El lucro en la educación superior: ¿En qué consiste? ¿Cómo se

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NÚMERO
13
Notas para Educación
Mayo 2013
El lucro en la educación superior: ¿En qué consiste? ¿Cómo se regula en Chile? ¿Qué factores considerar para formarse una opinión?*
La existencia del lucro en la educación chilena, que
el movimiento estudiantil ha denunciado con fuerza desde 2011, se ha instalado en la discusión pública con matices diversos. Hay quienes niegan su
legitimidad en cualquiera de los niveles de la educación, o al menos en la educación que se imparte con
el apoyo de recursos públicos. Otros enfatizan la
importancia de fiscalizar y transparentar, haciendo
cumplir una legislación que sólo prohíbe el lucro en
la educación universitaria. Y otros son partidarios
de discutir la legitimidad del lucro incluso en este
caso, y abrirse a la posibilidad de que legalmente
operen en Chile universidades con fines de lucro.
Frente a este debate cabe preguntarse: ¿puede la
educación superior ser un negocio legítimo? ¿Es hoy
un negocio necesario? El presente artículo analiza los factores a favor y en contra de la educación
superior entendida como un negocio, aportando
elementos de análisis para una discusión que está
abierta en Chile y a nivel internacional.
Previo al análisis de la cuestión de fondo, sin embargo, es menester precisar qué se entiende por fin de
lucro en la legislación chilena, asunto sobre el que
parece existir cierta confusión entre la opinión pública e incluso entre legisladores y otros responsables de las políticas públicas. Luego, es conveniente
distinguir los dos casos que se dan en Chile: lucro
permitido, en toda la educación escolar y superior,
salvo en las universidades, y lucro prohibido, en las
universidades.
¿Por qué emerge hoy el lucro en la educación como un problema?
Andrés Bernasconi 1
E
Denunciar el lucro en la
educación fue uno de los
principales objetivos de las
masivas
protestas
estudiantiles que tuvieron lugar en
Chile en 2011 y que se han repetido
en los últimos meses. El argumento
que defienden los estudiantes, y que
−de acuerdo con las encuestas de
opinión− comparte una gran mayoría
de la sociedad chilena (aunque con la
ambigüedad que deriva de las
variadas acepciones que recibe entre
nosotros el concepto de lucro), es que
perseguir el lucro en la educación es
moralmente ilegítimo y debería
prohibirse legalmente. En ninguna
circunstancia,
sostienen
los
estudiantes movilizados, la educación
puede ser un negocio, y lo mismo
parece creer la mayoría de las
personas en el país.
Al argumento moral se agrega el de la
calidad: cuando los sostenedores de
un establecimiento educacional retiran
los excedentes como utilidades, en
lugar de reinvertirlos, la calidad de la
educación experimenta detrimento.
En otras palabras, si todos los recursos
que
recibe
la
educación—
subvenciones,
financiamiento
compartido, matrículas, aranceles, y
aportes fiscales a la educación
superior—, se invirtieran efectivamente
en el proyecto educativo, y no en
remunerar a los dueños de los
establecimientos,
entonces
tendríamos una mejor educación.
La situación que denuncian los
estudiantes invita una línea de
indagación en que es preciso
profundizar. Los establecimientos
educacionales privados en Chile
pueden operar como empresas con
fines de lucro en todos los niveles de
educación básica y media y en el sector
no universitario de la educación
superior
(es
decir,
institutos
profesionales y centros de formación
técnica). Pero las universidades, según
la legislación vigente, se deben
* Este texto está basado en el artículo del mismo autor The profit motive in higher education, que se publicó en International Higher Education (71), pp. 8-10
(2013), el que se utiliza con autorización de los editores.
