Unidad 4.La crisis del Antiguo Régimen

Anuncio
UNIDAD 4
LA CRISIS DEL ANTIGUO RÉGIMEN (1808-1833)
Fechas: 1808, 1812, 1833.
Personajes: José Mª Calatrava, Fernando VII, Godoy, José I, Jovellanos, Muñoz Torrero,
Rafael de Riego.
Términos: Antiguo Régimen, Cortes de Cádiz, Manifiesto de los Persas, Monarquía
Constitucional, Motín de Aranjuez, Sufragio Censitario, Sufragio Universal y Trienio
Constitucional.
Cuestiones (asociadas a los textos 3 y 4):

Las Cortes de Cádiz: constitución, composición y obra legislativa.

La Guerra de la Independencia: causas, desarrollo y consecuencias.

Extremadura en las Cortes de Cádiz.

El reinado de Fernando VII: liberales y absolutistas.

El proceso de emancipación de las colonias españolas de América.

Extremadura bajo el reinado de Fernando VII.
La crisis del reinado de Carlos IV había demostrado que era imposible modernizar el país por
la vía del reformismo ilustrado. La crisis tuvo su momento culminante en 1808, la Guerra de la
Independencia ratifica la quiebra del Antiguo Régimen y el inicio de un proceso que culminará con
la revolución liberal. Durante la Guerra contra los franceses, las ideas revolucionarias originadas
también en Francia penetraron con fuerza. Se dieron a conocer los conceptos de soberanía nacional,
libertad, igualdad, encarnados en las Cortes de Cádiz. En ellas se diseño la Constitución de 1812, el
programa esencial del liberalismo durante décadas, con el que se inició el desmantelamiento de la
sociedad estamental y el absolutismo.
El reinado efectivo de Fernando VII supuso un paréntesis de reacción, de intento de
conservar a toda costa el absolutismo. Durante veinte años de gobierno despótico los liberales fueron
perseguidos y las reformas aplazadas, pese al breve período de libertad del Trienio Constitucional.
Pero la experiencia anterior había sido un punto de no retorno, y el derrumbamiento definitivo se
desencadenará inevitablemente a la muerte del rey. En esta etapa de transformación, España perdió
la mayor parte de sus dominios en América. Los criollos americanos invocaron, para obtener su
independencia, las mismas ideas liberales que tanto costaba imponer en la metrópoli.
1.- LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA (1808-1814)
1.1. El estallido del conflicto: las causas
En 1807, Napoleón obtuvo el consentimiento de Carlos IV para que sus ejércitos atravesasen
España para atacar Portugal, aliada de Inglaterra, a cambio de un futuro reparto de Portugal entre
Francia, España y un principado para el propio Godoy (Tratado de Fontainebleau).
El 18 de marzo de 1808 estalló un levantamiento, el Motín de Aranjuez, en donde se
encontraban los reyes, quienes, bajo los consejos de Godoy y ante el temor de que la presencia
francesa terminase en una real invasión del país, se trasladaban hacia el sur. El motín, dirigido por la
nobleza palaciega y el clero, perseguía la destitución de Godoy y la abdicación de Carlos IV en su
hijo Fernando, alrededor del que se habían unido todos quienes querían acabar con Godoy.
Los amotinados consiguieron sus objetivos, poniendo en evidencia una crisis profunda en la
monarquía española. Carlos IV escribió a Napoleón haciéndole saber los acontecimientos y
1
reclamando su ayuda para recuperar el trono que le había arrebatado su propio hijo Fernando VII. El
Emperador se reafirmó en su impresión de debilidad, corrupción e incapacidad de la monarquía
española y se decidió definitivamente a invadir España.
Carlos IV y Fernando VII fueron llamados por Napoleón a Bayona (Francia), adonde
acudieron con presteza y donde, sin mayor oposición, abdicaron ambos en la persona de Napoleón
Bonaparte. Legitimado por las abdicaciones, Napoleón nombró a su hermano José, rey de España.
Mientras se desarrollaban los hechos de Bayona, en España se inició un alzamiento popular
contra la presencia francesa. El 2 de mayo, ante las confusas noticias de que Fernando VII había
sido secuestrado por Napoleón, el pueblo de Madrid se alzó de forma espontánea contra la
presencia francesa. Aunque fue duramente reprimido por las tropas al mando del general Murat, su
ejemplo cundió por todo el país y la población se levantó rápidamente contra el invasor. Ante la
sorpresa de los franceses, un movimiento de resistencia popular frenó el avance de las tropas
imperiales. A partir de ese momento se enfrentaran dos fuerzas con modelos políticos distintos: la
monarquía de José Bonaparte y las Juntas.
