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Colección BUEN SAMARITANO
Libros de auto-hétero ayuda, para ayudarse y ayudar a tener una vida feliz y
de calidad. Comprenden la persona humana en su triple dimensión: corporal,
psicológica y espiritual. Proporcionan oxígeno espiritual a cualquier persona y
facilitan a los agentes de pastoral la tarea de ayuda que se proponen hacer a
los demás. Formato 12 x 18 cm.
1. Cuídate, quiérete, Tú escribes tu historia
Frank F. Martin. 158 p.
2. Vivir la angustia de otra manera
Aproximación médica, psicológica, espiritual
Louis Masquin. 106 p.
3. La mejor brújula para la vida
Frank F. Martin. 134 p.
4. Combatir los pensamientos negativos
Joël Pralong. 126 p.
5. Para acabar con la culpabilidad
Joël Pralong. 146 p.
6. Vencer los miedos y afrontar el futuro
Joël Pralong. 160 p.
7. Dime que me quieres. 36 formas de amar
Charles Prince. 80 p.
8. Cómo ser un buen padre. Lo que dice la Biblia
Olivier Belleil. 288 p.
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COLECCIÓN BUEN SAMARITANO
Olivier Belleil
Cómo ser
un buen padre
Lo que dice la Biblia
EDIBESA
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Título Original: Être Père selon la Bible
ISBN : 978-2-84024-683-1
© Éditions des Béatitudes. 2014
Dibujo de portada: Elvine
Traductor: Antonio González V.
© 2015 EDIBESA. www. edibesa.com
Razón social y Administración: c/ Adaptación, 62.
(P. I. Los Olivos) 28906 Getafe (Madrid)
Edición y Comercialización: c/ Blasco de Garay, 51.
28015 MADRID
Tfn. 91 345 19 92Fax 91 350 50 99
E-mail: [email protected]
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de
esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción
prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos), http://
www.cedro.org si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.
ISBN: 978-84-15915-49-2
Depósito Legal: M-197-2016
Diseño y Maquetación: Composiciones RALI, S.A.
Imprime: Rigorma Gráfica. Navalcarnero (Madrid)
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ÍNDICE
Introducción
Capítulo 1
Las dos miradas: desde la tierra y desde el cielo
I. Las imágenes paternas vistas desde
la tierra. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 23
II. Las imágenes paternas vistas desde
el cielo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 26
Capítulo 2
El padre rechazado, deseado, objeto de búsqueda
I. El rechazo del padre. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 37
II. El deseo del padre. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 44
III.El Padre, objeto de búsqueda de un
nuevo modelo. O ¿qué padre queremos?. . . . 49
Capítulo 3
El padre distingue separando
I. Función paterna en la Palabra de Dios . . . . . . 57
II. La función paterna de separación
en la vida . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 67
III.Oración. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 80
Capítulo 4
El padre da la ley
I. En la Palabra de Dios. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 83
II. La función paterna de separación
en la vida . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 92
III.Oración. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 107
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Capítulo 5
El padre, principio de realidad
I. En la Palabra de Dios. . . . . . . . . . . . . . . . . . . 111
II. En la vida. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 123
III.Oración. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 135
Capítulo 6
El padre reconoce
I. En la Palabra de Dios. . . . . . . . . . . . . . . . . . . 139
II. La función paterna de reconocimiento
en la vida . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 146
III.Oración. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 158
Capítulo 7
El padre es ternura
I. En la Palabra de Dios. . . . . . . . . . . . . . . . . . . 161
II. En la vida. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 166
III.Oración. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 185
Capítulo 8
El padre es promesa
I. En la Palabra de Dios. . . . . . . . . . . . . . . . . . .
II. El padre, la promesa en la vida social. . . . . .
III.El padre, promesa en la vida personal. . . . . .
IV.Oración. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
187
196
202
230
Capítulo 9
El padre, lugar de un coflicto necesario
I. En la Palabra de Dios. . . . . . . . . . . . . . . . . . . 233
II. El padre, lugar de un conflicto necesario. . . . 239
III.Oración. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 259
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Capítulo 10
San José apoyo de los padres
I. San José, apoyo de los padres. . . . . . . . . . . 261
II. Ejercicio práctico: ¿Cómo perdonar a
nuestro padre? Discernimiento . . . . . . . . . . . 274
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«A la pregunta planteada tan a menudo: ¿Qué es un
padre?, la respuesta parece haber sido encontrada:
“Padre es el que se equivoca en lo que hace”. Pero hay
que alegrarse porque sus carencias y sus límites es lo
que va a permitir al niño construirse» (M. Rufo)
Comenzando a escribir el libro que usted tiene entre las
manos, yo estaba dividido entre la alegría de meditar
lo que era una de las más hermosas experiencias de
mi vida: la paternidad, y la aprensión de hablar de una
realidad que me revela también mis pobrezas, mis insuficiencias, mis fracasos. La cita anterior del profesor
Marcel Rufo me ha liberado de mis escrúpulos.
