NÚMERO 13 Notas para Educación Mayo 2013 El lucro en la educación superior: ¿En qué consiste? ¿Cómo se regula en Chile? ¿Qué factores considerar para formarse una opinión?* La existencia del lucro en la educación chilena, que el movimiento estudiantil ha denunciado con fuerza desde 2011, se ha instalado en la discusión pública con matices diversos. Hay quienes niegan su legitimidad en cualquiera de los niveles de la educación, o al menos en la educación que se imparte con el apoyo de recursos públicos. Otros enfatizan la importancia de fiscalizar y transparentar, haciendo cumplir una legislación que sólo prohíbe el lucro en la educación universitaria. Y otros son partidarios de discutir la legitimidad del lucro incluso en este caso, y abrirse a la posibilidad de que legalmente operen en Chile universidades con fines de lucro. Frente a este debate cabe preguntarse: ¿puede la educación superior ser un negocio legítimo? ¿Es hoy un negocio necesario? El presente artículo analiza los factores a favor y en contra de la educación superior entendida como un negocio, aportando elementos de análisis para una discusión que está abierta en Chile y a nivel internacional. Previo al análisis de la cuestión de fondo, sin embargo, es menester precisar qué se entiende por fin de lucro en la legislación chilena, asunto sobre el que parece existir cierta confusión entre la opinión pública e incluso entre legisladores y otros responsables de las políticas públicas. Luego, es conveniente distinguir los dos casos que se dan en Chile: lucro permitido, en toda la educación escolar y superior, salvo en las universidades, y lucro prohibido, en las universidades. ¿Por qué emerge hoy el lucro en la educación como un problema? Andrés Bernasconi 1 E Denunciar el lucro en la educación fue uno de los principales objetivos de las masivas protestas estudiantiles que tuvieron lugar en Chile en 2011 y que se han repetido en los últimos meses. El argumento que defienden los estudiantes, y que −de acuerdo con las encuestas de opinión− comparte una gran mayoría de la sociedad chilena (aunque con la ambigüedad que deriva de las variadas acepciones que recibe entre nosotros el concepto de lucro), es que perseguir el lucro en la educación es moralmente ilegítimo y debería prohibirse legalmente. En ninguna circunstancia, sostienen los estudiantes movilizados, la educación puede ser un negocio, y lo mismo parece creer la mayoría de las personas en el país. Al argumento moral se agrega el de la calidad: cuando los sostenedores de un establecimiento educacional retiran los excedentes como utilidades, en lugar de reinvertirlos, la calidad de la educación experimenta detrimento. En otras palabras, si todos los recursos que recibe la educación— subvenciones, financiamiento compartido, matrículas, aranceles, y aportes fiscales a la educación superior—, se invirtieran efectivamente en el proyecto educativo, y no en remunerar a los dueños de los establecimientos, entonces tendríamos una mejor educación. La situación que denuncian los estudiantes invita una línea de indagación en que es preciso profundizar. Los establecimientos educacionales privados en Chile pueden operar como empresas con fines de lucro en todos los niveles de educación básica y media y en el sector no universitario de la educación superior (es decir, institutos profesionales y centros de formación técnica). Pero las universidades, según la legislación vigente, se deben * Este texto está basado en el artículo del mismo autor The profit motive in higher education, que se publicó en International Higher Education (71), pp. 8-10 (2013), el que se utiliza con autorización de los editores. Andrés Bernasconi es investigador del área de Educación Superior del CEPPE y académico de la Facultad de Educación de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Correo electrónico: [email protected] 1 organizar como corporaciones o fundaciones sin fines de lucro2. No obstante, se da por sentado en el debate público de este tema que muchas universidades privadas creadas después de la reforma de 1980 eluden la prohibición de lucro que rige sobre ellas, por medio de contratos y operaciones financieras con empresas de propiedad de los mismos socios de las universidades (inmobiliarias, empresas de tercerización de servicios, consultoras, proveedoras, etc.), para traspasarles a dichos socios, en forma encubierta, las ganancias que genera la universidad. En relación con esto último, en el campo de la política se reconoce en forma generalizada que la legislación que prohíbe el lucro en las universidades en muchos casos no se cumple y que resulta prioritario