CUANDO EL MAL SE DISFRAZA DE BIEN Las reglas de

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CUANDO EL MAL SE DISFRAZA DE BIEN
Las reglas de discernimiento de la Segunda Semana
(Tomado del libro de L. GONZÁLEZ-QUEVEDO,
O discernimento espiritual: as regras inacianas, Coleção “Leituras e releituras”, nº 19).
Introducción
Los Ejercicios Espirituales presentan dos series de “Reglas de discernimiento de
espíritus”. Las primeras (EE 313-327) son “más propias de la Primera Semana” de
los Ejercicios y ya las comentamos en los tres capítulos anteriores. En este
capítulo comentaremos las Reglas que son “más propias para la Segunda
Semana” (EE 328-336).1
San Ignacio nos habló ya de las dos series de Reglas de discernimiento en las
Anotaciones con las que inicia el libro de los Ejercicios. En ellas explica cuándo se
deben aplicar unas u otras: cuando el ejercitante está en los Ejercicios de la
Primera Semana, “si es persona no versada en cosas espirituales, y si es tentado
grosera y abiertamente” se le deben explicar las Reglas de discernimiento propias
de esa Semana (EE 9); cuando quien da los Ejercicios ve que el ejercitante es
tentado “bajo apariencia de bien”, entonces será el momento de explicarle las
Reglas de la Segunda Semana.
“Comúnmente”, explica Ignacio, “el enemigo de la naturaleza humana tienta más
bajo apariencia de bien cuando la persona se ejercita en la vida iluminativa, que
corresponde a los ejercicios de la Segunda Semana (EE 10).
La doctrina tradicional atribuía las tentaciones a los tres “enemigos del alma”: el
demonio, el mundo y la carne, entendiendo por ésta nuestros instintos egoístas.
Sea cual fuere la interpretación que demos hoy a la figura bíblica y tradicional de
Satanás, es innegable que hay en todos nosotros una fuerza oscura que nos
inclina al mal, así como hay también una fuerza positiva que nos impulsa al bien.
San Ignacio llama a esas dos fuerzas el Buen Espíritu (BE) y el Mal Espíritu (ME).2
Aprender a conocer, distinguir y lidiar con esas fuerzas constituye el arte del
discernimiento espiritual, del cual estamos tratando. En este capítulo veremos las
Reglas de la Segunda Semana, que se refieren a una materia más sutil y elevada
que aquella de la que tratan las Reglas de la Primera Semana.
1
Sobre esta segunda serie de Reglas, cf. Timothy M. GALLAGHER, OMV, O discernimento dos espíritos:
Quando é que se aplicam as regras da 2ª Semana?, Itaici, n. 77 (set. 2009) 21-38.
2
San Ignacio experimentó en sí mismo la acción de estos dos espíritus”. Después expresó y sistematizó las
Reglas valiéndose del lenguaje que heredó de la tradición espiritual anterior a él
1
¿Cómo identificar el buen y el mal espíritu?
En las Reglas de discernimiento propias de la Primera Semana era sencillo
identificar las dos fuerzas que Ignacio llama “espíritus”. En “tiempo de consolación”
nos guía y aconseja más el BE, en “tiempo de desolación” quien más nos influye
es el ME (EE 318, 2).
Si tales reglas fueran válidas para toda situación, bastaría verificar si estamos
consolados o desolados para detectar en nosotros la influencia predominante del
BE o del ME. Sin embargo, acabamos de ver que las Reglas de la Primera
Semana sirven sobre todo para quien es tentado grosera y abiertamente. En la
Segunda Semana, cuando el ME tienta generalmente “bajo apariencia de bien”,
serán necesarias otras Reglas, que tratarán de una “materia más sutil y más
subida”. Ya no basta distinguir “consolación” y “desolación”. Ahora va a ser
necesario distinguir la verdadera consolación de la consolación falsa.
La verdadera alegría, criterio de discernimiento
La primera regla de la Segunda semana nos proporciona un criterio inequívoco
para detectar la acción del BE.
Primera regla
Es propio de Dios y de sus ángeles, en sus mociones, dar verdadera alegría y
gozo espiritual, quitando toda tristeza y turbación que el enemigo induce; del cual
es propio militar contra la tal alegría y consolación espiritual, trayendo razones
aparentes, sutilezas y asiduas falacias (EE 329).