Andrés Bernasconi es investigador del área de Educación Superior del CEPPE y académico de la Facultad de Educación de la Pontificia Universidad Católica de
Chile. Correo electrónico: [email protected]
1
organizar como corporaciones o
fundaciones sin fines de lucro2. No
obstante, se da por sentado en el
debate público de este tema que
muchas
universidades
privadas
creadas después de la reforma de 1980
eluden la prohibición de lucro que rige
sobre ellas, por medio de contratos y
operaciones financieras con empresas
de propiedad de los mismos socios de
las
universidades
(inmobiliarias,
empresas de tercerización de servicios,
consultoras, proveedoras, etc.), para
traspasarles a dichos socios, en forma
encubierta, las ganancias que genera
la universidad.
En relación con esto último, en el
campo de la política se reconoce en
forma generalizada que la legislación
que prohíbe el lucro en las
universidades en muchos casos no se
cumple y que resulta prioritario
investigar el lucro y “combatirlo”3.
¿Qué es el lucro?
Para entender qué es el lucro y, por lo
tanto, qué es lo que está permitido en
unos casos y prohibido en otros, es
menester, primero, definir que el lucro
es la ganancia económica legítima4
que el inversionista obtiene de un
negocio en que ha comprometido su
capital o su trabajo. La economía
entiende que esta oportunidad de
ganancia es lo que en una economía
capitalista impulsa a las personas a
invertir sus recursos. Es decir, la
posibilidad de lucro es la motivación
central de la actividad económica.
Desde el punto de vista contable, el
lucro o utilidad es lo que resulta de
restar a los ingresos totales que recibe
una empresa los costos de producción.
En breve: ingresos menos costos. Una
vez pagados los intereses de la deuda
que pueda tener la empresa, pagados
también los impuestos, y luego de
ajustar las cuentas por depreciación y
amortización, lo que queda es la
ganancia neta, disponible para que los
dueños la retiren en beneficio propio.
Jurídicamente, lo que interesa para
estos efectos no es si una organización
obtiene efectivamente ganancias o
pérdidas en el ejercicio de un año
determinado. Tampoco importa si las
ganancias, de haberlas, se distribuyen
como dividendo entre los dueños, o se
reinvierten en la empresa. Así, una
sociedad puede tener pérdidas, o
puede decidir reinvertir sus utilidades,
pero no por ello abandona su
naturaleza de entidad con fines de
lucro. Lo que interesa es que en las
entidades con fines de lucro,
genéricamente llamadas “sociedades”,
existe la posibilidad legalmente
autorizada de distribuir las ganancias
entre los propietarios, mientras que en
las entidades sin fines de lucro los
socios no pueden obtener beneficios
económicos por su calidad de tales.
A diferencia del móvil de ganancia
personal que mueve al empresario, la
contribución que los fundadores de
una entidad sin fines de lucro hacen a
la creación y sostén de una corporación
o
fundación
se
entiende
eminentemente filantrópica y a título
gratuito, y no puede generar para ellos
utilidad o ganancia económica.
Usualmente se entiende que, como
consecuencia de esto, las entidades sin
fines de lucro no pueden repartir sus
excedentes (ingresos menos costos) a
sus miembros, a diferencia de las
sociedades con ánimo de lucro. Pero la
prohibición del lucro no se agota en
este deber de reinvertir y no repartir
cualquier excedente. De otra forma
bastaría para burlar la prohibición al
lucro con que las corporaciones y
fundaciones exhibieran excedente
cero o negativo, luego de haber
distribuido como gasto de la operación
los pagos a sus miembros. Volveremos
más adelante a esta hipótesis de
apropiación de excedentes vía
contratos entre la universidad y sus
socios.
A mayor abundamiento, los miembros
de
una
corporación
y
los
administradores de una fundación no
son propietarios de una u otra, sino
custodios de sus patrimonios en
servicio de los fines para los que fueron
creadas. Por esta razón, los miembros
de una corporación no pueden vender
su calidad de miembro o socio como si
se tratara de un porcentaje de la
propiedad de la corporación.
Así quedó establecido en el DFL Nº 1, del 30 de diciembre de 1980, que fija normas sobre universidades, donde se señala que “podrán crearse universidades, las
que deberán constituirse como personas jurídicas de derecho privado sin fines de lucro” (título IV, artículo 15).