1.2. El desarrollo de la guerra
Desde el punto de vista bélico, los restos del ejército tradicional español eran incapaces de
oponerse al avance de las fuerzas francesas. La guerrilla y los sitios fueron las formas de impedir el
dominio francés sobre el territorio español. Los sitios consistían en la resistencia de las ciudades
españolas (Zaragoza, Gerona...) al avance francés. Las ciudades sitiadas resistían con tal de no dejar
avanzar al ejército invasor y, de esta forma, desgastar a las tropas napoleónicas y dar tiempo a la
organización de la resistencia en el resto del país. La guerrilla fue la forma espontánea y popular de
resistencia armada contra el invasor. Partidas formadas por campesinos, burgueses, sacerdotes o gente
de cualquier otra ocupación, se organizaban con un jefe de cuadrilla al frente para luchar contra los
franceses. Su mejor arma era el conocimiento del terreno y el apoyo de la población. No se
enfrentaban a campo abierto, sino que actuaban en pequeños grupos, hostigaban al ejército, destruían
sus instalaciones o asaltaban los cargamentos de avituallamiento.
Para Napoleón, la invasión de Portugal iba íntimamente ligada al dominio completo de la
Península Ibérica. Por ello, dispuso sus tropas estratégicamente en Barcelona, Vitoria y Madrid para
que, en su despliegue, ocupasen toda la Península. Napoleón no esperaba encontrar grandes
resistencias. Pero las previsiones de Napoleón Bonaparte se desbarataron ante la resistencia popular.
Las ciudades de Gerona y Zaragoza resistieron durante meses el ataque francés e impidieron el
avance de las tropas en la zona de Levante. Asimismo, sorprendentemente, el ejército francés fue
derrotado en Bailén (julio de 1808) por las tropas españolas, lo que impidió la toma de Andalucía y
obligó al repliegue de gran parte de los soldados napoleónicos más allá del Ebro y al abandono de la
ciudad de Madrid.
Napoleón en persona llegó a España en otoño y coordinó la contraofensiva con un ejército
de 250.000 hombres que condujo a la toma de Madrid y a un teórico dominio de casi todo el
territorio español. A partir de 1809 fue esencialmente la guerrilla la única fuerza de resistencia frente
al invasor.
Desde mediados de 1812, el curso de la guerra empezó a ser desfavorable para los
franceses. La campaña de Rusia había obligado a Napoleón a desplazar allí gran parte de su ejército
y, aprovechando la coyuntura, las fuerzas españolas, apoyadas por un ejército británico al mando del
general Wellington, comenzaron a hostigar gravemente a los franceses. Incapaz de mantener los dos
frentes y tras las derrotas de Los Arapiles y Vitoria, Napoleón decidió pactar el fin del conflicto
(Tratado de Valençay, que restituía la Corona de España Fernando VII) y hacia finales de 1813 sus
tropas empezaron a abandonar el territorio español.
1.3. Las consecuencias de la guerra.
La guerra supuso un enorme colapso demográfico. Se calcula que hubo medio millón de
muertos, una cifra considerable para una población total de unos 11 millones en 1807. A las bajas
producidas en combate hay que añadir las debidas a las epidemias y a las hambrunas, sin olvidar el
exilio de los miles de afrancesados.
2
Los daños materiales no fueron menores. Ciudades como Zaragoza, Gerona o San Sebastián
quedaron totalmente arrasadas. Fueron destruidos edificios y monumentos artísticos. Además, los
franceses también llevaron a cabo un importante expolio de obras artísticas, sólo parcialmente
devueltas tras la guerra.
Respecto a los daños económicos, la industria perdió no sólo el ritmo de progresión de los
años de preguerra, sino también numerosas fábricas y, lo que es más grave, el mercado colonial. Pero
fueron los campesinos quienes soportaron el peso principal: alistamientos masivos y campos
arrasados dejaron un país agotado en su principal fuente de riqueza. Por si fuera poco, la guerra
arruinó definitivamente la Hacienda española.
En cuanto a la repercusión internacional, la guerra española fue decisiva para la derrota
napoleónica. El bloqueo contra Inglaterra quedó roto. Bailén reavivó la resistencia europea, al
demostrar que los ejércitos del emperador eran vulnerables. Además los franceses se vieron obligados
a mantener grandes contingentes en la Península.
Por otro lado, la guerra activó el proceso de independencia de la América española. Ante
el vacío de poder creado, los grupos criollos optaron por negarse a acatar la nueva monarquía
francesa. Sustituyeron a las viajas autoridades, organizaron sus propias Juntas y comenzaron un
proceso de autogobierno que está en el inicio del proceso de emancipación de las colonias.
2.- LAS CORTES DE CÁDIZ Y LA CONSTITUCIÓN DE 1812. EL LIBERALISMO
ESPAÑOL.