San Ignacio, como todos los santos, relaciona con Dios la “verdadera alegría”. La
tradición judeo-cristiana nos enseñó a desconfiar de las “alegrías del pecado”,3 o
simplemente de las “falsas alegrías de la irresponsabilidad”.4 Pero, ¿cómo
distinguir la “verdadera alegría” del simple placer disfrazado de alegría?
Santa Catalina de Siena dice que la alegría es verdadera cuando va unida a la
verdadera humildad y al fuego de la caridad verdadera. Si el alma, en la oración,
experimenta la alegría “sin el deseo de la virtud, sin humildad y sin arder en el
fuego de la caridad”, la consolación, aun teniendo la señal de la alegría,
procedería del demonio y no de Dios5.
3
Por ejemplo, San Francisco de Sales, Tratado do amor de Deus, liv. I, c. 10. Oeuvres IV, Annecy, 1894, 6162, en Santiago ARZUBIALDE, Ejercicios Espirituales de S. Ignacio. Historia y análisis. Bilbao-Santander,
Mensajero-Sal Terrae, 1991 (Col. “Manresa”, 1).
4
TRISTÃO DE ATHAYDE, A alegria, Jornal do Brasil, Rio de Janeiro, 19 ago. 1983. La alegría –decía el autor,
por entonces ya viudo- es la compañera ideal “que no nos deja nunca estar solos o sentir demasiado la tortura
de la soledad al perder nuestro amor de adultos o nuestro juguete de niños.
5
Obras de Santa Catalina de Siena, 2ª ed., Introd. e trad. José Salvador y Conde, Madrid, BAC, 1991, 251
(El Diálogo, cap. 106).
2
Sin embargo, no sería justo atribuir todos los placeres al ME ni reservar todas las
alegrías a la acción del BE, porque hay “placeres santos”, queridos por Dios, y hay
también “alegrías malsanas”, que proceden del ME.
Lo que Ignacio explicita en las Reglas de la Segunda Semana es el cambio de
táctica del ME. En la situación de Primera Semana el ME causaba tristeza y
desolación; ahora, en la situación de Segunda Semana, va a causar también una
“falsa consolación”. Él se adapta a la condición de la persona. Si se trata de un
principiante, “con poca experiencia en las cosas espirituales”, el ME lo tentará
metiéndole temor, vergüenza, deseos groseros, etc. Si se trata de alguien
aventajado en la vida espiritual, lo va a tentar con “razones aparentes, sutilezas y
asiduas falacias”.
Ignacio había experimentado la “falsa consolación”. En Barcelona, cuando
comenzó a estudiar, no podía concentrarse, porque le venían muchos
pensamientos y gustos espirituales, mayores de los que tenía cuando oraba o
participaba en la Misa. “Así poco a poco vino a conocer que aquello era
tentación.”6
No nos sería difícil encontrar hoy ejemplos de tentaciones “bajo apariencia de
bien” características de la Segunda Semana: el estudiante que descuida sus
estudios a causa de sus múltiples compromisos apostólicos; la madre de familia
que deja de atender al marido y a los hijos por su presencia constante en la
comunidad parroquial o en un movimiento apostólico; la joven religiosa que se
entrega a un absorbente trabajo social dejando de lado su vida espiritual y
comunitaria, etc.
Dos clases de consolación: sin causa y con causa
En las siguientes dos reglas Ignacio afirma que solamente Dios puede darnos
“verdadera alegría y gozo espiritual”, mientras que el ME puede también causar
consolación, pero con la intención de engañarnos y perdernos.
Segunda regla
Sólo es de Dios nuestro Señor dar consolación a la ánima sin causa precedente;
porque es propio del Criador entrar, salir, hacer moción en ella, trayéndola toda en
amor de la su divina Majestad. Digo “sin causa”, sin ningún previo sentimiento o
conocimiento de algún objeto, por el cual venga la tal consolación mediante sus
actos de entendimiento y voluntad. (EE 330)
6
Autobiografia, 54-55; cf. 26.
3
Los comentaristas enfatizan la importancia de la “consolación sin causa
precedente”7 como “característica infalible de la consolación que sólo puede venir
de Dios”8. Pero ¿será posible tener una consolación sin objeto alguno,
conocimiento, sentimiento o percepción del don gratuito que Dios nos hace en
ella?
San Ignacio no dice que en la vivencia de la consolación no exista algún
conocimiento o sentimiento “actual”, es decir, concomitante a la consolación; dice
nada más que no hay un conocimiento o sentimiento “previo”, es decir, anterior a
la consolación, de manera que pueda ser “causa” o “punto de partida” de tal
consolación.