2
3
En abril de 2013, en medio de la acusación constitucional presentada en el congreso contra el Ministro de Educación Harald Beyer por no haber fiscalizado
debidamente el lucro en las universidades, el gobierno le expresó su apoyo destacando sus esfuerzos “por transparentar, por combatir el lucro, por fiscalizar a las
instituciones de educación superior” (www.gob.cl, 4 de abril de 2013) y calificándolo como “el ministro que ha fiscalizado el lucro” (www.latercera.com, 17 de abril
de 2013).
4
En rigor, es ganancia legítima cuando el empresario debe enfrentar en el marcado algún riesgo de pérdida de su inversión. Si la ganancia está asegurada, no
estamos frente a una actividad empresarial, sino al aprovechamiento de oportunidades de renta, las que suelen producirse por fallas de mercado o, en casos más
extremos, al alero de monopolios o de la corrupción del Estado.
La educación superior chilena
frente al lucro
Nuestra legislación autorizó a los
centros de formación técnica y a los
institutos profesionales privados a
organizarse como entidades con o sin
fines de lucro, a elección de sus
organizadores. Pero obligó a las
universidades privadas5 a tener la
forma jurídica de una corporación o
fundación sin fines de lucro. Es decir,
en Chile está permitido el lucro en la
educación superior no universitaria, y
prohibido en la educación superior
universitaria.
Entonces, el problema del lucro es
diferente en uno y otro sector. Allí
donde está permitido, como en los
CFT, los IP, y el sistema escolar,
¿debiera prohibirse? Donde está
prohibido, como en el caso de las
universidades ¿debiera permitirse?
Estas preguntas no son exactamente
correlativas, dado que tenemos con
las universidades el problema
adicional
del
posible
lucro
encubierto, que plantea una tercera
pregunta: ¿debemos hacer cumplir
la ley?, y aún una cuarta: ¿es
técnicamente posible hacer cumplir
la ley que prohíbe el lucro en las
universidades?
Parece conveniente despejar primero
las dos últimas peguntas, ya que
establecen ciertas bases de hecho
que pueden ser relevantes para las
cuestiones de fondo, y porque,
además, el problema del control del
lucro encubierto parece estar más
avanzado en la agenda de política
pública (por ejemplo, en el proyecto
de ley de superintendencia de
educación superior) que el tema más
general de la legitimidad del lucro en
la educación.
Lucro encubierto:
mecanismos y efectos
Se ha señalado arriba que el principio
filantrópico o de beneficencia que
inspira a las personas jurídicas de
derecho privado sin fines de lucro
(corporaciones
o
fundaciones)
prohíbe a sus socios o miembros
obtener
provecho
económico
personal de las operaciones de la
entidad no lucrativa. Es por esta razón
que las entidades no lucrativas están
exentas de impuestos a la renta.
Sin embargo, se denuncia que las
universidades
convienen
transacciones con las empresas en
que sus socios o miembros tienen
interés, operaciones que permiten a
estos últimos obtener provecho
económico de las actividades de la
universidad. Un problema adicional
es el conflicto de interés que existe en
estas operaciones, pero ese no es el
punto central aquí, porque bien
podría el socio de la universidad ganar
un contrato con ella en una licitación
pública, sin acceso a información
privilegiada, proponiendo la mejor
oferta para la universidad, y aún
subsistiría en este caso la duda: ¿es
legal que la universidad compre
servicios a uno de los socios de la
corporación?
Dado que el principio rector del
interés de los miembros de las
corporaciones y de los administradores
de las fundaciones es que ellos no
puede derivar beneficio económico
de la corporación o fundación, se
sigue que no podrían contratar con
ellas ni aun a precio de mercado, en la
medida que ese contrato les genere
utilidades. Podrían sólo prestar
servicios a la universidad, digamos, “al
costo”, de modo de no ganar nada ni
perder nada.
¿Cuál es, en tanto, la situación de la
transferencia
del
control
(“compraventa”) de las universidades?
