Al cielo solo Podemos llegar por consenso

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Al cielo solo Podemos llegar por consenso
Extraído de Viento Sur
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Debate
Al cielo solo Podemos llegar
por consenso
- solo en la web -
Fecha de publicación en línea: Viernes 24 de octubre de 2014
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Podemos es un fenómeno revolucionario que ha venido para quedarse, y quien piense que se trata de algo
pasajero, fácil de frenar o reprimir, hace un ejercicio de soberbia tan irracional como estéril. Podemos representa el
fin de un régimen caduco que la crisis ha dejado al desnudo. Es una oportunidad histórica de empoderamiento para
quienes se han movido en los márgenes del sistema, y canaliza, en cierto modo, el hartazgo y la rabia de mucha
gente. Es un auténtico tsunami político de efectos muy palpables, y su acierto, hoy, va más allá de su excelente
comunicación política o de su novedoso juego de palabras.
Ahora bien, Podemos puede desinflarse o generar una decepción masiva y devastadora, si no gestiona bien algunos
de los retos que tiene por delante.
Para empezar, habrá de solventar adecuadamente sus diferencias internas, sin renunciar ni al debate, ni al
consenso. Hasta el momento, el grupo promotor, liderado por Pablo Iglesias, ha dado pocas muestras de
generosidad política, tanto por lo que hace a las propuestas del equipo de Echenique, como frente a la mano tendida
de Izquierda Unida. Cuando Pablo Iglesias dice que el perdedor en una contienda política ha de echarse a un lado, o
identifica los consensos con la cocina de la vieja política, apuesta por una estrategia de confrontación que poco tiene
que ver con lo que la gente espera y necesita.
Los consensos no pueden equipararse, sin más, a cocinar las cosas. La necesidad de alcanzar acuerdos es una
idea regulativa consustancial al ejercicio de la política en democracia. Esto no significa que los acuerdos, de hecho,
vayan a alcanzarse, sino que no puede renunciarse a la necesidad de alcanzarlos porque el poder se legitima
únicamente cuando se esfuerza por dialogar con ese horizonte. Cualquier otra cosa, supone edulcorar las
exigencias democráticas, echarse en los brazos de una élite dirigente llamada a pastorear al grupo. Supone
concebir la política como una lucha de egos irreconciliables donde no hay ni puede haber espacio para la gestión del
bien común. Y esta forma de entender la política es la que le conviene al neoliberalismo, sin ninguna duda, y es la
que, de hecho, hemos sufrido en este país desde que se instaló el régimen del 78. Vaya, es exactamente la forma
de concebir la política frente a la que luchamos.
No queremos partidos que se devoren a sí mismos en eternas carreras por el caudillaje, no queremos partidos
jerarquizados, ni liderazgos carismáticos, verticalistas y patriarcales; no queremos confrontación, sino cooperación.
¿Por qué habríamos de renunciar a liderazgos más horizontales, compartidos, y deliberativos? Lo que queremos es
una forma republicana de hacer política, con partidos porosos y flexibles, en permanente diálogo con los
movimientos sociales; que no estén al servicio ni de líderes, ni de personas escogidas en los que tengamos que
delegar. Representación sí, delegación, nunca más. Diálogo, diálogo, diálogo, con los de fuera, y con los de dentro,
y asumiendo que dialogar no es hablar por hablar, es hablar al objeto de alcanzar el consenso y exige, por
definición, integrar la disidencia, no eliminarla a golpe de corneta. Resultaría muy preocupante que esto no se
entendiera o que se considerara un objetivo postergable en favor de la eficacia.
Y, por cierto, ¿tiene algo de real esa tensión, a la que tanto se alude, entre eficacia y democracia? El grupo promotor
de Podemos parece tenerlo claro: esa tensión existe y hay que optar por el primer polo frente al segundo. Pero fue
la democracia lo que se fortaleció con el espíritu quincemayista, con el debate en las calles, con las Mareas, con las
Marchas por la Dignidad...que es lo que ha dado sentido a este fenómeno político. Y no se trata ahora de volver al
sofá, frente al televisor, a esperar que Podemos o cualquier otro solucione eficazmente nuestros problemas. La
política es estrategia y eficacia, claro, pero tiene que ser también deliberación y participación de calidad y desde
abajo. Esto es algo que no debe perderse de vista porque tiene una importancia capital.
Puede que la democracia bien entendida exija bastantes tardes libres (como el socialismo de Oscar Wilde), pero
muchos preferimos luchar por disponer de tiempo y herramientas para discutir, antes que delegar en otros a fin de
poder dedicarnos a "nuestras" labores. Si en España hoy puede hablarse del nacimiento de una nueva política es
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porque han sido muchos los que han querido implicarse en la redefinición de las reglas del juego, más allá de lo que
supone ejercer el voto cada cuatro años, participar de consultas puntuales para contestar sí o no, o decidir entre
alternativas definidas desde arriba. Ha sido, precisamente, esta última forma de ejercer la política la que ha
fortalecido la democracia business que padecemos desde hace décadas, fruto del comportamiento de los partidos
como empresas en liza, y de los electores, como voraces consumidores.