2.1. La monarquía de José Bonaparte y las Juntas
Una pequeña parte de los españoles, a los que se conoce como afrancesados, y entre los que
se hallaban numerosos intelectuales y altos funcionarios y una parte de la alta nobleza, aceptaron al
nuevo monarca José Bonaparte y participaron en su gobierno. Procedentes en su mayoría del
Despotismo Ilustrado, se sentían vinculados con el programa reformista de la nueva monarquía, al
tiempo que creían que la monarquía napoleónica era la mejor garantía para evitar excesos
revolucionarios.
Con escaso apoyo y una total incomprensión, José Bonaparte intentaría una experiencia
reformista que pretendía acabar con el Antiguo Régimen: desamortizó parte de las tierras del clero,
desvinculó los mayorazgos y las tierras de manos muertas y legisló el fin del régimen señorial. El
Estatuto de Bayona (1808), en realidad una especie de Carta Otorgada, reconocía la igualdad de los
españoles ante la ley, los impuestos y el acceso a los cargos públicos. Por último, se abolió la
Inquisición y se inició la reforma de la Administración.
El grueso de la población española formó lo que se conoce como el frente patriótico, es
decir, todos quienes se opusieron a la invasión. Ahora bien, en este bando encontramos posiciones
muy diferentes. La mayor parte del clero y la nobleza buscaba la vuelta al absolutismo bajo la
monarquía de Fernando VII; por contra, algunos sectores ilustrados (Floridablanca o Jovellanos)
deseaban la vuelta de Fernando VII, del que se esperaba que impulsase el inicio de un programa de
reformas que permitiera la permanencia de la vieja monarquía tradicional junto a la
modernización del país. La burguesía, los intelectuales, los sectores claramente liberales veían en la
situación revolucionaria creada por la guerra la ocasión de instaurar un sistema liberalparlamentario. Por último, gran parte de la población, al margen de posiciones ideológicas
claras, afrontó la guerra como un movimiento de defensa contra un invasor extranjero.En Galicia,
Andalucía, Aragón, Castilla, etc., la población reclamó la defensa contra la invasión francesa y
surgieron Juntas de Armamento y Defensa, al principio fueron Juntas locales y provinciales que
reaccionaban ante el desconcierto o la apatía de las clases privilegiadas y expresaban la forma de
organización del movimiento insurreccional popular.
2.2. El proceso de formación de las Cortes y su composición
Desde el comienzo de la guerra, en el verano de 1808, las juntas locales y provinciales que
dirigían la resistencia enviaron representantes para formar una Junta Central Suprema que
coordinara las acciones bélicas y dirigiera el país durante la guerra. Floridablanca y Jovellanos eran
sus miembros más ilustres. La Junta reconoció a Fernando VII como el rey legítimo de España y
3
asumió, hasta su retorno, su autoridad. Ante el avance francés, la Junta huyó a Sevilla y de allí, en
1810, a Cádiz, la única ciudad que, ayudada por los ingleses, resistía el asedio francés.
La Junta Central se mostró incapaz de dirigir la guerra y tras largas discusiones se llegó a la
conclusión de que sólo las Cortes del reino, elegidas mediante sufragio universal podían aprobar, en
nombre del país, las reformas necesarias. Por tanto, se decidió convocar unas Cortes y en enero de
1810 se disolvió la Junta, tras la convocatoria de las Cortes, manteniendo, en tanto éstas se reunían,
una regencia formada por cinco miembros.
Quienes propugnaban los cambios eran los liberales. El liberalismo había penetrado en
España procedente de Francia a partir del estallido de la revolución, pero era minoritario hasta que la
guerra ofreció la oportunidad para difundir las ideas liberales. Los liberales exigían un sistema libre,
parlamentario y la defensa de los intereses políticos y económicos de la burguesía.
El proceso de elección de diputados a Cortes y su reunión en Cádiz fueron necesariamente
difíciles. En un país dominado por los franceses era imposible una elección de representantes y en
muchos casos se optó por elegir sustitutos o diputados entre las personas de cada una de las
provincias que se hallaban en Cádiz. El ambiente liberal de la ciudad influyó en que gran parte de los
elegidos tuvieran simpatías por estas ideas. La mayoría procedía de las capas medias urbanas
(funcionarios, abogados, comerciantes y profesionales). Las Cortes se abrieron en septiembre de 1810
y el sector liberal consiguió el primer triunfo al forzar la formación de una cámara única, frente a la
tradicional representación estamental. Asimismo, en su primera sesión aprobaron el principio de
soberanía nacional, es decir, el reconocimiento de que el poder reside en el conjunto de los
ciudadanos y que se expresa a través de las Cortes formadas por representantes de la nación. Entre sus
miembros se formaría una comisión encargada de elaborar una constitución y presidida por Muñoz
Torrero.