Efectivamente ocurre en Chile que las
universidades privadas son objeto de
compraventa, a pesar de que no son
legalmente susceptibles de tal
contrato. Ello se suscita porque con el
tiempo, el patrimonio de una
corporación universitaria6 aumenta
de valor, de modo que un socio de ella
podría tener interés en cederle su
membresía en la corporación a
cambio de un precio7. Esta operación
vulnera el estatuto sin fines de lucro
de la corporación, porque la calidad
5
Las 16 universidades del estado y las 6 universidades católicas del Consejo de Rectores están organizadas como corporaciones de derecho público sin fines de
lucro.
6
Paso a hablar ahora de corporaciones y no de “corporaciones y fundaciones” porque la gran mayoría de las universidades privadas chilenas (anteriores y
posteriores a las reformas de 1980) son corporaciones. Pero el argumento se aplica también a las fundaciones, con algunos matices que no alteran su substancia.
7
Además el socio saliente necesitaría obtener la aquiescencia de los socios que permanecen a la incorporación de este nuevo miembro.
de socio de la corporación, al no
conferir un derecho de propiedad
sobre ella, no se puede vender. O más
precisamente, lo que el comprador
quiere comprar no es lo que el
vendedor puede vender.
Lo que no vulnera el Derecho, en
cambio, es que los socios de una
sociedad que a su vez es miembro de
una corporación universitaria8 vendan
todo o parte de su participación en la
sociedad. Es decir, se puede enajenar
la propiedad total o parcial de una
sociedad (una inmobiliaria, por
ejemplo) que es miembro de una
corporación universitaria, sin infringir
la ley, porque en este caso lo que
cambia de dueño no es la corporación
(ya sabemos que ella no tiene “dueños”,
sino miembros), sino uno de los
miembros
de
la
corporación,
manteniéndose
formalmente
la
identidad de los socios de la
corporación9.
Ahora bien, la venta de una parte o
toda la propiedad de una sociedad que
es miembro de una corporación
universitaria es legítima siempre y
cuando esa sociedad no se haya
enriquecido a costas de la universidad
(por ejemplo, obteniendo ganancias
por contratos con ella), porque en este
caso, el patrimonio de la sociedad que
se vende estaría compuesto de
transferencias indebidas desde la
universidad hacia la sociedad miembro
de la corporación universitaria.
En suma, la naturaleza sin fines de
lucro de las universidades prohíbe:
• Que la universidad distribuya sus
excedentes entre sus miembros o
socios.
• Que los socios o miembros de la
corporación
universitaria
se
beneficien
de
contratos
o
transacciones con la corporación
universitaria,
aunque
estas
operaciones se pacten a precio de
mercado.
• Que los socios de la corporación
vendan a terceros todo o parte de la
corporación universitaria.
revisión de los contratos de las
universidades con las empresas que
constituyen la respectiva corporación,
para detectar si existe en ellos
beneficio para la empresa, además de
revisar que los excedentes sean
íntegramente reinvertidos en la
universidad.
En los casos en que se estime que
puede haber lucro por la vía de
contratos que en la práctica cumplen
la misma función que el retiro de
utilidades, estaríamos frente a la
hipótesis de infracción a la ley que
consiste en destinar medios de la
corporación a fines diferentes a los
estatutarios. Ello configuraría una
causal
de
revocación
del
reconocimiento
oficial
de
la
universidad, por incumplimiento o
infracción grave de sus objetivos
estatutarios.
Durante mucho tiempo, toda la
educación superior en el mundo ha
sido pública, o privada con un sentido
filantrópico, o afiliada a instituciones
religiosas.
Sin
embargo,
la
participación de proveedores que
persiguen el lucro está en aumento,
especialmente en América Latina y en
los
Estados
Unidos.
Algunas
estimaciones ubican la participación
del sector con fines de lucro en Brasil,
por ejemplo, sobre el 30 por ciento del
total de la matrícula en educación
superior, pública y privada. Pero en
Brasil, así como en Perú o Costa Rica, el
lucro en la educación superior está
permitido. Adicionalmente, tal vez
varios millones de estudiantes en el
mundo se encuentran matriculados
en instituciones ostensiblemente sin
fines de lucro cuyos controladores
hacen caso omiso de la prohibición de
lucrar y obtienen ganancias mediante
contratos
con
la
institución
educacional.