Por ejemplo: el Apóstol Pablo, habiendo llegando a Macedonia, escribe: “sufrimos
toda clase de dificultades; por fuera enfrentamientos, y por dentro temores”. A
pesar de eso, o mejor, precisamente por eso puede él decir: “esto me conforta y
me llena de alegría en todas estas amarguras” (2Cor 7, 4-5).
Nos hemos referido ya a la tradición franciscana de la “perfecta alegría”9: alegría
en las injurias, en la persecución, en la humillación. Vimos también al propio
Ignacio, peregrino en Jerusalén, descendiendo del monte de los Olivos
amenazado y tratado con violencia por uno de los oficiales del convento
franciscano del monte Sión. En esa ocasión él experimentó (más exactamente,
“recibió de nuestro Señor”) una gran consolación: “le parecía que veía a Cristo
sobre él siempre”10.
Es éste también el caso de San Francisco Javier en sus viajes en el Extremo
Oriente (“Me vi en muchos peligros”), presenciando terremotos y tsunamis (“Es
cosa de espanto ver temblar la tierra y principalmente el mar”). En las islas del
Moro, temibles por la ferocidad de sus habitantes, pasó tres meses visitando
cristianos abandonados. En ninguna otra parte tuvo tantas y tan continuas
consolaciones como en aquellas islas donde carecía de todo confort y toda ayuda
humana, como escribe a los compañeros de Roma: “Es mejor llamarlas Islas de
esperar en Dios que Islas del Moro”11.
Con todo, estos bellos ejemplos tienen el inconveniente de hacernos pensar que la
“consolación sin causa” es algo extraordinario, exclusivo de los grandes místicos y
los heroicos misioneros. Todo lo contrario, algunos comentaristas consideran la
7
Sobre la consolación sin causa, además de las obras generales, cf. Daniel GIL, La consolación sin causa
precedente, Montevideo [s.e.], 1971; José García de CASTRO VALDÉS, El Dios emergente: sobre la
“consolación sin causa”, Bilbao/Santander, Mensajero/Sal Terrae, 2001 (Manresa, 26).
8
Eusebio HERNÁNDEZ, La discreción de espíritus, Manresa, 28 (1956) 233-252 (244).
9
Cf. capítulo 2, nota 79
10
Autobiografia, 48.
11
Cf. A fé não tem fronteiras. Subsídio para animação do Mês Missionário, Brasília, Pontifícias Obras
Missionárias/CNBB, 2006 (reedición y adaptación de mi folleto Francisco Xavier: um homem sem
fronteiras).
4
consolación sin causa como una experiencia cotidiana “frecuente y normal en la
vida espiritual”12.
Según los teólogos, la consolación sin causa consiste en la “auto-comunicación
inmediata de Dios al ser humano en el amor”13 Eso es, sin duda, lo que los
grandes místicos experimentan. Eso puede también ser experimentado
cotidianamente por todo ser humano, comenzando por los pobres, cuya alegría
“no tiene dónde reclinarse”14
Tercera regla
Con causa puede consolar al ánima así el buen ángel como el malo, por contrarios
fines: el buen ángel, por provecho del ánima, para que crezca y suba de bien en
mejor; y el mal ángel para el contrario, y adelante para traerla a su dañada
intención y malicia (EE 331).
Hay aquí una novedad en relación a las Reglas de la Primera Semana. Allá la
consolación provenía siempre del BE, porque el ME estaba siempre asociado a la
desolación. Aquí, los dos espíritus o “ángeles” pueden consolarnos, más “por fines
contrarios”.
¿Cómo sabremos si una consolación con causa procede del BE o del ME? Por su
fin, viendo a dónde nos lleva. Si la consolación nos hace crecer en el camino de la
virtud, asemejándonos más a Jesús y a su Reino, procede del BE. Si nos lleva a
retroceder en el camino espiritual apartándonos de los valores evangélicos, tal
consolación procede del ME.
Si la consolación sin causa precedente es frecuente, lo serán todavía mucho más
las consolaciones con causa, de las cuales todos tenemos experiencia: las
alegrías familiares, la experiencia de amistades sinceras, las conquistas
académicas y profesionales, las celebraciones litúrgicas, las fiestas, las
vacaciones, los grandes espectáculos, las buenas lecturas, la música, etc.
