas Universidades hacen el juramento de defender la doctrina: París en 1497, Colonia en 1499, Viena en 1501, Barcelona, Granada, Alcalá, Baeza, Osuna, Santiago, Toledo y Zaragoza en 1617, Salamanca en 1618, Coimbra y Evora en 1662. El Conc. de Trento da un nuevo paso, declarando en el decreto sobre el pecado original que no quiere 37 comprender en él «a la bienaventurada e inmaculada Virgen María» (Denz.Sch. 1516). Clemente XI (1700-21), en 1708, extiende e impone la fiesta a la Iglesia universal. Todo estaba, pues, preparado para el paso decisivo de Pío IX; quien, después de los estudios convenientes y de la petición de pareceres al episcopado católico, define finalmente el dogma en la Bula Ineffabilis Deus del 8 dic. 1854, en los términos que ya indicábamos al principio (cfr. Denz.Sch. 2800-2804). 3) Exposición sintética. Las palabras definitorias de la Bula Ineffabilis Deus nos dan ya adecuadamente la síntesis de este dogma. Intentemos sólo aplicarlas y encuadrarlas, haciendo también referencia a la teología más actual. En la base misma de toda profundización en este dogma está la comprensión del tema del pecado original. No es éste el lugar para detenernos en la exposición de esa doctrina, ni en un análisis de las últimas investigaciones al respecto (v. PECADO III, 2). La Bula Ineffabilis Deus, con fórmula amplísima, dice: «Preservada inmune de toda mancha de culpa de pecado original». Con lo que se afirma que M. ha estado exenta no sólo del mismo pecado original, sino de cualquier consecuencia suya, tanto en el orden de la naturaleza, cuanto en el de la persona. Esto último -la exención de las consecuencias del pecado original- hay que entenderlo de modo pleno en la línea del derecho, y de modo matizado en la línea del hecho; es decir, M. al estar exenta del pecado original, no contrae ninguna de sus consecuencias, pero, análogamente a Cristo, asume algunas de ellas (las que no tienen un carácter directamente pecaminoso), según la disposición divina sobre su función corredentora. Detallemos más estas afirmaciones: a) En primer lugar, M. ha sido exenta de todo pecado actual, como ya decía el Conc. de Trento (Denz.Sch. 1273) y no ha tenido tampoco imperfección ninguna ni de tipo moral, ni de tipo natural. b) ¿Se puede afirmar de M. que no sólo no pecó, sino que fue impecable? Creemos que debe responderse que sí, siempre que se añada la necesaria distinción con Cristo: Éste fue impecable por naturaleza, M. por gracia, la gracia tan singular y única de su maternidad divina (v. 1). M. no ha tenido inclinación ninguna desordenada; no ha podido sufrir verdaderas tentaciones internas (v. TENTACIÓN); no ha tenido apetito alguno desordenado; ni pasión alguna fuera del orden de la 38 razón; lo que el Conc. Tridentino, siguiendo el lenguaje bíblico, llama concupiscencia (que no es pecado en sí mismo, pero es un signo de él) tampoco existía en la Virgen. Nada, pues, que diga relación alguna con el pecado, tuvo que ver con esta criatura única, ni en cuanto culpa, ni en cuanto pena. c) Los teólogos se han preguntado, además, si, al menos, M. ha tenido el llamado débito del pecado; es decir: si, aunque estuvo exenta de él, hay que reconocer que, en cuanto descendiente de Adán, debió incurrir en el pecado original. La controversia, ya antigua, volvió a encenderse viva a mediados del s. XX, principalmente en el Congreso Mariano nacional de Zaragoza y en el Internacional de Roma, ambos en 1954. Un grupo de teólogos sostiene que es necesario, al menos, admitir ese débito, para salvar la realidad de la redención de M. por Cristo. Otro grupo defiende que plantear así la cuestión es mantenerse en un equívoco permanente, y retrotrae indebidamente la cuestión a estadios ya superados por la misma Bula Ineffabilis Deus. La definición dogmática parece en efecto exigir que se exima a la Inmaculada de toda mancha de pecado original; y en la idea de mancha no puede menos de entrar ese débito. Porque el débito de pecado original, si de algún modo arroja sobre la Virgen una «mancha», debe ser excluido, según la Bula; y si no, ¿para qué mantener ese quimérico concepto que está enturbiando el mismo dogma? Los defensores de la sentencia del débito no se dan cuenta de que siguen empleando, aplicado ahora a la cuestión del débito, el mismo falso procedimiento, anterior a la definición: la afirman propier Izonorem Domini, para afirmar la dependencia de M. con respecto a la gracia de Cristo. Ahora bien, la respuesta que excluye el débito es la misma que excluyó el pecado: el perfectísimo Redentor está exigiendo, también aquí, una especial y perfectísima redención para su Madre. La redención de M., para ser verdadera, no tiene por qué hacer relación a un pecado -cualquier clase de pecadodel que tuviera que ser exenta, ni siquiera por redención preservativa; basta con que, de un modo real, haga relación al pecado en los otros. Por este camino hay tránsito seguro desde la Corredentora a la Inmaculada, y viceversa. d) Obviamente, la Inmaculada concepción no es simplemente una preservación de pecado, es decir, algo meramente negativo, sino algo positivo. Una mera preservación, por lo demás, no se da en el orden actual del hombre elevado a lo sobrenatural: la exención o liberación del pecado presupone la gracia. La Inmaculada concepción es, ante todo, una gracia, absolutamente singular y cualificada. Su singularidad afecta a múltiples órdenes: Primero, en cuanto al momento de la infusión: los demás hijos de Eva pasamos de un 39 estado de privación de una gracia debida, a otro estado de gracia infundida por el bautismo regenerador; en M., como dice la misma Bula Ineffabilis Deus, la gracia se adelantó a la naturaleza; ya que su santificación sucedió «en el primer instante de su concepción». Esto quiere decir que M. no vino a la existencia en un estado de privación, sino en un estado de gracia. Naturalmente que, pensados los momentos lógicos, primero es ser (realidad natural), que ser elevado al orden sobrenatural de la gracia. Pero en la realidad, concreta y existencial, tal como se dio en M. -y según la mayoría de los teólogos, en el estado de justicia original de los primeros padres (v. PECADO III, 2)-, esos diversos aspectos se dieron simultáneamente. Nunca, pues, existió M. sin gracia. ¿De qué naturaleza era esta gracia? Se trata, en primer lugar, de una gracia crística, que depende de Cristo, como lo afirma la Bula Ineffabilis Deus. Esta gracia informó de tal modo todo el ser de M., que no sólo impidió todas las consecuencias del pecado original, sino que realizó en ella aquella rectitud de justicia verdaderamente original que Dios otorgó a nuestros primeros padres. En la gracia de M. concebida sin pecado, se realiza lo que algunos bizantinos llamaron el nuevo Paraíso de Dios, es decir, la creación renovada, la nueva criatura. Porque efectivamente, en la Inmaculada, todo volvía a recobrar su prístino sentido y a tener la armonía querida por Dios al crear al hombre. Había, pues, en M. una perfecta rectitud y sumisión de la parte inferior a la superior y de ésta a Dios. Había aquella lucidez de inteligencia y aquel vigor primitivo de su privilegiada persona que recibían, en la mejor adaptación y disponibilidad, todo el orden sobrenatural que Dios volcaba en Ella. La conclusión es que el dogma de la Inmaculada concepción obliga a pensar la psicología de M. de acuerdo con unos criterios excepcionales en relación con nosotros, pero normales desde la relación que Ella misma tenía con Dios. Una reflexión teológica sobre M. que la coloque, si no en la anormalidad, al menos en una normalidad entendida como reducción a nuestra pura experiencia, sería tremendamente equivocada. e) La gracia de la Inmaculada concepción, ¿traía, pues, consigo, de derecho, los dores que se suelen llamar preternaturales: inmortalidad, impasibilidad? Parece que hay que responder que sí, aunque matizadamente. Ya que, en primer lugar, y aunque, en abstracto, la persona humana sea constitucionalmente mortal, pasible y corruptible, históricamente, nuestros primeros padres recibieron, en su primera existencia, una gracia que producía esos dones normalmente. Adán los perdió para sí y su posteridad, por razón del pecado (v. PECADO Y JUSTICIA ORIGINALES). M., al estar inmune del pecado, no estaba sometida a esa pérdida; y, en ese sentido, de 40 derecho, estaba inmune del dolor, muerte, etc., pero oeconomica ratione, dispensative, es decir, por disposición divina, podía ceder de su derecho y, como Cristo, vivir en la posibilidad para los fines corredentores a que Dios la destinaba. Sobre el tema de si M. conoció o no la muerte, se tratará más directamente al hablar de la Asunción (v. 5). f) Podemos, finalmente, preguntarnos: la gracia de M., que brilla en la Inmaculada concepción, ¿es específicamente igual a la nuestra? Es decir: ¿es una gracia de adopción de hijos en el Espíritu Santo? A esto ya respondimos al tratar de la gracia de la Maternidad divina (v. 1). Aquí sólo es necesario poner en íntima relación la gracia de la Inmaculada concepción con la gracia de su Maternidad divina. Podemos así decir que la Inmaculada concepción no es sólo una preparación conveniente para ser Madre de Dios, cuya dignidad exige haber estado acompañada de la gracia, ya desde el primer momento, sino más bien una simple consecuencia del lugar trascendente en que la coloca la gracia misma de la Maternidad divina; y de la función que en la economía de la salvación esa gracia la otorga: la Corredentora exige a la Inmaculada. En ese sentido se puede afirmar que la gracia de la Inmaculada concepción es ya realmente una gracia de maternidad divina, puesto que las tres divinas Personas se están dando desde el primer instante al alma de M. y están dirigiendo todo su ser al momento de la Anunciación. BIBL.: ACADEMIA MARIANA INTERNATIONALIS, Virgo Immaculata, 18 vol. Roma 1955-58; SOCIEDAD MARIOLÓGICA ESPAÑOLA, Estudios Marianos, XV-XVI, Madrid 1955; CONGRESO MARIOLóGico FRANCISCANO, Estudios doctrinales sobre el dogma de la Inmaculada concepción, Madrid 1955; M. ScHMAus, Teología dogmática, VIII, 2 ed. Madrid 1963 (con abundante bibl.); G. ROSCHINI, La Madre de Dios en la fe y la teología, Madrid 1962; S. SOLA, La Inmaculada Concepción, Barcelona 1941; 1. PERRONE, De immaculato Deiparae Conceptu, Roma 1847; C. PASSAGLIA, De immaculato Deiparae semper Virginis conceptu, 3 vol. Nápoles 1855; I. B. MALOu, L'Immaculée Conception de la trés Ste. Vierge Marie, considérée comme dogme de foi, 2 vol. Bruselas 1857; G. MANSELLA, 11 doma dell'1mmacolata Concezione de la B. V. María, ossia storia e prove di questo domma di fede, 3 vol. Roma 1866-67; I. B. TERRIEN, L'Immaculée Conception, 2 ed. París 1904; X. LE BACHELET y M. JUGiE, Immaculée Conception, en DTC VII,854-1218; X. LE 41 BACHELET, Immaculée Conception, en Dictionnaire apologétique de la foi catholique, 111,209-275; E. LONGPRÉ, La Vierge Immaculée. Histoire et doctrine, 2 ed. París 1945; M. JUGIE, L'Inmaculée Conception dans 1'Écriture Sainte et dans la Tradition Orientale, Roma 1952; M. GORDILLO, Mariologia Orientalis, Roma 1954; E. D. O'CONNOR (dir.), The Dogma of the Immaculate Conception. History and significance, Notre-Dame (Indiana) 1958; J. M. ALONso, El débito del pecado original en la Virgen. Reflexiones críticas, «Revista española de teología» 15 (1955) 6795; 119-136; R. GARRIGou-LAGRANGE, La capacité de souffrir du peché en Marie Immaculée, «Angelicum» 31 (1954) 352-357; J. ORTIZ DE URBINA, El testimonio de San Efrén en favor de la Inmaculada, «Estudios Eclesiásticos» 28 (1954) 417-422; S. SOLA, Doctrina del doctor eximio y piadoso Francisco Suárez sobre la Concepción inmaculada de María, «Estudios Eclesiásticos» 28 (1954) 501-532 ************ INMACULADA CONCEPCIÓN O concepción sin mancha de pecado (original). Esta expresión indica de forma negativa la presencia de María por gracia singular en el ámbito de la santidad de Dios ya desde el primer instante de su existencia. Se trata de una verdad del misterio de la Madre de Jesús, que fue madurando en la conciencia de la Iglesia a través de un lento camino de meditación de fe y de reflexión teológica, definida solemnemente como verdad de fe por Pío IX con la bula Ineffabilis Deus del 8 de diciembre de 1854. En el ámbito de la comunidad cristiana los protestantes no reconocen esta verdad, por no estar atestiguada explícitamente en la sagrada Escritura; los cristianos ortodoxos, aunque confiesan con diversas expresiones la santidad plena y radical de María, no aceptan la verdad dogmática de la «Inmaculada Concepción» porque recurren a una conceptualización teológica distinta para expresar la singularidad de la situación de la Virgen y por el hecho de que no reconocen el magisterio papal infalible. Es importante tener en cuenta el recorrido plurisecular que ha llevado a la Iglesia a la formulación de este dogma mariano e intentar captar e ilustrar su verdadero sentido en el contexto de 42 la verdad cristiana más Jesucristo, hijo de María. amplia y compleja, centrada en 1. Desarrollo del dogma en la conciencia de fe del pueblo cristiano y en el pensamiento teológico, intervenciones del Magisterio.- El dogma de la Inmaculada Concepción de María representa quizás el caso más palpable de la importancia fundamental que tiene el sentido de la fe de la Iglesia como sujeto creyente y más particularmente como pueblo que vive de forma intuitiva y espontánea su fe, incluso «contra» las dificultades que presenta la teología. «Un hecho claro se deduce de la historia del dogma de la Inmaculada Concepción: la precedencia del sentido cristiano popular, intuitivamente en favor del privilegio mariano, sobre la teología, durante mucho tiempo titubeante en favor o en contra de él, y sobre el Magisterio, que no se pronuncia en forma definitiva hasta 1854» (S. de Fiores, Inmaculada, en Nuevo diccionario de mariologia, San Pablo, Madrid 1988, 912). ¿Qué nos dicen las fuentes bíblicas sobre esta verdad? En el Antiguo Testamento hay una alusión a la mujer que aplastará la cabeza de la serpiente tentadora (cf. Gn 3,15): en los evangelios se habla de María, «llena de gracia» (cf. Lc 1,28): en el Apocalipsis encontramos a la mujer que se escapa del dominio del dragón (cf. Ap 12). En estos tres pasajes no se puede ver una indicación formal del hecho de la Inmaculada Concepción de María, sino sólo algunos oscuros indicios de ella. Sin embargo, el pueblo cristiano con su sentido de la fe, basándose precisamente en estos pasajes bíblicos y en otros menos relevantes, consideró e invocó desde los primeros siglos a María, la totalmente santa y sin pecado. En oriente, desde el siglo VII, especialmente con san Andrés de Creta, san Germán de Constantinopla y san Juan Damasceno, se empezó a hablar de la santidad original de María y a celebrar la fiesta de su Concepción. Esta fiesta pasó a Occidente en el siglo IX y se difundió a partir del siglo XI por todas partes, a pesar de la oposición de grandes santos y teólogos. Esta oposición estaba motivada en el hecho de que la teología occidental, a partir de san Agustín, consideraba a María por una parte como llena de gracia, pero, para reaccionar contra el pensamiento pelagiano que negaba el pecado original y la necesidad universal de la redención en Cristo: afirmaba por otra parte que María, como miembro de la humanidad pecadora, había contraído antes el pecado original, como todos los seres humanos hijos de Adán, siendo redimida 43 posteriormente por su hijo Jesucristo. En esta línea se movieron también los más grandes doctores medievales: san Bernardo, san Anselmo, santo Tomás y san Buenaventura. De todas formas, también en el campo teológico, ya desde el siglo XI (especialmente Eadmero) habían empezado algunas reflexiones que intentaban fundamentar la legitimidad teológica de la piedad popular. Una aportación decisiva en este sentido fue la del teólogo franciscano J D. Escoto (+ 1308), que propuso primero como «probable» y luego como «posible» la tesis de que la acción redentora de Cristo con su madre debía considerarse no como liberativa, sino como preservativa del pecado original. Con esta propuesta el gran teólogo mantenía la universalidad del pecado y de la función redentora universal de Cristo, pero señalaba una influencia redentora de Cristo en su madre más radical, más perfecta que la que ejercía sobre los demás seres humanos (cf. 0rd. 3, d. 3, q. 1). La propuesta de Escoto, asumida y defendida en el terreno teológico por los franciscanos, fue ganando gradualmente, aunque con algún esfuerzo, el consenso de la mayoría del mundo teológico y dio un sólido fundamento doctrinal a la intuición de fe del pueblo y a la praxis litúrgica que se había afirmado ya hacía tiempo. El Magisterio de la Iglesia empezó a intervenir en esta cuestión. El concilio de Constanza en 1438 (que por entonces era todavía cismático) declaró esta doctrina como «conforme con la fe». Sixto IV aprobó oficialmente la fiesta y una misa que contenía la afirmación de la verdad (privilegio) mariana: el concilio de Trento, al tratar del pecado original, afirmó que no intentaba comprender en su decreto a la bienaventurada e inmaculada Virgen María (DS 1516): Clemente XI en 1708 extendió la fiesta a la Iglesia universal: Pío IX proclamó como verdad de fe «la doctrina que sostiene que la beatísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de la culpa original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús Salvador del género humano» (DS 2803). Desde entonces, los sumos pontífices, especialmente Pío XII con la Encíclica Fulgens corona de 1953, han intervenido varias veces para confirmar, precisar y profundizar el sentido de esta verdad mariana, proclamada también por el Vaticano II (cf. LG 56; 59). 44 2. Fundamento y significado teológico del dogma de la Inmaculada Concepción.- El fundamento de esta verdad/privilegio mariano es la maternidad divina de María. La plenitud de gracia con la que Dios la adornó desde el primer instante de su existencia encuentra su razón fundamental en el hecho de que estaba destinada a convertirse en la madre del Hijo de Dios, redentor del pecado de la humanidad. A este motivo hay que añadir también el de la cooperación activa de la madre de Jesús en la derrota del pecado y del mal en el mundo: la que había sido llamada a prestar su cooperación generosa y singular en la obra redentora del Hijo, tanto en la realización del acontecimiento redentor como en su «asimilación» provechosa por parte de los hombres en el curso de los siglos («maternidad espiritual»), fue hecha por Dios radicalmente inmune, ya desde el principio, de las mordeduras del mal/serpiente. Al indicar el significado teológico y espiritual de esta verdad mariana, la teología reciente se mueve en estas direcciones: María es la «toda santa» por iniciativa soberana de Dios y con esto y en esto constituye un reflejo luminoso de la santidad de Dios en la historia de los hombres, marcada por el pecado, así como por una realización ejemplar de la santidad a la que está llamada la Iglesia. María inmaculada constituye el comienzo luminoso de aquel mundo renovado que Dios ha venido a implantar en la historia por medio de Cristo en la fuerza del Espíritu, así como el punto de referencia y de orientación para sus hermanos y hermanas que luchan fatigosamente contra las fuerzas del mundo corrompido. Su excelsa santidad no la aleja de sus hermanos, sino que indica luminosamente la meta hacia la que Dios, por pura gracia, llama a todos los hombres en un mundo de pecado. Bibl.: 5. de Fiores - A. Serra. Inmaculada, en NDM, 910-941: K, Rahner La Inmaculada Concepción, en Escritos de teologia, 1, Taurus, Madrid 1963, : M. Peinador, Estudio sintético comparativo de las pruebas de Escritura en favor de la Inmaculada Concepción de Maria, en EstMar 14 (1955) 55-77; J M. Cascante, El dogma de la Inmaculada en las nuevas interpretaciones Sobre el pecado original en EstMar 42 (1978) 113-146. 45 *********** Inmaculada Concepción DOCTRINA En la Constitución Ineffabilis Deus de 8 de Diciembre de 1854, Pío IX pronunció y definió que la Santísima Virgen María «en el primer instante de su concepción, por singular privilegio y gracia concedidos por Dios, en vista de los méritos de Jesucristo, el Salvador del linaje humano, fue preservada de toda mancha de pecado original». «La Santísima Virgen María...» El sujeto de esta inmunidad del pecado original es la persona de María en el momento de la creación de su alma y su infusión en el cuerpo. «... en el primer instante de su concepción...» El término concepción no significa la concepción activa o generativa por parte de sus padres. Su cuerpo fue formado en el seno de la madre, y el padre tuvo la participación habitual en su formación. La cuestión no concierne a lo inmaculado de la actividad generativa de sus padres. Ni concierne tampoco absoluta y simplemente a la concepción pasiva (conceptio seminis carnis, inchoata), la cual, según el orden de la naturaleza, precede a la infusión del alma racional. La persona es verdaderamente concebida cuando el alma es creada e infundida en el cuerpo. María fue preservada de toda mancha de pecado original en el primer momento de su animación, y la gracia santificante le fue dada antes que el pecado pudiese hacer efecto en su alma. «... fue preservada de toda mancha de pecado original...» La esencia formal activa del pecado original no fue removida de su alma como es removida de otros por el bautismo; fue excluida, nunca fue simultánea con la exclusión del pecado. El estado de santidad original, inocencia y justicia, como opuesto al pecado original, fue conferido sobre ella, por cuyo don cada mancha y falta, todas las emociones, pasiones y debilidades depravadas, esencialmente pertenecientes a su alma por el pecado original, fueron excluidas. Mas no fue eximida de las penas temporales de Adán –el dolor, las enfermedades corporales y la muerte. «... por un singular privilegio y gracia concedidos por Dios, en vista de los méritos de Jesucristo, el Salvador del linaje humano». La 46 inmunidad del pecado original fue dada a María por una singular exención de una ley universal por los mismos méritos de Cristo, mientras los demás hombres son limpiados del pecado por el bautismo. María necesitó la redención del Salvador para obtener esta exención y ser liberada de la necesidad y de la deuda (debitum) universal del estar sujeto al pecado original. La persona de María, por su origen de Adán, habría sido sujeto de pecado, pero, siendo la nueva Eva quien sería la madre del nuevo Adán, fue, por el eterno designio de Dios y por los méritos de Cristo, apartada de la ley general del pecado original. Su redención fue la verdadera obra maestra de la sabiduría redentora de Cristo. Es un redentor mayor quien paga la deuda en que no incurrió que quien paga después que ha caído en la deuda. Este es el significado del término «Inmaculada Concepción». PRUEBA DE LA ESCRITURA Génesis 3:15 No es posible extraer de la Escritura pruebas directas o categoriales ni estrictas. Pero el primer pasaje escriturístico que contiene la promesa de la redención menciona también a la Madre del Redentor. La sentencia contra los primeros padres fue acompañada del Evangelio Primitivo (Proto-evangelium), que pone enemistad entre la serpiente y la mujer: «y Yo pondré enemistad entre ti y la mujer y su estirpe; ella (él) aplastará tu cabeza cuando tú aceches para morderle su talón» (Génesis 3:15). La traducción «ella» de la Vulgata es interpretativa; tiene su origen después del siglo IV, y no puede ser defendida críticamente. La consecuencia de la estirpe de la mujer, que aplastará la cabeza de la serpiente, es Cristo; la mujer es María. Dios puso enemistad entre ella y Satán en el mismo modo y medida que hay enemistad entre Cristo y la estirpe de la serpiente. Que María fuese exaltada en el estado de su alma, es decir, en gracia santificante, significa la destrucción de la serpiente por el hombre. Sólo la continua unión de María con la gracia explica suficientemente la enemistad entre ella y Satán. El Proto-evangelium, por lo tanto, contiene en el texto original una promesa directa del Redentor. Y en unión con la manifestación de la obra maestra de Su Redención, la perfecta preservación de Su virginal Madre del pecado original. Lucas 1:28 47 El saludo del ángel Gabriel –chaire kecharitomene, Salve, llena de gracia (Lucas 1:28) indica una única abundancia de gracia, un sobrenatural, agradable a Dios estado del alma, que encuentra explicación sólo en la Inmaculada Concepción de María. Pero el término kecharitomene (llena de gracia) sirve sólo como una ilustración, no como una prueba del dogma. Otros textos Desde los textos Proverbios 8 y Eclesiástico 24 (que exaltan la Sabiduría de Dios y que en la liturgia son aplicados a María, la más bella obra de la Sabiduría de Dios), o desde el Cantar de los Cantares (4:7, «Eres toda hermosa, amada mía, y no tienes ningún defecto») no se debe inducir una conclusión teológica. Estos pasajes, aplicados a la Madre de Dios, pueden ser entendidos por quienes conocen el privilegio de María, pero no sirven para probar dogmáticamente la doctrina y, por lo tanto, son omitidos por la Constitución «Ineffabilis Deus». Para el teólogo es materia de conciencia no adoptar una posición extrema para aplicar a una criatura textos que pueden denotar prerrogativas de Dios. PRUEBAS DE LA TRADICIÓN Respecto de la impecabilidad de María, los antiguos Padres son muy cautelosos: algunos de ellos parecen haber cometido algún error en esta materia. Orígenes, aunque atribuyó a María altas prerrogativas espirituales, dice sin embargo que en el momento de la pasión de Cristo, la espada de la incredulidad atravesó el alma de María; que fue golpeada por el puñal de la duda; y que Cristo también murió por sus pecados (Orígenes, «In Luc. Hom. xvii). Del mismo modo San Basilio escribe en el siglo IV: él vio en la espada, de que habló Simeón, la duda que atravesó el alma de María (Epístola 259). San Juan Crisóstomo la acusó de ambición y de ponerse indebidamente a sí misma delante cuando habló de Jesús en Cafarnaúm (Mateo 12:46; Crisóstomo, Hom. xliv; cf. También «In Matt.», hom. iv). Pero estas opiniones privadas dispersas sirven meramente para mostrar que la teología es una ciencia progresiva. Si tuviéramos que hacer caso de cuatro opiniones de toda la doctrina de los Padres sobre la santidad de la Santísima Virgen, las cuales incluyen 48 particularmente la experiencia implícita de su inmaculada concepción, nos veríamos obligados a transcribir una multitud de pasajes. En el testimonio de los Padres hay que insistir en dos puntos sobre todo: su absoluta pureza y su posición como segunda Eva (cf. 1 Cor 15:22). María como segunda Eva Esta celebrada comparación entre Eva, por algún tiempo inmaculada e incorrupta –es decir, no sujeta al pecado original- y la Santísima Virgen es desarrollado por: Justino (Dialog. cum Tryphone, 100), Ireneo (Contra Haereses, III, xxii, 4), Tertuliano (De carne Christi, xvii), Julio Firmico Materno (De errore profan. relig., xxvi), Cirilo de Jerusalén (Catecheses, xii, 29), Epifanio (Haeres., ixxviii, 18), Teodoto de Ancyra (Or. in S. Deip., n. 11), y Sedulio (Carmen paschale, II, 28). La absoluta pureza de María Los escritos patrísticos sobre la pureza de María abundan. Los Padres llaman a María el tabernáculo exento de profanación y de corrupción (Hipólito, «Ontt. in illud, Dominus pascit me»); Orígenes la llama digna de Dios, inmaculada del inmaculado, la más completa santidad, perfecta justicia, ni engañada por la persuasión de la serpiente, ni infectada con su venenoso aliento («Hom. i in diversa»). Ambrosio dice que es incorrupta, una virgen inmune por la gracia de toda mancha de pecado («Sermo» xxii in Ps. cxviii); Máximo de Turín la llama morada preparada para Cristo, no a causa del hábito del cuerpo, sino de la gracia original («Nom. viii de Natali Domini»); Teodoto de Ancyra la llamó virgen inocente, sin mancha, libre de culpabilidad, santa en el cuerpo y en el alma, un lirio primaveral entre espinas, incontaminada del mal de Eva ni se dio en ella comunión de luz con tinieblas, y, desde el momento en que nació, fue consagrada por Dios («Orat. in S. Dei Genitr.»). Refutando a Pelagio, San Agustín declara que todos los justos han conocido verdaderamente el pecado «excepto la Santa Virgen María, de quien, por el honor del Señor, yo no pondría en cuestión nada en lo que concierne al pecado» (De natura et gratia 36). 49 María fue prenda de Cristo (Pedro Crisólogo, «Sermo cxi de Annunt. B. M. V.»); es evidente y notorio que fue pura desde la eternidad, exenta de todo defecto (Typicon S. Sabae); fue formada sin ninguna mancha (San Proclo, «Laudatio in S. Dei Gen. Ort.», I, 3); fue creada en una condición más sublime y gloriosa que cualquier otra criatura (Teodoro de Jerusalén en Mansi, XII, 1140); cuando la Virgen Madre de Dios nació de Ana, la naturaleza desafió anticipadamente el germen de gracia, pero quedó sin fruto (Juan Damasceno, «Hom. i in B. V. Nativ.», ii). Los Padres sirios nunca se cansaron de ensalzar la impecabilidad de María. San Efrén no consideró excesivos algunos términos de elogio para describir la excelencia de la gracia y santidad de María: «La Santísima Señora, Madre de Dios, la única pura en alma y cuerpo, la única que excede toda perfección de pureza, única morada de todas las gracias del más Santo Espíritu, y, por tanto, excediendo toda comparación incluso con las virtudes angélicas en pureza y santidad de alma y cuerpo... mi Señora santísima, purísima, sin corrupción, inviolada, prenda inmaculada de Aquel que se revistió con luz y prenda... flor inmarcesible, púrpura tejida por Dios, la solamente inmaculada» («Precationes ad Deiparam», in Opp. Graec. Lat., III, 524-37). Para San Efrén fue tan inocente como Eva antes de la caída, una virgen alejada de toda mancha de pecado, más santa que los serafines, sello del Espíritu Santo, semilla pura de Dios, por siempre intacta y sin mancha en cuerpo y en espíritu («Carmina Nisibena»). Santiago de Sarug dijo que «el mismo hecho de que Dios la eligió prueba que nadie fue nunca tan santa como María; si alguna mancha hubiese desfigurado su alma, si alguna otra virgen hubiese sido más pura y más santa, Dios la habría elegido y rechazado a María». Parece, por lo tanto, que si Santiago de Sarug hubiese tenido idea clara de la doctrina del pecado, habría sostenido que fue perfectamente pura de pecado original («la sentencia contra Adán y Eva») en la Anunciación. San Juan Damasceno (Or. i Nativ. Deip., n. 2) considera que la influencia sobrenatural de Dios en la generación de María ha de ser extendida también a sus padres. Dice de ellos que durante la generación, fueron colmados y purificados por el Espíritu Santo y librados de la concupiscencia sexual. En consecuencia, según Damasceno, desde siempre el elemento humano de su origen, el material del cual fue formada, fue puro y santo. Esta opinión de una generación activa inmaculada y de santidad de la «conceptio carnis» fue censurada por algunos autores occidentales; fue argumentada por 50 Pedro Comestor en su tratado contra San Bernardo y otros. Algunos escritores enseñaron que María nació de una virgen y que fue concebida de un modo milagroso cuando Joaquín y Ana se encontraron en la puerta dorada del templo (Trombelli, «Mari SS. Vita», Sect. V, ii; Summa aurea, II, 948. Cf. también las «Revelaciones» de Catalina Emmerich que contienen la leyenda apócrifa de la milagrosa concepción de María). En este sumario aparece que la creencia en la inmunidad de María frente al pecado en su concepción prevaleció entre los Padres, especialmente en los de la Iglesia Griega. El carácter retórico, por lo tanto, de muchos de estos y similares pasajes nos previene de tendencias demasiado forzadas y de interpretaciones en un sentido estrictamente literal. Los Padres Griegos nunca discutieron formal o explícitamente la cuestión de la Inmaculada Concepción. La Concepción de San Juan el Bautista Una comparación entre la concepción de Cristo y la de San Juan puede servir para iluminar el dogma y las razones por las que los griegos celebran desde antiguo la Fiesta de la Concepción de María. La concepción de la Madre de Dios fue mucho más allá en comparación que la de San Juan Bautista, mientras que estuvo inconmensurablemente por debajo de la de su Divino Hijo. El alma del precursor no fue preservada de mancha en su unión con el cuerpo, sino que fue santificada o inmediatamente después de la concepción de un estado de pecado previo o por la presencia de Jesús en la Visitación. Nuestro Señor, siendo concebido por el Espíritu Santo, fue, en virtud de su concepción milagrosa, liberado ipso facto de la mancha del pecado original. La Iglesia celebra fiestas de estas tres concepciones. Los Orientales tienen una Fiesta de la Concepción de San Juan el Bautista (23 de Septiembre), que se remonta al siglo IV, más antigua que la Fiesta de la Concepción de María, y, durante la Edad Media, fue celebrada también en varias diócesis de Occidente el 24 de Septiembre. La Concepción de María es celebrada por los Latinos el 8 de Diciembre; por los Orientales el 9 de Diciembre; la Concepción de Cristo tiene su fiesta en el calendario universal el 25 de Marzo. Celebrando la fiesta de la Concepción de María desde antiguo, los Griegos no consideran la distinción teológica de las concepciones activa y pasiva, que era desconocida por ellos. No consideran absurdo celebrar una concepción que no fuese inmaculada, como vemos en la Fiesta de la 51 Concepción de San Juan. Ellos solemnizan la Concepción de María acaso porque, de acuerdo con el «Proto-evangelium» de Santiago, estuvo precedida de un acontecimiento milagroso (la aparición de un ángel a Joaquín, etc.), similar a aquel que precedió a la concepción de San Juan y a la del mismo Señor. Su objetivo era menos la pureza de la concepción cuanto la santidad y celestial misión de la persona concebida. En el Oficio del 9 de Diciembre, sin embargo, María, desde el momento de su concepción, es llamada bendita, pura, santa, fiel, etc., términos nunca usados en el Oficio del 23 de Septiembre (sc. de San Juan el Bautista). La analogía de la santificación de San Juan el Bautista ha dado realce a la fiesta de la Concepción de María. Si era necesario que el precursor del Señor fuese puro y «lleno del Espíritu Santo» desde el seno de su madre, tal pureza era no menos conveniente para Su Madre. El momento de la santificación de San Juan es, según los últimos escritores, a través de la Visitación («el niño saltó en su seno»), pero las palabras del ángel (Lucas 1:15) parecen indicar una santificación en la concepción. Esto haría el origen de María similar al de Juan. Y si la Concepción de Juan fue fiesta, ¿por qué no la de María? PRUEBA DE LA RAZÓN Hay una incongruencia en la suposición de que la carne, a partir de la cual la carne del Hijo de Dios fue formada, pertenecía a la de quien fue esclavo del antiguo enemigo, cuyo poder Él vino a destruir en la tierra. De ahí el axioma del Pseudo-Anselmo (Eadmer) desarrollado por Duns Escoto, Decuit, potuit, ergo fecit, convenía que la Madre del Redentor estuviese libre del poder del pecado desde el primer momento de su existencia; Dios podía darle este privilegio, luego se lo dio. De nuevo se remarca que un peculiar privilegio fue concedido al profeta Jeremías y a San Juan el Bautista. Ellos fueron santificados en el seno de sus madres, porque por su predicación tenían una especial participación en el trabajo de preparar el camino de Cristo. Consiguientemente, la más alta prerrogativa es debida a María. (Un tratado del P. Marchant, reclamando también para San José el privilegio de San Juan, fue colocado en el Índice en 1833). Escoto dijo que «el perfecto Mediador debía, en todo caso, hacer el trabajo de mediación más perfecto, excepto en el caso de que fuese una persona menor, en cuya mirada la ira de Dios fuese prevenida y no meramente apaciguada». LA FIESTA DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN 52 La antigua fiesta de la Concepción de María (Conc. de Santa Ana), que tuvo su origen en los monasterios de Palestina como muy pronto en el siglo VII, y la moderna fiesta de la Inmaculada Concepción no son idénticas en sus objetivos. Originariamente la Iglesia celebró sólo la Fiesta de la Concepción de María, manteniendo la Fiesta de la concepción de San Juan, sin discusión sobre la impecabilidad. Esta fiesta se convirtió en el curso de los siglos en la Fiesta de la Inmaculada Concepción, aportando argumentación dogmática sobre ideas precisas y correctas, así como ganaron fuerza las tesis de las escuelas teológicas sobre la preservación de María de toda mancha de pecado original. Después el dogma ha sido universalmente aceptado en la Iglesia Latina y ha ganado autoridad sostenido por los decretos diocesanos y decisiones papales. El término antiguo continuó, y antes de 1854 el término «Inmaculada Conceptio» no se encuentra en ninguna parte, excepto en el Invitatorio del Oficio Votivo de la Concepción. Griegos, sirios, etc. hablan de la Concepción de Santa Ana (Eullepsis tes hagias kai theoprometoros Annas, «la Concepción de Santa Ana, la antepasada de Dios»). Passaglia en su «De Inmaculato Deiparae Conceptu» fundamenta esta opinión en el «Typicon» de San Sabas: el cual fue compuesto sustancialmente en el siglo V, creencia que refiere que la fiesta forma parte del auténtico original, y que consecuentemente fue celebrada en le Patriarcado de Jerusalén en el siglo V (III, n. 1604). Pero el Typicon fue interpolado en el Damasceno, Sofronio y otros, y desde el siglo IX hasta el siglo XII fueron añadidas muchas fiestas y oficios nuevos. Para determinar el origen de esta fiesta debemos tener en cuenta los documentos genuinos que poseemos, el más antiguo de los cuales es el canon de la fiesta, compuesto por San Andrés de Creta, quien escribió su himno litúrgico en la segunda mitad del siglo VII, cuando era monje del monasterio de San Sabas cerca de Jerusalén (… Arzobispo de Creta hacia el 720). Pero la Solemnidad no fue generalmente aceptada en todo Oriente. Juan, primer monje y último obispo de la Isla de Euboea, hacia el año 750, hablando en un sermón a favor de la propagación de esta fiesta, dijo que no era todavía conocida por todos los fieles (ei kai me para tois pasi gnorizetai; P.G., XCVI, 1499). Pero un siglo más tarde Jorge de Nicomedia, hecho metropolita por Focio el año 860, dijo que la solemnidad no era de origen reciente (P.G., C, 1335). Por lo tanto, se puede afirmar con seguridad que la fiesta de la Concepción de Santa Ana aparece en el Oriente no antes de finales del siglo VII o principios del VIII. Otro caso parecido es la fiesta que tuvo su origen en las comunidades monásticas. Los monjes, que concertaron la salmodia y compusieron varias piezas poéticas para el oficio, eligieron también la fecha del 9 53 de Diciembre, que fue siempre mantenida en el calendario Oriental. Gradualmente la solemnidad emergió del claustro, entró en las catedrales, fue glorificada por los predicadores y poetas, y eventualmente fue fijada fiesta en el calendario, aprobada por la Iglesia y el Estado. Está registrada en el calendario de Basilio II (9761025) y en la Constitución el Emperador Manuel I Comneno en los días del año parcial o totalmente festivos, promulgada en 1166, contada entre los días de descanso. Hasta el tiempo de Basilio II, la Baja Italia, Sicilia y Cerdeña estuvieron bajo el Imperio Bizantino; la ciudad de Nápoles estuvo en poder de los griegos hasta que Roger II la conquistó en 1127. Consiguientemente, la influencia de Constantinopla fue fuerte en la Iglesia Napolitana, y, a comienzos del siglo IX, la Fiesta de la Concepción fue sin duda celebrada allí, como en cualquier otro lugar de la Baja Italia el 9 de Diciembre, tal como aparece en el calendario de mármol fundado en 1742 en la Iglesia de San Jorge el Mayor de Nápoles. Hoy la Concepción de Santa Ana es una fiesta menor del año en la Iglesia Griega. El rezo de Maitines contiene alusiones al apócrifo «Proto-evangelium» de Santiago, que data de la segunda mitad del siglo II (ver SANTA ANA). Para la Ortodoxia Griega actual, sin embargo, la fiesta significa verdaderamente poco: continúan llamándola «Concepción de Santa Ana», indicando inintencionadamente, quizá, la concepción activa que, cierto, no fue inmaculada. En la Menaea del 9 de Diciembre esta fiesta ocupa sólo un segundo plano, el primer canon es cantado en conmemoración de la dedicación de la Iglesia de la Resurrección en Constantinopla. El hagiógrafo ruso Muraview y varios autores ortodoxos levantaron su voz contra el dogma después de su promulgación, aunque sus propios predicadores enseñaron fundamentalmente la Inmaculada Concepción en sus escritos antes de la definición de 1854. En la Iglesia Occidental la fiesta aparece (8 de Diciembre) cuando en el Oriente su desarrollo se había detenido. El tímido comienzo de la nueva fiesta en algunos monasterios anglosajones en el siglo XI, en parte ahogada por la conquista de los normandos, vino seguido de su recepción en algunos cabildos y diócesis del clero anglo-normando. Pero el intento de introducirla oficialmente provocó contradicción y discusión teórica en relación con su legitimidad y su significado, que continuó por siglos y no se fijó definitivamente antes de 1854. El «Martirologio de Tallaght» compilado hacia el año 790 y el «Feilire» de San Aengus (800) registran la Concepción de María el 3 de Mayo. Es dudoso, sin embargo, que una fiesta actual correspondiese a esta rúbrica en la enseñanza del monje San Aengus. Ciertamente, esta fiesta irlandesa se encuentra sola y fuera de la línea del desarrollo 54 litúrgico. Aparece aislada, no como un germen vivo. Los escolásticos añaden, en los restringidos márgenes del «Feilire», que la concepción (Inceptio) cae en Febrero, y que María nació después del séptimo mes –una singular noción que se encuentra también en algunos autores griegos. El definitivo y fiable conocimiento de la fiesta en Occidente vino desde Inglaterra; se encuentra en el calendario de Old Minster, Winchester (Conceptio Sancta Dei Genitricis Maria), datado hacia el año 1030, y en otro calendario de New Minster, Winchester, escrito entre 1035 y 1056; un pontifical de Exeter del siglo XI (datado entre 1046 y 1072) contiene una «benedictio in Conceptione S. Mariae»; una bendición similar se encuentra en un pontifical de Canterbury escrito probablemente en la primera mitad del siglo XI, ciertamente antes de la Conquista. Estas bendiciones episcopales muestran que la fiesta no se encomendaba sólo a la devoción de los individuos, sino que era reconocida por la autoridad y observada por los monjes sajones con considerable solemnidad. La evidencia muestra que el establecimiento de la fiesta en Inglaterra fue debido a los monjes de Winchester antes que a la Conquista (1066). Los normandos, desde su llegada a Inglaterra, trataron de un modo despreciativo las observancias litúrgicas inglesas; para ellos esta fiesta aparecía específicamente inglesa, un producto de la simplicidad e ignorancia insular. Sin duda alguna, la celebración pública fue abolida en Winchester y Canterbury, pero no murió en el corazón de los individuos, y en la primera oportunidad favorable restauraron la fiesta en los monasterios. En Canterbury, sin embargo, no fue restablecida antes de 1328. Numerosos documentos expresan que en tiempo de los normandos comenzó en Ramsey, siendo concedido a Helsin o Aethelsige, Abad de Ramsey, al regreso de su viaje a Dinamarca, adonde fue enviado por Guillermo I hacia el año 1070. Un ángel se le apareció durante una fuerte galera y salvó el barco depués de que el abad prometiese establecer la Fiesta de la Concepción en su monasterio. No obstante considerar el carácter sobrenatural de la leyenda, debemos admitir que el envío de Helsin a Dinamarca es un hecho histórico. La explicación de la visión se encuentra en varios breviarios, incluso en el Breviario Romano de 1473. El Concilio de Canterbury (1325) atribuye el restablecimiento de la fiesta a San Anselmo, Arzobispo de Canterbury (… 1109). Pero aunque este gran doctor escribió un tratado especial «De Conceptu virginali et originali peccato», en el que deja de lado los principios de la Inmaculada Concepción, es cierto que no pudo introducir la fiesta de ninguna manera. La carta que le es atribuida, y que contiene la carta de Helsin, es espuria. El principal propagador de la fiesta después de la Conquista fue Anselmo, el sobrino de San Anselmo. 55 Educado en Canterbury, hubo de tener conocimiento de todo esto por algún monje sajón que recordaría la solemnidad en tiempos anteriores; después de 1109 él fue por algún tiempo abad de San Sabas en Roma, donde el Oficio Divino era celebrado según el calendario griego. Cuando en 1121 fue nombrado Abad de San Edmundo de Bury estableció allí la fiesta; en cierto modo, al menos por sus esfuerzos, otros monasterios también la adoptaron, como Roading, St. Albans, Worcester, Cloucester y Winchcombe. Pero como la observancia de algunos decreció hasta límites inauditos y absurdos, la antigua fiesta oriental fue desconocida por ellos. Dos obispos, Roger de Salisbury y Bernard St. David, manifestaron que la festividad fue prohibida por un concilio y que la observancia debía ser frenada. Y cuando, estando la sede de Londres vacante, Osbert de Clare, Prior de Westminster, intentó introducir la fiesta en Westminster (8 de Diciembre de 1127), un grupo de monjes arremetió contra él en el coro y dijo que la fiesta no debía ser guardada porque no había autoridad de Roma para su establecimiento (cf. Carta de Osbert a Anselmo en Bishop, p. 24). Entonces la cuestión fue llevada ante el Concilio de Londres de 1129. El sínodo decidió a favor de la fiesta, y el Obispo Gilbert de Londres la adoptó en su diócesis. Después se extendió en Inglaterra, pero por un tiempo tuvo carácter privado, por lo cual el sínodo de Oxford (1222) rechazó elevarla al rango de fiesta de precepto. En Normandía, en tiempos del obispo Rotric (1165-83), la Concepción de María fue fiesta de precepto con igual dignidad que la Anunciación en la Arquidiócesis de Rouen y en seis diócesis sufragáneas. Al mismo tiempo, los estudiantes normandos de la Universidad de París la eligieron como fiesta patronal. Debido a la cercanía de Normandía con Inglaterra, pudo ser importada desde este último país a Normandía, o los varones normandos y el clero pudo traerla de sus guerras en la Baja Italia, donde era universalmente celebrada con solemnidad por los habitantes griegos. Durante la Edad Media la Fiesta de la Concepción de María fue comúnmente llamada la «Fiesta de la nación normanda», lo cual manifiesta que era celebrada en Normandía con gran esplendor y que se extendió por toda la Europa Occidental. Passaglia sostiene (III, 1755) que la fiesta era celebrada en España en el siglo VII. El obispo Ullathorne encontró igualmente esta opinión razonable (p. 161). Si esto es verdad, es difícil entender por qué desapareció completamente en España más tarde, ya que no la contienen ni la genuina liturgia mozárabe ni el calendario de Toledo del siglo X editado por Morin. Las dos pruebas que da Passaglia son fútiles: la vida de San Isidoro, falsamente atribuida a San Ildefonso, la cual menciona la fiesta, es interpolada, mientras que la expresión 56 «Conceptio S. Mariae» del Código Visigótico se refiere a la Anunciación. LA CONTROVERSIA No encontramos controversia sobre la Inmaculada Concepción en el continente europeo antes del siglo XII. El clero normando abolió la fiesta en algunos monasterios de Inglaterra donde había sido establecida por los monjes anglosajones. Pero hacia fines del siglo XI, a través de los esfuerzos de Anselmo el Joven, fue retomada en numerosos establecimientos anglo-normandos. Que San Anselmo el Viejo restableciese la fiesta en Inglaterra es altamente improbable, aunque no fuese nueva para él. Estaba familiarizado con esto bien por los monjes sajones de Canterbury, bien por los griegos con quienes entró en contacto durante el exilio en Campania y Apulin (1098-9). El tratado «De Conceptu virginali» que usualmente le es atribuido, fue compuesto por su amigo y discípulo el monje sajón Eadmer de Canterbury. Cuando los cánones de la catedral de Lyon, que no dudo conoció Anselmo el Joven, Abad de San Edmundo de Bury, al introducir personalmente la fiesta en su coro después de la muerte de su obispo en 1240, San Bernardo consideró su obligación protestar públicamente contra esta nueva forma de honrar a María. Él dirigió contra los cánones una vehemente carta (Epist. 