En otras palabras, de descubrirse
lucro en una universidad, lo que
corresponde legalmente es su cierre,
conforme al art. 64 de la Ley General
de Educación.
Desde el punto de vista de la política
pública, entonces, acoger la demanda
del fin del lucro en el caso de las
universidades requeriría reforzar los
mecanismos de identificación y
Cuando el lucro es legal en la
educación superior, ¿es,
además, legítimo?
Me refiero a los miembros de las corporaciones universitarias como sociedades porque es cada vez menos frecuente que los miembros de las corporaciones sean
personas naturales, pero las mismas restricciones se aplican a los miembros de las corporaciones que son personas naturales.
8
Quizás por esta razón algunas universidades, que nacieron como corporaciones formadas por personas naturales, han migrado su composición societaria y están
conformadas hoy sólo por sociedades controladas por los antiguos socios personas naturales, o sus sucesores. Esto permite introducir cambios en el “control” de
la corporación universitaria mediante cambios en la composición societaria de las entidades socias de la corporación, sin siquiera modificar los estatutos de ésta,
evitándose así pasar por la necesaria aprobación por el Ministerio de Educación de toda modificación a los estatutos de una universidad.
9
¿Por qué no debiera existir espacio en
la educación para el lucro económico?
Un argumento enfatiza la naturaleza
basada en la confianza de la relación
educacional. Tal configuración se
menoscaba cuando el objetivo
predominante del emprendimiento
no es educar a las personas sino
ganar dinero con su educación.
Quienes reciben educación bien
podrían, y con toda razón, preguntarse
si los dueños están realmente
invirtiendo todo lo que deben en la
docencia, en contraposición a operar
al mínimo a fin de maximizar sus
utilidades. La pérdida de esta
confianza—la sospecha—lleva a
contractualizar todos los aspectos de
la relación educacional, lo que parece
contravenir la idea misma de
educación.
Refuerza este argumento sobre la
naturaleza sui generis de la educación
como un bien especialísimo el rol que
cumple
el
educando
como
coproductor del resultado por el que
paga. A diferencia de lo que ocurre
con un bien o servicio que adquirimos
completo y terminado, pagar por
educación sólo nos franquea el acceso
a un proceso de resultado incierto,
pero que depende en buena medida
de nuestro propio esfuerzo y
dedicación. Si fracasamos en obtener
el resultado buscado, no sólo hemos
perdido
dinero,
sino,
más
crucialmente, tiempo, es decir, parte
de nuestras vidas (como hemos visto
dramáticamente en los casos de los
alumnos de la Universidad del Mar,
recientemente cerrada por decisión
del Ministerio de Educación). La
pregunta entonces aquí es: teniendo
a la vista el enorme costo personal y
social de una educación de mala
calidad ¿no debiera ser el caso que
todo recurso que se paga por
educación es destinado única e
íntegramente a educación?
Por último, están las asimetrías de
información entre proveedores y
clientes: el estudiante no conoce tan
bien como la institución la calidad del
servicio educacional que va a recibir.
No es sino hasta transcurrido un
tiempo largo de experiencia con
dicho servicio —varios años,
típicamente—, que el alumno se ha
formado una opinión sobre el valor de
lo que se le entrega, momento en el
cual el cambio de proveedor ya tiene
costos bien altos, lo que dificulta la
posibilidad de salida oportuna y
cambio de proveedor.
Todo esto apunta en la dirección del
slogan de los estudiantes movilizados:
“la educación no es mercancía”, o si lo
es, tiene una naturaleza especialísima
que no la hace encajar con comodidad
en los mecanismos con los que operan
los mercados.
