DERECHOS SEXUALES Y REPRODUCTIVOS Y POLÍTICAS PÚBLICAS DE JUVENTUD Para comenzar el análisis de estos temas, conviene destacar la relevancia de los derechos sexuales y reproductivos (DSR) de adolescentes y jóvenes, tema que sin duda adquirió una gran legitimidad y visibilidad a partir –sobre todo- de la Conferencia Internacional sobre Población y Desarrollo y de la Conferencia Internacional de la Mujer (organizadas por Naciones Unidas en 1994 y 1995 en El Cairo y Beijing respectivamente) y permite orientar las políticas públicas, de un modo totalmente diferente a los más tradicionales. Esto es así, en la medida en que el Programa de Acción de El Cairo y la Plataforma de la Beijing reconocen los derechos sexuales y reproductivos como derechos humanos y los afirman como parte inalienable, integral e indivisible de los derechos humanos universales. Estos derechos se basan en los principios de dignidad e igualdad humana que postulan todos los instrumentos jurídicos aprobados (casi) universalmente en estas materias, incluyendo la Convención Internacional de los Derechos del Niño (aprobada en 1989 en el seno de las Naciones Unidas), así como la Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer (CEDAW por sus siglas en inglés), entre otros no menos relevantes. Desde este ángulo, los derechos sexuales incluyen el derecho humano de las personas a tener control y decidir libre y responsablemente respecto de su sexualidad, incluida su salud sexual y reproductiva, sin verse sujetos a coerción, discriminación y/o violencia. En dicho marco, se ubican temas claves, tales como el derecho a conocer, explorar y encontrar placer en el propio cuerpo; el derecho a decidir tener o no relaciones sexuales; el derecho a ejercer la sexualidad en forma plena, independientemente del estado civil, la edad, la orientación sexual, la etnia, o las discapacidades; el derecho a la intimidad, la privacidad y la libre expresión de sentimientos; el derecho a ejercer la sexualidad independientemente de la reproducción; el derecho a vivir la sexualidad de manera placentera, libre de prejuicios, culpas y violencia; el derecho a controlar la fecundidad a través de nuestro cuerpo o el de nuestra pareja; el derecho a la educación sexual integral, con información clara, oportuna y libre de prejuicios; y el derecho a servicios de salud sexual integral especializados para los/as adolescentes y jóvenes. Por su parte, importa recordar que –en este marco- la salud reproductiva es un estado de bienestar físico, mental y social y no solo la ausencia de enfermedades o dolencias en todos los aspectos relacionados al sistema reproductivo, sus funciones y procesos, de acuerdo a las definiciones adoptadas en el seno de la OPS y la OMS. Es, además, la capacidad de disfrutar de una vida sexual placentera, segura y con libertad de decidir si tener o no relaciones sexuales, cuándo y con qué frecuencia, en el marco de la más absoluta libertad de cada persona en todos los aspectos ya especificados en los párrafos precedentes. En este contexto, los derechos reproductivos abarcan ciertos derechos humanos ya reconocidos en documentos internacionales sobre derechos humanos, entre los que se destacan: el derecho a participar con voz y voto en la creación de programas y políticas de salud reproductiva; el derecho a acceder a servicios de salud de calidad, confiables, y con perspectiva de género; el derecho a obtener información y acceso a métodos anticonceptivos seguros, gratuitos, eficaces, accesibles y aceptables; el derecho a una educación sexual laica, basada en información clara, oportuna y libre de prejuicios; el derecho a la libre decisión de tener o no relaciones sexuales, sin coerción ni violencia; el derecho a la libre opción de la maternidad y/o paternidad; el derecho a decidir cuándo y cuantos hijos tener, sea de forma natural, por adopción o por medio de tecnologías; el derecho a no ser discriminada/o en el trabajo o en la institución educativa por el hecho de estar embarazada o tener un/a hijo/a, o por estado civil u orientación sexual; y el derecho a no ser marginalizado/a por haber adquirido enfermedades de transmisión sexual, entre ellas el VIH/SIDA, en la familia, la escuela, el trabajo o en otros ámbitos públicos. En definitiva, el Derecho a la Salud Sexual y Reproductiva incluye otros derechos como la atención de salud de calidad, información adecuada, acceso a planificación familiar, decisión libre sobre la procreación, prevención y tratamiento de la infertilidad, prevención y tratamiento de enfermedades de transmisión sexual. En este sentido, los derechos sexuales y reproductivos no son considerados sólo derechos individuales; además requieren del reconocimiento y la participación de la sociedad. Estamos –por tanto- ante “nuevos derechos” que hay que ubicar – claramente- en el contexto político correspondiente, para dimensionar adecuadamente la relevancia que éstos adquieren en el marco de los actuales debates sobre aborto, fecundación artificial, diversidad sexual, etc. En este marco, las políticas públicas relacionadas con la adolescencia y la juventud, debieran ser juzgadas y evaluadas con mayor rigurosidad, a los efectos de constatar hasta que punto incorporan o no este tipo de enfoques. Así, del mismo modo en que se trabaja desde hace años para incorporar la denominada perspectiva de género (algo que se ha logrado en el plano de los discursos en buena medida, pero que todavía está costando que se efectivice en las prácticas concretas en muy diversas esferas) ahora se está trabajando para incorporar este tipo de enfoques específicamente centrados en derechos sexuales y reproductivos, un proceso todavía incipiente, que va ganando reconocimiento en el plano de los discursos (al menos en algunos circuitos profesionales, institucionales y políticos) pero que todavía tendrá que encarar una dura batalla para incorporarse efectivamente en la dinámica de las políticas públicas, a todos los niveles.