174), en la que les reprobaba haberse arrogado tal autoridad sin haber consultado antes a la Santa Sede. Desconociendo que la fiesta había sido celebrada en la rica tradición de las Iglesias griega y siria respecto de la impecabilidad de María, afirmó que la fiesta era extraña a la antigua tradición de la Iglesia. Es evidente, sin embargo, por el tenor de su lenguaje que él pensó sólo en la concepción activa o en la formación de la carne, y que la distinción entre la concepción activa, la formación del cuerpo y la animación del alma había sido ya inducida. Indudablemente, cuando la fiesta fue introducida en Inglaterra y Normandía, el axioma «decuit, potuit, ergo fecit», la piedad pueril y el entusiasmo de los semplices, construidas sobre revelaciones y leyendas apócrifas, primaban. El objeto de la fiesta no fue determinado claramente, no siendo puestas en evidencia sus razones positivas teológicas. San Bernardo se sinceró completamente cuando pidió encarecidamente las razones para observar la fiesta. No advirtiendo la posibilidad de santificación en el momento de la infusión del alma, escribió que sólo se puede hablar de santificación después de la concepción, la cual haría santo el nacimiento, no la concepción misma 57 (Scheeben, «Dogmatik», III, p. 550). De ahí que Alberto Magno observe: «Decimos que la Santísima Virgen no fue santificada antes de la animación, y la afirmación contraria a ésta es condenada como herejía por San Bernardo en su carta sobre los cánones de Lyon» (III Sent., dist. iii, p. i, ad. 1, Q. i). San Bernardo fue respondido enseguida en un tratado escrito o por Ricardo de San Víctor o por Pedro Comestor. En este tratado se apela al hecho de que existe una fiesta que ha sido establecida para conmemorar una tradición insostenible. Mantiene que la carne de María no necesitaba purificación; que fue santificada antes de la concepción. Algunos escritores de aquel tiempo sostenían la idea fantástica de que antes de la caída de Adán, una porción de su carne fue reservada por Dios y transmitida de generación en generación, y que de esta carne fue formado el cuerpo de María (Scheeben, op. cit., III, 551), y que esta formación se conmemoraba con una fiesta. La carta de San Bernardo no previó la extensión de esta fiesta. En 1154 era observada en toda Francia, hasta 1275, que fue abolida en París y en otras diócesis por los esfuerzos de la Universidad de París. Después de la muerte de los santos la controversia retornó entre Nicolás de St. Alban, un monje inglés que defendió el establecimiento de la festividad en Inglaterra, y Pedro Cellense, el celebrado obispo de Chartres. Nicolás señalaba que el alma de María fue atravesado dos veces por la espada, i. e., al pie de la cruz y cuando San Bernardo escribió la carta contra su fiesta (Scheeben, III, 551). El debate continuó durante los siglos XIII y XIV, e ilustres nombres se alinearon en uno y otro bando. San Pedro Damián, Pedro Lombardo, Alejandro de Hales, San Buenaventura y Alberto Magno son citados en oposición. Santo Tomás se pronunció primero a favor de la doctrina en su tratado sobre las «Sentencias» (en I Sent. c. 44, q. 1 ad 3); sin embargo, en su Summa Theologica llegó a la conclusión opuesta. Muchas discusiones han surgido ya sea a favor de Santo Tomás o no negando que la Santísima Virgen fuese inmaculada desde el instante de su animación, y han sido escritos libros para negar que él llegase a esa conclusión. No obstante, es difícil decir que Santo Tomás no considerase por un instante al menos la animación posterior de María y su santificación anterior. Esta gran dificultad surge por la duda de cómo podría haber sido redimida si no pecó. Dicha dificultad la manifiesta al menos en diez pasajes de sus escritos (ver Summa III:27:2, ad 2). Pero aunque Santo Tomás retuviese esto como esencial a su doctrina, él mismo suministró los principios que, después de ser considerados en conjunto y en relación con estos trabajos, suscitaron otros pensamientos que contribuyeron a la solución de esta dificultad desde sus propias premisas. En el siglo XIII la oposición fue en gran parte debida a que se quería 58 clarificar el sujeto en disputa. La palabra «concepción» era usada en sentidos diferentes, los cuales no habían sido separados de la definición. Si Santo Tomás, San Buenaventura y otros teólogos hubieran conocido el sentido de la definición de 1854, la habrían defendido con firmeza de sus oponentes. Podemos formular la cuestión discutida por ellos en dos proposiciones, ambas en contra del sentido del dogma de 1854: la santificación de María tuvo lugar antes de la infusión del alma en la carne, de modo que la inmunidad del alma fuese consecuencia de la santificación de la carne y no había riesgo por parte del alma de contraer el pecado original. Esto se aproximaría a la opinión del Damasceno respecto de la santidad de la concepción activa. La santificación tuvo lugar después de la infusión del alma para redención de la servidumbre del pecado, que el alma arrastró de su unión con la carne no santificada. Esta formulación de la tesis excluye una concepción inmaculada. Los teólogos olvidaron que entre santificación antes de la infusión y santificación después de la infusión había un término medio: santificación del alma en el momento de la infusión. Parecían ajenos a la idea según la cual lo que era subsiguiente en el orden de la naturaleza podía ser simultáneo en un punto del tiempo. Especulativamente considerado, el alma sería creada antes que pudiese ser infundida y santificada, pero en la realidad el alma es creada y santificada en el mismo momento de la infusión en el cuerpo. Su principal dificultad era la declaración de San Pablo (Romanos 5:12) de que todos los hombres han pecado en Adán. La propuesta de esta declaración paulina, sin embargo, insiste en la necesidad que todos los hombres tienen de la redención de Cristo. Nuestra Señora no fue una excepción a esta regla. Una segunda dificultad era el silencio de los primeros Padres. Pero los teólogos de aquel tiempo no se distinguieron tanto por su conocimiento de los Padres o de la historia, sino por su ejercicio del poder del razonamiento. Leyeron a los Padres Occidentales más que a los de la Iglesia Oriental, quienes expusieron con mayor completez la tradición de la Inmaculada Concepción. Y algunos trabajos de los Padres que habrían sido perdidos de vista fueron traídos a la luz. El famoso Duns Escoto (… 1308) dejó (en III Sent., dist. iii, en ambos comentarios) los fundamentos de la verdadera doctrina tan sólidamente establecidos y disipadas las dudas en forma tan satisfactoria que en adelante la doctrina prevaleció. Él mostró que la santificación después de la animación –sanctificatio post animationem— requería que se llevase a cabo en el orden de la naturaleza (naturae) no del tiempo (tempis); él resolvió la gran dificultad de Santo Tomás mostrando 59 que lejos de ser excluida de la redención, la Santísima Virgen obtuvo de su Divino Hijo la más grande de las redenciones a través del misterio de su preservación de todo pecado. Él introdujo también, por la vía de la ilustración, el peligroso y dudoso argumento de Eadmer (San Anselmo) «decuit, potuit, ergo fecit». Desde el tiempo de Escoto la doctrina no sólo llegó a ser opinión común en las universidades, sino que la fiesta se expandió a lo largo de aquellos países donde no había sido previamente adoptada. Con excepción de los dominicos, todas o casi todas las órdenes religiosas la asumieron: los franciscanos en el Capítulo General de Pisa en 1263 adoptaron la Fiesta de la Concepción de María en toda la Orden; esto, sin embargo, no significa que profesasen en este tiempo la doctrina de la Inmaculada Concepción. Siguiendo las huellas de Duns Escoto, sus discípulos Pedro Aureolo y Francisco de Mayrone fueron los más fervientes defensores de la doctrina, aunque sus antiguos maestros (San Buenaventura incluido) se hubiesen opuesto a ella. La controversia continuó, pero los defensores de la opinión opuesta fueron la mayoría de ellos miembros de la Orden Dominicana. En 1439 la disputa fue llevada ante el Concilio de Basilea, donde la Universidad de París, anteriormente opuesta a la doctrina, demostrando ser su más ardiente defensora, pidió una definición dogmática. Los dos ponentes en el concilio fueron Juan de Segovia y Juan Torquemada. Después de haber sido discutida por espacio de dos años antes de la asamblea, los obispos declararon la Inmaculada Concepción como una pía doctrina, concorde con el culto Católico, con la fe Católica, con el derecho racional y con la Sagrada Escritura; de ahora en adelante, dijeron, no estaba permitido predicar o declarar algo en contra (Mansi, XXXIX, 182). Los Padres del Concilio decían que la Iglesia de Roma estaba celebrando la fiesta. Esto es verdad sólo en cierto sentido. Se guardaba en algunas iglesias de Roma, especialmente en las de las órdenes religiosas, pero no fue adoptada en el calendario oficial. Como el concilio en aquel tiempo no era ecuménico, no pudo pronunciarse con autoridad. El memorandum del dominico Torquemada sirvió de armadura para todo ataque a la doctrina hecho por San Antonio de Florencia (… 1459) y por los dominicos Bandelli y Spina. Por un Decreto de 28 de Febrero de 1476, Sixto IV adoptó por fin la fiesta para toda la Iglesia Latina y otorgó una indulgencia a todos cuantos asistieran a los Oficios Divinos de la solemnidad (Denzinger, 734). El Oficio adoptado por Sixto IV fue compuesto por Bernardo de Nogarolis, mientras que los franciscanos emplearon desde 1480 un bellísimo Oficio salido de la pluma de Bernardino de Busti (Sicut 60 Lilium), que fue concedido también a otros (e. g. en España, 1761), y fue cantado por los franciscanos hasta la segunda mitad del siglo XIX. Como el reconocimiento público de la fiesta por Sixto IV no calmó suficientemente el conflicto, publicó en 1483 una constitución en la que penaba con la excomunión a todo aquel cuya opinión fuese acusada de herejía (Grave nimis, 4 de Septiembre de 1483; Denzinger, 735). En 1546 el Concilio de Trento, cuando la cuestión fue abordada, declaró que «no fue intención de este Santo Sínodo incluir en un decreto lo concerniente al pecado original de la Santísima e Inmaculada Virgen María Madre de Dios» (Sess. V, De peccato originali, v, en Denzinger, 792). Como quiera que este decreto no definió la doctrina, los teólogos opositores del misterio, aunque reducidos en número, no se rindieron. San Pío V no sólo condenó la proposición 73 de Bayo según la cual «no otro sino Cristo fue sin pecado original y que, además, la Santísima Virgen murió a causa del pecado contraído en Adán, y sufrió aflicciones en esta vida, como el resto de los justos, como castigo del pecado actual y original» (Denzinger, 1073), sino que también publicó una constitución en la que negaba toda discusión pública del sujeto. Finalmente insertó un nuevo y simplificado Oficio de la Concepción en los libros litúrgicos («Super speculum», Dic. De 1570; «Superni omnipotentis», Marzo de 1571; «Bullarium Marianum», pp. 72, 75). Mientras duraron estas disputas, las grandes universidades y la mayor parte de las grandes órdenes se convirtieron en baluartes de la defensa del dogma. En 1497 la Universidad de París decretó que en adelante no fuese admitido como miembro de la universidad quien no jurase que haría cuanto pudiese para defender y mantener la Inmaculada Concepción de María. Toulouse siguió el ejemplo; en Italia, Bolonia y Nápoles; en el Imperio Alemán, Colonia, Maine y Viena; en Bélgica, Lovaina; en Inglaterra, antes de la Reforma, Oxford y Cambridge; en España, Salamanca, Toledo, Sevilla y Valencia; en Portugal, Coimbra y Evora; en América, México y Lima. Los Frailes Menores confirmaron en 1621 la elección de la Madre Inmaculada como patrona de la orden, y se comprometieron bajo juramento a enseñar el misterio en público y en privado. Los dominicos, sin embargo, se vieron en la especial obligación de seguir las doctrinas de Santo Tomás, y las conclusiones comunes de Santo Tomás eran opuestas a la Inmaculada Concepción. Los dominicos, por tanto, afirmaron que la doctrina era un error contra la fe (Juan de Montesano, 1373); aunque adoptaron la fiesta, hablaban persistentemente de «Sanctificatio B. M. V.», no de «Conceptio», hasta que en 1622 Gregorio V abolió el término «sanctificatio». Pablo V (1617) decretó que no debería enseñarse públicamente que María 61 fue concebida en pecado original, y Gregorio V (1622) impuso absoluto silencio (in scriptis et sermonibus etiam privatis) sobre los adversarios de la doctrina hasta que la Santa Sede definiese la cuestión. Para poner fin a toda ulterior cavilación, Alejandro VI promulgó el 8 de Diciembre de 1661 la famosa constitución «Sollicitudo omnium Ecclesiarum», definiendo el verdadero sentido de la palabra conceptio, y prohibiendo toda ulterior discusión contra el común y piadoso sentimiento de la Iglesia. Declaró que la inmunidad de María del pecado original en el primer momento de la creación de su alma y su infusión en el cuerpo eran objeto de fe (Denzinger, 1100). ACEPTACIÓN UNIVERSAL EXPLÍCITA Desde el tiempo de Alejandro VII hasta antes de la definición final, no hubo dudas por parte de los teólogos de que el privilegio estaba entre las verdades reveladas por Dios. Finalmente Pío IX, rodeado por una espléndida multitud de cardenales y obispos, promulgó el dogma el 8 de Diciembre de 1854. Fue prescrito un nuevo Oficio para todo la Iglesia Latina por Pío IX (25 de Diciembre de 1863), por el cual decretó que todos los demás Oficios en uso fueran abolidos, incluido el antiguo Oficio Sicut lilium de los franciscanos y el oficio compuesto por Passaglia (aprobado el 2 de Febrero de 1849). En 1904 fue celebrado con gran esplendor el jubileo dorado de la definición del dogma (Pío X, Enc., 2 de Febrero de 1904). Clemente IX había añadido a la fiesta una octava para las diócesis que se encontraban dentro de las posesiones temporales del Papa (1667). Inocencio XII (1693) la elevó al rango de segunda clase con una octava para la Iglesia Universal, cuya categoría fue concedida en 1664 para España, en 1665 para Toscana y Saboya, en 1667 para la Sociedad de Jesús, los Eremitas de San Agustín, etc. Clemente IX decretó el 6 de Diciembre de 1708 que la fiesta debería ser de obligación para toda la Iglesia. Por último, León XIII, el 30 de Noviembre de 1879, la elevó a fiesta de primera clase con vigilia, dignidad que había sido concedida antes a Sicilia (1739), España (1760) y Estados Unidos (1847). Un oficio votivo de la Concepción de María, que es recitado en la actualidad en la mayor parte de la Iglesia Latina los sábados, fue concedido primeramente a las monjas benedictinas de Santa Ana en Roma en 1603, a los franciscanos en 1609, a los Conventuales en 1612, etc. Las Iglesias Siria y Caldea celebran esta fiesta con los griegos el 9 de Diciembre; en Armenia es una de las pocas fiestas inamovibles del año (9 de Diciembre); los cismáticos etíopes y coptos la guardan el 7 de Agosto, mientras celebran la Natividad de María el 1º de Mayo; los católicos coptos, sin embargo, han transferido la 62 fiesta al 10 de Diciembre (Natividad, 10 de Septiembre). Las Iglesias Orientales cambiaron de nombre la fiesta desde 1854 en concordancia con el dogma de la «Inmaculada Concepción de la Virgen María». La Arquidiócesis de Palermo celebra solemnemente la Conmemoración de la Inmaculada Concepción el 1º de Septiembre para dar gracias por la preservación de la ciudad con ocasión del terremoto del 1º de Septiembre de 1726. Una conmemoración similar es celebrada el 14 de Enero en Catania (terremoto, 11 de Enero de 1693); y los Padres Oblatos el 17 de Febrero, porque su regla fue aprobada el 17 de Febrero de 1826. Entre el 20 de Septiembre de 1839 y el 7 de Mayo de 1847 el privilegio de añadir a la Letanía de Loreto la invocación «Reina concebida sin pecado original» fue concedido a 300 diócesis y comunidades religiosas. La Inmaculada Concepción fue declarada el 8 de Septiembre de 1760 como principal patrona de todas las posesiones de la corona de España, incluidas las de América. El decreto del primer Concilio de Baltimore (1846), eligiendo a María en su Inmaculada Concepción Patrona principal de los Estados Unidos, fue confirmado el 7 de Febrero de 1847. *********** PONDRÉ ENEMISTAD ENTRE TI Y LA MUJER " El Nuevo Testamento está latente en el Antiguo, y el Antiguo está patente en el Nuevo" (DV 16). A) MARÍA EN EL ANTIGUO TESTAMENTO Un único y mismo plan divino se manifiesta a través de la primera y última alianza. Este plan de Dios se anuncia y prepara en la antigua alianza y halla su cumplimiento en la nueva. Cristo está prefigurado en todo el Antiguo Testamento. Y con Cristo encarnado está unida su Madre, de quien El toma su carne. María, en el designio divino, forma parte del plan de salvación realizado en Cristo. También María, por tanto, está prefigurada en la antigua alianza. En el Antiguo Testamento se hallan textos que el Evangelio refiere explícitamente a María, viendo en ella su cumplimiento. "La economía del Antiguo Testamento estaba ordenada, sobre todo, para preparar, anunciar proféticamente y significar con diversas figuras la venida de Cristo redentor universal y la del reino mesiánico... Los libros del Antiguo Testamento manifiestan la 63 formas de obrar de Dios con los hombres..., ofreciéndonos la verdadera pedagogía divina" (DV 15). "Los libros del Antiguo Testamento, recibidos íntegramente en la proclamación evangélica, adquieren y manifiestan su plena significación en el Nuevo Testamento, ilustrándolo y explicándolo al mismo tiempo" (DV 16). La mirada al Antiguo Testamento es retrospectiva. Partiendo de Cristo y de María ascendemos por el cauce de la historia de la salvación, iluminando el itinerario que Dios ha seguido y descubriendo en la primera alianza la tensión íntima hacia la nueva. Así los textos del Antiguo Testamento, "como son leídos en la Iglesia y entendidos bajo la luz de una ulterior y más plena revelación, iluminan la figura de la mujer Madre del Redentor, insinuada proféticamente en la promesa de victoria sobre la serpiente" (LG 55). Al anuncio del ángel, María responde: "He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra" (Lc 1,38). Con esta respuesta expresa el deseo de que se cumpla el plan de Dios. De este modo, la Virgen de Nazaret acepta, en nombre de toda la creación, la salvación que Dios envía en el Mesías que ha de nacer de ella. Para que la salvación se realice es necesario que el Redentor se haga hombre y eso es lo que María acepta. En ella, la humanidad, aunque caída, se ha mostrado capaz de acoger la salvación. Mediante el fíat de la fe, María, en nombre de la humanidad y en favor de la humanidad, acoge la redención que Dios nos ofrece en Cristo: "Esta persona humana que llamamos María es en la historia de la salvación como el punto de esta historia sobre el que cae perpendicularmente la salvación del Dios vivo, para extenderse desde allí a toda la humanidad".1 María, en quien se resume el misterio de la Iglesia, es también la síntesis de su larga historia. Los orígenes de María se remontan al alba de la creación, cuando el Padre ordena todas las cosas a Cristo. Pues la historia no comienza con el pecado de Adán, sino en el instante en que el Padre crea todas las cosas en Cristo y ordenadas a El. Por ello, la concepción de María fue santa, inmaculada, en razón de Cristo, que nacería de ella. María, pues, es santa en su origen, con todos los hombres que, antes de nacer del pecador Adán, nacen del Padre, creados en el Hijo y en vistas a Él. Es virgen y madre, como la creación original sobre la que aletea el 64 Espíritu, a fin de que de su seno nazcan Cristo y la multitud de los hombres, discípulos de Cristo. Es virgen y madre con la nación judía, que, por la fe en la palabra, llevaba la semilla mesiánica. Y con la Iglesia de la nueva alianza, María es virgen y madre de todos los fieles, en su comunión de muerte y gloria con Cristo. En María tenemos, pues, la imagen, el icono del hombre redimido. Pablo la nombra una sola vez y sin nombre, pero la inscribe en la constelación trinitaria del Padre, que envía, y del Hijo y el Espíritu, que son enviados, para que nosotros recibiéramos la filiación divina: "Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva. La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: iAbbá, 1 K. RAHNER, Mariá, Madre del Señor, Barcelona 1967, p.47. Padre!" (Ga 4,4-6). María es la humilde sierva, pero Dios la puso al servicio del misterio de la concepción del Hijo con el poder del Espíritu Santo, cuando le plugo realizar este misterio en el mundo. Por esto, el Espíritu Santo, que mueve a los fieles a amar a la Iglesia, vuelve su corazón también hacia aquella en quien la Iglesia se encuentra toda entera. San Jerónimo, comentando el versículo del Salmo: "La tierra ha dado su fruto" (Sal 67,7), dice: "La tierra es la santa María que es de nuestra tierra y de nuestra estirpe. Esta tierra ha dado su fruto, es decir, ha encontrado en el Hijo lo que había perdido en el Edén. Primero ha brotado la flor; y la flor se ha hecho fruto para que nosotros lo comiéramos y nos alimentáramos con él. El Hijo ha nacido de la sierva, Dios del hombre, el Hijo de la Madre, el fruto de la tierra".2 María es la tierra fecundada de donde ha brotado el Salvador; no sólo ha pasado a través de María, sino que procede de María. De María ha asumido el Hijo de Dios carne y sangre, ha entrado realmente en la historia de los hombres, participando de nuestro nacer y de nuestro morir. B) LA MUJER DEL PROTOEVANGELIO 65 Dios creó el mundo y, al contemplar cuanto había hecho, vio que era muy bueno (Gn 1,31). Pero en este mundo armonioso, salido de las manos de Dios, el pecado introduce la división. Al diálogo con Dios, que des2 SAN JERÓNIMO, Tratado sobre el salmo 66. ciende en la brisa de la tarde a pasear con su creatura, sigue el miedo de Dios. Aún antes de que Dios intervenga (Gn 3,23), Adán y Eva "se esconden de Yahveh entre los árboles" (3,8); Dios tiene que buscar al hombre, llamarle: "¿Dónde estás?". La expulsión del lugar de la comunión, del jardín del Edén, es la ratificación de esa ruptura con Dios. El diálogo entre el hombre y la mujer, que el amor unía en una sola carne, se cambia en deseo de dominio (Gn 4,16). Al diálogo del hombre con la creación, como tierra que el hombre custodia y cultiva, sigue, en contraposición, el sudor y trabajo doloroso con que el hombre tiene que arrebatar el fruto a la tierra. Estas rupturas y hostilidades, que entran en el mundo, no formaban parte del plan de Dios "en el principio" de la creación. Son el fruto del pecado del hombre que ha querido "ser como Dios", sustituir a Dios en la conducción de su vida. Pero algo no ha cambiado: la relación de Dios con el hombre. El hombre ha cambiado, pero Dios, no. Dios, que conoce el origen del pecado del hombre, seducido por el maligno, interviene para anunciar la sentencia contra la serpiente: Por haber hecho esto, maldita seas entre todas las bestias y entre todos los animales del campo. Sobre tu vientre caminarás, y polvo comerás todos los días de tu vida. Pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu estirpe y la suya: ella te aplastará la cabeza mientras tú acechas su calcañar (Gn 3,14-15). La maldición divina contra la serpiente anuncia la lucha implacable entre la mujer y la serpiente, lucha que se extiende a la estirpe, al semen de la serpiente y a la descendencia de la mujer, que es Cristo. El combate permanente, que recorre toda la historia, entre el bien y el mal, entre la justicia y la perversión, entre la verdad y la mentira, en la plenitud de los tiempos se hace personal entre 66 Cristo y Satanás. La estirpe de la mujer, que combate contra la estirpe de la serpiente, es una persona, el Mesías. El es quien aplastará la cabeza de la serpiente. Ciertamente "la victoria del Hijo de la mujer no sucederá sin una dura lucha, que penetrará toda la historia humana... María, Madre del Verbo encarnado, está situada en el centro mismo de aquella enemistad, de aquella lucha que acompaña la historia de la humanidad en la tierra y la historia misma de la salvación". Pero, con la entrada de María en el misterio de Cristo, como "bendita entre las mujeres", está decidido que la bendición triunfará sobre la maldición: María permanece así ante Dios, y también ante la humanidad entera, como el signo inmutable e inviolable de la elección por parte de Dios, de la que habla la Carta paulina: "Nos ha elegido en él (Cristo) antes de la fundación del mundo..., eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos" (Ef 1,4-5). Esta elección es más fuerte que toda experiencia del mal y del pecado, de toda aquella enemistad con la que ha sido marcada la historia del hombre. En esta historia, María sigue siendo una señal de esperanza segura (RM 11). La serpiente acecha en todo momento el nacimiento de cada hombre para morderle el talón, pero María se le ha escapado, sin tocarla con su veneno. Es la Inmaculada concepción. Así se entrelaza el Génesis con el Apocalipsis, donde aparece "una mujer vestida de sol", que está encinta y da a luz un hijo contra el que se lanza "un enorme dragón rojo". "El dragón se coloca ante la mujer que está a punto de dar a luz para devorar al niño apenas nazca". Pero la victoria será de la mujer y su hijo, de María y del Hijo de Dios, que nace de ella, "mientras que el gran dragón, la serpiente antigua, llamado Diablo y Satanás porque seduce a toda la tierra, es precipitado sobre la tierra" (Ap 12). La existencia de María, al contrario de la de todo hijo de Adán, se halla desde el primer instante bajo la gracia de Dios. Ni un momento estuvo marcada con el sello del pecado original, que está en el origen de nuestra concepción y de nuestra existencia. María es el signo de la total elección de Dios y de la entrega de todo su ser a Dios y a la lucha contra la serpiente. En ella se anticipa el triunfo de su Hijo sobre el pecado, salvación que se ofrece a cada hombre pecador en el bautismo. María, a través de su Hijo, inaugura la era del Reino 67 de Dios, al ser totalmente salvada del pecado desde su misma concepción. María, en toda su persona, pertenece a Dios como su único Señor. Así es signo de la nueva creación que nace de lo alto, de Dios. Es la nueva Eva, la primera criatura del mundo futuro, del mundo nuevo inaugurado con la Encarnación. "Alégrate" es la primera palabra de la nueva alianza, la primera palabra de la aurora del mundo nuevo, anunciado por los profetas, heraldos del Mesías: "iExulta, hija de Sión, grita de alegría, hija de Jerusalén! He aquí que viene a ti tu' rey" (Za 9,9). Esta es la primera palabra que, dicha a María, Dios dirige al mundo el día en que llegó su cumplimiento. El Salvador llega y se nos invita a aclamarlo con alegría. Cristo destruirá el poder de la serpiente. Ya el profeta Isaías describe el mundo inaugurado por el Mesías como un mundo nuevo, recreado, en el que la serpiente no constituirá un peligro para el hombre, descendiente de la mujer: "El niño de pecho hurgará en el agujero del áspid y el niño meterá la mano en la hura de la serpiente venenosa" (Is 11,8). Como Adán es cabeza de la humanidad pecadora, Cristo es Cabeza de la humanidad redimida. Cristo es "la simiente de la mujer que aplasta la cabeza de la serpiente": Por eso Dios puso enemistad entre la serpiente y la mujer y su linaje, al acecho la una del otro (Gn 3,15), el segundo mordido al talón, pero con poder para triturar la cabeza del enemigo; la primera, mordiendo y matando e impidiendo el camino al hombre, "hasta que vino la descendencia" (Ga 3,19) predestinada a triturar su cabeza (Lc 10,19): éste fue el dado a luz de María (Ga 3,16). De él dice el profeta: "Caminarás sobre el áspid y el basilisco, con tu pie aplastarás al león y al dragón" (Sal 91,13), indicando que el pecado, que se había erigido y expandido contra el hombre, y que lo mataba, sería aniquilado junto con la muerte reinante (Rm 5,14.17), y que por él sería aplastado aquel león que en los últimos tiempos se lanzaría contra el género humano, o sea el Anticristo, y ataría a aquel dragón que es la antigua serpiente (Ap 20,2), y lo ataría y sometería al poder del hombre que había sido vencido, para destruir todo su poder (Lc 10,19-20). Porque Adán había sido vencido, y se le había arrebatado toda vida. Así, vencido de nuevo el enemigo, Adán puede recibir de nuevo la vida; pues "la muerte, la 68 última enemiga, ha sido vencida" (lCo 15,26), que antes tenía en su poder al hombre.3 Éste es el anuncio del protoevangelio, el anuncio de la victoria sobre el Tentador, mentiroso y asesino desde el principio. A la luz de Cristo y de la redención, se ilumina el significado último del anuncio del Génesis. Dios no se deja vencer por el mal. María es el signo glorioso de esta victoria de Dios sobre el poder del maligno. Con su Inmaculada concepción María es un signo de esperanza para todos los hombres redimidos por Cristo (CEC 410-411). C) LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE MARÍA La Inmaculada concepción de María es una verdad de fe, vislumbrada por algunos Padres, discutida en los siglos XIIXIII y proclamada por Pío IX el 8 de diciembre de 1854 con la bula Ineffabilis Deus. Proclamar la 3 SAN IRENEO, Adv.haer, III,23,7. Inmaculada concepción de María significa reconocer que María, por gracia, ha sido redimida, anticipando en ella la salvación que Cristo ha traído al mundo para todos los hombres: Redimida de un modo eminente, en atención a los futuros méritos de su Hijo, y a El unida con estrecho e indisoluble vínculo, está enriquecida con esta suma prerrogativa y dignidad: ser la Madre de Dios Hijo y, por tanto, la hija predilecta del Padre y el sagrario del Espíritu Santo... Al mismo tiempo ella está unida en la estirpe de Adán con todos los hombres que han de ser salvados (LG 53; CEC 490-493). María no está situada fuera de la redención. Es de nuestra carne, de nuestra raza, "de la estirpe de Adán". Es redimida como todos nosotros por su Hijo. Pero ella es redimida desde su concepción, completamente iluminada para que el Sol que nace de ella, Cristo, no sea mínimamente ofuscado. Madre del Día, ella no conocerá la noche, será la primavera de la humanidad renovada.4 María es la profecía viviente de la realidad a la que todos estamos predestinados: "El Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, nos ha elegido en Cristo, antes de la creación del mundo, para ser santos e 69 inmaculados en su presencia, en el amor" (Ef 1,4). A todos nos lleva el Padre en su corazón como hijos amados. Todo fiel es liberado del pecado original por el bautismo, que lo hace remontarse más allá del pecador Adán, 4 Cfr A.D. SERTILLANGES, Il mese di Maria, Brescia 1953. hasta la filiación divina de Cristo, que "existe antes de todas las cosas" (Col 1,17). La gracia, que el fiel encuentra en Cristo, es mucho más grande que el mal causado por la falta de Adán (Rm 5,15-17). En su raíz, el hombre ha sido creado en Cristo y hacia Cristo (Col 1,15s); luego, el pecado sobreviene, contradiciendo la alianza paternal y filial que Dios, al crear al hombre, establece con él. En su raíz, el hombre se sumerge, no en el pecado, sino en una gracia original, puesto que, antes de depender de Adán, ha sido creado por Dios en Cristo y hacia El. Para María, la inocencia de su entrada en la existencia deriva de su relación materna con aquel cuya encarnación en el mundo es la fuente de toda gracia. El misterio de la mujer encinta, en perpetua enemistad con la serpiente antigua, es, en primer lugar, el misterio de María. María es santificada desde su concepción "en vista de los méritos de Cristo", por su comunión con El. María pertenece a la humanidad pecadora por la gracia misma que la distingue. Su santidad original no la separa, no es un privilegio de excepción, sino de plenitud y anticipación. El origen de María coincide con la inocencia original, inicial, en que toda la humanidad es creada. Pero, en ella, la inocencia es llevada a tal plenitud que el pecado no la alcanzó. Con toda la creación, María es creada en Cristo y hacia El; pero en ella la relación con Cristo es de tal inmediatez que el pecado no se ha interpuesto entre ella y su Salvador.5 Frente al "espíritu moderno", que ve al hombre como árbitro absoluto de su propio destino y artífice único de su vida, en María resuena la afirmación de la absoluta primacía de la iniciativa de Dios en la historia de la reden5 F.X. DURRWELL, María, meditación ante el icono, Madrid 1990. 70 ción. Por ello, en la edad moderna se llegó a la definición del dogma de la Inmaculada Concepción. Sus raíces son indudablemente bíblicas: "En el título llena de gracia, utilizado por el ángel al dirigirse a María, leído a la luz de la tradición, se ofrece el fundamento más sólido en favor de la inmaculada concepción de María. El sentido de `transformada por la gracia' parece constituir efectivamente el mejor fundamento del dogma".6 María entró en la existencia como un ser redimido. Como Madre de Dios, ha sido redimida de la manera más perfecta, desde el momento de su concepción. Ciertamente, Lucas no dice que María fue tal desde el comienzo de su existencia; sin embargo, si se comprende bíblicamente el concepto de gracia como eliminación del pecado y de sus consecuencias en la riqueza del don de la vida nueva (Ef 1,6s), se puede concluir: "Si es verdad que María quedó totalmente transformada por la gracia de Dios, esto incluye que Dios la preservó del pecado, la purificó y santificó de modo radical. Según el testimonio pascual de los orígenes, en ella es donde se cumple el nuevo comienzo del mundo; ella es la Hija de Sión escatológica en la que el pueblo de Israel se convierte en nueva creación, sin dejar de ser el pueblo de las promesas: misterio de la continuidad de la estirpe en la discontinuidad de la gracia".7 Duns Escoto fue quien tuvo la intuición de la praeservatio: el mediador único y perfecto Jesucristo escogió para su Madre un acto perfectísimo de mediación, como fue el de "haber merecido preservarla del pecado original".8 6 Cfr Ineffabilis Deus. 7 Cfr R. LAURENTIN, La Vergine Maria. Mariologia postconciliare, Roma 1983, p.220. 8 J. DUNS ESCOTO, Opus Oxiniense, Ordinatio III. De esta manera quedaba a salvo la necesidad universal de la redención realizada por el Señor, mientras que se subrayaba la elección absolutamente libre y gratuita de María por parte de Dios. La elección por parte del Padre realiza también en María a través de la mediación única y universal del Hijo Jesús, por cuyos méritos ante el Padre quedó preservada inmune de la condición universal del pecado original y puede, por tanto, existir de manera totalmente conforme al designio de Dios. 71 La liturgia de la Inmaculada, además de la exención del pecado original, celebra principalmente la plenitud de la gracia de María y su fidelidad a la voluntad de Dios. El misterio de María es un misterio de elección divina, de santidad, de plenitud de gracia y de fidelidad al plan de Dios: Esta "resplandeciente santidad del todo singular" de la que fue " enriquecida desde el primer instante de su concepción" (LG 56), le viene toda entera de Cristo: "ella es redimida de la manera más sublime en atención a los méritos de su Hijo" (LG 53). El Padre la ha "bendecido con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo" (Ef 1,3) más que a ninguna otra persona. El la ha "elegido en él, antes de la creación del mundo, para ser santa e inmaculada en su presencia, en el amor" (Ef 1,4). (CEC 492) La tradición bizantina en Oriente y la tradición medieval en Occidente han visto en el kecharitomene ("llena de gracia") la indicación de la perfecta santidad de María. Kecharitomene indica que María ha sido transformada por la gracia de Dios: es la "gratificada", como traduce la Vetus latina. Se indica el efecto producido en María por la gracia de Dios. Es lo mismo que dice San Pablo de los cristianos que han sido tocados y transformados por la gracia de Dios: "Dios nos ha transformado por esta gracia maravillosa" (Ef 1,6), como comenta San Juan Crisóstomo, que conocía bien el griego.9 El perfecto de la voz pasiva, utilizado por Lucas, indica que la transformación de María por la gracia ha tenido lugar antes del momento de la Anunciación. ¿En qué consiste esta transformación por la gracia? Según el texto paralelo de la carta a los Efesios (1,6), los cristianos han sido "transformados por la gracia" en el sentido de que, "según la riqueza de su gracia, alcanzan la redención por su sangre, la remisión de los pecados" (1,7). María es, pues, "transformada por la gracia", porque había sido santificada por la gracia de Dios. Así lo interpretan los Padres de la Iglesia: "Nadie como tú ha sido plenamente santificado; nadie ha sido previamente purificado como tú".10 María ha sido previamente "transformada por la gracia" de Dios, en consideración de su misión: ser la Madre del Hijo de Dios. Mediante la gracia Dios prepara para su designio de salvación a la Madre virginal del Mesías. 72 El icono de la Panagía o "Toda Santa", que se venera en la Iglesia rusa, lo expresa maravillosamente. La Madre de Dios está en pie con las manos en alto en actitud 9 SAN JUAN CRISOSTOMO, In epist. ad Eph. 1,1,3: PG 62,13-14. 10 SAN SOFRONIO, Or. II, in Annut. 25: PG 87/3,3248. de total apertura a Dios. El Señor está con ella bajo la forma de un niño rey, visible en la transparencia de su seno. El rostro de María es todo estupor, silencio y humildad, como invitándonos a "mirar lo que el Señor ha hecho de mí en el día en que dirigió su mirada a la pequeñez de su sierva". Dios es el Santo por excelencia. Pero Dios hace partícipes de su santidad a sus elegidos, haciéndoles santos. Con esta participación en la santidad de Dios, sus elegidos entran a vivir en comunión con El, en la fe y en la respuesta al amor de Dios. De este modo los santos entran en la gracia de Dios, envueltos en la nube de su gloria, liberados de las tinieblas del pecado. Desde el siglo II, con San Justino, a quien siguen San Ireneo y San Epifanio, se ha contrapuesto la fe de María a la incredulidad de Eva. En esta fe de María la Iglesia ha visto la santidad singular de María, que supera "a los querubines y a los serafines": Es verdaderamente justo glorificarte, oh Theotókos, siempre bienaventurada y toda inmaculada, Madre de nuestro Dios. Más venerable que los querubines e incomparablemente más gloriosa que los serafines, a ti, que sin mancha has engendrado a Dios, el Verbo, te magnificamos, oh verdadera Theotókos.11 La tradición cristiana, como aparece en la iconografía, ha visto en el pronombre "ésta" una referencia a la mujer, madre del Mesías, es decir, a María. El arte cristiano ha representado a María aplastando 11 Himno mariano "Es verdaderamente justo" de la liturgia y de la piedad bizantina. con su pie la cabeza de la serpiente. La serpiente está enroscada en torno al globo terrestre, suspendido en el espacio. María, radiante y coronada de estrellas, domina el globo y con un pie pisa la cabeza de la serpiente. Ya la 73 traducción de San Jerónimo de la Biblia, la Vulgata, traduce en femenino el texto del Génesis: "ésta te aplastará la cabeza" (Gn 3,15). Esta traducción se hizo tradicional en la Iglesia latina. D) MARÍA, TIERRA VIRGEN DE LA NUEVA CREACIÓN Mateo 1,1, -"Libro de la génesis de Jesucristo", recuerda a Génesis 2,4: "Éste es el libro de la génesis del cielo y de la tierra", así como a Gén 5,1: "Éste es el libro de la génesis de Adán". El paralelismo evidente parece significar que el nacimiento de Jesús inaugura una nueva creación: el segundo Adán se corresponde con el primero. María es, pues, la tierra del acontecimiento de este nuevo comienzo del mundo. Lo mismo que el Espíritu desplegó sus alas sobre las aguas de la primera creación, suscitando la vida (Gn 1,2), así desciende ahora sobre la Virgen, que le acoge, concibiendo a Jesús. Los Padres, con una bella expresión, llaman a María la "tierra santa de la Iglesia", donde germina la Palabra y produce fruto, el ciento por uno, Cristo, la Palabra hecha carne. María "guardaba la Palabra en su corazón" (Lc 2,19;2,51) y ésta "no vuelve al Padre sin producir su fruto", el fruto bendito del seno de María. María no es otra cosa que "la madre de Jesús".12 María, con su fíat, ha renunciado a sí misma para estar totalmente a disposición del Hijo. Y, de este modo, María ha logrado la plenitud de su persona y de su misión. María es la verdadera tierra, de suyo estéril, caos y vacío, pero fecundada por Dios con su Espíritu. Cuando fueron creadas la tierra y la humanidad, en las que nacería el Hijo encarnado, su rostro no estaba sucio por el pecado. María, de la que iba a nacer el Hijo, comparte la inocencia original de la creación y de la humanidad salida de las manos de Dios. Concebida sin pecado, María es anterior al primer pecado del mundo y de cualquier otro pecado; ella es "más joven que el pecado, más joven que la raza de la que ha salido". Nacida largos milenios después del pecador de los orígenes, es anterior a él, mucho más joven que él; ella es "la hija menor del género humano", la que no ha llegado nunca a la edad del pecado.13 74 Jesús, en primer lugar, es anterior a todo antepasado, si bien es llamado el último Adán (1Co 15,45). El es descendiente de Adán, pero su origen es eterno, engendrado por el Padre en la santidad del Espíritu Santo. "Existe antes que todas las cosas" (Col 1,17). María es creada en este misterio del Hijo, inseparable de él en su inocencia original, anterior al pecado de sus antepasados. Cuando el anuncio del ángel vino a sorprenderla, la gracia la había preparado para ese anuncio: "iAlégrate, llena de gracia! ¡Alégrate, tú, a quien la gracia ha santificado; tú, que 12 San Juan en todo el Evangelio no la llama nunca María, sino "mujer" o la "madre de Jesús". Cfr. I. DE LA POTTERIE, Le mire de Jésus, Marianum 40(1978)41-90. 13 G. BERNANOS, Diario de un cura rural, Barcelona 1951, p.58-59. has sido hecha agradable a Dios!". Fue santificada desde siempre y en vistas de este anuncio. La maternidad de la mujer coronada de estrellas, de la que habla el Apocalipsis, data de los orígenes de la humanidad. "La antigua serpiente", la del Génesis, está desde entonces ante la mujer dispuesta para devorar al hijo cuando nazca (Ap 12,4). La enemistad enfrenta desde siempre a la mujer embarazada y a la serpiente, a causa de la semilla mesiánica que lleva en ella. Las palabras del Génesis (3,15) valen para Eva, de cuya descendencia nacería el Mesías, pero mucho más para la mujer en quien se cumplirá la maternidad mesiánica. Igualmente el nacimiento virginal de Cristo tiene una gran significación para la historia de la salvación. Como afirman los Padres, Jesús debía nacer de manera virgen para poder ser el nuevo Adán. Si Jesús, el nuevo Adán (ICo 15,45-49), no hubiera nacido de una virgen, no podría ser el inicio y la cabeza de la nueva creación. Con el primer Adán nos encontramos en el momento de la creación, al comienzo de la historia humana; con el nacimiento virginal de Jesús nos situamos al principio de la nueva creación, en el umbral de la historia de la salvación. Algunos Padres, como San Ireneo, aluden a la arcilla con la que Dios formó al primer hombre, que era todavía "tierra intacta", "virginal", pues aún no había sido arada ni trabajada por el hombre. Ahora bien, Adán es el fruto del seno de esta tierra todavía virgen. Teniendo esta 75 imagen ante los ojos, se comprende el simbolismo de este texto de Máximo de Turín, obispo del s. V: Adán nació de una tierra virgen. Cristo fue formado de la Virgen María. El suelo materno, de donde el primer hombre fue sacado, no había sido aún desgarrado por el arado. El seno maternal, de donde salió el segundo, no fue jamás violado por la concupiscencia. Adán fue modelado de la arcilla por las manos de Dios. Cristo fue formado en el seno virginal por el Espíritu de Dios. Uno y otro, pues, tienen a Dios por Padre y a una virgen por madre. Como el evangelista dice, ambos eran "hijos de Dios" (Lc 3,23-38),14 Cristo, nuevo Adán, nace "de Dios", en el seno virginal de María. La promesa de Isaías se cumple concretamente en María. Israel impotente, estéril, ha dado fruto. En el seno virginal de María, Dios ha puesto en medio de la humanidad, estéril e impotente para salvarse por sí misma, un comienzo nuevo, una nueva creación, que no es fruto de la historia, sino don que viene de lo alto, don de la potencia creadora de Dios. Cristo no nació "de la voluntad de la carne, ní de la voluntad de varón". Por esta razón es el nuevo comienzo, las primicias de la nueva creación. "La acción del Espíritu Santo en María es un acto creador y no un acto conyugal, procreador. Pues bien, si es un acto creador, significa una repetición del comienzo primordial de toda la historia humana. Es un nuevo comenzar la creación, un retorno al tiempo anterior a la caída del pecado".15 La acción del Espíritu Santo en María es un acto creador Y significa una renovación del comienzo primordial de toda la historia humana. Así como el Espíritu Santo, en la cre14 MÁXIMO DE TURIN, Sereno 19: PL 57,571. 15 I. DE LA POTTERIE, Mamá en el misterio de la alianza, Madrid 1993, p.1 73. ación, "se cernía sobre las aguas" (Gn 1,2), así también el Espíritu Santo descendió sobre María al principio de los tiempos de la nueva creación. El Espíritu Santo plasma a María como nueva criatura (LG 56),16 es decir, inmaculada, para que pueda acoger a Cristo con el fíat de su libre consentimiento y concebirlo en la carne. 76 María, plasmada por la gracia y acogedora de la palabra de Dios, nos ofrece en su virginidad los rasgos de la nueva creación. La iniciativa libre y gratuita del Padre está en el origen del nuevo comienzo del mundo, como lo fue del primer comienzo. El Espíritu cubre a la Virgen con su sombra lo mismo que un día cubrió las aguas de la primera creación. El acontecimiento se cumple gracias al Hijo, que toma carne en María, así como el primer comienzo tuvo lugar "por él y en él" (Col 1,16). En la primera creación, como en la nueva, hay una tierra virgen y un Padre celestial. "Por ello hay que decir con toda verdad que María, por nosotros y para nuestra salvación, franqueó al Verbo la entrada en nuestra carne de pecado".17 El seno de María, les gusta repetir a los Padres, es el templo donde se celebran las bodas entre la divinidad y la humanidad. Con María el tiempo gira sobre sus goznes dando paso a una nueva era, a la nueva creación. El Espíritu aleteaba sobre la creación y la hacía materna, capaz de dar la vida. La tierra nacía virgen y ya materna, materna en su virginidad, por el poder del Espíritu. Este instante original de la creación, al mismo tiempo virgen y materna, emerge en la historia de María 16 Cfr las citas patrísticas de este n° 56 de la LG. 17 K. RAHNER, La Inmaculada Concepción, en Escritos de Teología I, Madrid 1961, p.226. y encuentra en ella su cumplimiento, por el mismo poder del Espíritu. El tiempo de plenitud, en el que Dios envía a su Hijo, nacido de una mujer, corresponde al tiempo primordial y lo lleva a su perfección. Las realidades del fin son preparadas, en secreto, desde los orígenes: "Publicaré lo que estaba oculto desde la creación del mundo" (1VIt 13,35). En la maternidad virginal de María se expresa humanamente el misterio de Dios, que engendra al Hijo en el Espíritu Santo. En María virgen el fruto madura sin que se marchite la flor; el fruto mismo confiere a la flor su esplendor. En ella es honrada la tierra virginal y materna, sobre la que aletea el Espíritu Santo; es honrada toda mujer que da a luz un hijo de Dios y es honrada la "Hija de Sión", la nación mesiánica que lleva, de parte del Espíritu, al Mesías en sus entrañas. Es glorificado Dios Padre en su paternidad respecto a Jesús, concebido del Espíritu Santo y de María. 77 Sobre María se refleja, como primicia, el resplandor del nuevo Adán, que ella lleva en su seno. En María, la modelada por la gracia, resplandece la criatura "recreada" en Cristo, imagen perfecta de Dios. "María es la planta no pisada por la serpiente, el paraíso concretado en el tiempo histórico, la primavera cuyas flores y frutos no conocerán jamás el peligro de la contaminación. En María brota un germen de vida eterna y de una nueva humanidad. En ella está simbólicamente encerrada toda la creación purificada y transparente de Dios... Con María nos damos cuenta de que el paraíso no se ha perdido totalmente en el pasado y el reino no está interminablemente asentado en el futuro; hay un presente en el que la tierra ha celebrado sus esponsales con el cielo, la carne se ha reconciliado con el espíritu y el hombre salta de gozo delante del Dios grande".18 María es el primer fruto de la nueva creación: "Ella, la mujer nueva, está al lado de Cristo, el hombre nuevo, en cuyo misterio solamente encuentra verdadera luz el misterio del hombre como prenda y garantía de que en una simple criatura -es decir, Ella- se ha realizado ya el proyecto de Dios en Cristo para la salvación de todo hombre" (MC 57). En cuanto plasmada por el Espíritu Santo, colmada y guiada por El, María es el modelo acabado del hombre realizado en conformidad con la voluntad y la gracia del Padre. "María no es una mujer entre las mujeres, sino el advenimiento de la mujer, de la nueva Eva, restituida a su virginidad maternal. El Espíritu Santo desciende sobre ella y la revela, no como `instrumento', sino como la condición humana objetiva de la encarnación".19 Lo mismo que en el nuevo Adán se contemplan los rasgos de la nueva criatura, recreada según el proyecto de Dios, así también en María, unida singularmente a El por la maternidad, se reflejan estos mismos rasgos en la especificidad de su condición femenina. María atestigua que la vocación del hombre es el amor. Sólo amando, el hombre manifiesta la imagen de Dios que lleva dentro de sí, grabada en la creación y recreada en la redención. Fuera del amor el hombre no es realmente hombre. Es cierto que Cristo es el "modelo transcendente de toda perfección humana", sin embargo, solamente en María, 78 persona humana y sólo humana, nos es posible descubrir "todo lo que la gracia puede hacer de una criatura 18 L. BOFF, E! rostro materno de Dios, Madrid 1979, p.284; 158-159. 19. P. EVDOKIMOV, La mujer y la salvación del mundo, Salamanca 1960, p.207. humana... La Virgen es, pues, nuestro modelo sin restricción. En María encontramos la perfección de una persona humana como nosotros, llevada al punto más alto que sea posible alcanzar",20 Como se expresan los Padres, "María es el recinto primordial del paraíso, en donde la flor más bella de la nueva creación no es más que el signo de la fuente divina. Allí se esconde y se encuentra la fuente secreta, en donde el Logos mismo quiso manifestarse en el corazón de la criatura humana".21 Con su fe y obediencia, en contraposición a Eva, María, cubierta con la sombra del Espíritu Santo, restaura nuestra relación filial con el Padre en Cristo, su Hijo. E) MARÍA-EVA Los dos primeros dogmas marianos -la virginidad y la maternidad- unen indisolublemente a María con la fe en Cristo. La atención a María surge dentro del ámbito de interés por su Hijo, Señor y Salvador. Cuando se afirma su condición divina y su misión salvífica se advierte la necesidad de hablar de la virginidad de María y de su maternidad divina. Se habla de la Madre para glorificar al Hijo, para confesar su origen eterno y su significado salvador para los hombres, al nacer de una mujer. Un ejemplo evidente del valor cristológico y salvífico de la reflexión de fe sobre la Madre de Jesús es el para20 L. BOUYER, Humanisme marial, Etudes87(1954)158165. 