Cada uno de estos argumentos tiene,
es claro, contrapunto. Al primero se
puede oponer el ejemplo de las
profesiones liberales, todas las cuales
se basan, como la educación, en la
confianza entre las partes, pero no por
ello exigimos que se ejerzan sobre
bases filantrópicas. Al segundo punto
se puede objetar que existen otras
relaciones de coproducción del
resultado buscado, en que el fracaso
se mide en años de vida, como la
psicoterapia, o el entrenamiento
deportivo, que parecen estar, sin
conflicto, sujetas a mecanismos de
mercado. Finalmente, respecto de las
asimetrías de información, ocurre que
ellas existen en todos los mercados,
hasta en los más perfectos, y se
solucionan con medidas de regulación
que son bien conocidas de la ciencia
económica. Naturalmente, estos
contraargumentos admiten réplica,
pero en lugar de seguir por esa vía,
parece más eficiente volver un poco
atrás y concentrarse en las principales
objeciones a la idea de que la
educación no puede ser un negocio.
El contraargumento principal aquí
es que para que el negocio de la
educación
pueda
continuar
operando debe entregar una
educación de buena calidad o, de lo
contrario, las personas procurarán
lo que buscan en otra institución.
Esta presión por el desempeño genera
un impacto virtuoso, aun cuando
podría no existir ninguna motivación
virtuosa de fondo. Evidentemente,
para que este resultado competitivo
favorable se materialice, tal como en
cualquier
otro
mercado,
los
consumidores requieren información
de buena calidad sobre el desempeño
de las instituciones, la cual es
usualmente bien escasa o confusa.
Luego, es preciso que los usuarios
ordenen sus preferencias sobre la
base de la calidad de las instituciones,
cuestión que aparece controvertida
en la evidencia sobre mercados
educacionales.
Finalmente,
es
necesario que los usuarios puedan
actuar eficazmente en el sentido de
sus preferencias, es decir, que tengan
acceso a las escuelas que estiman de
mejor calidad, acceso que en la
práctica se ve limitado por numerosos
obstáculos.
Los defensores de la educación como
negocio con frecuencia apuntan a las
ganancias en eficiencia derivadas del
enfoque de maximizar las utilidades.
Si la empresa ha de obtener ganancias
económicas para sus dueños, será
necesario reducir los recursos
malgastados, minimizar el tiempo no
aprovechado, medir cuidadosamente
las inversiones y aprobarlas de
acuerdo con los retornos esperados,
ajustando los incentivos con astucia
para asegurar que todos en la
organización produzcan lo mejor de
sí. Estas medidas no sólo benefician a
los clientes, sino que típicamente no
tendrían lugar en las instituciones sin
fines de lucro y las públicas, las que, al
carecer de dueños, permiten que se
acumulen sin control en su interior
gastos innecesarios derivados de su
captura por grupos internos,
patronazgo político, o mera desidia.
Además, la estructura legal de las
instituciones con fines de lucro se
podría considerar más apropiada al
entorno
implacablemente
competitivo de la educación superior
de hoy, que la engorrosa conformación
de las corporaciones, fundaciones y
otras estructuras del mundo privado
sin fines de lucro. Por ejemplo,
grandes
conglomerados
educacionales con fines de lucro son
capaces de obtener grandes recursos
mediante ofertas públicas de
acciones, o de instituciones financieras
o fondos de inversión.
Los efectos sobre la calidad
Sin embargo, la pregunta empírica
que surge no es simplemente si es
cierto que las instituciones públicas y
sin fines de lucro operan con menos
eficiencia. Más importante es
determinar si la ventaja en eficiencia
que supuestamente obtienen las
instituciones con fines de lucro por
encima de las entidades públicas y
de beneficencia es mayor que la
proporción del ingreso que se
asigna a la remuneración de los
ejecutivos y los dueños, y que por
esa razón no se puede reinvertir en
la educación.
En relación al tema de la calidad
¿puede una institución con fines de
lucro redirigir parte de su ingreso a los
accionistas y de todas formas entregar
mayor calidad que una institución
comparable sin fines de lucro, que
tiene plena libertad de redirigir todo
su ingreso hacia los requerimientos
de la educación? ¿Se justifica la
ganancia
que
obtienen
las
instituciones educacionales con fines
de lucro si como contrapartida son
capaces de ofrecer eficiencia y
calidad?
