el día que un regio

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2D
EL NORTE
: Domingo 24 de Septiembre del 2000
P E R FI L ES
H I S TO R I A S
Editora: Rosa Linda González
E-mail: [email protected]
Po r CÉSAR CEPEDA
FOTOS : MARTHA ÁLVAREZ
M
iró hacia atrás por encima de su hombro y observó que el marchista alemán, una de sus
tres sombras durante toda la competencia, estaba retrasado y resignado a la medalla de plata. Levantó los brazos mientras contemplaba por primera
vez la tribuna del Estadio Olímpico de Montreal que
lo aclamaba. Gotas de sudor bajaban por su rostro
moreno. Cruzó la meta, a donde llegó arrodillándose, no como síntoma del cansancio producido por el
recorrido de 20 kilómetros, sino para persignarse y
agradecer a Dios y a la Virgen de Guadalupe la victoria. En esos instantes el atleta pensó en su “jefecita Tomasa”, quien a miles de kilómetros de él, en la
colonia Valles de San Roque, veía a su hijo en la pantalla de televisión.
“Querida jefecita”, le había escrito en una carta
meses antes, cuando estaba concentrado para esta
competencia, “siempre trato de ser el mejor para que
mi viejecita chula esté contenta y se sienta orgullosa de su hijo”.
Ese día el calor y la humedad que se registraron
en Montreal representaron una adversidad no prevista para la mayoría de los competidores. Pero no
para el mexicano Daniel Bautista Rocha, el agente de
tránsito de 24 años, originario de Estación El Salado, San Luis Potosí, pero radicado desde niño en Monterrey, quien junto con el equipo mexicano de caminata había realizado intensos entrenamientos en La
Paz, Bolivia, a 3 mil kilómetros sobre el nivel del mar.
El mexicano estaba seguro de su capacidad y centró sus ataques contra la aplanadora alemana de marcha –el 1, 2 y 4 en la Olimpiada de Munich de 1972–,
en su control psicológico durante la contienda.
“A los alemanes”, le había dicho su entrenador polaco Jerzy Hausleber, “hay que tumbarlos y matarlos, porque si se levantan… te ganan”.
A partir del kilómetro 12, cada vez que el pelotón
fuga –integrado por Bautista y los tres alemanes– pasaba por la zona de abastecimiento de agua, los germánicos tomaban esponjas de agua y se refrescaban.
Ellos mismos le ofrecían esponjas al mexicano, quien
agradecía el gesto teutón, pero no las aceptaba.
Los alemanes se miraban extrañados y confundidos por la actitud del muchacho. Sabían que el marchista mexicano era el único que podía entrometerse en su misión de ganar las medallas. Sus resultados en competencias internacionales eran para tomarse con cuidado: en ese momento ostentaba el título de campeón panamericano y era el poseedor de
la marca mundial en la especialidad de 20 kilómetros de caminata.
Bautista jugaba sus cartas. A propósito, en sus entrenamientos, en Bolivia, en el puerto de Veracruz,
en las montañas de Noruega, él siempre se abstenía
de tomar agua en los primeros 25 kilómetros tratando de acostumbrar a su cuerpo a situaciones adversas. También realizaba ejercicios de respiración, simulando que no respiraba durante las competencias,
desgastando psicológicamente a sus rivales.
La estrategia comenzó a dar resultados en la prueba. En el kilómetro 15, se rezagó Karl-Heinz Stadmüller, un kilómetro después lo imitó su compatriota,
el campeón defensor, Peter Frenkel, y faltando 2 kilómetros para la meta, Hanns Reimann se quedó mirando el número 13 que portaba el muchacho moreno en la espalda.
Bautista había conectado un nocaut perfecto aquel
23 de julio de 1976, parando el reloj en 1 hora 24 minutos, implantado la marca olímpica y logrando la
primera medalla de oro en la historia de los Juegos
Olímpicos para el atletismo mexicano.
A su llegada a Monterrey, en 1954, provenientes del estado de San Luis Potosí, la familia Bautista Rocha, encabezada por don Daniel, un bracero potosino que comenzó a trabajar como
albañil en la ciudad, y por doña Tomasa, madre de 8 hijos, 6 varones y
2 mujeres, no contaba con casa propia.
Ellos rentaban una casa humilde en las Nuevas
Colonias, a un lado de la Independencia, donde Daniel, el cuarto de los 8 hijos, logró cursar la primaria
y hacer su primera comunión en la Iglesia Pío X, instrucción que era apoyada por el Colegio Franco Mexicano.
Luego, la familia se mudó a la Colonia Cantú, donde el muchacho cursó la secundaria en la Escuela
Doctor Gabino Barrera, la 12, ubicada en la Colonia
Coyoacán.
“No teníamos dinero para su camión”, recuerda
doña Tomasa, madre de Daniel, “así que el pobrecito se iba caminando todos los días de la casa a la escuela, que estaba muy retirada… él nunca se quejaba”.
