cómo se entiende la doctrina del purgatorio

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JOHN R. SACHS
CÓMO SE ENTIENDE LA DOCTRINA DEL
PURGATORIO
¿Resurrección o reencarnación? La doctrina cristiana del purgatorio, Concilium 29
(1993) 883-890
Para la escatología tradicional hay cuatro "postrimerías": muerte, juicio, infierno y
gloria. Desde finales del siglo XII se empezó a hablar de una quinta: el purgatorio. Se
trata de un tema controvertido entre católicos y protestantes. Hoy este tema tiene interés
para el diálogo interconfesional e interreligioso, sobre todo si se piensa en la atracción
que la reencarnación ejerce en los nuevos movimientos religiosos. El purgatorio muestra
hasta qué punto la fe cristiana, más allá del carácter irrevocable de la muerte y el juicio
(Hb 9,27), puede llegar a reconocer la posibilidad de cierto desarrollo de los seres
humanos después de la muerte. Lo que expondremos sobre determinados aspectos de la
esperanza cristiana en relación con el destino final de las personas, ayudará a entender
mejor cuáles son las cuestiones fundamentales y dónde están las semejanzas y las
diferencias reales entre las distintas confesiones u opciones religiosas.
Presuponemos las siguientes afirmaciones de la antropología y la escatología cristianas:
1) los seres humanos han sido creados libremente por Dios para que participen de su
vida; 2) la libertad radica en la capacidad para hacer una "opción fundamental" que
compromete la propia vida a favor o en contra de Dios; 3) todos los seres humanos
responderán ante Dios en su muerte y en el juicio final; 4) la autocomunicación de Dios
se realiza en la persona de Jesús; 5) la muerte y resurrección de Jesús es la revelación
del destino final que Dios quiere para todos los hombres y el paradigma de la idea
cristiana de la vida eterna; 6) el rechazo libre y total de Dios implica la alternativa de la
pérdida del destino querido por Dios, la soledad y la alienación absolutas. Y eso es el
infierno.
La doctrina del purgatorio
El purgatorio fue definido como doctrina de fe en el Concilio II de Lyon (1274) y
reafirmado luego en los de Florencia (1439) y Trento (1563). Afirma que quienes,
después del bautismo pecan y se arrepienten, pero mueren en gracia, sin haber
satisfecho por sus pecados, son purificados después de la muerte. En virtud de la
comunión eclesial con los difuntos, las penas del purgatorio pueden ser aliviadas
mediante sufragios. Al hablar de la comunión entre la Iglesia del más allá y la que
todavía peregrina, recoge el Vaticano II esta doctrina.
Del purgatorio no habla el NT, pero sí la liturgia. Ante todo la oración por los difuntos:
ya en el siglo II se ofrecía la eucaristía por los difuntos. La antigua práctica penitencial:
cuando, tras una praxis penitencial, se permitió el acceso a la eucaristía a los pecadores,
se planteó la cuestión de qué les pasaba a los que morían antes de haber completado su
penitencia. Se pensó que esas personas podían completar en el más allá lo que habían
iniciado en vida.
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La idea de una purificación mediante las penas sufridas después de la muerte fue
desarrollada por Clemente de Alejandría, Orígenes, Agustín, Gregorio Magno y por la
escolástica. Algunos textos bíblicos jugaron un papel clave: 2 M 12,38-46; Mt 5,26 y
12,31; 1 Co 3,10-15. En Oriente, esa purificación fue considerada como un proceso
necesario de maduración que disponía para la visión de Dios. En Occidente se cargó el
acento en el aspecto jurídico-penal.
Cómo entender esa doctrina
1. El purgatorio no es un lugar. Agustín: "Después de esta vida, Dios mismo es nuestro
lugar". Y la Iglesia no ha definido ni la naturaleza ni la duración de las penas. La
mayoría de los teólogos entienden el purgatorio como un proceso en el acceso personal
final del creyente pecador hacia la vida de Dios:
2. Los que se purifican no quedan indefinidamente en una situación intermedia "entre"
el cielo y el infierno. Para ellos, el purgatorio es la etapa final en su camino hacia la
autocomunicación de Dios. El purgatorio no es "una segunda oportunidad".
3. El purgatorio no ha de concebirse a la manera de un sistema penal civil. Según
Rahner, la pena del pecado es el dolor intrínseco causado por el mismo pecado, no un
castigo adicional de Dios. Ratzinger sugiere que los que se purifican mantienen aún
alguna relación con la historia por razón del efecto duradero que tienen sus actos sobre
los demás. Es ese rastro que aún quedaría en la tierra lo que haría sufrir.
4. Dada la naturaleza histórica de la existencia humana, normalmente se requiere tiempo
para que la conversión alcance todas las dimensiones de la propia vida. Por radicales
que sean, los cambios no son capaces de borrar el pasado sin más. Se exige un proceso
más o menos lento de superación. De ahí el orden de los penitentes en la antigua Iglesia.
Desde esta perspectiva, el purgatorio sería el proceso en que la gracia del "sí"
fundamental a Dios a lo largo de la vida, que con la muerte se hace definitivo, entraña la
posibilidad de penetrar en todas las dimensiones del propio ser. No deja de ser
razonable suponer que la plena madurez de la persona sólo se alcanza normalmente
después de la muerte. Y por esto la teología católica cons idera el purgatorio como un
proceso de maduración e integración.