En otras palabras, ¿cuál es el efecto
neto de la búsqueda del lucro, medido
en base a cuánto queda para financiar
una educación de calidad? Quienes se
oponen a la idea del lucro también
enfatizan que los mecanismos
organizacionales, las recompensas
individuales y la cultura general de
maximización de la eficiencia resultan
perjudiciales para la integridad
académica:
por
ejemplo,
el
individualismo
de
académicos
interesados en obtener para sí los
incentivos por productividad, la
fragilidad de programas en campos
con “escasa demanda” que cierran por
tener pocos estudiantes y no llegar al
punto de equilibrio financiero, o la
desconfianza en la institución que
experimentan los alumnos cuando
son conscientes de que el propósito
final de la organización es el beneficio
de sus propietarios. Los cursos con un
elevado número mínimo de inscritos
pueden ser buenos para el negocio
pero malos para el contacto entre
alumno y profesor. O se podría eludir
la contratación de docentes de alto
costo en favor de colegas menos
gravosos y de menor competencia
pero que a pesar de ello fueran
capaces de entregar los elementos
básicos, y así en otros aspectos.
La educación superior con
fines de lucro ¿un mal
necesario?
Aun cuando la búsqueda de lucro en
la educación superior diera lugar a
más contras que pros, podría de todos
modos ser una suerte de “mal
necesario” para dar acceso a las
nuevas generaciones de estudiantes
en tiempos de masificación mundial
de la educación superior, cuando el
Estado no es financieramente capaz
de sostener el crecimiento del sector
público de la educación superior, o no
quiere hacerlo por razones políticas.
Además, en América Latina, a
diferencia de lo que ocurre en EE.UU.,
la filantropía privada rara vez alcanza
para
sustentar
y
mantener
instituciones de educación superior.
Así las cosas, el argumento favorable
al lucro subraya que de no haber
educación superior con lucro, no
habría educación superior de ningún
tipo para millones de estudiantes.
Finalmente, ¿por qué se debería
prohibir a las personas la posibilidad
de optar por recibir su educación de
un proveedor que tenga fines de
lucro? Más allá de la respuesta a esta
pregunta, existe una condición que
nadie puede negar para que esta
opción sea factible: información. Los
estudiantes deben saber si la
institución con la que tratan tiene
fines de lucro o no y los resúmenes de
los estados financieros de todas las
instituciones, sea cual sea su estatus
corporativo, debieran estar fácilmente
disponibles. Pero en todo el mundo la
reticencia de las instituciones con
fines de lucro a declarar esta condición
como elemento central de su imagen
pública es bien decidora de la escasa
legitimidad de las empresas de
educación en nuestras sociedades.
Conclusiones
Nótese que hasta aquí no he hablado
de “empresas relacionadas”. Esta
expresión fue infortunadamente
puesta en circulación por el Ministerio
de Educación en agosto de 2012
cuando informó a los medios de
comunicación sobre la revisión hecha
a los estados financieros de las
instituciones de educación superior
del país. En esa ocasión se enfatizó
que 90% de las universidades tenía
“transacciones
con
empresas
relacionadas”, entendiendo por tales a
empresas de todo tipo donde la
propia casa de estudios o sus
directivos podrían estar vinculados o
participar en su propiedad.
Pues bien, ocurre que es muy
distinto que una universidad haga
operaciones con empresas de su
propiedad, a que empresas
“propietarias” (socias) de una
universidad hagan transacciones
con ella. En el primer caso, es la
universidad como corporación o
fundación la que ha creado
empresas con el objeto de
desarrollar actividades que pueden
generar
ganancias
para
la
universidad como dueña de esas
empresas. En corto, se trata de
negocios de la universidad.
En el segundo caso, en cambio, son
las empresas las que han creado la
universidad y la mantienen bajo su
control, de tal suerte que la
universidad es el medio por el que
las
empresas
controladoras
obtienen sus ganancias. En breve,
se trata de la universidad como
negocio.