2.3. La obra de Cádiz: la Constitución de 1812 y otras medidas
Tras año y medio de debates, la Constitución se promulgó el día 19 de marzo de 18121, día
de San José, por lo que se la conoce popularmente como “la Pepa”, es el texto legal de las Cortes que
mejor define el espíritu liberal. El texto constitucional plasma también el compromiso existente
entre los sectores de la burguesía liberal y los absolutistas, al reconocer totalmente los derechos de la
religión católica, caballo de batalla del sector absolutista, especialmente del clero.
Desde un punto de vista formal, la Constitución contiene una declaración de derechos del
ciudadano: la libertad de imprenta, la igualdad de los españoles ante la ley, el derecho de petición, la
libertad civil, el derecho de propiedad y el reconocimiento de todos los derechos legítimos de los
individuos que componen la nación española. La nación se define como el conjunto de todos los
ciudadanos de ambos hemisferios, es decir, se colocan en pie de igualdad los territorios peninsulares y
las colonias americanas.
La estructura del Estado se corresponde con el de una monarquía limitada, basada en la
división de poderes. El poder legislativo, las Cortes unicamerales, representan la voluntad
nacional y poseen amplios poderes: elaboración de leyes, aprobación de los presupuestos y de los
tratados internacionales, mando sobre el ejército, etc. El mandato de los diputados se establecía en
dos años y eran inviolables en el ejercicio de sus funciones. El sistema electoral quedó fijado en la
propia Constitución: el sufragio era universal masculino e indirecto.
El monarca es la cabeza del poder ejecutivo, por lo que posee la dirección del gobierno e
interviene en la elaboración de las leyes a través de la iniciativa y la sanción, poseyendo veto
suspensivo durante dos años. El poder del rey está controlado por las Cortes, que pueden intervenir en
la sucesión al trono, y la Constitución prescribe que todas sus decisiones deben ser refrendadas por
los ministros, quienes están sometidos a responsabilidad penal.
La administración de justicia es competencia exclusiva de los tribunales y se establecen los
principios básicos de un Estado de derecho: códigos únicos en materia civil, criminal y comercial,
inamovilidad de los jueces, garantías de los procesos, etc.
1
Texto 3 de las pruebas de acceso a la universidad
4
Otros artículos de la Constitución contemplan la reorganización de la administración
provincial y local, la reforma de los impuestos y la Hacienda Pública, la creación de un ejército
nacional y la obligatoriedad del servicio militar, y la implantación de una enseñanza primaria pública
y obligatoria. Asimismo consagra la igualdad jurídica, la inviolabilidad del domicilio y la libertad de
imprenta para libros no religiosos.
En resumen, el texto establece los principios de una sociedad moderna, con derechos y
garantías para sus ciudadanos y constituye un ejemplo de constitución liberal, inspirada en los
principios de la francesa de 1791, pero más avanzada y progresista. Los legisladores, esperanzados en
el triunfo, intentaron aprovechar la situación revolucionaria creada por la guerra, para elaborar un
marco legislativo mucho más avanzado de lo que el conjunto de la sociedad española hubiera
permitido en una situación normal. La Constitución de Cádiz fue, asimismo, ejemplo para otras
muchas constituciones europeas y americanas en los años posteriores e inspirará en el futuro el
constitucionalismo español del siglo XIX.
Además del texto constitucional, las Cortes de Cádiz aprobaron una serie de leyes y
decretos destinados a eliminar las trabas del Antiguo Régimen y a ordenar el Estado como un
régimen liberal. Así, se decretó la supresión de los señoríos jurisdiccionales, distinguiéndolos de
los territoriales, que pasaron a ser propiedad privada de los señores. También se decretó la
eliminación de los mayorazgos y la desamortización de las tierras comunales, con el objetivo de
recaudar para eliminar la deuda pública.
Se aprobó la abolición de la Inquisición y también se decretó la libertad de imprenta, aunque
condicionada. Asimismo se decidió la libertad de trabajo, la anulación de los gremios y la
unificación del mercado. Este primer liberalismo marcó las líneas básicas de lo que debía ser la
modernización de España.
A pesar de la importancia de su obra, las Cortes no tuvieron gran incidencia práctica en la
vida del país. Los legisladores aprovecharon la situación revolucionaria creada por la guerra para
elaborar un marco legislativo mucho más avanzado de lo que hubiera sido posible en una situación de
normalidad. También la situación de guerra impidió la efectiva aplicación de lo legislado en Cádiz y,
al final de la guerra, la vuelta de Fernando VII frustró la experiencia liberal y condujo al retorno
del absolutismo.
3.- EL REINADO DE FERNANDO VII (1814-1833). LIBERALES Y ABSOLUTISTAS
A finales de 1813, Napoleón decidió firmar la paz con España (Tratado de Valençay),
reconocer a Fernando VII como monarca legítimo, permitir su vuelta al país y retirar sus tropas del
territorio español.
