Nacido para ser libre - Iglesia del Internet

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“Nacido para ser libre”
Pastor Erich Engler
Te invito a ir conmigo al libro de Gálatas cap. 3. ¡El contenido de este capítulo
nos llena de gozo!
Allí, desde el vers. 7 encontramos lo siguiente:
“Sabed, por tanto, que los que son de fe, éstos son hijos de Abraham.
(8) Y la Escritura, previendo que Dios había de justificar por la fe a los gentiles,
dio de antemano la buena nueva a Abraham, diciendo: En ti serán benditas todas
las naciones.
(9) De modo que los de la fe son bendecidos con el creyente Abraham.
¿Somos de la fe? Claro que sí, puesto que somos creyentes, por lo tanto somos
bendecidos con el creyente Abraham.
(10) Porque todos los que dependen de las obras de la ley están bajo maldición,
pues escrito está: Maldito todo aquel que no permaneciere en todas las cosas
escritas en el libro de la ley, para hacerlas.
(11) Y que por la ley ninguno se justifica para con Dios, es evidente, porque: El
justo por la fe vivirá;
(12) y la ley no es de fe, sino que dice: El que hiciere estas cosas vivirá por ellas.
(13) Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición
(porque está escrito: Maldito todo el que es colgado en un madero),
(14) para que en Cristo Jesús la bendición de Abraham alcanzase a los gentiles,
a fin de que por la fe recibiésemos la promesa del Espíritu”.
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Somos bendecidos de dos maneras: con la llenura del Espíritu santo, y con la
bendición de Abraham.
¡El que es de la fe es bendecido!
Cuando los creyentes dicen estar bajo maldición, están diciendo al mismo tiempo
que la obra de redención de Cristo fue en vano. Sin embargo, la Palabra es bien
clara en cuanto a esto, y dice que Cristo nos redimió de la maldición. Si Cristo
llevó la maldición sobre sí, no hay razón alguna para que yo la esté cargando.
Vamos a considerar ahora algunos versículos del cap. 4 del libro de Gálatas. Allí,
desde el vers. 5 encontramos algo que es la continuación de lo que leímos
anteriormente:
“Para que redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la
adopción de hijos.
(6) Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo,
el cual clama: ¡Abba, Padre!
(7) Así que ya no eres esclavo (=siervo), sino hijo; y si hijo también heredero de
Dios por medio de Cristo”.
Quiero poner énfasis en el vers. 7.
Habíamos leído en el cap. 3, que Él nos redimió de la maldición, y aquí volvemos
a leer sobre el tema redención de la ley. Es evidente que la Palabra está
hablando del mismo tema.
Si el Señor nos redimió de la maldición, quiere decir entonces que no somos más
esclavos. Ahora estamos en la posición de hijos.
Se es hijo por nacimiento, y el hijo no es un esclavo, sino que es libre. De allí el
título de este mensaje: “Nacido para ser libre”.
Los esclavos están bajo la maldición, pero nosotros nacimos para ser libres. Los
hijos no son ni siervos ni esclavos.
Sin embargo, aunque fuimos redimidos para ser libres, el diablo puede tenernos
como esclavos si es que nosotros tenemos una mentalidad de esclavitud.
Siendo que Pablo nos dice que fuimos redimidos de la maldición y que no somos
más esclavos, deberíamos saber cuáles son los derechos que nos corresponden
por nacimiento.
La única manera en que el diablo te puede esclavizar es cuando tú no conoces
tus derechos de nacimiento.
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El hecho de ser hijo te hace vencedor. La Palabra nos enseña que todos los que
son nacidos de Dios vencen al mundo. Nuestra fe es la victoria que vence al
mundo.
¿Qué es lo que hace que como hijo seas un vencedor? Tu fe, en primer lugar, y
en segundo lugar cuando conoces tus derechos.
Hoy vamos a meditar sobre los derechos que tenemos como hijos de Dios.
Un esclavo puede ser liberado por precio, o luego de haber cumplido con su
servicio.
Una cosa te puedo asegurar, es que el diablo no te va a dejar en libertad, él te va
a mantener siempre como su esclavo.
Muchísimos creyentes añoran el momento en que lleguen a estar en la presencia
del Señor. Por supuesto que yo también espero con gozo ese día, pero muchos
hablan de ello como si recién en el momento de la muerte se acabara su vida de
esclavitud aquí sobre la tierra.
Si tú también piensas así, quiero decirte que te estás perdiendo mucho de la vida
que nos vino a traer Cristo.