21 L. BOUYER, Le tróne de la Sagesse, Paris 1961. lelismo, que apareció enseguida en la reflexión patrística, entre Eva y María, forjado sobre el paralelismo paulino entre Adán y Cristo (Rm 5,14; 1Co 15,22-45). María es la primera testigo de la obra de salvación realizada por el Padre en el Hijo y el Espíritu Santo. Ella nos testifica en primer lugar que 79 la humanidad, por obra de Cristo y del Espíritu Santo, se ha hecho una humanidad nueva, recapitulada en el nuevo Adán y en la nueva Eva. El viejo Adán falló y su pecado arrastró en su caída a toda la humanidad (1Co 15,22). Pero Dios mantuvo su designio con relación a la humanidad y, de nuevo, lo recreó en el nuevo Adán, Cristo "espíritu vivificante" (Rm 5,14ss; 1Co 15,45ss). También Eva, la mujer primera, creada como "ayuda" de Adán, falló "ayudando" a Adán en su caída. Dios, para devolver al hombre la vida, ha suscitado una nueva Eva, María, que con su fe y obediencia ha "ayudado" al nuevo Adán, aceptando ser su madre y permitiéndole, de este modo, llevar a cabo la Redención. Como nueva Eva, "madre de los vivientes", junto a la cruz de Jesús está María, la "mujer", acogiendo como hijos a los "hermanos de Jesús" (Jn 20,17Hb 2,11), hijos adoptivos del Padre (Jn 20,17;Ga 4,6-7). María, nueva Eva, personifica a la Iglesia en cuanto "madre de los vivientes", es decir, de los rescatados por Cristo. "En Cristo, nuevo Adán, y en María, nueva Eva, se revela el misterio de tu Iglesia, como primicia de la humanidad redimida".22 Este paralelismo entre Eva y María aparece ya en el siglo II con Justino y con Ireneo. San Justino ve una situación análoga en Eva y en María. Sólo que Eva, desobediente, engendra el pecado y la muerte, mientras que María, con su obediencia y su fe, engendra la salvación, al hacerse Madre del Salvador: Si Cristo se ha hecho hombre por medio de la Virgen, es que ha sido dispuesto (por Dios) que la desobediencia de la serpiente fuera destruida por el mismo camino que tuvo su origen. Pues Eva, cuando aún era virgen e incorrupta, habiendo concebido la palabra que le dijo la serpiente, dio a luz la desobediencia y la muerte; mas la Virgen María concibió fe y alegría cuando el ángel Gabriel le dio la buena noticia de que el Espíritu del Señor vendría sobre ella y la fuerza del Altísimo la sombrearía, por lo cual, lo nacido en ella, santo, sería Hijo de Dios.23 Y San Ireneo desarrolla este paralelismo entre Eva y María. Para él, el plan de salvación consiste en la recreación de lo que había destruido el pecado. Para ello, Cristo ocupa el lugar de Adán, la cruz sustituye al árbol de la caída y María sustituye a Eva. Después de enunciar las grandes líneas del designio de Dios, escribe: 80 Paralelamente hallamos a María, virgen obediente. Eva, aún virgen, se hizo desobediente y así fue causa de muerte para sí y para todo el género humano. María, virgen obediente, se convirtió en causa de salvación para sí misma y para todo el género humano... De María a Eva se restablece el mismo circuito. Pues para desligar lo que está atado hay que seguir en sentido inverso los nudos de la atadura. Es por esto por lo que Lucas, al comienzo de la gene22 Prefacio V de Santa María Virgen. SAN JUSTINO, Diálogo con Tritón 100,4-5: PG 6,709D;712A. 23 alogía del Señor (Lc 3,23-38), ha llegado hasta Adán, mostrando que el verdadero camino de regeneración no va desde los antepasados hasta El, sino desde El hacia ellos. Y también así es cómo la desobediencia de Eva ha sido vencida por la obediencia de María. En efecto lo que la virgen Eva ató con la incredulidad, María lo desató con la fe.24 Según San Ireneo, María toma el papel de Eva. Eva se hallaba en una situación particular, de la que dependía la condición y la salvación de todo el género humano. Eva falló y Dios en su lugar ha puesto a María, que ha vencido con la obediencia y la fe: Y como por obra de una virgen desobediente fue el hombre herido y, precipitado, murió, así también fue reanimado el hombre por obra de una Virgen, que obedeció a la palabra de Dios, recibiendo la vida... Porque era conveniente y justo que Adán fuese recapitulado en Cristo, a fin de que fuera abismado y sumergido lo que es mortal en la inmortalidad. Y que Eva fuese recapitulada en María, a fin de que una Virgen, venida a ser abogada de una virgen, deshiciera y destruyera la desobediencia virginal mediante la virginal obediencia.25 Eva con su desobediencia atrajo la muerte para sí y para toda la humanidad. María, en cambio, con su obediencia fue causa de salvación para sí misma y para toda la humanidad: 24 SAN IRENEO, Adv.haer. II1,92: PG 7,958-960. 25 SAN IRENEO, Demostración de la prediación apostólica 33, Madrid 1992, p. 124ss. 81 Como por la obediencia en el árbol de la cruz, el Señor disolvió la desobediencia de Adán en el otro árbol, así fue disuelta la seducción por la que había sido mal seducida aquella virgen Eva destinada a su marido, por la verdad en la cual fue bien evangelizada por el ángel aquella Virgen María ya desposada. Así como aquella fue seducida por la palabra del ángel para que huyese de Dios prevaricando de su palabra, así ésta por la palabra del ángel fue evangelizada para que llevase a Dios por la obediencia de su palabra, a fin de que la Virgen fuera abogada de la virgen Eva. Y, para que así como el género humano había sido atado a la muerte por una virgen, así también fuese desatado de ella por la Virgen. Y que la desobediencia de una virgen fuese vencida por la obediencia de otra Virgen. Si, pues, el pecado de la primera criatura fue enmendado por la corrección del Primogénito, y si la sagacidad de la serpiente fue vencida por la simplicidad de la paloma (Mt 10,16), entonces están desatados los lazos por los que estábamos ligados a la muerte.26 Tertuliano aplica el paralelismo de Eva una veces a María y otras a la Iglesia.27 La visión de la Iglesia como 26 SAN IRENEO, Adv Haer. V,19,1. 27 TERTULIANO, De carne Christi 17: PL 2,782; De anima 43: PL 2,723; Adv. Marcionem 2,4:PL 2,4:PL 2,289; en este último texto une las dos aplicaciones: a María y a la Iglesia. Nueva Eva aparece ya en la segunda carta de Clemente: "Porque la Escritura dice: hizo Dios al hombre, varón y mujer. El varón es Cristo; la mujer, la Iglesia".28 La aplicación del doble paralelismo Eva-María y Eva-Iglesia, llevó a un tercer paralelismo: María-Iglesia. De una y de otra se dice: "La muerte nos vino por Eva, la vida por María",29 o por la Iglesia. Inspirado en estos textos patrísticos se lee en el Missale Gothicum: "Eva ha traído la muerte al mundo; María, la vida. Aquella con el jugo de la manzana bebió la amargura; ésta, de la fuente de su Hijo bebió la dulzura". Eva, "madre de los vivientes", es el nombre que la dio Adán después del pecado (Gn 3,20). Antes la había llamado "mujer", subrayando la relación entre él y ella (Gn 2,23). Eva había sido creada como "ayuda" del hombre (Gn 2,18-24). Siendo la primera mujer, Eva, como Adán, está puesta en una 82 situación singular, de la que depende la suerte del género humano. Seducida por la serpiente, con su desobediencia, igual que la de Adán, arrastra en su caída a toda la humanidad. Pero, después de su caída, la mujer recibe la tarea de luchar contra la estirpe de la serpiente, contra el mal (Gn 3,15). Por eso con Eva y su descendencia se inicia una lucha perenne entre los hombres y la serpiente, el Maligno. En esta lucha la maternidad de la mujer cobra una importancia fundamental, pues será un descendiente de ella quien vencerá, aplastando la cabeza de la serpiente. Cristo, nuevo Adán, también ha dado a su madre el nombre de "mujer" (Jn 2,4;19,26), nombre que la dará también la Iglesia (Ap 12,1.6). María toma el lugar de Eva, 28 29 CLEMENTE, JlEpistola ad Corinthios 14,2. SAN JERÓNIMO, Epistola 22,21: PL 22,408. ocupando como ella un lugar único en la economía de la salvación. Frente a la desobediente Eva, María es "la sierva del Señor" (Lc 1,38), la que se ofrece como "ayuda" para llevar a término el designio de Dios:30 "Cuando llegó la plenitud de los tiempos, Dios mandó a su Hijo, nacido de mujer, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, para que recibiéramos la filiación adoptiva" (Ga 4,4-5). María participa, como mujer, en la realización del plan de Dios: la salvación de los hombres. Como Cristo ocupa el lugar de Adán y la cruz sustituye al árbol del paraíso, María ocupa el lugar de Eva. Eva acoge la palabra de un ángel caído y María, en cambio, acoge a Gabriel, "uno de los ángeles que están ante Dios" (Lc 1,19). María, como sierva de Dios, participa en la salvación, acogiendo en su seno al Salvador y acompañándolo fielmente hasta la hora de la cruz. Con aceptación plena de la voluntad de Dios, María declara: "He aquí la sierva del Señor, hágase de mí según tu palabra". Es la expresión de su deseo de participar en el cumplimiento del designio de Dios. Con su obediencia se pone al servicio del plan de salvación, que Dios la ha anunciado. En cuanto mujer se ofrece totalmente como " ayuda" del hombre, convirtiéndose en Madre del Mesías, permitiéndole ser el Nuevo Adán, cabeza de la nueva humanidad. María, pues, a diferencia de Eva, ha asumido el papel de la virgen obediente, causa de salvación para sí y para todo el género humano. 83 Desde la cruz, cuando todo se ha cumplido, Jesús llama a su madre "Mujer" y le confiere una maternidad en relación a todos los hombres. Ella es "la madre de los vivientes". El árbol de la cruz ha sustituido al árbol de la caída. Siervo, en la Escritura, se aplica a los elegidos de Dios para realizar sus planes. Cfr Is 42,1-9; 49,1-6: 50,9- 11; 52,13-53,12. La cruz es su contrario: árbol de la vida. Del costado de Cristo muerto, y con el corazón traspasado, como de Adán dormido, brota la nueva vida. Se ha cumplido el juicio sobre la serpiente: "Ahora es el juicio de este mundo; ahora el príncipe de este mundo será arrojado fuera. Pues, cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí" (Jn 12,3132). Todas las realidades del comienzo, destruidas por el pecado, han sido restituidas a su estado original. Cristo es puesto en "el jardín", "en el que había un sepulcro nuevo, en el que nadie todavía había sido puesto" (Jn 19,41). La mujer, alegría y ayuda adecuada del hombre, se convirtió en tentación para el hombre, pero siguió siendo "madre de todos los vivientes": E ia, como es llamada después del pecado. Ella conserva el misterio de la vida, la fuerza antagonista de la muerte, que ha introducido el pecado, como poder de la nada opuesto al Dios creador de la vida. La mujer, que ofrece al hombre el fruto de la muerte, es también el seno de la vida; de este modo, la mujer, que lleva en sí la llave de la vida, toca directamente el misterio de Dios, de quien en definitiva proviene toda vida, pues Él es el Viviente, la misma Vida. María es "la mujer", madre del Viviente y de todos los vivientes. Esta simbología Eva-María la desarrolla ampliamente el arte cristiano. Sobre las puertas de la catedral alemana de Hildesheim, el obispo Bernward (s.XI) opuso a Eva y a María; y sobre su evangeliario quiso que el busto de Eva fuese pintado sobre la puerta cerrada del paraíso, mientras María aparecía sobre la puerta abierta del cielo. En él puso esta inscripción: "La puerta del paraíso, cerrada por la primera Eva, ya ha sido abierta para todos por medio de santa María". María es la Viviente por excelencia, es decir, la nueva Eva, que transmite la vida, pues ha sido liberada del poder de la muerte por el Señor de la vida. 84 Concluyo con una cita del cardenal J.H. Newman: "Como Eva fue desobediente e infiel, María fue obediente y creyente. Como Eva fue la causa de la ruina, así María fue la causa de la salvación. Como Eva preparó la caída de Adán, así María preparó la reparación que debía realizar el Redentor. Si Eva cooperó a un gran mal, María cooperó a un bien aún más grande". Es lo que canta la liturgia del Adviento: Te alabamos, Padre santo, por el misterio de la Virgen Madre. Porque, si del antiguo adversario nos vino la ruina, en el seno virginal de la hija de Sión ha germinado aquel que nos nutre con el pan de los ángeles... La gracia que Eva nos arrebató nos ha sido devuelta en María. En ella, madre de todos los hombres, la maternidad, redimida del pecado y de la muerte, se abre al don de una vida nueva. Allí donde había crecido el pecado, se ha desbordado tu misericordia en Cristo, nuestro Salvador.31 F) LA MUJER VESTIDA DE SOL En la historia de la salvación, el final explica los comienzos, pues la plenitud ilumina y da sentido al conjunto. La mujer de Ap 12, que con los dolores del parto da a luz al Salvador, representa la unidad indisoluble de toda la comunidad de Dios: Israel-María-Iglesia. El designio del Padre estaba inscrito en el mundo mismo antes de la historia de los primeros hombres, pues todo es creado en Cristo y hacia Cristo y todo subsiste en El. El germen de la nueva creación ya estaba sembrado en la primera. La creación estaba destinada desde siempre a concebir en ella al Hijo y a la multitud de sus hermanos reunidos en torno a El. La creación nace bajo el bautismo de las alas maternales del Espíritu: "Y el Espíritu de Dios aleteaba sobre las aguas" (Gn 1,2). El Espíritu creador, eterna concepción divina, da a la tierra su ser maternal, el seno en el que Dios engendra a su Hijo en el mundo, la cuna de Aquel hacia quien todo fue creado. El Espíritu, que aleteaba sobre las aguas vírgenes y maternales de la creación, aleteará un día sobre una mujer del linaje de Adán. Sembrada en la creación entera, la promesa mesiánica se ha concentrado después en una nación elegida, Israel, y se 85 cumplirá en una mujer de ese pueblo, María, Hija de Sión. El Espíritu, que aleteaba sobre las aguas y acompañaba a Israel, se ha posado sobre María y ha hecho madurar en ella el fruto prometido, el fruto bendito de su vientre: Jesús. La vocación de esta mujer se remonta, pues, al alba de la creación: ella lleva a término la vocación de la tierra, la vocación de Israel. La liturgia pone en sus labios: "Desde la eternidad fui constituida; desde el comienzo, antes del origen de la tierra" (Pr 8,23).32 La mujer vestida de sol es, en su interpretación más primitiva, el símbolo de la Iglesia. El número de estrellas es una prueba de ello. Los números, tan usados en el Apocalipsis, son "cifras", que todo lector iniciado sabe descifrar (Ap 13,18). Doce, y sus múltiplos, es la cifra eclesial, el indicativo de la Iglesia (Ap 21,14). Pero la Iglesia no es una colectividad, sino una comunidad de personas, unidas a Cristo y entre sí por el Espíritu Santo. La Iglesia, por ello, se personaliza en cada fiel: "La Iglesia entera está en cada uno".33 Está toda entera, de un modo singular, personificada en María. La mujer con doce estrellas, madre de Cristo, es símbolo de la Iglesia de la primera alianza,34 que lleva en su carne al Mesías que había de venir. Es también el símbolo de la Iglesia del Nuevo Testamento, que, tras el nacimiento de Cristo, da a luz "al resto de su descendencia" (Ap 12,17). María es la persona en quien Israel ha dado a luz para el mundo a Cristo; y es también a María a quien Cristo, señalando al discípulo, ha dicho: "He ahí a tu hijo" (Jn 19,26). La Iglesia de la primera alianza y la de la última se unen en María y se expresan en ella: "La Iglesia está toda entera en María". María es el icono de la Iglesia, porque en ella se encuentra contenido, personalizado, todo el misterio de la Iglesia, como en ningún otro miembro de la Iglesia. Para el pensamiento oriental, como se expresa su conocido representante P. Evdokimov, "la Virgen es el corazón de la Iglesia", pero también es "la ofrenda más pura" de la humanidad, la "consanguínea" de Cristo y la prefiguración de la Iglesia: La humanidad lleva su ofrenda más pura, la Virgen, y Dios la convierte en el lugar de su nacimiento y en la Madre de todos los vivientes, la Eva cumplida: "¿Qué podemos 86 ofrecerte, oh Cristo? El cielo te ofrece los ángeles, la tierra te presenta sus dones, pero nosotros los hombres te ofrecemos una Madre-Virgen", canta la Iglesia en la vigilia de Navidad. Como se ve, María no es "una mujer entre las mujeres", sino el advenimiento de la Mujer restituida a su virginidad maternal. En la Virgen toda la humanidad engendra a Dios y por eso María es la nueva Eva-Vida; su protección maternal, que cubría al niño Jesús, cubre ahora al universo y a cada uno de los hombres... Su humanidad, su carne, se hacen la de Cristo; su Madre se hace "consanguínea" suya y ella es la primera que realiza el fin último para el que ha sido creado el hombre. Y al engendrar a Cristo, como Eva universal, lo engendra para todos y lo engendra en cada alma; por ello toda la Iglesia "se alegra en la Virgen bendita" (S. Efrén). De este modo la Iglesia es prefigurada en su función de matriz mística, de engendradora perpetua, de perpetua Theothóhos.35 La Virgen María, modelada por el Espíritu Santo, es cantada en la liturgia como primicia de la nueva creación: En verdad es justo darte gracias, Padre Santo, porque hiciste a santa María Virgen madre y cooperadora de Cristo, autor de la nueva alianza, y la constituiste primicia de tu nuevo pueblo. Porque ella, concebida sin mancha, y colmada con los dones de la gracia, es en verdad la nueva mujer, la primera discípula de la nueva ley; la mujer alegre en el servicio, dócil a la voz del Espíritu Santo, solícita en custodiar tu palabra; la mujer dichosa por la fe, bendita por su Fruto, enaltecida entre los humildes; la mujer fuerte en la tribulación; fiel al pie de la cruz de su Hijo, gloriosa en su salida de este mundo.36 *********** MARIA, LA MADRE DE JESUS Contenido: 1.- Entusiasmo por la Virgen, Nuestra Señora Ser de Dios y del pueblo La imagen de María es pobre y sencilla 87 2.- Los tres retratos que la Virgen nos conservó de la Madre de Jesús. Primer retrato: María era de Dios Segundo retrato: María era del pueblo Tercer retrato: María se reúne en oración 3.- ¡Ave, María, llena de gracia! La vida de Nazaret La vida en familia La vida de los "pobres de Dios" "Dios está contigo, María" "El Espíritu Santo vendrá sobre ti" María, Madre y Virgen, retrato del pueblo de Dios 4.- La lucha entre la Mujer y el Dragón de Maldad El nacimiento de Jesús Herodes y los magos Las dos señales en el cielo: la mujer y el dragón. Dios interviene a favor de la vida 5.- La historia de María continúa hasta hoy Víspera de Navidad: Embarazada de Jesús 88 Navidad: Dio a luz un niño Belén: Puso al niño en un pesebre La huida a Egipto: Herodes continúa matando niños La estrella de Belén: Los magos ofrecen sus dones Nazaret: El niño crecía y estaba sujeto a sus padres Al pie de la cruz: "Ahí tienes a tu madre" Pascua: La extraña fuerza de la Resurrección 6.- El homenaje del pueblo a la Madre de Jesús Los nombres que el pueblo dio a María Las fiestas del pueblo en honor de la Virgen María María nuestra del Magníficat: queremos cantar contigo la grandeza del Señor: que derriba de su trono a todos los dictadores y sostiene la marcha de los oprimidos, que rompen estructuras en busca de la Liberación 1. Entusiasmo por la Virgen, Nuestra Señora El nombre de María Es costumbre en nuestro pueblo llamar a las mujeres con el nombre de María. Cuando alguien va por la calle y no sabe el nombre de una mujer la llama así. "María, oye, ven acá". Casi siempre se acierta y ellas no se quejan ni reclaman. El nombre de María no sólo sirve para llamar a las mujeres, sino que también muchas mujeres tienen de hecho este nombre. Difícilmente se encuentra una familia que no tenga alguna de 89 sus mujeres con el nombre de la Virgen: Ana María, María José, María Elena, Fátima, Concepción, Carmen, Piedad, Rosario, Consuelo, Asunción, Mercedes, Estrella, Gracia, Pilar, Dulcenombre, María Teresa, María Luisa, o simplemente María. Estos y otros muchos nombres tienen todos el mismo origen. Vienen del nombre de la Madre de Jesús, que se llamaba María. Ella era una joven pobre y humilde. Vivió hace ya casi dos mil años. Pero todavía hoy al pueblo le agrada llamarse con su mismo nombre. Le gusta rezarle e invocarla con una corta oración muy antigua que se llama el Ave María. ¡Ave María! La primera parte de esta oración viene del ángel Gabriel, cuando saludó a María invitándola a ser Madre de Jesús. El ángel entró en casa: "Ave María, llena de gracia el Señor está contigo". Lc 1,28 La otra parte la pronunció Isabel, prima de María. ésta fue a visitarla, y cuando se encontró con ella, le dijo: "Bendita eres tú entre las mujeres. Y bendito es el fruto de tu vientre". Lc 1, 42 Después los cristianos completaron los saludos del ángel y de Isabel con estas palabras: "Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte!". Después del Padre Nuestro, el Ave María es la oración más conocida de todos los cristianos. Hace siglos que millones de personas la repiten sin cesar. Cuando se reza el rosario se repite cincuenta veces. Es difícil encontrar en el mundo cristiano a alguien que no haya rezado nunca o no sepa rezar el Ave María. Mucha gente 90 comienza su instrucción religiosa aprendiendo a rezar el Ave María. Entusiasmo por la Virgen, Nuestra Señora La historia de nuestro pueblo cristiano parece un inmenso caminar con entusiasmo y fervor hacia la Virgen María, Madre y Señora nuestra, que ha conquistado los corazones. Un fervor vivido ardientemente, a través de los siglos por la gente sencilla y humilde. Aunque no lo parezca, aunque la gente no lleve un letrero con el nombre de María, sin embargo, sí lleva en lo más íntimo de su corazón a María; por eso adornan sus altares y ponen flores con fervor a la imagen de la Virgen. Por todas partes se ve el nombre y la imagen de la Virgen Santísima, aclamada e invocada por millares de voces que en el fondo de su alma la invocan continuamente y con entusiasmo, con estas palabras: ¡Ave María!. Llevando en su corazón el amor a la Virgen, el pueblo expresa en la veneración a María su esperanza de poder llegar a donde ya llegó ella, o sea, a gozar de la total libertad de los hijos de Dios, en el cielo. Venerando públicamente la imagen de la Virgen María, el pueblo da a todos la prueba concreta de que, caminando con Dios, es posible realizar esta esperanza. La historia de María es el modelo de la historia del pueblo humilde. Es una historia que todavía no ha terminado. Continúa hasta hoy, en las pequeñas y grandes historias de este pueblo que camina en la vida, llevando en su corazón su amor y devoción a la Virgen, rezando sin parar: ¡Ave María! Los Grandes y los Pequeños María, joven humilde de un pueblecito del interior de Palestina, es venerada, hasta hoy por millones de personas. Todo el pueblo la venera y la invoca. Ella mismo lo predijo y manifestó a Isabel: "Desde ahora me llamarán bienaventurada todas las naciones" (Lc 1, 48). ¿Cómo se explica esto? La pregunta no es tan sencilla como podría parecer. Fijémonos. Cuando el ángel visitó a la Virgen, todas las naciones de las que ella hablaba estaban dominadas por 91 Augusto, Emperador de Roma, dueño del mundo. El Emperador Augusto no sabía nada de aquellas visitas del ángel a María, y de María a Isabel, ni tampoco fue consultado, aunque se trata de un asunto muy importante relacionado con el destino de esas naciones que él dominaba. Aún más, casi nadie se enteró de ello. Dios no hace propaganda de las cosas que realiza. Si en aquel día alguien hubiese avisado al Emperador: "Señor Emperador: allí en Palestina, una joven acaba de tener la visita de un ángel" Es necesario, Señor, poner remedio, pues la cosa parece muy seria. Esta joven anuncia que va a ser proclamada bienaventurada por todas las naciones del mundo. Dice que los poderosos serán derribados de sus tronos" (Lc 1, 52). ¿Cuál habría sido la respuesta del Emperador? Tal vez hubiese dicho: "Por favor, no seas ridículo. Un ángel y una chica joven no son una amenaza para mí y para mi trono. Es a mí a quien las naciones están llamando bienaventurado. Mi trono está firme, no se preocupen. Tengo enemigos más serios que combatir". Sin embargo, la joven de Nazaret tenía razón. Muchos años después el emperador Augusto cayó de su trono y en el lugar donde estaba el templo de la diosa de Roma, surgió una iglesia en honor de Santa María de la Victoria. ¿Cómo se explica esto? Ser de Dios y del Pueblo Esto se explica muy sencillamente. Por dos motivos. Primero: María era mucho más que una joven sencilla. Era portadora de la esperanza de todo un Pueblo, ¡del Pueblo de Dios! Segundo motivo: María, además de ser del Pueblo, era también de Dios totalmente, y Dios estaba con ella. ¡Hija de Dios y del Pueblo! Estos dos puntos marcan la vida de Nuestra Señora. Por eso el Pueblo la venera con tanto entusiasmo, caminando en pos de ella por los caminos de la vida e invocando su nombre con fervor. ¡Por eso exactamente el pueblo espera en los que trabajan por su liberación! 92 Para poder ser del pueblo, tiene que ser de Dios. Para poder ser de Dios tiene que ser del pueblo. Eso es lo que Dios y el pueblo anhelan. ¡Hija de Dios y del pueblo! Son estos dos grandes retratos los que la Biblia nos da de Nuestra Señora y que la Iglesia conserva en su álbum. En un tercer retrato, la Biblia muestra cómo María sabe unir en su vida su amor a Dios y al pueblo. Vamos a abrir ahora el álbum de la Iglesia y ver con detalle estos tres retratos de nuestra Madre. Abrir el álbum de la Iglesia y ver con detalle estas fotos de María es como contemplar detalladamente la imagen de la Virgen. La imagen de María es pobre y sencilla La imagen de Nuestra Señora que se venera en muchos santuarios del mundo suele ser pequeña, cubierta de un manto azul, manto precioso, ricamente adornado. ¡Regalo del Pueblo! Porque al pueblo le agrada adornar y enriquecer a quien venera y ama. Pero el manto rico acaba por esconder gran parte de la imagen pobre y sencilla de María. Solamente mirando a la Imagen descubierta es como el pueblo sencillo se da cuenta de que María es humilde y pobre. El manto es bonito y bueno. No se puede tirar. Pero la gente viéndolo no puede darse cuenta de que la imagen de la Virgen es sencilla y humilde, como tantas otras jóvenes del pueblo que la gente encuentra por la calle. Aquello que sucedió con su imagen, sucede con la misma Virgen María. Glorificada por el pueblo y por la Iglesia como Madre de Dios, ella recibe un manto de gloria, regalo de la fe del pueblo. Pero el manto de gloria acaba escondiendo gran parte de la sencillez y humildad que ella tiene. La hace una persona diferente; y la gente casi olvida que la Virgen fue y es todavía una joven pobre y sencilla de pueblo. Solamente contemplando abiertamente los retratos que la Iglesia conserva en su álbum, la gente puede ver que María en la Biblia es pobre y sencilla, muy semejante a la mayoría de nuestro pueblo. 93 La Biblia habla muy poco de la Virgen María, pero lo poco que dice es muy importante. Es lo suficiente para que la gente pueda conocer la grandeza de su sencillez y la riqueza de su pobreza. Es lo suficiente para que la gente pueda descubrir su mensaje para nosotros. 2. Los tres retratos que la Biblia nos conservó de la Madre de Jesús Primer Retrato: María era de Dios Oír, Creer y Vivir la Palabra de Dios Durante la visita a Isabel, María mostró su gratitud a Dios, haciendo un cántico que aún hoy cantamos: "El Señor ha hecho en mí maravillas, su Nombre es Santo!" (Lc 1,49). Ahora bien, este cántico todo entero está hecho con frases escogidas de la Biblia (cfr. Lc 1, 46-55). Sólo una persona que conoce la Biblia y la guarda en su corazón es capaz de hacer semejante cántico. Esto demuestra que María conocía muy bien la Biblia. Ella meditaba la Palabra de Dios, leyéndola en casa, o participando de las reuniones con el pueblo. Conocía la historia de Abrahán y del éxodo, la Ley de Moisés, las promesas de los profetas, los salmos de David. Estaba de acuerdo con el plan de Dios descrito en la Biblia (cfr. Lc 1, 54-55). Y no era sólo eso. Ella, no sólo oía y meditaba la Palabra de Dios, sino también procuraba vivirla, para así ayudar en la realización del plan de Dios. Es lo que demuestra en la visita del ángel. Cuando el ángel Gabriel le presentó la Palabra de Dios, María no tuvo duda. Aceptó y se puso a la disposición de Dios: "Yo soy la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra" (Lc 1,38). O sea: "Que esta Palabra de Dios se realice en mí". Por eso precisamente la elogió Isabel: "María, ¡dichosa tú, que has creído!, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá" (Lc 1,45). La Palabra de Dios en la Biblia y en la Vida 94 Y aquí debemos notar lo siguiente: aquella Palabra de Dios que el ángel llevó a María no estaba escrita en la Biblia, sino que era un hecho nuevo que estaba sucediendo en aquel mismo momento. Para María, Dios hablaba no sólo por la Biblia, sino también por los hechos de vida. Ella fue capaz de reconocer la Palabra de Dios escrita en la Biblia. La meditación de la palabra escrita purifica los ojos y hace descubrir la palabra viva de Dios en la vida. "Felices los que tienen su mirada limpia porque verán a Dios", diría Jesús unos treinta años más tarde (Mt 5,8). Es en esta atención constante a la Palabra de Dios en la Biblia y en la vida donde está la causa de la grandeza de María. En una ocasión, cuando Jesús estaba echando un sermón al pueblo, una mujer no pudo contenerse más y elogió a su madre: "Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron" (Lc 11, 27). Pero Jesús no estaba muy de acuerdo, e hizo otro elogio a su madre: "Dichosos lo que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen" (Lc 11, 28). La causa de la grandeza de María no estaba en el hecho de que era la Madre de Jesús, de haberlo llevado en su seno nueve meses y haberlo alimentado con sus pechos. Eso era la consecuencia. La causa estaba en el hecho de que ella escuchó la Palabra de Dios y la puso en práctica. Porque fue obediente a la Palabra de Dios, ella dijo al ángel: "hágase en mí según tu palabra". Y en ese momento ella comenzó a ser la madre de Dios. Y todavía conviene recordar que Jesús no dijo: "Dichosos lo que leen la Biblia y la ponen en práctica". Sino que dijo: "Felices los que oyen la Palabra de Dios y la ponen en práctica". La Palabra de Dios no está solamente en la Biblia. Ella se revela tanto en la Biblia como en la vida. A pesar del sufrimiento Nadie debe pensar que todo fue fácil para la Virgen María. En su firme voluntad de oír y practicar la Palabra de Dios ella encontraba no sólo su felicidad y su paz, sino también la fuente de su sufrimiento. Muchas de las cosas que Dios exigía de ella, no las llegaba a entender plenamente. Procuraba entenderlo, pero no siempre lo conseguía. Así, ante la Palabra de Dios algunas veces se quedaba con miedo. El ángel tuvo que decirle: "No tengas miedo, María!" (Lc 1, 30). Otras veces ella se quedaba admirada, por ejemplo cuando el anciano Simeón dijo que Jesús era la luz de las naciones (Lc 2, 3233). Ella tenía que haberse quedado muy preocupada, cuando 95 el mismo Simeón le dijo: "Una espada de dolor atravesará tu corazón!" (Lc 2,35). Se quedó sin entender también la invitación del ángel para ser la madre de Jesús (Lc 1, 34). Y no entendió las palabras que Jesús le dijo, después que ella lo buscó durante tres días y lo encontró en el templo en medio de los doctores (Lc 2, 50). María debe haber sufrido horriblemente cuando, por causa de su fidelidad a la Palabra de Dios, provocó aquella duda en San José (Mt 1, 18-19). La Biblia dice que María lo escuchaba todo y lo guardaba en su corazón. Se quedaba recordando, rumiando y meditando las cosas grandes y pequeñas de la Biblia y de la vida (cfr Lc 2, 19. 51). No lo sabía todo. No lo entendía. Había mucha obscuridad. ¡La luz se fue haciendo en el camino! Un Resumen de la vida de María La Palabra de Dios tenía puerta abierta en la vida de María, y en ella no encontraba ningún obstáculo. Encontraba un corazón abierto y una voluntad dispuesta, que decía: "Yo soy la esclava del Señor. Hágase en mí según tu palabra!". O sea: "Estoy aquí, a las órdenes de Dios". Estas palabras son como un resumen de la vida de María. Por todo esto, ella ya no se pertenecía más a sí misma. Pertenecía a Dios. Era de Dios totalmente. "El Señor está contigo", decía el ángel. Dios no era para María apenas una idea bonita, sino alguien sin el cual ella ya no podía vivir. Ella se amarró a Dios y se llamaba su empleada o sirvienta (cfr Lc 1, 38. 48). Dios tomó posesión de la vida de María y ella dejó que él tomase posesión de su vida. No puso ninguna resistencia, nunca, ni siquiera un poco. Como para Abrahán, el padre del pueblo al que ella pertenecía, así para María, no fue fácil aceptar y vivir la Palabra de Dios en su vida. Fue motivo de mucho sufrimiento y duda, de mucha tristeza y obscuridad. Pero ella permaneció firme, como permaneció firme su padre Abrahán. ¡De tal padre, tal hija! Desde la Concepción hasta la Asunción 96 La Iglesia enseña que Dios cuidó de la vida de María desde su primer momento hasta su último fin, desde el momento en que ella fue concebida hasta el momento en que fue elevada al cielo. Esto es, desde su Inmaculada Concepción hasta su Asunción a los cielos. Estas dos verdades enseñadas por la Iglesia son la confirmación de lo que la Biblia enseña abiertamente: la Palabra de Dios influyó en María desde el principio al final de su vida. Ella era de Dios total y radicalmente. Nunca hubo en ella algo que fuese contrario a Dios. Dios reinaba en María. En ella el Reino de Dios era ya un hecho. Aquel pecado de Adán por el cual el hombre se separó de Dios, nunca tuvo lugar en María. Todo esto nosotros lo celebramos todos los años en dos grandes fiestas: la fiesta de la Inmaculada Concepción -8 de diciembre- y la fiesta de la Asunción -15 de agosto-. Segundo retrato: María era del pueblo Atenta y preocupada por los otros La amplia acogida de la Palabra de Dios en la vida de María no hizo de ella una persona etérea, desligada de las cosas de la vida y del pueblo. Al contrario, hizo de ella una persona muy atenta y preocupada por los problemas de los otros. Por ejemplo, cuando María aceptó la Palabra de Dios, transmitida por el ángel, su primer pensamiento no fue para sí misma, sino para su prima Isabel. El ángel le había informado que Isabel, señora ya de cierta edad, estaba embarazada por primera vez (Lc 1, 36). Isabel necesitaba ayuda. María no lo dudó y se marchó para Judea, a más de 120 kilómetros de Nazaret. Hizo el viaje solamente para poder ayudar a su prima en los tres últimos meses de embarazo (cfr Lc 1, 39-56). Y en aquel tiempo no había tren ni autobús. Un campesino, al leer este trozo del Evangelio, dijo: "Siempre que voy a visitar a mi madre llego a casa diciendo que voy a estar poco tiempo, pues voy apurado. Veo a mi madre en sus tareas de casa; cuando va a buscar y recoger leña, a la pobre 97 le cuesta mucho trabajo y apenas consigue la que necesita. La próxima vez que vaya a verla en su casa, voy a hacer como la Virgen María, y me voy a quedar más tiempo con mi madre para ayudarle". En otra ocasión María fue invitada a una fiesta de bodas en Caná (Jn 2,1). Jesús también estaba allá. En las fiestas de boda en aquel tiempo se comía y se bebía mucho, a discreción. Llegó el momento en que María se dio cuenta de que les estaba faltando vino. Y ella, no sólo notó la falta de vino, sino que hizo lo posible para conseguirles más vino, y habló con Jesús: "Estos no tienen más vino" (Jn 2,3). Y así fue como María consiguió que Jesús hiciese su primer milagro en favor de una familia pobre, para que no quedasen en ridículo ante los invitados a su fiesta (Jn 2, 6-11). En vez de permanecer ella pensando sólo en sí misma y en su salvación, la Palabra de Dios hizo que María saliese de sí misma y se olvidase de sus problemas para pensar en los problemas de los otros y ayudarles. No abandona a los amigos en la hora de la necesidad Aunque María no siempre entendía todo lo que Jesús hablaba y hacía, ella siempre lo apoyó. Y por eso, tuvo problemas con sus parientes. ¿Quién es el que no los tiene? Sus familiares estaban preocupados con Jesús y se lo achacaban a que María lo dejaba demasiado; que Jesús había perdido el juicio (Mc 3,11). Querían traerlo y recogerlo en su casa (Mc 3, 21). Y consiguieron que María lo buscase para decírselo (Mc 3, 31-32). Pero Jesús no hizo caso, y les hizo saber a los parientes que ellos no tenían ninguna autoridad sobre él. Sólo Dios tenía autoridad, y lo importante era hacer su voluntad (cfr Mc 3,3335). En otra ocasión, los parientes querían que Jesús fuese un poco más atrevido y que se fuese hasta Jerusalén, la capital, para conseguir más fama (cfr Jn 7, 2-4). En el fondo, los parientes no querían a Jesús (cfr Jn 7, 5). Eran oportunistas. Sólo querían aprovecharse de su primo famoso. Es lo que Jesús dijo: "Los enemigos del hombre serán 98 sus propios familiares" (Mt 10,36). Es lo que estaba pasando con él mismo, dentro de su propia familia. ¡María debe haber sufrido mucho con esto! Pero cuando, al final, apresaron a Jesús como un malhechor (Lc 23,2) y lo condenaron como un hereje (Mt 26, 65-66), los parientes se callarán todos y no habo ninguno que diera la cara, a no ser algunas mujeres. Pero María siguió fiel. No huyó ni tuvo miedo. Hasta los apóstoles, menos Juan, huyeron todos (Mt 26,56). Ella no. Se quedó con Jesús y lo apoyó. Fue con él hasta el Calvario y allí estuvo firme, asistiendo a su agonía (Jn 19,25). Eso hacía parte de su misión, asumida delante del ángel: "Soy la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra". Las autoridades condenarán a Jesús como anti-Dios y antiPueblo (enemigo de Dios y del pueblo). A María no le importó. Fue la única persona de la familia que no lo abandonó. Ella no abandona a las personas en la hora de la necesidad, de la prueba y del dolor. ¡Va con ellos hasta el fin! Lo mismo hizo con los apóstoles. Aunque todos huyeron, ella no los abandonó. Estuvo con ellos perseverando en la oración, durante nueve días, para que la fuerza de Dios les ayudase a superar el miedo que los inmovilizaba y los hacía huir (Hch 1,14). Era del pueblo por decisión propia y por condición de vida Todo esto demuestra que María no solamente era de Dios, sino también del Pueblo de Dios. ¿Qué significaba para ella ser del Pueblo de Dios? Para María eso significaba ser del pueblo pobre y vivir sus problemas. María era del pueblo pobre, no como quien desciende de lo alto del trono para dar una pequeña ayuda o limosna a los pobres necesitados, allá abajo. Era del pueblo porque vivía la misma vida de todos. No era rica, ni poderosa (cfr Lc 1, 5253). Para los pobres como ella, no había lugar en los hoteles y 99 sólo tenía el abrigo de los animales, las grutas y los barrancos (Lc 2,7). Pero existen pobres que, a pesar de ser pobres, están al lado de los ricos y de los poderosos, y desprecian a sus compañeros pobres. María no era así. El canto hecho por ella en casa de Isabel demuestra muy bien de qué lado escogía ella vivir: en el lado de los humildes (Lc 1,52), de los que pasan hambre (Lc 1,53), de los que temen a Dios (Lc 1,50). Aparte de esto, ella se separó claramente de los orgullosos (Lc 1,51), de los poderosos (Lc 1,52) y de los ricos (Lc 1,53). Para María, ser del Pueblo de Dios significaba vivir una vida pobre y asumir la causa de los pobres, que es la causa de la justicia y de la liberación. Todo esto puede chocar a los ricos y a los poderosos a quienes también les agrada ir detrás de la Santísima Virgen María con devoción y fervor, como también lo hace el pueblo humilde. Pero ésta es la verdad. Si no se convencen, que lean y reflexionen en el Evangelio el Cántico de María (Lc 1,46-55). Finalmente, María era del pueblo, porque llevaba en sí la misma esperanza de todos, la misma fe y el mismo amor. Todo lo pasado, desde Abrahán, corría por sus venas y le hacía actuar (cfr Lc 1,54-55). Tercer retrato: María se reúne en oración con los amigos ¿De dónde sacaba María la fuerza para ser siempre de Dios y del Pueblo? Hay dos pasajes en la Biblia que dan respuesta a esta pregunta. Primer Pasaje La Biblia nos dice que María, después de subir Jesús al cielo, se quedó con los apóstoles y permaneció con ellos nueve días 100 en oración, hasta el día de Pentecostés (Hch 1,14). Aquí está el secreto de su fuerza: ¡en la oración! Ella estuvo en oración nueve días seguidos con aquellos hombres miedosos. El efecto de la oración fue la venida del Espíritu Santo que los transformó en hombres valientes y fuertes. Perdieron el miedo. Ya no se asustaban por las amenazas (Hch 4, 18-21), ni con las prisiones (Hch 5, 17-21), y torturas (Hch 5, 40-42). María hizo lo que Jesús recomendaba: "Pues si ustedes, malos como son, saben dar cosas buenas a sus niños, ¿cuánto más su Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?" (Lc 11,13). Gracias a la oración de María, hecha junto con los apóstoles, el Espíritu Santo descendió con aquella abundancia y fundó la Iglesia en el día de Pentecostés (cfr Hch 2,1; 4,31). Segundo Pasaje El otro pasaje es el mismo cántico de la Virgen María (Lc 1,4655). En este cántico hay varias frases de salmos del Antiguo Testamento. De tanto rezar los salmos, María los sabía de corazón y llegaba a usarlos para expresar su propia gratitud a Dios. Por su oración constante, ella atraía los dones del Espíritu Santo, no solamente sobre sí misma, sino también sobre el pueblo. Es el Espíritu Santo el que hizo nacer no solo a la Iglesia, sino también al mismo Jesús (cfr Lc 1,35). Los dones del Espíritu Santo son: prudencia y sabiduría, consejo y valentía, conocimiento y respeto del Señor (Is 11,2). María poseía estos dones en alto grado, como fruto de su oración. Por la oración, ella estaba unida a Dios y al Pueblo. Estos pasajes que la Biblia nos conserva de la Madre de Dios nos dan una idea de aquella joven que recibió la visita del ángel Gabriel y que hasta hoy es aclamada y venerada por todo el pueblo. 3. Ave, María, llena de gracia La vida en Nazaret 101 El lugar Nazaret, el lugar donde el ángel fue a visitar a María, era un lugar pequeño, un pueblo del interior. Estaba medio perdido en lo alto de los cerros de Galilea, un poco encima del lago. Lugar de poco prestigio, pues el pueblo decía: "¿De Nazaret puede salir algo bueno?" (Jn 1,46). La condición de vida del pueblo Las casas eran pobres, cavadas en parte en el lado de la montaña. Pocas casas, poca gente. Todo el mundo se conocía, todo el mundo sabía la vida de cada uno. Tanto es así que, cuando Jesús volvió para allá, anunciando el Evangelio después del bautismo en el río Jordán, el pueblo quedó admirado con él y decía: "¿De dónde saca éste eso? ¿Qué saber le han enseñado a éste, para que tales milagros le salgan de las manos? ¡Si es el carpintero, el hijo de María!" (Mc 6,2-3). En realidad es así. Cualquier cosa que uno hace diferente de los otros, el pueblo enseguida lo comenta. Nazaret tenía una sola fuente de agua para el abastecimiento de todos. La vertiente era un lugar de encuentro para las mujeres que iban por agua. Desde allá las noticias se extendían por el pueblo, mezcladas con los comentarios de la gente, como hasta ahora sucede en muchos poblados y aldeas del interior de Palestina. Las reuniones del Pueblo en torno a la Biblia Había allá una casa de oración llamada sinagoga (cfr Lc 4,16), donde el pueblo se reunía todos los sábados para rezar y escuchar la lectura de la Biblia, explicada y comentada por el coordinador de la Comunidad o por uno de los presentes, invitado para eso por el coordinador. Así, una vez Jesús, que no era coordinador de la Comunidad de Nazaret, fue invitado para hacer la lectura y dar una explicación al pueblo (Lc 4, 16-22). Junto a la sinagoga, la Comunidad tenía una escuela, donde los niños aprendían a leer la Biblia en hebreo. El pueblo hablaba el arameo. 102 El Trabajo La Población de Nazaret vivía sobre todo del trabajo en el campo. Labraban la tierra. Alguno que otro, como Jesús, prestaba además su servicio a la comunidad como carpintero o herrero. Por esto Jesús contaba tantas parábolas sobre el campo, la simiente, los árboles y las flores. El conocía todas estas cosas por propia experiencia. La tierra no era de ellos. Ellos sólo eran arrendatarios. Había una especie de latifundio. Los dueños de la tierra vivían en la ciudad de Tiberíades, que estaba junto al lago. Las mujeres, como la María, vivían en su casa una vida más retirada cuidando de los hijos y de los quehaceres domésticos. Salían para buscar agua a la fuente con que llenar los cántaros y vasijas de la casa. La Situación del país A primera vista, Nazaret parece que debía haber sido un pueblito simpático y tranquilo. Pero en realidad no era tan tranquilo. El país estaba ocupado por los romanos extranjeros que exigían al pueblo impuestos pesados, que eran cobrados por unos fiscales a los que el Evangelio les da el nombre de publicanos. La mayoría de los publicanos eran gente deshonesta que robaba mucho. Los romanos ordenaron que se hiciese un empadronamiento (Lc 2,1) para cobrar impuestos. Los terratenientes hacían amistad con los romanos y se arreglaban bien. El pueblo pobre era el que sufría. Por eso comenzó a surgir un movimiento para luchar contra los romanos. Los miembros de este movimiento de liberación se llamaban zelotes. La mayor parte de ellos procedía de Galilea. Era gente violenta. Cuando podían, mataban a los soldados romanos, sobre todo en la oscuridad de la noche. Esto provocaba represiones violentas en las que corría mucha sangre. El pueblo comentaba en voz baja éstas y otras cosas, cuando iban a buscar agua a la fuente. Era la noticia del día, sobre todo en Galilea. Muchos galileos pertenecían a este movimiento, de tal manera que en el sur la palabra galileo significaba enemigo de los romanos. Quien nos informa de todas estas cosas es Flavio José, un 103 señor que vivía en aquel tiempo y se dio el trabajo de escribir la historia del pueblo de Palestina. Por lo tanto, Nazaret no era un lugar tan tranquilo para vivir: estaba en una región explosiva. El tiempo en que vivía la Virgen María era un tiempo incierto e inseguro. La vida en Familia En la casa de sus padres Poco sabemos de esta vida. La Biblia casi no dice nada. La vida de María debe haber sido como la de cualquier otra joven de Nazaret: traer agua, arreglar la casa, ayudar en la educación de los hermanos menores, conversar en la fuente, leer y meditar la Biblia, rezar a Dios en silencio, participar de las fiestas y de los rezos del puebloÉ Nosotros la llamamos María, pero en aquel tiempo el pueblo la llamaba MIRIAM. La Biblia no dice nada sobre los padres de Miriam, pero los cristianos sabemos por la tradición que se llamaban Joaquín y Ana. De sus padres ella recibió su fe en Dios, su amor a la vida y la esperanza en el futuro de su pueblo. Como las otras jóvenes del lugar Como todas las jóvenes de su tiempo, ella llevaba en sí la esperanza del pueblo, alimentada por las profecías, la esperanza de que un día tendría que nacer el libertador, el Mesías. Como todas las jóvenes de su pueblo, ella debe haber tenido el deseo de poder contribuir para la realización de esta esperanza. ¿De qué manera? Siendo madre, teniendo hijos, pues en un futuro próximo o remoto tendría que nacer el libertador del pueblo. Y, tal vez, como tantas otras, ella debía alimentar en sí el deseo secreto de ser la escogida de Dios para ser madre de ese futuro libertador. Además, conforme a los cálculos realizados por los doctores de aquel tiempo, todo indicaba que el día de su nacimiento debía estar muy cercano. 