¡Atrevámonos a hablar de ello!
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A mis familiares, y en especial a mi padre, fallecido
recientemente, a quien dedico este libro.
A mi querida esposa, María y a mis hijos: Maëlle,
Sara, Blandine, Samuel, Emmanuelle, Véronique, Thomas y
a mis nietos, gracias a los cuales este libro ha podido ver la luz.
A mis hermanos y hermanas de la Comunidad del Verbo de Vida
(y en especial a Marie COSTA y Gaétan DELVAUX
que me han ayudado a redactar este libro).
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INTRODUCCIÓN
Papá va a morir.
Sábado 26 de noviembre de 2011, estamos a su alrededor.
Tiene 86 años, está en su cama. La habitación de la
residencia de ancianos, en Quimper, está tranquila.
Cuando yo era niño, mi padre me inspiraba una mezcla
de temor y de admiración. Era una fuerza de la naturaleza, le llamábamos “Pétrouch”. Nunca enfermo, un
enorme apetito y un gran caminante. Él solo plantó
cientos de árboles alrededor de su casa de Tréguennec. Con la sequía de 1976, la mayoría de ellos murieron. Comenzó de nuevo al año siguiente... y los árboles
están siempre allí.
Y aquí está tan delgado, tan débil.
No puede hablar, pero parece escuchar y comprender
lo que pasa a su alrededor.
Desde su accidente vascular en el cerebro del año pasado, ha ido decayendo poco a poco.
Mis hermanos y yo venimos a verle frecuentemente.
Hemos sabido que antes había tenido otros AVC (Accidente Vascular Cerebral), menos graves.
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Nunca habló de ello. Él es así, Pétrouch.
Un auténtico personaje de Balzac, con colores, una
“personalidad fuerte” como se dice, una figura atípica,
con réplicas tan excesivas como las frases de Céline.
«El señor juez» era un hombre como muchos de su generación, poco habituado a expresar sus sentimientos.
Nunca le he visto llorar. Una vez, en el entierro de su
madre, he creído ver una lágrima en su mejilla, rápidamente enjugada.
Mamá y nosotros, sus hijos, debíamos “decodificar”, interpretar. Nos quería, pero no lo expresaba con declaraciones. Estaba orgulloso de nosotros. Era su forma
de amar.
Está ante nosotros, débil, apacible y hasta dulce. Se
hace raro, porque la dulzura, no era su estilo. Durante
toda nuestra vida le hemos visto fuerte, lleno de energía.
Y ahí está, vulnerable.
En la adolescencia chocamos violentamente él y yo.
No soportaba su autoridad, que encontraba aplastante.
Hicieron falta toneladas de amor y de ingenio de mamá
para que la relación no se rompiera completamente.
Más tarde, yo que rechazaba su aspecto y su carácter, comprendí que me parecía a él. Era lo que decía
mi mujer al comienzo de nuestro matrimonio. Esto me
enervaba porque sabía bien que ella tenía razón.
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Con el curso de los años, nos reconciliamos. Nunca
con palabras o explicaciones. Las ideas de “compartir”
y de “diálogo” tan apreciadas por nuestros contemporáneos, no existían para él. Nos acercamos con pequeños gestos, insignificantes para otros, importantes para
nosotros. Por ejemplo, sabiéndome interesado por “la
religión”, aprovechaba el tiempo de su voluntariado en
una biblioteca para enviarme viejos libros de espiritualidad. No me atrevía a decirle que la mayoría eran obras
sin interés, pasadas de moda, porque sus envíos era su
forma de reconocer mi opción de vida. Esto no siempre
fue así.
Lo que me llegaba más, eran las fotocopias de artículos
o de oraciones, e incluso de poemas.
Mi padre con poemas. Creía haberlo visto todo.
Me envió la oración del “Gran Espíritu” de un jefe indio consciente de su dignidad. Puede que para decirme que los creyentes no debían ser “serviles”, gentes
aplastadas.
Me envió también el salmo dolorido de un soldado de
14-18 años en las trincheras. Su propio padre había luchado en Verdún y esto le había marcado durante toda
su vida.
Con estos envíos, decía algo de él, pero de forma velada, discreta. Detrás de la estatua imponente del patriarca, tenía mucho pudor sobre los temas vitales.