Lo lamentable es que no podemos volver el tiempo atrás, se vive una sola vez y
la vida que tenemos es única y demasiado valiosa como para desperdiciarla.
Por eso digo, que muchos creyentes que se pasan la vida esperando el momento
de llegar a estar con el Señor como si eso fuese el final de la esclavitud,
desaprovechan el tiempo aquí sobre la tierra sin saber que pueden vivir en
victoria.
Esto no debería ser así para nosotros, como hijos de Dios, porque el Señor nos
redimió de la esclavitud y eso es válido para el tiempo aquí sobre la tierra.
Los que son nacidos de Dios son vencedores. Eso no significa que no vamos a
atravesar nunca más situaciones difíciles, pero aún así no vamos a estar
esclavizados por ellas sino que vamos a vencer con valentía por haber sido
hechos hijos de Dios. Esa es la victoria que vence al mundo: nuestra fe.
Toda situación difícil que se nos presente en este mundo, puede ser vencida por
medio de la fe en Jesucristo, puesto que tú no eres un esclavo sino un hijo.
Te invito a ir conmigo al libro de Hechos de los apóstoles para conocer cuáles
son nuestros derechos. ¿Sabías que Pablo era ciudadano romano? Él conocía
perfectamente los derechos que le correspondían.
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La civilización romana concedía derechos y privilegios especiales a sus
ciudadanos más que ninguna otra en su tiempo.
Ser un ciudadano romano significaba tener ventaja sobre muchas cosas, como
por ejemplo en el pago de los impuestos. Este privilegio se hacía extensivo
especialmente a aquellos que habían servido como soldados.
Jesús dijo que había que darle a César lo que le correspondía, así que por favor
no te quejes si tienes que pagar una suma elevada de impuestos, porque eso
significa que tus ganancias son elevadas también, y eso solo es posible por la
gracia de Dios. Lo único que puedes hacer, es orar para que los gobernantes
utilicen de manera útil y productiva el dinero que tú aportas, para que eso sea
usado en obras provechosas para la sociedad donde vives.
Infunde fe en el dinero que tienes que aportar en los impuestos, y bendícelo
también. No te pases quejándote ni maldiciendo ese dinero. Nosotros no estamos
más bajo maldición. Tampoco digas que tienes mala suerte, porque eso sería lo
mismo que decir que estás bajo maldición, y tú eres un bendecido en Cristo.
En el cap. 22 de Hechos leemos algo sobre los derechos que tenía un ciudadano
romano. Pablo era un ciudadano romano y gozaba de dichos privilegios.
Al leer los capítulos 20 y 21 de Hechos vemos que Pablo está culminando sus
viajes misioneros donde estuvo evangelizando a los gentiles, y ahora se dirige a
Jerusalén para estar con sus hermanos judíos. Como dijimos, Pablo era judío,
pero al mismo tiempo ciudadano romano por haber nacido en el territorio que
ellos dominaban en aquel momento.
Sabemos también que donde Pablo se encontrara, ya sea con los gentiles o con
los judíos, provocaba siempre una reacción en la gente: o bien había un
avivamiento o un alboroto popular. Así era su vida, la gente estaba a su favor o
en su contra, pero nadie permanecía neutral.
Así es que cuando llega a Jerusalén habla a sus conciudadanos en hebreo y dice
en el vers. 3 del cap. 22 lo siguiente:
“Yo de cierto soy judío, nacido en Tarso de Cilicia, pero criado en esta ciudad,
instruido a los pies de Gamaliel, estrictamente conforme a la ley de nuestros
padres, celoso de Dios, como hoy lo sois todos vosotros”.
Ya conocemos la vida de Pablo, antes era un perseguidor acérrimo de la iglesia y
ahora es el apóstol enviado a ella.
Por la gracia de Dios, Saulo el perseguidor, se convirtió en Pablo el apóstol.
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Aquí, en este capítulo, él les está relatando a sus hermanos judíos la historia de
su conversión y les predica, diciéndoles entre otras cosas que Dios le había
enviado a los gentiles (vers. 21) y como eso se llevó a cabo, hasta que ellos le
interrumpen reaccionando de manera violenta.
“Y le oyeron hasta esta palabra; entonces alzaron la voz, diciendo: Quita de la
tierra a tal hombre, porque no conviene que viva”.
Ellos no podían aceptar esto pues pensaban que el evangelio era solo para los
judíos. Hasta el día de hoy hay muchos que creen esto.
Sin embargo, Jesús no vino solo para los judíos sino para todos, y el evangelio es
también para todo el mundo.
