Formato original - Gobierno del principado de Asturias

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Martes, 27 de septiembre de 2016
INTERVENCIÓN
DEL
PRESIDENTE
PRINCIPADO DE ASTURIAS,
JAVIER FERNÁNDEZ
DEL
Homenaje a Luis Adaro y Magro y Jerónimo Ibrán y
Mulá
Tengo serias razones para agradecerles que me hayan invitado a
participar en este homenaje. Por un lado, Jerónimo Ibrán y Luis Adaro y
Magro forman parte de la lista de capitanes de empresa que comandaron
a pie de obra la primera revolución industrial en Asturias y en España.
Por otro, ambos eran ingenieros de minas, categoría ingenieril a la que,
ya supondrán, le concedo especial valor.
Así que aquí estamos reunidos ingenieros para homenajear a ingenieros,
un sospechoso ejercicio de afirmación gremial que –hay que
defenderse— está muy justificado. Les adelanto que no me adentraré en
detalles: las intervenciones previstas en esta jornada tienen mejores
credenciales que las que yo pueda exhibir para glosar la biografía y las
aportaciones de Jerónimo Ibrán y Luis Adaro. Por lo tanto, entenderán
que no me dedique a los pormenores vitales ni técnicos de sus
trayectorias: no voy a correr riesgos en una competición donde llevo las
de perder.
Existe, no obstante, otra geografía donde podría ser el vencedor. Donde
les ganaría es en una carrera por las calles de Mieres. Me explico: unas
décadas atrás, lo que primero supe de Jerónimo Ibrán es que era una
calle, una de las más populares de la ciudad donde nací y disfruté la
infancia y la juventud. Primero conocí la calle y después, bastante más
tarde, supe cuántas razones había para que llevase el mismo nombre
desde 1909.
Claro está que lo importante no son mis recuerdos, el álbum de
fotografías que amarillea. Disculpen la licencia de recurrir a la evocación
–la magdalena de Proust siempre está a mano, ya saben— para
destacar que la obra de Luis Adaro y Jerónimo Ibrán ha contribuido a
definir el paisaje de las cuencas y de toda la Asturias industrial. Como el
chiquillo que pasaba por aquella calle sin tener ni idea de a quién
correspondía el nombre, temo que hoy tampoco apreciemos cuánto
debemos al empuje de aquellos hombres, que olvidemos hasta qué
punto su obra moldeó la Asturias contemporánea.
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Les felicito por haber organizado un homenaje que ayudará a
recordarles.
Precisamente, quiero hablarles de paisajes y de identidades. De partida,
sostengo dos afirmaciones. La primera es que Luis Adaro e Ibrán han
sido arquitectos de la identidad actual de Asturias. Decir esto no tiene
mucho mérito: a esa conclusión llegará cualquiera que conozca
someramente nuestra historia contemporánea. La segunda es más
arriesgada: hoy, como en el siglo XIX, el desarrollo industrial resulta
imprescindible para el futuro del Principado. La alternativa es el parque
temático. Lo digo a brocha gorda y algo provocador para que no nos
llamemos a engaño: sin latido industrial, y aquí entran desde la minería
hasta las ingenierías de vanguardia, nuestra potencia económica
quedará debilitada.
Para explicarme, les propongo un ejercicio práctico. Supongan que a
cada uno de nosotros nos piden que resumamos en un párrafo las
características de Asturias. Apenas unas líneas para apretar la
información básica en una tarjeta de presentación del Principado. ¿Qué
diríamos de este triángulo montañoso limitado por el Cantábrico de
10.600 kilómetros cuadrados, clima atlántico y algo más de un millón de
habitantes? Me pregunto cuántos incluiríamos el adjetivo industrial en
esa definición. Probablemente, muchos. No sé si todos, pero desde luego
me atrevo a apostar que la mayoría describiríamos a Asturias como una
comunidad ahormada por la actividad fabril.
Incluso podríamos llegar a pensar que la industria es un rasgo
consustancial, propio de nuestra idiosincrasia, como si siempre hubiera
sido así. Nos equivocaríamos. O podríamos dar por hecho que la
industria, una vez afianzada, está asegurada para siempre, atornillada al
territorio. Entonces volveríamos a equivocarnos.
Lo cierto es que todo ese caldo de imágenes que se revuelve a propósito
de las identidades emite vapores engañosos. Aunque estemos
acostumbrados a la estampa del campesino que cabruña la guadaña,
inspiradora de tantos cuadros, esta herramienta no se popularizó en el
occidente asturiano hasta el siglo pasado. Antes segaban a mango corto,
con hoz. Por añadir otro ejemplo, fíjense en que es probable que la
fabada no existiese como tal hasta el XIX. Para concluir, si hablamos del
himno, del Asturias, patria querida, habrá que esperar hasta las primeras
décadas del XX.
¿Qué pretendo concluir con estas referencias dispersas? Que la Asturias
que hoy entendemos como tal es una construcción reciente. Medida en
tiempos históricos, una realidad primeriza, de antes de ayer. El paisaje
de castilletes de las explotaciones de hulla de la cuenca central y el
gótico de la siderurgia –pináculos que saludan con penachos de fuego y
humo— son las postales de la economía del siglo pasado. Antes del XIX,
y sin necesidad de recurrir a los quejosos relatos de los viajeros que
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sufrieron nuestros caminos, Asturias era una provincia agraria sometida a
hambrunas, escasa de capitales, mal comunicada y mayormente pobre.