5. El purgatorio no es una situación temporal. Con Agustín, podemos entenderlo en
términos de intensidad, más que de duración.
6. El sufrimiento es producido por el hecho de que mi propia culpa se manifiesta en
insoportable contraste con el amor absoluto que Dios me tiene y con el que quiere
colmar todo mi ser.
La cuestión de la reencarnación
La doctrina del purgatorio es una variación sobre el tema cristiano de la resurrección, la
afirmación fundamental de fe respecto al destino final de los seres humanos. A la hora
de debatir el tema de reencarnación, que algunos actualmente contraponen al de la
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resurrección, hay que contar con los siguientes ocho principios de la concepción
cristiana de la salvación:
1. Teológico. La salvación viene de Dios, que resucita a los muertos. La vida eterna no
es consecuencia de la inmortalidad del alma. Es un don libre y gratuito de Dios.
2. Histórico. La salvación se realiza en la historia, la del mundo y la de cada persona.
Este mundo es el lugar de la presencia y la acción de Dios. La muerte no es un tránsito
neutral, sino un momento integral e integrador de nuestra propia existencia. La historia
de mi vida, que limita con la muerte, es el tiempo y el lugar concretos en que Dios se
me revela como mi salvador. "La eternidad se realiza en el tiempo, como su propio fruto
maduro" (Rahner).
3. Pneumatológico. Como participación en el Espíritu, la salvación es a la vez
reconciliación, paz y gozo, tanto con Dios como entre mujeres y hombres. La vida
nueva del Espíritu comienza ahora y llega a su plenitud a través de la muerte y de la
resurrección.
4. Cristológico. Si la salvación es una relación personal del amor, la respuesta humana
es esencial. Para el cristiano, esto significa hacerse discípulo de Jesús. Su acción
salvadora nos capacita y nos emplaza a imitarle. Para participar en la vida de Dios hay
que seguir a Jesús en su entrega amorosa y su espíritu de servicio. Nuestras acciones
tienen, pues, consecuencias definitivas.
5. Antropológico. La salvación afecta a la totalidad de la persona. El purgatorio no es
una purificación respecto a la parte material. Ni la resurrección significa una liberación
del alma respecto al cuerpo. Y por esto justamente el NT y los antiguos credos hablan
intencionadamente de la resurrección de la carne o del cuerpo. Pese a ese interés en
subrayar la unidad esencial de la persona humana, ni la teología tradicional y la doctrina
oficial que de ella depende ni los enfoques más modernos aciertan a proponer una
antropología de la resurrección capaz de abordar satisfactoriamente el tema de la
corporeidad.
6. Eclesiológico. La salvación afecta a toda la humanidad. Cuando la idea de una
parusía inminente comenzó a desdibujarse, la escatología cristiana se volvió
individualista. Claro que la vida eterna atañe a la persona. Pero no consiste en algo
puramente individual. Tal como aparece simbolizada en la predicación de Jesús sobre el
Reino de Dios, es la instauración de una comunidad humana universal de amor fundada
en la comunión con Dios. Esta comunión abarca tanto a los vivos como a los difuntos.
En la piedad católica, incluso los santos "marchan" junto con el mundo. Precisamente
porque están del todo con Dios, están con el mundo y son para el mundo. La gloria de
Dios no llegará a su plenitud hasta que toda la creación sea finalmente transformada
(Rm 8,19-25).
7. Cosmológico. La salvación alcanza también a la totalidad del universo. esto está
implícito ya en una antropología que considera la persona humana como una unidad
irreductible. También este mundo está llamado a alcanzar su consumación en la
resurrección del "último día".
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De ahí que seamos responsables de la tierra y de todas sus criaturas. La esperanza
cristiana no apunta, pues, a la liberación con respecto al mundo y su historia, sino del
mundo con respecto al pecado y la muerte. Por decirlo de una vez: fuera del mundo no
hay salvación.
8. Escatológico. Como la muerte y resurrección de Jesús marcan el inicio del tiempo de
plenitud para la historia, confiriéndole un significado nuevo, también la muerte de cada
creyente, que es muerte en Cristo, confiere a cada existencia personal una profundidad
radical. Es el tiempo en el que la persona humana encuentra a Dios y adquiere su más
auténtico yo o los pierde. Vivimos nuestra existencia en un "ahora" escatológico, sin la
amenaza, pero también sin la tranquilidad que nos daría una posible repetición "más
tarde". Cuanto hacemos tiene un alcance eterno.
Pero ese tiempo está marcado no sólo por su término en la muerte, sino también por su
anticipación en el juicio misericordioso de Dios. Tras la resurrección, la vida no es
simplemente una duración eterna de cuanto he conseguido a lo largo de mi existencia,
sino mi propia vida transformada y perfeccionada por Dios. Y por esto el cristiano que
se enfrenta con la muerte, como una bienvenida liberación del sufrimiento o como algo
terrible y desconocido, perfectamente consciente de los fracasos, insuficiencias y
desencantos de su vida, al final se siente alentado al entregar esa vida en manos de Dios,
con la esperanza cierta de que el mismo que le dio origen la llevará también a su
plenitud.
Extractó: JORDI CASTILLERO
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