Aquí los judíos, defensores de la ley, se enojan con Pablo y le quieren arrojar en
prisión por decir esas cosas.
Gracias a Dios que Cristo nos redimió de la maldición de la ley y con ello de esa
actitud de testarudez que intenta defender con celo una causa injusta y errónea
¿verdad?
Aquí los judíos estaban tan enojados por lo que acababa de decirles Pablo que
en el vers. 23 leemos:
“Y como ellos gritaban y arrojaban sus ropas y lanzaban polvo al aire…”
Imagínate el alboroto que se armó en aquel lugar.
A causa de tanto alboroto, el vers. 24 nos sigue diciendo:
“…mandó el tribuno que le metiesen en la fortaleza, y ordenó que fuese
examinado con azotes, para saber por qué causa clamaban así contra él”.
Ante semejante alboroto, las fuerzas del orden están obligadas a intervenir, y
todo se debe a un solo hombre.
Azotar al que era tomado prisionero era la costumbre romana. Nosotros sabemos
que Jesús recibió una buena cantidad de azotes de parte de los soldados
romanos cuando le arrestaron.
Jesús mismo le dice a Pablo que él debe sufrir por su causa.
Pero, ahora vamos a hacer una interesante constatación y es que Jesús sufrió
esos azotes como nuestro sustituto, sin embargo Pablo no tiene porqué
aguantarse azotes. Hay un solo sustituto por nuestros pecados y ese es Jesús.
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Pablo se encuentra ahora en la misma situación que Jesús, pues está a punto de
ser azotado para que confiese.
Veamos lo que nos dice el vers. 25:
“Pero cuando le ataron con correas, Pablo dijo al centurión que estaba presente:
¿Os es lícito azotar a un ciudadano romano sin haber sido condenado?”
Imaginémonos la situación: Pablo está allí atado para que no se pueda escapar y
a punto de ser azotado.
Los verdugos romanos eran profesionales, ellos se entrenaban para ese fin y
recibían una paga por su trabajo.
Seguramente Pablo, estando atado, escucha detrás de sus espaldas que el
verdugo comienza a preparar su látigo y practica algunos golpes sobre el piso. Él
escucha esos chasquidos y sabe lo que le sobreviene.
¿Qué es lo que Pablo hace en ese momento?
Algunos dirían que él debería recibir esos latigazos sin abrir la boca como lo hizo
Jesús, ya que él tenía que sufrir como su maestro. Sin embargo no es eso lo que
Pablo hace, sino que abre su boca y dice:
“Pero cuando le ataron con correas, Pablo dijo al centurión que estaba presente:
¿Os es lícito azotar a un ciudadano romano sin haber sido condenado?”
Los romanos tenían muchos derechos por nacimiento, y uno de ellos era que no
se podía azotar a un ciudadano sin haber habido una condena previa. Los
ciudadanos romanos poseían derechos que llegaban incluso a poder apelar al
mismísimo César. Más tarde, en el cap. 25, vemos que Pablo hace precisamente
esto. Para ello, él debe ser conducido a Roma para comparecer ante el tribunal.
Ahora, Pablo se encuentra atado y a punto de ser azotado con el fin de que
declare la razón de haber producido semejante sedición entre el pueblo.
Mientras el verdugo se prepara, él abre su boca y se defiende invocando sus
derechos como ciudadano romano.
Sigamos leyendo el vers. 26 para ver lo que sucede:
“Cuando el centurión oyó esto, fue y dio aviso al tribuno, diciendo: ¿Qué vas a
hacer? Porque este hombre es ciudadano romano”.
¿No te parece que Pablo estaba contento de conocer cuáles eran sus derechos?
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Si él hubiese permitido que le azotaran ignorando sus derechos y pensando que
debía someterse a ello para sufrir por el Señor, hubiera sido un error. Él no tenía
porqué pasar por lo mismo que Jesús.
Muchos sostienen que debemos pasar por los mismos padecimientos que Cristo,
pero esto es algo completamente errado. Cristo sufrió todo eso porque ocupó
nuestro lugar. Era necesario que Él padeciese para que fuese nuestro sustituto y
para que nosotros no tengamos que sufrir eso.
Pablo conocía sus derechos y los hizo valer. Al decir: ¿Os es lícito azotar a un
ciudadano romano?, él está abriendo su boca y confesando sus derechos.
Jesús sin embargo, enmudeció y no abrió su boca y fue llevado como cordero al
matadero (Isaías 53), porque estaba tomando nuestro lugar como nuestro
sustituto.
Él cargó todo el castigo sobre sí para que nosotros no tengamos que ser
castigados.