investigar el lucro y “combatirlo”3. ¿Qué es el lucro? Para entender qué es el lucro y, por lo tanto, qué es lo que está permitido en unos casos y prohibido en otros, es menester, primero, definir que el lucro es la ganancia económica legítima4 que el inversionista obtiene de un negocio en que ha comprometido su capital o su trabajo. La economía entiende que esta oportunidad de ganancia es lo que en una economía capitalista impulsa a las personas a invertir sus recursos. Es decir, la posibilidad de lucro es la motivación central de la actividad económica. Desde el punto de vista contable, el lucro o utilidad es lo que resulta de restar a los ingresos totales que recibe una empresa los costos de producción. En breve: ingresos menos costos. Una vez pagados los intereses de la deuda que pueda tener la empresa, pagados también los impuestos, y luego de ajustar las cuentas por depreciación y amortización, lo que queda es la ganancia neta, disponible para que los dueños la retiren en beneficio propio. Jurídicamente, lo que interesa para estos efectos no es si una organización obtiene efectivamente ganancias o pérdidas en el ejercicio de un año determinado. Tampoco importa si las ganancias, de haberlas, se distribuyen como dividendo entre los dueños, o se reinvierten en la empresa. Así, una sociedad puede tener pérdidas, o puede decidir reinvertir sus utilidades, pero no por ello abandona su naturaleza de entidad con fines de lucro. Lo que interesa es que en las entidades con fines de lucro, genéricamente llamadas “sociedades”, existe la posibilidad legalmente autorizada de distribuir las ganancias entre los propietarios, mientras que en las entidades sin fines de lucro los socios no pueden obtener beneficios económicos por su calidad de tales. A diferencia del móvil de ganancia personal que mueve al empresario, la contribución que los fundadores de una entidad sin fines de lucro hacen a la creación y sostén de una corporación o fundación se entiende eminentemente filantrópica y a título gratuito, y no puede generar para ellos utilidad o ganancia económica. Usualmente se entiende que, como consecuencia de esto, las entidades sin fines de lucro no pueden repartir sus excedentes (ingresos menos costos) a sus miembros, a diferencia de las sociedades con ánimo de lucro. Pero la prohibición del lucro no se agota en este deber de reinvertir y no repartir cualquier excedente. De otra forma bastaría para burlar la prohibición al lucro con que las corporaciones y fundaciones exhibieran excedente cero o negativo, luego de haber distribuido como gasto de la operación los pagos a sus miembros. Volveremos más adelante a esta hipótesis de apropiación de excedentes vía contratos entre la universidad y sus socios. A mayor abundamiento, los miembros de una corporación y los administradores de una fundación no son propietarios de una u otra, sino custodios de sus patrimonios en servicio de los fines para los que fueron creadas. Por esta razón, los miembros de una corporación no pueden vender su calidad de miembro o socio como si se tratara de un porcentaje de la propiedad de la corporación. Así quedó establecido en el DFL Nº 1, del 30 de diciembre de 1980, que fija normas sobre universidades, donde se señala que “podrán crearse universidades, las que deberán constituirse como personas jurídicas de derecho privado sin fines de lucro” (título IV, artículo 15). 2 3 En abril de 2013, en medio de la acusación constitucional presentada en el congreso contra el Ministro de Educación Harald Beyer por no haber fiscalizado debidamente el lucro en las universidades, el gobierno le expresó su apoyo destacando sus esfuerzos “por transparentar, por combatir el lucro, por fiscalizar a las instituciones de educación superior” (www.gob.cl, 4 de abril de 2013) y calificándolo como “el ministro que ha fiscalizado el lucro” (www.latercera.com, 17 de abril de 2013). 4 En rigor, es ganancia legítima cuando el empresario debe enfrentar en el marcado algún riesgo de pérdida de su inversión. Si la ganancia está asegurada, no estamos frente a una actividad empresarial, sino al aprovechamiento de oportunidades de renta, las que suelen producirse por fallas de mercado o, en casos más extremos, al alero de monopolios o de la corrupción del Estado. La educación superior chilena frente al lucro Nuestra legislación autorizó a los centros de formación técnica y a los institutos profesionales privados a organizarse como entidades con o sin fines de lucro, a elección de sus organizadores. Pero obligó a las universidades privadas5 a tener la forma jurídica de una corporación o fundación sin fines de lucro. Es decir, en