3.1. El retorno al absolutismo (1814-1820)
El regreso de Fernando VII planteó el problema de integrar al monarca en el nuevo modelo
político, definido por las Cortes de Cádiz en la Constitución de 1812. Fernando VII había abandonado
el país como un monarca absoluto y debía volver como un monarca constitucional. Los liberales
tenían sus dudas respecto a la buena voluntad del Rey para jurar la Constitución y comprometerse a
respetar el nuevo marco político. Fernando VII, en un principio, temió enfrentarse a aquellos que
durante seis años habían gobernado el país y habían resistido al invasor y, por tanto, mostró voluntad
de aceptar sus condiciones.
Frente a los liberales, los absolutistas, nobleza y clero sabían que la vuelta del Monarca era
su mejor oportunidad para volver al Antiguo Régimen. Se organizaron rápidamente para mostrar al
Rey su apoyo incondicional para que se restaurase el absolutismo (Manifiesto de los Persas) y
movilizaron al pueblo para que le mostrase su adhesión incondicional (le llamaban ‘el Deseado”).
Fernando VII, seguro ya de la debilidad del sector liberal, traicionó sus promesas y, al llegar a
España, protagonizó un golpe de Estado, al declarar mediante el Real Decreto de 4 de mayo de 18142
“nulos y de ningún valor ni efecto” la Constitución y los decretos de Cádiz, y anunció la vuelta al
2
Texto 4 de las Pruebas de acceso a la universidad
5
absolutismo. Inmediatamente fueron detenidos o asesinados los principales dirigentes liberales,
mientras otros huyeron hacia el exilio.
En los meses siguientes se produjo la restauración de todas las antiguas instituciones, se
restableció el régimen señorial y se restauró la Inquisición. Era una vuelta en toda regla al Antiguo
Régimen. La situación internacional era además favorable. Las potencias absolutistas europeas
vencedoras de Napoleón habían conseguido en el Congreso de Viena restaurar el viejo orden en toda
Europa y la Santa Alianza garantizaba la defensa del absolutismo (“Legitimismo”) y el derecho de
intervención en cualquier país para frenar el avance del liberalismo.
El rey Fernando VII y su gobierno tuvieron que hacer frente, sin embargo, a un objetivo
imposible: rehacer un país destrozado por la guerra, con la agricultura deshecha, el comercio
paralizado, las finanzas en bancarrota y todas las colonias en pie de guerra por su independencia, y
ello con los viejos métodos del Antiguo Régimen. Sus gobiernos fracasaron uno tras otro.
La oposición a la nueva situación no tardó en manifestarse. La burguesía liberal y las clases
medias urbanas reclamaban la vuelta al régimen constitucional. Una parte del campesinado se
negaba a volver a pagar rentas y tributos y se oponía a la restauración del régimen señorial. Por
último, en el ejército, la integración de parte de los jefes de la guerrilla dio lugar a la creación de un
sector liberal, partidario de reformas.
El recurso a la represión fue la única respuesta del gobierno. Pronunciamientos militares
liberales (Mina, Lacy, Porlier...), algaradas en las ciudades y amotinamientos campesinos, aunque
fracasaron entre 1814 y 1820, evidenciaron el descontento y la quiebra del modelo de monarquía
absoluta.
3.2. El Trienio liberal (1 820-1823)
El 1 de enero de 1820, el coronel Rafael de Riego, al frente de una compañía de soldados
acantonados en Cabezas de San Juan (Sevilla), en espera de marchar hacia la guerra en las colonias
americanas, se sublevó y recorrió Andalucía proclamando la Constitución de 1812. La pasividad del
ejército, la actuación de la oposición liberal en las principales ciudades y la neutralidad de los
campesinos obligaron al Rey, finalmente, a aceptar, el 10 de marzo, convertirse en monarca
constitucional. Fernando VII nombró un nuevo gobierno (liberales moderados como Martínez de la
Rosa) que proclamó una amnistía y convocó elecciones. Las Cortes se formaron con una mayoría
de diputados liberales e iniciaron rápidamente una importante obra legislativa.
Restauraron gran parte de las reformas de Cádiz, como la libertad de industria, la
abolición de los gremios, la supresión de los señoríos jurisdiccionales y de los mayorazgos, y
elaboraron nuevas normas como la disminución del diezmo, la venta de tierras de los monasterios,
la reforma del sistema fiscal, del código penal y del funcionamiento del ejército. Con su acción
pretendían liquidar el feudalismo en el campo e introducir relaciones de tipo capitalista entre
propietarios de la tierra y campesinos arrendatarios.
Asimismo, deseaban liberalizar la industria y el comercio, eliminar las trabas a la libre
circulación de mercancías y permitir el desarrollo de la burguesía comercial e industrial. También
crearon la Milicia Nacional, un cuerpo armado de voluntarios, formado por las clases medias,
esencialmente urbanas, con el fin de garantizar el orden y defender las reformas constitucionales.