El gran mentor de Daniel en la vida fue su hermano Lucio, cinco años mayor que él y un deportista nato al que le gustaba practicar principalmente el
atletismo. Lucio se iba a correr al llamado Circuito
de los Puentes, formado por las avenidas Pino Suárez, Morones Prieto, Gonzalitos y Constitución. Daniel siempre iba a su lado. Incluso, cuando éste se
iba a la pizca de maíz y de algodón al estado
de Tamaulipas, también lo acompañaba.
“La figura de mi hermano fue determinante en mi iniciación en el atletismo”, ha reconocido el medallista
olímpico, “si él hubiera sido un delincuente… hubiera sido el mejor
delincuente… yo jalaba con él para todas partes”.
En 1968, durante los Juegos
Olímpicos de México, Bautista fue
testigo por televisión de la medalla
de plata obtenida por José “El Sargento” Pedraza en los 20 kilómetros
en marcha, en ese entonces una disciplina desconocida en Monterrey y en México.
Ese mismo día, el muchacho de 16 años, contagiado por la euforia y sin saber nada sobre técnica y
mecánica de movimientos, comenzó a imitar a José
Pedraza por las calles de Monterrey.
En aquella época lo único que ganó fueron silbidos y chiflidos burlones de parte de los automovilistas regios.
Las medallas llegarían más tarde.
La historia de Bautista es claramente la de un héroe nacional y se trata de una experiencia humana fácilmente reconocible por el resto de
los mortales.
“La medalla de oro de Daniel es un
icono en la historia del deporte mexicano”, explica Rubén Romero, periodista especialista en atletismo. “A él le correspondió ser el atleta
mexicano que abriera las puertas a todos los demás
y demostró que sí se podía ganar en atletismo”.
EL DÍA QUE UN REGIO
Ol i mpo
tocó el
Antes de ir a las Olimpiadas de Montreal, Bautista
tuvo sólo el apoyo económico, además del de su familia,
de parte de Tránsito de Monterrey, dependencia dirigida por Leoncio Montemayor en ese entonces. Al terminar la secundaria, Bautista había ingresado en 1971 a la
academia y se graduó como agente de tránsito. Trabajó
dos años en esa dependencia, pero nunca abandonó sus
entrenamientos como marchista. En 1973, cuando fue a
Ciudad de México a realizar pruebas para el selectivo
olímpico, solicitó un permiso con goce de sueldo y sorprendentemente se lo otorgaron gracias a la intervención de las autoridades olímpicas mexicanas.
El permiso se extendió hasta 1980, año en que se retiró de las competencias.
“Era el sueldo mínimo, pero lo necesitaba porque tenía que ayudar a mi mamá en la casa”, recuerda.
El triunfo conseguido en Montreal modificó totalmente la vida de este hombre. El Gobierno del Estado, que
ya en 1975 le había regalado una modesta casa en Fomerrey 3 por su triunfo en los Panamericanos, se sumó
a la euforia y lo premió con un coche con placas de taxi.
Le vino encima una cascada de reconocimientos. Ganó el Premio Nacional del Deporte en 1976, logró 6 Heraldos al mejor deportista del año, obtuvo el primer lugar en los Panamericanos de 1979 y fue designado por
la Asociación Nacional de Cronistas Deportivos como el
mejor atleta mexicano de la década de los 70, por encima del boxeador José Luis “Pipino” Cuevas y del futbolista Hugo Sánchez. En Cuba, se le distinguió como el
mejor deportista latinoamericano, convirtiéndose así en
el único mexicano que ha logrado ese reconocimiento.
“Lo más grandioso de Daniel”, dice Romero, “es que
él nunca ha perdido su humildad y sencillez, a pesar de
haber pertenecido a una élite, una clase selecta, conformada por los pocos humanos que han ganado una medalla olímpica. Tenía muchas razones para sentirse especial, superior, pero nunca lo hizo”.
Jorge Manjarrez, amigo del marchista desde hace 15
años, coincide en esa apreciación.
“Si yo pudiera decir que Daniel tiene un defecto, diría que se le pasa la mano de sencillo”.
Bautista nunca descuidó sus entrenamientos. Continuó en el equipo olímpico bajo las órdenes del polaco
Hausleber, cosechando triunfos en México, América y
Europa, implementando a su paso marcas mundiales.
En 1979, bajó la marca mundial de 20 kilómetros en
pista a 1 hora 20 minutos, 4 menos que su récord de
Montreal conseguido en las Olimpiadas. En algún momento, Bautista llegó a ostentar los récords mundiales
de 5, 10, 15, 20 kilómetros y La Hora.
“Durante 5 años fui el mejor del Mundo… no había
quien me ganara ni cuando competía enfermo”, asegura el marchista.
En 1980 viajó con el equipo mexicano de caminata a
las Olimpiadas de Moscú para refrendar su reinado y la
medalla de oro conseguida en Montreal cuatro años antes.
El destino le preparaba una mala jugada.