A principios del año 2010, orienté cuatro retiros seguidos para el clero de Cuba.
En los tres últimos, afectado por un malestar pulmonar, no pude evitar toser casi
continuamente. En eso, ciertamente no tuve consolación… Pero, al final, un cura
cubano me escribió: “Usted tiene ya un lugar en el corazón de la Iglesia de Cuba”.
Ahí sí tuve una pequeña consolación con causa, porque fue motivada por la
generosa solidaridad de aquel padre.
12
H. D. EGAN, The Spiritual Exercises and the Ignatian Mystical Horizon, St. Louis (Mi), 1976, en José
García de CASTRO VALDÉS, El Dios emergente, 338-343.
13
ARZUBIALDE, Ejercicios Espirituales de S. Ignacio, 713. El autor cita a K. Rahner, G. Fessard, J.
Gouvernaire.
14
“Gente humilde”, música del guitarrista y compositor paulista Garoto (Aníbal Augusto Sardinha). Letra de
Chico Buarque y Vinícius Moraes.
5
Cuando se cumplían cinco años del fallecimiento de Mons. Luciano Mendes de
Almeida, condición necesaria para la introducción de su causa de beatificación,
encontré casualmente entre mis papeles un fax que él me había enviado con
ocasión de los 25 años de mi ordenación sacerdotal.15 ¡Otra consolación con
causa!
El 6 de septiembre de 2013, recibí una llamada telefónica del Papa Francisco, a
quien conocí muchos años atrás. Con la simplicidad y cordialidad que lo
caracterizan me dijo: “Soy Bergoglio”. ¿Nuestro papa?, pregunté sorprendido. “Sí,
ayer recibí tu carta”. Y así podría citar muchas otras consolaciones.
Todavía más, tales consolaciones con causa, incluso cuando son motivadas por
personas buenas, pueden ser aprovechadas por el ME para hacernos caer en la
vanidad, en el orgullo, en la “crecida soberbia” y de ahí en todos los otros vicios
(EE 142). Vimos cómo Santa Catalina de Siena advertía contra el engaño que
puede haber en la alegría cuando no está unida a la humildad y a la caridad.
La táctica del “ángel malo” con las personas espirituales
Si el mal se presentara abiertamente como tal, las personas espirituales no
caerían en sus engaños. Para hacerse aceptable por los buenos, el “ángel malo” –
nombre que da también Ignacio al ME- se disfraza de “ángel de luz” (cf. 2Cor 11,
14).
Sin embargo, todo disfraz acaba cayendo más pronto o más tarde. En el mito
griego las alas de Ícaro se derretían con el calor del sol. Así el disfraz del “ángel
malo” acabará cayendo delante del sol de la verdad.
En las reglas siguientes Ignacio presenta la táctica que el ME usa con las
personas que están en la “vía iluminativa” y la forma de reconocerlo.
Cuarta regla
Propio es del ángel malo, que toma la apariencia de ángel de luz, entrar con la
ánima devota, y salir consigo; es a saber, traer pensamientos buenos y santos
conforme a la tal ánima justa, y después, poco a poco, procura de salirse,
trayendo a la ánima a sus engaños cubiertos y perversas intenciones (EE 332).
El “ánima devota” es la persona espiritual que en la Primera Semana purificó su
corazón y, en esta Segunda Semana, pide con insistencia conocer, amar y seguir
al Señor Jesús. Sería inútil tentar a esa persona de manera grosera y abierta.
15
Transcribo este texto inédito: “23.12.96. Al carísimo P. Luis G. Quevedo. La paz de Cristo. La fecha de
22/12 nos une en una oración de gratitud a Dios por la gracia de su ministerio sacerdotal bendecido e
instrumento de gracias copiosas para todos, especialmente en el ministerio de los Ejercicios Espirituales y de
la dirección espiritual. N. Sr. lo proteja, + Luciano M.A.”.
6
Ahora el ME necesitará transfigurarse en “ángel de luz” para realizar sus
“perversas intenciones”.
Inicialmente el tentador entra con “pensamientos buenos y santos” para, después,
“poco a poco” salir con su “dañada intención y malicia” (cf. EE 331, 3). Los
“engaños” en esta Segunda Semana se encubren con el disfraz de la virtud;
mientras que, en las Reglas de la Primera Semana, se hablaba de “engaños
manifiestos” (EE 327, 4).