Las reformas suscitaron rápidamente la oposición de la monarquía. Fernando VII había
aceptado el nuevo régimen sólo forzado por las circunstancias. Desde el primer momento, no sólo
paralizó todas las leyes que pudo, recurriendo al derecho de veto que le otorgaba la Constitución,
sino que conspiró de forma secreta contra el gobierno y buscó la alianza con las potencias europeas
absolutistas para que éstas invadiesen el país y restaurasen el absolutismo.
También grave para el nuevo régimen fue la oposición que le mostró parte de los
campesinos. Las leyes del Trienio los convertían en arrendatarios que podían ser expulsados de las
tierras si no pagaban con dinero. En una economía todavía de autosuficiencia, con escasos mercados,
los campesinos no conseguían que sus productos alcanzaran el valor suficiente para reunir la cantidad
6
de moneda requerida. Los campesinos se sintieron más pobres y más indefensos con la nueva
legislación capitalista y se alzaron contra los liberales.
La nobleza tradicional y sobre todo la Iglesia, perjudicada por la supresión del diezmo y la
venta de bienes monacales, animaron la revuelta contra los gobernantes del Trienio. En 1822 se
alzaron partidas absolutistas en Cataluña, Navarra, Galicia y el Maestrazgo, que llegaron a dominar
amplias zonas de territorio y que establecieron una regencia absolutista en la Seo de Urgel en 1823.
Las dificultades dieron lugar a enfrentamientos entre los propios liberales. Un sector, los
moderados (“doceañistas”), era partidario de realizar las reformas con prudencia e intentar no
enemistarse con el rey y la nobleza, por un lado, y no asustar a la burguesía propietaria, por el otro;
los exaltados planteaban la necesidad de acelerar las reformas y enfrentarse con el monarca,
confiando en el apoyo de los sectores liberales de las ciudades, de parte del ejército y de los
intelectuales, y de la prensa.
3.3. La Década absolutista (1823-1833)
A pesar de todos los obstáculos y de las divisiones internas, el régimen del Trienio finalizó
debido a la intervención de las potencias absolutistas europeas. La Santa Alianza respondió a las
peticiones de Fernando VII y en el Congreso de Verona encargó a Francia intervenir en España para
restaurar el absolutismo. En abril de 1823, unos 100.000 soldados (los Cien Mil Hijos de San Luis)
al mando del duque de Angulema, ayudados por realistas españoles, irrumpieron en territorio español
y repusieron a Fernando VII como monarca absoluto.
La vuelta al absolutismo fue seguida, como en 1814, de una feroz represión contra los
liberales y de nuevo gran parte de ellos marchó hacia el exilio. Se depuró la Administración y el
ejército, se crearon comisiones de vigilancia y control, y un verdadero terror se extendió por el país
contra todo posible partidario de las ideas liberales.
La única preocupación del gobierno de Fernando VII, aparte de la represión, fue el problema
económico. Las dificultades de la Hacienda, agravadas por la pérdida definitiva de las colonias
americanas, forzaron al Rey a partir de 1825 a adoptar posiciones más abiertas a la colaboración con
el sector moderado de la burguesía financiera e industrial (gobierno de Cea Bermúdez).
La actitud del Rey fue mal vista por el sector más conservador y tradicionalista de la
Corte, la nobleza y el clero, ya muy descontentos porque Fernando VII no hubiese repuesto la
Inquisición o no persiguiese con suficiente saña a los liberales. En Cataluña se levantaron partidas
absolutistas y en la corte, dicho sector, conocido como realistas, se agrupó alrededor de don Carlos
María Isidro, hermano del rey y su previsible sucesor, dado que Fernando VII no tenía descendencia.
3.4. El conflicto dinástico
En 1830, el nacimiento de una hija del Rey, Isabel, dio lugar a un grave conflicto en la
sucesión al trono. La Ley Sálica, de origen francés e implantada por Felipe V en España, impedía el
acceso al trono a las mujeres, pero Fernando VII, influido por su mujer María Cristina, promulgó la
Pragmática Sanción, que derogaba la Ley Sálica y abría el camino al trono a su hija y heredera,
Isabel II. Los partidarios de don Carlos (carlistas) se negaron a aceptar la nueva situación e
influyeron, en 1832, sobre el Monarca gravemente enfermo, para que fuera repuesta la Ley Sálica,
pero, sorprendentemente, el rey se restableció y volvió a poner en vigor la Pragmática Sanción.
