Guillermo Lora, Segunda Internacional 1889-1914

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Guillermo Lora Segunda Internacional 1889-­‐1914 A Marx no le agradaba que el partido obrero revolucionario se llamase “socialdemócrata”, término que lo consideraba científicamente inexacto, hubiera preferido que ostentase el nombre de “comunista”. Engels repitió esta argumentación en 1894 y más tarde (1917) Lenin hizo lo mismo. La Segunda Internacional pasa a la historia como socialdemocracia. La exposición Internacional organizada en París en 1889, con motivo del centenario de la revolución francesa, dio lugar a la celebración de dos congresos obreros y socialistas. Uno de ellos fue citado por los socialistas alemanes y los guedistas y el otro por los posibilistas (sindicalistas británicos y reformistas franceses). La información del socialista inglés Hyndman: “Se realizaron dos congresos en sitios separados y se atacaban mutuamente: uno era de los posibilistas y otro de los imposibilistas; los anarquistas estuvieron indistintamente presentes en ambos”. Al congreso de la calle Pétrelle, de los guedistas que partían de los principios marxistas, en el que Vaillant representó a los blanquistas, asistieron 391 delegados y logró estructurar una organización que progresó aceleradamente. A diferencia de la Primera y Tercera Internacionales, altamente centralizadas, la Segunda vino al mundo como una asociación floja de partidos socialistas de todo tipo. Su centro era el Buró Socialista Internacional, creado en 1900, con sede en Bruselas. Para algunos la Segunda Internacional recién se organizó en el congreso de Bruselas de agosto de 1891, donde se impusieron totalmente las tesis marxistas y se excluyó a los partidarios del anarquismo, éstos dijeron que todo fue obra de Engels. Congreso de Brusela 1891 Los asistentes se mostraron muy alentados por el éxito de las jornadas del primero de mayo. Se acordó que esa lucha se centrase alrededor de tres objetivos: jornada de 8 horas, internacionalización de la legislación del trabajo y defensa de la paz entre las naciones. Se censuró el fracaso de la conferencia intergubernamental sobre legislación del trabajo celebrada en Berlín en 1890, que demostró a los obreros el carácter reaccionario de los Estados capitalistas, lo que obligaba a la clase trabajadora a confiar solamente en sus propias fuerzas. No se definió sí se emplearía el camino electoral o la acción directa. Las discrepancias no se limitaban a la lucha contra los anarquistas, sino que ya se dibujó la pugna entre quienes sostenían que la creación de partidos obreros era el camino de la efectividad de la lucha liberadora y los que consideraban que los sindicatos eran suficientes para lograr ese objetivo. Congreso de Zurich 1893 “Todos los sindicatos obreros serán admitidos en el congreso; también los partidos y organizaciones socialistas que reconozcan la necesidad de organizar a los obreros y la acción política. Por ‘acción política’ se entiende que las organizaciones obreras, siempre que sea posible, tratan de hacer uso de los derechos políticos o de conquistarlos, como asimismo el establecimiento de leyes a fin de conseguir mejoras para el proletariado y la conquista del poder político”. El acuerdo fue motivo de posteriores discrepancias y discusiones. ¿Se podría aplicar la decisión para excluir a los sindicatos que no aceptasen la acción política dirigida a la conquista del poder o la acción parlamentaria? No pocos dijeron que la medida debía aplicarse a los sindicatos que obrasen de buena fe. Congreso de Londres 1896 Se aprobó el informe sobre la socialización de la tierra, aunque no hubo acuerdo sobre los medios para materializarla. Se recomendó la organización sindical del proletariado agrícola y la elaboración por cada partido de un programa agrario. George Lansbury (1859-­‐1914), ponente de la comisión política, planteó la acción política como medio que debe usar la clase obrera para conquistar el poder, el empleo de medios parlamentarios y administrativos dirigidos a la emancipación de los trabajadores. Esta lucha debía culminar en la “República Internacional Socialista”. Se subrayó la necesidad de conquistar la independencia de clase “respecto a todos los partidos políticos burgueses, el sufragio universal, incluyendo la emancipación de la mujer; la segunda votación, el referéndum y la iniciativa”. Se señaló que los antagonismos económicos y no los