Ocurre que hoy homenajeamos precisamente, como dije, a dos de los
grandes constructores de esa identidad industrial. A Jerónimo Ibrán y
Luis Adaro hay que incluirlos en el catálogo de honor que suma a Pedro
Duro, José Tartiere Lenegre (otro ingeniero, por cierto), Numa Guilhou,
Policarpo Herrero, el general Elorza y otros nombres que blasonan la
expansión fabril de esta comunidad, como Guillermo Schulz.
A todos les debemos mucho porque sin su empuje la historia de Asturias
sería mucho más menguada. El despegue económico de esta región ni
fue fácil ni vino regalado por la naturaleza. No bastó con la existencia de
recursos minerales, del carbón de piedra del que se hablaba entonces. Ni
siquiera fue posible que la región se enganchase a las primeras etapas
de la revolución industrial. El salto no se produjo hasta mediados del XIX,
fruto de la concurrencia de proteccionismo arancelario, la afluencia de
capitales vascos y extranjeros interesados en la explotación minera, la
instalación de las primeras siderúrgicas y la mejora de las
comunicaciones con la construcción de infraestructuras como el
ferrocarril de Langreo. Detrás de esta combinación de causas hubo
ambiciones de riqueza, intereses personales, decisiones políticas y, lo
que toca resaltar hoy en este homenaje, conocimiento, talento e iniciativa
para promover el desarrollo económico. Eso fue lo que aportaron Luis
Adaro y Jerónimo Ibrán.
Las distancias con la sociedad actual son muchas. El aparato
administrativo es más complejo. Las decisiones no circulan por los
mismos cauces. Ahora, ¿cómo no admirarse ante el empuje y la
tenacidad de estos hombres, la capacidad para promover tanto avances
técnicos como iniciativas que rebasaban con amplitud los márgenes de
su acreditación profesional? A propósito, deberíamos preguntarnos si hoy
estamos favoreciendo la contribución de los mejores al progreso social o,
al contrario, los estamos confinando a su especialidad específica porque
la participación en la vida pública se les hace incómoda, desagradable y,
en definitiva, frustrante. Hay motivos para pensarlo.
Voy con la segunda afirmación. En Asturias y en España tenemos que
esforzarnos en preservar y mejorar el legado industrial. De la crisis
reciente deberíamos sacar muchas lecciones. Para no alejarme por
rumbos extraños a este acto, destaco una: un modelo económico poco
enraizado, sin anclaje industrial, es volátil, endeble. Una recuperación
que volviese a sustentarse en la demanda turística y en el auge
inmobiliario tendría, una vez más, los pies de barro. Pensemos en esto
cuando leamos que pese al aumento del empleo y al crecimiento del
Producto Interior Bruto el déficit de la Seguridad Social continúa
ensanchándose. También en esto se nota la flojera industrial: ni el valor
añadido ni el nivel salarial de otras actividades es equiparable. España
necesita urgentemente una política industrial sólida y sostenida que
favorezca un cambio de modelo económico que nos libre de estar
sometidos a los vaivenes turísticos y al bombeo inmobiliario.
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Hoy, en Asturias la industria da empleo a unos 57.000 trabajadores y
aporta aproximadamente el 19.6% del Valor Añadido Bruto, por encima
de la media nacional. Las inversiones previstas en la siderurgia, el
desarrollo de producciones metalmecánicas y la construcción naval
suman, entre otros factores, un horizonte optimista. Por desgracia,
seguimos sin resolver el problema de la tarifa eléctrica, sufrimos una
agresiva política contra la minería del carbón y comunicaciones
vertebrales como la variante de Pajares pagan la falta de inversiones de
un Gobierno que ha dilapidado el valor de su palabra con esta obra.
Mi pregunta, la que les dirijo a ustedes es qué podemos hacer para
fortalecer ese corazón industrial. Me dirán que hay que impulsar el
trinomio de investigación más desarrollo e innovación, mejorar la
formación, favorecer la internacionalización empresarial, etcétera. Todo
eso, se lo aseguro, lo intentamos. Contamos con estrategia industrial,
instrumentos de promoción económica, una universidad prestigiosa con
una buena oferta técnica, sindicatos maduros, infraestructuras muy
mejoradas, mano de obra cualificada.
Y, quiero añadir, les tenemos a ustedes. Porque hoy, como cuando
Jerónimo Ibrán y Luis Adaro peleaban por sus proyectos, el saber
experto es imprescindible. El conocimiento y el talento no admiten
sucedáneos. Ellos dedicaron el suyo a promover un desarrollo industrial
que acabó labrando la identidad de Asturias durante más de un siglo.
Hoy necesitamos que ustedes nos ayuden a mejorar ese legado.
Estamos ante la forja de otra identidad regional, con rasgos diferentes y
queremos contar con ustedes para que la industria, más ligera y diversa,
con todas las innovaciones que está experimentando, siga siendo una de
nuestras mejores cartas de presentación. Les animo a ello.
Muchas gracias.
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