No era sólo una disputa acerca de si el legítimo monarca era el tío o la sobrina, sino que se
trataba de la lucha por imponer un modelo u otro de sociedad. Alrededor de don Carlos se
agrupaban las fuerzas más partidarias del Antiguo Régimen. Por contra, María Cristina comprendió
que, si quería salvar el trono para su hija, debía buscar apoyos en los sectores más cercanos al
liberalismo. Nombrada regente mientras durase la enfermedad del rey, formó un nuevo gobierno
de carácter reformista, decretó una amnistía que supuso la vuelta de 10.000 exiliados liberales y se
preparó para enfrentarse a los carlistas.
En 1833, Fernando VII murió, reafirmando en su testamento a su hija Isabel, de tres años
de edad, como heredera del trono, y nombrando regente a María Cristina hasta la mayoría de edad
7
de su hija. El mismo día, don Carlos se proclamó rey, iniciándose un levantamiento absolutista en el
norte de España. Fue el inicio de la primera guerra carlista.
4-. EL PROCESO DE EMANCIPACIÓN DE LAS COLONIAS ESPAÑOLAS DE
AMÉRICA.
4.1. Las causas de la independencia
A lo largo del siglo XVIII, la decidida preocupación de los Borbones por los territorios de
ultramar había dado lugar a una etapa de prosperidad basada en la reactivación del comercio y en la
puesta en marcha y explotación de numerosas plantaciones. El crecimiento económico propició el
desarrollo de un poderoso grupo burgués criollo, de raza blanca pero nacido en América.
Fue entre esta burguesía criolla, próspera y conocedora de las ideas ilustradas, donde las
ideas de emancipación de la metrópoli tomaron cuerpo y se fraguaron los programas y los proyectos
de independencia basados en el ideario liberal. Estos anhelos estaban provocados por el trato
discriminatorio dado a los criollos en los cargos coloniales, por el sometimiento a fuertes impuestos
y cargas y por el control que sobre la economía, y esencialmente el comercio, ejercía España. El
ejemplo de Estados Unidos fue además crucial para mostrar que era posible enfrentarse a la
metrópoli y conseguir la victoria. Además, Gran Bretaña, deseosa de controlar el mercado
americano, se encargó de azuzar y respaldar los movimientos independentistas, convencida de que,
una vez independientes, podría dominar fácilmente el mercado de las nuevas naciones.
4.2. El proceso de emancipación
Una primera fase coincidió con la guerra en España. Así, a partir de 1808, al venirse abajo
todo el aparato administrativo e ideológico de la metrópoli, España no podía resistir la escalada de los
intereses secesionistas de los territorios ultramarinos. En un principio, los criollos optaron por no
someterse a la autoridad de José Bonaparte y crearon juntas que, a imitación de las españolas,
asumieron el poder en sus territorios. Sin embargo, aunque teóricamente se mantenían fieles a
Fernando VII, se negaron a aceptar la autoridad de la Junta Suprema Central y, de hecho, hacia
1810 muchas de ellas se declararon autónomas respecto a la metrópoli. Los focos más declaradamente
secesionistas fueron el virreinato de la Plata, donde José de San Martín proclamó, en 1810, en la
ciudad de Buenos Aires la independencia de la República Argentina, el virreinato de Nueva
Granada y Venezuela, a cuyo frente se situará el otro gran líder de la independencia americana,
Simón Bolívar, y México, cuyo levantamiento dirigieron Hidalgo y Morelos. Las Cortes de Cádiz,
aunque formalmente consideraron a las colonias territorio español y pretendieron, como mínimo,
reconocer los derechos de los criollos, eran incapaces de intervenir frente al movimiento
independentista, dado que apenas podían hacer cumplir su legislación en el territorio hispano.
En 1814, finalizada la guerra hispanofrancesa, se inicia una segunda fase en la que el
gobierno de Fernando VII, en vez de buscar el acuerdo con los americanos, respondió con el envío de
un ejército de 10.000 hombres que logró pacificar Nueva Granada y México, aunque se mostró
impotente en el virreinato del Río de la Plata, confirmándose la independencia de Argentina
(1816) y desde allí el ejército de San Martín atravesará los Andes y derrota a los españoles en
Chacabuco, permitiendo la independencia de Chile en 1818 se consolidaron ya como naciones
independientes.
La última fase del proceso se desarrolló tras la revolución de 1820 en España. En los
años anteriores, la total intransigencia de la monarquía respecto a la autonomía de las colonias, a
pesar de carecer de dinero y de tropas, ayudó al crecimiento y la expansión del movimiento
libertador. Bolívar derrotó al ejército español en Carabobo (1821) y puso las bases para la
formación de la Gran Colombia, que dio origen posteriormente a las repúblicas de Venezuela,
Colombia, Ecuador y Panamá. En México, el movimiento independentista liderado por Iturbide logró
atraerse a la Iglesia y a las clases poderosas y en 1822 se independizó de la metrópoli. Tras la derrota
de Ayacucho (1824) y la independencia de Perú y Bolivia (en honor a Simón Bolívar), se acabó la
presencia española en la América continental. Sólo las Antillas (Cuba y Puerto Rico), más las
Filipinas, permanecieron en posesión de la Corona.