Quien haya acompañado alguna vocación al sacerdocio y/o a la vida consagrada
sabe que toda vocación suele comenzar con gran consolación. Después surgen
diversas tentaciones, con frecuencia “bajo apariencia de bien”, que empujan al
joven a desistir del camino emprendido. Recuerdo un caso real.
Fernando (nombre ficticio) era un adolescente brillante que estudiaba en un
colegio católico y participaba en un grupo de jóvenes de la Parroquia. Había hecho
conmigo dos retiros vocacionales, en los cuales sintió mucha consolación. Vio la
película Hermano Sol, Hermana Luna (Zeffirelli, 1972) y quedó entusiasmado con
el ideal franciscano.
Al terminar la segunda enseñanza, Fernando entró en la Orden de los Frailes
Menores y comenzó a cursar filosofía. En ese tiempo los seminaristas estaban
muy involucrados en trabajos sociales, en el caminar de la Iglesia de los pobres,
etc.
Un hermoso día recibí una llamada de Fernando. Había salido de la Orden
Franciscana porque los frailes eran “burgueses” y él quería vivir con los pobres. Le
pregunté dónde y cómo realizaría ese proyecto de vida y me dijo que aún no lo
sabía. Por eso quería hacer los Ejercicios Espirituales de treinta días en Itaicí. Le
dije que para eso necesitaba antes hacer Ejercicios de ocho días, pero él tenía
prisa y quería resolver su vida luego. (La prisa es señal del ME. El BE es más
paciente.)
Apresurado, Fernando inició una experiencia de vida al lado de un eremita.
Aquello no funcionó y él terminó viajando al Nordeste, desde donde me escribió
pidiendo ayuda. Lo ayudé en lo que pude y lo perdí de vista. Años más tarde tuve
noticias de que Fernando había ganado un concurso público, trabajaba para el
gobierno y estaba viviendo muy bien.
Otras historias vocacionales tienen un final más triste, como fue el caso de un
candidato al sacerdocio a quien la familia no dejó entrar al seminario; acabó adicto
a las drogas y traficando con ellas.
La regla siguiente pretende enseñarnos a aprender la lección de los casos fallidos
y, conociendo la táctica del ME, mejorar nuestro trabajo de orientadores de
Ejercicios y acompañantes espirituales.
7
Quinta regla
Debemos mucho advertir el discurso de los pensamientos; y si el principio, medio
y fin es todo bueno, inclinado a todo bien, señal es de buen ángel; mas si en el
discurso de los pensamientos que trae, acaba en alguna cosa mala o distractiva, o
menos buena que la que el ánima antes tenía propuesta de hacer, o la enflaquece
o inquieta o conturba a la ánima, quitándola su paz, tranquilidad y quietud que
antes tenía, clara señal es de que procede del mal espíritu, enemigo de nuestro
provecho y salud eterna (EE 333).
Al comienzo de todo acompañamiento espiritual es recomendable que la persona
acompañada haga un resumen de su “autobiografía espiritual”. Lo mismo debería
hacerse en los momentos de “crisis” –que nunca faltan en toda vida espiritual. San
Bernardo entró con mucho entusiasmo en la vida monástica cisterciense. Cuando
parecía que se acomodaba e iba perdiendo el entusiasmo vocacional se
preguntaba: “Bernardo, ¿a qué viniste?16
¿Como podemos saber, en un mundo en continuo cambio, si una vocación será
perseverante? En la regla que estamos comentando Ignacio recomienda examinar
el trayecto de nuestros pensamientos y decisiones. Si el comienzo, el medio y el
fin de una decisión fueron buenos, es señal del BE. Pero si en el trayecto hay algo
malo o menos bueno, inquietando y quitándonos la paz, “es señal clara del ME”.
La paz interior, aun en medio de las luchas y las contrariedades de la vida, es
señal de la acción de Dios. Todas las escuelas de espiritualidad, todos los santos
la buscan y la exaltan. Es proverbial la paz (Pax) benedictina, cuya influencia en el
peregrino Ignacio, a su paso por el santuario de Montserrat, es bien conocida.
Vimos cómo la descripción ignaciana de la consolación espiritual termina
afirmando que ella “aquieta y pacifica” al alma en su Criador y Señor (EE 316)17.
San Ignacio llegó a decir que si se disolviera la Compañía le bastarían quince
minutos de oración para recuperar la paz.