104 El noviazgo con José En Nazaret vivía un joven llamado José. Su familia no era de allí. Era del sur, de Belén (Mt 1,19). En aquel tiempo, mucha gente se venía del sur para llevar una vida mejor en el norte, en Galilea. José era uno de ellos. Era emigrante o hijo de emigrantes. Persona pobre, pero honesta. La Biblia dice que era justo, esto es, era del grupo que Dios quería (Mt 1,19). María y José estaban ya prometidos (cfr Mt 1,18). Se iban a casar pronto, a realizar su sueño, como tantos otros jóvenes y muchachas de su tiempo. Nada de extraordinario hay en esto. Pero los hombres hacen sus planes y Dios interviene y dispone las cosas de otro modo. El ángel Gabriel vino, y todo cambió totalmente para los dos. ¡Y no fue un cambio fácil! ¡Costó mucho sufrimiento! El sufrimiento de José y María El ángel Gabriel no fue a pedir licencia a José para que le permitiera que María, su prometida esposa, se hiciese la madre de Jesús. Fue a hablar directamente con María. María aceptó la invitación y quedó encinta por obra y gracia del Espíritu Santo, sin que lo supiese José (Mt 1, 18-19). Además, nadie lo sabía. Solo ella misma y su prima Isabel (Mt 1, 4345). José se quedó perplejo ante la gravidez de María. No sabía qué hacer y pensaba en abandonarla (Mt 1,19). Al fin, iluminado por Dios, descubre su misión junto a la Virgen María, y acepta pasar por padre del Niño que va a nacer (Mt 1,20-24; Lc 3, 23). Pero no fue sólo San José el que se dio cuenta de que María iba a ser madre. ¡El pueblo también! Ciertamente en los corros, junto a la fuente, lo comentarían las mujeres. ¿Y sus parientes? Todos, pueblo y parientes, deben haber desconfiado y pensado que María iba a ser madre soltera. "¡Y aquel viaje de tres meses al sur! ¿Será sólo que fue a visitar a su prima Isabel?". La lengua del pueblo en un lugar pequeño corta más que cuchillo de carnicero. Tanto debió ser el rumor que José, cuando tuvo que ir a Belén por causa del censo, prefirió llevar a María consigo en vez de dejarla en Nazaret (Lc 2,4-5). No era necesario que María 105 fuese con José a Belén, porque solamente José era de allá. María se podría haber quedado en Nazaret con sus parientes. Así le hubieran ayudado las mujeres a la hora del parto. Eso hubiera sido lo normal. Pero María prefirió la compañía de José, que la aceptó como esposa y sabía el secreto, antes que la compañía de las mujeres que, probablemente pensaban con desconfianza y hacían comentarios. Ella prefirió las dificultades de un largo viaje y de un parto lejos de casa, a la relativa comodidad de Nazaret, pero sin el apoyo de José. Para poder ser madre de Jesús, el libertador del pueblo, María corrió un doble riesgo: perder su honra en boca del pueblo y tener que pasar el resto de su vida como madre soltera en caso de que José no la hubiera aceptado en su casa. Pero José aguantó la situación, recibió a María en su casa, como esposa (Mt 1,24), e impidió así que la honra de María fuese tirada a la calle. Los amigos tal vez se reirían de él: "¡Dónde se ha visto! ¡Casarse con una futura madre soltera!". Pero José no se preocupó y asumió su misión. ¡José fue grande! Por amor a su esposa y amor a Dios y al pueblo, él aguantó la incomprensión del propio pueblo. Dios no pide licencia Para realizar su plan, Dios no pide licencia ni a José, ni al Sumo Sacerdote, ni al Emperador Augusto, ni a la moral o a las normas de la sociedad, ni siquiera a nuestra lógica. Por ejemplo, la misma madre de Jesús corrió el riesgo de pasar por mujer infiel a los ojos de los otros. Además de esto, en la lista de los antepasados de Jesús, el nombre de María aparece al lado de los nombres de otras cuatro mujeres. La primera, Tamar, (Mt 1,3) se hizo pasar por prostituta para poder tener un hijo (cfr Gn 38,1 30). Rahab, la segunda (Mt 1,5), era una prostituta de la ciudad de Jericó (cfr Jos 2,1). Rut, la tercera (Mt 1,5), era una extranjera (cfr Rut 1,1-4). La cuarta era la mujer de Urías (Mt 1,6), con la que David cometió adulterio (cfr 2 Sam 11, 1-27). La quinta de la lista es María, "de la cual nació Jesús llamado Cristo" (Mt 1,16). Esta simple lista de nombres (Mt 1, 1-16) muestra que Dios realmente no pide licencia a las normas que los hombres 106 establecen. Pide licencia, eso sí, a la persona en cuestión, a María, para que ésta pueda dar una respuesta libre. Dios es libre, obra libremente, y donde se manifiesta su libertad tienen que modificarse las ideas y los planes de los hombres. Así fue cómo José y María tuvieron que cambiar sus planes, para que su vida pudiera entrar dentro del plan de Dios. María se hace madre de Jesús por obra y gracia del Espíritu Santo, y José asume, ante la ley judaica la paternidad de Jesús. La Vida de los "Pobres de Dios" La decepción sufrida con los grandes El pueblo dice: "El pobre no tiene sitio". La Biblia dice: "El rico ofende y encima se ufana, el pobre es ofendido y encima pide perdón" (Eclo 13,4). De hecho, el pobre nunca tiene sitio, a pesar de las promesas de los grandes. Y al final del Antiguo Testamento, ya casi en tiempo de Jesús los fariseos llegaron al colmo del abuso. Los ricos abusaban del dinero de los pobres. Los poderosos les arrebataron el poder y la participación en la vida. Los fariseos y los doctores de la ley, acabarán de completar el robo y les quitarán el saber (cfr Jn 7,49; 9,34). ¡Sólo ellos, los fariseos, eran los que sabían las cosas!. De tanto oírlo, el pueblo pobre acabó creyendo lo que decían los doctores y se creía que era ignorante! Su único apoyo era Dios Así, un numeroso grupo de personas, la mayoría del pueblo, quedó sin voz y sin sitio. Por eso, ya en el Antiguo Testamento, los pobres fueron perdiendo por completo la fe en las palabras y en las promesas de los hombres, de los grandes. Decían: "No confíen en los grandes, en los poderosos, en hombres que no pueden salvar" (Sal 145,3). Ni siquiera se fiaban de los zelotes que luchaban por la liberación del pueblo contra los romanos. Además, en el fondo, los zelotes no tenían fe en el pueblo, sino sólo en sus propias ideas sobre el pueblo. El único verdadero apoyo que quedaba a los pobres eran las palabras y las promesas de Dios. 107 El Profeta Sofonías describe a este pueblo despreciado y oprimido como "un pueblo humilde y pobre que busca su esperanza únicamente en Dios" (Sof 3,12). Ellos eran llamados los pobres de Dios (cfr SaI 73, 19;149,4) y aparecen en el Antiguo Testamento como un pueblo sin sitio dentro del sistema organizado de la nación. Dios escoge a los pobres Pero, cuando Dios finalmente comenzó a realizar sus promesas, no escogió a los ricos, ni a los poderosos, ni a los sabios, ni a los sacerdotes, ni a los fariseos, ni a los zelotes. Escogió a personas de este "pueblo humilde y pobre", para poder realizar con ellos su plan de salvación. Los pobres reciben de Dios una misión importante. ¿Pero, es que los pobres saben mucho de esto? ¿Aceptan ellos su misión? María y José, y la mayor parte de los apóstoles, pertenecían a estos pobres de Dios. Jesús mismo nace, crece y se forma en medio de estos pobres, participando de todo el desprecio con que los grandes y los sabios trataban a ese pueblo. Y cuando llegó el tiempo de proclamar la Buena Nueva, Jesús grita a los cuatro vientos: "Dichosos ustedes los pobres porque tienen a Dios por Rey" (Lc 6,20). Y una de las señales de que llegó el Reino, era el anuncio de la Buena Nueva a los pobres (Mt 11,5). ¡Dichoso el que no se escandalice de este gesto de Dios! (cfr Mt 11,6). En el plano de Dios, los pobres tienen voz y sitio. Dios está con ellos. "Dios está contigo, María!" Como en la vida de las grandes figuras del Antiguo Testamento, Dios se hizo presente en la vida de María. El ángel Gabriel vino y le dijo: "¡Ave María, llena de gracia! ¡El Señor está contigo!". Traduciendo mejor estas palabras para la gente, pueden decir: "¡Alégrate, María, favorecida por la gracia! ¡El Señor está contigo!" (Lc 1,28). María quedó muy impresionada con este saludo del ángel y no sabía bien lo que significaban aquellas palabras (Lc 1,29). Y 108 no era para menos, pues se trataba de dos asuntos muy importantes: 1. "Favorecida por la Gracia" En la Biblia, la palabra gracia indica el amor y el cariño con que Dios ama a su pueblo, la fidelidad con que él lo sustenta y el compromiso que él asumió consigo mismo de estar siempre con ese pueblo para liberarlo. No debemos pensar que el amor, la fidelidad y el compromiso de Dios es una especie de recompensa por el buen comportamiento del pueblo. ¡No! ¡No es merecimiento del pueblo! En ese caso ya no sería gracia. Dios ama porque quiere amar y hacer bien al pueblo. Dios hace esto, para que el pueblo "humilde y pobre" se acuerde y descubra su valor de personas. Dios ama, para que también el pueblo comience a amar con un amor verdadero, y comience a liberarse de todo cuanto impide la manifestación de este amor. En el Antiguo Testamento, el pueblo siempre fue objeto de este amor fiel de Dios. María lo sabía muy bien, pues conocía la historia de su pueblo. Y ahora, conforme a las palabras del ángel, toda esta carga de amor fiel de Dios para con su pueblo y todo este compromiso de libertar a los oprimidos estaban siendo concentrados en su persona. Ella, María, era "favorecida por la gracia". Era objeto de aquella gracia con que Dios quería beneficiar a su pueblo. 2. "Dios está contigo" En el Antiguo Testamento Dios siempre estuvo con su pueblo. Cuando él llamaba a alguien para una misión importante para su pueblo, la palabra de garantía era siempre la misma: "Yo estoy contigo". Así fue con Moisés (Ex 3,12), con Jeremías (Jer 1,8-19) y con tantos otros. Y ahora, el ángel declara que este mismo Dios libertador estaba con María. Algo muy importante iba a suceder. Toda la historia, conducida por Dios con tanto amor, y llevada adelante por el pueblo con tanta dificultad y sufrimiento, confluyó en la persona de María y parecía estar llegando a su punto decisivo. Ella era, en aquel momento, la representante de todo el pueblo. No nos puede extrañar que María, persona humilde y 109 pobre, se quedase confusa e impresionada ante el saludo del ángel. ¡No tengas miedo! El ángel enseguida, para tranquilizarla, le dijo: "Tranquilízate, María, que Dios te ha concedido su favor. Pues mira, vas a concebir, darás a luz un hijo y le pondrás de nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo y el Señor Dios le dará el trono de David su antepasado; reinará para siempre en la casa de Jacob y su reinado no tendrá fin" (Lc 1, 30-33). Con esta respuesta del ángel todo quedó claro. María supo que ella era escogida de Dios para ser madre del libertador del pueblo, esperado desde tantos siglos. ¡La esperanza de todos iba a realizarse! Pero, eliminada una dificultad, surge luego otra: "¿Cómo sucederá eso, si no vivo con un hombre?" (Lc 1,34). María todavía no estaba casada. ¿Cómo ser madre del libertador del pueblo en este caso? María puso esta dificultad porque pensaba que los planes de Dios se realizarían dentro de las normas comunes de la lógica humana. Pensaba que el niño nacería como todos los niños, a través de la unión del padre y de la madre. Pero, para poder entender los caminos de Dios, la lógica humana por sí sola no basta. ¿Por qué? Porque quien realiza las cosas de Dios es el Espíritu Santo. Solamente el mismo Espíritu de Dios es capaz de hacernos comprender los caminos de Dios (cfr 1 Cor 2, 10-14). "El Espíritu Santo vendrá sobre ti!" Ante la dificultad de María, el ángel le contestó: "El Espíritu Santo bajará sobre ti y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso al que va a nacer lo llamarán "consagrado", Hijo de Dios. Ahí tienes a tu parienta Isabel; a pesar de su vejez ha concebido un hijo, y la que decían que era estéril está ya de seis meses; para Dios no hay nada imposible" (Lc 1, 35-37). 110 Cuando Sara, esposa de Abrahán, recibió la promesa de que iba a ser madre, ella no lo creyó y se echó a reír (Gn 18, 12). La lógica humana de Sara decía: "Un niño no puede nacer de una mujer vieja que nunca tuvo hijos". Pero Sara tuvo que oír: "¿Acaso existe algo imposible para Dios?" (Gn 18,14). A María también se le dijo lo mismo: "Para Dios nada haya imposible" (Lc 1, 37). Lo que el ángel le dice, no podía comprenderlo María, como tampoco Abrahán podía comprender el mandato de sacrificar a su hijo (Gn 22, 1-2). Pero Abrahán creyó y obedeció. María hizo como Abrahán, no se echó a reír como Sara, sino que aceptó con fe la invitación del ángel, se puso a la disposición de Dios y dio una respuesta muy sencilla: "Aquí está la esclava del Señor, cúmplase en mí lo que has dicho" (Lc 1,38). Exactamente en este momento, a través de la fe y la fidelidad de María, la Palabra de Dios se realizó, "se hizo hombre, acampó entre nosotros" (Jn 1,14). Llegó la plenitud de los tiempos (cfr GáI 4,4). El plan de Dios entró en su fase final. ¡Dios se hizo hombre! Un hombre llegó a ser Dios. En la hora en que el ángel preguntaba a María si ella quería ser la madre del libertador del pueblo, era como si la historia de la humanidad quedase parada por un momento, suspensa ante la respuesta de aquella joven Miriam. Dios permitió que la respuesta libre de una joven "humilde y pobre" decidiese el futuro de la humanidad. Y ella no le decepcionó. María, Madre y Virgen, retrato del pueblo de Dios ¿Cómo entender la acción del Espíritu Santo en María? Mucha gente se pregunta: ¿Será verdad que Jesús nació de una virgen? No acaban de creerlo porque los niños siempre se sabe que no nacen de vírgenes. Estas personas son como María, que preguntaba: ¿Cómo sucederá eso, si no vivo con un hombre?" (Lc 1,34). Son como Nicodemo, que preguntaba: "¿Cómo puede uno nacer siendo ya viejo? ¿Podrá entrar otra vez en el vientre de su madre y volver a nacer?" (Jn 3,4). Satisfechas de su ciencia, tales personas no pueden entender la acción del Espíritu Santo. 111 Para que se pueda entender la acción del Espíritu Santo en María, no basta solo la ciencia. Debemos fijarnos también en lo que este mismo Espíritu está realizando hoy. Dios no cambia tan fácilmente. Lo que la Biblia afirma sobre María, es lo que en la actualidad está sucediendo también con el pueblo humilde que, como María, se abre a la Palabra de Dios y procura vivirla. La acción del Espíritu Santo en María y en el Pueblo María dice: "¿Cómo sucederá esto, si no vivo con un hombre?" Y el ángel respondió: "El Espíritu Santo bajará sobre ti". Ella creyó, concibió por obra y gracia del Espíritu Santo y "la Palabra de Dios se hizo carne" (Jn 1,14). El pueblo "humilde y pobre" siempre dice: "¿Qué somos nosotros? ¿Cómo podemos ser Iglesia de Cristo, si no tenemos recursos, si no sabemos nada, si somos débiles?". Y Dios le responde por el anuncio del Evangelio: "El Espíritu bajará sobre ti". El pueblo creyó en este mensaje, concibió del Espíritu Santo, y la Iglesia ya está naciendo. Es en la vida y en el testimonio de esta Iglesia donde la Palabra de Dios se hace carne y nos revela su imagen. En el seno de María crecía Jesús, como fuerza y esperanza de liberación. José intentaba comprender aquel embarazo, pero no había modo de comprenderlo. Y como no quería llevarla a juicio, resolvió abandonarla. Pero no todos eran como José. Los libros antiguos relatan las calumnias de los malvados: "Es una prostituta; ¡durmió con un soldado romano!". Eso era lo que los enemigos decían de la Santísima Virgen. Hoy, en el seno del pueblo pobre nace y crece la Iglesia como fuerza y esperanza de liberación. Mucha gente intenta explicar este "embarazo" con argumentos sacados solamente de la ciencia, pero no lo consiguen. Solamente lo comprende la gente sencilla, como José. Otros, sin embargo, son maliciosos o esparcen calumnias: "Esta Iglesia de los pobres -dicen- es el comunismo. Lo han hecho con dinero extranjero". 112 Estas afirmaciones no explican nada. Son de gente que no creen en nada, y no es sencilla y clara. Se ve que solamente creen en sus propias ideas. Y lo que no encaja con sus ideas le dan de lado o simplemente, lo niegan. Estos se consideran "doctores de la ley", únicos poseedores de la verdad. Por eso mismo no pueden creer en el Espíritu Santo que enseña que la fuerza nace de la flaqueza, que la sabiduría brota de la ignorancia, que la vida nueva nace de una virgen, que la iglesia servidora surge del pueblo humilde. Como en María, así hoy el Espíritu Santo viene al mundo. Hace nacer a Jesús de la Virgen María y hace nacer a la Iglesia del pueblo pobre como de una virgen. María, Madre y Virgen, retrato del pueblo de Dios María, ¡Madre y Virgen! Eso es mucho más que una cuestión biológica, mucho más que una cuestión científica. Es el retrato fiel del modo de obrar de Dios con su pueblo. Cuando Dios actúa, siempre realiza algo totalmente nuevo. Lo que Dios realiza no cabe en ninguno de nuestros esquemas. Dios es creador. Hace las cosas sin recursos. No depende de nosotros, ni nos viene a consultar si estamos de acuerdo con él o si su acción encaja en los esquemas de nuestra ciencia. Nosotros sí dependemos de él. Dios nos amó primero. Es él el que siempre toma la iniciativa. Cuando Dios entra en escena, todo lo cambia. Siempre sorprende. El es libre. Y donde existe el Espíritu del Señor, allí comienza a existir la libertad (2 Cor 3,17). No es fácil entender los caminos de Dios. Nos pide conversión no sólo en nuestro comportamiento. Esto no es tan difícil: basta que tengamos fuerte voluntad. Pero Dios nos pide que cambiemos en nuestro modo de pensar: hay que caer del caballo como San Pablo. También hay que creer que Dios es capaz de realizar lo imposible, lo mismo hoy que siempre. Hay que reconocer que él es más potente que nuestra ciencia, "mayor que nuestro corazón" (1Jn 3,20). Suena la hora en que tenemos que desconfiar un poco de nuestras ideas y reconocer que lo que nace del pueblo es mayor que nuestra lógica, es capaz de explicarlo todo; así 113 estaremos en condiciones de comenzar a entender lo que la Biblia quiere afirmar cuando dice que María quedó embarazada por obra y gracia del Espíritu Santo (Mt 1,18). La incomprensión del propio pueblo ¡Pero no conviene mitificar al "pueblo humilde y pobre", como si bastase a cualquiera ser de este pueblo pobre, para poder ser salvado y comprender las cosas de Dios! Por el contrario. No eran sólo los enemigos los que no comprendieron el embarazo de la Virgen María. Fue el mismo pueblo el que no lo comprendía e hizo sufrir a María, forzándola a hacer aquel viaje, embarazada e incómoda, en compañía de José, el único que le fue siempre fiel. El pueblo solamente pudo comprender el embarazo de la Virgen María después de que Jesús se manifestó como Mesías. Y aun así, delante de Pilatos, el mismo pueblo se echó atrás y pidió su muerte (Mc 15, 6-15). No por el hecho de que alguien pertenezca al pueblo pobre, tiene ya la llave para comprender el misterio de Dios presente en la vida. La historia de María demuestra lo contrario. A veces, los prejuicios del pueblo son tan grandes, que le impiden ver las cosas que están ocurriendo. Una virgen pone en peligro su honra por la liberación del pueblo. Y el propio pueblo no quiere entender este sacrificio. El sufrimiento que de esto resulta para María, debe haber sido mucho mayor que todo el sufrimiento causado por la incomprensión de los "orgullosos", de los "poderosos" y de los "ricos", de los que ella habla en su cántico (Lc 1, 51-53). Dios pide la conversión de todos, tanto de los pobres como de los ricos, de los pequeños y de los poderosos, de los humildes y de los orgullosos. Solamente que, dentro del plan de Dios, son precisamente los pobres, los pequeños y humildes los que entienden el mensaje del Evangelio y lo aceptan. "Si, Padre, porque así fue de tu agrado" (Mt 11,26). Los Hermanos de Jesús 114 Hay una discusión entre católicos y protestantes en torno a "los hermanos de Jesús". Esta expresión sale varias veces en los evangelios. Los protestantes, apoyándose en su propia tradición, explican esta expresión al pie de la letra y dicen: "María tuvo más hijos. No es virgen". De hecho, San Marcos dice que los hermanos de Jesús eran cuatro y da los nombres: "Santiago, José, Judas y Simón" (Mc 6,3). Además, también habla de "las hermanas de Jesús". Así, junto con Jesús serían al menos siete hermanos, todos hijos de José y María". Los católicos , apoyándose en su propia tradición muy antigua, dicen que la Virgen María sólo tuvo un único hijo, Jesús, y que ella permaneció virgen hasta el fin de su vida. Los católicos también tienen sus argumentos: dicen que no se puede entender al pie de la letra la expresión "hermanos de Jesús", pues en la lengua de Jesús la palabra "hermano" era muy elástica. Dentro de esta palabra "hermano" cabía mucha gente, no sólo los hermanos, hijos de los mismos padres, sino también los primos y otros parientes. Era, más o menos, como la palabra "primo" hoy en nuestra lengua. La gente no puede tomar al pie de la letra la palabra "primo". Es también una palabra muy elástica. Por ejemplo, llega uno y empieza a hablar con otro, y te dice después: "Este es un primo mío". Si tomas al pie de la letra esta palabra, le preguntas: "Entonces, es hijo de un hermano de tu padre o de tu madre?". Y te responde: ¡"Nada! Es hijo del hermano de un tío de mi abuelo". Realmente no podemos tomar al pie de la letra la palabra "primo". Lo mismo podemos decir de la palabra "hermano" en tiempo de Jesús. Si le hubiésemos preguntado a San Marcos : "Entonces, aquellos cuatro hermanos de Jesús son todos hijos de José y María?" Marcos hubiese respondido: ‘Nada. Son hijos de una prima o de una hermana de la Madre de Jesús". De hecho, el mismo Marcos dice de Santiago que era hermano de Jesús (Mc 6,3), pero hijo de "otra María" (Mt 16,1). San Mateo dice claramente que se trataba de "otra María (Mt 28,1). Se hablaba mucho de este Santiago "hermano del Señor" (GáI 1,19) porque ocupaba cargos importantes en la Iglesia de los primeros cristianos. 115 Así, aquellas personas llamadas hermanos o hermanas de Jesús, eran primos y primas. Además, si Jesús hubiese tenido más hermanos y hermanas, a la hora de morir en la cruz, ¿iba a entregar a su madre al apóstol Juan, que era un extraño y no pertenecía a la familia? (cfr Jn 19,27). ¿Hubieran permitido esto sus hermanos y sobre todo, sus hermanas? De todas maneras, tanto los católicos como los protestantes ambos tienen sus argumentos. Pero no conviene pelear por esto, ni perder mucho tiempo en discusiones, pues unos no van a convencer a los otros. Cada cual se quedará con su opinión, que en el fondo, no depende de los argumentos, sino del amor. Lo importante es imitar el ejemplo de María. 4. La lucha entre la mujer y el dragón de maldad El Nacimiento de Jesús Nueve meses después de la visita del ángel, Jesús nació en el portal de Belén. Para recordar este acontecimiento, hacemos hoy fiestas y arreglamos lindos belenes. Esto es bueno. Pero no conviene olvidar que el portal de Belén no fue tan lindo. Era pobre, duro y escandaloso. Era pobre La orden del emperador, venida desde Roma, era clara. Todos tenían que inscribirse en el censo de la ciudad donde habían nacido (Lc 2,1-3). Era el modo de hacer un censo del pueblo en aquel tiempo. Por eso, José se puso en viaje hacia Belén, su tierra, junto con María, su esposa, que estaba embarazada (Lc 2,4). Viaje con más de 130 kilómetros por caminos difíciles. Cuando llegaron a Belén, no encontraron alojamiento en la posada (Lc 2,7). O todo estaba ya ocupado o los dueños no querían dar posada a gente pobre. Se fueron a una cueva que servía para recoger a los animales. Y allí María dio a luz. Cuando hoy una joven esposa tiene su primer hijo, su madre está junto a ella para ayudarle. En Belén no había nadie. La 116 familia de María estaba lejos, allá en Nazaret. El niño nació, fue envuelto en unos pañales y dejado en un pesebre sobre la paja (Lc 2,7). Unos pastores vinieron a hacerle una visita (Lc 2, 8-12). No apareció ninguna persona importante en la cueva. Sólo gente pobre. Todo pobre. Era duro y chocante Imagínate que vas a hablar con los doctores de aquel tiempo, con los sacerdotes del templo, con los ricos latifundistas de Galilea o con los gobernantes del pueblo, y les dices: " Miren, acaba de nacer el Mesías, allí en Belén. Está puesto en el pesebre en un establo". ¿Cabría eso en su cabeza? Tal vez se enojarían y pensarían que estás queriendo tomarles el pelo. ¡Creer que Dios estaba cumpliendo su promesa con aquella pobre joven de Nazaret, sin hablar con ellos los doctores y que aquel niño recién nacido acostado en las pajas de un pesebre en un establo del campo de Belén, fuese el Mesías!É No, eso nunca. ¡Es imposible! Solamente la gente pobre como los pastores y la gente humilde como los magos pueden tomar en serio esta noticia y creer en ella. Herodes y los Magos del Oriente El único importante del país que parece que tomó en serio esta noticia fue Herodes. Pero no se la creyó, ni fue a verlo. La tomó en serio para todo lo contrario, para combatirlo y matarlo. Herodes se creía dueño del pueblo y de la religión. De repente, llegaron a Jerusalén algunos extranjeros, magos venidos de oriente con la noticia de que había nacido el Rey de los Judíos (Mt 2, 1-2). Herodes se alarmó. ¡Se sintió amenazado en su poder por un niño recién nacido! ¿Cómo es posible que pueda nacer un Rey sin que hablasen con él que era el Rey del pueblo? Sintió su trono amenazado, como ya lo había cantado María en casa de Isabel (Lc 1,52). Ante la noticia traída por los Magos, Herodes elaboró un plan. Fingió sumisión y mucha fe y procuró aprovecharse de 117 aquellos extranjeros (Mt 2, 7-8). Pero la humildad de los magos frustró el plan de Herodes. A ellos no les fue difícil adorar a Jesús, cuando lo encontraron humilde y pobre en Belén (Mt 2, 10-11). Pues ellos eran humildes, y su amor a la verdad era mayor que el amor que tenían a sus propias ideas. En ellos se realizó la palabra de Jesús: "Todo el que es de la verdad, escucha mi voz" (Jn 18, 37). Ellos percibirán la presencia de Dios en la pobreza de aquella casa, escucharán su voz, descubrirán la falsedad del plan de Herodes y se volverán a casa por otro camino (Mt 2,12). Viendo Herodes que su plan ya no lo podía realizar, recurrió a las armas de los poderosos, que son la fuerza bruta y la violencia: mandó matar a todos los niños de Belén. José y María tuvieron que proteger al niño Jesús huyendo apurados hacia Egipto (Mt 2, 13-18). Así comenzó la fase final de la lucha entre la bendición y la maldición, entre la vida y la muerte, entre la mujer y el dragón. Las dos señales del cielo: la mujer y el dragón En el capítulo doce del Apocalipsis, el último libro de la Biblia, aparecen dos grandes señales en el cielo. De un lado, aparece una mujer vestida como el sol, teniendo la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas en la cabeza (Ap 12,1). Está embarazada y grita atormentada por los dolores de parto (Ap 12,2). Por otro lado, aparece un dragón inmenso color de fuego, con siete cabezas y diez cuernos. Cada cabeza tiene una corona (Ap 12,3). Es la "antigua serpiente que aquí es ya un dragón, tan fuerte que con la fuerza de su cola derrumba una tercera parte de las estrellas" (Ap 12,4). Entre la mujer y el dragón va a comenzar una lucha. El dragón se coloca en posición de combate ante la mujer. Quiere devorar al niño en el momento en que va a nacer (Ap 12,4). Humanamente hablando, la lucha está decidida ya antes de comenzar. Quien va a ganar es el dragón, pues la mujer, en el momento de dar a luz no tiene fuerzas para luchar. Digo humanamente hablando. 118 ¿Quién es la mujer? La mujer que aparece aquí, en el último libro de la Biblia, es aquella de quien se habla en la primera página de la Biblia, donde Dios dice a la serpiente: "Enemistades pondré entre ti y la mujer y entre tu linaje y su linaje. Ella te pisará la cabeza mientras acechas tú su talón" (Gn 3,15). Con otras palabras, la mujer es Eva, la primera mujer. Es la humanidad toda en cuanto que engendra hijos que luchan contra las fuerzas de muerte y de maldición. Es el pueblo de Dios, llamado para defender la vida humana, transmitir la bendición de Dios a todos los hombres (cfr Gn 12, 1-3), y poner paz en el mundo destrozado por la maldición. La mujer es también la Virgen María, en quien se concentra toda esta lucha contra la maldición y la muerte. Es María, la joven humilde y pobre de Nazaret, en cuanto nos da al Niño Jesús, esperanza de liberación para todos. Esta mujer, gritando con dolores de parto, representa la esperanza de vida que existe en el corazón de todos, sobre todo de los pobres. Esperanza, al mismo tiempo, frágil y fuerte. Es frágil, como frágil es la mujer a la hora de dar a luz; no tiene defensas, no puede luchar, pues está totalmente entregada a dar vida nueva a un nuevo ser humano. Pero, por eso mismo, ella es fuerte, el ser más fuerte del mundo. Pues bien, aquella lucha anunciada por Dios desde la primera página de la Biblia, llega ahora a su punto decisivo en María, que da a luz al niño Jesús. María representa a todas las madres que engendran hijos y que garantizan así el futuro de la humanidad. Las madres que luchan para transmitir a los hijos su esperanza, su voluntad inmensa de ser personas. María representa a todas aquellas personas que dan testimonio del bien en la vida, que luchan para que la vida pueda vencer a la maldición que entró en el mundo por la serpiente. Ella representa sobre todo al "pueblo humilde y pobre que busca su esperanza únicamente en Dios" (Sof 3, 12). ¿Quién es el dragón? 119 El Dragón es el poder del mal, "el Diablo o Satanás, el seductor del mundo entero" (Ap 12, 9). Es aquella misma "antigua serpiente" que está perturbando la vida de los hombres desde el comienzo, intentando apartarlos de Dios Padre y queriendo provocar la violencia asesina de Caín, la superstición del diluvio y la opresión de la Torre de Babel. Pero, más en concreto, ¿quién es este dragón? El libro del Apocalipsis dice que el dragón transmitió su poder a una Bestia feroz (Ap 13, 1-3). Esta Bestia feroz adquirió así gran poder y autoridad en el mundo entero (Ap 13, 3-4). Enseguida, la Biblia descubre todas las maravillas que esta Bestia realiza (Ap 13, 5-17). Y al final dice que la Bestia feroz tiene un número "de hombre" que es el 666 (Ap 13,18). ¿Cuál es el significado de este número 666? ¿Qué indica este número ? En el tiempo en el que se escribió el Apocalippsis el pueblo de Dios era perseguido por el gobierno del Imperio Romano. Lo mismo que Herodes había perseguido al niño Jesús, también el emperador romano perseguía a los cristianos. El Imperio Romano quería destruir la Iglesia que estaba naciendo en medio del pueblo pobre. Pero los cristianos no se desanimaban. Sufrían mucho, pero sabían que el sufrimiento era como el dolor de parto, comienzo de una nueva vida. Sabían que Dios estaba con ellos, lo mismo que había estado con la Virgen María, cuando ésta tuvo que huir de Herodes. Para ellos la situación estaba clara, la Bestia feroz que había recibido su poder del Dragón de la Maldad, era el Emperador Romano. Pero ellos no eran tontos para decir esto abiertamente. Hubieran sido acusados como subversivos. Sabían ser prudentes e inventaron un medio discreto para decir esta verdad a los otros. Decían "aquí es preciso el discernimiento. Quien es inteligente puede calcular el número de la Bestia feroz, pues el número representa el nombre de un hombre. Su número es seiscientos sesenta y seis" (Ap 13, 18). Ahora bien, quien sabe hacer los cálculos que ellos hacían sabe que este número indicaba exactamente al emperador romano, que estaba persiguiendo a los cristianos. En aquellos tiempos había la costumbre de dar un número a cada letra. Así, sumando los números de cada letra del nombre de CésarNeron, el total de la suma daba exactamente 666. César 120 Nerón era exactamente el nombre del Emperador de Roma que perseguía a los cristianos. La Biblia muestra así que el poder del mal no existe suelto en el aire, sino dentro de las personas y dentro de las instituciones que estas personas organizan para luchar contra la vida y contra la esperanza. Concretamente, para la Biblia, la Bestia feroz que recibió el poder del Dragón es el poder organizado del Imperio Romano, poder anti-Dios, anti-Cristo, anti-vida, anti-esperanza, poder del mal y de maldición. ¿Quién va a ganar esta lucha? De un lado, está la mujer, o sea, la humanidad en cuanto sigue en el futuro la lucha de la mujer; está el pueblo de Dios, sobre todo el pueblo humilde del que habla la Virgen María en su cántico (Lc 1,46-55); está María, la madre de Jesús. La "mujer" representa a todos aquellos que creen en Dios y en su palabra, y que intentan suscitar vida nueva. Ellos sufren por esta causa, pero no les importa, pues saben que sus dolores son dolores de parto. Promesa de vida y de esperanza. De otro lado está el dragón, o sea, la humanidad en cuanto cree sólo en su propio poder y saber, y en sus propias riquezas. Está el Imperio Romano, los ricos orgullosos y los poderosos de que habla el mismo cántico de María. Ya no creen en Dios, ni en la vida. No les interesa el futuro, a no ser en cuanto sirve para conservar el poder y la riqueza que ellos ya poseen. Ellos matan la vida y la esperanza para poder defender sus propios intereses. El dolor que sufren en esta lucha no es dolor de parto sino estertor de muerte: el anuncio del fin. La enemistad que existe entre la mujer y el dragón viene desde el comienzo. Siempre existió. Los dos lados en lucha saben que la paz entre ellos no es posible. No es posible un tratado de paz entre la bendición y la maldición, entre la vida y la muerte, entre la justicia y la injusticia, entre el bien y el mal. Esta enemistad entre los dos solamente podrá ser superada y eliminada por la victoria completa de uno sobre el otro. 121 ¿Quién va a ganar esta lucha? ¿La mujer o el dragón? ¿La vida o la muerte, la bendición o la maldición? ¿María que da la vida a Jesús o Herodes que quiere matarlo? ¿Los cristianos o el Imperio Romano? ¿La flaqueza o la fuerza? Humanamente hablando, la mujer va a perder. Dios interviene en favor de la vida El Apocalipsis cuenta que la mujer dio a luz al niño y aquel niño fue arrebatado al cielo (Ap 12, 5-6). ésta es la descripción más breve de la vida de Jesús: nació de María en el portal de Belén, vivió treinta años después, casi fue devorado por el dragón que lo condenó a muerte y lo mató en la cruz, pero intervino Dios y lo resucitó. Lo arrebató de la muerte por medio de la boca del Dragón de Maldad y lo llevó al cielo donde lo sentó a su derecha (Ap 12,5). Allá en el cielo él recibió todo el poder y se convirtió en el Señor de la Historia (Ap 12, 10-12). Humanamente hablando, la mujer iba a perder. Pero Dios vino y se colocó al lado de la vida. La mujer venció y la vida venció. El Dragón de Maldad y de muerte fue derrotado. No tiene explicación humana: la flaqueza venció a la fuerza. Esta victoria de Dios nos garantiza la victoria final del bien, en esta lucha contra el mal que continúa hasta hoy. Dios tomó partido y definió su posición. El Dragón de Maldad será derrotado. Toda esta lucha inmensa comenzó muy humildemente, con la visita del ángel a la casa de María en Nazaret y con el nacimiento tan pobre de Jesús en Belén. Cuando el ángel vino. Augusto, el Emperador no supo nada. Nadie se enteró. Pero las cosas grandes de Dios suelen suceder en lo escondido de la vida de las personas humildes que creen que para Dios nada es imposible. Personas que merecen el elogio de Isabel a la Virgen María: "¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!". Así estas personas sencillas realizan las cosas realmente grandes, sin que casi se note. 122 "¡Felices ustedes los pobres!" (Lc 6,2) Cuando Jesús nació sólo vinieron a adorarle unos despreciados pastores. Solamente los pobres consiguen descubrir la riqueza escondida dentro de la pobreza. Si a un campesino de nuestros pueblos le hubiesen invitado a visitar al niño Jesús en el portal de Belén, hubiese exclamado: "Virgen María, un niño ha nacido, el mundo vuelve a comenzar". En cada niño que nace, débil, desnudo y sin defensa, la gente ve algo del poder y de la grandeza de Dios. Sólo los pobres y los humildes reconocen la grandeza del poder de Dios presente en la flaqueza de las cosas humanas. Jesús mismo decía al Padre: "Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues así te ha parecido bien" (Mt 11, 25-26). Por eso mismo, los pobres pueden considerarse felices, porque grande es la misión que deben realizar. Deben descubrir y anunciar a los otros la Buena Nueva de la liberación que viene de Dios. Por todo esto, el pueblo sencillo siempre acude con fervor al amparo y protección de la Virgen María y pone su confianza y esperanza en el nombre de María. Es en María en quien los pobres se reconocen. María es para el pueblo el espejo que Dios nos presenta. En este espejo de la vida de María, el pueblo descubre su ejemplo y modelo de la misión que debe cumplir. La historia de este pueblo pobre, es la historia de María, que continúa viviendo hasta hoy. Hasta hoy continúa entre nosotros la misma lucha de la mujer contra el dragón de maldad, llenando el corazón de toda una nueva esperanza. La mujer va a vencer porque Dios está con ella. Vamos ahora a ver más de cerca algunos de estos hechos de vida de hoy en los que continúa la historia de María y que nos ayudan a conocer la importancia de nuestra vida y de nuestra historia dentro del plan de Dios. 5. La historia de María vivida en el mundo actual 123 Víspera de Navidad: Embarazada de Jesús La mujer entró y se presentó: "Yo me llamo María". Se sentó, se puso a llorar y en seguida, comenzó a hablar: "Este año he sufrido horrores. ¡Son tantas las cosas que hacen sufrir a la gente! No quedan ganas ni para contarlo. Varias veces me han entrado ganas de matarme. En la semana pasada, víspera de Navidad, yo no aguantaba más. El deseo de acabar con la vida era tan fuerte que casi me venció. No sé cómo sigo viva hoy. Lo que me ayudó fue este pensamiento que entró en mi cabeza así, no sé como. Tal vez porque era la fiesta de Navidad. Yo me decía a mí misma: "María, tú no puedes morir, tú tienes que vivir. Estás embarazada de Jesús. Si tú te matas, matas a Jesús. él no puede morir. él tiene que nacer". Este pensamiento me ayudó. Yo vencí. Estoy viva". Esta mujer de pueblo, como María, se enfrentó al Dragón de maldad y de muerte, y lo venció. Se unió al Señor Jesús y a la Virgen María, y pudo más. Venció, a pesar de los horribles dolores que sufría que, en este caso, eran dolores de parto. ¡Cuántas pequeñas luchas, como ésta, estallan en el interior de las personas! Nadie se da cuenta de nada, su cara no lo revela. Pequeñas luchas victoriosas, como las pequeñas raíces que alimentan y hacen crecer el gran árbol de la libertad. Navidad: Dio a luz un niño Otro día, ya hace algún tiempo, una mujer embarazada entró en el consultorio médico de una Parroquia y dio a luz allí mismo. Un niño fuerte y hermoso. Sólo había gente pobre para acoger al recién nacido. No pude saber el nombre de la madre. Ella vivía en un barrio de chozas. Viendo a aquellas mujeres, todas queriendo ayudar a la madre y al niño, quedé triste. Pensaba en los millares de niños abandonados. ¡Pero para crecer en la miseria, sin casa y sin cariño! ¿Cuál sería el futuro de este niño a quien le pusieron el nombre de Jesús?". Esto pensaba yo. 124 A pesar de todo, no noté tristeza alguna en aquellas pobres mujeres. No me hablaban nada, pero su manera de portarse me hablaba más alto que cualquier palabra. Era como si gritasen: "¡Niño Jesús, seas bien venido. Hay sitio para ti. Tal vez en el pesebre estás un poco apretado, la gente no te hará un rinconcito. Pero en el corazón tendrás amplio sitio!". Era como si denunciasen mi tristeza: "¿Por qué te pones contra el nacimiento de este niño? ¡él tiene tanto derecho a vivir como tú! ¡Te pareces a Herodes, que quería matar al Niño Jesús!". Una de aquellas mujeres tomó al niño en brazos y, levantándose, les dijo a las demás: "¡ésta es nuestra riqueza. Nuestra única riqueza. No tiene precio!". La gente no la vende ni por millones. Belén: Puso al niño en un pesebre La señora Luisa recibió esta carta escrita en una hoja arrancada de un cuaderno. "San Miguel, 19 de octubre de 1995 Amiga Luisa: Le escribo estas pocas líneas solamente para darle mis noticias de que hasta hoy, gracias a Dios, estoy con salud y que he tenido una niña, linda como una estrella del alba, pero tan pobre que no tengo una cunita para acostarla. Espero que usted consiga una cunita para mi niña, y disculpe mi ignorancia. Cuando yo estaba embarazada, mi pensamiento y deseo era que usted fuese la madrina de mi niña. Quiero saber si quiere ser madrina de ella o no. Nada más. Raimunda Sosa". Raimunda es madre de cuatro hijos. El padre casi nunca aparece por casa. Ella vive en una casa que no tiene ni piso, ni paredes, ni tejado. El piso es de tierra, que no está ni nivelada siquiera. Las paredes son un entretejido de palos con barro y latas. El tejado es una sombra hecha con ramas y hojas de cañas, con un plástico encima, que casi sólo sirve para quitar la luz del sol. La lluvia pasa y lo moja todo. La casa no tiene puerta, solo tiene dos agujeros desprotegidos 125 para entrar y salir. El viento frío de las noches pasa libremente. Todo muy pobre, como en la cueva de Belén. Meciendo a la niña, ella dice: "Esta niña tiene cuatro madres. Me tiene a mí. Tiene a ésa (y señala a la abuela). Tiene a aquélla (y señala a la comadrona) y tiene a la de arriba (y señala al cielo)". Para visitar a la madre y a la niña en el día del bautizo, sólo venía gente pobre, como fueron pobres los pastores de Belén. De reyes magos, ya más ricos y sabios, sólo tenía a la señora Luisa y a mí. La estrella era la alegría del pueblo allí reunido. La huida a Egipto: Herodes continúa matando niños Bauticé a María del Socorro. La bauticé antes que a los otros niños porque se estaba muriendo en brazos de su hermana mayor. La madre había muerto del parto, trece días antes. El padre se fue de la casa hace poco tiempo. Quedaba sólo Raimunda, la hermana mayor, y sus nueve hermanos para acoger a su hermanita que se estaba muriendo. Raimunda tenía unos dieciséis años. Por la tarde, fui a visitarlos. Casa pobre de barro prensado. En la obscuridad vi a los hermanitos todos de pie, alrededor de Raimunda que estaba sentada con María del Socorro en los brazos. María se estaba muriendo con los mismos vestidos del bautismo. Un hermanito iluminaba con una vela encendida en las manos. Era la vela del bautismo encendida en el Cirio Pascual, símbolo de la victoria de la vida sobre la muerte. Les pregunté: - ¿Murió? - No ha muerto. Hace un ratito que dio un suspiro. - ¿Nació enferma? - No, nació sana y fuerte. 126 - Entonces, ¿qué pasó? - Hace unos días, le dio una diarrea. Por eso está así. - ¿Y qué le estás dando? - La gente da lo que tiene. Un poco de leche o un te de yuyos. - ¿Sólo eso? - Solamente eso. Poco después, Raimundo cerró los ojos de María del Socorro y dijo: "Ha muerto porque no mueve los ojos". Y todos los hermanitos decían: "Ha muerto". Aquí el dragón ha vencido. Mató a la mujer y a la hija. Fue como en Belén, en aquella noche de la matanza de los inocentes. La Biblia dice: Un clamor se ha oído en Ramá, mucho llanto y lamento; es Raquel que llora a sus hijos, y no quiere consolarse, porque ya no existen (Mt 2,18). Este llanto se oyó cuando Jesús acababa de nacer, para defender la vida. Hoy, el mismo llanto se mezcla con los hechos en todas partes. ¿Dónde renace hoy Jesús para reasumir la defensa de la vida contra el Dragón de Maldad? Herodes perdió. Ya no se nombra, pero se continúa matando a los niños. Se mató a María del Socorro. El Herodes de entonces podía ser acusado porque su crimen era bien conocido. Los Herodes de hoy siguen libremente y pasan por honrados, ninguno los acusa, porque no dan la cara. Ya no se nombra a Herodes, pero continúa vivo actuando en el mundo entero, matando a los niños, esterilizando a las mujeres pobres, privando al pueblo pobre de los recursos más elementales en materia de higiene y de salud. ¿Quién es el responsable de la muerte de María del Socorro? ¿Quién es el Herodes que mata? Es el salario de hambre, es el jefe que expulsa al pueblo, el que roba y mata, es el progreso que sólo se fija en el lucro y no se interesa por el hombre que 127 construye el progreso con la fuerza de su trabajo. Es la abundancia de los ricos la que roba a los pobres. Es el sistema que margina al pueblo, como ignorante, sin voz. Y tantas otras cosas. La estrella de Belén: Los magos ofrecen sus dones María del Carmen estudió en la universidad, cursó medicina. Tenía delante de sí un brillante futuro. Podía ganar y tener mucho dinero, si quisiese. Pero lo rehusó. Hizo una especie de voto de pobreza, ella y su marido, de común acuerdo. Ahora ellos sólo quieren lo necesario para vivir y criar a sus hijos. Viven muy sencillamente en un barrio popular y dedican su vida a los hermanos pobres. Ella misma lo confesó: "Dejé mucha riqueza atrás, pero encontré otra mucho mayor. Lo que yo dejé no tiene comparación, ni de lejos, con lo que ahora poseo. Antes, yo era rica, tenía todo, pero tenía también la conciencia intranquila. Sentía una necesidad muy grande de perdón. Pero sentía también, no sé por qué, que no me faltaba solamente el perdón de Dios. Mi riqueza era demasiado grande cuando veía a tantos pobres, hermanos míos, hijos del mismo Padre. Entonces pensé: "Los únicos que me pueden perdonar son los pobres". Allí me fui. Lo dejamos todo, mi marido y yo. Y le digo al Señor: "Ellos perdonan setenta veces siete". La estrella apareció en la vida de María, cuando ésta se apartó de donde vivía Herodes. Exactamente como sucedió con los reyes magos (Mt 2,9). Ella encontró la estrella del perdón y de la paz junto a los pobres a los que ahora ofrece sus dones (cfr Mt 2,16). Advertida por Dios, ella no volvió más por donde vivía Herodes, sino que siguió por otro camino, indicado por Dios y por su conciencia (cfr Mt 2,12). Nazaret: El niño crecía y estaba sujeto a sus padres José Domínguez se casó con María. Tuvieron varios hijos e hijas. Pero los niños murieron todos, con gran tristeza de sus padres. Sólo quedaron las niñas. "Los médicos no consiguen que vivan los varones. No sé por qué", decía José. 128 José era campesino. Su casa, aunque pobre, siempre estaba muy limpia; María, su esposa, era muy limpia y trabajadora. Sus hijas son lindas, verdadero capricho de la naturaleza: Oscarina, Cristina y Concepción. Por fin nació un niño y José dijo a su esposa: "María, este niño tiene que vivir, ¡no puede morir!" María le miró, medio desanimada, como si quisiera decirle: "Pero, ¿cómo José? Eso no depende de los hombres. Depende de Dios". José adivinó el pensamiento de su esposa y respondió: "Pues eso es, María, eso mismo es. Dios nos tiene que ayudar". "La gente le llaman al niño "Nazareno". Los parientes les decían que eso era un nombre raro, que no se le suele poner a los niños en nuestro pueblo. Pero José insistió: "Tiene que ser Nazareno, porque tiene que vivir". Después que Nazareno nació, María estaba muy nerviosa. Todo el tiempo preocupada por el niño, viviendo de día y de noche, pendiente de él. Las hijas, todas pequeñas aún, ayudan a la madre. Y Nazareno está creciendo en sabiduría y en edad, delante de Dios y de los hombres, vivo y fuerte en su casa, en su pueblo (cfr Lc 2, 52). Al pie de la Cruz: "Ahí tienes a tu madre!" Todas las cosas que contamos aquí son historias verdaderas del pueblo "humilde y pobre", que camina, con amor y devoción a la Virgen María, por los caminos de la vida. Camina hacia el Calvario, donde Jesús está colgado en la Cruz (cfr Jn 19, 25-26). El pueblo no huye, ni tiene miedo de sufrir. ¡Sufre tanto! Pero no se desalienta. Camina con la virgen María, venerando su imagen, para estar junto a Jesús, que está muriendo, en estos días, en tantos hermanosÉ Llegando al Calvario, el pueblo no habla. Sólo se queda allí fijo, presente. Jesús tampoco habla. Solo reza colgado en la Cruz. Y allí, en el silencio de aquel dolor, los ojos de Jesús repiten también hoy todavía las mismas palabras que se 129 oyeron por primera vez en el Calvario de Palestina: "Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo (al pueblo) a quien amaba, dice a su madre: ‘Mujer, ahí tienes a tu hijoí. Luego dice al discípulo: ‘Ahí tienes a tu madreí. Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa" (Jn 19, 26-27). Desde que Jesús, desde lo alto de la cruz, poco antes de morir, pronunció aquellas palabras, el pueblo humilde nunca más se separó de la Virgen. La lleva consigo, dentro de su corazón, dentro de su casa, a donde quiera que va. Jesús lo mandó. Fue su última voluntad. Pascua: La extraña fuerza de la Resurrección Estos hechos históricos demuestran cómo la historia de María continúa hasta hoy en las pequeñas y grandes luchas de nuestra vida. Silencioso y sin nombre, el pueblo va siguiendo a la Virgen María por las calles y plazas de la vida con fervor y esperanza. Casi nadie le conoce por su nombre; el pueblo no habla. ¿Hablar, para qué?, si nadie le escucha. Solo se oye el murmullo de su voz, allá debajo del "paso" de la Virgen en la procesión, mezclado con las voces de millares de hombres y de mujeres de todas las lenguas y naciones, llorando y rezando sin parar: ¡Ave María! Pero aquél que sabe escuchar la voz del silencio del pueblo y de su dedicación a la vida, ése capta su mensaje y comienza a entender algo de la extraña fuerza de resurrección que hay en la cruz. La cruz de Cristo, la cruz del pueblo, escándalo para unos y locura para otros, pero para nosotros expresión de la sabiduría y del poder de Dios (1 Cor 1, 18. 23). El comienza a comprender que de los que aplastan la vida, no puede venir la fuerza de vida. De éstos sólo viene la muerte, pues ellos mismos están muertos, envueltos de pensamientos de muerte, sin vida. Ellos mismos necesitan la redención y la liberación, que sólo podrá venir de los débiles y de los oprimidos. Pues la fuerza de vida sólo nace allí donde la vida está crucificada y oprimida, torturada y perseguida. Y sólo allí aparece la fuerza de la Resurrección. Sólo resucita quien muere primero. 130 A muchos les gustaría que el pueblo no tuviese que pasar por el Viernes Santo, sino llegar directamente al Domingo de Resurrección. ¿Vivir como si el Viernes Santo continuase también hoy en la vida del pueblo? ¿Abandonar el Calvario antes de tiempo y dejar a los hermanos solos sufriendo en la cruz? Por el simple hecho de que el pueblo se quede al pie de la Cruz, junto con la Virgen María, ella anuncia a todos su fe en la resurrección y en la vida. Si no lo creyesen, la vida ya hubiese cesado hace mucho tiempo sobre la faz de la tierra. Hablar así parece "locura y escándalo" (1 Cor 18. 23). Pero hay motivo para eso. Lo mismo que el "pueblo humilde y pobre" del tiempo del profeta Sofonías (Sof 3, 12), así nuestro pueblo parece que no cree más en ideas y promesas humanas, por muy buenas que sean. Ha sido engañado durante siglos enteros. Sufre demasiado para poder creer todavía en los hombres que prometen un futuro mejor. Solamente cree en Dios y en la vida: solamente con estos dos -con Dios y con la vida- se comprometen ellos. El pueblo adquirió una sabiduría y una sabia desconfianza que no se deshace con sermones y discursos políticos. Para que los pobres puedan creer, exigen pruebas y testimonios concretos. Solo así el pueblo acepta y se compromete. Antes que alguien quiera que el pueblo crea en él, debe merecer esta fe del pueblo con su testimonio personal. La Virgen María la mereció. Por eso mismo, a pesar de estar oprimido este pueblo, es libre. Libre, tanto frente a sus opresores, como a sus libertadores, y a ambos los juzga. 