religiosos o de otro tipo, eran la causa de las guerras, que tanto preocupaba al movimiento socialista. La guerra dejaría de existir únicamente en caso de que los trabajadores se apoderasen del poder, a fin de privar a los gobiernos, “que son instrumentos del capitalismo”, de los medios para hacer la guerra. Fue planteada la “abolición simultánea de los ejércitos permanentes y el establecimiento de una fuerza nacional de ciudadanos”; el establecimiento de tribunales arbitrales para los conflictos internacionales. La síntesis de todo lo anterior: la última decisión acerca de la guerra o la paz debía dejarse directamente al pueblo en los casos en que los gobiernos se negasen a aceptar la decisión del tribunal de arbitraje”. El informe sobre la guerra fue aprobado por unanimidad. Se aprobó la declaración sobre la “socialización universal de los medios de producción, transporte, distribución y cambio, todo lo cual debe ser dirigido por una organización completamente democrática y conforme a los intereses de toda la comunidad”. Se consideró necesario el planteamiento como respuesta al incesante desarrollo de los monopolios, “que no pueden ser impedidos de manera eficaz por los sindicatos obreros corrientes y por la acción política aislada”. Se pidió el establecimiento de algún organismo internacional que vigilase a los trusts y la fusión de las empresas, además de sus intrigas políticas. Se dijo que las crisis y el desempleo eran el resultado de boicot del capitalismo al uso pleno del poder productivo de la humanidad, lo que imponía la nacionalización y socialización de las minas de carbón, de la metalurgia, de la química, de los ferrocarriles, de las grandes fábricas; los trabajadores fueron convocados para que “procediesen inmediatamente a pedir medidas precisas en sus respectivos países en favor de la socialización, de la nacionalización y de la municipalización”. Fue señalada que la misión de los sindicatos.consistía en lo siguiente: defender y mejorar las condiciones de los trabajadores; pueden disminuir la explotación, pero no abolirla, que sólo puede lograrse mediante la conquista del poder político. Los sindicatos pueden ayudar a la estructuración y lucha de la clase obrera: “la organización de la clase trabajadora es incompleta y queda trunca mientras solamente es política”. La lucha económica precisa la complementación de la lucha política: “todo lo que los trabajadores consiguen de sus patronos en disputas abiertas tiene que ser confirmado por la ley a fin de ser mantenido, mientras que en otros casos los conflictos se hacen superfluos mediante medidas legislativas”. Fue recomendada la agitación alrededor de tres objetivos: jornada laboral de ocho horas, derecho de ilimitada asociación y abolición de la explotación patronal del obrero. Se subrayó que la “diferencia en las opiniones políticas no debía ser considerada como razón para una acción separada en la lucha económica; por otra parte, la naturaleza de la lucha de clases hace que sea deber de las organizaciones obreras enseñar a sus miembros las verdades de la democracia social. Se pidió que los sindicatos admitiesen en su seno a las mujeres y se asegurase “la igualdad de salarios para la misma clase y cantidad de trabajo”; que, “en caso de huelgas, lock-­‐outs y boicots, los sindicatos obreros de todos los países debían ayudarse mutuamente de acuerdo con sus medios”. También se salió en defensa de las garantías democráticas más elementales: libertad de pensamiento, de expresión, de imprenta, de reunión y de asociación. Fue planteada la cuestión nacional, que ya era tema de discusión en los partidos socialdemócratas y en el seno de los marxistas del más diverso matiz. Se pronunció en favor de la “autonomía completa de todas las nacionalidades y de la destrucción de la explotación colonial’. La resolución aprobada dice: “El congreso declara que está a favor del derecho completo a la autodeterminación de todas las naciones y expresa sus simpatías a los obreros de todo país que sufren actualmente bajo el yugo de un absolutismo militar, nacional o de otro género; el congreso exhorta a los obreros de todos estos países a ingresar en las filas de los obreros conscientes de todo el mundo, a fin de luchar juntamente con ellos para vencer al capitalismo y realizar los objetivos de la socialdemocracia internacional”. La cuestión nacional ya se venía discutiendo en las filas socialdemócratas. Los primeros escritos