Chile está permitido el lucro en la educación superior no universitaria, y prohibido en la educación superior universitaria. Entonces, el problema del lucro es diferente en uno y otro sector. Allí donde está permitido, como en los CFT, los IP, y el sistema escolar, ¿debiera prohibirse? Donde está prohibido, como en el caso de las universidades ¿debiera permitirse? Estas preguntas no son exactamente correlativas, dado que tenemos con las universidades el problema adicional del posible lucro encubierto, que plantea una tercera pregunta: ¿debemos hacer cumplir la ley?, y aún una cuarta: ¿es técnicamente posible hacer cumplir la ley que prohíbe el lucro en las universidades? Parece conveniente despejar primero las dos últimas peguntas, ya que establecen ciertas bases de hecho que pueden ser relevantes para las cuestiones de fondo, y porque, además, el problema del control del lucro encubierto parece estar más avanzado en la agenda de política pública (por ejemplo, en el proyecto de ley de superintendencia de educación superior) que el tema más general de la legitimidad del lucro en la educación. Lucro encubierto: mecanismos y efectos Se ha señalado arriba que el principio filantrópico o de beneficencia que inspira a las personas jurídicas de derecho privado sin fines de lucro (corporaciones o fundaciones) prohíbe a sus socios o miembros obtener provecho económico personal de las operaciones de la entidad no lucrativa. Es por esta razón que las entidades no lucrativas están exentas de impuestos a la renta. Sin embargo, se denuncia que las universidades convienen transacciones con las empresas en que sus socios o miembros tienen interés, operaciones que permiten a estos últimos obtener provecho económico de las actividades de la universidad. Un problema adicional es el conflicto de interés que existe en estas operaciones, pero ese no es el punto central aquí, porque bien podría el socio de la universidad ganar un contrato con ella en una licitación pública, sin acceso a información privilegiada, proponiendo la mejor oferta para la universidad, y aún subsistiría en este caso la duda: ¿es legal que la universidad compre servicios a uno de los socios de la corporación? Dado que el principio rector del interés de los miembros de las corporaciones y de los administradores de las fundaciones es que ellos no puede derivar beneficio económico de la corporación o fundación, se sigue que no podrían contratar con ellas ni aun a precio de mercado, en la medida que ese contrato les genere utilidades. Podrían sólo prestar servicios a la universidad, digamos, “al costo”, de modo de no ganar nada ni perder nada. ¿Cuál es, en tanto, la situación de la transferencia del control (“compraventa”) de las universidades? Efectivamente ocurre en Chile que las universidades privadas son objeto de compraventa, a pesar de que no son legalmente susceptibles de tal contrato. Ello se suscita porque con el tiempo, el patrimonio de una corporación universitaria6 aumenta de valor, de modo que un socio de ella podría tener interés en cederle su membresía en la corporación a cambio de un precio7. Esta operación vulnera el estatuto sin fines de lucro de la corporación, porque la calidad 5 Las 16 universidades del estado y las 6 universidades católicas del Consejo de Rectores están organizadas como corporaciones de derecho público sin fines de lucro. 6 Paso a hablar ahora de corporaciones y no de “corporaciones y fundaciones” porque la gran mayoría de las universidades privadas chilenas (anteriores y posteriores a las reformas de 1980) son corporaciones. Pero el argumento se aplica también a las fundaciones, con algunos matices que no alteran su substancia. 7 Además el socio saliente necesitaría obtener la aquiescencia de los socios que permanecen a la incorporación de este nuevo miembro. de socio de la corporación, al no conferir un derecho de propiedad sobre ella, no se puede vender. O más precisamente, lo que el comprador quiere comprar no es lo que el vendedor puede vender. Lo que no vulnera el Derecho, en cambio, es que los socios de una sociedad que a su vez es miembro de una corporación universitaria8 vendan todo o parte de su participación en la sociedad. Es decir, se puede enajenar la propiedad total o parcial de una sociedad (una inmobiliaria, por ejemplo) que es miembro de una corporación universitaria, sin infringir la ley, porque en este caso lo que cambia de dueño no es la corporación (ya sabemos que ella no tiene “dueños”, sino miembros), sino uno de los miembros de la corporación, manteniéndose formalmente la identidad de los socios de la corporación9. Ahora bien, la venta de una