El árbol se conoce por los frutos y la serpiente por la cola
Sexta regla
Cuando el enemigo de natura humana fuere sentido y conocido por su cola
serpentina el mal fin a que induce, aprovecha a la persona que fue de él tentada,
mirar luego en el discurso de los buenos pensamientos que le trajo, y el principio
16
Más tarde, Bernardo escribirá que es más fácil convertir a un laico que entra al monasterio que a un monje
“envejecido en la tibieza” (Carta 96, a Richard de Fontaine). En Denis Huerre, Velhice e conversão do
monge, Revista Beneditina, n. 46 (abril/junho 2012), 22.
17
Citemos una vez más a San Juan de la Cruz: “La noche sosegada/en par de los levantes del’aurora,/la
música callada,/la soledad sonora,/la cena que recrea y enamora” (Obras completas, 68; Cántico Espiritual,
canción 15).
8
de ellos, y cómo poco a poco procuró hacerla descender de la suavidad y gozo
espiritual en que estaba, hasta traerla a su intención depravada; para que con la
tal experiencia conocida y notada, se guarde para adelante de sus acostumbrados
engaños (334).
Esta regla está respaldada por la experiencia del autor. La Autobiografía cuenta
cómo Ignacio se vio libre de una pesada tentación de escrúpulos:
Como ya tenía alguna experiencia de la diversidad de espíritus con las lecciones
que Dios le había dado, empezó a mirar por los medios con que aquel espíritu era
venido, y así se determinó con grande claridad de no confesar más ninguna cosa
de las pasadas; y así, de aquel día adelante, quedó libre de aquellos escrúpulos18.
El símbolo de la “serpiente”, de resonancia bíblica (cf. Gn 3, 1.14-15), se basa
también en la propia experiencia de Ignacio, que, desde Manresa hasta el final de
sus estudios, fue tentado muchas veces por la visión de una serpiente, que luego
aprendió a rechazar19.
En Vão Grande, municipio de Barra de Bugres (MT), oí hablar por primera vez de
la anaconda. La anaconda es una culebra enorme, que llega a medir hasta diez
metros de longitud; no es venenosa, pero puede engullir un buey entero y después
triturar sus huesos. La anaconda no ataca de frente; ataca únicamente a las
víctimas desprevenidas.
Como la anaconda, el enemigo de la naturaleza humana no ataca de frente (por lo
menos en la situación de Segunda Semana). Su modo de actuar es astuto y
traicionero como el de las serpientes. De ahí la referencia a la “cola de serpiente”
(cola serpentina), símbolo de una actitud tortuosa.
Conocemos al enemigo también por el fin al que nos lleva. “Por sus frutos los
conocerán”, dice Jesús. “¿Acaso se cosechan uvas de los espinos o higos de los
cardos? (Mt 7, 16; cf. Lc 6, 44).
¿Qué hacer cuando descubrimos los engaños y “sutilezas” del enemigo?
Reaccionar pronto, sin dudas, “actuar en contra” de sus insinuaciones, como
aprendimos en las Reglas de la Primera Semana. Ahora Ignacio insiste en que
debemos observar el trayecto de los pensamientos, para comprender cómo nos
engañó el ME, y así no ser engañados de nuevo.
18
19
Autobiografia, 25.
Autobiografia, 19 e 31
9
Modo contrario de actuar de los espíritus y necesidad de prudencia
Séptima regla
En los que proceden de bien en mejor, el buen ángel toca a la tal ánima dulce,
leve y suavemente, como gota de agua que entra en una esponja; y el malo toca
agudamente y con sonido e inquietud, como cuando la gota de agua cae sobre la
piedra; y a los que proceden de mal en peor, tocan los sobredichos espíritus
contrario modo; cuya causa es la disposición del ánima ser a los dichos ángeles
contraria o semejante; porque cuando es contraria, entran con estrépito y son
sentidos perceptiblemente; y cuando es semejante, entran con silencio como en
propia casa de puerta abierta (EE 335).
Todo el arte y toda la técnica del discernimiento espiritual consiste en conocer con
la mayor claridad posible cómo actúan los “espíritus” o “ángeles”, y actuar después
en consecuencia: acoger las mociones del BE y rechazar las del ME (cf. EE 313).