8
No obstante, la emancipación de las colonias y la creación de repúblicas independientes no
solucionaron todos los problemas existentes. La inestabilidad política y el fraccionamiento, las
convulsiones sociales, la dependencia económica y el tutelaje político de Estados Unidos marcarán
buena parte del futuro de los nuevos Estados.
5.- EXTREMADURA EN LA CRISIS DEL ANTIGUO RÉGIMEN
5.1. La Guerra de Independencia en Extremadura (1804-1814) y las Cortes de Cádiz
En el terreno político, como en las demás regiones españolas, la administración del
Antiguo Régimen hizo patente un vacío de poder que fue asumido por las Juntas. Entre las
primeras en aparecer se encuentran las de Badajoz, Cáceres y Plasencia, integradas en otra de
ámbito provincial, la Junta de Extremadura, con competencias político-administrativas y
responsable de crear y mantener un ejército permanente en la región.
Desde el punto de vista militar, la importancia dada a Portugal, tanto por parte
francesa como inglesa, convirtieron a Extremadura, región limítrofe con este país, en un
objetivo principal de ambos ejércitos. De esta forma, la lucha contra las tropas napoleónicas se
organizó en Extremadura mediante fuerzas militares regulares y guerrillas. El ejército en
Extremadura llegó a contar con 20.000 hombres, pero sin la preparación militar adecuada, lo
cual explica las derrotas iniciales (Medellín y Gévora). Más fructífera fue la colaboración con
las tropas inglesas y portuguesas, junto a las que se lograron algunas victorias de cierta
importancia como la de La Albuera, en 1811. Los objetivos prioritarios de este ejército fueron
dos: asegurar el control de los principales puentes que daban acceso a la región y mantener las
ciudades más importantes libres de la ocupación francesa. Además de la guerra con tropas
regulares, también destacó la actividad de partidas guerrilleras (Antonio Morillo, Catalina
Martín), cuya actividad se vio favorecida por la abundancia de zonas abruptas.
Las consecuencias de la guerra de Independencia fueron de gran impacto en la región.
Hubo importantes pérdidas de vidas humanas, se arruinaron muchas poblaciones, que durante la
guerra fueron saqueadas y destruidas, se destruyeron cosechas y se perdió parte del patrimonio
artístico a causa del saqueo y la destrucción por la guerra.
En cuanto al proceso político, inicialmente la Junta Suprema de Extremadura le
correspondió la preparación de un ejército, financiado con los presupuestos municipales y el
posterior envío de 12 diputados a las Cortes de Cádiz. Entre sus miembros predominaban la
nobleza, el clero y los militares. Unos sostuvieron posiciones absolutistas y otros liberales.
Entre éstos cabe destacar a Francisco Fernández Golfín, José María Calatrava y
especialmente a Diego Muñoz Torrero, considerado uno de los principales ideólogos de la
Constitución de 1812. Las intervenciones de los diputados extremeños se centraron
principalmente en temas como la libertad de imprenta, la venta de baldíos y terrenos comunes, y
la supresión de la Inquisición y del régimen señorial.
5.2. Extremadura durante el reinado de Fernando VII.
El sexenio absolutista comenzó en Extremadura con el arresto y el encarcelamiento
de afrancesados y liberales como Fernández Golfín, J.M. Calatrava y Muñoz Torrero,
figuras que sufrieron de manera esencial la represión absolutista. Estas medidas represivas se
complementaron con la supresión de las instituciones liberales como la Diputación de
Extremadura o las asociaciones liberales.
El Trienio Liberal contó con el apoyo mayoritario de la población extremeña, que
canalizó su participación política a través de sociedades patrióticas como la Asamblea
Constitucional de Badajoz. Durante el trienio se elaboró también un nuevo modelo de
organización territorial, que dividió el territorio de Extremadura en dos provincias: Cáceres y
Badajoz. El fin de este período de reformas es evidente ya en 1822. Igualmente, las disputas
entre liberales y absolutistas se reflejaron en enfrentamientos armados de poco calado, sin
plantear una situación excesivamente comprometida para el régimen constitucional.
La Década absolutista comenzó como lo había hecho el sexenio: con el
encarcelamiento o la emigración de numerosos liberales extremeños. Más tarde, los
9
absolutistas más intransigentes se organizaron en Extremadura en sociedades conspiradoras,
con conatos de levantamiento que finalmente no llegaron a producirse. También los liberales
protagonizaron varios levantamientos, a los que siguió una dura represión. En uno de ellos, el de
Torrijos, fue detenido y fusilado uno de los más insignes políticos extremeños de esa primera
mitad del siglo XIX, Francisco Fernández Golfín.
10
Descargar