Y es que no se trata sólo de participar, se trata de debatir, porque no hay poder legítimo sin debate, y porque sin
debate no puede gestionarse el bien común ni de forma adecuada, ni de manera sostenible en el tiempo. La eficacia
sin debate, es sólo un golpe de efecto, un momento fugaz de poder sin auctoritas, un espectáculo que enardece a la
gente por un tiempo y que no augura nada bueno. Si se prescinde ahora de las bases, de los círculos, de los "otros",
a fin de ganar las elecciones, este proceso tan singular de empoderamiento que estamos viviendo será un proceso
pendular que nos arrastrará más temprano que tarde a la pasividad y al cinisimo. Lo más valioso de esta nueva
realidad no es, de hecho, la existencia misma de Podemos, ni siquiera la oportunidad que tenemos ahora de
empezar la Gran Transformación, lo más valioso de todo esto es el modo en el que los ciudadanos se han
comprometido con el ejercicio de la política, la manera en la que han logrado tomar el poder. Los ciudadanos ya
estaban tomando el cielo por asalto cuando llegó Podemos.
Con la conflictividad social de estos años, la gente se ha lanzado a debatir, a hacer política desde los movimientos, y
ha recuperado, de este modo, su sentido de la ciudadanía. La participación política ha estimulado la capacidad
deliberativa, la responsabilidad cívica, el sentido de la justicia, y la pertenencia a la comunidad. Y, por supuesto, los
círculos de Podemos han fortalecido esta dinámica. En los círculos, mucha gente se ha sentido soberana, porque la
soberanía, por definición, no se concede, sino que se siente y se ejerce, así que ahora no podemos detener este
proceso en nombre de la eficacia, ni podemos echarnos a un lado, ni retroceder. Esto sería como expropiarle a la
gente un terreno firmemente ocupado, y duramente conquistado. Círculos soberanos, ¿por qué no? ¿Tememos que
la nueva política no sea finalmente eficaz? ¿Y qué decir del municipalismo que ahora vemos reproducirse por todo el
territorio español? No hay duda de que, en buena medida, forma parte de este momento de protagonismo
ciudadano. Un municipalismo que ofrece a la gente un foro local, descentralizado, cercano, y que, por cierto, no es
ni más ni menos susceptible al arribismo que cualquier otro espacio político. ¿Por qué renunciar a ese lugar político
tan genuinamente nuestro? No sólo es importante participar y debatir, es importante también la sede en la que uno
lo hace. A mi juicio, la política más eficaz es la que tiene la medida de las cosas, y ya sabemos que el Estado es hoy
demasiado grande para las cosas pequeñas, y demasiado pequeño para las cosas grandes. Como también
sabemos que los partidos tradicionales son grandes titanics a la deriva. Sus estructuras internas, sus ambiciones, y
sus redes, ya han perdido por completo las dimensiones de lo humano. Pensemos en ello.
En definitiva, pragmatismo sí, por supuesto, pero en su justa medida, y evitando desactivar lo que está vivo y
también funciona, no vaya a ser que acabemos eliminando la conflictividad social que tan eficaz ha sido propiciando
cambios, por la misma vía rápida que se ha venido utilizando desde tiempo inmemorial. Porque queremos una
ciudadanía activa, cívica, empoderada, educada en arduas discusiones y en difíciles consensos, y aunque, como es
obvio, solo podamos llegar a las instituciones a través de los partidos, a diferencia de otros tiempos, queremos ser
nosotros los que lleguemos. No se trata de sustituir unas caras por otras, ni unas castas por otras, se trata de que ya
no nos sirven ni las caras, ni las castas.
Y termino con un reto más para Podemos. Genera cierta perplejidad todo lo que el grupo promotor no dice; las
temáticas ausentes, no en los círculos, ni en las bases, sino en el discurso oficial. ¿Qué piensa el grupo promotor
del aborto? ¿Y de los derechos de las mujeres? ¿Es ecologista o, más bien crecentista? ¿Qué piensa de la
inmigración, de la valla de Melilla, del concordato con la Santa Sede, o de la República? Nos lo podemos imaginar,
pero saberlo no lo sabemos. Aunque el pensamiento político fuera un pack (algo que no corrobora la práctica política
repleta de contradicciones), conviene desbrozarlo y explicarlo, definirse y asumir los posibles desencuentros que se
deriven de eso. Lo contrario, por más que pueda responder a una estrategia electoral, también tiene sus costes
electorales, porque a muchos no nos vale todo, ni de cualquier manera, y porque, además, una estrategia ganadora,
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para ser eficaz, no puede ser solo eso. Es conveniente no perder el norte por el camino, ni tampoco en el sprint final.
No queremos paternalismos visionarios, ni una adhesión mecánica a proyectos diluidos (y, menos, por aquello, ya
viejuno, de la "responsabilidad de Estado"). No queremos mayorías sociales, desideologizadas y tuteladas. De eso,
ya estamos hartos.
Con todo, está claro que, como dice Pablo Iglesias, Podemos sabe cómo ganar, pero esto ni es ni ha sido nunca
suficiente. Para que Podemos represente de verdad una oportunidad de cambiar las cosas, tiene que saber ganar
de otra manera.
Y, bien, habrá quien piense que lanzar una crítica, aunque sea constructiva, en este momento histórico para la
izquierda, es una falta de responsabilidad. Pero la falta de responsabilidad no puede ser nunca de quien plantea el
disenso, por pequeño que sea, ni de quien critica y está abierto al diálogo. La falta de responsabilidad, a mi modo de
ver, es, más bien, de quien no lo hace.
24/10/2014
Este artículo es una versión ampliada del que María Eugenia R. Palop publicó en eldiario.es el día 21 de octubre de
2014, bajo el título: "Podemos: mejor llegar al cielo sin atajos"
http://www.eldiario.es/zonacritica/retos-Podemos_6_315728448.html
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