de Rosa Luxemburgo al respecto aparecieron en 1893 y los últimos pocos meses antes de su muerte. Consideraba que la autodeterminación era una utopía bajo el imperialismo y que perdería importancia bajo el socialismo, llamado a eliminar las fronteras nacionales. Su planteamiento como finalidad estratégica resulta peligroso para la clase obrera internacional, pues tiende a fortalecer a los movimientos nacionalistas, inevitablemente dirigidos por la burguesía. El apoyo a las tendencias separatistas sólo puede servir para dividir a la clase obrera internacional, no para unificarla en la lucha contra la opresión capitalista. Calificó a la autodeterminación de “fraseología y embuste hueco y pequeñoburgués” y creía que solamente servía para corromper la conciencia de clase y confundir la lucha de clases. “El carácter utópico, pequeñoburgués de esta consigna nacionalista” reside en que “en medio de la cruda realidad de la sociedad de clases, cuando los antagonismos de clase estén exacerbados, se convierte en otro medio para la dominación de la clase burguesa” Lenin: “La resolución de la Internacional reproduce precisamente las tesis más esenciales, fundamentales, de este punto de vista: por una parte, se reconoce en forma absolutamente directa, sin dejar lugar a tergiversación alguna, el pleno derecho de todas las naciones a la autodeterminación; por otra parte, de una forma no menos explícita, se exhorta a los obreros a realizar la unidad internacional de su lucha de clases. “Nosotros consideramos que esta resolución es absolutamente justa y que, para los países de la Europa oriental y de Asia, a comienzos del siglo XX, es precisamente esta resolución, y precisamente la conexión indisoluble de sus dos partes, lo que constituye la única directiva acertada de la política proletaria de clase en el problema nacional” Congreso de Paris 1900 La reunión decidió la creación de un Buró Socialista Internacional, que contaría con un secretariado permanente designado por el Comité Internacional, y llamado a cumplir la tarea de dirección entre congreso y congreso…El Buró contaba con un Comité Internacional, compuesto de representantes de las secciones nacionales, y una Comisión Interparlamentaria, llamada a coordinar la acción de los parlamentarios de los diferentes partidos. Los congresos y menos al secretariado, no tenían poder para imponer a las secciones nacionales una determinada conducta, la Internacional estaba lejos de una efectiva centralización y no logró convertirse en un verdadero partido mundial. El planteamiento de Kautsky: “La conquista del poder político por el proletariado en un Estado democrático moderno no puede ser resultado de un golpe de mano, sino que ha de venir solamente como conclusión de una larga y paciente actividad para organizar al proletariado política y sindicalmente, para su regeneración física y moral, y para ir consiguiendo gradualmente puestos representativos en los ayuntamientos y en los cuerpos legislativos. “Sin embargo, en donde el poder gubernamental está centralizado no puede conquistarse de esta manera fragmentaria. La entrada de un solo socialista en un ministerio burgués no puede ser considerada como el comienzo normal de la conquista del poder político: nunca puede ser más que un expediente temporal y excepcional en una situación de emergencia. Kautsky parece no haber asimilado la máxima enseñanza de la Comuna de París. Cree que el problema consiste en que la clase obrera se limite a tomar en sus manos el aparato estatal y lo utilice en su provecho, sin buscar destrozarlo. Los socialistas podrían meterse en el vientre del gobierno burgués e ir copándolo progresivamente, este planteamiento tiene mucho que ver con la especie de que los socialistas deben ocupar los gobiernos burgueses para ir transformándolos en socialistas. La mayoría de la delegación rusa, encabezada por Krichevski, votó por la proposición de Kautsky. La minoría -­‐Plejanov, Axelrod, Vera Sazulich (1851-­‐1919) y Koltsov-­‐ votó por la resolución que condenaba al millerandismo y que fue presentado por el francés Guesde: “El quinto congreso internacional de París declara otra vez que la conquista del poder político por el proletariado, ya sea por medios pacíficos o por medios violentos, implica la expropiación política de la clase capitalista. “Por consiguiente, permite al proletariado participar en un gobierno burgués sólo en la forma de conquistar puestos por su