6. El homenaje del pueblo a la Madre de Jesús Los nombres que el pueblo dio a María Es el amor el que inventa los nombres. El nombre es lo que más le gusta decir a la persona amada. Cuanto más se le quiere, más nombres se le dicen. El amor del pueblo inventó los nombres para la Madre de Jesús. Son tantos que no cabrían en muchas páginas. Solo 131 pongo algunos: Concepción, Nuestra Señora del Buen Parto, Nuestra Señora del Buen Viaje, Nuestra Señora del Destierro, la Virgen del Perpetuo Socorro, del Buen Consejo, del Amparo, de los Remedios, de la Salud, Nuestra Señora de la Ayuda, de Guía, Virgen de los Navegantes, Nuestra Señora de Consolación, de los Dolores, de la Buena Muerte, de la Soledad, de la Piedad, de las Victorias, de las Gracias, de las Mercedes, de la Asunción, de la Gloria, del Rosario, de la AlegríaÉ Tiene nombres para todos los momentos de la vida, desde el nacimiento hasta la muerte. Nuestra Señora acompaña al pueblo en el "destierro" y en la "soledad", en los "dolores" y en la "muerte". Va con ella en todo canto y en ella alimenta la "esperanza" con su "ayuda", con sus "consejos", con su "consolación". Ella "ayuda" y "ampara", "guía" y "socorre", da "remedios" y "libertad", conduce a la "victoria" e introduce en la "gloria", comunicando a todos su "alegría". Tiene también nombres ligados a los lugares donde ella vivió y donde es venerada: Nuestra Señora de Nazaret, de Belén, de Loreto, de Caacupé, de Itatí, de Luján, de Fátima, de Lourdes, Nuestra Señora del Carmen, Nuestra Señora Aparecida. Centenas de municipios y millares de poblados en todas las naciones cristianas tienen nombres ligados a Santa Ana, la madre de la Virgen, y a San José, su esposo. La imagen de la Virgen con el niño Jesús en sus brazos, o la imagen de la Purísima Concepción, que pisa la cabeza de la serpiente, está colocada en todas las casas de nuestro pueblo, pintada o copiada de mil maneras. Es la imagen de las madres cristianas que tienen a sus hijos y creen en la vida, derrotando al dragón de maldad. Las fiestas del pueblo en honor de la Virgen María Los santuarios marianos, hacia donde el pueblo acude de todas partes, están repartidos por todos los pueblos del mundo cristiano. Ríos de coches y de autobuses, carreteras de romeros cruzan las calles en todas direcciones. Van cantando y rezando un rosario después de otro a la Virgen María. En las plazas, frente a los santuarios, se encuentran amigos y 132 conocidos, se hacen nuevas amistades, se ríe, se conversa. Todo es una gran fiesta, anticipo de la fiesta final. Doña Raimunda, viuda, madre de 17 hijos, diez fallecidos y siete vivos, lo dice todo en una sola frase. Le pregunté: "¿Señora, por qué hace esta romería? ¿Qué va a hacer en el Santuario?". Y ella respondió: "Voy a gozar del cielo de cerca". Quien no puede ir tan lejos, se queda en casa y hace la novena en su propio pueblo. Va a la procesión, hace el mes de mayo en honor de María, asiste a la novena y a la misa solemne en la fiesta de la Virgen. ¡Son tantas las maneras que el pueblo tiene para demostrar su devoción! Novenas y rosarios, mes de mayo y coronaciones, cantos y fiestas, imágenes, procesiones, letanías y bendición, santuarios y ermitas, sin hablar de la devoción personal de cada uno. Naciones enteras que se reúnen en millares de lugares, para rendir homenaje a María, en las fiestas de la Madre de Dios. dicen que debajo de una montaña existe un río subterráneo que, si fuese posible aprovechar su agua, daría para convertir toda las regiones desiertas en un jardín verde y florido. Tan inmenso es el río. Existe en el pueblo un río subterráneo que fluye por aquí y por allá. Es la inmensa devoción de siglos que el pueblo tiene a la Virgen María. Pero su agua aún no está bien aprovechada. Si fuese posible canalizar esta agua de Dios y todo lo que ella representa para el pueblo, la vida del pueblo se transformaría en un jardín verde y florido, y el pueblo cantaría hoy el cántico de María, como se cantó por primera vez. Sería la llegada del Reino que Dios prometió y para cuya realización, él quiso y todavía quiere depender, no del consentimiento del emperador romano, o del Gobierno, sino del pueblo humilde y de aquella mujer joven, muy pobre, del interior de Galilea, llamada María. La imagen de Nuestra Señora El tiempo estropea las imágenes. Estas requieren mucho cuidado. Deben ser protegidas contra los ladrones que 133 conocen su gran valor. Deben ser restauradas, para que aparezca de nuevo la belleza que el artista colocó en ellas. Todo esto es un símbolo y nos sirve de comparación. El tiempo ha ido estropeando la imagen que el pueblo tiene de la Virgen María. Los responsables no tuvieron el cuidado suficiente. Vinieron ladrones y robaron sus joyas. Ya no es tan fácil reconocer toda la belleza que Dios, el artista, colocó en ella, cuando dijo: "Ahí tienes a tu madre" (Jn 19, 27). ¡Si fuese posible restaurar y renovar la Imagen de la Virgen, sin destruirla y sin deformarla!É Restaurarla de tal manera que en ella se transparente mejor el mensaje de Dios al pueblo y que apareciese muy claramente a los ojos de todos, el testimonio que María nos da de su fe en Dios y de su dedicación de vida. Renovarla de tal manera que se transformase en un espejo limpio y no empañado para que el pueblo pueda contemplar en ella su rostro de persona, de hijo de Dios, y descubrir en ella su misión en el mundo de hoy. ¡Si fuese posible limpiar este espejo! Un día este sueño se volverá realidad. Lo mismo que, por ahora, aún no somos capaces de ver toda la belleza de la Imagen de la Virgen, la gente sabe que dentro de ella está la belleza, e intuye que María tiene en sí un secreto muy importante para nuestra vidaÉ Por eso, el pueblo la lleva consigo a todos sitios donde va, sabiendo que la devoción a María nos atrae su protección. No juzga sobre lo que todavía no comprende. Sabe que la vida es más profunda de lo que podemos comprender. Espera el día en que alguien le ayude a descubrir el secreto de la Imagen de María. Cuando llegue ese día, será el día de los grandes milagros jamás sucedidos, que hará coincidir el Viernes Santo con el domingo de Pascua y transformará la gran procesión del Señor muerto, en la triunfal procesión festiva de la Resurrección y de la Vida. ¡Virgen de la Liberación, ruega por nosotros! ¡Virgen de las Victorias, ruega por nosotros! 134 ************ LA UNIÓN DE CRISTO CON MARÍA SEGÚN EL NUEVO TESTAMENTO La reflexión mariológica contemporánea, siguiendo las orientaciones metodológicas conciliares (OT 16) y posconciliares (MC 25-39), se apoya de modo decisivo en el dato bíblico con la firme convicción de poder obtener de la fuente de la primitiva experiencia cristiana la justa perspectiva para una reactualización adecuada de la figura de María. Tenemos así la superación de la mentalidad deductiva, con el abandono de los pasajes bíblicos como dicta probantia, y con una relectura unitaria de los datos bíblicos sobre María en estrecha conexión con los resultados cristológicos relativos. La conexión bíblica lleva además a destacar la condición humana real de María mediante una referencia esencial a su Hijo divino. Por eso hoy se revalorizan también los llamados textos mariológicamente difíciles (Mc 3,2035, Mt 12,46-50; Lc 2,49; 11,28; Jn 2,4; 7,3-5), así como los evangelios tradicionales de la infancia de Mateo y de Lucas, más abiertamente favorables a la exaltación y al desciframiento paradigmático del misterio de María. Los datos escriturísticos representan piezas de un mosaico que la conciencia de fe de la iglesia ha profundizado, coordinado y releído a lo largo de dos milenios en un cuadro global de referencia esencial de María a Cristo. Se puede recoger en síntesis cuanto dice el NT de María en relación con Cristo en torno a tres afirmaciones generales: María, madre del Salvador, discípula del Señor, socia del Redentor. 1. MARÍA, MADRE DEL SALVADOR. M/MADRE-DE-D: El testimonio más antiguo de la tradición neotestamentaria sobre Cristo en relación con María, su madre, lo tenemos en /Ga/04/04: "Cuando vino la plenitud del tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley". La realidad de la encarnación del Hijo de Dios es subrayada por su nacimiento de una mujer. El fondo de este pasaje lo constituye el recuerdo (mujer) del personaje Eva, madre del género humano, y el de la madre del mesías, evocado por Miqueas (5,2) e Isaías (7,14). Pablo relaciona así con la historia del mundo y con la historia de la salvación al Hijo de Dios preexistente y a su madre. Además, el Apóstol 135 pone aquí las dos premisas esenciales: preexistencia y divinidad de Cristo, de las cuales se deriva el dogma central de la mariología: la maternidad divina de esta mujer. Por eso el texto paulino es considerado por alguno como el texto mariológicamente más significativo del NT: "Con Pablo comienza el enlace de la mariología con la cristología, justamente mediante el atestado de la maternidad divina de María y la primera intuición de una consideración históricosalvifica de su significado". A esa realidad apenas se hace referencia en el evangelista Marcos (cf Mc 3,31: "Llegaron su madre y sus hermanos". y Mc 6,3: "¿No es éste el carpintero, el hijo de María?"); no obstante, se inserta plenamente en la linea paulina. Se trata, en efecto, de la madre de un hombre que es presentado como "Hijo de Dios" (Mc 1,1, 12,6-8, 13,32, 15,39) y que ora a Dios llamándolo "Padre" (Mc 14,36). El nacimiento de Jesús de María lo afirma expresamente Mateo al final de su genealogía: "Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo" (Mt 1,16). E inmediatamente después el evangelista explica las modalidades extraordinarias de ese nacimiento, acontecido por obra del Espíritu Santo (cf Mt 1,18.20) sin concurso de padre humano (Mt 1,18-23). Se indica también la función salvífica de ese hijo llamado Jesús: "Él salvará a su pueblo de sus pecados"(Mt 1,21). La cita que hace de Is 7,14, optando por la lección parthénos, tomada de los Setenta, y con la designación del niño como "Emmanuel" (Dios con nosotros) (Mt 1,23), establece una conexión entre el hijo de Dios y su nacimiento virginal. Lucas llama a María "madre de Jesús" (He 1,14). Como Mateo, también Lucas —si bien con una redacción diversa y con el empleo de otras fuentes, probablemente las meditaciones interiores de Maria— refiere la concepción virginal de Jesús en el seno de María mediante una intervención especial del Espíritu Santo (Lc 1,35). El pasaje es eminentemente cristológico: Jesús es señalado como "Hijo del Altísimo" (1, 32), "santo" e "Hijo de Dios" (1,35). Pero también hay indicaciones mariológicas decisivas. María, en efecto, es la "llena de gracia" (1,28), la que ha "encontrado gracia ante Dios" (1,30). Por eso el ángel le anuncia: "El Espíritu Santo descenderá sobre ti y te cubrirá con su sombra el poder del 136 Altísimo" (1,35). La concepción virginal se pone en relación inmediata con la llamada de María a la maternidad divina: ella significa la consagración de su cuerpo y de todas sus potencias afectivas a una tarea única en el designio de Dios. Isabel, como portavoz de las intenciones teológicas de Lucas, en el episodio de la visita de María saluda a ésta no sólo como la "bendita entre las mujeres" ( 1,42), sino también como la "madre de mi Señor" ( I ,43). Esta expresión supone la maternidad divina, porque el titulo "Señor" es el título divino de Jesús (cf Flp 2,11, ICor 12,3). Pero la maternidad divina de María no estará exenta del misterio del dolor. El relato de la presentación de Jesús en el templo (Lc 2,22-38) indica en Jesús al "mesías del Señor" (2,26) y al Salvador no sólo de Israel, sino de todas las naciones (Lc 2,30-32). En este contexto, Lucas hace referencia al drama que constituirá el epílogo de la obra de Jesús. Y María es asociada como madre a ese drama del Salvador, desde el momento que una espada traspasará su alma (cf 2,35). La maternidad de María respecto a Jesús comprende, finalmente, una función educadora, que le permitirá al niño crecer "en sabiduría, edad y gracia delante de Dios y de los hombres" (2,52). El evangelio de Juan es también el evangelio de la madre de Jesús. Este título de madre se repite varias veces en las escenas cristológico-mariológicas más destacadas referidas por Juan: en las bodas de Caná encontramos dos veces "madre de Jesús" y una vez "la madre" (2,5), en la escena del Calvario, en tres versículos, el evangelista llama a María hasta cinco veces "madre" (19,25-27). En ambas escenas, el titulo de madre está relacionado con el de mujer, indicando que con la madre de Jesús nueva Eva —aunque con una función inversa a la de la primera mujer (cf Gén 2,23; 3,1s.16.20)—, da comienzo una nueva estirpe. A los pies de Jesús, lo mismo que en las bodas de Caná, la maternidad corporal de María respecto al hijo de Dios se amplía hasta una maternidad espiritual, que se convierte en su consumación. Con ese simbolismo, además, el misterio de María es relacionado indisolublemente con el de la iglesia. El titulo bíblico de madre del Señor Jesucristo le valió a María su inserción en el símbolo niceno-constantinopolitano de la iglesia universal: "Encarnado por el Espíritu Santo de María Virgen" (DS 150). El término griego Theotókos fue consagrado solemnemente en Éfeso en 431 e introducido en la fórmula de 137 fe de Calcedonia en 451. En la definición calcedoniana, después de haber hablado de la generación eterna del Hijo por el Padre, se afirma también su nacimiento terreno "de María virgen y madre de Dios" (DS 301). El término Theotókos, con sus correspondientes latinos Deipara, Dei Genetrix, contiene una verdad que sólo es concebible en la fe, a saber: la divinidad del que ha nacido de ese modo, y un hecho histórico, o sea, su encarnación en el seno de una mujer. Mas ese título, aparte de una finalidad cristológica (la de proteger el misterio de Cristo) tiene también una finalidad mariológica: la de subrayar la posición de preeminencia de María, madre de Dios, en la conciencia de fe de los cristianos. Con ello se consigue formular felizmente Jesucristo el misterio mariano para los siglos sucesivos, no sólo desde el punto de vista dogmático, sino también desde el terminológico, puesto que se había conseguido tematizar con sumo equilibrio la referencia tanto a la persona como a la obra del Redentor, que permanece siempre en el centro del dogma mariano. Finalmente, ese titulo constituye todavía hoy una de las bases más sólidas y comunes del diálogo ecuménico entre los cristianos. Dice al respecto el Vat ll: "Ofrece gran gozo y consuelo para este sacrosanto sínodo el hecho de que tampoco falten entre los hermanos separados quienes tributan debido honor a la madre del Señor y Salvador, especialmente entre los orientales, que corren parejos con nosotros por su impulso fervoroso y ánimo devoto en el culto de la siempre virgen madre de Dios" (LC 69). 2. MARÍA, DISCÍPULA DEL SEÑOR. M/DISCIPULA M/ESCUCHA: También este titulo, como el anterior, tiene un eco ecuménico positivo, sobre todo en el campo protestante. El fundamento es bíblico. En Mt 12, 46-50 (par. Mc 3,31-35 y Lc 8,19-21) se presenta a Jesús, el cual, mientras enseña, es visitado por su madre y por sus parientes. Jesús precisa entonces: "¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos? Luego, extendiendo la mano hacia sus discípulos, dijo: He aquí mi madre y mis hermanos. Porque el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre" (/Mt/12/48-50). Para Jesús, la relación de discipulado está más cercana a su corazón que los mismos lazos familiares. Esa relación tiene su origen en "hacer la voluntad del Padre"; 138 de donde se sigue que hacer la voluntad de Dios es más grande que ser madre de Jesús. El evangelista Lucas es sobre todo el que traza la figura de María como discípula, después de haberla retratado felizmente como madre del Hijo de Dios encarnado. En efecto, el episodio que acabamos de mencionar viene inmediatamente después de la parábola del sembrador y de la semilla que cae en diferentes tipos de terreno (cf Lc 8,4-15). La redacción de Lucas intenta hacer comprender que el episodio debe estar iluminado por la parábola que le precede. La conclusión es la afirmación perentoria de Jesús, que en la redacción lucana se expresa en modo positivo: "Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la palabra de Dios y la ponen en,práctica" (Lc 8,21). Todo esto se adapta perfectamente también a María, la cual escuchó la palabra de Dios siendo la primera creyente de la iglesia. Lucas, en efecto, en He 1,14, cuenta a María entre los miembros de la primera comunidad de los creyentes después de la resurrección de Jesús. También el relato de la infancia presenta a María como la creyente: "He aquí la esclava del Señor; hágase en mi según tu palabra" (Lc 1,38); es decir, María encarna en primera persona la definición del discípulo del Señor. También en el episodio de la visitación asocia Lucas a María la idea del seguimiento y del discipulado. En efecto, el motivo del saludo de Isabel —"bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre" (Lc 1,42)— se da en la exclamación: "Dichosa la que ha creído que se cumplirán las cosas que se le han dicho de parte del Señor" (Lc 1,45). También en Lc 11,27s se subraya el hecho de que ser discípulo constituye para Jesús una relación más alta que los vínculos familiares: "Dichosos más bien los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen" (Lc 11,28). En estas dos últimas citas, tanto Isabel como la mujer de la turba alaban la maternidad física de María. A esto se añade una ulterior perspectiva. Tanto en la alabanza de Isabel como en la de Jesús se subraya también la perseverancia en la escucha y en la práctica de la palabra de Dios. Lc 11,28 tiene paralelismos marianos en Lc 2,19: "María, por su parte, guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón", y en Lc 2,51: "Su madre guardaba todas estas cosas en su corazón". Es decir, Lucas considera a la madre del Señor como la verdadera discípula, ya que ha realizado las dos condiciones de ser discípulo: la escucha de la palabra y su realización práctica en la vida. 139 También en las escenas de Caná y del Calvario, descritas por Juan, María trasciende con el nombre de mujer su función de madre, asumiendo la de discípula. En el Calvario, p. ej., se convierte en la madre del discípulo ideal, presentándose al mismo tiempo como el modelo de la madre y del discípulo. Se puede preguntar cómo es posible armonizar la conclusión de que María parece tener mayor valor como discípula que como madre, con el hecho indiscutible de que la mariología tiene su soporte y su base en la maternidad divina. La armonización puede realizarse en el ámbito de una cierta pedagogía de María como discípula y como madre. Además de en la Escritura, en la tradición patrística María es descrita frecuentemente como la verdadera creyente. Más aún, san Agustín afirma: Illa fide plena et Christum prius mente quam ventre concipiens", y continúa: "María credendo concepit sine viro"; e inmediatamente después subraya que fue justamente por la fe como María concibió a Cristo en su seno: `'Credidit María, et in ea quad credidit factum est". Y en otra parte: "Virgo ergo María non concupuit et concepit, sed credidit et concepit". María concibió impulsada por un acto de fe amorosa en Dios, y no por un acto de unión amorosa con un hombre. María concibió impulsada por la ferviente caridad de la fe. En la concepción de Jesús fue decisivo el acto de fe de la virgen. Por eso en el orden temporal la fe de María precedió a su maternidad. En cambio, en el orden del plan divino de la salvación, la predestinación de María a ser madre del Hijo de Dios tiene la precedencia, ya que tal predestinación tuvo influjo causal en todo lo que acaeció en María, y por tanto también en su fe, que precedió a su divina maternidad. 3. MARÍA, SOCIA DEL REDENTOR. M/MEDIADORA: Este título en la tradición católica tiene una acogida muy positiva, mientras que en la teología protestante suscita perplejidad y rechazo, dada la concepción bastante pasiva de esta última sobre el hombre y su cooperación a la salvación en virtud de los conocidos principios solus Christus, sola gratia. Sin embargo, también este titulo mariano, como los dos precedentes, tiene de hecho profundas raíces bíblicas. María, en efecto, aparece concretamente asociada a Cristo desde el primer momento de su acontecimiento salvífico hasta el Calvario y el acontecimiento pascual. Con el primer fiat dijo sí a la encarnación del Hijo de Dios, con el fiat del Calvario 140 consintió en el sacrificio redentor de su Hijo. María, pues, fue asociada a la redención traída por Cristo fundamentalmente mediante su consentimiento: "Junto a la cruz, como en la anunciación, la actividad de María es esencialmente un consentimiento en el que están comprometidas su fe y su amor. En la encarnación, consentimiento a la vida, a aquella vida humana que ella da a su Hijo; en la redención, consentimiento a la muerte, aquella muerte humana que Cristo debía sufrir (Lc 24,46) para rescatar al mundo. Pero estos dos consentimientos no son en realidad más que un mismo y solo consentimiento: el fiat de la anunciación (Lc 1,38), que contemplaba incondicional e irrevocablemente todo lo que habría de realizarse". El c. VIII de la Lumen gentium, recogiendo los datos escriturísticos y patrísticos del caso, presenta la función de María en la economía de la salvación (nn. 55-59) y precisa las relaciones de María con Cristo, único mediador (nn. 60-62). Algún autor ha visto en la asociación de María a la obra de la salvación de Cristo el principio fundamental de la mariología conciliar, y lo enuncia de este modo: "María santísima es activamente asociada a Cristo salvador en la obra de la salvación del género humano de modo universal, integral y totalmente dependiente". a) Asociación universal de María. La asociación de María a Cristo es universal en el tiempo, extendiéndose a toda la historia de la salvación, desde el protoevangelio a la parusía. Ella está esencialmente unida a su Hijo en virtud de su maternidad física para el gran fin de la redención del hombre: "Redimida de un modo eminente en atención a los méritos futuros de su Hijo y a él unida con estrecho a indisoluble vinculo, está enriquecida con la suma prerrogativa y dignidad de ser la madre de Dios Hijo" (LG 53). La afirmación conciliar, al mismo tiempo que insiste en la dignidad de María, subraya el estatuto de su colaboración a la obra redentora del Hijo: ella es ante todo una redimida. ¿Qué cometido tiene María en concreto? De acuerdo con Laurentin, "ella representa, al lado de Cristo, con total subordinación, aspectos accesorios de la humanidad que él no asumió: es una persona humana, mientras que Cristo es una persona divina preexistente; vivía la condición de la fe oscura y peregrinante, mientras que Cristo tenía la evidencia de Dios en el plano de su divinidad (...); es una redimida, mientras que Cristo no tuvo necesidad de redención finalmente, es una mujer, mientras que Cristo es 141 un hombre. Este último rasgo resume simbólicamente los otros". Aunque no estrictamente necesaria para la salvación, de hecho María tuvo un cometido real en la realización del sacrificio redentor. La extensión de esa asociación la ve el Vat II desde el preanuncio del protoevangelio (LG 55) a la encarnación: "EI Padre de las misericordias quiso que precediera a la encarnación la aceptación de parte de la madre predestinada, para que así como la mujer contribuyó a la muerte, así también contribuyera a la vida. Lo cual vale en forma eminente de la madre de Jesús, quien dio a luz la vida misma que renueva todas las cosas, y fue enriquecida por Dios con dones dignos de tan gran dignidad" (LG 56). María se consagró totalmente a la persona y a la obra del Hijo, sirviendo al misterio de la redención debajo de él y con él. No fue, pues, un instrumento meramente pasivo en las manos de Dios, sino que cooperó a la salvación del hombre con fe libre y obediencia (ib). Lo que Eva, la madre de los vivientes, ató con el nudo de su desobediencia, María, la madre de los redimidos, lo desata con su fe y con su obediencia. Esta disponibilidad al plan de la salvación se realiza concretamente para María en su asociación a los misterios de la infancia: concepción virginal, visita a Isabel, nacimiento, presentación en el templo, encuentro de Jesús perdido (LG 57), y a los misterios de la vida pública: bodas de Caná, predicación del Señor, Calvario. María permaneció junto a la cruz "sufriendo profundamente con su unigénito y asociándose con ánimo materno a su sacrificio, consintiendo con amor en la inmolación de la victima engendrada por ella misma" (LG 58). Tal asociación, según el concilio, continúa en pentecostés, donde estaba también "María implorando con sus ruegos el don del Espíritu Santo, quien ya la había cubierto con su sombra en la anunciación" (LG 59). Y prosigue con la asunción gloriosa y con la vida celeste de María, que, "una vez recibida en los cielos no dejó esta misión salvadora, sino que continúa alcanzándonos, por su múltiple intercesión, los dones de la eterna salvación" (LG 62). b) Asociación integral de María. María participa en la salvación en orden a todos los redimidos y en la salvación completa. Ella, en efecto nos obtiene "las gracias de la salvación" (LG 62) y "coopera con amor de madre a la regeneración y formación de los fieles" (LG 63). Aun teniendo en cuenta el 142 carácter metafórico de la expresión usada por Benedicto XV en 1919 —en el Calvario María abdicó de sus "derechos maternos"—, no se puede dejar de tener en cuenta los lazos de afecto y de comunión que prolongan entre madre e hijo aquella unión inicial de la carne y de la sangre: "Al llamar a María sobre el Calvario, Jesucristo extiende esta comunión a los sufrimientos y a los méritos de la redención. A los pies de la cruz, María puede seguir diciendo lo que toda madre puede decir a su hijo: Éste es mi carne y mi sangre, y padece cruelmente ante esa carne lacerada y esa sangre derramada. Ella puede añadir lo que puede añadir toda madre en comunión profunda con su hijo: Lo que es tuyo es mío y lo que es mío es tuyo"' Aunque no sustituye a Cristo, a los sacramentos o a las obras buenas de todo redimido, María añade su contribución de fe, de obediencia, de oración, de sufrimiento durante su vida terrena, y ahora en su vida celeste su intercesión materna, que se une a la de Cristo, los ángeles y los santos. Y esto en orden a todos los fieles: "Por su amor materno cuida de los hermanos de su Hijo que todavía peregrinan y se debaten entre peligros y angustias, hasta que sean llevados a la patria feliz. Por eso la bienaventurada Virgen es invocada en la iglesia con los títulos de abogada, auxiliadora, socorro, mediadora. Lo cual, sin embargo, se entiende de manera que nada quite ni agregue a la dignidad y eficacia de Cristo, único mediador" (LG 62). c) Asociación totalmente subordinada y dependiente. La participación plena de la Virgen en la obra de la redención no altera la afirmación de la única mediación de Cristo: Cristo solo es el redentor de todos los hombres, y antes de nada de su misma madre. Solo él, en efecto, es el Hijo de Dios encarnado; solo él ha muerto y resucitado por nuestros pecados. El Vat II resume bien el valor de la mediación de María respecto a la redención única de Cristo: "La misión materna de María hacia los hombres de ninguna manera oscurece ni disminuye esta única mediación de Cristo, sino más bien muestra su eficacia. Porque todo el influjo salvífico de la bienaventurada Virgen en favor de los hombres no deriva de una necesidad objetiva sino que nace del divino beneplácito y fluye de la superabundancia de los méritos de Cristo, se apoya en su mediación, de ella depende totalmente y de la misma saca toda su virtud, y, lejos de impedirla, fomenta la unión inmediata de los creyentes con Cristo" (LG 60). La mediación de María como la de los santos, no es más 143 que una participación de la mediación de Cristo y manifiesta su eficacia. "María participa de la redención por un título limitado, por su compasión y por el valor que Dios le atribuye; es lo que Pío X llama mérito de congruo. En otras palabras, María merece, a titulo de una amistad singular con Dios, lo que Cristo ha merecido por estricta justicia en pie de igualdad personal con Dios". Resumiendo, María es toda ella relación a Cristo. Y no sólo eso, sino que es también toda ella relación total al Espíritu Santo. En efecto, si María ha podido cooperar a la redención con su fiat, se lo debe a la acción del Espíritu Santo, que suscitaba en ella la cooperación de la fe y de la caridad hasta el Calvario. El Espíritu es el que la empuja al Calvario y la convoca a pentecostés para que se convierta en la raíz de la iglesia de Cristo. ************ «FULGENS CORONA» CARTA ENCÍCLICA DE NUESTRO SANTÍSIMO SEÑOR POR LA DIVINA PROVIDENCIA PÍO PAPA XII A los venerables hermanos Patriarcas, Primados, Arzobispos, Obispos y demás Ordinarios de lugar en paz y comunión con la Sede Apostólica. Se decreta la celebración del Año Mariano en todo el mundo con motivo del I Centenario de la definición del dogma de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María 8 septiembre 1953 Venerables hermanos, salud y bendición apostólica. 144 1. La refulgente corona de gloria con que el Señor ciñó la frente purísima de la Virgen Madre de Dios parécenos verla resplandecer con mayor brillo al recordar el día en que, hace cien años, nuestro predecesor, de feliz memoria, Pío IX, rodeado de imponente número de cardenales y obispos, con autoridad infalible declaró, proclamó y definió solemnemente que «ha sido revelada por Dios y, por lo tanto, debe ser creída con fe firma y constante por todos los fieles la doctrina que sostiene que la Santísima Virgen Maria, desde el primer instante de su concepción, por singular gracia y privilegio de Dios Todopoderoso, fue preservada inmune de cualquier mancha del pecado original, en vista de los méritos de Cristo jesús, Salvador del género humano»1. 2. La Iglesia católica entera recibió con alborozo la sentencia del Pontífice, que desde hacía tiempo esperaba con ansia, y reavivada con esto la devoción de los fieles hacia la Santísima Virgen, que hace florecer en más alto grado las virtudes cristianas, adquirió nuevo vigor y asimismo cobraron nuevo impulso los estudios con los que la dignidad y santidad de la Madre de Dios brillaron con más grande esplendor. 3. Y parece como si la Virgen Santísima hubiera querido confirmar de una manera prodigiosa el dictamen que el Vicario de su divino Hijo en la tierra, con el aplauso de toda la Iglesia, había pronunciado. Pues no habían pasado aún cuatro años cuando cerca de un pueblo de Francia, en las estribaciones de los Pirineos, la Santísima Virgen, vestida de blanco, cubierta con cándido manto y ceñida su cintura de faja azul, se apareció con aspecto juvenil y afable en la cueva de Massabielle a una niña inocente y sencilla, a la que, como insistiera en saber el nombre de quien se le había dignado aparecer, ella, con una suave sonrisa y alzando los ojos al cielo, respondió: «Yo soy la Inmaculada Concepción». 4. Bien entendieron esto, como era natural, los fieles, que en muchedumbres casi innumerables, acudiendo de todas las partes en piadosas peregrinaciones a la gruta de Lourdes, reavivaron su fe, estimularon su piedad y se esforzaron por ajustar su vida a los preceptos de Cristo, y allí también no raras veces obtuvieron milagros que suscitaron la admiración de todos y confirmaron la religión católica como la única verdadera dada por Dios. 145 5. Y de un modo particular lo comprendieron así también los Romanos Pontífices, que enriquecieron con gracias espirituales y favorecieron con su benevolencia aquel templo admirable que en pocos años había levantado la piedad del clero y de los fieles. 6. En la citada carta apostólica, pues, en la que el mismo predecesor nuestro estableció que este artículo de la doctrina cristiana debe ser mantenido firme y fielmente por todos los creyentes, no hizo sino recoger con diligencia y sancionar con su autoridad la voz de los Santos Padres y de toda la Iglesia, que siempre se había dejado oír desde los tiempos antiguos hasta nuestros días. 7. Y en primer lugar, ya en las Sagradas Escrituras aparece el fundamento de esta doctrina, cuando Dios, creador de todas las cosas, después de la lamentable caída de Adán, habla a la tentadora y seductora serpiente con estas palabras, que no pocos Santos Padres y doctores, lo mismo que muchísimos y autorizados intérpretes, aplican a la Santísima Virgen: «Pondré enemistades entre ti y la mujer, entre tu descendencia y la suya...» (Gn 3, 15). Pero si la Santísima Virgen María, por estar manchada en el instante de su concepción con el pecado original, hubiera quedado privada de la divina gracia en algún momento, en este mismo, aunque brevísimo espacio de tiempo, no hubiera reinado entre ella y la serpiente aquella sempiterna enemistad de que se habla desde la tradición primitiva hasta la definición solemne de la Inmaculada Concepción, sino que más bien hubiera habido alguna servidumbre. 8. Además, al saludar a la misma Virgen Santísima «llena de gracia» (Lc 1, 18), o sea «kecharistomene» y «bendita entre todas las mujeres» (ibíd. 42) con esas palabras, tal como la tradición católica siempre las ha entendido, se indica que «con este sincular y solemne saludo, nunca jamás oído, se demuestra que la Virgen fue la sede de todas las gracias divinas, adornada con todos los dones del Espíritu Santo, y más aún, tesoro casi infinito y abismo inagotable de esos mismos dones, de tal modo que nunca ha sido sometida a la maldición»2. 9. Los Santos Padres en la Iglesia primitiva, sin que nadie lo contradijera, enseñaron con claridad suficiente esta doctrina, 146 afirmando que la Santísima Virgen fue lirio entre espinas, tierra absolutamente virgen, inmaculada, siempre bendita, libre de todo contagio del pecado, árbol inmarcesible, fuente siempre pura, la única que es hija no de la muerte, sino de la vida; germen no de ira, sino de gracia; pura siempre y sin mancilla, santa y extraña a toda mancha de pecado, más hermosa que la hermosura, más santa que la santidad, la sola santa, que, si exceptuamos a solo Dios, fue superior a todos los demás, por naturaleza más bella, más hermosa y más santa que los mismos querubines y serafines, más que todos los ejércitos de los ángeles3. 10. Después de meditar diligentemente como conviene estas alabanzas que se tributan a la bienaventurada Virgen María, ¿quién se atreverá a dudar de que aquella que es más pura que los ángeles, y que fue siempre pura (cf. ibídem), estuvo en todo momento, sin excluir el más mínimo espacio de tiempo, libre de cualquier clase de pecado? Con razón San Efrén dirige estas palabras a su divino Hijo: «En verdad que sólo tú y tu Madre sois hermosos bajo todos los aspectos. Pues no hay en ti, Señor, ni en tu Madre mancha alguna»4. En cuyas palabras clarísimamente se ve que, entre todos los santos y santas de esta sola mujer es posible decir que no cabe ni plantearse la cuestión cuando se trata del pecado, de cualquier clase que éste sea, y que, además, este singular privilegio, a nadie concedido, lo obtuvo de Dios precisamente por haber sido elevada a la dignidad de Madre suya. Pues esta excelsa prerrogativa, declarada y sancionada solemnemente en el Concilio de Éfeso contra la herejía de Nestorio5, y mayor que la cual ninguna parece que pueda existir, exige plenitud de gracia divina e inmunidad de cualquier pecado en el alma, puesto que lleva consigo la dignidad y santidad más grandes después de la de Cristo. Además de este sublime oficio de la Virgen, como de arcana y purísima fuente, parecen derivar todos los privilegios y gracias que tan excelentemente adornaron su alma y su vida. Bien dice Santo Tomás de Aquino: «Puesto que la Santísima Virgen es Madre de Dios, del bien infinito, que es Dios, recibe cierta dignidad infinita»6. Y un ilustre escritor desarrolla y explica el mismo pensamiento con las siguientes palabras: «La Santísima Virgen... es Madre de Dios; por esto es tan pura y ,tan santa que no puede concebirse pureza mayor después de la de Dios»7. 147 11. Por lo demás, si profundizamos la materia, y sobre todo, si consideramos el encendido y suavísimo amor con que Dios ciertamente amó y ama a la Madre de su unigénito Hijo, ¿cómo podremos ni aun sospechar que ella haya estado, ni siquiera un brevísimo instante, sujeta al pecado y privada de la divina gracia? Dios podía ciertamente, en previsión de los méritos del Redentor, adornarla de este singularísimo privilegio; no cabe, pues, ni pensar que no lo haya hecho. Convenía, en efecto, que la Madre del Redentor fuese lo más digna posible de Él; mas no hubiera sido tal si, contaminándose con la mancha de la culpa original, aunque sólo fuera en el primer instante de su concepción, hubiera estado sujeta al triste dominio de Satanás. 12. Y no se puede decir que por esto se aminore la redención de Cristo, como si ya no se extendiera a toda la descendencia de Adán, y que, por lo mismo, se quite algo al oficio y dignidad del divino Redentor. Pues si examinamos a fondo y con cuidado la cosa, es fácil ver cómo Nuestro Señor Jesucristo ha redimido verdaderamente a su divina Madre de una manera más perfecta al preservarla Dios de toda mancha hereditaria de pecado en previsión de los méritos de Él. Por esto, la dignidad infinita de Cristo y la universalidad de su redención no se atenúan ni disminuyen con esta doctrina, sino que se acrecientan de una manera admirable. 13. Es, por lo tanto, injusta la crítica y la reprensión que también por este motivo no pocos acatólicos y protestantes dirigen contra nuestra devoción a la Santísima Virgen, como si nosotros quitáramos algo al culto debido sólo a Dios y a Jesucristo, cuando, por el contrario, el honor y veneración que tributamos a nuestra Madre celeste, redundan enteramente y sin duda alguna en honra de su divino Hijo, no sólo porque de Él nacen, como de su primera fuente, todas las gracias y dones, aun los más excelsos, sino también porque «los padres son la gloria de los hijos» (Prov 17, 6). 14. Por esto mismo, desde los tiempos más remotos de la Iglesia esta doctrina fue esclareciéndose cada día más y reafirmándose mayormente ya en las enseñanzas de los sagrados pastores, ya en el alma de los fieles. Lo atestiguan, como hemos dicho, los escritos de los Santos Padres, los concilios y las actas de los Romanos Pontífices; dan testimonio de ello las antiquísimas liturgias, en cuyos libros, hasta en los 148 más antiguos, se considera esta fiesta como una herencia transmitida por los antepasados. Además, aun entre las comunidades todas de los cristianos orientales, que, mucho tiempo hace, se separaron de la unidad de la Iglesia católica, no faltaron ni faltan quienes, a pesar de estar imbuidos de prejuicios y opiniones contrarias, han acogido esta doctrina y cada año celebran la fiesta de la Virgen Inmaculada. No sucedería, ciertamente, así si no hubieran admitido semejante verdad ya desde los tiempos antiguos, es decir, desde antes de separarse del único redil. 15. Plácenos, por lo tanto, al cumplirse los cien años desde que el Pontífice Pío IX, de inmortal memoria, definió solemnemente este privilegio singular de la Virgen Madre de Dios, resumir y concluir toda la cuestión con unas palabras del mismo Pontífice, afirmando que esta doctrina ha sido, «a juicio de los Padres, consignada en la Sagrada Escritura, transmitida por tantos y tan serios testimonios de los mismos, expresada y celebrada en tantos monumentos ilustres de la antigüedad veneranda y, en fin, propuesta y confirmada por tan alto y autorizado juicio de la Iglesia»8, que no hay en verdad para los sagrados pastores y para los fieles todos nada «más dulce ni más grato que honrar, venerar, invocar y predicar con fervor y afecto en todas partes a la Virgen Madre de Dios, concebida sin pecado original»9. 16. Parécenos, además, que esta preciosísima perla con que se enriqueció la sagrada diadema de la bienaventurada Virgen María brilla hoy con mayor fulgor, habiéndonos tocado, por designio de la divina Providencia, en el Año Santo de 1950, la suerte -está todavía vivo en nuestro corazón tan grato recuerdo- de definir la Asunción de la Purísima Madre de Dios en cuerpo y alma a los cielos, satisfaciendo con ello los deseos del pueblo cristiano, que de manera particular habían sido formulados cuando fue solemnemente definida su Concepción Inmaculada. En aquella ocasión, en efecto, como ya escribimos en la carta apostólica Munificentissimus Deus, «los corazones de los fieles fueron movidos por un más vivo anhelo de -que también el dogma de la Asunción corporal de la Virgen a los cielos fuera definido cuanto antes por el supremo magisterio de la Iglesia»`. 17. Parece, pues, que con esto todos los fieles pueden dirigir de una manera más elevada y eficaz su mente y su corazón 149 hacia el misterio mismo de la Inmaculada Concepción de la Virgen. Pues por la estrecha relación que hay entre estos dos dogmas, al ser solemnemente promulgada y puesta en su debida luz la Asunción de la Virgen al cielo -que constituye como la corona y el complemento del otro privilegio mariano-, se ha manifestado con mayor grandeza y esplendor la sapientísima armonía de aquel plan divino, según el cual Dios ha querido que la Virgen María estuviera inmune de toda mancha original. 18. Por ello, con estos dos insignes privilegios concedidos a la Virgen, tanto el alba de su peregrinación sobre la tierra como el ocaso de su vida se iluminaron con destellos de refulgente luz; a la perfecta inocencia de su alma, limpia de cualquier mancha, corresponde de manera conveniente y admirable la más amplia glorificación de su cuerpo virginal; y Ella, lo mismo que estuvo unida a su Hijo Unigénito en la lucha contra la serpiente infernal, así también junto con Él participó en el glorioso triunfo sobre el pecado y sus tristes consecuencias. 19. Es necesario que la celebración de este centenario no solamente encienda de nuevo en todas las almas la fe católica y la devoción ferviente a la Virgen Madre de Dios, sino que haga también que la vida de los cristianos se conforme lo más posible a la imagen de la Virgen. De la misma manera que todas las madres sienten suavísimo gozo cuando ven en el rostro de sus hijos una peculiar semejanza de sus propias facciones, así también nuestra dulcísima Madre María, cuando mira a los hijos que junto a la cruz recibió en lugar del suyo, nada desea más y nada le resulta más grato que el ver reproducidos los rasgos y virtudes de su alma en sus pensamientos, en sus palabras y en sus acciones. 20. Ahora bien, para que la piedad no sea sólo palabra huera, o una forma falaz de religión, o un sentimiento débil y pasajero de un instante, sino que sea sincera y eficaz, debe impulsarnos a todos y a cada uno, según la propia condición, a conseguir la virtud. Y en primer lugar debe incitarnos a todos a mantener una inocencia e integridad de costumbres tal, que nos haga aborrecer y evitar cualquier mancha de pecado, aun la más leve, ya que precisamente conmemoramos el misterio de la Santísima Virgen, según el cual su concepción fue inmaculada e inmune de toda mancha original. 150 21. Parécenos que la Beatísima Virgen María, que durante toda su vida -lo mismo en sus gozos, que tan suavemente le afectaron, como en sus angustias y atroces dolores, por los cuales fue constituida Reina de los mártires- nunca se apartó lo más mínimo de los preceptos y ejemplos de su divino Hijo, nos parece, decimos, que a cada uno de nosotros repite aquellas palabras que dijo a los que servían en las bodas de Cana, como señalando con el dedo a Jesucristo: «Haced lo que Él os diga» (In 2, 5). Esta misma exhortación, usándola, desde luego, en un sentido más amplio, parece que nos repite hoy a todos nosotros, cuando es bien claro que la raíz de todos los males que tan dura y fuertemente afligen a los hombres y angustian a los pueblos y a las naciones, está principalmente en que no pocos «han abandonado al que es la Fuente de agua viva y se han cavado cisternas, cisternas rotas que no pueden contener las aguas» (Jer 2, 13); han abandonado al único que es «el camino, la verdad y la vida» (Jn 14, 6). Si, pues, se ha errado, hay que volver a la vía recta; si las tinieblas han envuelto los montes con el error, cuanto antes han de ser eliminadas con la luz de la Verdad; si la muerte, la que es verdadera muerte, se ha apoderado de las almas, con ansia y con prisa, hay que acercarse de nuevo a la vida; hablamos de esa vida celestial que no conoce el ocaso, ya que proviene de Jesucristo, siguiendo al cual confiada y fielmente, en este destierro mortal gozaremos con sempiterna beatitud, a una con Él, en la eterna. Esto nos enseña, a esto nos exhorta la bienaventurada Virgen María, dulcísima Madre nuestra, que ciertamente nos ama con genuina caridad más que todas las madres de la tierra. 22. De estas exhortaciones e invitaciones, con las cuales se amonesta a todos para que vuelvan a Cristo y se conformen con diligencia y eficacia a sus preceptos, están, como muy bien sabéis, venerables hermanos, muy necesitados los hombres de hoy, ya que son muchos los que se esfuerzan por arrancar de raíz la fe cristiana de las almas, sea con astutas y veladas insidias, sea también con tan abierta y obstinada petulancia, cual si hubieran de considerarse como una gloria de esta edad de progreso y esplendor. Pero resulta evidente que, abandonada la santa religión, rechazada la voluntad de Dios, que determina el bien y el mal, ya casi nada valen las leyes, nada vale la autoridad pública; además, suprimida con estas falaces doctrinas la esperanza y anhelo de los bienes inmortales, es natural que los hombres espontáneamente 151 apetezcan inmoderadamente y con avidez las cosas terrenas, deseen con ansia vehemente las cosas ajenas y, a veces, también se apoderen por la fuerza de ellas siempre que se les presenta ocasión o posibilidad de ello. Así nacen entre los ciudadanos los odios, las envidias, las discordias y las rivalidades; así se originan los desórdenes de la vida privada y pública; así poco a poco se van socavando los cimientos mismos del Estado, que mal podrían ser sostenidos y reforzados por la autoridad de las leyes civiles y de los gobernantes; así, finalmente, por todas partes se deforman las costumbres con los malos espectáculos, con los libros, con los diarios y hasta con los crímenes. 23. No negamos, ciertamente, que puedan hacer mucho en esto los que gobiernan los pueblos; sin embargo, la curación de tantos males hay que buscarla en remedios más profundos, hay que llamar en auxilio una fuerza superior a la humana, que ilustre las mentes con una luz celestial y que llegue hasta las almas mismas, las renueve con la gracia divina y con su influencia las haga mejores. 24. Sólo entonces podemos esperar que florezcan en todas partes las costumbres cristianas; que se consoliden lo más posible los verdaderos principios en los que se fundamentan las naciones; que reine entre las clases sociales una mutua, justa y sincera estimación de las cosas, unida a la justicia y caridad; que se apaguen los odios, cuyas semillas son gérmenes de nuevas miserias y que frecuentemente impulsan a los ánimos exacerbados hasta el derramamiento de sangre humana, y que, finalmente, mitigadas y apaciguadas las controversias que reinan entre las clases altas y bajas de la sociedad, con justa medida se compongan los justos derechos de ambas partes y de común acuerdo, y con el debido respeto, convivan armoniosamente para utilidad de todos. 25. Es evidente que sólo la ley cristiana, que la Virgen María Madre de Dios nos anima a seguir pronta y diligentemente, puede lograr plena y firmemente todas estas cosas, con tal de que sea puesta en práctica. 26. Considerando todo esto, como es razonable, a cada uno de vosotros, venerables hermanos, os invitamos, por medio de esta carta encíclica, a que, según el oficio que tenéis, exhortéis al pueblo y clero a vosotros encomendado, a 152 celebrar el Año Mariano, que decretamos se celebre en todo el mundo, desde el próximo mes de diciembre hasta el mismo mes del año siguiente, con motivo del primer centenario de la fecha en que la Virgen María Madre de Dios, con júbilo de todo el pueblo cristiano, brilló como una nueva perla, cuando, como hemos dicho, nuestro antecesor de inmortal memoria Pío IX, solemnemente la declaró y proclamó totalmente limpia de la mancha original. Y confiamos plenamente que esta celebración mariana pueda dar aquellos deseadísimos y saludables frutos, que todos vehementemente esperamos. 27. Para que fácilmente y con más éxito se consiga esto, deseamos que en todas las diócesis se tengan oportunamente sermones y conferencias por medio de las cuales este artículo de la doctrina cristiana sea conocido amplia y claramente por las almas, para que se aumente la fe del pueblo, se excite más cada día el amor a la Virgen Madre de Dios, y de ello tomen todos ocasión para seguir gozosa y prontamente las huellas de nuestra Madre celestial. 28. Y puesto que en todas las ciudades, pueblos y aldeas en que florece la religión cristiana hay una capilla o al menos un altar en que se expone la imagen de la Virgen a la veneración del pueblo, Nos deseamos, venerables hermanos, que se reúnan allí sin cesar multitudes de fieles y que no sólo en privado, sino también en público, se eleven, a una voz y con una sola alma, preces a nuestra dulcísima Madre. 29. Y dondequiera que -como ocurre en casi todas las diócesis- haya un templo en el cual la Virgen Madre de Dios es venerada con especial devoción, allí acudan en determinados días del año piadosas muchedumbres de peregrinos con públicas y edificantes manifestaciones de la fe común y del común amor a la Virgen Santísima. 30. No dudamos de que así sucederá de una manera particular en la gruta de Lourdes, donde con tan ferviente piedad se venera la bienaventurada Virgen María, concebida sin mancha de pecado. Preceda a todos con el ejemplo esta Ciudad Santa, que desde los primeros tiempos del cristianismo honra con peculiar veneración a su celeste Madre y Patrona. Hay aquí, como todos saben, no pocas iglesias en las cuales está ella expuesta a la piedad de los romanos, pero la principal de todas es la basílica Liberiana, en la cual todavía 153 descuella el mosaico puesto por nuestro predecesor de piadosa memoria Sixto III, insigne monumento de la maternidad divina de María Virgen; y en ella, también benignamente, sonríe la imagen de la «Salus populi romani». Ahí, pues, principalmente, deben acudir los fieles a rezar y ante esa sagrada imagen todos expongan sus piadosos votos, pidiendo principalmente que esta ciudad, que es la capital del orbe católico, sea también para todos maestra de fe, de piedad y de santidad. A vosotros, romanos, os hablamos con las palabras de nuestro predecesor de santa memoria León Magno: «Si toda la Iglesia esparcida por el mundo entero debe florecer en todo género de virtudes, vosotros debéis aventajar a los demás pueblos con los frutos de vuestra piedad, ya que, fundados en la base misma de la piedra apostólica, fuisteis redimidos con todos por Nuestro Señor Jesucristo, y con preferencia a los demás fuisteis instruidos por el bienaventurado apóstol Pedro»11. 31. Muchas son las cosas que en las actuales circunstancias es necesario que encomienden todos a la tutela de la bienaventurada Virgen y a su patrocinio y potencia suplicante. Pidan en primer lugar que cada uno ajuste cada día más, como hemos dicho, sus costumbres a los preceptos cristianos, con el auxilio de la divina gracia, ya que la fe sin las obras es cosa muerta (cf. Sant 2, 20 y 26), y ya qué nadie puede hacer nada, como conviene, por el bien común, si antes él mismo no es un ejemplo de virtud para los demás. 