parte o toda la propiedad de una sociedad que es miembro de una corporación universitaria es legítima siempre y cuando esa sociedad no se haya enriquecido a costas de la universidad (por ejemplo, obteniendo ganancias por contratos con ella), porque en este caso, el patrimonio de la sociedad que se vende estaría compuesto de transferencias indebidas desde la universidad hacia la sociedad miembro de la corporación universitaria. En suma, la naturaleza sin fines de lucro de las universidades prohíbe: • Que la universidad distribuya sus excedentes entre sus miembros o socios. • Que los socios o miembros de la corporación universitaria se beneficien de contratos o transacciones con la corporación universitaria, aunque estas operaciones se pacten a precio de mercado. • Que los socios de la corporación vendan a terceros todo o parte de la corporación universitaria. revisión de los contratos de las universidades con las empresas que constituyen la respectiva corporación, para detectar si existe en ellos beneficio para la empresa, además de revisar que los excedentes sean íntegramente reinvertidos en la universidad. En los casos en que se estime que puede haber lucro por la vía de contratos que en la práctica cumplen la misma función que el retiro de utilidades, estaríamos frente a la hipótesis de infracción a la ley que consiste en destinar medios de la corporación a fines diferentes a los estatutarios. Ello configuraría una causal de revocación del reconocimiento oficial de la universidad, por incumplimiento o infracción grave de sus objetivos estatutarios. Durante mucho tiempo, toda la educación superior en el mundo ha sido pública, o privada con un sentido filantrópico, o afiliada a instituciones religiosas. Sin embargo, la participación de proveedores que persiguen el lucro está en aumento, especialmente en América Latina y en los Estados Unidos. Algunas estimaciones ubican la participación del sector con fines de lucro en Brasil, por ejemplo, sobre el 30 por ciento del total de la matrícula en educación superior, pública y privada. Pero en Brasil, así como en Perú o Costa Rica, el lucro en la educación superior está permitido. Adicionalmente, tal vez varios millones de estudiantes en el mundo se encuentran matriculados en instituciones ostensiblemente sin fines de lucro cuyos controladores hacen caso omiso de la prohibición de lucrar y obtienen ganancias mediante contratos con la institución educacional. En otras palabras, de descubrirse lucro en una universidad, lo que corresponde legalmente es su cierre, conforme al art. 64 de la Ley General de Educación. Desde el punto de vista de la política pública, entonces, acoger la demanda del fin del lucro en el caso de las universidades requeriría reforzar los mecanismos de identificación y Cuando el lucro es legal en la educación superior, ¿es, además, legítimo? Me refiero a los miembros de las corporaciones universitarias como sociedades porque es cada vez menos frecuente que los miembros de las corporaciones sean personas naturales, pero las mismas restricciones se aplican a los miembros de las corporaciones que son personas naturales. 8 Quizás por esta razón algunas universidades, que nacieron como corporaciones formadas por personas naturales, han migrado su composición societaria y están conformadas hoy sólo por sociedades controladas por los antiguos socios personas naturales, o sus sucesores. Esto permite introducir cambios en el “control” de la corporación universitaria mediante cambios en la composición societaria de las entidades socias de la corporación, sin siquiera modificar los estatutos de ésta, evitándose así pasar por la necesaria aprobación por el Ministerio de Educación de toda modificación a los estatutos de una universidad. 9 ¿Por qué no debiera existir espacio en la educación para el lucro económico? Un argumento enfatiza la naturaleza basada en la confianza de la relación educacional. Tal configuración se menoscaba cuando el objetivo predominante del emprendimiento no es educar a las personas sino ganar dinero con su educación. Quienes reciben educación bien podrían, y con toda razón, preguntarse si los dueños están realmente invirtiendo todo lo que deben en la docencia, en contraposición a operar al mínimo a fin de maximizar sus utilidades. La pérdida de esta confianza—la sospecha—lleva a contractualizar todos los aspectos de la relación educacional, lo que parece contravenir la idea misma de educación. Refuerza este argumento sobre la naturaleza sui generis de la educación como un bien especialísimo el rol que cumple el educando como coproductor del resultado por el que paga. A diferencia de