propia fuerza y a base de la lucha de clases, y prohibe cualquier participación de los socialistas en los gobiernos burgueses, contra la cual los socialistas tienen que adoptar una actitud de oposición inflexible”. Por proposición del holandés Henri van Kol (1852-­‐1925), aprobada por unanimidad, daba respuesta a la cuestión colonial. La Internacional llamaba a luchar por todos los medios contra la política de expansión colonial de las potencias capitalistas y a estimular la formación de partidos socialistas en los países coloniales y semicoloniales y a colaborar estrechamente con esos partidos. En el punto de la agenda acerca del militarismo la ponente fue Rosa Luxemburgo. Sostuvo que no había que perder de vista la probabilidad de que la crisis final de la sociedad capitalista fuese precipitada no por un derrumbamiento económico, sino por las rivalidades imperialistas de las grandes potencias. Sostenía que sin olvidar los avances que hacía el capitalismo, sobre todo en Alemania y los Estados Unidos, y que el gobierno capitalista “quizá durante largo tiempo”, concluiría, más pronto o más tarde, probablemente como resultado de una guerra entre los grandes Estados explotadores y que correspondía que los trabajadores se preparen para ese momento decisivo desarrollando su acción internacional. Congreso de Amsterdam 1904 El pleito alrededor del reformismo, que concluyó englobando a toda la Internacional, ya tenía su historia y había hecho correr mucha tinta. …Las reformas solo podían lograrse a través de la actividad legislativa y el trato con el Estado y con los otros partidos políticos. A fin de obtener concesiones -­‐dijo-­‐ es necesario negociar y transigir a la vez que luchar. En el congreso de Erfurt volvió a plantear sus ideas revisionistas, que fueron desbaratadas por Bebel: si esas ideas hubiesen sido adoptadas, nada podía salvar al partido de que degenerase en un mero oportunismo; era función de la socialdemocracia presentar no las demandas que los demás partidos podían más fácilmente apoyar, sino las que ningún otro partido podía defender, porque afectaban las raíces mismas del sistema de clases. Para Vollmar “toda estatificación; todo traslado de una rama de la explotación de una empresa privada a las manos del Estado existente” debía considerarse como “socialismo de Estado”. Sostenía que los socialistas debían alentar el ensanchamiento de la intervención estatal, por encima de toda consideración de clase. En 1891 había propuesto que los socialistas se constituyesen en el partido de las reformas inmediatas, en el congreso de Erfurt añadió que debía ser el partido de la nacionalización. De 1897 a 1898 Berstein publicó una serie de artículos en el órgano teórico del Partido Social Demócrata alemán, en los que buscó refutar las premisas básicas del marxismo, particularmente la tesis de que el capitalismo lleva en su seno. los gérmenes de su propia destrucción, que es un fenómeno histórico y que no puede permanecer siempre. Negó la concepción materialista de la historia. Siendo innecesaria la revolución, se podía llegar al socialismo mediante la reforma gradual del sistema capitalista. Concluyó que el movimiento era todo en la actividad partidista y la finalidad estratégica nada. Quedó planteada la ruptura total entre reforma y revolución. El congreso de Dresde de la socialdemocracia alemana aprobó una condena expresa al revisionismo: “El congreso condena de la manera más decisiva el intento revisionista de alterar nuestra táctica; puesta a prueba dos veces y que salió victoriosa, basada en la lucha de clases. Los revisionistas desean que la conquista del poder político, sobreponiéndonos a nuestros enemigos, sea sustituida por una política que se enfrente a medias con el orden actual. La consecuencia de esta táctica revisionista sería la transformación de nuestro partido. Ahora trabaja por una rápida conversión del orden burgués existente de la sociedad en un orden socialista; en otros términos, es un partido verdaderamente revolucionario en el mejor sentido de la palabra. Si se adoptase la política revisionista se convertiría en un partido que se conformaría con sólo reformar la sociedad burguesa”. Congreso de Stuttgart 1907 El 22 de enero de 1905 -­‐el “domingo sangriento”-­‐, en la atrasada Rusia los explotados ganaron las calles encabezados por el sacerdote Gapón. El puñado de socialdemócratas apareció en la cresta de la ola alimentada por el enorme