32. Pidan con insistencia que la juventud generosa y gallarda crezca pura e íntegra y no permita que la flor lozana de su edad se inficione con el aire de este siglo corrompido ni se aje con los vicios; que sus desenfrenados deseos y sus impetuosos ardores sean gobernados con justa moderación y apartándose de toda insidia no se vuelvan hacia las cosas dañosas y deshonestas, sino que se eleven a todo lo que es bello, santo, amable y excelso. 33. Pidan todos en sus oraciones que la edad viril y madura se distinga particularmente por su cristiana bondad y fortaleza; que el hogar doméstico resplandezca por una fe incontaminada y florezca con una descendencia santa y rectamente educada, que se fortalezca por la concordia y la ayuda mutua. 154 34. Pidan, finalmente, que los ancianos gocen los frutos de una vida honesta, de tal manera que cuando lleguen por fin al término de su carrera mortal nada tengan que temer y no se atormenten con ningún remordimiento o angustia de conciencia ni tengan nada de que avergonzarse, sino que se sientan seguros porque van a recibir en breve el premio de su largo trabajo. 35. Pidan además en sus súplicas a la Madre de Dios pan para los hambrientos, justicia para los oprimidos, la patria para los desterrados, cobijo acogedor para los que carecen de casa, la libertad debida para aquellos que han sido injustamente arrojados a la cárcel o a los campos de concentración; el tan deseado regreso a la patria para todos aquellos que, después de pasados tantos años desde el final de la última guerra, todavía están prisioneros y gimen y suspiran ocultamente; para aquellos que están ciegos en el cuerpo y en el alma, la alegría de la refulgente luz, y que a todos los que están divididos entre sí por el odio, la envidia y la discordia, los obtengan por sus súplicas la caridad fraterna, la concordia de los ánimos y aquella fecunda tranquilidad que se apoya en la verdad, la justicia y la mutua unión. 36. Deseamos de un modo especial, venerables hermanos, que en las fervientes plegarias que sean elevadas a Dios durante la celebración del próximo Año Mariano, se pida humildemente que bajo el patrocinio de la Madre del divino Redentor y dulcísima Madre nuestra la Iglesia católica pueda por fin gozar en todas partes de la libertad que le es debida y que siempre hizo servir, como magníficamente enseña la historia, al bien de los pueblos y nunca a su perjuicio, siempre al establecimiento de la concordia entre los ciudadanos, las naciones y los pueblos y nunca a la división de los ánimos. 37. Todos conocen las tribulaciones con que vive la Iglesia en algunas partes y las mentiras, calumnias y usurpaciones con que es vejada; todos saben cómo en algunas regiones los sagrados pastores están tristemente dispersos o encerrados sin causa justa en las cárceles o de tal manera impedidos, que les es imposible ejercer libremente, como es necesario, sus ministerios; todos saben, finalmente, cómo en tales lugares no se pueden tener escuelas propias, ni enseñar, defender o propagar la doctrina cristiana por medio de la prensa, ni educar convenientemente según sus enseñanzas a la 155 juventud. Todas las exhortaciones que sobre este asunto os hemos dirigido más de una vez y siempre que ha habido ocasión, de nuevo os las repetimos con sumo interés por medio de esta carta encíclica. Confiamos plenamente que durante todo este Año Mariano en todas partes se eleven súplicas a la poderosísima Virgen Madre de Dios y suavísima Madre nuestra, con las cuales se consiga de su actual y valioso patrocinio que los sagrados derechos que competen a la Iglesia y que son exigidos por el respeto que se debe a la civilización y a la libertad humanas sean por todos reconocidos abierta y sinceramente, para utilidad universal e incremento de la común concordia. 38. Esta palabra nuestra, que nos la dicta un ardiente sentimiento de caridad, deseamos que llegue en primer lugar a aquellos que, obligados al silencio y rodeados de toda clase de asechanzas, contemplan con ánimo dolorido su comunidad cristiana afligida, perturbada y privada de todo auxilio humano. Que también estos queridísimos hermanos e hijos nuestros, estrechamente unidos a Nos y a los demás fieles, interpongan ante el Padre de las misericordias y Dios de toda consolación (cf. 2 Cor 1, 3) el potentísimo patrocinio de la Virgen Madre de Dios y Madre nuestra y le pidan la ayuda del cielo y la consolación de lo alto; y perseverando con ánimo esforzado e inquebrantable en la fe de sus mayores, hagan suya en esta grave situación, como distintivo de cristiana fortaleza, la siguiente sentencia del Doctor Melifluo: «Estaremos en pie, combatiremos hasta la muerte si fuese necesario por (la Iglesia) nuestra Madre, con las armas de que podemos disponer: no con escudos y espadas, sino con lágrimas y oraciones al Señor»12. 39. Y además, también a aquellos que están separados de nosotros por el viejo cisma, a los que, por otra parte, Nos amamos con ánimo paterno, los invitamos a unirse concordemente a estas oraciones y súplicas, ya que sabemos muy bien que ellos sienten grandísima veneración hacia la Santa Madre de Jesucristo y celebran su Concepción Inmaculada. Que vea la bienaventurada Virgen María que todos los que se glorían de ser cristianos, unidos al menos con los vínculos de la caridad, vuelven a ella suplicantes sus ojos, sus ánimos y sus plegarias, pidiéndole aquella luz que ilumina las mentes con la luz de lo alto y la unidad con que finalmente se forme un solo rebaño y un solo Pastor (cf. Jn 10, 16). 156 40. A estas súplicas comunes añádanse piadosas obras de penitencia, pues el amor a la oración hace «que el alma tenga valor y se pertreche para las cosas arduas y se eleve a las divinas, y la penitencia hace que tengamos imperio sobre nosotros mismos, especialmente sobre nuestro cuerpo, a consecuencia de la antigua culpa, gravísimo enemigo de la razón y de la ley evangélica. Estas virtudes, como claramente se ve, están estrechamente unidas entre sí, se ayudan mutuamente y tienden al mismo fin de apartar al hombre, nacido para el cielo, de las cosas caducas y de llevarle casi a un trato celestial con Dios»13. 41. Y ya que todavía no ha brillado sobre las almas y sobre los pueblos una sólida, sincera y tranquila paz, esfuércense todos por alcanzarla plena y felizmente y consolidarla con sus piadosas súplicas, de tal manera que así como la bienaventurada Virgen María dio a luz al Príncipe de la Paz (cf. Ir 9, 6), Ella también, con su patrocinio y con su tutela, una en amigable concordia los hombres, que solamente pueden gozar de aquella serena prosperidad que es posible obtener en esta vida mortal cuando no están separados entre sí por las envidias mutuas, desgarrados miserablemente por las discordias e impelidos a luchar entre sí con amenazadores y terribles designios, sino que, unidos fraternalmente, se dan entre sí el ósculo de la paz, «que es tranquila libertad»14, y que bajo la guía de la justicia y con la ayuda de la caridad forma, como conviene, de las diversas clases sociales y de las distintas naciones y pueblos una sola y concorde familia. 42. Quiera el divino Redentor, con la ayuda y mediación de su benignísima Madre, hacer que se realicen con la mayor largueza y perfección posibles todos estos ardentísimos deseos nuestros, a los que, como plenamente confiamos, no solamente corresponderán gustosamente los deseos de nuestros hijos, sino también los de todos aquellos que se interesan con empeño por la civilización cristiana y el progreso de la Humanidad. 43. Mientras tanto, sea prenda de los divinos favores y testimonio de nuestro paternal afecto la bendición apostólica que a todos y cada uno de vosotros, venerables hermanos, y también a vuestro clero y pueblo, gustosísimamente impartimos en el Señor. 157 Dado en Roma, junto a San Pedro, el día 8 de septiembre, fiesta de la Natividad de la bienaventurada Virgen María, del año 1953, decimoquinto de nuestro pontificado. PIUS PP XII .................. 1 Bula Ineffabilis, d. IV idus decembris, a. 1854. 2 Bula Ineffabilis Deus 3 Ibídem, passim. 4 Carmina Nisibeta, ed. Bickell, 123. 5 Cf. Pius XI, enc. Lux veritatis; A. S. S., vol. XXIII, p. 493 ss. 6 Cf. Summa T h., I, q. 25, a. 6 ad 4um. 7 Corn. a Lapide, in Math., I, 16. 8 Bula Ineffabilis Deus 9 Ibídem. 10 A. S. S., vol. XXXV, p. 744. 11 Serm. III, 14; Migne, P L., LIV, 147-148. 12 S. Bern., Epist. 221, 3; Migne, E L. CLXXXII, 36, 387. 13 León XIII, encíclica Octobri mense, d. 22 sept., a. 1891; «Acta Leonis XIII, 11, p. 312. 14 Cic., Phil., 2, 44. *********** «MUNIFICENTISSIMUS DEUS» 158 CONSTITUCIÓN APOSTÓLICA DE NUESTRO SANTÍSIMO SEÑOR PÍO POR LA DIVINA PROVIDENCIA PAPA PÍO XII EN LA QUE SE DEFINE COMO DOGMA DE FE QUE LA VIRGEN MARÍA, FUE ASUNTA EN CUERPO Y ALMA A LA GLORIA CELESTE 1 noviembre 1950 1. El munificentísimo Dios, que todo lo puede y cuyos planes providentes están hechos con sabiduría y amor, compensa en sus inescrutables designios, tanto en la vida de los pueblos como en la de los individuos, los dolores y las alegrías para que, por caminos diversos y de diversas maneras, todo coopere al bien de aquellos que le aman (cfr. Rom 8, 28). 2. Nuestro Pontificado, del mismo modo que la edad presente, está oprimido por grandes cuidados, preocupaciones y angustias, por las actuales gravísimas calamidades y la aberración de la verdad y de la virtud; pero nos es de gran consuelo ver que, mientras la fe católica se manifiesta en público cada vez más activa, se enciende cada día más la devoción hacia la Virgen Madre de Dios y casi en todas partes es estimulo y auspicio de una vida mejor y más santa, de donde resulta que, mientras la Santísima Virgen cumple amorosísimamente las funciones de madre hacia los redimidos por la sangre de Cristo, la mente y el corazón de los hijos se estimulan a una más amorosa contemplación de sus privilegios. 159 3. En efecto, Dios, que desde toda la eternidad mira a la Virgen María con particular y plenísima complacencia, «cuando vino la plenitud de los tiempos» (Gal 4, 4) ejecutó los planes de su providencia de tal modo que resplandecen en perfecta armonía los privilegios y las prerrogativas que con suma liberalidad le había concedido. Y si esta suma liberalidad y plena armonía de gracia fue siempre reconocida, y cada vez mejor penetrada por la Iglesia en el curso de los siglos, en nuestro tiempo ha sido puesta a mayor luz el privilegio de la Asunción corporal al cielo de la Virgen Madre de Dios, María. 4. Este privilegio resplandeció con nuevo fulgor desde que nuestro predecesor Pío IX, de inmortal memoria, definió solemnemente el dogma de la Inmaculada Concepción de la augusta Madre de Dios. Estos dos privilegios están, en efecto, estrechamente unidos entre sí. Cristo, con su muerte, venció la muerte y el pecado; y sobre el uno y sobre la otra reporta también la victoria en virtud de Cristo todo aquel que ha sido regenerado sobrenaturalmente por el bautismo. Pero por ley general, Dios no quiere conceder a los justos el pleno efecto de esta victoria sobre la muerte, sino cuando haya llegado el fin de los tiempos. Por eso también los cuerpos de los justos se disuelven después de la muerte, y sólo en el último día volverá a unirse cada uno con su propia alma gloriosa. 5. Pero de esta ley general quiso Dios que fuera exenta la bienaventurada Virgen Maria. Ella, por privilegio del todo singular, venció al pecado con su concepción inmaculada; por eso no estuvo sujeta a la ley de permanecer en la corrupción del sepulcro ni tuvo que esperar la redención de su cuerpo hasta el fin del mundo. 6. Por eso, cuando fue solemnemente definido que la Virgen Madre de Dios, María, estaba inmune de la mancha hereditaria de su concepción, los fieles se llenaron de una más viva esperanza de que cuanto antes fuera definido por el supremo magisterio de la Iglesia el dogma de la Asunción corporal al cielo de María Virgen. 7. Efectivamente, se vio que no sólo los fieles particulares, sino los representantes de naciones o de provincias eclesiásticas, y aun no pocos padres del Concilio Vaticano, pidieron con vivas instancias a la Sede Apostólica esta definición. 160 Innúmeras peticiones 8. Después, estas peticiones y votos no sólo no disminuyeron, sino que aumentaron de día en día en número e insistencia. En efecto, a este fin fueron promovidas cruzadas de oraciones; muchos y eximios teólogos intensificaron sus estudios sobre este tema, ya en privado, ya en los públicos ateneos eclesiásticos y en las otras escuelas destinadas a la enseñanza de las sagradas disciplinas; en muchas partes del orbe católico se celebraron congresos marianos, tanto nacionales como internacionales. Todos estos estudios e investigaciones pusieron más de relieve que en el depósito de la fe confiado a la Iglesia estaba contenida también la Asunción de María Virgen al cielo, y generalmente siguieron a ello peticiones en que se pedía instantemente a esta Sede Apostólica que esta verdad fuese solemnemente definida. 9. En esta piadosa competición, los fieles estuvieron admirablemente unidos con sus pastores, los cuales, en número verdaderamente impresionante, dirigieron peticiones semejantes a esta cátedra de San Pedro. Por eso, cuando fuimos elevados al trono del Sumo Pontificado, habían sido ya presentados a esta Sede Apostólica muchos millares de tales súplicas de todas partes de la tierra y por toda clase de personas: por nuestros amados hijos los cardenales del Sagrado Colegio, por venerables hermanos arzobispos y obispos de las diócesis y de las parroquias. 10. Por eso, mientras elevábamos a Dios ardientes plegarias para que infundiese en nuestra mente la luz del Espíritu Santo para decidir una causa tan importante, dimos especiales órdenes de que se iniciaran estudios más rigurosos sobre este asunto, y entretanto se recogiesen y ponderasen cuidadosamente todas las peticiones que, desde el tiempo de nuestro predecesor Pío IX, de feliz memoria, hasta nuestros días, habían sido enviadas a esta Sede Apostólica a propósito de la Asunción de la beatísima Virgen María al cielo1. Encuesta oficial 11. Pero como se trataba de cosa de tanta importancia y gravedad, creímos oportuno pedir directamente y en forma oficial a todos los venerables hermanos en el Episcopado que nos expusiesen abiertamente su pensamiento. Por eso, el 1 de mayo de 1946 les dirigimos la carta Deiparae Virginis Mariae, en 161 la que preguntábamos: «Si vosotros, venerables hermanos, en vuestra eximia sabiduría y prudencia, creéis que la Asunción corporal de la beatísima Virgen se puede proponer y definir como dogma de fe y si con vuestro clero y vuestro pueblo lo deseáis». 12. Y aquellos que «el Espíritu Santo ha puesto como obispos para regir la Iglesia de Dios» (Hch 20, 28) han dado a una y otra pregunta una respuesta casi unánimemente afirmativa. Este «singular consentimiento del Episcopado católico y de los fieles»2, al creer definible como dogma de fe la Asunción corporal al cielo de la Madre de Dios, presentándonos la enseñanza concorde del magisterio ordinario de la Iglesia y la fe concorde del pueblo cristiano, por él sostenida y dirigida, manifestó por sí mismo de modo cierto e infalible que tal privilegio es verdad revelada por Dios y contenida en aquel divino depósito que Cristo confió a su Esposa para que lo custodiase fielmente e infaliblemente lo declarase3. El magisterio de la Iglesia, no ciertamente por industria puramente humana, sino por la asistencia del Espíritu de Verdad (cfr. Jn 14, 26), y por eso infaliblemente, cumple su mandato de conservar perennemente puras e íntegras las verdades reveladas y las transmite sin contaminaciones, sin añadiduras, sin disminuciones. «En efecto, como enseña el Concilio Vaticano, a los sucesores de Pedro no fue prometido el Espíritu Santo para que, por su revelación, manifestasen una nueva doctrina, sino para que, con su asistencia, custodiasen inviolablemente y expresasen con fidelidad la revelación transmitida por los Apóstoles, o sea el depósito de la fe»4. Por eso, del consentimiento universal del magisterio ordinario de la Iglesia se deduce un argumento cierto y seguro para afirmar que la Asunción corporal de la bienaventurada Virgen María al cielo -la cual, en cuanto a la celestial glorificación del cuerpo virgíneo de la augusta Madre de Dios, no podía ser conocida por ninguna facultad humana con sus solas fuerzas naturales- es verdad revelada por Dios, y por eso todos los fieles de la Iglesia deben creerla con firmeza y fidelidad. Porque, como enseña el mismo Concilio Vaticano, «deben ser creídas por fe divina y católica todas. aquellas cosas que están contenidas en la palabra de Dios, escritas o transmitidas oralmente, y que la Iglesia, o con solemne juicio o con su ordinario y universal magisterio, propone a la creencia como reveladas por Dios» (De fide catholica, cap. 3). 162 13. De esta fe común de la Iglesia se tuvieron desde la antigüedad, a lo largo del curso de los siglos, varios testimonios, indicios y vestigios; y tal fe se fue manifestando cada vez con más claridad. Consentimiento unánime 14. Los fieles, guiados e instruidos por sus pastores, aprendieron también de la Sagrada Escritura que la Virgen María, durante su peregrinación terrena, llevó una vida llena de preocupaciones, angustias y dolores; y que se verificó lo que el santo viejo Simeón había predicho: que una agudísima espada le traspasaría el corazón a los pies de la cruz de su divino Hijo, nuestro Redentor. Igualmente no encontraron dificultad en admitir que María haya muerto del mismo modo que su Unigénito. Pero esto no les impidió creer y profesar abiertamente que no estuvo sujeta a la corrupción del sepulcro su sagrado cuerpo y que no fue reducida a putrefacción y cenizas el augusto tabernáculo del Verbo Divino. Así, iluminados por la divina gracia e impulsados por el amor hacia aquella que es Madre de Dios y Madre nuestra dulcísima, han contemplado con luz cada vez más clara la armonía maravillosa de los privilegios que el providentísimo Dios concedió al alma Socia de nuestro Redentor y que llegaron a una tal altísima cúspide a la que jamás ningún ser creado, exceptuada la naturaleza humana de Jesucristo, había llegado. 15. Esta misma fe la atestiguan claramente aquellos innumerables templos dedicados a Dios en honor de María Virgen asunta al cielo y las sagradas imágenes en ellos expuestas a la veneración de los fieles, las cuales ponen ante los ojos de todos este singular triunfo de la bienaventurada Virgen. Además, ciudades, diócesis y regiones fueron puestas bajo el especial patrocinio de la Virgen asunta al cielo; del mismo modo, con la aprobación de la Iglesia, surgieron institutos religiosos, que toman nombre de tal privilegio. No debe olvidarse que en el rosario mariano, cuya recitación tan recomendada es por esta Sede Apostólica, se propone a la meditación piadosa un misterio que, como todos saben, trata de la Asunción de la beatísima Virgen. 16. Pero de modo más espléndido y universal esta fe de los sagrados pastores y de los fieles cristianos se manifiesta por el hecho de que desde la antigüedad se celebra en Oriente y en Occidente una solemne fiesta litúrgica, de la cual los Padres 163 Santos y doctores no dejaron nunca de sacar luz porque, como es bien sabido, la sagrada liturgia «siendo también una profesión de las celestiales verdades, sometida al supremo magisterio de la Iglesia, puede oír argumentos y testimonios de no pequeño valor para determinar algún punto particular de la doctrina cristiana»5. El testimonio de la liturgia 17. En los libros litúrgicos que contienen la fiesta, bien sea de la Dormición, bien de la Asunción de la Virgen María, se tienen expresiones en cierto modo concordantes al decir que cuando la Virgen Madre de Dios pasó de este destierro, a su sagrado cuerpo, por disposición de la divina Providencia, le ocurrieron cosas correspondientes a su dignidad de Madre del Verbo encarnado y a los otros privilegios que se le habían concedido. Esto se afirma, por poner un ejemplo, en aquel «Sacramentario» que nuestro predecesor Adriano I, de inmortal memoria, mandó al emperador Carlomagno. En éste se lee, en efecto: «Digna de veneración es para Nos, ¡oh Señor!, la festividad de este día en que la santa Madre de Dios sufrió la muerte temporal, pero no pudo ser humillada por los vínculos de la muerte Aquella que engendró a tu Hijo, Nuestro Señor, encarnado en ella»6. 18. Lo que aquí está indicado con la sobriedad acostumbrada en la liturgia romana, en los libros de las otras antiguas liturgias, tanto orientales como occidentales, se expresa más difusamente y con mayor claridad. El «Sacramentario Galicano», por ejemplo, define este privilegio de María, «inexplicable misterio, tanto más admirable cuanto más singular es entre los hombres». Y en la liturgia bizantina se asocia repetidamente la Asunción corporal de María no sólo con su dignidad de Madre de Dios, sino también con sus otros privilegios, especialmente con su maternidad virginal, preestablecida por un designio singular de la Providencia divina: «A Ti, Dios, Rey del universo, te concedió cosas que son sobre la naturaleza; porque así como en el parto te conservó virgen, así en el sepulcro conservó incorrupto tu cuerpo, y con la divina traslación lo glorificó»7. 19. El hecho de que la Sede Apostólica, heredera del oficio confiado al Príncipe de los Apóstoles de confirmar en la fe a los hermanos (cfr. Lc 22, 32), y con su autoridad hiciese cada vez más solemne esta fiesta, estimula eficazmente a los fieles a 164 apreciar cada vez más la grandeza de este misterio. Así la fiesta de la Asunsión, del puesto honroso que tuvo desde el comienzo entre las otras celebraciones marianas, llegó en seguida a los más solemnes de todo el ciclo litúrgico. Nuestro predecesor San Sergio I, prescribiendo la letanía o procesión estacional para las cuatro fiestas marianas, enumera junto a la Natividad, la Anunciación, la Purificación y la Dormición de María (Liber Pontificalis). Después San León IV quiso añadir a la fiesta, que ya se celebraba bajo el título de la Asunción de la bienaventurada Madre de Dios, una mayor solemnidad prescribiendo su vigilia y su octava; y en tal circunstancia quiso participar personalmente en la celebración en medio de una gran multitud de fieles (Liber Pontificalis). Además de que ya antiguamente esta fiesta estaba precedida por la obligación del ayuno, aparece claro de lo que atestigua nuestro predecesor San Nicolás I, donde habla de los principales ayunos «que la santa Iglesia romana recibió de la antigüedad y observa todavía»8. Exigencia de la incorrupción 20. Pero como la liturgia no crea la fe, sino que la supone, y de ésta derivan como frutos del árbol las prácticas del culto, los Santos Padres y los grandes doctores, en las homilías y en los discursos dirigidos al pueblo con ocasión de esta fiesta, no recibieron de ella como de primera fuente la doctrina, sino que hablaron de ésta como de cosa conocida y admitida por los fieles; la aclararon mejor; precisaron y profundizaron su sentido y objeto, declarando especialmente lo que con frecuencia los libros litúrgicos habían sólo fugazmente indicado; es decir, que el objeto de la fiesta no era solamente la incorrupción del cuerpo muerto de la bienaventurada Virgen María, sino también su triunfo sobre la muerte y su celestial glorificación a semejanza de su Unigénito. 21. Así San Juan Damasceno, que se distingue entre todos como testigo eximio de esta tradición, considerando la Asunción corporal de la Madre de Dios a la luz de los otros privilegios suyos, exclama con vigorosa elocuencia: «Era necesario que Aquella que en el parto había conservado ilesa su virginidad conservase también sin ninguna corrupción su cuerpo después de la muerte. Era necesario que Aquella que había llevado en su seno al Creador hecho niño, habitase en los tabernáculos divinos. Era necesario que la Esposa del Padre habitase en los tálamos celestes. Era necesario que Aquella que había visto a su 165 Hijo en la cruz, recibiendo en el corazón aquella espada de dolor de la que había sido inmune al darlo a luz, lo contemplase sentado a la diestra del Padre. Era necesario que la Madre de Dios poseyese lo que corresponde al Hijo y que por todas las criaturas fuese honrada como Madre y sierva de Dios»9. Afirmación de esta doctrina 22. Estas expresiones de San Juan Damasceno corresponden fielmente a aquellas de otros que afirman la misma doctrina. Efectivamente, palabras no menos claras y precisas se encuentran en los discursos que, con ocasión de la fiesta, tuvieron otros Padres anteriores o contemporáneos. Así, por citar otros ejemplos, San Germán de Constantinopla encontraba que correspondía la incorrupción y Asunción al cielo del cuerpo de la Virgen Madre de Dios no sólo a su divina maternidad, sino también a la especial santidad de su mismo cuerpo virginal: «Tú, como fue escrito, apareces "en belleza" y tu cuerpo virginal es todo santo, todo casto, todo domicilio de Dios; así también por esto es preciso que sea inmune de resolverse en polvo; sino que debe ser transformado, en cuanto humano, hasta convertirse en incorruptible; y debe ser vivo, gloriosísimo, incólume y dotado de la plenitud de la vida»10. Y otro antiguo escritor dice: «Como gloriosísima Madre de Cristo, nuestro Salvador y Dios, donador de la vida y de la inmortalidad, y vivificada por Él, revestida de cuerpo en una eterna incorruptibilidad con Él, que la resucitó del sepulcro y la llevó consigo de modo que sólo Él conoce»11. 23. Al extenderse y afirmarse la fiesta litúrgica, los pastores de la Iglesia y los sagrados oradores, en número cada vez mayor, creyeron un deber precisar abiertamente y con claridad el objeto de la fiesta y su estrecha conexión con las otras verdades reveladas. Los argumentos teológicos 24. Entre los teólogos escolásticos no faltaron quienes, queriendo penetrar más adentro en las verdades reveladas y mostrar el acuerdo entre la razón teológica y la fe, pusieron de relieve que este privilegio de la Asunción de María Virgen concuerda admirablemente con las verdades que nos son enseñadas por la Sagrada Escritura. 166 25. Partiendo de este presupuesto, presentaron, para ilustrar este privilegio mariano, diversas razones contenidas casi en germen en esto: que Jesús ha querido la Asunción de María al cielo por su piedad filial hacia ella. Opinaban que la fuerza de tales argumentos reposa sobre la dignidad incomparable de la maternidad divina y sobre todas aquellas otras dotes que de ella se siguen: su insigne santidad, superior a la de todos los hombres y todos los ángeles; la íntima unión de María con su Hijo, y aquel amor sumo que el Hijo tenía hacia su dignísima Madre. 26. Frecuentemente se encuentran después teólogos y sagrados oradores que, sobre las huellas de los Santos Padres12 para ilustrar su fe en la Asunción, se sirven con una cierta libertad de hechos y dichos de la Sagrada Escritura. Así, para citar sólo algunos testimonios entre los más usados, los hay que recuerdan las palabras del salmista: «Ven, ¡oh Señor!, a tu descanso, tú y el arca de tu santificación» (Sal 131, 8), y ven en el «arca de la alianza», hecha de madera incorruptible y puesta en el templo del Señor, como una imagen del cuerpo purísimo de María Virgen, preservado de toda corrupción del sepulcro y elevado a tanta gloria en el cielo. A este mismo fin describen a la Reina que entra triunfalmente en el palacio celeste y se sienta a la diestra del divino Redentor (Sal 44, 10, 14-16), lo mismo que la Esposa de los Cantares, «que sube por el desierto como una columna de humo de los aromas de mirra y de incienso» para ser coronada (Cant 3, 6; cfr. 4, 8; 6, 9). La una y la otra son propuestas como figuras de aquella Reina y Esposa celeste, que, junto a su divino Esposo, fue elevada al reino de los cielos. Los doctores escolásticos 27. Además, los doctores escolásticos vieron indicada la Asunción de la Virgen Madre de Dios no sólo en varias figuras del Antiguo Testamento, sino también en aquella Señora vestida de sol, que el apóstol Juan contempló en la isla de Patmos (Ap 12, 1s.). Del mismo modo, entre los dichos del Nuevo Testamento consideraron con particular interés las palabras «Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor es contigo, bendita tú eres entre todas las mujeres» (Lc 1, 28), porque veían en el misterio de la Asunción un complemento de la plenitud de gracia concedida a la bienaventurada Virgen y una bendición singular, en oposición a la maldición de Eva. 167 28. Por eso, al comienzo de la teología escolástica, el piadoso Amadeo, obispo de Lausana, afirma que la carne de María Virgen permaneció incorrupta («no se puede creer, en efecto, que su cuerpo viese la corrupción»), porque realmente se reunió a su alma, y junto con ella fue envuelta en altísima gloria en la corte celeste. «Era llena de gracia y bendita entre las mujeres» (Lc 1, 28). «Ella sola mereció concebir al Dios verdadero del Dios verdadero, y le parió virgen, le amamantó virgen, estrechándole contra su seno, y le prestó en todo sus santos servicios y homenajes»13. Testimonio de San Antonio de Padua 29. Entre los sagrados escritores que en este tiempo, sirviéndose de textos escriturísticos o de semejanza y analogía, ilustraron y confirmaron la piadosa creencia de la Asunción, ocupa un puesto especial el doctor evangélico San Antonio de Padua. En la fiesta de la Asunción, comentando las palabras de Isaías «Glorificaré el lugar de mis pies» (Is 60, 13), afirmó con seguridad que el divino Redentor ha glorificado de modo excelso a su Madre amadísima, de la cual había tomado carne humana. «De aquí se deduce claramente, dice, que la bienaventurada Virgen María fue asunta con el cuerpo que había sido el sitio de los pies del Señor». Por eso escribe el salmista: «Ven, ¡oh Señor!, a tu reposo, tú y el Arca de tu santificación». Como Jesucristo, dice el santo, resurgió de la muerte vencida y subió a la diestra de su Padre, así «resurgió también el Arca de su santificación, porque en este día la Virgen Madre fue asunta al tálamo celeste»14. De San Alberto Magno 30. Cuando en la Edad Media la teología escolástica alcanzó su máximo esplendor, San Alberto Magno, después de haber recogido, para probar esta verdad, varios argumentos fundados en la Sagrada Escritura, la tradición, la liturgia y la razón teológica, concluye: «De estas razones y autoridades y de muchas otras es claro que la beatísima Madre de Dios fue asunta en cuerpo y alma por encima de los coros de los ángeles. Y esto lo creemos como absolutamente verdadero»15. Y en un discurso tenido el día de la Anunciación de María, explicando estas palabras del saludo del ángel «Dios te salve, llena eres de gracia...», el Doctor Universal compara a la Santísima Virgen 168 con Eva y dice expresamente que fue inmune de la cuádruple maldición a la que Eva estuvo sujeta 16. Doctrina de Santo Tomás 31. El Doctor Angélico, siguiendo los vestigios de su insigne maestro, aunque no trató nunca expresamente la cuestión, sin embargo, siempre que ocasionalmente habla de ella, sostiene constantemente con la Iglesia que junto al alma fue asunto al cielo también el cuerpo de María17. De San Buenaventura 32. Del mismo parecer es, entre otros muchos, el Doctor Seráfico, el cual sostiene como absolutamente cierto que del mismo modo que Dios preservó a María Santísima de la violación del pudor y de la integridad virginal en la concepción y en el parto, así no permitió que su cuerpo se deshiciese en podredumbre y ceniza18. Interpretando y aplicando a la bienaventurada Virgen estas palabras de la Sagrada Escritura «¿Quién es esa que sube del desierto, llena de delicias, apoyada en su amado?» (Cant 8, 5), razona así: «Y de aquí puede constar que está allí (en la ciudad celeste) corporalmente... Porque, en efecto..., la felicidad no sería plena si no estuviese en ella personalmente, porque la persona no es el alma, sino el compuesto, y es claro que está allí según el compuesto, es decir, con cuerpo y alma, o de otro modo no tendría un pleno gozo»19. La escolástica moderna 33. En la escolástica posterior, o sea en el siglo XV, San Bernardino de Siena, resumiendo todo lo que los teólogos de la Edad Media habían dicho y discutido a este propósito, no se limitó a recordar las principales consideraciones ya propuestas por los doctores precedentes, sino que añadió otras. Es decir, la semejanza de la divina Madre con el Hijo divino, en cuanto a la nobleza y dignidad del alma y del cuerpo -porque no se puede pensar que la celeste Reina esté separada del Rey de los cielos-, exige abiertamente que «María no debe estar sino donde está Cristo»20; además es razonable y conveniente que se encuentren ya glorificados en el cielo el alma y el cuerpo, lo mismo que del hombre, de la mujer; en fin, el hecho de que la Iglesia no haya nunca buscado y propuesto a la veneración de los fieles las reliquias corporales de la bienaventurada Virgen 169 suministra un argumento que puede decirse «como una prueba sensible»21. San Roberto Belarmino 34. En tiempos más recientes, las opiniones mencionadas de los Santos Padres y de los doctores fueron de uso común. Adhiriéndose al pensamiento cristiano transmitido de los siglos pasados. San Roberto Belarmino exclama: «¿Y quién, pregunto, podría creer que el arca de la santidad, el domicilio del Verbo, el templo del Espíritu Santo, haya caído? Mi alma aborrece el solo pensamiento de que aquella carne virginal que engendró a Dios, le dio a luz, le alimentó, le llevó, haya sido reducida a cenizas o haya sido dada por pasto a los gusanos »22. 35. De igual manera, San Francisco de Sales, después de haber afirmado no ser lícito dudar que Jesucristo haya ejecutado del modo más perfecto el mandato divino por el que se impone a los hijos el deber de honrar a los propios padres, se propone esta pregunta: «¿Quién es el hijo que, si pudiese, no volvería a llamar a la vida a su propia madre y no la llevaría consigo después de la muerte al paraíso?»23. Y San Alfonso escribe: «Jesús preservó el cuerpo de María de la corrupción, porque redundaba en deshonor suyo que fuese comida de la podredumbre aquella carne virginal de la que Él se había vestido» 24. Temeridad de la opinión contraria 36. Aclarado el objeto de esta fiesta, no faltaron doctores que más bien que ocuparse de las razones teológicas, en las que se demuestra la suma conveniencia de la Asunción corporal de la bienaventurada Virgen María al cielo, dirigieron su atención a la fe de la Iglesia, mística Esposa de Cristo, que no tiene mancha ni arruga (cfr. Ef 5, 27), la cual es llamada por el Apóstol «columna y sostén de la verdad» (1 T'im 3, 15), y, apoyados en esta fe común, sostuvieron que era temeraria, por no decir herética, la sentencia contraria. En efecto, San Pedro Canisio, entre muchos otros, después de haber declarado que el término Asunción significa glorificación no sólo del alma, sino también del cuerpo, y después de haber puesto de relieve que la Iglesia ya desde hace muchos siglos, venera y celebra solemnemente este misterio mariano, dice: «Esta sentencia está admitida ya desde hace algunos siglos y de tal manera fija en el alma de los 170 piadosos fieles y tan aceptada en toda la Iglesia, que aquellos que niegan que el cuerpo de María haya sido asunto al cielo, ni siquiera pueden ser escuchados con paciencia, sino abochornados por demasiado tercos o del todo temerarios y animados de espíritu herético más bien que católico»25. Francisco Suárez 37. Por el mismo tiempo, el Doctor Eximio, puesta como norma de la mariología que «los misterios de la gracia que Dios ha obrado en la Virgen no son medidos por las leyes ordinarias, sino por la omnipotencia de Dios, supuesta la conveniencia de la cosa en sí mismo y excluida toda contradicción o repugnancia por parte de la Sagrada Escritura»26, fundándose en la fe de la Iglesia en el tema de la Asunción, podía concluir que este misterio debía creerse con la misma firmeza de alma con que debía creerse la Inmaculada Concepción de la bienaventurada Virgen, y ya entonces sostenía que estas dos verdades podían ser definidas. 38. Todas estas razones y consideraciones de los Santos Padres y de los teólogos tienen como último fundamento la Sagrada Escritura, la cual nos presenta al alma de la Madre de Dios unida estrechamente a su Hijo y siempre partícipe de su suerte. De donde parece casi imposible imaginarse separada de Cristo, si no con el alma, al menos con el cuerpo, después de esta vida, a Aquella que lo concibió, le dio a luz, le nutrió con su leche, lo llevó en sus brazos y lo apretó a su pecho. Desde el momento en que nuestro Redentor es hijo de Maria, no podía, ciertamente, como observador perfectísimo de la divina ley, menos de honrar, además de al Eterno Padre, también a su amadísima Madre. Pudiendo, pues, dar a su Madre tanto honor al preservarla inmune de la corrupción del sepulcro, debe creerse que lo hizo realmente. 39. Pero ya se ha recordado especialmente que desde el siglo II María Virgen es presentada por los Santos Padres como nueva Eva estrechamente unida al nuevo Adán, si bien sujeta a él, en aquella lucha contra el enemigo infernal que, como fue preanunciado en el protoevangelio (Gn 3, 15), habría terminado con la plenísima victoria sobre el pecado y sobre la muerte, siempre unidos en los escritos del Apóstol de las Gentes (cfr. Rom cap. 5 et 6; 1 Cor 15, 21-26; 54-57). Por lo cual, como la gloriosa resurrección de Cristo fue parte esencial y signo final de 171 esta victoria, así también para María la común lucha debía concluir con la glorificación de su cuerpo virginal; porque, como dice el mismo Apóstol, «cuando... este cuerpo mortal sea revestido de inmortalidad, entonces sucederá lo que fue escrito: la muerte fue absorbida en la victoria» (1 Cor 15, 54). 40. De tal modo, la augusta Madre de Dios, arcanamente unida a Jesucristo desde toda la eternidad «con un mismo decreto»27 de predestinación, inmaculada en su concepción, Virgen sin mancha en su divina maternidad, generosa Socia del divino Redentor, que obtuvo un pleno triunfo sobre el pecado y sobre sus consecuencias, al fin, como supremo coronamiento de sus privilegios, fue preservada de la corrupción del sepulcro y vencida la muerte, como antes por su Hijo, fue elevada en alma y cuerpo a la gloria del cielo, donde resplandece como Reina a la diestra de su Hijo, Rey inmortal de los siglos (cfr. 1 T'im 1, 17). Es llegado el momento 41. Y como la Iglesia universal, en la que vive el Espíritu de Verdad, que la conduce infaliblemente al conocimiento de las verdades reveladas, en el curso de los siglos ha manifestado de muchos modos su fe, y como los obispos del orbe católico, con casi unánime consentimiento, piden que sea definido como dogma de fe divina y católica la verdad de la Asunción corporal de la bienaventurada Virgen María al cielo -verdad fundada en la Sagrada Escritura, profundamente arraigada en el alma de los fieles, confirmada por el culto eclesiástico desde tiempos remotísimos, sumamente en consonancia con otras verdades reveladas, espléndidamente ilustrada y explicada por el estudio de la ciencia y sabiduría de los teólogos-, creemos llegado el momento preestablecido por la providencia de Dios para proclamar solemnemente este privilegio de María Virgen. 42. Nos, que hemos puesto nuestro pontificado bajo el especial patrocinio de la Santísima Virgen, a la que nos hemos dirigido en tantas tristísimas contingencias; Nos, que con rito público hemos consagrado a todo el género humano a su Inmaculado Corazón y hemos experimentado repetidamente su validísima protección, tenemos firme confianza de que esta proclamación y definición solemne de la Asunción será de gran provecho para la Humanidad entera, porque dará gloria a la Santísima Trinidad, a la que la Virgen Madre de Dios está ligada por vínculos singulares. Es de esperar, en efecto, que todos los cristianos 172 sean estimulados a una mayor devoción hacia la Madre celestial y que el corazón de todos aquellos que se glorían del nombre cristiano se mueva a desear la unión con el Cuerpo Místico de Jesucristo y el aumento del propio amor hacia Aquella que tiene entrañas maternales para todos los miembros de aquel Cuerpo augusto. Es de esperar, además, que todos aquellos que mediten los gloriosos ejemplos de María se persuadan cada vez más del valor de la vida humana, si está entregada totalmente a la ejecución de la voluntad del Padre Celeste y al bien de los prójimos; que, mientras el materialismo y la corrupción de las costumbres derivadas de él amenazan sumergir toda virtud y hacer estragos de vidas humanas, suscitando guerras, se ponga ante los ojos de todos de modo luminosísimo a qué excelso fin están destinados los cuerpos y las almas; que, en fin, la fe en la Asunción corporal de María al cielo haga más firme y más activa la fe en nuestra resurrección. 43. La coincidencia providencial de este acontecimiento solemne con el Año Santo que se está desarrollando nos es particularmente grata; porque esto nos permite adornar la frente de la Virgen Madre de Dios con esta fúlgida perla, a la vez que se celebra el máximo jubileo, y dejar un monumento perenne de nuestra ardiente piedad hacia la Madre de Dios. Fórmula definitoria 44. Por tanto, después de elevar a Dios muchas y reiteradas preces e invocar la luz del Espíritu de la Verdad, para gloria de Dios omnipotente, que otorgó a la Virgen María su peculiar benevolencia; para honor de su Hijo, Rey inmortal de los siglos y vencedor del pecado y de la muerte; para acrecentar la gloria de esta misma augusta Madre y para gozo y alegría de toda la Iglesia, por la autoridad de Nuestro Señor Jesucristo, de los bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo y por la nuestra, pronunciamos, declaramos y definimos ser dogma de revelación divina que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celeste. 45. Por eso, si alguno, lo que Dios no quiera, osase negar o poner en duda voluntariamente lo que por Nos ha sido definido, sepa que ha caído de la fe divina y católica. 173 46. Para que nuestra definición de la Asunción corporal de María Virgen al cielo sea llevada a conocimiento de la Iglesia universal, hemos querido que conste para perpetua memoria esta nuestra carta apostólica; mandando que a sus copias y ejemplares, aun impresos, firmados por la mano de cualquier notario público y adornados del sello de cualquier persona constituida en dignidad eclesiástica, se preste absolutamente por todos la misma fe que se prestaría a la presente si fuese exhibida o mostrada. 47. A ninguno, pues, sea lícito infringir esta nuestra declaración, proclamación y definición u oponerse o contravenir a ella. Si alguno se atreviere a intentarlo, sepa que incurrirá en la indignación de Dios omnipotente y de sus santos apóstoles Pedro y Pablo. Nos, PÍO, Obispo de la Iglesia católica, definiéndolo así, lo hemos suscrito. Dado en Roma, junto a San Pedro, el año del máximo Jubileo de mil novecientos cincuenta, el día primero del mes de noviembre, fiesta de Todos los Santos, el año duodécimo de nuestro pontificado. __________________ 1 Petitiones de Asumptione corporea B. Virginis Mariae in coelum definienda ad S. Sedem delatae; 2 vol., Typis Polyglottis Vaticanis, 1942. 2 Bula Ineffabilis Deus, Acta P¡¡ IX, p. 1, vol. 1, p. 615. 3 Cfr. Conc. Vat. De fide catholica, cap. 4. 4 Conc. Vat. Const. De ecclesia Christi, cap. 4. 5 Carta encíclica Mediator Dei, A. A. S., vol. 39, p. 541. 6 Sacramentarium Gregorianum. 7 Menaei totius anni. 8 «Responsa Nicolai Papae I ad consulta Bulgarorum». 174 9 S. loan Damasc., Encomium in Dormitionem Dei Genitricis semperque Virginis Mariae, hom. II, 14; cfr. etiam ibíd., n. 3. 10 San Germ. Const., In Sanctae Dei Genitricis Dormitionem, sermón I. 11 Encomium in Dormitionem Sanctissimae Dominae nostrae Deiparae semperque Virginis Mariae. S. Modesto Hierosol, attributum I, núm. 14. 12 Cfr. Ioan Damasc., Encomium in Dormitionem Dei Genitricis semperque Virginis Mariae, hom. II, 2, 11; Encomium in Dormitionem, S. Modesto Hierosol, attributum. 13 Amadeus Lausannensis, De Beatae Virginis obitu, Assumptione in caelum, exaltatione ad Filii dexteram. 14 San Antonius Patav., Sermones dominicales et in solemnitatibus. In Assumptione S. Mariae Virginit sermo. 15 S. Albertus Magnus, Mariale sive quaestionet super Evang. Missut est, q. 132. 16 S. Albertus Magnus, Sermones de sanctis, sermón 15: In Anuntiatione B. Mariae, cfr. Etiam Mariale, q. 132. 17 Cfr. Summa Theol., 3, q. 27, a. 1 c.; ibíd., q. 83, a. 5 ad 8, Expositio salutationis angelicae, In symb., Apostolorum expositio, art. 5; In IV Sent., d. 12, q. 1, art. 3, sol. 3; d: 43, q. 1, art. 3, sol. 1 et 2. 18 Cfr. S. Bonaventura, De Nativitate B. Mariae Virginis, sermón 5. 19 S. Bonaventura, De Assumptione B. Mariae Virginis, sermón 1. 20 S. Bernardinus Senens., In Assumptione B. M. Virginis, sermón 2. 21 S. Bernardinus Senens., In Assumptione B. M. Virginis, sermón 2. 22 S. Robertus Bellarminus, Canciones habitae Lovanii, canción 40: De Assumptionae B. Mariae Virginis. 175 23 Oeuvres de St. François de Sales, sermon autographe pour la fete de l'Assumption. 24 S. Alfonso M. de Ligouri, Le glorie di Maria, parte II, disc. 1. 25 S. Petrus Canisius, De Maria Virgine. 26 Suárez, F, In tertiam partem D. Thomae, quaest. 27, art. 2, disp. 3, sec. 5, n. 31. 27 Bula Ineffabilis Deus, 1 c, p. 599. *********** María y los Padres de la Iglesia Según ·Ambrosio-san, se puede decir también de cada uno que da a luz a Cristo y es, por tanto, su madre. Dice así: "El alma fiel se hace "María", concibe a Cristo por la fe, le da a luz espiritualmente, al modo como un día la Magdalena antes de convertirse al Señor, fue llamada por El "mujer", y después de convertida "María". San Ambrosio dice de la aparición del Resucitado a Magdalena: "Entonces le dijo el Señor: María, mírame. En el tiempo en que no cree, es mujer; cuando empieza a convertirse, es llamada María, esto es, recibe el nombre de la que dio a luz a Cristo, pues es alma que espiritualmente da a luz a Cristo". De aquí se deduce para el pastor de almas, Ambrosio, el aviso de tender a la santidad: "No todos dan a luz, no todos son perfectos, no todos pueden decir: dimos a luz el espíritu de salud en la tierra (Is. 26, 18); no todos son Marías que conciben a Cristo del Espíritu Santo y paren al Verbo... Hay muchos padres por el Evangelio y muchas madres que dan a luz a Cristo. ¿Quién me mostrará los padres de Cristo? El mismo los mostró diciendo: "¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos...? Quienquiera que hiciere la voluntad de mi Padre que está en los cielos ése es mi hermano y mi hermana y mi madre." Haz la voluntad del Padre para que seas madre de Cristo. Muchos concibieron a Cristo y no le dieron a luz. Quien da a luz la justicia, da a luz a Cristo; quien da a luz a la sabiduría, da a luz a Cristo, quien da a luz la palabra, da a luz a Cristo". En su comentario al Evangelio de San Lucas dice: "Tú, alma, que creíste en Dios, sé mujer fuerte como aquélla, sea el alma de la Iglesia sea la 176 Iglesia misma, de la que dice Salomón: "La mujer fuerte, ¿quién la hallará?" (Prov. 31, 10). Según San Ambrosio, cada fiel cristiano debe ser marial, pues concibe al Verbo de Dios. Dice así a propósito de Lc. 1, 45: "Bienaventurados también vosotros, que oísteis y creísteis, pues el alma que cree, concibe y engendra al Verbo de Dios... Habite en cada uno de vosotros el alma de María, para que alabe al Señor, habite asimismo el espíritu de María, para que se alegre en Dios. Si no hay más que una madre de Cristo, según la carne, sin embargo Cristo es el fruto de todos, según la fe. Pues toda alma inmaculada y libre de pecado... engendra al Verbo de Dios. Por tanto, un alma así engrandece al Señor al modo como lo hizo el alma de María y al modo también como se alegró su espíritu en Dios su Salvador". Exhorta otra vez a sus oyentes: "Imitad a aquella a quien tan hermosamente se aplica lo que se dijo de la Iglesia: "Qué bellos son tus pies con las sandalias" (/Ct/07/02), pues es bello el caminar de la Iglesia en la predicación del Evangelio. Es bello, asimismo, el caminar del alma que se sirve de su cuerpo como de calzado para que, sin que nada le estorbe, pueda ir donde le plazca. Con este calzado caminó hermosamente María, la cual, virgen, engendró al autor de la salud sin mezcla alguna de carnal comercio... En consecuencia, son hermosos tanto los pies de María como los de la Iglesia, porque son hermosos los pies de los que evangelizan. ¡Qué hermoso es también lo que en figura de la Iglesia se profetizó de María, siempre que no se consideren tanto los miembros del cuerpo; cuanto los misterios de su alumbramiento! (Cant. 7, 1_3)". En san Agustín resalta con más fuerza que en San Ambrosio la relación de la tipología mariana con la Iglesia toda. La concepción y nacimiento virginales de Cristo son para él un signo del nacimiento espiritual de los cristianos del seno de la Iglesia. "Alegraos, vírgenes de Cristo; la Madre de Cristo es vuestra compañera. No pudisteis engendrar a Cristo, pero os abstuvisteis de engendrar por amor a Cristo. El que no nació de vosotras, ha nacido para vosotras. Sin embargo, si como debierais hacerlo recordáis sus palabras, sois también vosotras sus madres, porque hacéis la voluntad de su Padre. El mismo dijo: "Quienquiera que hiciere la voluntad de mi Padre, que está en los cielos, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre" (/Mt/12/50). Alegraos, viudas de Cristo, 177 ofrecisteis la santidad de la continencia al que hizo fecunda la virginidad. Alégrate también tú, castidad conyugal; alegraos vosotros, los que guardáis fidelidad a vuestros cónyuges, conservad en el corazón lo que perdisteis en el cuerpo. Donde ya no puede haber una carne libre de concúbito, haya una conciencia virgen en la fe, por la cual toda la Iglesia es virgen. En María una virginidad santa dio a luz a Cristo. En Ana, una viudez avanzada reconoció a Cristo niño. En Isabel, tanto la castidad conyugal como la senil fecundidad se consagraron a Cristo. Los distintos géneros de vida de los miembros creyentes aportaron a la cabeza cuanto por gracia de ésta les era dado aportar. Por consiguiente, puesto que Cristo es verdad, paz y justicia, concebidle en la fe y engendradle en las obras. para que vuestro corazón realice en la ley de Cristo lo mismo que María realizó en sus entrañas. ¿Cómo no vais a pertenecer al parto de la Virgen, siendo así que sois miembros de Cristo? María dio a luz a vuestra cabeza; vosotros, a la Iglesia. Porque también la Iglesia es virgen y madre: madre, por sus entrañas de caridad, y virgen. por la integridad de su fe y de su piedad. Engendra pueblos que son, sin embargo, miembros de Aquel que la tiene por cuerpo y por esposa, imitando también en esto a la Virgen, porque en muchos es madre de la unidad. Se dirige una vez así este Santo Padre a su oyentes: "Lo que admiráis en la carne de María realizadlo en las intimidades de vuestra alma. El que con el corazón creyere en la justicia, engendra a Cristo; el que con la boca le confiese, para la salvación le da a luz (Rom. 10, 10). Así, sobreabunde la fecundidad y establézcase la virginidad en vuestras almas". En otro sermón expone San Agustín: "La Iglesia es virgen. Quizá alguien me diga: si es virgen, ¿cómo engendra hijos?; y si no engendra hijos, ¿cómo dimos nuestros nombres para nacer de sus entrañas? Respondo: Es virgen y a la vez engendra; imita a María que engendró al Señor. ¿No era virgen María y, sin embargo, engendró permaneciendo virgen? Lo mismo la Iglesia: engendra y es virgen. Y si reflexionas más detenidamente, también engendra a Cristo porque los bautizados son miembros de Cristo. "Pues vosotros sois el cuerpo de Cristo y sus miembros" (1 Cor. 12, 27). Luego, si engendra a los miembros de Cristo, es del todo semejante a María". 