eXPerieNciA JuríDicA, eXPerieNciA De APreNDiZAJe

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Experiencia jurídica, experiencia de aprendizaje: acercamientos pedagógicos...
EXPERIENCIA JURÍDICA, EXPERIENCIA
DE APRENDIZAJE: ACERCAMIENTOS PEDAGÓGICOS
PARA GENERAR APRENDIZAJES SIGNIFICATIVOS
EN DERECHO
Norman José Solórzano Alfaro
Universidad Nacional de Costa Rica
Resumen
Estas breves notas pretenden ser un acercamiento al problema pedagógico en el Derecho, motivado
por la pregunta sobre por qué, si el Derecho está en íntima y profunda vinculación con la vida, en
muchas oportunidades su realización aparece como un signo de sujeción, agresión y anulación de
la vida. Esto lleva a explorar un cambio en la forma de hacer las preguntas y ensayar respuestas,
sobre la base de que no basta la crítica a la imaginación jurídica, sino que se debe avanzar y ubicar
esa imaginación en su proceso de reproducción y, por tanto, en el hecho pedagógico de la reproducción de la cultura jurídica.
Palabras clave: Derecho, aprendizaje, experiencia jurídica, orden, ética.
El autor: doctor en Ciencias Sociales. Profesor investigador, coordinador del Doctorado en Ciencias
Sociales y del Programa de Investigación Umbral Político, de la Universidad Nacional (UNA). Profesor
de Filosofía del Derecho de la Universidad de Costa Rica (UCR).
Recibido: 4 de febrero de 2013; evaluado: 12 de marzo de 2013; aceptado: 30 de abril de 2013.
NOVUM JUS • ISSN: 1692-6013 • Volumen 7 Nro. 1 • Enero - Junio 2013 • Págs. 51-70
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Norman José Solórzano Alfaro
LEGAL EXPERIENCE, LEARNING EXPERIENCE:
PEDAGOGICAL APPROACHES TO GENERATE
MEANINGFUL LEARNING IN THE PRACTICE OF LAW
Norman José Solórzano Alfaro
Universidad Nacional de Costa Rica
Abstract
This short article intends to offer an approach to the pedagogical issue in the practice of Law. It is
motivated by the question regarding why, if Law is intimately and deeply connected to life, fulfilling it many times seems to be a sign of restraint, aggression and suppression of life. This leads to
explore a change in the way of raising questions and practicing answers based on the idea that it is
not enough to criticize legal imagination, but that we must move forward and put that imagination
in its replication process and, therefore, in the pedagogical fact of the legal culture replication.
Keywords: Law, learning, legal experience, order, ethics.
About the author: Doctor of Social Sciences. Research professor at the Universidad Nacional (UNA).
Coordinator of the Social Sciences Doctorate and the Programa de Investigación Umbral Político
(Political Threshold Research Program) in the same university. Professor of Philosophy of Law at
the Universidad de Costa Rica (UCR).
Received: February 4, 2013; reviewed: March 12, 2013; accepted: April 30, 2013.
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Experiencia jurídica, experiencia de aprendizaje: acercamientos pedagógicos...
Introducción
La cuestión que formulo puede sintetizarse así: el diseño intelectual (gnoseológico,
epistemológico y metodológico) del Derecho se ve reflejado, reforzado, replicado y
desplegado en los procesos de aprendizaje en las facultades y escuelas de Derecho. Si
en estas predomina una visión fragmentaria, mecanicista, lineal, abstracta y descorporizada, que resulta funcional para el orden existente (capitalista, colonial, patriarcal y
positivista), entonces, los procesos de aprendizaje aparecerán obstruidos en su función
de facilitar una producción colectiva del conocimiento jurídico, que se exprese como
experiencia jurídica y que sea de carácter democrático, holista, historizado y liberador.
En esa medida, desde el pensamiento crítico el reto consiste en asumir la cuestión
de mediar pedagógicamente desde la ecoternura, con una sensibilidad y racionalidad reproductiva, los procesos de aprendizaje en Derecho, para que faciliten el
paso de la sensibilidad (sabiduría y ternura) —que restituya esa centralidad de la
vida y lo vivo en toda su concreción y corporeidad— al ámbito de las relaciones
sociales, que es el propio del Derecho, aunque pareciera haber renunciado a ello.