país y sus 130.000.000 de habitantes. Esta transformación de las masas rusas se realizó a través de la huelga de masas. Lenin tipifica así la convulsión social: “por su contenido social fue una revolución democrático-­‐burguesa, mientras que por sus medios de lucha fue una revolución proletaria. Fue democrático-­‐burguesa puesto que el objetivo inmediato que se proponía, y que podía alcanzar directamente con sus propias fuerzas, era la república democrática, la jornada de 8 horas y la confiscación de los inmensos latifundios de la nobleza... “La revolución rusa fue a la vez una revolución proletaria, no sólo por ser el proletariado su fuerza dirigente, la vanguardia del movimiento, sino también porque el medio específicamente proletario de lucha, la huelga, fue el medio principal para poner en movimiento a las masas y el fenómeno más característico del desarrollo... de los acontecimientos decisivos. Octubre y diciembre marcaron el punto culminante del ascenso de la revolución rusa. En octubre, medio millón de obreros estaba en huelga. El proletariado, a la cabeza de las masas, impuso la vigencia de las garantías democráticas y levantó la bandera de la jornada de 8 horas. En el otoño el campesinado ya estaba en el escenario. El movimiento apuntó hacia la insurrección armada. La revolución fue doblegada al finalizar el año. Sin embargo, esta experiencia se incorporó al arsenal de los explotados y la revolución victoriosa de 1917 se levantó sobre ella. Al aplastamiento de la revolución siguieron no pocos años de reacción de las masas. Volvió a discutirse la cuestión nacional y colonial. La comisión respectiva estuvo controlada por el revisionismo, pero en las deliberaciones fueron neutralizados sus planteamientos. En el informe se decía: “El congreso no condena en principio y para todos los tiempos toda política colonial, que puede desempeñar una función civilizadora en un régimen socialista”. Por su parte, el alemán Eduardo David (1863-­‐1930) sostuvo que tanto la política colonial como la opresión eran inevitables bajo el capitalismo y que, por tanto, la socialdemocracia no debía combatirlas, sino limitarse a luchar por el mejoramiento de las condiciones de trabajo de los colonizados y moderar su explotación por la burguesía. Bernstein actuó dentro de la línea que anteriormente había fijado Kol: hay dos clases de pueblos, los dominadores y los dominados, estos últimos son como los niños incapaces de desarrollarse. De aquí dedujo que la política colonial era inevitable aun bajo el socialismo. El comentario de Lenin sobre este punto: “El socialismo jamás ha renunciado ni renuncia a defender que se hagan reformas en las colonias también, pero esto no tiene ni debe tener nada de común con el debilitamiento de nuestra posición de principios contra las conquistas, el sometimiento de otros pueblos, la violencia y el saqueo, que constituyen la ‘política colonial’. El programa mínimo de todos los partidos socialistas se refiere a las metrópolis y a las colonias. El propio concepto de ‘política colonial socialista’ es un embrollo sin pies ni cabeza. El congreso ha obrado muy bien al quitar de la resolución las susodichas palabras y sustituirlas por una condena más enérgica aún de la política colonial que en anteriores resoluciones”. Fue debatido el problema de la relación entre partido y sindicato: ¿neutralidad o aproximación entre ellos? La resolución aprobada se pronunció en favor de la aproximación de los sindicatos al partido. La resolución sobre el derecho femenino al sufragio fue aprobada por unanimidad. Corresponde a las obreras luchar por el sufragio al lado de los partidos de clase del proletariado y no de las adictas burguesas de la igualdad de derechos de la mujer; relievar los principios socialistas en la campaña por el sufragio femenino y la igualdad de derechos entre el hombre y la mujer. Una reunión internacional de mujeres socialistas preparó la propuesta respectiva para el congreso. Se rechazó la opinión de la delegada fabiana en sentido de restringir el voto femenino en favor de las que fuesen propietarias. Clara Zetkin, autora de la resolución aprobada, exigió que los partidos socialistas en su campaña por la reforma del derecho de voto debían también exigir el voto tanto para la mujer como para el hombre en términos idénticos. Uno de los principales debates giró alrededor de la guerra y del militarismo. Afloraron cuatro posiciones divergentes. Bebel