178 La virginidad de la Iglesia consiste, según el Doctor africano, en que guarda íntegra la fe de Cristo. Ante todo, fue San Agustín quien interpretó esta idea de la virginidad de la Iglesia como su misterio mariano. Dice en un sermón de Navidad: "La Iglesia virgen celebra hoy el parto de la Virgen, ya que a ella se dirige el Apóstol cuando dice: "Os he desposado a un solo marido para presentaros a Cristo como casta virgen" (11 Cor. I1, 2)... ¿Por qué como virgen casta, sino en la integridad de la fe, de la esperanza y del amor? Por consiguiente, María guardó antes en el cuerpo la virginidad que luego llevaría Cristo al corazón de la Iglesia... No hubiera podido la Iglesia ser virgen, si no fuera su Esposo hijo de virgen". En el sermón 213 dice: "Hizo virgen a la Iglesia que lo es en la fe. La Iglesia tiene pocas vírgenes, según la carne, consagradas a Dios. No obstante, debe tener a todos, tanto hombres como mujeres vírgenes según la fe". En otro sermón exclama: "Ea, amadísimos, considerad cómo la Iglesia -esto es sabido- es esposa de Cristo, cómo es madre de Cristo -esto es más difícil de comprender, pero es cierto-. María la Virgen, le precede como imagen suya. ¿Por qué, os pregunto yo es María Madre de Cristo, sino porque da a luz a los miembros de Cristo? Vosotros a los que hablo, vosotros sois los miembros de Cristo. ¿Quién os ha dado a luz? Escuchad la voz de vuestro corazón. La Madre Iglesia. Esta madre santa, venerada, igual a María, da a luz y es, sin embargo, virgen; da a luz a Cristo, pues vosotros sois los miembros de Cristo". En un sermón de Pascua, que se atribuye a Eusebio de las Galias o a Cesáreo de Arlés, se dice: "Alégrese la Iglesia de Cristo, que a semejanza de la bienaventurada María, enriquecida por la operación del Espíritu Santo, se hace madre de una prole divina... Mirad cuántos hermanos nos ha dado desde su integridad en una sola noche, la Iglesia, madre y esposa fecunda... Comparemos, si os place, estas dos madres; su maternidad fortalecerá nuestra fe en ellas. La sombra del Espíritu Santo colmó secretamente a María, y la infusión del Espíritu Santo en la fuente bendita obró lo mismo en la Iglesia. María engendró sin pecado a su Hijo y la Iglesia destruyó el pecado en aquellos que engendró. De María nació lo que era desde el principio; de la Iglesia renació lo que se perdió al principio. Aquélla engendró en favor de los pueblos; 179 ésta, a los mismos pueblos. Aquélla, como sabemos, permaneciendo virgen, sólo engendró un Hijo; ésta incesantemente está dando a luz por obra de su Esposo virgen". San Beda dice: "Todavía hoy, y así hasta la consumación de los siglos, está siendo concebido el Señor en Nazaret y está naciendo en Belén, siempre que cualquier oyente, después de haber recibido la flor de la palabra, se transforma en casa del Pan eterno. Cada día, en las entrañas virginales, esto es, en el espíritu de los fieles, es concebido por la fe y alumbrado por el bautismo. Cada día la Iglesia, madre de Dios, siguiendo a su maestro sube de Galilea, que significa "la rueda giratoria" de la vida mundana, a la ciudad de Judá, es decir, a la ciudad del reconocimiento y de la alabanza. y presenta al rey eterno la ofrenda de su devoción. Además, la Iglesia, siendo a semejanza de la bienaventurada Virgen María, esposa a la vez que inmaculada, nos concibe virgen del Espíritu Santo y virgen nos da a luz, sin sufrir los dolores del parto". Isaac de Stella dice: "La cabeza y cuerpo de Cristo forman uno solo. No obstante, este Uno es Hijo de Dios en el cielo e Hijo de una madre en la tierra. Son muchos hijos y un solo Hijo. Así como la cabeza y el cuerpo son a la vez un hijo y muchos hijos, así María y la Iglesia son una madre y muchas madres, una virgen y muchas vírgenes. Ambas son madres y ambas vírgenes por obra del mismo Espíritu, sin la menor contaminaci6n carnal. Las dos, inmaculadas, dan hijos a Dios Padre. Aquélla, absolutamente libre de todo pecado, engendró la Cabeza en favor del cuerpo; ésta, por su parte, ofreció el cuerpo a la Cabeza, para remisión de todos los pecados. Las dos son madres de Cristo, pero ninguna de ellas sin la cooperación de la otra engendra al Cristo total. Por eso, lo que en las Escrituras, que están inspiradas por Dios, se dice universalmente de la Iglesia, madre virginal. se entiende con toda exactitud como dicho particularmente de la Virgen María; y lo que se afirma de la Virgen María especialmente, se afirma en un plano más general de la virgen madre Iglesia... Del mismo modo, de cualquier alma creyente se puede decir con toda verdad que es esposa del Verbo de Dios, madre de Cristo, hija y hermana, virgen y fecunda. La misma Sabiduría de Dios, que es el Verbo del Padre, nos habla universalmente respecto de la Iglesia, especialmente respecto de María e individualmente respecto del alma creyente". San Alberto 180 Magno declara en su comentario al Apocalipsis: "Día a día la Iglesia da a luz al mismo Cristo por la fe en el corazón de los que escuchan". Con sorprendente agudeza concluye San Agustín en una homilía: "Os ruego, hermanos míos, paréis mientes, sobre todo, en lo dicho por el Señor, extendiendo su mano hacia los discípulos: éstos son mi Madre y mis hermanos; y al que hiciere la voluntad de mi Padre que me ha enviado, ése es mi padre, y mi hermano y mi hermana. ¿Por ventura, no hizo la voluntad del Padre la Virgen María, que dio fe y por la fe concibió y fue escogida para que, por su medio, naciera entre los hombres nuestra salud, y fue creada por Cristo antes de nacer Cristo de ella? Hizo por todo extremo la voluntad del Padre la Santa Virgen María, y mayor merecimiento de María es haber sido discípula de Cristo que Madre de Cristo; mayor ventura es haber sido discípula de Cristo que Madre de Cristo. María es bienaventurada porque antes de pedirle llevó en su seno al Maestro. Mira si no es verdad lo que digo. Pasando el Señor seguido de las turbas y haciendo milagros, una mujer exclama: "Bienaventurado el vientre que te llevó" (Lc. 11, 27); y el Señor, para que la ventura no se pusiera en la carne, responde: Bienaventurados más bien los que oyen la palabra de Dios y la ponen en práctica. María es bienaventurada porque oyó la palabra de Dios y la puso en práctica, porque más guardó la verdad en la mente que la carne en el vientre. Verdad es Cristo, carne es Cristo. Verdad en la mente de María. Carne en el vientre de María, y vale más lo que se lleva en la mente que lo que se lleva en el vientre" 3. «Si queremos ser cristianos, debemos ser marianos». ·Pablo-VI ************** Dogmas acerca de la Virgen María 1. ¿CUÁLES SON LOS DOGMAS QUE LA IGLESIA ENSEÑA ACERCA DE LA VIRGEN? 2.¿DEBEMOS CREER ESTOS DOGMAS DE FE? 3. ¿EN QUÉ CONSISTE EL DOGMA DE LA MATERNIDAD DIVINA? 181 4. ¿EN QUÉ CONSISTE EL DOGMA DE LA INMACULADA CONCEPCION? 5. ¿EN QUÉ CONSISTE EL DOGMA DE LA PERPETUA VIRGINIDAD? 6. ¿EN QUÉ CONSISTE EL DOGMA DE LA ASUNCIÓN A LOS CIELOS? 7. ¿ADEMÁS DE ESTOS PRIVILEGIOS, QUE TÍTULOS TIENE NUESTRA SEÑORA? 8. ¿CUÁLES SON LAS RELACIONES QUE EXISTEN ENTRE LA VIRGEN Y LA SANTÍSIMA TRINIDAD? 1. ¿CUÁLES SON LOS DOGMAS QUE LA IGLESIA ENSEÑA ACERCA DE LA VIRGEN? La Iglesia enseña los siguientes dogmas acerca de la Virgen: LA MATERNIDAD DIVINA LA INMACULADA CONCEPCION LA PERPETUA VIRGINIDAD LA ASUNCION A LOS CIELOS 2. ¿DEBEMOS CREER ESTOS DOGMAS DE FE? Si, debemos creerlos plenamente. Si alguno se atreviera a negarlos o dudar de ellos conscientemente, cometería un pecado mortal. 3. ¿EN QUÉ CONSISTE EL DOGMA DE LA MATERNIDAD DIVINA? El dogma de la MATERNIDAD DIVINA consiste en que la Virgen María es verdadera Madre de Dios, por haber engendrado por obra del Espíritu Santo y dado a la luz a Jesucristo, no en cuanto a su Naturaleza Divina, sino en cuanto a la Naturaleza humana que había asumido. La Iglesia afirma este Dogma desde siempre, y lo definió solemnemente en el Concilio de Efeso (siglo V). El Concilio Vaticano II menciona esta verdad con las siguientes palabras: "Desde los tiempos más antiguos, la Bienaventurada Virgen es honrada con el título de Madre de Dios, a cuyo amparo los fieles acuden con sus súplicas en todos sus peligros y necesidades" (Const. Dogmática Lumen Gentium, Num 66). 4. ¿EN QUÉ CONSISTE EL DOGMA DE LA INMACULADA CONCEPCION? El Dogma de la INMACULADA CONCEPCION consiste en que la Virgen fue preservada inmune de la mancha del pecado 182 original desde el primer instante de su Concepción, por singular gracia y privilegio de Dios Omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo, Salvador del genero humano. Esta verdad fue proclamada como Dogma de Fe por el Papa Pío IX, el 8 de diciembre de 1854, en la Bula Ineffabilis Deus. 5. ¿EN QUÉ CONSISTE EL DOGMA DE LA PERPETUA VIRGINIDAD? El Dogma de la PERPETUA VIRGINIDAD consiste en que la Madre de Dios conservó plena y perdurablemente su Virginidad. Es decir, fue Virgen antes del parto, en el parto y perpetuamente, después del parto. La Iglesia afirma este Dogma desde el Credo compuesto por los Apóstoles. El Concilio Vaticano II dice: "Ella es aquella Virgen que concebirá y dará a luz un Hijo, que se llamará Emmanuel" (Const. Dogmática Lumen Gentium, n 55). 6. ¿EN QUÉ CONSISTE EL DOGMA DE LA ASUNCIÓN A LOS CIELOS? El Dogma de la ASUNCION A LOS CIELOS consiste en que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen, cumplido el curso de su vida terrena fue subida en cuerpo y alma a la gloria celestial. Este Dogma fue proclamado por el Papa Pío XII, el 1º de noviembre de 1950, en la Constitución Munificentisimus Deus. 7. ¿ADEMÁS DE ESTOS PRIVILEGIOS, QUE TÍTULOS TIENE NUESTRA SEÑORA? Nuestra Señora tiene los siguientes títulos: Madre de los hombres, Madre de la Iglesia, Abogada Nuestra, Corredentora, Medianera de todas las gracias, Reina y Señora de todo lo creado, y todas las alabanzas que contiene el Rosario. 8. ¿CUÁLES SON LAS RELACIONES QUE EXISTEN ENTRE LA VIRGEN Y LA SANTÍSIMA TRINIDAD? La Virgen tiene una relación especialísima con la Santísima Trinidad porque: es Hija de Dios Padre, ya que fue creada por Dios. es Madre de Dios Hijo, pues es la Madre de Jesucristo. es Esposa de Dios Espíritu Santo, pues el Espíritu Santo formó el cuerpo de Jesús en las entrañas purísimas de la Virgen. 183 ************ Diálogo católico-anglicano: María no tiene por qué ser obstáculo a la comunión eclesial Presentada la «Declaración de Seattle», de la Comisión Internacional Anglicano-Católica (ARCIC) SEATTLE/LONDRES, miércoles, 18 mayo 2005.- «María: Gracia y Esperanza en Cristo», la histórica declaración conjunta anglicano-católica sobre el papel de la Virgen en la doctrina y la vida de la Iglesia, presentada el lunes en Seattle (EE. UU.), representa un instrumento para que María no sea considerada como un obstáculo a la unidad entre las dos Iglesias. También llamada «Declaración de Seattle» --ciudad donde concluyó el pasado febrero la redacción--, el documento conjunto es fruto de seis años de diálogo teológico entre católicos y anglicanos que impulsa en el seno de ARCIC (Comisión Internacional Anglicano-Católica) el Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos y el Consejo Consultivo anglicano. El texto no es una declaración de autoridad de la Iglesia Católica o de la Comunión Anglicana, sino que con su publicación (a cargo de «Continuum/Morehouse Publishing USA/UK») se ofrece al estudio y evaluación de las Iglesias. El arzobispo católico de Seattle, monseñor Alexander J. Brunett --co-presidente de ARCIC-- fue el anfitrión de la presentación durante una solemne liturgia de Vísperas en la catedral católica de Saint James. Estuvo presente igualmente su homólogo anglicano en la Comisión, el arzobispo Peter Carnley, primado de la Iglesia Anglicana en Australia. «Este documento representa una reflexión prolongada de un aspecto de la fe cristiana en el que muchos cristianos han hallado fortaleza espiritual. Esperamos que todos los cristianos serán ayudados por esta declaración para entender por qué María ha sido una figura de tal importancia», afirmó en Seattle el co-secretario de ARCIC, el reverendo Gregory 184 Cameron –según cita la Comunión Anglicana--. En los últimos años, la Comisión ha publicado otras cuatro declaraciones: «Salvación y la Iglesia» (1987), «La Iglesia como comunión» (1991), «Vida en Cristo» (1994) y «El don de la autoridad» (1999). Fue en 1999 cuando la Comisión comenzó su consideración acerca del papel de la Virgen María en la vida y doctrina de la Iglesia. «María: Gracia y Esperanza en Cristo» es «doctrinalmente uno de los documentos más importes fruto del diálogo de ARCIC», reconoció el lunes uno de los 18 teólogos procedentes de diez países que integran la Comisión conjunta --redactora del nuevo documento--, el obispo católico de Nottingham (Inglaterra) Malcom MacMahon OP, según difundió «Catholic Communications Network» --la oficina de relaciones con los medios de la Conferencia. En una «Introducción» (publicada tanto por el episcopado católico de Inglaterra y Gales como por la Comunión Anglicana) a la «Declaración de Seattle», el padre Donald Bolen --co-secretario de ARCIC, también estuvo en la presentación-- explica que, aunque la Virgen María ha tenido un lugar importante en la vida y liturgia de anglicanos y católicos, los dogmas marianos de la Inmaculada Concepción y de la Asunción, así como la devoción mariana en la Iglesia católica, han sido vistos como puntos que han separado a las Iglesias anglicana y católica. Ya en una declaración de 1981 --«Authority in the Church II»- ARCIC observó que los dos dogmas «suscitan un problema especial para aquellos anglicanos que no consideran que las definiciones precisas dadas por estos dogmas están suficientemente apoyadas por la Escritura». El nuevo documento no resuelve completamente estas diferencias, pero aclara la distinción entre el contenido de los dogmas y la autoridad por la que fueron definidos. La declaración conjunta trabaja desde las conclusiones de «El don de la autoridad» (antes citado). Es a lo que se refieren los redactores del nuevo documento cuando dicen que si sus conclusiones fueran aceptadas por ambas Iglesias, esto «situaría las cuestiones sobre la autoridad que surgieron de las dos definiciones de 1854 y 1950 (de los dogmas por parte 185 de la Iglesia católica, Ndr.) en un nuevo contexto ecuménico». En los trabajos de la ARCIC, apuntó el obispo McMahon que el contenido de los dogmas pudo examinarse en el marco de la Escritura y la Tradición, más que desde el punto de vista de la autoridad bajo la cual se definieron. La declaración es un «logro considerable para aumentar la profundidad del entendimiento de cada postura eclesial», dijo. Significa, añadió, que «las diferentes comprensiones de María no tienen por qué ser un obstáculo a la comunión eclesial». De acuerdo con el prelado inglés, uno de los avances ha sido contemplar a María a través de la Carta de San Pablo a los Romanos (8,28-30), de forma que el texto paulino, en la «Declaración de Seattle», ha sido una clave interpretativa para la comprensión de María. «Los miembros anglicanos de la Comisión fueron ayudados en su comprensión del papel de María en nuestra salvación contemplando las modernas doctrinas a través de los ojos de San Pablo, utilizando su lenguaje de Llamada, Conversión, Justificación y Glorificación», explicó el obispo McMahon. Añadió que uno de los beneficios del documento será ayudar a cada Iglesia a entender la eclesiología de la otra. «Nuestra comprensión católica de María está fuertemente conectada a la comunión de los santos», aclaró. «Creemos que María, como la Reina del Cielo, tienen una función salvífica continua en la Iglesia. Creemos que la Iglesia tiene una dimensión --la comunión de los santos-- que se extiende más allá de esta tierra, y esto afecta nuestra comprensión de la Iglesia. La eclesiología está en el corazón de mucho del diálogo anglicano-católico». Observó igualmente que la sección de la devoción a María en la tradición anglicana --por ejemplo en su liturgia-- ayudará a mostrar tanto a católicos como a algunos anglicanos la importancia de la tradición mariana anglicana. «La comprensión anglicano-católica ha sido enormemente fortalecida con este diálogo», reconoció el obispo McMahon. «Lo que hemos hecho es poner un enlosado en el camino 186 hacia la unidad cristiana». «María: Gracia y Esperanza en Cristo», en esencia La «Declaración de Seattle» representa el primer diálogo internacional bilateral que se ocupa del tema del papel de María en la Iglesia, explica la «Introducción» al documento preparada por el padre Donald Bolen. Desde el inicio, ARCIC ha buscado llevar a cabo un diálogo fundado en los Evangelios y en las antiguas tradiciones comunes, intentando descubrir y desarrollar nuestra herencia común de fe, añade el co-secretario de la Comisión. Precisamente esta atención a «nuestros fundamentos comunes» dio forma a las primeras dos secciones del documento: la primera traza el lugar de María en las Escrituras. Y es que, de acuerdo con la declaración, «es imposible ser fieles a las Escrituras sin prestar la atención debida a María». El párrafo 30 del documento sintetiza el tratamiento de María en las Escrituras: «El testimonio escriturístico convoca a todos los creyentes de toda generación a llamar a María “bendita”; esta mujer judía de condición humilde, esta hija de Israel que vivía en la esperanza de justicia para el pobre, a quien Dios llenó de gracia y eligió para ser la madre virginal de su Hijo por la acción del Espíritu Santo. Tenemos que bendecirla como la “esclava del Señor” que dio su asentimiento incondicional al cumplimiento del plan salvífico de Dios, como la madre que meditaba todas las cosas en su corazón, como la refugiada en busca de asilo en tierra extranjera, como la madre traspasada por el sufrimiento inocente de su propio hijo, y como la mujer a la que Jesús confió a sus amigos. Somos uno con ella y los apóstoles cuando ruegan la efusión del Espíritu sobre la Iglesia naciente, la familia escatológica de Cristo. Y podemos incluso vislumbrar en ella el destino final del pueblo de Dios al participar en la victoria de su hijo sobre el poder del mal y de la muerte». La segunda sección del documento se ocupa primero de María en las «antiguas tradiciones comunes», esto es, en los primeros Concilios de la Iglesia, que son de autoridad tanto para anglicanos como para católicos, y en los escritos de los 187 «Padres de la Iglesia», teólogos de los primeros siglos de la cristiandad. El texto --continúa el padre Bolen-- subraya la importancia central de la temprana comprensión de la Iglesia relativa a María como «Theotókos» (la Madre de Dios, la Palabra encarnada). A continuación repasa «el crecimiento de la devoción a María en los siglos medievales, y las controversias teológicas asociadas a ellos», mostrando «cómo algunos excesos en la devoción al final del medioevo, y reacciones en su contra por parte de los Reformadores, contribuyeron a una brecha de comunión entre nosotros». Finalmente la sección traza los siguientes desarrollos tanto en el Anglicanismo como en la Iglesia Católica y apunta la importancia de contemplar a María unida inseparablemente con Cristo y la Iglesia. Los dogmas marianos Según aclara el padre Bolen, la convergencia establecida en las primeras dos secciones del documento proporciona fundamentos para aproximarse a los dos dogmas marianos. La tercera sección del documento empieza contemplando a María y su papel en la historia de la salvación en el marco de «una teología de gracia y esperanza». El texto recurre a la Carta de San Pablo a los Romanos, donde el apóstol sienta un patrón de gracia y esperanza operativa en la relación entre Dios y la humanidad: «(Dios) a los que predestinó, a ésos también los justificó; a los que justificó, a ésos también los glorificó» (Rm 8,30) Este patrón se ve claramente en la vida de María, apunta la explicación del co-secretario de ARCIC. Ella fue «señalada desde el inicio como la elegida, llamada y llena de gracia por Dios a través del Espíritu Santo para la tarea que recaía en ella» (párrafo 54 del documento). En el «fiat» libremente pronunciado por María --«Hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38)— vemos «el fruto de su preparación previa, indicada en la afirmación de Gabriel respecto a ella como “llena de gracia”» (párrafo 55). 188 El documento (párrafo 59) --constata el padre Bolen-- vincula esta afirmación a lo que se profesa en el dogma de la Inmaculada Concepción de María: «En vista de su vocación a ser la madre del Santo (Lc 1,35), podemos afirmar juntos que la obra redentora de Dios alcanzó a María en las profundidades de su ser y en sus inicios más tempranos. Esto no es contrario a la enseñanza de la Escritura, y puede sólo ser comprendido a la luz de la Escritura. Los católicos reconocen en esto lo que se afirma en el dogma – concretamente “preservada de toda mancha de pecado original” y “desde el primer momento de su concepción”». Sucesivamente --explica la «Introducción» preparada por el padre Bolen-- el documento propone que así como la gracia fue operativa en el inicio de la vida de María, así también la Escritura da fundamentos para confiar en que aquellos que siguen fielmente los planes de Dios serán llevados a Su presencia. Mientras «no hay testimonio directo en la Escritura relativo al final de la vida de María» (párrafo 56), «cuando los cristianos de Oriente y Occidente por generaciones han meditado la obra de Dios en María, han discernido en la fe... que es apropiado que el Señor la llevara completamente a Él: en Cristo, ella ya es una nueva creación...» (párrafo 58). Haciendo nuevamente un enlace entre esta comprensión de la gracia y la esperanza en la vida de María y el dogma de la Asunción de la Virgen --observa el padre Bolen-- el documento dice: «Podemos afirmar juntos la doctrina de que Dios ha llevado a la Santísima Virgen María en la totalidad de su persona a Su gloria como conforme a la Escritura, y que puede sólo ser comprendida a la luz de la Escritura. Los católicos reconocen que esta enseñanza sobre María se contiene en el dogma» (párrafo 58). La Comisión no resuelve completamente las diferencias entre anglicanos y católicos relativas a los dos dogmas, dado que las conclusiones antes enunciadas se refieren al contenido mariano de los dogmas, no a la autoridad por la que fueron definidos –puntualiza el padre Bolen--. Aún así --sigue--, los redactores de ARCIC tienen confianza en proponer que si los argumentos contenidos en el documento 189 fueran aceptados por la Comunión Anglicana y la Iglesia católica, esto «situaría las cuestiones relativas a la autoridad que surgieron de las dos definiciones (de los dogmas. Ndr) de 1854 y 1950 en un nuevo contexto ecuménico» (párrafos 78, 61-63). El tema de la devoción mariana se trata en la sección final del documento, que comienza con la afirmación: «Estamos de acuerdo en que al comprender a María como el ejemplo humano más completo de la vida de gracia, estamos llamados a reflexionar en las lecciones de su vida recogidas en la Escritura y a unirnos a ella como uno solo no muerto, sino verdaderamente vivo en Cristo» (párrafo 65). La devoción mariana y la invocación a María no supone oscurecer o disminuir la mediación única de Cristo, según el documento, que concluye: «Afirmando juntos sin ambigüedad la mediación única de Cristo, que lleva fruto en la vida de la Iglesia, no consideramos la práctica de pedir a María y a los santos que rueguen por nosotros como división de la comunión... creemos que no hay razón teológica para la división eclesial en estas materias». ARCIC (Comisión Internacional Anglicano-Católica) --instituida en 1970-- e IARCCUM (Comisión Internacional AnglicanoCatólica para la Unidad y la Misión) --desde el año 2000-- son las dos estructuras a través de las cuales se lleva a cabo el diálogo teológico entre católicos y anglicanos. ARCIC concentra su trabajo en los temas de controversia teológica entre católicos y anglicanos. IARCCUM tiene como fin reforzar los objetivos de ARCIC, además de hallar estrategias para traducir en hechos concretos el grado de comunión espiritual alcanzado. El diálogo al que convocaron Pablo VI y el arzobispo de Canterbury –Michael Ramsey—en 1966 se estableció en 1970: la primera fase del trabajo de ARCIC (1970-1981) se tradujo en las declaraciones sobre la Eucaristía, el ministerio y dos sobre la autoridad en la Iglesia; la segunda fase de trabajo de ARCIC (1983 hasta el presente) incluyó declaraciones sobre la salvación y justificación, la naturaleza de la Iglesia, más trabajo sobre la autoridad de la Iglesia y ahora sobre el papel de la Virgen María en la doctrina y vida de la Iglesia. 190 El jueves «María: Gracia y Esperanza en Cristo» también se presentará conjuntamente en la Abadía de Westminster (Londres, Inglaterra). Este documento sobre María --fruto del trabajo de los 18 miembros de la Comisión (los anglicanos son nombrados por el arzobispo de Canterbury en consulta con la Oficina de la Comunión Anglicana, mientras que los católicos son designados por el Consejo Pontificio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos)-- completa la segunda fase del trabajo de ARCIC. Se anticipa --dice el padre Bolen-- que una tercera fase de trabajo iniciará a su debido tiempo. ************ APÓCRIFOS SUMARIO: I. Origen y semántica de la palabra "apócrifo" II. Canon bíblico y literatura apócrifa III. Repercusión de los apócrifos en la cultura IV. División de los apócrifos: 1. Antiguo Testamento; 2. Nuevo Testamento: a) Evangelios, b) Hechos y leyendas, c) Cartas, d) Apocalipsis V. 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. Enseñanzas mariológicas: Prehistoria; En el templo; El anuncio; Madre-virgen; Los tiempos de la pasión y de la resurrección; Asunción; La suspensión de las penas del infierno 191 VI. Los apócrifos como hecho cultural. 1. Origen y semántica de la palabra "apócrifo" El significado de la palabra apócrifo, que es la transcripción de un adjetivo griego, es el de oculto, escondido. Aunque su semántica no sea lineal, es posible señalar en ella algunos significados complementarios, que se pueden reconocer en la acepción genérica y común de sustraído a las miradas. El origen de su uso, en contra de lo que se ha sostenido hasta hace poco tiempo, no tiene que buscarse en los ambientes sinagogales, en donde los códices que se hacían inservibles se retiraban del uso público y se dejaban en un lugar cerrado (genizah), lejos de toda profanación, sino más bien en el ambiente cultural pagano. Allí, junto a los misterios ocultos y revelados de Dioniso, se encuentran: el himno a Zeus, que celebra la hazaña del dios que, "después de haberlo escondido todo, lo devuelve todo a la luz gozosa, haciendo cosas maravillosas"; la noticia de Sudas, según el cual Ferécides, maestro de Pitágoras, habría aprendido la filosofía leyendo los libros secretos de los fenicios; Flavio Josefo, que considera a Tales como discípulo y seguidor de doctrinas secretas llegadas del oriente. Todo esto desplaza el problema de la semántica de esta palabra y señala su origen en el contexto cultural pagano. De ese mismo ambiente pagano se deducen con evidencia dos acepciones: la que se lee en el himno a Zeus, acompañada de la reviviscencia, y la relacionada con Ferécides y con Tales, que revela la importancia de la lectura de los libros secretos de los fenicios y de las tradiciones orientales. Con esta segunda acepción se relaciona la noción que se divulgó por primera vez en la antigua literatura cristiana. Por tanto, apócrifo no tenía inicialmente el sentido de texto falsificado o adulterado, sino que indicaba algo escondido, debido a su valor y a su alto aprecio, que no podía ser conocido por todos. En este sentido se mueve también el gnosticismo, que concedía una atención privilegiada a las doctrinas esotéricas y los criptogramas, no sólo ante el temor de que fueran revelados sus contenidos, sino también para mantener sus enseñanzas en un clima de misterio y de iniciación. El papiro mágico de Leiden resume así esta actitud: "Tenlo escondido como gran misterio; escóndelo; escóndelo". Otras expresiones tienen este mismo carácter técnico y designan libros o inscripciones que poseen un valor especial. El carácter peculiar de estos libros se manifiesta también gracias a los 192 criptogramas con que se escribían. Avisos análogos a los que nos refiere literalmente el papiro mágico de Leiden se encuentran también en escritos de Nag-Hammadi. Los heresiólogos tienen la convicción de que el recurso al empleo de libros y de instrucciones secretas era frecuente entre los gnósticos. Los mismos esenios no parecen estar libres de esta moda: los libros de un contenido elevado no podían ponerse al alcance de todos. Este fenómeno se muestra cargado de significación apenas se piensa en la composición de esa comunidad y en su rigor. En Qumrán este hecho asume proporciones más evidentes; en efecto, son contados entre los impíos todos los que no se han interesado por los estatutos, los que no los han estudiado para conocer las cosas allí escondidas. El paso semántico desde la acepción de un texto que contiene doctrinas esotéricas o de alto valor que no deben ponerse al alcance de todos hasta la de libros falsos e inaceptables en oposición a la verdad resultó muy fácil, sobre todo cuando, para encontrar crédito entre sus lectores, el autor se escondía bajo el nombre de un apóstol o de un personaje prestigioso de la primera generación cristiana. Esta literatura alcanzó una gran difusión y un notable éxito, aunque suscitó la reacción de la gran iglesia que se expresaba por boca de sus obispos y doctores, que descubrían en ella, no sin razón, una contraposición a la literatura oficial (=canónica). Hasta la reforma protestante, en línea de principio, la distinción entre libros apócrifos y libros canónicos es bien clara. Siguiendo una sugerencia de san Jerónimo, los protestantes se sirvieron de la palabra apócrifo para indicar aquellos libros del AT que habían tenido una canonicidad discutida durante algún período de la historia del canon, es decir, los deuterocanónicos, mientras que a los libros llamados tradicionalmente apócrifos se les dio el nombre de pseudoepigráficos. Para el NT siguió intacta la división entre libros protocanónicos, deuterocanónicos y apócrifos. Actualmente, para la cultura católica, la palabra apócrifa tiene un significado bien definido e indica aquellos libros que por su título o por su materia presentan cierta afinidad con la biblia. Mientras que la iglesia les niega todo carácter sobrenatural y los excluye del número de los libros que son fuente de revelación (=canónicos), bajo el perfil literario de la historia de la literatura cristiana antigua tienen un peso relevante, no sólo porque son portadores de modos alternativos de interpretar el mensaje de Cristo y ponen al día al lector moderno sobre los contrastes que 193 surgieron poco después de la fundación del cristianismo, sino también porque atestiguan la formación de algunas sectas, refieren sus doctrinas y el esfuerzo de sus fundadores por conjugar la religión y la especulación filosófica y en algunos aspectos contienen los prolegómenos de movimientos rigoristas que tuvieron repercusiones a lo largo de la historia de la iglesia. Además hay que recordar que los apócrifos eran el texto oficial de ciertas comunidades y de ciertos ambientes en los que la separación de la gran iglesia no era tan clara como se supone, sin que haya que excluir la hipótesis, para los tiempos del NT, de que recojan algunos dichos del Señor que omitieron los evangelios canónicos (cf He 1,4-5.7-8; 20,35; 1Cor 11,24-25; 1Tes 4,15-17; Ap 16, 15; etc.). Algunos apócrifos neotestamentarios se mueven en un doble camino: en el camino de la tradición oral, que refiere muchas más cosas de las que se escribieron, y en el camino de la tradición escrita, cuyos prototipos y contenidos pueden descubrirse en los escritos canónicos y en aquellos a los que alude Lucas en el prólogo a su evangelio. Sobre los escritos, para los que se presume una fecha muy remota (Evangelio de Pedro, de los Hebreos, de los Ehionilas, etc.), tan sólo unos pocos años (¿quince o poco más?) posterior a la redacción final de los escritos joaneos, no ha de infravalorarse la hipótesis de que nos encontremos en algunos casos frente a fuentes dignas de respeto y en cierto sentido únicas. No es posible precisar más las cosas, dado que algunos de esos dichos, restos de evangelios perdidos, sólo han llegado a nosotros en tradición indirecta. II. Canon bíblico y literatura apócrifa La postura oficial de la iglesia sobre su origen humano y, por tanto, fuera del contexto carismático de la divina inspiraciónque animó e indujo a los hagiógrafos a escribir sus obras, está clara desde el momento en que cristalizó la formación del canon bíblico. A pesar de ello, no existe ningún documento ni ninguna lista de apócrifos emitidos por el magisterio con una condenación explícita anexa. El decreto gelasiano "De libris recipiendis et non recipiendis" (por el año 500; DS 354), que parece acercarse más que los otros documentos al estilo de los expedientes condenatorios, tiene un carácter privado y no puede ser adoptado como texto oficial. En efecto, los capítulos 4-5 les parecen a los críticos obra de una persona privada, que depende 194 para sus noticias de Jerónimo, de Agustín, de la carta de Inocencio 1 al obispo Exuperio de Tolosa y de la de León 1 a Toribio, obispo de Astorga, trabajo recopilatorio privado que no puede pretender ser asumido como acto oficial de la iglesia. Los concilios de Florencia y de Trento, que dieron la lista de los libros canónicos, no se pronunciaron sobre los apócrifos. III. Repercusión de los apócrifos en la cultura Se debe a esta condición el hecho de que la literatura apócrifa pudiera desarrollar su propia actividad en la historia de la iglesia y hacerse valer en el arte, en la liturgia, en la piedad cristiana y en algunos escritores, especialmente de la edad media, que les concedieron derecho de ciudadanía. Las siguientes noticias, por lo que nos es dado saber, no tienen ningún fundamento fuera del de los apócrifos: los nombres de los padres de la Virgen, Joaquín y Ana; la presentación de María niña en el templo; el nacimiento de Jesús en una cueva en presencia del buey y de la mula; los ídolos que se derrumban con ocasión de la huida a Egipto; el nombre de los magos, Melchor, Gaspar y Baltasar; la historia de Dimas y Gestas, los dos ladrones crucificados con Jesús; el nombre de Longinos, que traspasó con su lanza el costado de Cristo; el relato de la Verónica; el Quo vadis?; el martirio de Andrés; la actuación de Pedro en Roma; la muerte y la asunción de María, etc. Se trata de todo un conjunto de noticias que han entrado con fuerza incluso en la liturgia y no sólo en el folclore cristiano, estimulando a la piedad popular por su inmediatez y por su consonancia con las aspiraciones más sencillas de la gente. En el terreno artístico no es menor su influencia; ya desde la más remota antigüedad la iconografía apeló a ellos con entusiasmo. Los mosaicos del arco triunfal de Santa María la Mayor, de Roma, que se remonta a los tiempos del papa Sixto (435), reproducen escenas sacadas del Protoevangelio de Santiago y del Pseudo-Mateo. La huida a Egipto fue un tema predilecto de muchos artistas (cf las vidrieras de la catedral de Le Mans, el transepto del coro de Notre Dame, de París, etc.); igualmente, la escena del desposorio inmortalizada por Rafael y por Benozzo Gozzoli y aquella otra en donde aparece María sentada con la rueca en la mano; el encuentro entre Joaquín y Ana en la puerta de oro (fresco del 1294-1295, Ohvid, Sveti 195 Kliment), los primeros pasos de María (mosaico, Kariye Karmi), el ángel que alimenta a María en el templo (Kariye Karmi), el mosaico de marfil bizantino con las diez escenas de origen apócrifo, la presentación en el templo (puerta San Ranieri de la catedral de Pisa, s. xu; Paolo Uccello; Tiziano), la adoración de los magos (iglesia de San Nazario Maggiore, Milán, s. lv; basílica de San Vital y sarcófago del s. tv, Rávena), el tránsito de la Virgen (Santa María in Trastévere, Roma), la crucifixión de Pedro con la cabeza hacia abajo (escuela de Giotto, Vaticano; Caravaggio), los frescos anónimos de Castelseprio (Varese). El binomio apócrifos-iconografía mariana se encuentra tanto en la iglesia latina como en la oriental y en la eslava y ha demostrado ser una fuente inagotable de inspiración [-> ArtelIconología]. Las alusiones escuetas a unas influencias que podrían profundizarse y ampliarse mucho más son un signo de que muchas de las cosas que nos refiere la literatura apócrifa reflejan el alma popular cristiana, esa alma que cree en las verdades fundamentales de la fe, pero que, más allá de éstas, desea saciarse con gestos y situaciones en donde lo divino no quede reducido a formas estáticas. A pesar de la multiplicación de las obras apócrifas en los ss. 11 y III y del interés que despertaron en ciertas capas de la cultura cristiana, no sólo entonces, sino incluso en épocas sucesivas, sería históricamente un error pensar que la iglesia se fundamenta con igual seguridad sobre este tipo de tradición que sobre la tradición que apela; directamente a los apóstoles y a través de ellos a Cristo. En la base de su vitalidad y de su existencia no está una amalgama o un revoltijo de doctrinas y creencias heterogéneas, sino una norma válida y reconocida en la que la tradición oral dominante había alcanzado ya su propia estabilidad. Y, esto no solamente en los tiempos de mayor claridad doctrinal, sino incluso cuando pululaban los escritos apócrifos y éstos podían ser asumidos como indicios de falta de una orientación normativa. En realidad era a esta orientación -que había que buscar en la Escritura- a la que apelaban consciente o inconscientemente incluso los que no estaban en consonancia con la gran iglesia. Por lo demás, la penetración del cristianismo en las comunidades maniqueas de Asia con el Evangelio viviente de Manes y en aquellas zonas geográficas en donde actuó más tarde Mahoma, que acogió no pocas noticias de origen apócrifo, se debe en parte precisamente a estos escritos. 196 IV. División de los apócrifos 1. ANTIGUO TESTAMENTO. Precisamente porque presumen de imitar a la Escritura y forman una literatura colateral, los apócrifos son susceptibles,, con cierto margen de opinabilidad, de la división que se ha hecho ya clásica en la biblia. Teniendo en cuenta los elementos predominantes, los apócrifos del AT se dividen en históricos, didácticos y apocalípticos. Entre los libros históricos podemos situar: la Carta de Aristeas (ss. mi a.C.), que narra el origen de la versión de la biblia de los Setenta; el Libro de los Jubileos (finales del s. u a.C.), epítome de la historia del pueblo elegido desde la creación hasta el éxodo; el Tercer libro de los Macabeos (100-70 a.C.), que narra la persecución de Tolomeo IV contra los judíos de Egipto; el Tercer libro de Esdras (100 a.C.), donde se traza la historia del templo desde Josías hasta la reconstrucción en la época de,Esdras; El Documento sadoquita de Damasco (comienzos de la era cristiana), que contiene la historia misteriosa de la secta judía que se estableció en Damasco y los principales rasgos de- su programa. También hay que situar en el género histórico las numerosas Vidas de Adán y Eva. En los libros didácticos las enseñanzas van asociadas a noticias históricas que pretenden ser su justificación. Hemos de recordar: La historia y las máximas de Ajicar (sabio que vivió en tiempos de Senaquerib), que comprende dos series de máximas insertas en un relato emparentado con pasajes bíblicos y con obras profanas; la Oración de Manasés (s. I a.C.), que desde su prisión de Babilonia suplica a Dios que le ha ga volver a Jerusalén; el Testamento de los doce patriarcas (hacia el 150 a.C.), que refiere las exhortaciones de cada uno de los hijos de Jacob a sus respectivos descendientes en un entramado de noticias biográficas y mesiánicas; los Salmos de Salomón (después del año 48 a.C.), eco del encendido mesianismo nacionalista de la época; el Cuarto libro de los Macabeos (de los tiempos de Cristo), intento de demostrar el poder soberano de la razón sobre las pasiones; las Odas de Salomón (hacia el 150 a.C.), en número de 48, que cantan el agradecimiento a Dios de un piadoso israelita. Los apocalipsis, muy numerosos en. los tiempos precristianos y cristianos, se definen como un intento de escudriñar el futuro y en particular los últimos tiempos. Los Libros (u Oráculos) sibilinos -composición en verso en quince libros con material que 197 va desde el s. II a.C. al vi d.C.- son una amalgama de elementos paganos, judíos y cristianos; el libro III, que se remonta al año 140 a.C., es el más importante y rico de todos; los libros XI-XIV, de época cristiana, son un tratado de historia profana. De Henoc existen tres Apocalipsis: uno etíope, llamado así porque ha llegado a nosotros en esta lengua, es una recopilación de diversas obras entre el 170 y el 64 a.C.; gozó de mucho éxito entre los judíos y los cristianos por la complejidad de los temas que recoge: cosmológicos, oníricos, parabólicos, apocalípticos, etc.; otro eslavo (en eslavo antiguo), de comienzos de la era cristiana, llamado también Libro de los secretos de Henoc, describe el viaje de Henoc a través de los cielos, la creación y la caída del hombre y los misterios del futuro; y otro hebreo, compuesto de diversos trozos del s. 1 al in d.C., que contiene nuevas revelaciones, impregnadas de mística judía, sobre las maravillas del cosmos. La Asunción de Moisés (comienzos de la era cristiana), en el contexto de la historia de Israel desde Josué hasta los hijos de Herodes el Grande, entremezcla las glorias y las derrotas, dirigiendo palabras de consolación a un pueblo de nacionalismo rígido y fanático. El Cuarto libro de Esdras (finales del s. 1 d.C.), obra homogénea que contiene siete visiones, tres de las cuales se refieren a los destinos de Israel y del mundo en general; otras tres son más específicamente de índole mesiánica (Jerusalén, juicio y venida del mesías), y el último justifica el origen de los apócrifos. El Apocalipsis de Abrahán (finales del s. 1 d.C.) trata de la conversión de Abrahán (cc. 1-18) y contiene nuevas revelaciones apocalípticas (cc. 9-32). El Apocalipsis siriaco de Baruc '.(comienzos del s. II d.C.), en 86 capítulos, narra la caída de Jerusalén por obra de los caldeos (cc. 1-12) y las vicisitudes alegres o amargas de la nación (cc. 13-76); en una última carta exhorta a la observancia de la ley (cc. 77-86). La Ascensión de Isaías es una obra de recopilación que contiene el martirio de Isaías (s. 1 a.C.), su visión (origen cristiano, s. 11 d.C.) y un apocalipsis sobre la muerte de Cristo, sobre la persecución de la iglesia y el final de los tiempos (origen cristiano; finales del s. 1). Nota dominante de los apócrifos veterotestamentarios es la de haber sido compuestos en momentos de calamidades nacionales y de ser, por consiguiente, a su modo, testigos que reavivan en los lectores la esperanza de futuras victorias con la recuperación de la identidad nacional. En las partes en que es más fuerte el acento mesiánico, las interpolaciones cristianas no han pasado inobservadas a los ojos de los críticos. A pesar de una buena 198 dosis de artificiosidad, permiten señalar algunas corrientes de pensamiento y ciertas constantes mesiánicas, que se hacían más vivas en la inminencia de la venida del Salvador. En este sentido los apócrifos son mensajeros de las aspiraciones religiosas de los judíos contemporáneos de Cristo. En particular los apocalipsis, que refieren sus concepciones escatológicas, sus aspiraciones y sus sueños, abren un destello de luz sobre los primeros oyentes del mensaje evangélico. 2. NUEVO TESTAMENTO. También los apócrifos que se mueven dentro del área del NT siguen más o menos las pistas de los del AT; por consiguiente, podemos dividirlos en evangelios, hechos, cartas y apocalipsis. En relación con la literatura análoga del AT, esta del NT es más variada, más numerosa, está mejor conservada y no raras veces es expresión de tendencias centrífugas que surgían de la gran iglesia. Se trata de una literatura cuyo sujeto pertenece al pasado, pero que puede ser reinterpretado de forma diferente respecto a la interpretación oficial o semioficial; del comportamiento histórico de ese sujeto se sacan implicaciones éticas y formas programadas de vida cristiana más rígidas que las que se registran o se esbozan en la literatura canónica. Se trata de un mundo más rico y variado. a) Evangelios. La primera distinción material tiene que hacerse entre evangelios fragmentarios y evangelios conservados íntegramente o casi enteros. En general, los primeros son más antiguos que los segundos y, cuando los fragmentos permiten trazar un discurso continuado (cf Evangelio de Pedro), revelan un notable esfuerzo hermenéutico del hecho cristiano y de adhesión a los textos canónicos, que se va atenuando a medida que nos alejamos de los tiempos de Cristo. Su nivel no alcanza al de los evangelios canónicos, aunque no faltan algunos trozos de hechura y de contenido interesantes. Formaban parte de evangelios perdidos los fragmentos que figuran con el nombre de Papiros de Oxyrhinchus 654 (por el año 200), 1 (después del 200), 655 (ss. 11-111), 840 (ss. iv-v), 1224 (por el 400); el Papiro de Egerton (antes del 150), el Papiro del Cairo 10.735 (ss. vi-vil), el fragmento de Fayun (280300), el Papiro copto de Estrasburgo (ss. v-vi), el Papiro de Berlín 11.710 (s. vi). Las fechas indicadas se refieren al papiro, no al tiempo de la composición, que es más antiguo. Son incompletos los evangelios judeo-cristianos de los Hebreos (comienzos del s. it), de los Ebionitas (100-150), el Evangelio de 199 Pedro (130-150), el Evangelio de los egipcios (100-150), el Evangelio y las tradiciones de Matías (100-150). La característica de este primer grupo es el de ser afines a los evangelios canónicos; las tendencias heterodoxas que se observan son tenues y no están definidas aún con claridad. Existe otro grupo de escritos, muy antiguo, atribuido a heresiarcas o a sus seguidores, en donde es evidente la propuesta herética. Entre éstos hay que mencionar el Evangelio de Cerinto (s. lt), el de Basílides (s. u), el de Marción (s. u), el de Apeles (s. u), el de Bardesanes (t 222), el de Manes (217276), transmitidos todos ellos en tradición indirecta. Los evangelios que se conservan íntegramente son numerosos; atendiendo a su contenido podemos dividirlos en dos grupos: 1) evangelios gnósticos y afines: son relativamente numerosos y pueden clasificarse de varias maneras; 2) evangelios que se refieren a los parientes de Jesús: evangelios de la infancia, de la pasión y de la asunción. Del primer grupo los más importantes son: el Apocryphon Joannis (100-150), el Evangelio de Felipe (¿s. tu?), el Evangelio de Tomás (hacia el 150), el Evangelio de María (s. n), el Evangelio de Tomás el Atleta (ss. ii-ni), el Evangelio de Verdad (s. 11), el Libro sagrado del gran Espíritu invisible (250-300), la Pistis Sophía (h. el 240), la Sophía de Jesucristo (ss. u-nl), 1-2 Jeu (comienzos s. tu), evangelio gnóstico acéfalo (comienzos s. iii). Su característica dominante es la marca gnóstica, muy difuminada en algunos escritos (Evangelio de Tomás, de Felipe y de Verdad), mientras que en otros se percibe con toda claridad. Encontrados en gran parte en la biblioteca gnóstica de NagHammadi, han suscitado un nuevo interés no sólo para la profundización en ese fenómeno tan complejo que fue el gnosticismo, del que se han podido iluminar algunos aspectos, sino también para ver su relación con los evangelios canónicos. Entre los evangelios relacionados con los parientes de Jesús se encuentra el justamente llamado Protoevangelio de Santiago (h. el 200), que recoge tres textos básicos: una vida de la Virgen basta la anunciación, el relato de José desde el nacimiento de Jesús hasta la adoración de los magos y una relación sobre la matanza de los inocentes y el martirio de Zacarías. l,a composición, que elabora datos sacados de los evangelios canónicos enriquecidos con tradiciones ambientadas en 200 Jerusalén, sufrió en el occidente latino refundiciones sólidas y radicales que dieron lugar al Evangelio del Pseudo-Mateo (ss, viiviii) y al Libro de la Natividad de María (846-849). Es distinto por su temperamento y por su orientación el Evangelio del PseudoTomás (¿s. vi?), que narra los milagros de Jesús entre los cinco y los doce a¡tos. A pesar de las intenciones edificantes que parece seguir, crea no pocos problemas, ya que en su elaboración, evidentemente tardía, mantiene sin alteraciones los trozos gnósticos primitivos. Otras composiciones claramente eclécticas son el Evangelio árabe(ss. VI-VII), inspirado en el Protoevangelio de Santiago y en el Evangelio de Tomás; el Evangelio armenio (h. el 599), que refiere los nombres de los magos (s. xi), y la Historia de José el carpintero (600-650). Los apócrifos de la infancia que acabamos de recordar se reconocen en los relatos de Mt 1-2 y de Lc 1-2 y parcialmente en el Protoevangelio de Santiago, del que desarrollan algunos puntos; refieren tradiciones y leyendas que se formaron en torno a la infancia del Salvador, dirigidas a completar las noticias tan escuetas de Mateo y de Lucas y a transmitir mediante la narración algunas posturas teológicas locales, que no podrían aceptarse de otro modo. Junto con los apócrifos de la asunción, presentan una teología mariana respetable en muchos sentidos y en sintonía, como expresión popular de fe, con algunas proposiciones de la teología oficial de la iglesia. Los evangelios de la pasión están representados ante todo por el Evangelio de Nicodemo (s. vi en la forma actual, pero en su original debió de ser del 100-150), que comprende dos partes inicialmente distintas: las Actas de Pilato, una especie de informe sobre la pasión y la resurrección de Jesús, y el Descensus ad inferos, narración de dos testigos oculares que resucitaron cuando la muerte de Cristo, sobre cómo éste liberó a los justos de la antigua alianza. Otros evangelios de diversa densidad teológica, pero más bien tardíos, son el Evangelio de Bartolomé (s. vi), el Libro de la resurrección de Cristo del apóstol Bartolomé (ss. vil-vil¡), el Evangelio de Gamaliel (¿s. vi?). Podría continuarse esta lista con otra docena de libros que tienen por protagonista a Pilato y las cartas que intercambió con Tiberio sobre la muerte de Jesús, juntamente con otras obras compuestas en la edad media. Pero en este punto decae el interés, ya que pierden la característica de testigos de las aspiraciones y anhelos típicos de las primeras generaciones cristianas. 