Destejer el viejo paradigma
Para asumir tal reto, se impone hacer un discernimiento y desbloqueo de los valores del paradigma hegemónico, que es técnico-instrumental, lineal-mecanicista,
fragmentador, sexista y etnocéntrico, entre otras características. Este discernimiento
y desbloqueo puede facilitar el avance hacia aquellos principios de un paradigma
emergente, que resulte rizomático, reproductivo, sinérgico y liberador, que potencie
la fertilidad cognitiva de la caricia1 como forma de encuentro, reconocimiento y
cercanía de los sujetos.
Será a partir de una “nueva”2 sensibilidad que —así lo entiendo— se podría hacer
algunas propuestas o claves para impulsar procesos de aprendizaje significativo
en Derecho, en las que se ofrezca entrada a la perspectiva del caos (creatividad,
contingencia) y de la ecoternura en la dinámica de la eticidad (estructura y singularidad) en la que se desenvuelve el Derecho, a partir de una racionalidad reproductiva y de la sustentabilidad, como nuevo ethos de la producción colectiva de
conocimiento jurídico.
1
2
Luis Carlos Restrepo, El derecho a la ternura, (Bogotá: Arango editores, 1994), 33-34.
Lo de “nueva” es solo una expresión, pues esta subyace en muchas tradiciones y tendencias.
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Ahora, sin pretender extenderme mucho en esta parte, reseñaré algunos elementos
sobre el paradigma a superar.
Una deriva del Derecho moderno fue la convergencia con las ciencias y la tecnología modernas, dentro de un paradigma mecanicista, etnocéntrico y burgués, que
sirvió para la consolidación de un sistema socioeconómico, político y cultural,
hoy dominado por el mercado total.3 Es más, un orden que, desde la adopción
de los postulados mecanicistas y racionalistas newtonianos y cartesianos, con una
impronta colonizadora, ha pretendido conformar una sociabilidad centrada en el
orden y expulsora del caos, con lo cual sacralizaba la distinción y separación entre
naturaleza y sociedad, naturaleza y humanidad, naturaleza y cultura, persona y
sociedad, materia y espíritu, necesidad y libertad, etc.4
De manera paradójica, este orden fragmentador provoca un tremendo desorden
que induce al deterioro de las condiciones para la vida y la convivencia social
humana en el planeta: sea de manera directa, cuando dispone y regula mecanismos lesivos contra los sujetos, los colectivos y la ecoesfera; de forma indirecta,
cuando sacraliza órdenes económicos y culturales que rompen la cooperación
natural entre los organismos y las organizaciones, cuando establece relaciones
sociales asimétricas y vulneradoras, que justifican la explotación de todos y de
todo e inducen a la violencia y la guerra, como medio de control para eliminar
la disensión o cuando celebra el aceleramiento tecnológico hasta el punto de la
posibilidad de la destrucción total.
En cualquiera de los casos, se trata de un modo de sociedad que nos ha puesto
al borde del colapso, en la plasmación de todos los horrores y los peligros ontológicos5 y nos enfrenta con la urgencia de un cambio de rumbo, para asumir ese
punto crucial6 que nos eleve a nuevas formas de existencia o nos lleve a perecer.
Esto es lo que hace de las sociedades occidentales modernas —y dondequiera que este modelo extienda su
influencia— sociedades mercadocéntricas antes que antropocéntricas, ya que ellas tienen al mercado como
su centro, en detrimento de los sujetos humanos corporales. Franz J. Hinkelammert, El sujeto y la ley. El
retorno del sujeto reprimido (Heredia: EUNA, 2003).
4
Dee Hook, El nacimiento de la era caórdica, (Barcelona: Ediciones Granica, 2001), 10. Fritjof Capra, El punto
crucial. Ciencias, sociedad y cultura naciente (Buenos Aires: Troquel, 1992), 130. Franz J. Hinkelammert, Crítica
a la razón utópica (San José: DEI, 1990), 57-58. Boaventura de Sousa Santos, Crítica de la razón indolente: contra
el desperdicio de la experiencia. Para un nuevo sentido común: la ciencia, el Derecho y la política en la transición
paradigmática (Bilbao: Desclée de Brouwer, 2003), 45.
5
Hinkelammert, El sujeto y la ley, 49.
6
Capra, El punto crucial, 138.
3
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A la vez, el Derecho ha sido un lugar y un medio de resistencia frente a las diversas formas de colonización de la vida, cuando ha sido tomado por los sectores
populares,7 cuando la gente del Derecho ha optado por la ley del más débil, en la
luminosa expresión de Luigi Ferrajoli.8 Cuando el Derecho ha sido instrumento de
emancipación,9 en un lento proceso de reconocimientos mutuos de los sujetos y
de transferencias de poderes que plasman en instituciones, normativas y valores que
orientan prácticas de solidaridad, respeto, lucha contra la impunidad y la desmesura.