Ya en las Reglas más propias para la Primera Semana San Ignacio había
advertido que el BE y el ME actúan de manera contraria a la situación en que la
persona se encuentra (EE 314 y 315). Ahora describe de nuevo el modo
contrapuesto de actuar de los espíritus según esté la persona creciendo en su vida
espiritual (“de bien en mejor”) o decayendo en ella (“de mal en peor”). Y lo expresa
valiéndose de la comparación de la gota de agua, que entra suavemente en la
esponja o choca ruidosamente en la piedra.
La afirmación central es que los “ángeles” o “espíritus” se adaptan a la diversa
condición de las personas. Si la persona está en fase de crecimiento espiritual, el
ángel bueno la confirmará, en tanto que el ángel malo la inquietará trayéndole
“razones aparentes, sutilezas y asiduas falacias” (EE 329). Mas si la persona fuera
“de mal en peor”, el enemigo se introducirá silenciosamente, sin necesidad de
tumbar la puerta, como quien entra en su propia casa. El ángel bueno, por el
contrario, inquietará su conciencia.
Aquí cabe una observación importante. Ignacio presenta pedagógicamente la
influencia de los espíritus de manera simétrica, para enfatizar el contraste entre la
acción del uno y la del otro. Eso no significa, evidentemente, que ambas
influencias o fuerzas espirituales tengan el mismo vigor, aunque contrastante.
Sería un pensamiento maniqueísta20. Para Ignacio Dios es el Único Señor y
Criador, y el “ángel malo” es un “tigre de papel”. Su aparente fuerza se basa
solamente en el crédito que, engañados, podamos concederle.
20
La filosofía maniquea afirmaba que toda la realidad procedía de dos principios: el Bien (Dios) y el Mal
(Diablo). San Agustín, influenciado en su juventud por esta filosofía dualista, la combatió después con
firmeza.
10
Pedro de Ribadeneyra, autor de la primera biografía ignaciana, cuenta que,
comentando el caso de una monja de Bolonia que manifestaba fenómenos
extraordinarios (éxtasis, estigmas y cosas por el estilo), Ignacio dijo que Dios,
generalmente, actúa en lo íntimo de los corazones, mientras que Satanás, por no
tener poder alguno sobre las almas, recurre a intervenciones extraordinarias,
sobre todo con personas a quienes gustan las novedades.21
Necesidad de prudencia aún en la consolación sin causa precedente
Octava regla
Cuando la consolación es sin causa, aunque en ella no haya engaño por ser sólo
de Dios nuestro Señor, como está dicho, sin embargo, la persona espiritual a
quien Dios da esa consolación debe mirar con mucha vigilancia y atención dicha
consolación, y discernir el tiempo propio de la actual consolación, del tiempo
siguiente en que el alma queda caliente con el fervor y favorecida con los efectos
que deja la consolación pasada; porque muchas veces en este segundo tiempo,
por su propio discurrir relacionando conceptos y deduciendo consecuencias de
sus juicios, o por el buen espíritu o por el malo, forma diversos propósitos y
pareceres que no son dados inmediatamente por Dios nuestro Señor; y por tanto
hay que examinarlos muy bien antes de darles entero crédito o ponerlos por obra
(EE 340).
Esta última regla retoma el tema de la “consolación sin causa precedente”, de la
cual ya se dijo que sólo puede proceder de Dios. Aun en esta situación ideal San
Ignacio dice que se debe tener mucho cuidado. Adolfo Chércoles llama a Ignacio
“maestro de la sospecha”. El propio Ignacio explica el motivo de tanto cuidado: hay
el peligro de que la persona atribuya a Dios los pensamientos, decisiones y
afectos inmediatamente posteriores a la tal consolación.22
No es fácil trazar la línea divisoria entre el tiempo inmediato de la consolación sin
causa y el tiempo posterior. Porque después de una gran consolación la persona,
entusiasmada con la consolación, podrá atribuir a ésta lo que no tiene ya la
garantía de proceder de Dios.
La Sagrada Escritura dice que el rostro de Moisés, después de haber hablado con
Dios en el Sinaí, resplandecía (Ex 34, 29-30). Los Padres de la Iglesia afirman que
lo que aconteció con Moisés puede acontecer con todo bautizado que no coloque
obstáculo a la acción del Espíritu Santo en él: “Como los cuerpos límpidos y
transparentes, bajo la acción de la luz, se tornan también extraordinariamente
brillantes e irradian un nuevo fulgor, de la misma manera también las almas que
21
22
En Pietro SCHIAVONE, Modi di agire diametralmente opposti, Tempi dello Spirito, 178 (2008) 280-285.