Jesús, como nuestro sustituto, no abrió su boca; Pablo en cambio, abre su boca
para confesar los derechos que le corresponden como ciudadano romano.
Cuando él comienza a reclamar sus derechos, los verdugos saben que si le
llegan a aplicar algún azote se van a meter en problemas, y desisten hacerlo. Así
que acatan la orden de desatarlo y dejarlo en libertad.
Él es un ciudadano romano y no un esclavo. Con los esclavos se podía hacer lo
que se quisiera porque ellos no tenían ningún derecho. Los esclavos no eran
considerados seres humanos sino una posesión de aquellos que eran sus amos.
A ellos se los podía maltratar, vender, torturar, etc.
Por el contrario, eso no se podía hacer con un ciudadano romano.
Cuando Pablo abre su boca para hacer valer sus derechos, se pasa la voz de
inmediato y llega a los oídos del tribuno.
“Cuando el centurión oyó esto, fue y dio aviso al tribuno, diciendo: ¿Qué vas a
hacer? Porque este hombre es ciudadano romano”.
(27) “Vino el tribuno y le dijo: Dime, ¿eres tú ciudadano romano? Él dijo: Sí”.
Pablo abre su boca para confesar sus derechos. ¿No te parece que nosotros
deberíamos hacer lo mismo cuando estamos a punto de ser azotados por flagelos
espirituales como lo son la enfermedad, la miseria, la depresión o la derrota?
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Cuando Pablo abre su boca y confiesa sus derechos el centurión le da aviso al
tribuno. Eso nos enseña también una lección espiritual: cuando nosotros
confesamos los derechos que nos corresponden como ciudadanos celestiales,
las categorías inferiores de demonios que nos vienen a azotar le dan aviso a las
de mayores jerarquías y ellas, a su vez, al diablo.
Hay tantos creyentes que se quedan callados en situaciones difíciles de sus vidas
diciendo que lo que les sucede sea tal vez la voluntad de Dios para ellos, en lugar
de abrir sus bocas y confesar los derechos que poseen como ciudadanos
celestiales para que el diablo se vaya con sus verdugos y los dejen tranquilos.
Lo que estos creyentes no saben es, que lo que les sucede nunca puede ser la
voluntad de Dios sino que están siendo atormentados por verdugos espirituales
que los quieren esclavizar.
Cuando el diablo envíe sus demonios a atormentarte con maldición, enfermedad
u otra cosa parecida, deberías abrir tu boca y confesar: ¿Os es lícito azotar a un
ciudadano celestial? ¡Yo he nacido para ser libre y no para vivir como esclavo
vuestro!
Vimos que el centurión da aviso al tribuno, o sea que pasa a una jerarquía mayor.
El tribuno le vuelve a preguntar si él es realmente un ciudadano romano a lo que
Pablo responde afirmativamente.
De la misma manera actúa el diablo cuando te quiere hacer dudar de tus
derechos. Él te susurra: ¿estás seguro realmente que fuiste sanado?, ¿te parece
que esas cosas buenas que esperas van a suceder realmente en tu vida? Hay
muchísimos creyentes que ante ese interrogatorio sucumben bajo las dudas y se
callan.
Pablo asegura, una y otra vez, quien es él delante de quien sea.
Veamos la respuesta que le da el tribuno en el vers. 28:
“Respondió el tribuno: Yo con una gran suma adquirí esta ciudadanía. Entonces
Pablo dijo: Pero yo lo soy de nacimiento”.
La ciudadanía romana podía ser adquirida de diferentes maneras: por una alta
suma de dinero; a cambio de un servicio o prestación muy importante, por
ejemplo en el ejército; o simplemente por nacimiento.
El tribuno había adquirido su ciudadanía por una gran suma de dinero, sin
embargo Pablo poseía sus derechos por nacimiento.
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Recordemos que Pablo todavía está atado con correas, mientras tanto el verdugo
desapareció con su látigo y llegó el tribuno a preguntarle si era cierto que él era
ciudadano romano. Él responde afirmativamente sin ningún tipo de duda.
De inmediato vemos la reacción de aquellos que trataban de azotarle:
(29) “Así que, luego se apartaron de él los que le iban a dar tormento; y aun el
tribuno, al saber que era ciudadano romano, también tuvo temor por haberle
atado”.
¿Te das cuenta el simbolismo espiritual que nos enseña este pasaje? El diablo
solo puede esclavizar y torturar a aquellos que no conocen sus derechos.
Aquellos que conocen sus derechos y abren su boca para confesarlos, no pueden
ser torturados por él.