Negocios de la universidad vs
universidad como negocio. Es ésta
una distinción fundamental que el
Ministerio en su momento pasó por
alto, y que ha permanecido fuera del
radar de los senadores que han
propuesto y están discutiendo poner
fin al lucro prohibiendo todas las
operaciones de las universidades con
empresas relacionadas.
Tal prohibición sería funesta para las
universidades genuinamente sin fines
de lucro—incluyendo aquí a las
universidades del estado, que están
autorizadas por ley para crear
“empresas
relacionadas”—que
recurren a la flexibilidad operacional y
protección patrimonial que les
brindan las sociedades comerciales y
corporaciones sin fines de lucro que
ellas crean para, por ejemplo, hacer
negocios biotecnológicos, brindar
formación
técnica,
acceder
colaborativamente y a menor precio a
bases de datos bibliográficas,
mantener medios de comunicación,
operar
hospitales,
mantener
editoriales, prestar servicios de
asistencia técnica y laboratorio,
administrar el fondo solidario de
crédito universitario, entre muchas
otras actividades perfectamente
legales y legítimas.
Aún más, esta forma de operación de
las universidades en los mercados de
capacitación, asistencia técnica,
consultoría, y desarrollo e innovación
viene exigida como condición de
sobrevivencia bajo las actuales
condiciones
de
financiamiento
universitario, que garantizan por
medio de aportes de fondos del
presupuesto público una fracción
minoritaria de los costos de operación
de las universidades, obligándolas a
generar por sí mismas los recursos
que, junto a los aranceles, les permiten
funcionar.
La atención regulatoria debe estar
puesta,
en
cambio,
en
las
transacciones entre las universidades
y las empresas que son miembros de
la corporación universitaria. Dicho de
otro modo, deben investigarse las
transacciones que sacan recursos de
la universidad hacia empresas
relacionadas en la forma de gasto, y
no las operaciones que permiten que
desde empresas relacionadas entren
dineros a la universidad en la forma
de ingresos.
Desde luego, hay áreas grises, que
pueden oscurecer la clasificación de
una operación como inocente o
sospechosa. Además, la triangulación
de dineros puede tomar formas tan
complejas que haga trabajoso seguir
la pista. Por eso, una superintendencia
de educación superior ayudaría a
desplegar la autoridad regulatoria y el
personal especializado que haga
posible el escrutinio de estas
operaciones. El proyecto de ley de
superintendencia del ramo ingresado
al Senado por el Gobierno en
Noviembre de 2011 y aprobado en
general por la Cámara Alta en marzo
de este año apunta, en general, en la
dirección correcta: permite los
contratos de las universidades con
partes relacionadas, pero exige que
cada operación sea aprobada de una
manera especial por el directorio de la
universidad, y que se haga constar
públicamente el hecho de este
contrato y los términos en que se
pactó.
Junto con este acierto, el proyecto de
superintendencia tiene también
algunos defectos, que no podemos
tratar aquí (y quedarán para otro
número de esta serie de Notas para
Educación), pero conviene sí reparar
ahora en uno de ellos, por la conexión
directa que tiene con mi argumento
sobre la necesaria ausencia de ánimo
de lucro en los miembros de una
corporación. El proyecto de ley exige
que las condiciones de la transacción
con la entidad relacionada deban
“ajustarse a condiciones de equidad
similares a las que habitualmente
prevalecen en el mercado a la fecha
de su celebración” (art. 66 C). De lo
planteado más arriba se sigue que ese
no puede ser el criterio de
aceptabilidad de los términos de la
operación, porque las condiciones de
equidad prevalecientes en el mercado
incluyen un margen de beneficio para
el prestador del bien o servicio,
margen de ganancia que no puede
existir cuando el bien o servicio es
proporcionado a la corporación por
un miembro de ella que no puede, en
su calidad de miembro, obtener
beneficio económico alguno de la
corporación, aunque sea a precio de
mercado.
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