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En los últimos años, mi padre a veces nos escribía cartas. Antes era mi madre la que hacía de lazo de unión
con los hijos y nos daba noticias. Las cartas de él eran
breves, con frases reducidas al máximo, con expresiones incisivas. Nunca confidencias. Nada de romanticismo o sentimental, pero al menos eran palabras de mi
padre... ¡No volvamos sobre el tema!
En 2006, dirigí una peregrinación a Tierra Santa, organizada por nuestra Comunidad del Verbo de Vida. Un
día, hablamos juntos de ello y me dijo:
–«¿Podemos ir allí, con mamá?
– Por supuesto, le dije. Pero habrá bastante oración.
– Nos apuntamos».
Era sencillo –nada complicado– una sola palabra para
él era un compromiso definitivo. Y siguió todo: los oficios (numerosos), las visitas, las enseñanzas, los encuentros en los lugares. Mi padre incluso hacía las
marchas propuestas, como llevar un cirio delante de la
cruz...
Yo estaba emocionado, impresionado.
Mamá me decía: “Está en la gloria, pocas veces le he
visto así”. Yo sólo le escuché decir: “Está bien organizado”. ¡El no va más de reconocimiento paterno! Algunos
peregrinos me decían a veces: “He comido con tu padre; está orgulloso de ti”.
Había que adivinar, pero era así...
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Y ahora estamos aquí, alrededor de su cama, doce,
como los apóstoles. Mi esposa, cinco de nuestros hijos
que han podido venir, un yerno y sus niños... Cuatro
generaciones en la habitación.
Pienso en el dibujo de Jacques Faisant al día siguiente de la muerte del general De Gaulle: un gran roble
acostado...
Nos presentamos uno tras otro, como se habla a un
enfermo o a un niño.
Seguro, lo entendió todo.
Después, antes de partir, cantamos juntos un Avemaría. Momento de gracia. Estuvo bien. Todos lloraban...
excepto él y yo, por supuesto.
Salimos para no fatigarle. Cuando me inclino hacia él
para besarle, sé que es la última vez. Debemos volver a
Bélgica, a mil kilómetros de Finistère. Me susurra algo,
creo comprender: “Está bien”.
Diez días más tarde, el 6 de diciembre, mi padre se
apagó.
Qué alegría por haber podido decirle “hasta la vista”
aquel día... Partió dulcemente, apagándose como una
vela. Era un “patriarca” y murió como un patriarca.
«Abraham murió en una vejez feliz, viejo y lleno de días, y fue a reunirse con su parentela»
(Gén 25,8).
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Nosotros somos cinco hermanos. Estábamos un poco
dispersos, geográficamente lejos los unos de los otros.
No había habido conflictos o disputas entre nosotros.
Simplemente un alejamiento.
Desde el AVC de Pétrouch, los hijos nos estrechamos
alrededor de él y de mamá. Mi padre, que era muy de
“familia” tenía que estar contento.
Al salir de la residencia el 26 de noviembre, nunca me
había sentido tan “hijo de”, como se dice en la Biblia.
Y curiosamente, mirando a mis hijos, nunca me sentí
tan “padre”.
Para hacer un padre, se necesita una mujer e hijos.
Un padre de la tierra no se hace solo.
Lo he experimentado en mi propia historia de esposo y
de papá (como todos los padres). Tenemos la dicha de
tener siete hijos (de los cuales dos han fallecido).
Es la mujer la que hace al padre dándole un hijo
Ella le hace padre por el deseo del hijo compartido,
por la palabra, hablando del hijo al padre y del padre
al hijo...
Ella le hace padre reconociéndolo como esposo y
como “procreador”, comunicándole sus necesidades:
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ser ayudada, sostenida. Mostrándole que el niño tiene
necesidad de “virtudes masculinas”.
La mujer, esposa y madre, tiene un rol fundamental en
este terreno.
Ella puede eliminar al padre o darle su lugar.
Yo agradezco a mi esposa Marie el haberme abierto a
esto en nuestros treinta y cinco años de matrimonio.
Es el hijo
El hijo no tarda en expresar sus necesidades: vivir, ser
protegido, ser valorado, etc. Las peticiones implícitas y
explícitas del pequeño van a llevar al papá a una aventura. Hay que responder a estas necesidades y desempeñar un rol para no frustrar este anhelo. Para muchos
hombres, el aprendizaje de la paternidad se hace
progresivamente. Descubren que es su hijo quien va
a suscitar su paternidad.
Yo agradezco a mis hijos: Maëlle, Sara, Blandine,
Samuel, Emmanuelle, Véronique y Thomas, el habérmelo enseñado.