201 El grupo de la asunción de María está representado por la Dormición de la Santa Madre de Dios, de Juan el Teólogo (ss. ivv en su forma actual) y por el Tránsito de la B. Virgen María, de José de Arimatea (posterior al anterior). Estas dos composiciones son las que han gozado de mayor éxito y las que abrieron el camino a la difusión de otros libros asuncionistas, especialmente en la edad media. En la Dormición de la Santa Madre de Dios se han conservado noticias y formas literarias judeo-cristianas, más evidentes en el códice Vaticano griego 1.892, que autorizan la hipótesis de un arquetipo que se remonta al s. n-ui 23. La fraseología judeo-cristiana, en este caso no herética, se expresa en la doctrina de Cristo-ángel, de la escala cósmica, de los siete cielos, de los secretos comunicados a María y en el uso de la tríada cuerpo-alma-espíritu típica de este período. La Dormición sería, por consiguiente, un producto de esa corriente, que se vio sometido a sucesivas reelaboraciones. Parece corroborar la hipótesis de un arquetipo judeo-cristiano el Libro del reposo etíope (ss. vvt), que a pesar de su refinada estructura no ha logrado eliminar los frecuentes theologoumena judeocristianos, que han hecho pensar en su fecha de origen. Muy probablemente se compuso en griego, y si los theologoumena judeo-cristianos no se resuelven en un antojo para acreditar su propia antigüedad, debe considerarse como portador de tradiciones muy antiguas recibidas por sus composiciones posteriores. Los numerosos relatos asuncionistas tardíos datan del s. vi y repiten con ligeras variantes el esquema del autor de la Dormición: un mensajero anuncia a María que se aproxima su tránsito; ella lo está deseando; entretanto, llegan para asistirla los apóstoles, que, después de su muerte, organizan el cortejo fúnebre, perturbado por los judíos, y su sepultura; después de la sepultura sucede algo extraordinario que luego es interpretado en el sentido de la no permanencia del cuerpo de María en el sepulcro para disolverse en el polvo. En este sustrato común cada uno de los autores introduce algún motivo propio y todos se muestran de acuerdo en invocar una grandeza del pasado a la que apelar y en la afirmación de que el final de María fue distinto del de los demás mortales. Sobre esta diversidad se insertan las interpretaciones de lo que sucedió después de la sepultura. Los relatos evangélicos de la resurrección de Jesús, ¿pudieron servir de modelo para idear algo análogo en María? ¿O más bien se trató de una tentación -difícilmente superable- para seguir un camino que recogiera algo que tenía cierta historicidad, de hecho 202 acaecido, rodeándolo de un marco imaginario? La lacónica afirmación de san Epifanio: "Nadie sabe cómo sucedió el final de María", no satisfacía a la exuberante y encendida fantasía de estos novelistas cristianos, invitándoles a recorrer otros caminos. b) Hechos y leyendas. También este segundo grupo se sirvió de los nombres de los apóstoles para ganar prestigio. El escrito más antiguo son los Hechos de Juan, compuestos en Asia Menor entre el 140-150, tal como resulta de los contactos con el Apocryphon Joannis escrito antes del 180. De carácter gnóstico, se observan en él huellas profundas de docetismo (polimorfia del cuerpo de Cristo e interpretaciones alegóricas de la pasión), de monarquianismo, presente casi por todas partes; de encratismo (castidad conyugal, exaltación de la virginidad de Juan). En el aspecto doctrinal no alcanza el nervio de los escritos de Valentín, de Basílides o Bardesanes. Los Hechos del Pseudo-Prócoro (ss. v-vi) son una novela, en la que el único dato cierto son los nombres de Juan y de Prócoro, uno de los primeros diáconos (He 6,5). De orientación diametralmente opuesta a los anteriores, Juan no es un asceta ni un ermitaño ni un encrático, sino un presbítero casado que lleva una vida feliz. El ciclo paulino comprende los Hechos de Pablo y Tecla, la correspondencia con los corintios y el martirio (190-200). Sus contenidos reflejan la teología popular del s. II: el monoteísmo contrasta con el politeísmo del gobernador de Éfeso; Jesús vino al mundo cuando el Espíritu entró en el seno de María (3 Corintios, vv. 5-6.13); los dos Testamentos están estrechamente coordinados entre sí; la economía divina tiene su sello en la resurrección final. A pesar de que su moral no es exageradamente severa, el encratismo deja sentir su presencia. En la Pasión de Pablo se defiende de forma vigorosa la realeza de Cristo unida a su humildad. Cristo y el emperador personifican dos modos distintos e inconciliables de culto. En el ciclo de Pedro hay que destacar los llamados Hechos de Vercelli, redactados casi seguramente en Siria o Palestina por el año 190. A pesar de la precaria condición en que nos han llegado, su texto ha podido reconstruirse casi en sus dos terceras partes gracias a las diversas fuentes. El encratismo se entremezcla con el docetismo y con la celebración de la eucaristía con pan y agua. Refiere la noticia de la crucifixión de Pedro con la cabeza abajo. En las Pseudoclementinas (s. u) se 203 recogen trozos del kerygma de Pedro con ideas catequéticobautismales más propias de una secta judeocristiana de orientación gnósticoelcasaítica que de la gran iglesia. Los temas, muy arcaicos, están teñidos de esoterismo. Los Hechos de Tomás (h. el 250), conservados íntegramente y escritos probablemente en Edesa, proceden de una matriz gnóstica que sigue las tendencias personificadas en Bardesanes. Han pasado a la historia sobre todo por los himnos litúrgicos, el más célebre de los cuales es el Himno del Redentor (108-113), que tenía inicialmente una existencia independiente. Cristo es el hijo del Rey, enviado desde su país' natal, situado en oriente, hasta Egipto, en occidente, para vencer al dragón y conquistar la perla. El país de oriente es el cielo, de donde Cristo desciende al mundo pecador para rescatar las almas presas por la materia. Tomás no es sólo el alter ego de Jesús, el que conoce y revela los misterios ocultos de Cristo, sino también el mistagogo (cc. 26-27.49-50.121.123.157). En calidad de tal, pronuncia dos epiclesis, una para la consagración del aceite (c. 27) y la otra eucarística (c. 50). (Las noticias relativas a una misión de santo Tomás a la India en tiempos del rey Gundaforo [s. i] no están documentadas.) Del texto original dedos Hechos de Andrés (250-300) sólo quedan algunos fragmentos y unas pocas citas; sin embargo, son numerosas las remodelaciones que directa o indirectamente bebieron de él. Es lo que puede verificarse en las Cartas de las iglesias de Acaya, que narran la pasión de Andrés, y en el Libro de los milagros de Andrés, compuesto por Gregorio de Tours 30. El problema de su historicidad es complejo por la naturaleza de su contenido y por su estilo novelado. Un dato común es que Andrés, desde la cruz en donde estaba colgado, dirigió un largo discurso a los presentes invitándoles al encratismo absoluto. Esto provoca profundos conflictos en las familias y la muerte del apóstol. Los Hechos de Felipe (300-350) están construidos sobre tradiciones antiguas, que señalan a Hierápolis de Frigia como lugar de su actividad. Las incoherencias del texto, que goza de una envidiable tradición, revelan la pluralidad de revisores que trabajaron en torno al escrito primitivo y probablemente la existencia independiente de material, al que se le dio cierto orden. Aunque carece de algunas partes, se advierte en él la 204 influencia gnóstica, que se concreta en un movimiento ascéticomístico con algunos de los errores acogidos por los mesalianos. Los Hechos de Tadeo (400-450) guardan relación con la antigua leyenda de Abgar el Negro, rey de Edesa (179-216), que invitó a Jesús a su reino para que con sus poderes taumatúrgicos lo curara de una enfermedad. Jesús responde a su invita ción prometiendo enviarle un discípulo. Después de la resurrección de Jesús, Tomás envía a Tadeo, que en la tradición siriaca se convierte en Addai, uno de los setenta discípulos, que cura al rey y convierte al cristianismo a toda Edesa; Eusebio de Cesarea (Hist. Eccl. 1, 13), que refiere haber traducido del siriaco al griego la correspondencia que se cruzó entre Abgar y Cristo, confunde a Abgar V, dedos tiempos de Cristo, con Abgar IX, del s. u (179-216). La unificación cronológica le permitió dar crédito a la leyenda. Los hechos mencionados son los más importantes; existen otros que podríamos llamar de la segunda generación, en donde se presenta a los apóstoles emparejados: Pedro y Pablo, Andrés y Matías, Pedro y Andrés, Pablo y Andrés, etc., y otros también con el nombre de un solo personaje. Si exceptuamos los Hechos de Tadeo, los demás tienen huellas más o menos marcadas de gnosticismo y de encratismo sexual. Esto indica su carácter local y la zona geográfica en donde tuvieron origen, que no coincidía con todas las zonas en que se había predicado el evangelio; su éxito se mantuvo circunscrito y nunca lograron imponerse en una escala demasiado amplia. c) Cartas. No es un género literario muy cultivado por la pseudoepigrafía, a pesar de que resulta bastante antiguo el uso de poner en circulación cartas espúreas. Son conocidas las cartas espúreas del tirano de Acrapas, Falaris (550 a.C.), de Alejandro Magno, de Aristóteles, de Anacarsis, de Pitágoras, de Sócrates, de Platón, de Diógenes, etc. También Pablo se lamenta de que alguien haya utilizado su nombre para escribir a los tesalonicenses y perturbar su vida (2Tes 2,2). La más célebre y antigua es la Carta de Bernabé (117-138), que se presenta más como un tratado de teología que como una carta. La atribución a Bernabé no se deduce del escrito, sino de una tradición muy antigua. Su autor, que no puede ser el discípulo Bernabé, compañero de Pablo, es probablemente 205 alejandrino, sensible a las teorías y al método exegético de Filón y adversario del AT. La finalidad declarada al comienzo es la de conseguir mediante la fe un conocimiento perfecto (1,5). El AT tiene que interpretarse en sentido espiritual (cc. 1-17); hay dos caminos que recorren los hombres, el de la luz y el de las tinieblas. Los temas arcaicos de la teología cristiana aparecen bien subrayados: Cristo preexiste a la encarnación; el bautismo concede la adopción de hijos, imprime en el alma la imagen y la semejanza divinas y transforma al bautizado en templo del Espíritu Santo; el domingo ocupa el lugar del sábado de los judíos; es el día de la resurrección. La Carta de los apóstoles (160170), dirigida a todas las iglesias, es un camino medio entre el estilo evangélico, el epistolar y el apocalíptico. Describe en primer lugar la muerte y la resurrección del Señor, deteniéndose luego en los signos precursores de la parusía y en el juicio final. Conoce el NT, especialmente el evangelio de Juan, cuyas ideas filtra; el Apocalipsis de Pedro (125150), la Carta de Bernabé (117-138), el Pastor de Hermas (140-150); propugna la divinidad de Cristo y sus dos naturalezas. En conjunto, manifiesta una pronunciada tendencia antignóstica. El ciclo epistolar paulino comprende: la Carta a los Laodicenses (160190), mediocre en su estilo latino y en sus contenidos, provocada por Col 4,16; es un centón de pasajes de las cartas canónicas, sobre todo de la dirigida a los filipenses. De la Carta a los Alejandrinos (160-190) se conoce sólo su existencia; la Tercera carta a los Corintios ocupa un lugar en los Hechos de Pablo (VII, 3); como respuesta a una misiva anterior de los corintios, remacha las enseñanzas tradicionales sobre la creación del mundo, sobre las relaciones entre el género humano y el Creador, sobre la encarnación del Logos y la resurrección de la carne. La Correspondencia entre Pablo y Séneca (s. iv), formada por ocho cartas del filósofo y siete breves respuestas de Pablo, se propone hacer leer en la sociedad romana la literatura paulina auténtica; con este objetivo se invita a Pablo a conjugar la elevación de pensamiento con la finura de estilo (Carta 7). Parece tratarse de una composición hecha por encargo. El epistolario apócrifo tiene un doble ropaje: escritos sumamente ricos y determinados; escritos pobres y sin consistencia. El fenómeno tiene que ver con los temas escogidos y con la capacidad de los autores para desarrollarlos. Las dos cartas, de 206 Bernabé y de los Apóstoles, pueden contarse entre los escritos más destacados de la literatura cristiana antigua, ya que no solamente son expresión de la corriente antijudía, sino que representan todo un movimiento teológico que ha hecho reflexionar en las características y en la función histórica del AT. d) Apocalipsis. El género apocalíptico, canónico o extracanónico, ha sido siempre cultivado con interés, ha conocido éxitos lisonjeros y ha llamado la atención de los estudiosos de todos los tiempos por el notable peso que ha tenido en el terreno críticoliterario y en el histórico-religioso, sobre todo por su profundo sentido de misterio y de incertidumbre que acompaña a los últimos tiempos del mundo y que preocupa a la mente y al corazón de todo creyente. El género apocalíptico intenta describir de forma enigmática lo que acaece o tendrá que acontecer y concede un amplio espacio a la descodificación de los destinatarios. Pero no está ausente tampoco el aspecto parenético ni el soteriológico. La comunidad judía o cristiana puede ver reflejadas o repetidas en la historia las peripecias del mesías, cuyo contenido es un mensaje de fe y de esperanza. Estas características, más propias de la apocalíptica canónica, no faltan sin embargo en los apocalipsis apócrifos. La Ascensión de Isaías (100-150 d.C.) es el resultado de la unión no muy elaborada de un Martirio de Isaías (50 a.C.-50 d.C.) con la Visión de Isaías (100-150), realizada por un judeo-cristiano. Mientras que el Martirio adolece de la mentalidad típica de la secta que se instaló en Qumrán -y por tanto su autor debería ser un miembro o un admirador de la misma-, la Visión recoge el ambiente típico judeo-cristiano de la primera mitad del s. II con sus temas arcaicos: Dios Padre es el inefable, que sigue estando velado para el mundo; su nombre no se ha dado a conocer; él es la Gran Gloria. El Hijo y el Espíritu Santo reciben la misma gloria del Padre. El Amado (apelativo frecuente del Hijo) viene al mundo por medio de María, después de haber atravesado los siete cielos, lleva a cabo la obra de la redención y recorre en su regreso el mismo camino hasta sentarse a la diestra de la Gran Gloria. El Espíritu Santo es concebido como un ángel que recibe la misma adoración que el Hijo. Entre la ascensión del Hijo y el fin del mundo actúa la iglesia. La resurrección final parece estar reservada a los impíos para su condenación, mientras que los justos gozarán de una resurrección pneumática. 207 El Apocalipsis de Pedro (h. el 135) refiere dos visiones del apóstol: una con los esplendores del paraíso y la otra con los horrores del infierno. Fue muy apreciado desde antiguo y algunos llegaron a considerarlo como inspirado; lo utilizaron los Oráculos sibilinos (II, 190-338) y los Hechos de Tomás (cc. 5557); se advierten algunos ecos suyos más o menos consistentes en la literatura cristiana contemporánea y posterior, en donde se desarrollan las descripciones de las penas de los condenados. El autor ha combinado los pocos elementos apocalípticos canónicos sobre el más allá (cf Is 66,4; Lc 16,19-31; Ap 21) con las ideas egipcias de ultratumba y las de los escritos órfico-pitagóricos. Los pecados y los pecadores están dispuestos en paralelismo. El ciclo apocalíptico de NagHammadi ofrece dos apocalipsis de Santiago (s. n) y un Apocalipsis gnóstico de Pablo (s. ii). El primer Apocalipsis de Santiago, relacionado con los círculos gnósticos de Valentín, está compuesto de dos diálogos didácticopastorales entre Jesús y Santiago, uno anterior a la pasión y el otro posterior. Los temas que se desarrollan son los clásicos de la gnosis: lo preexistente, los seres inferiores, la economía de Cristo y la salvación del discípulo. El segundo Apocalipsis recoge un discurso de Santiago ante el sanedrín, al que sigue la descripción de su martirio. El modelo parece inspirarse en el relato del martirio de Esteban (He 6-7); el conocimiento del mundo judío convierte a su autor en un judeocristiano, que probablemente trabajó con materiales utilizados también por otros autores. Cabe señalar su preocupación por no contaminar el templo con un homicidio. En efecto, Santiago no es lapidado en el lugar sagrado, en donde tuvo el discurso provocativo sobre la doble venida de Jesucristo, sino que fue arrojado desde el pináculo del templo en donde se había apoyado y, estando vivo todavía a pesar de la caída, fue llevado lejos y lapidado. El Apocalipsis gnóstico de Pablo, que ha de identificarse probablemente con el mencionado por san Epifanio (Haer. XXXVIII, 2.5), describe la ascensión extática del apóstol desde la zona de Jericó hasta el séptimo cielo. En el cuarto cielo asiste al juicio de un alma condenada a entrar en un nuevo cuerpo; en el séptimo se ve sometido a un examen, propio de la ascesis gnóstica, antes de alcanzar la sede de los seres espirituales. Este Apocalipsis es muy distinto del otro más conocido Apocalipsis de. Pablo (anterior al 250), conocido quizá por Orígenes. Modelado sobre el de Pedro, desarrolla el tema fundamental de la suerte del alma después de la muerte, tema que pertenece a la 208 literatura clásica egipcia. A los ascetas les está reservado un tratamiento preferencial: visten un hábito angélico y sus labios profieren una plegaria pura (c. 40). En la descripción, fuertemente dramática y realista, es evidente la intención de impresionar a la conciencia popular; los tiempos previstos no son los últimos tiempos, sino los tiempos cercanos al alma coincidentes con su destino y sus vicisitudes. Los sufrimientos de los condenados se atenúan (mitigatio poenarum) el día del domingo. En este Apocalipsis de fuertes tintas se inspiraron el arte y la literatura medievales. Se conocen otros apocalipsis posteriores [Apocalipsis de Tomás (s. iv), de Esteban (s. iv), 10 de Juan (ss-. v-vi), 2.° de Juan (ss. vi-vu), de la Virgen, de Esdras; Apocalipsis etíope de la Virgen, etc.], que no tienen tanto interés porque no hacen más que repetir motivos ya ampliamente conocidos. Entre los Apocalipsis, el de la Virgen es un preludio de las visiones ultraterrenas de Dante. Gracias a las plegarias de María y de los elegidos, se les concede a los condenados gozar de las delicias del paraíso en el período entre la resurrección y pentecostés, para volver a sufrir luego otra vez, esperando la próxima suspensión de sus penas. El género apocalíptico presta especial atención a las esperanzas de aquellas comunidades entre las que nació y creció. El fin individual y el colectivo es una realidad inevitable. Los dos puntos seguros de referencia son la primera y la segunda venida de Cristo, un pasado y un futuro, y entre los dos polos se desarrolla el drama humano. La mirada del apocalíptico prefiere fijarse en los últimos tiempos que preceden a la segunda llegada del mesías, de donde brotará un nuevo orden de gozo para los afligidos y de pena para los malvados. Su protagonista no es sólo la humanidad en su conjunto, sino también el individuo que ha de responder de sí mismo. El vidente contempla como ya presente el eón futuro y lo descubre en el mundo del más allá o bien saliendo del mismo. Su carisma consiste en sentir ya actuando lo que ha de suceder a distancia de años o de siglos. A pesar de que los designios de Dios son inmutables y no es posible acelerar sus tiempos, la impaciencia escatológica es actual y se inserta en las ansias de la humanidad (Rom 8,1825). 209 V. Enseñanzas mariológicas Los puntos doctrinales tienen como lugar de encuentro la perpetua virginidad de María, su maternidad, su muerte y su vida después de la muerte. Conocidos tradicionalmente, sufren ciertas modificaciones por parte de los escritos de la biblioteca gnóstica de Nag-Hammadi, que han obligado a los estudiosos a revisar ciertas posiciones y a desplazar algunos acentos. El paradigma para las ideas relativas a la infancia de Jesús es el Protoevangelio de Santiago; para los temas de la muerte y de la vida después de-la muerte de María nos sugiere las pistas el Tránsito de María. El Protoevangelio de Santiago (abrev.: Prot.) es una respuesta atrevida que se da, delineando la figura de María, a los problemas que por dentro y por fuera atormentaban a la comunidad cristiana, como la mención de los hermanos y hermanas de Jesús (cf Mt 13,55-56; 27,56; Mc 6,13; 15,40; Gál 1,19), la paternidad de José (Lc 2,22-23), su descendencia de la estirpe de David (cf Mt 1,16 Lc 3,23), las murmuraciones que hacían circular los judíos y los paganos sobre el origen de Cristo, recogidas por el filósofo Celso (hacia el 178) en el Discurso verdadero, y otras por el estilo. 1. PREHISTORIA. La prehistoria de María vuelve a evocar y a presentar la época paradisíaca anterior a la caída, que es un preludio de su integridad (virginidad integral); concebida por un proceso normal amoroso (Prot. IV), vive en un ambiente aséptico, primero en su casa y luego en el templo (Prot. VIVIII). A primera vista parece aceptarse la noticia sobre los nombres de sus padres, Joaquín y Ana (Prot. I-II), que pasaron sin dificultad a la tradición posterior. Sin embargo, su presentación obedece a un esquema preestablecido, típico del AT y signo de la sensibilidad del autor para los valores de la antigua alianza: el hombre rico, que observa la ley, vence antes o después a sus adversarios. 2. EN EL TEMPLO. La vida de María en el templo fue aceptada sin dificultad por la antigüedad cristiana, ya que conocía la costumbre judía de educar a las niñas en el templo, donde participaban de la vida que allí se desarrollaba (Prot. XV). Detrás de esta noticia está la convicción de que María permaneció virgen bajo el rígido control de personas religiosas atentas a la pureza legal, sin verse solicitada por veleidades de ningún 210 género, a no ser por el anhelo de vivir en el templo del Señor. La disponibilidad de los sacerdotes por encontrarle un marido tiene que encuadrarse dentro de sus preocupaciones por la pureza legal. Prescindiendo de la costumbre israelita de celebrar matrimonios espirituales para salvaguardar a las doncellas, el matrimonio entre María y José tiene todas las características de una entrega destinada a proteger a María con vistas a un futuro prestigioso, pero todavía no bien definido (Prot. IX.XIII-XVI). Le corresponderá a Gabriel trazar la posición de María delante de Dios, anunciándole la concepción por obra de su palabra y un parto distinto del de las demás mujeres (Prot. XI). Esta línea vuelve a aflorar sorprendentemente en el Evangelio de Nicodemo, cuando trata del llanto de María al pie de la cruz, donde dice, entre otras cosas: "Dóblate, oh cruz, para que abrace y bese a mi hijo, a quien amamanté con este seno de manera singular, por no haber conocido varón" (X, 4). Esta invocación, pronunciada en un momento de especial intensidad, vuelve a asumir icásticamente la exposición del Prot. sobre la interrelación María-José. Sorprende que ningún apócrifo haya descrito las ceremonias de los esponsales, ni siquiera el PseudoMateo que se entretiene en la entrega de María a José (VIII); tan sólo el libro ya tardío de la Natividad de María (846-849) hace una vaga alusión al rito de los esponsales (VIII). 3. EL ANUNCIO. La escena de la anunciación, duplicada en el Prot. (XI), es reconstruida en el templo dentro de un contexto cultual en el Evangelio de Bartolomé, que acentúa los objetivos soteriológicos de la concepción: "Concebirás a un hijo y por medio de él se salvará el mundo entero. Tú llevarás al mundo la salvación" (XX). La postura de mediación para realizar la salvación del mundo tiene aquí una primera indicación explícita, destinada a ser recogida en los escritos asuncionistas, en donde se le invita a María a rezar por los apóstoles. En el viaje a Belén el lamento profético de María sobre los dos pueblos que siguen caminos opuestos (Prot. XVI) es una reevocación de Gén 25,23 sobre los dos gemelos que se pelean en el seno de su madre Rebeca y una anticipación de la profecía de Simeón (Lc 2,3435) sobre Jesús, signo de contradicción. Mientras que en el Prot. XVI sigue siendo problemática la concreción de los dos pueblos (paganosjudíos, creyentes-incrédulos), en el Pseudo-Mateo (XIII, 1) se trata claramente de los judíos y los paganos. Con esas palabras, María entra en el número de los profetas del AT. 211 4. MADRE-VIRGEN. El punto crucial y más rico en implicaciones es el nacimiento de Jesús, con el que establecen también algunas relaciones los apócrifos que no tratan directamente los temas de la infancia del Salvador. El parto en Belén conjuga dos elementos contradictorios para dar el sentido de la grandeza del acontecimiento: un nacimiento extraordinario que pertenece a la esfera de lo divino, como se deduce de la suspensión del movimiento de la naturaleza; una historia real ocurrida en el tiempo, que sin embargo deja intacta a la madre y le permite seguir ostentando el título de virgen. La prueba de la virginidad que ofrece el Prot. (XX) sigue el esquema de la exigencia de Tomás apóstol (Jn 20,27-30) y responde al criterio del doble testimonio que hace incontrovertible un hecho. Una comadrona y su amiga Salomé atestiguan que María es virgen-madre. El autor (Pros. XVIII-XX) reconoce en ello la enseñanza teológica que defiende la gran iglesia, pero va más allá de las proposiciones en este terreno. Esta enseñanza consiste en la unicidad trascendente del parto y en la presencia-compromiso de lo divino que se manifiesta en el símbolo de la nube luminosa que envuelve la cueva de Belén. Si es posible profundizar, no tanto en el parto virginal como en su marco teofánico, esa profundización puede hacerse reflexionando en el episodio de la transfiguración (cf Mt 17,1-9; Mc 9,2-12; Lc 9,28-36). De la nube sale una voz que proclama a Jesús, entonces fuente luminosa, Hijo de Dios. La nube se disipa, la luminosidad desaparece y Jesús está presente en toda su humanidad a la mirada atónita de los tres apóstoles. En el nacimiento de Jesús, el Padre, personificado y escondido en la nube, al retirarse deja a María su Hijo, que, siendo pura luz, se ha hecho hombre. Un esquema literario idéntico está presente en las dos descripciones teofánicas; las adaptaciones se deben al diverso momento histórico. La imagen y el símbolo concurren en la consecución de un mismo objetivo; el niño que toma la leche de la madre es hombre-Dios, como lo es Jesús al aparecerse con todo su esplendor a los apóstoles. Ecos del carácter extraordinario de este acontecimiento se notan en la Ascensión de Isaías (XI, 12), que refiere las impresiones de los betlemitas, obligados a admitir que ninguno sabía de dónde venía aquel niño, y en la XIX Oda de Salomón, según la cual la encarnación del Hijo es el don del Espíritu al mundo. En el seno de María, que dio libremente su asentimiento a las palabras del ángel, tuvo lugar el encuentromatrimonio entre el Hijo y el Espíritu, cuyo resultado fue la concepción del Verbo, un parto admirable e indoloro, ya que fue Dios el que realizó aquella obra. 212 La posición teológica del autor se califica como una defensa de las enseñanzas sobre la consagración de María a Dios incluso antes de nacer (Prot. IV) y sobre la virginidad antes del parto, en el parto y después del parto. Sin embargo, la consagración a Dios no anticipa la condición de las vírgenes cristianas que han escogido a Cristo, sino que es el prólogo de la maternidad virginal, como deja entender la bendición del sacerdote que acoge a María en el templo (Prot. VII), la decisión de confiársela a José (Prot. VIII) y la reacción de José y de los sacerdotes cuando María queda encinta (Prot. IX.XIIIXVI). Esta defensa a ultranza presupone la existencia de ciertas tendencias que obran en sentido contrario y que se advierten en la literatura gnóstica. En el Evangelio de los Ebionitas se presenta a Jesús como hombre, elevado por Dios a los umbrales de la divinidad mediante la bajada de Cristo sobre él. Por tanto, Jesús es una pura criatura, uno de los ángeles, y María es la madre del hombre Jesús 43. El Evangelio de Felipe plantea de forma dramática la pregunta sobre la concepción virginal, que es negada con toda decisión, ya que Jesús tiene un padre terreno (Logion 91). Sin embargo, María es la virgen que no fue contaminada por el poder del demonio (Ib, 17). El Evangelio de Tomás recoge la frase de la mujer que proclama bienaventurada a la madre de Jesús (Lc 11,27-28) y la asocia a la de las mujeres que en el momento del juicio final no hayan dado a luz (Lc 23,29). La asociación le imprime una orientación de encratismo sexual y es precisamente en este contexto donde encuentran espacio las vagas alusiones a la madre de Jesús (Ib, 79.99.101.105). En la Pistis Sophía se ve la maternidad de María en una perspectiva adopcionista: Jesús puso su morada en el seno de María, en donde tuvo lugar el encuentro y la asimilación entre Jesús, hijo de María, y el Espíritu Santo, hermano de Jesús (c. 61). Pero el pensamiento del autor aparece con claridad en su comentario al Sal 84,10-11, puesto en labios de María: "La gracia y la fuerza de Sabaoth en mí, que ha salido de mi boca, o sea tú (= Jesús); por el contrario, la verdad es la fuerza de Isabel, o sea Juan, que al venir ha predicado el camino de la verdad, que eres tú (= Jesús)"; y también: "En el tiempo en que fuiste siervo de ti mismo, tenías el aspecto de Gabriel, miraste desde el cielo sobre mí y hablaste conmigo. Después de hablar conmigo, germinaste en mí tú, la verdad, o sea la fuerza de Sabaoth el bueno, la cual se encuentra en tu cuerpo natural, o sea, la verdad germinada desde la tierra" (c. 62). Traduciendo en términos corrientes este discurso complicado, María dice que 213 y Gabriel puso en ella el cuerpo sacado de Barbelo y el alma recibida de Sabaoth. De este modo el Salvador es realmente una criatura preexistente, que no tiene nada en común con las potencias cósmicas ni con el mundo, huésped extranjero venido de arriba que entró a morar en María, la cual se convirtió entonces en el depósito (parakatheke) del primer misterio, la que al engendrarlo lo recubrió como con una pátina de oscuridad, símbolo de la materia inferior, que quedó luego eliminada con ocasión del bautismo mediante el don del Espíritu (c. 59) 44. Esta interpretación, si por un lado acentúa el nacimiento maravilloso de Jesús y excluye toda intervención de José, por otro difumina la maternidad de María relegándola a una función fisiológica y material de mero depósito (cc. 8.59.69). 5. LOS TIEMPOS DE LA PASIÓN Y DE LA RESURRECCIÓN. Es prácticamente inexistente la contribución de los apócrifos en noticias y contenidos sobre aquella parte de la vida de la Virgen que va desde el episodio del niño Jesús perdido en el templo a los doce años hasta los hechos de la pasión y resurrección del Señor. Se tiene la impresión de que los autores encuentran cierta dificultad en trazar la aportación de María y en confrontarla con la del Hijo. Por el contrario, los hechos de la pasión ofrecen algunas ideas teológicamente relevantes. El Evangelio de Nicodemo, cuando evoca la presencia de María al pie de la cruz, empobrece tanto a Jn 19,25-28 como a los sinópticos con una exégesis extrapolada: ni María, que se pregunta cómo podría programar en adelante su futuro, ni Juan advierten el significado espiritual y soteriológico de las palabras de Jesús. El dato positivo es la vinculación de la pasión tomada globalmente con la profecía de Simeón (cf Lc 2,34-35; Evangelio de Nicodemo XI, 5). El Transitus colbertinus consigue llegar al núcleo del diálogo entre Jesús y María: Jesús entregó su madre a Juan, por ser virgen de cuerpo, diciéndole: "He ahí a tu madre"; y a la madre: "He ahí a tu hijo". Desde aquel instante, María fue objeto constante de la solicitud de Juan durante toda su vida (c. 1) 45. No carece de interés teológico el amanecer del día de la resurrección. Los evangelios canónicos no hablan de ninguna aparición de Jesús a su madre. Por visión ocular o por comunicación oral saben que Jesús ha resucitado María Magdalena, las otras mujeres que habían acudido al sepulcro, algunos apóstoles y luego, al atardecer, todo el grupo. Entre 214 estos privilegiados no se menciona a la Virgen. Por el contrario, de la aparición de Jesús a su madre nos hablan el Evangelio de Bartolomé y el de Gamaliel en unos contextos en donde se cruzan la cristología y la eclesiología; a pesar de la puntualización de los textos canónicos (cf Jn 20,118), se le reconoce a María un papel superior al de Pedro y al de la Magdalena. Primera persona a la que Jesús se manifiesta después de la resurrección, recibe el encargo de comunicar a los apóstoles el prodigio de la resurrección (Ev. de Bartolomé, 8; Ev. de Gamaliel IV, 17). El discurso que Jesús reserva para su madre es un mosaico de títulos y de afirmaciones sugestivas, entre las que vale la pena destacar la que dice que "dará su paz a los que crean en él y en el nombre de María, su madre-virgen, seno espiritual, tesoro de perlas, arca de salvación de los hijos de Adán" (Ev. de Bartolomé, 8). La profesión de fe en María, virgen-madre de Jesús, va a la par con la fe en el mismo Jesús. Esta asimilación, elocuente dentro de su ingenuidad, presupone un desarrollo paralelo de la cristología y de la eclesiología. A diferencia de otros textos, aquí la exaltación de María tiene como fundamento la virginidad y la maternidad. Con sorprendente claridad, en algunos pasajes del Tránsito romano (pero como reflejo de He 1,14), se la designa madre de los apóstoles y de la iglesia naciente, en donde Juan la proclama como hermana que se ha convertido en madre de los doce y madre de los salvados (c. 16,18). La respuesta de María a estas consideraciones tiene su punto decisivo en la declaración: "He aquí que se han reunido (los apóstoles) y yo me encuentro en medio de ellos como vid fructífera, como cuando yo estaba contigo y tú eras como vid en medio de tus ángeles" (c. 29). El texto, más bien tardío, describe con suficiente precisión el papel de María en el seno de la iglesia primitiva y la conciencia que tiene de continuar la obra del Hijo como madre de los creyentes. Un rasgo característico del Evangelio de Bartolomé es la relación de confianza que se establece, después de un cierto momento de vacilación, entre María y el grupo de los discípulos. En la reevocación del hecho de la anunciación, interrumpida por la intervención de Cristo, María aparece como aquella que guía a la pequeña comunidad cristiana recogida a su alrededor, introduciendo las oraciones (c. 2) e interponiendo sus buenos oficios para que el Señor revele todas las cosas celestiales. Pedro alaba a María porque ha anulado la transgresión de Eva, transformando enjuicio la vergüenza original (c. 4). 215 6. ASUNCIÓN. Como se advierte con facilidad, estos datos, tan interesantes y ricos en sugerencias, introducen ya en aquellos otros más conocidos de la asunción de María. Los autores asuncionistas que presentan los últimos instantes de la vida terrena de María como un acontecimiento ineludible, que experimentó el mismo Cristo, se preocupan de hacer presagiar al lector que en el caso de la Virgen no todo termina con la muerte, ya que es virgen-madre y conservó intacta su virginidad. Los motivos de la asunción son más bien respuestas sobre la virginidad en el sentido de cuerpo incontaminado que sobre la maternidad, y la grandeza de la virginidad consiste en el hecho de que María fue morada de Jesús. Este planteamiento señala la presencia de un elemento encrático con fondo sexual que atraviesa toda la literatura apócrifa asuncionista. El modelo más acreditado es el Tránsito. de María. De la descripción de la escena de la muerte de María la atención se dirige a un recuerdo de los misterios que la rodearon durante su vida -concepción y parto virginal-, que tienen su epílogo en el grande y glorioso misterio de su "dormición", con la alusión al ramo de una palmera, símbolo de la vida, que le trae a María el mismo Jesús, que se le aparece con el semblante del gran ángel (Trans. rom. 2). El gesto de Jesús prefigura y anticipa la vida futura de María bajo la luz. La costumbre de llevar palmas en los funerales pertenece al simbolismo judeo-cristiano, que expresaba de este modo la victoria sobre la muerte. Otro aspecto teológicamente digno de interés es la reunión de los parientes y de los apóstoles en torno a María, que se configura como una reunión familiar, la de la familia de Jesús. Se trata de un gesto social y comunitario, que tiene su apoyo en la plegaria que acompaña al tránsito de la Virgen, con las antorchas que se mantienen encendidas hasta la llegada de su Hijo (c. 16). La hora de la muerte de María no coincide con la hora de la muerte de Jesús: la Virgen muere a las nueve de la mañana, mientras se oye un fuerte clamor y se difunde por dentro de la habitación un perfume embriagador. El mismo Jesús recoge su alma y se la entrega a Miguel en forma humana perfecta, sexualmente indiferenciada (Trans. rom. 34-35; Pseudo-Melitón X, l). La ausencia de diferenciación sexual recuerda ciertos rasgos del gnosticismo egipcio, como el que se observa en el 216 Evangelio de Felipe (78) y en el de Tomás (27.121), y recoge además una tradición muy antigua. A pesar de que no faltaban arquetipos para las ceremonias de la sepultura, la asunción no tenía ninguno en donde inspirarse. Por esa razón se la representa como una reanimación del cuerpo, trasladado al paraíso por el arcángel Miguel y depositado bajo el árbol de la vida (Trans. rom. 46). El gesto de Miguel demuestra que la asunción de María no ha sido modelada a partir de la resurrección y ascención de Jesús, sino sobre un esquema distinto que no se conoce todavía. Los autores apócrifos están de acuerdo en la afirmación de que su cuerpo no sufrió un proceso de transformación idéntico al del cuerpo de Jesús, que se convirtió en luminoso y transparente después de la resurrección, sino más bien un proceso de grado y de calidad inferior que consiste en la reanimación y en el retorno a la vida mediante la reinfusión del alma en el cuerpo. La idea-madre sobre la que piden un consenso es que el cuerpo de María no sufrió los efectos de la descomposición del sepulcro, sino que, una vez llevado al paraíso, quedó reconstruida la unidad rota por la muerte. María en el paraíso, en alma y cuerpo, vive una vida no diferente de la del Salvador glorificado. La raíz de su existencia glorificada en el reino de la luz del Hijo es su integridad física -virginidad perpetua- y su maternidad. 7. LA SUSPENSIÓN DE LAS PENAS DEL INFIERNO. Después de la asunción María, junto con los apóstoles, visita los lugares en donde están sufriendo los condenados. Gracias a su intercesión y a la intercesión de los ángeles y de los santos, Cristo suspende las penas de los condenados, o bien desde el día de Pascua hasta el de Pentecostés (Apocalipsis de la Madre del Señor, final) o bien todos los domingos (Apocalipsis de Pablo, 44; Libro del reposo etíope, 100). En el Apocalipsis de Pablo y en el Libro del reposo etíope, esta mitigación de las penas, narrada de modo uniforme, la concede Cristo motivado por las lágrimas de Miguel, por las súplicas de los apóstoles y de María (Libro del reposo etíope, 100), pero también por el afecto de los ángeles, de Pablo, por las oblaciones de la comunidad cristiana y por la observancia de los preceptos del Señor por parte de los parientes de los condenados, sobre todo por la bondad de Cristo (Apocalipsis de Pablo, 44). Dejando aparte los problemas histórico-teológicos suscitados por esta propuesta presentada como certeza, aparece con máxima 217 claridad la intercesión eficaz de la Virgen, de los ángeles, de los santos y de las comunidades de fieles ante Dios, así como la antigüedad, de la idea de compasión de los espíritus bienaventurados para con los hombres en la tierra y para con los condenados, y el esfuerzo por conjugar en Dios los atributos de la justicia y de la misericordia. Los apócrifos han resuelto este enigma introduciendo el concepto de la suspensión temporal prefijada de las penas de los condenados [-> Liturgia I]. VI. Los apócrifos como hecho cultural Abandonando ya la convicción de que el objetivo principal de los apócrifos era el de completar y enriquecer con aportaciones que no habían tenido en cuenta los escritos canónicos los informes que éstos nos dan a veces de una forma sumaria, se ha abierto camino actualmente y va imponiéndose poco a poco la convicción de que su objetivo es más amplio y está vinculado a motivos doctrinales, ya que, en el contexto de la producción literaria religiosa, desempeñan una función cultural y devocional al mismo tiempo. Al leer y filtrar las descripciones fantásticas con que frecuentemente tropieza, el estudioso de la historia del cristianismo antiguo descubre en ellos algunos elementos de valor permanente que solamente ellos recogen y garantizan. En relación con aquel tipo de cristianismo primitivo y de los siglos inmediatos, suficientemente libre de la línea doctrinal representada por la gran iglesia, se perfilan como una documentación histórico-literaria de la mayor importancia, no sólo como fuentes que es preciso analizar y estudiar, sino también como verificación de la interpretación de los escritores eclesiásticos antiguos que los manejaron y utilizaron. La objetividad dedos resúmenes de san Ireneo sobre las diversas articulaciones de la herejía gnóstica, que ocupa el primer libro del Adversus Haereses, y su declaración de que ha tomado contacto con algunos ex gnósticos y con sus escritos a fin de obtener informaciones de primera mano, han tenido una verificación y una confirmación gracias al Apocryphon Johannis, al Evangelio de Verdad, al Evangelio de Felipe, a los Hechos de Tomás, a los Apocalipsis de Adán, de Santiago y otros semejantes. Esta misma reflexión podría hacerse también a propósito de Hipólito, de Orígenes y más tarde de Epifanio. El hallazgo de la biblioteca de Nag-Hammadi ha tenido como efecto 218 inmediato despertar un interés que se ha ampliado tanto a la literatura bíblica como a la patrística. El conocimiento de los movimientos heréticos, en especial durante los ss. II y III, al menos de los que han dejado por escrito a la posteridad su propia interpretación del hecho cristiano, se vio ampliamente favorecido y asegurado por su testimonio directo y no contaminado por los que se encargaron de refutarlos, aun cuando, por tratarse en algunos casos de traducciones a otra lengua, es preciso admitir cierto grado de manipulación en ellos. Bajo esta perspectiva se trata de fuentes insustituibles para el conocimiento de todo lo que acontecía en aquella época de la iglesia. Su diversidad en comparación con la literatura canónica nos advierte de que, si la fascinación y el cultivo de lo maravilloso son, al menos en algunos casos, uno de los elementos que se utilizaron en ellos en amplia medida, no por eso dejan de ser portadores del mensaje de las sectas que los produjeron. Incluso en los relatos de cuño docetista, en donde Jesús no tiene ninguna necesidad de crecimiento interior, humano, en último análisis se subraya, adoptando ciertos medios e instrumentos discutibles, la verdadera identidad de Jesús. Esta cualidad que tienen de ser un reflejo de las creencias de una comunidad local, a menudo de origen judeo-cristiano, es valorada por los historiadores como una preciosa contribución al conocimiento de esa forma menor de cristianismo que no logró difundirse más allá de una determinada zona geográfica, ya porque son demasiado evidentes sus rasgos locales, ya por ser claramente insuficiente. No es infrecuente el caso de que los apócrifos sean relacionados y confrontados con la biblia, sin prestar el debido relieve a la época en la que vieron la luz, por lo menos unos cincuenta años después de haberse completado la literatura atribuida a san Juan. Al obrar de esta manera se falsea su colocación en el seno de la literatura. Los apócrifos del NT, y podríamos decir lo mismo de los del AT, vieron la luz cuando estaban ya completados los cánones respectivos, a pesar de que no se hubieran declarado como canónicos definitiva y oficialmente. Esta observación nos mueve a revisar la posición que ocupan respecto a la biblia y, a pesar del intento de imitarla y de asimilarla, a considerarlos como expresión concreta e histórica de un cierto tipo de judaísmo y de cristianismo que no consiguieron sobrevivir. Con esto no se quiere decir que las sectas no intentaran crearse su propia literatura sagrada, lo mismo que la que tenía la gran 219 iglesia, sino que sus escritos, atribuidos en su mayor parte a los apóstoles, se configuraron como exposiciones de tipo teológico. Pasando ahora de la consideración histórica a la de sus contenidos, es preciso destacar el desplazamiento de acento que se produce respecto a la Escritura y a la tradición primitiva. En éstas el protagonista es el Salvador; María, José, los apóstoles, las mujeres representan un papel periférico, y cuando asumen la responsabilidad de continuar la obra de Cristo (véanse los Hechos y el Epistolario), lo hacen por él y con vistas a él. En los apócrifos, por el contrario, todos estos personajes se convierten en protagonistas de numerosos hechos, dando el paso de esta forma del género evangélico -que es anuncio- al género literario hagiográfico, que esconde detrás de la trama ciertas consideraciones teológicoapologéticas. Así, por poner un ejemplo, el Protoevangelio de Santiago es una apología de la perpetua virginidad de María, de su pertenencia a la dinastía davídica y contextualmente de la divina maternidad. Las discretas alusiones de los evangelistas no parecen suficientes para imponer silencio a los docetas. Las ideas que se filtran son las que tomaron cuerpo en las enseñanzas de la gran iglesia. Asistimos, por consiguiente, al fenómeno singular de un escrito que no fue compuesto en función de una secta o de una interpretación en ciertos aspectos discutible del cristianismo, sino en defensa de una verdad que es patrimonio de la gran iglesia. Un problema particular es el que plantea la asunción de María. Es preciso subrayar que los apócrifos asuncionistas no representan una posición herética, sino más bien una enseñanza de la que suponen la primera documentación por escrito que ha llegado hasta nosotros. A pesar de sus contradicciones, convergen en un punto fundamental que constituye el núcleo del dogma católico: el cuerpo de María no se descompone en el sepulcro, sino que fue llevado a los cielos. En este sentido, el historiador acepta este documento y lo coloca en su contexto vital, y mientras tanto el teólogo se encuentra en la obligación de enfrentarse con el problema de las raíces y del momento en que la iglesia tomó conciencia de que la Virgen había seguido el mismo camino de Cristo incluso después de su muerte. Juntamente con los apócrifos admite que las raíces de la asunción de María son su integridad virginal y la maternidad divina, a la que alude el NT, y que el testimonio documental no llega más allá del s. II. Independientemente de los apócrifos, 220 reconoce en el dogma de la asunción de María a los cielos una verdad revelada por Dios (que fue objeto de la piedad cristiana, de fórmulas litúrgicas y de homilías antes de haberse declarado oficialmente), una respuesta -y no una sanción- a los relatos asuncionistas y, finalmente, una revalorización de una tradición latente en la iglesia, sobre la que se detuvo largo tiempo la reflexión teológica [-> Asunción] E. Peretto BIBLIOGRAFÍA. OBRAS GENERALES: BOnaccorsi G., Vangeli apocrifi, Florencia 1948; Bartoletti E., 11 Protovangelo di Giacomo, Venecia 1957; Bonsirven P., La Bihhia apocrifa, Milán 1962; Canal J. M., El libro apócrifo "Nacimiento de María "del Pseudo- Yago en la Iglesia latina hasta el año 1000: citas, versiones, influjo en algunas pinturas y mosaicos, en De primordiis cultus mariani, v. 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