lo que ocurre con un bien o servicio que adquirimos completo y terminado, pagar por educación sólo nos franquea el acceso a un proceso de resultado incierto, pero que depende en buena medida de nuestro propio esfuerzo y dedicación. Si fracasamos en obtener el resultado buscado, no sólo hemos perdido dinero, sino, más crucialmente, tiempo, es decir, parte de nuestras vidas (como hemos visto dramáticamente en los casos de los alumnos de la Universidad del Mar, recientemente cerrada por decisión del Ministerio de Educación). La pregunta entonces aquí es: teniendo a la vista el enorme costo personal y social de una educación de mala calidad ¿no debiera ser el caso que todo recurso que se paga por educación es destinado única e íntegramente a educación? Por último, están las asimetrías de información entre proveedores y clientes: el estudiante no conoce tan bien como la institución la calidad del servicio educacional que va a recibir. No es sino hasta transcurrido un tiempo largo de experiencia con dicho servicio —varios años, típicamente—, que el alumno se ha formado una opinión sobre el valor de lo que se le entrega, momento en el cual el cambio de proveedor ya tiene costos bien altos, lo que dificulta la posibilidad de salida oportuna y cambio de proveedor. Todo esto apunta en la dirección del slogan de los estudiantes movilizados: “la educación no es mercancía”, o si lo es, tiene una naturaleza especialísima que no la hace encajar con comodidad en los mecanismos con los que operan los mercados. Cada uno de estos argumentos tiene, es claro, contrapunto. Al primero se puede oponer el ejemplo de las profesiones liberales, todas las cuales se basan, como la educación, en la confianza entre las partes, pero no por ello exigimos que se ejerzan sobre bases filantrópicas. Al segundo punto se puede objetar que existen otras relaciones de coproducción del resultado buscado, en que el fracaso se mide en años de vida, como la psicoterapia, o el entrenamiento deportivo, que parecen estar, sin conflicto, sujetas a mecanismos de mercado. Finalmente, respecto de las asimetrías de información, ocurre que ellas existen en todos los mercados, hasta en los más perfectos, y se solucionan con medidas de regulación que son bien conocidas de la ciencia económica. Naturalmente, estos contraargumentos admiten réplica, pero en lugar de seguir por esa vía, parece más eficiente volver un poco atrás y concentrarse en las principales objeciones a la idea de que la educación no puede ser un negocio. El contraargumento principal aquí es que para que el negocio de la educación pueda continuar operando debe entregar una educación de buena calidad o, de lo contrario, las personas procurarán lo que buscan en otra institución. Esta presión por el desempeño genera un impacto virtuoso, aun cuando podría no existir ninguna motivación virtuosa de fondo. Evidentemente, para que este resultado competitivo favorable se materialice, tal como en cualquier otro mercado, los consumidores requieren información de buena calidad sobre el desempeño de las instituciones, la cual es usualmente bien escasa o confusa. Luego, es preciso que los usuarios ordenen sus preferencias sobre la base de la calidad de las instituciones, cuestión que aparece controvertida en la evidencia sobre mercados educacionales. Finalmente, es necesario que los usuarios puedan actuar eficazmente en el sentido de sus preferencias, es decir, que tengan acceso a las escuelas que estiman de mejor calidad, acceso que en la práctica se ve limitado por numerosos obstáculos. Los defensores de la educación como negocio con frecuencia apuntan a las ganancias en eficiencia derivadas del enfoque de maximizar las utilidades. Si la empresa ha de obtener ganancias económicas para sus dueños, será necesario reducir los recursos malgastados, minimizar el tiempo no aprovechado, medir cuidadosamente las inversiones y aprobarlas de acuerdo con los retornos esperados, ajustando los incentivos con astucia para asegurar que todos en la organización produzcan lo mejor de sí. Estas medidas no sólo benefician a los clientes, sino que típicamente no tendrían lugar en las instituciones sin fines de lucro y las públicas, las que, al carecer de dueños, permiten que se acumulen sin control en su interior gastos innecesarios derivados de su captura por grupos internos, patronazgo político, o mera desidia. Además, la estructura legal de las instituciones con fines de lucro se podría considerar más apropiada al entorno implacablemente competitivo de la educación superior de hoy, que la engorrosa conformación de las corporaciones, fundaciones y otras estructuras del mundo