planteó: las guerras entre los estados capitalistas deben considerarse la consecuencia de las rivalidades en el mercado mundial y del afán de esclavizar pueblos y confiscar sus territorios como algo inherente al capitalismo y que cesarán solamente cuando éste sea abolido; la clase obrera debe ser considerada como el antagonista natural de las guerras. Los trabajadores, especialmente sus parlamentarios, están obligados a luchar contra el militarismo, a negarle todo apoyo financiero. El francés Hervé (1871-­‐1944), que ya desde “La Guerre Sociale” venía propalando un programa semianarquista contra el militarismo, planteó una posición ultraizquierdista, la “huelga militar” y la insurrección como medios para combatir a la guerra. La receta era incorrecta porque -­‐
según Lenin-­‐ “era incapaz de ligar la guerra con el régimen capitalista en general, y la agitación antimilitarista con todo el trabajo del socialismo”. Vaillant y Jaurés afirmaban el derecho y el deber de la defensa nacional contra la agresión, añadiendo la obligación de los trabajadores de otros países a unirse a la ayuda de la nación atacada. Guesde puntualizó la relación entre el capitalismo y la guerra y -­‐según él-­‐ el peligro estaría latente mientras el capitalismo no fuese abolido. Congreso de Copenhague 1910 Se planteó la necesidad de la existencia de un solo movimiento cooperativista influenciado por el socialismo. Se perfilaron tres posiciones. Los socialistas belgas alertaron contra quienes sostenían que las cooperativas se bastaban por sí mismas; la clase obrera debe utilizar a estas organizaciones como instrumento de su lucha de clase y deben establecerse nexos orgánicos estrechos con el partido. La mayoría de la delegación francesa exageró la importancia de las cooperativas, considerándola elemento “imprescindible de la transformación social”; planteó su neutralidad frente al partido socialista…Los socialdemócratas rusos, que apoyaron el proyecto final belga-­‐austriaco, formularon la necesidad de “conseguir la aproximación más completa posible de todas las formas del movimiento obrero.” Las cooperativas deben formar parte del movimiento socialista. Nuevamente se discutió el problema de la guerra. Encontró apoyo mayoritario la petición de que los conflictos entre Estados se sometan a arbitraje internacional, para cuyo efecto debía establecerse un organismo permanente; igualmente la sugerencia de que mediante la agitación en las masas y la acción parlamentaria se presionase para lograr la reducción de los armamentos. Vaillant y Keir Hardie propusieron considerar a la huelga general, particularmente en la industria de la guerra, como el medio más eficaz para evitar la guerra, “como también la agitación y la acción popular en sus formas más efectivas”. Se pensaba en una huelga simultánea de los países beligerantes. Se aprobó el aspecto central de la resolución y se postergó para el próximo congreso el problema de la huelga. Congreso de Basilea 1912 En medio de la crisis balcánica y alentadas por la diplomacia rusa, Serbia y Bulgaria se unen, en marzo de 1912, en la primera Liga balcánica, orientada contra Austria y con la perspectiva del reparto de Turquía, Grecia y Montenegro no tardaron en unirse a dicha Liga, En octubre estalla la primera guerra balcánica: los cuatro aliados declararon la guerra contra Turquía, a cuya finalización se firmó el tratado de mayo de 1913 en Londres, que sancionó la cesión del territorio turco. El acuerdo sobre la guerra que se aprobó en el congreso de Stuttgart y se confirmó en Copenhague, fue proclamado de nuevo. Se recomendó a los partidos socialistas desencadenar una enérgica campaña contra la guerra. Los delegados aprobaron por unanimidad el manifiesto redactado por el Buró Socialista Internacional, donde se señalaba el carácter anexionista de la guerra que preparaban las potencias imperialistas, se llamaba a los obreros en escala mundial a luchar resueltamente contra ella. En caso de que estallase una guerra imperialista, se recomendaba aprovechar la crisis económica y política suscitada por ella para luchar en pro de la revolución socialista. Se predijo que la revolución social seguiría al estallido de la guerra. Se recordó cómo las guerras franco-­‐prusiana (1871) y la ruso-­‐japonesa precipitaron la Comuna de París y la revolución rusa de 1905 y advirtió: “Sería una locura que los gobiernos no se dieran cuenta de que la sola idea de la monstruosidad