Es una necesidad del hombre
«Hay un momento para todo y un tiempo para
cada cosa bajo el cielo». (Eclesiastés 3,1)
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Llegado a la madurez, el ser humano aspira a ser responsable de los otros. El hecho de vivir para sí no le
basta. Siente la necesidad de cuidar de los otros, de
dar algo de sí mismo al otro. Esto es engendrar, física
o espiritualmente.
La paternidad será el lugar privilegiado para realizarse
como persona, para completarse en el don de sí.
Muchos padres, particularmente después de un divorcio, sufren al sentirse “despojados” de esta función paterna. A menudo es el hijo el que hace vivir al padre,
dándole una razón para vivir y trabajar.
El relato bíblico del nacimiento de Moisés salvado de
las aguas (Éxodo 2) nos revela que ha necesitado al
menos seis mujeres para mantenerlo vivo (las dos comadronas objetoras de conciencia que han rechazado
matar a los recién nacidos, la madre Yokebed que hace
una cesta, la hermana Myriam que sigue la cesta de
papiro, la hija del Faraón que ve la “embarcación” en el
río, la sierva que va a buscar al niño). Lo que hace decir
a un rabino: “¡Se necesitan al menos seis mujeres para
salvar a un hombre!”.
Por analogía, decimos que se necesita mucha gente
para hacer un padre.
Una conversión familiar
Releyendo mis treinta y cinco años de vida familiar,
constato que, progresivamente, he pasado de un esquema familiar (el de mis padres) a otro esquema. El
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paso no ha terminado, mi mujer y mis hijos me lo recuerdan.
¿De qué se trata? Por poner una imagen, la familia que
conocí de niño puede ser representada por un triángulo: mi padre en la cumbre, los hijos en la base, mi
madre haciendo de enlace entre lo de arriba y lo de
abajo, y al revés.
Este esquema triangular, jerárquico, estructuraba la
imagen de la familia, y también el de la sociedad y el de
la Iglesia antes del concilio Vaticano II.
Yo he comenzado pues mi vida de esposo y de padre
con esta visión de la pirámide.
Y, poco a poco, he descubierto otra figura. ¿Cuál? Me
gusta la imagen utilizada por el pedagogo y psiquíatra
Marcel Rufo para describir esta representación.
«Hay que imaginar al hijo como una casa que
se acondiciona poco a poco. La madre está representada por los muros que rodean, contienen,
aseguran una protección cercana; el padre es
presentado por el seto o la alambrada que delimita el cercado del jardín, protegiendo a la vez
los muros y lo que hay en el interior, la madre
y el hijo. Esta doble protección va a ofrecer al
hijo un entorno asegurador y un suelo suficientemente sólido para permitirle “amueblarse” psicológicamente con elementos tan esenciales como
son la autoconfianza y el narcisismo. Se ve aquí
también que la madre y el padre tienen roles
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complementarios y que, incluso si estos roles
los representan el uno o la otra, lo hacen de forma diferente, el maternal si sitúa ante todo en el
registro de lo íntimo, de lo afectivo, de lo interior;
y el paternal lo hace siempre del lado de la apertura al mundo, de la socialización del exterior. Y
si es al padre al que corresponde ser fuerte, es
porque físicamente da la impresión de potencia
más importante.
Y si es al padre a quien corresponde ser fuerte,
es porque, físicamente, da una impresión de fuerza más importante. Intentar negar esta evidencia
remitiéndola a una intención sexista demostraría
que no se ha comprendido nada de lo que es la
construcción física de un niño y sus necesidades: necesidad de ternura materna, envolvente;
necesidad de protección paterna, fortalecedora;
ambas no se excluyen, pero son igualmente indispensables».
(Profesor Marcel RUFO, Chacun cherche un
père, éd. Anne Carrière, p. 70-71)
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CAPÍTULO 1
LAS DOS MIRADAS: DESDE LA
TIERRA Y DESDE EL CIELO
I. Las imágenes paternas vistas desde la
tierra
Nuestra vivencia personal de la paternidad es el primer camino que nos conduce al padre. Lo que hemos
vivido con nuestro padre de la tierra o con algunas figuras paternas de la infancia y adolescencia es determinante. Esta experiencia individual contribuye para una
gran parte a formar en nosotros una representación del
padre, que varía evidentemente según la historia de
cada uno.
La fuerza de la imagen (positiva, negativa, moderada...) es su enraizamiento en la experiencia vivida. Es
también su limitación porque se puede encerrar rápidamente en la subjetividad y pensar la paternidad “en general” proyectando la visión singular. Érase una vez un
rey en un país lejano. Había oído hablar a los viajeros
de un animal muy especial llamado “elefante”. La descripción dada era curiosa. ¿Existía semejante animal o
era una invención? Para tener las cosas claras, el rey
envió una delegación de tres especialistas de todo tipo
de animales. Pero los tres eran ciegos.
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