Cuando él quiera venir a flagelarte con alguna enfermedad tienes todo el derecho
legal de abrir tu boca y confesar que por las heridas de Cristo fuiste sanado.
Cuando él te quiere castigar con miseria, tú abres tu boca para defenderte
confesando tus derechos por nacimiento como ciudadano celestial.
Tú le dices: “¡no te es lícito atacarme a mí o a mi familia con ningún tipo de
flagelo porque yo soy un ciudadano celestial y conozco muy bien mis derechos!”
Después que Pablo abrió su boca e hizo valer sus derechos, seguramente que no
solo le desataron, sino que tal vez comenzaron a disculparse por los malos tratos
a los cuales le habían sometido.
La Palabra nos dice bien claro que aún el tribuno tuvo temor por haberle atado al
saber que él era un ciudadano romano.
Los que ellos habían hecho con Pablo era algo ilegal de acuerdo a las leyes del
imperio romano.
De la misma manera, cada enfermedad que te quiera atacar, o cada miseria que
se acerque a tu vida, actúan de manera ilegal porque tú eres un ciudadano
celestial. Tú tienes derechos los cuales debes conocer y hacer valer.
¡Es tiempo que abras tu boca y confieses tus derechos!
No te equivoques pensando que debes callar y permitir que te sobrevenga todo
sin defenderte para asemejarte a Cristo, pues eso sería una falsa humildad, por el
contrario debes hablar y decir ¡basta!
En el mismo instante en que una enfermedad, miseria o cualquier otro flagelo de
parte del diablo te vengan a atacar, tú deberías ponerte de pie de un salto y
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proclamar en alta voz: “¡No, de ninguna manera voy a aceptar esto en mi vida o
en la vida de mis seres queridos, ya que yo soy un bendecido y no estoy bajo
maldición, soy un ciudadano celestial y conozco muy bien mis derechos!”
Hay veces en que debemos reaccionar de forma enérgica y en voz alta y no
quedarnos callados y aceptar lo que venga.
Lamentablemente, hay muchísimos creyentes que se tragan todo lo que viene sin
decir una palabra en contra por desconocimiento de sus derechos.
En Proverbios cap. 26 vers. 2 dice:
“Como el gorrión en su vagar, y la golondrina en su vuelo, así la maldición sin
causa, nunca llega a destino”.
Para ti, como creyente, no existe ningún tipo de maldición, tú eres un bendecido.
Por esa razón, cuando algo de eso se quiera acercar a tu vida, tú reaccionas de
inmediato rechazándolo haciendo uso de tus derechos legales por nacimiento.
¿No te parece que Pablo estaba agradecido de conocer sus derechos? De la
misma manera, tú como ciudadano celestial, deberías conocer cuáles son los
derechos que te corresponden.
Una cosa es segura: todo lo malo que te quiere atacar no proviene de Dios. Dios
es un Dios bueno y da buenas dádivas a sus hijos.
En el tiempo de Pablo, los esclavos no gozaban de ningún derecho y eran solo
una posesión de sus amos. Sin embargo, ellos podían ser comprados para ser
puestos en libertad.
Si tenían hijos luego de haber sido liberados, dichos hijos pasaban a ser
ciudadanos romanos automáticamente.
Nosotros, los creyentes, fuimos redimidos de la esclavitud del pecado. Cristo llevó
la esclavitud sobre sí y pagó el precio de la redención para que nosotros seamos
libres.
Él es el primogénito entre muchos hermanos, y por eso nosotros poseemos ahora
derechos legales por nacimiento.
Cristo, quien se hizo esclavo por nosotros, fue liberado por Dios de las garras de
la muerte según lo declara Hechos 2:24, para que nosotros podamos ser hechos
hijos libres con derechos legales por nacimiento.
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Satanás no tiene ningún derecho sobre Jesús ahora, puesto que Él ya pagó el
precio. Por estar en Cristo, tú también eres libre y el diablo no tiene ningún
derecho legal sobre ti.
¡Tú naciste para ser libre! Si hay cosas en tu vida que tratan de detenerte, o
intentan bloquear la libertad que Cristo te dio, es hora que te pongas sobre tus
pies y proclames con toda valentía tus derechos.
Tú dirás: “¡No hay ningún derecho para que yo, o alguien de mi familia sea
castigado!, ¡Yo sé quién soy y conozco muy bien mis derechos!, ¡Hemos nacido
para ser libres!”
Gracias Señor porque nos redimiste de la esclavitud y por todo lo bueno que has
hecho y haces por nosotros.
¡Amén!
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