privado sin fines de lucro. Por ejemplo, grandes conglomerados educacionales con fines de lucro son capaces de obtener grandes recursos mediante ofertas públicas de acciones, o de instituciones financieras o fondos de inversión. Los efectos sobre la calidad Sin embargo, la pregunta empírica que surge no es simplemente si es cierto que las instituciones públicas y sin fines de lucro operan con menos eficiencia. Más importante es determinar si la ventaja en eficiencia que supuestamente obtienen las instituciones con fines de lucro por encima de las entidades públicas y de beneficencia es mayor que la proporción del ingreso que se asigna a la remuneración de los ejecutivos y los dueños, y que por esa razón no se puede reinvertir en la educación. En relación al tema de la calidad ¿puede una institución con fines de lucro redirigir parte de su ingreso a los accionistas y de todas formas entregar mayor calidad que una institución comparable sin fines de lucro, que tiene plena libertad de redirigir todo su ingreso hacia los requerimientos de la educación? ¿Se justifica la ganancia que obtienen las instituciones educacionales con fines de lucro si como contrapartida son capaces de ofrecer eficiencia y calidad? En otras palabras, ¿cuál es el efecto neto de la búsqueda del lucro, medido en base a cuánto queda para financiar una educación de calidad? Quienes se oponen a la idea del lucro también enfatizan que los mecanismos organizacionales, las recompensas individuales y la cultura general de maximización de la eficiencia resultan perjudiciales para la integridad académica: por ejemplo, el individualismo de académicos interesados en obtener para sí los incentivos por productividad, la fragilidad de programas en campos con “escasa demanda” que cierran por tener pocos estudiantes y no llegar al punto de equilibrio financiero, o la desconfianza en la institución que experimentan los alumnos cuando son conscientes de que el propósito final de la organización es el beneficio de sus propietarios. Los cursos con un elevado número mínimo de inscritos pueden ser buenos para el negocio pero malos para el contacto entre alumno y profesor. O se podría eludir la contratación de docentes de alto costo en favor de colegas menos gravosos y de menor competencia pero que a pesar de ello fueran capaces de entregar los elementos básicos, y así en otros aspectos. La educación superior con fines de lucro ¿un mal necesario? Aun cuando la búsqueda de lucro en la educación superior diera lugar a más contras que pros, podría de todos modos ser una suerte de “mal necesario” para dar acceso a las nuevas generaciones de estudiantes en tiempos de masificación mundial de la educación superior, cuando el Estado no es financieramente capaz de sostener el crecimiento del sector público de la educación superior, o no quiere hacerlo por razones políticas. Además, en América Latina, a diferencia de lo que ocurre en EE.UU., la filantropía privada rara vez alcanza para sustentar y mantener instituciones de educación superior. Así las cosas, el argumento favorable al lucro subraya que de no haber educación superior con lucro, no habría educación superior de ningún tipo para millones de estudiantes. Finalmente, ¿por qué se debería prohibir a las personas la posibilidad de optar por recibir su educación de un proveedor que tenga fines de lucro? Más allá de la respuesta a esta pregunta, existe una condición que nadie puede negar para que esta opción sea factible: información. Los estudiantes deben saber si la institución con la que tratan tiene fines de lucro o no y los resúmenes de los estados financieros de todas las instituciones, sea cual sea su estatus corporativo, debieran estar fácilmente disponibles. Pero en todo el mundo la reticencia de las instituciones con fines de lucro a declarar esta condición como elemento central de su imagen pública es bien decidora de la escasa legitimidad de las empresas de educación en nuestras sociedades. Conclusiones Nótese que hasta aquí no he hablado de “empresas relacionadas”. Esta expresión fue infortunadamente puesta en circulación por el Ministerio de Educación en agosto de 2012 cuando informó a los medios de comunicación sobre la revisión hecha a los estados financieros de las instituciones de educación superior del país. En esa ocasión se enfatizó que 90% de las universidades tenía “transacciones con empresas relacionadas”, entendiendo por tales a empresas de todo tipo donde la propia casa de estudios o sus directivos podrían estar vinculados o participar en su propiedad. Pues bien, ocurre que es muy distinto que una universidad haga operaciones con empresas