Tal riesgo es señalado también por San Juan de la Cruz: Subida del Monte Carmelo II, 29, 7.
11
reciben el Espíritu y son iluminadas por él se tornan espirituales e irradian sobre
los otros la gracia que les fue dada”23.
Salvando las distancias, muchos orientadores y acompañantes de Ejercicios
podrían testimoniar un poco de esta irradiación espiritual que se percibe cuando
un(a) ejercitante comparte con nosotros una experiencia de verdadera
consolación. Su rostro se muestra radiante. Nosotros podemos dudar de la
autenticidad de la consolación, pero la persona que la experimentó no tiene duda,
no puede esconderla.
Recuerdo a una joven religiosa que acompañé en Ejercicios de ocho días. Yo la
conocía desde antes y no me parecía una persona inclinada a excesos de fervor.
Pero en los Ejercicios, al contemplar el nacimiento de Jesús y reflexionar sobre su
propio nacimiento, tuvo tal consolación, que por varios días quedó radiante: “¡No
es posible!”, decía. “No tiene explicación… ¿Qué querrá el Señor de mí?”
Sin embargo, ni el ejercitante ni el acompañante podrán determinar en qué
momento la acción de Dios dejó de ser la causa inmediata de su fervor y cuándo
la libertad del ejercitante, influenciada por otros factores externos, fue la principal
responsable de sus pensamientos, sentimientos y determinaciones.
Esta regla será útil en el discernimiento de supuestas apariciones y revelaciones
privadas. De hecho, el número 336 de los Ejercicios de San Ignacio es citado por
la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe en el documento “Normae de
modo procedendi in diudicandis praesumptis apparitionibus ac revelationibus”,
publicado en l978 en latín, y más recientemente reeditado en lenguas
vernáculas24.
Analizar la vasta fenomenología de fenómenos místicos y paranormales sería
tema para otro libro, pero creo que las Reglas de Discernimiento de Espíritus que
estamos comentando pueden ayudar a clarificar tales casos, particularmente
numerosos en tiempos de crisis. Por sí sólo, el hecho de que los videntes sean
personas sinceras y portadores de mensajes plenamente coherentes con la
Escritura y la tradición de la Iglesia no garantiza que los fenómenos sean
auténticos.
Conclusión
Concluimos aquí el comentario de las dos series de Reglas de Discernimiento de
Espíritus contenidas en los Ejercicios Espirituales de San Ignacio.
23
BASILIO MAGNO, Tratado sobre o Espírito Santo, cap. 9, 23, tomado de Liturgia de las Horas, martes de la
7ª Semana del Tiempo Pascual.
24
SAGRADA CONGREGAÇÃO PARA A DOUTRINA DA FÉ, Normas para proceder no discernimento de
presumíveis aparições e revelações, SEDOC, v. 45, n. 353 (jul.-ago. 2012), 8-14 (12).
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Los orientadores y acompañantes de Ejercicios y los orientadores en general
deberían tener gran familiaridad con esas Reglas de discernimiento; no
necesariamente para citarlas a cada momento, sino para tenerlas en cuenta en la
delicada misión de comprender y ayudar a cada ejercitante.
Con todo, nada sustituirá el buen sentido del orientador o acompañante y su
familiaridad con Dios en la oración y en la vida cotidiana. Me viene a la mente en
este momento, el ejemplo de un célebre predicador de Ejercicios, el padre Tomás
Morales25, a quien conocí en mi juventud. Le preguntamos “¿Qué podemos hacer
para formarnos buenos orientadores de Ejercicios?” “Vivan el espíritu de los
Ejercicios a lo largo de toda su formación”, fue su respuesta.
Como San Ignacio, como Santa Teresa, como todos los santos, más que los
gustos y los dones místicos en la oración, el austero padre Morales valoraba las
“virtudes sólidas”: la humildad, la obediencia, la abnegación de sí mismo y,
prolongándolas a todas ellas, la perseverancia.
(Tomado del libro L. GONZÁLEZ-QUEVEDO, O discernimento espiritual: as regras inacianas,
Coleção “Leituras e releituras”, nº 19).
25
P. Tomás Morales, SJ (1908-1994), actualmente en proceso de beatificación, dedicó toda su vida al
apostolado juvenil y laical. Fundo dos institutos seculares y una asociación pública de fieles. Predicó más de
quinientos retiros ignacianos.
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