de una guerra mundial desataría inevitablemente la indignación y la rebeldía de la clase obrera”. En 1914, Lenin, en “La guerra y la socialdemocracia de Rusia”, señaló categóricamente que “Los oportunistas han hecho fracasar los acuerdos de los congresos de Stuttgart, Copenhague y Basilea, que obligaban a los socialistas de todos los países a luchar contra el chovinismo en cualesquiera condiciones, que obligaban a los socialistas a responder a toda guerra iniciada por la burguesía y los gobiernos con la prédica redoblada de la guerra civil y de la revolución social. bancarrota de la Segunda Internacional es la bancarrota del oportunismo”. Permanecer en la línea revolucionaria de la Internacional importaba “La transformación de la actual guerra imperialista en guerra civil es la única consigna proletaria justa, indicada por la experiencia de la Comuna de París, señalada por la resolución de Basilea y derivada de todas la condiciones de la guerra imperialista entre los países burgueses de alto desarrollo.” Se había programado que el congreso ordinario de la Internacional se reuniría en Viena en agosto de 1914. La guerra internacional al precipitarse obstaculizó seriamente el funcionamiento burocrático de la organización y concluyó barriéndola al hacer estallar violentamente sus contradicciones internas, apenas disimuladas hasta, entonces. El 15 y 16 de julio se reunió el congreso del Partido Socialista francés, al que asistieron figuras de otros países: Plejanov, Rubanovich, Anseele, Vliegen, Karl Liebknecht, etc. Vaillant y Jaurés demandaron la declaratoria de la huelga general internacional a fin de evitar la guerra. Guesde se opuso enérgicamente y dijo que no se tardaría en llevar al desastre al país más socialista y contribuir al aplastamiento de la civilización. Hervé, el ultraizquierdista de ayer, sorprendió a todos apoyando a Guesde, porque estaba seguro que no había manera de asegurar la efectivización de la huelga. Pese a todo y por una pequeña minoría se aprobó “la huelga general organizada simultánea e internacionalmente en los países interesados”. El 29 de julio, el Buró Socialista Internacional celebró en Bruselas una reunión de emergencia (Jaurés, Guesde, Victor y Federico Adler, Vandervelde, Rosa Luxemburgo, etc.) y se decidió convocar a una reunión especial a la Internacional en París para el 9 de agosto. El Buró Internacional pidió a todas las secciones que continuasen e intensificasen las demostraciones contra la guerra, además de exigir el arbitraje para el pleito austroserbio. La política internacional avanzaba impetuosamente hacia la guerra mundial, a la que entrarían las cinco grandes potencias europeas y mucho más tarde los Estados Unidos. Los partidos de la Internacional demostraron su incapacidad para oponerle planes efectivos. El 4 de agosto Gran Bretaña entró a la guerra. Ese mismo día fueron votados los créditos de guerra en el Reichatag alemán; todos los socialdemócratas votaron en favor. La minoría, que se pronunció en contra de los créditos, concluyó sometiéndose a la mayoría. Liebknecht siguió el mismo camino y sólo más tarde se atrevió a desafiar la disciplina partidista. En Bélgica, Vandervelde, presidente del Buró de la Segunda Internacional, se transformó en ministro de guerra. En Francia, socialistas y sindicalistas apoyaron a su gobierno. Así se hundió la Segunda Internacional, dominada por los social chovinistas. En el otro extremo, una minoría siguió fiel al internacionalismo. Haase, Kautsky y otros conformaron una corriente centrista, que oscilando entre los extremos contribuyó a traicionar al marxismo revolucionario. El 4 de agosto de 1914 murió la Segunda Internacional. El revolucionario Lenin respondió ¡viva la III Internacional! Correspondía defender y desarrollar la tradición revolucionaria de la Primera Internacional y que pasó batallando tan tercamente por la Segunda. En la conferencia de Berna de febrero de 1919, los partidos y líderes socialistas de Europa pusieron en pie una organización internacional, en sustitución de la Segunda. La Internacional de Berna o Segunda desempeñó el papel de sirviente de la burguesía Internacional. “Por eso no es un hecho casual que los kautskianos de todo el mundo se hayan unido hoy, práctica y políticamente, a los oportunistas extremos (a través de la II Internacional o Internacional amarilla) y a los gobiernos burgueses”. 
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