de su propiedad, a que empresas “propietarias” (socias) de una universidad hagan transacciones con ella. En el primer caso, es la universidad como corporación o fundación la que ha creado empresas con el objeto de desarrollar actividades que pueden generar ganancias para la universidad como dueña de esas empresas. En corto, se trata de negocios de la universidad. En el segundo caso, en cambio, son las empresas las que han creado la universidad y la mantienen bajo su control, de tal suerte que la universidad es el medio por el que las empresas controladoras obtienen sus ganancias. En breve, se trata de la universidad como negocio. Negocios de la universidad vs universidad como negocio. Es ésta una distinción fundamental que el Ministerio en su momento pasó por alto, y que ha permanecido fuera del radar de los senadores que han propuesto y están discutiendo poner fin al lucro prohibiendo todas las operaciones de las universidades con empresas relacionadas. Tal prohibición sería funesta para las universidades genuinamente sin fines de lucro—incluyendo aquí a las universidades del estado, que están autorizadas por ley para crear “empresas relacionadas”—que recurren a la flexibilidad operacional y protección patrimonial que les brindan las sociedades comerciales y corporaciones sin fines de lucro que ellas crean para, por ejemplo, hacer negocios biotecnológicos, brindar formación técnica, acceder colaborativamente y a menor precio a bases de datos bibliográficas, mantener medios de comunicación, operar hospitales, mantener editoriales, prestar servicios de asistencia técnica y laboratorio, administrar el fondo solidario de crédito universitario, entre muchas otras actividades perfectamente legales y legítimas. Aún más, esta forma de operación de las universidades en los mercados de capacitación, asistencia técnica, consultoría, y desarrollo e innovación viene exigida como condición de sobrevivencia bajo las actuales condiciones de financiamiento universitario, que garantizan por medio de aportes de fondos del presupuesto público una fracción minoritaria de los costos de operación de las universidades, obligándolas a generar por sí mismas los recursos que, junto a los aranceles, les permiten funcionar. La atención regulatoria debe estar puesta, en cambio, en las transacciones entre las universidades y las empresas que son miembros de la corporación universitaria. Dicho de otro modo, deben investigarse las transacciones que sacan recursos de la universidad hacia empresas relacionadas en la forma de gasto, y no las operaciones que permiten que desde empresas relacionadas entren dineros a la universidad en la forma de ingresos. Desde luego, hay áreas grises, que pueden oscurecer la clasificación de una operación como inocente o sospechosa. Además, la triangulación de dineros puede tomar formas tan complejas que haga trabajoso seguir la pista. Por eso, una superintendencia de educación superior ayudaría a desplegar la autoridad regulatoria y el personal especializado que haga posible el escrutinio de estas operaciones. El proyecto de ley de superintendencia del ramo ingresado al Senado por el Gobierno en Noviembre de 2011 y aprobado en general por la Cámara Alta en marzo de este año apunta, en general, en la dirección correcta: permite los contratos de las universidades con partes relacionadas, pero exige que cada operación sea aprobada de una manera especial por el directorio de la universidad, y que se haga constar públicamente el hecho de este contrato y los términos en que se pactó. Junto con este acierto, el proyecto de superintendencia tiene también algunos defectos, que no podemos tratar aquí (y quedarán para otro número de esta serie de Notas para Educación), pero conviene sí reparar ahora en uno de ellos, por la conexión directa que tiene con mi argumento sobre la necesaria ausencia de ánimo de lucro en los miembros de una corporación. El proyecto de ley exige que las condiciones de la transacción con la entidad relacionada deban “ajustarse a condiciones de equidad similares a las que habitualmente prevalecen en el mercado a la fecha de su celebración” (art. 66 C). De lo planteado más arriba se sigue que ese no puede ser el criterio de aceptabilidad de los términos de la operación, porque las condiciones de equidad prevalecientes en el mercado incluyen un margen de beneficio para el prestador del bien o servicio, margen de ganancia que no puede existir cuando el bien o servicio es proporcionado a la corporación por un miembro de ella que no puede, en su calidad de miembro, obtener beneficio económico alguno de la corporación, aunque sea a precio de mercado.