Hace 2 años se organizó en Monterrey la Carrera por la Vida, un
esfuerzo de un grupo de amigos
para recaudar fondos para niños
enfermos de cáncer que recibían
tratamiento en el Hospital Universitario.
Bautista, entre muchos más, apoyó en la logística del
evento e involucró a toda su familia en la organización.
“El único que objetaba el circuito era Daniel”, recuerda entre risas Jorge Manjarrez, hoy delegado de Migración en la ciudad, “porque teníamos que pasar por el
Túnel de la Loma Larga y a él no le gustan los túneles…”.
El problema que tiene el atleta con los puentes y túneles se remonta a las Olimpiadas de Moscú. El marchista se perfilaba a su segunda medalla de oro, pero
faltando 2 kilómetros para llegar a la meta, un
juez lo amonestó por tercera vez y lo descalificó de la competencia.
La escena sucedió bajó la complicidad de
un puente ruso que impidió que la supuesta irregularidad fuera vista por los
televidentes.
“Me acuerdo que el profesor Hausleber me vio entrar al puente y se fue
al estadio a esperarme, como era la
costumbre, pero nunca llegué. La verdad, y no es por excusarme, pero estaba cantado el tiro. El ruso que iba detrás de mí me gritaba que lo esperara,
que me fuera con él, porque me iban a descalificar… y así sucedió”.
El suceso trágico, que provocó protestas de mexicanos frente a la embajada rusa, marcó el retiro del
regiomontano como deportista de alto rendimiento.
“Estaba saturado de tanto trabajo, entrenamientos,
concentraciones. Además, ya estaba satisfecho. Ya había ganado todo”.
Regresó a la Ciudad y expiró el permiso de trabajo
con Tránsito de Monterrey, así que renunció.
El medallista comenzó su carrera en la función pública, coordinando el Centro Deportivo y Recreativo de
Guadalupe, pasando después por la Jefatura de Deportes del ISSSTE y la Dirección de Deportes del Municipio
de Monterrey con Sócrates Rizzo como Alcalde, y llegando hasta la dirección del Instituto Estatal de la Juventud y el Deporte, primero como director general y después como director de deportes, puesto al que renunció
hace poco más de un año.
“Uno como deportista tiene una visión clara de lo que
es el deporte en México, que no es prioritario, hay otras cosas, como el combate a la pobreza y la educación, que son
prioridad, entonces, el límite en lo que se puede hacer en
el campo deportivo lo marca siempre la voluntad política”.
La medalla de oro que Daniel Bautista
ganó en 1976 aún ilumina la vida de este
ex agente de tránsito que abrió la brecha
a los atletas mexicanos
Bautista ya no vive en la colonia Fomerrey 3. La casa, donada por el Gobierno
del Estado, se la regaló a su madre, Tomasa. Ahora vive en una residencia cómoda con cochera para dos automóviles
por el sector de Mederos, junto con su
esposa María Dolores Ortiz, con la que
contrajo matrimonio por lo civil antes de
viajar a Montreal en 1976.
La pareja tiene una hija de 17 años, Daniela, quien
estudia nutrición, pero se ve en un futuro como ciclista profesional, y dos hombres, Daniel Jorge de Jesús y Daniel, de 12 y 7 años respectivamente, que sueñan con una cancha de futbol y vestir la camisa de los
Tigres algún día.
“Yo sigo pensando todos los días que para darle el
bienestar y la seguridad a mi familia hay que trabajar mucho y yo no he hecho nada”.
Bautista no acostumbra hablar con sus hijos sobre
sus glorias olímpicas.
“Al más chico le llama la atención que mucha gente salude a su padre… pero él quiere que solos se vayan enterando poco a poco”, dice María Dolores.
Retirado de la función pública, Bautista en estos
momentos planea retomar viejos negocios que alguna vez le contribuyeron ingresos económicos, como la
compra y venta de chatarra, los camiones de volteo y
75 C
50 C
25 C
3 C
un restaurante de mariscos.
Sigue participando en proyectos comunitarios
y ha descartado un cargo político ni siquiera por
elección popular.
Él es militante activo de Partido Revolucionario Institucional.
“Yo soy muy honesto”, aclara, “pero yo soy un
naturalito servidor público…”.
En tiempos de Juegos Olímpicos, como los de
hoy, es buscado por los medios de comunicación
con insistencia. La prueba de 20 kilómetros donde descalificaron a Bernardo Segura la observó en
este periódico y al día siguiente estuvo en varios
programas deportivos comentando la competencia.
El campeón nunca dice que no.
En su casa hay un pequeño cuarto-oficina donde guarda fotografías de su etapa como marchista, algunos artículos periodísticos, el número que
portó en Montreal. El video de aquella competencia está extraviado, se lo prestó a un amigo que
nunca lo regresó. La medalla está en su estuche
original de madera, depositado sin llave en un
mueble de la sala.
“La vida después de la medalla me ofreció muchas cosas, pero la agarré suave, tranquilamente…
nunca pensé en tirarme en una hamaca y pensar
que ya la hice”, señala.
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