Al volver a aquella deriva mecanicista y racionalizadora, encontramos que el saber
jurídico producido, que se pretende “científico”, esconde y racionaliza el poder y
su violencia. Estoy hablando de un saber jurídico que entiende el Derecho reducido a la norma y al conocimiento de las normas. Esto es lo que se conoce como
dogmática jurídica, la disciplina que pone las condiciones para la elaboración de
conceptos descriptivos de un determinado sector del ordenamiento jurídico positivo, mediante proposiciones tautológicas de un sistema cerrado. Un saber que se
cierra en la autocontemplación de su construcción: la norma.
En la estructura semántica y analítica de la norma están las huellas de esa racionalidad mecanicista, etnocéntrica y lineal, que traduce al campo de las relaciones de
convivencia (humana, social) la visión de linealidad y causalidad de un universo
determinista y mecanicista como el forjado por la física clásica. Y es que la estructura de la norma se elabora sobre la base de la relación de igualdad y el principio
de “lo uno”, elementos indispensables en ese paradigma, así como en el arquetipo
crimen-castigo expresivo de una sensibilidad compensatoria, que expulsa al azar
y a la contingencia del quehacer humano y el devenir social. De esta manera, en la
estructura de la norma queda refrendada la continuidad (de lo uno y lo mismo) e
inhibida la creatividad (caos) y la gratuidad.
Este es un factor determinante para que el Derecho moderno, desarrollado en un
campo dominado por las pretensiones guerreras de dominio y control,10 rinda su
Me refiero a “sectores populares” en el sentido de Helio Gallardo, como aquellos colectivos “que están en
situación de sufrir asimetrías estructurales o situacionales, esos son sectores populares, por lo tanto, las
mujeres son sector popular, los indígenas son sector popular, los obreros son sector popular, los estudiantes
son sector popular, vistos así conceptualmente” (comunicación personal, IDESPO-UNA, 18 de septiembre
del 2007).
8
Luigi Ferrajoli, Derechos y garantías. La ley del más débil (Madrid: Trotta, 1999), 123-124.
9
Boaventura de Sousa Santos, Crítica de la razón indolente: contra el desperdicio de la experiencia. Para un nuevo
sentido común: la ciencia, el Derecho y la política en la transición paradigmática (Bilbao: Desclée de Brouwer,
2003), 49.
10
Restrepo, El derecho a la ternura, 87-88.
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tributo a un ideal de muerte: el orden,11 que ha escamoteado la creatividad del
espacio personal y social,12 interrumpiendo la autoorganización, la interdependencia y la sustentabilidad, para suplantarlas por la ilusión-imposición de un
orden heterónomo en las relaciones sociales. Lo más grave y paradójico es que
tal orden, impuesto como triunfo de la razón secularizada, lo ha hecho sobre la
base de desconocer la condición humana en toda su complejidad, contingencia
y eticidad.13
Como resultado de esas tendencias fragmentadoras, mecanicistas oposicionales,
lineales y etnocéntricas, en el pensamiento jurídico se ha excluido, entre otras cosas,
la elaboración de realidades a partir del diálogo,14 ya no como diálogo retórico que
es un esfuerzo por convencer y vencer, sino como experiencia vital que se articula
en el proceso de dejarse atravesar (dia-logo) por las palabras que portan y son
expresivas de verdad, pero una verdad no intelectiva, pues se hace presente en un
proceso de discernimiento y escucha atenta entre amigos.15
Adoptar el diálogo como predisposición para encontrar soluciones a los conflictos
y articular acuerdos supondría una dinámica diferente en el proceso jurisdiccional, por ejemplo. Además, esto tendría implicaciones profundas en el proceso de
aprendizaje, puesto que, en las aulas de Derecho, las relaciones educativas deberían
cambiar: no sería un aprendizaje para el litigio, para discutir, sino para intentar
discernir y elaborar, conjuntamente, soluciones a los conflictos que enfrentan (a)
las personas y los colectivos.
Aquí se hace evidente el problema pedagógico que encarna y enfrenta el Derecho,
tanto en el proceso de formación de los nuevos cuadros de agentes jurídicos, como
de la asunción, por parte de los colectivos, de este Derecho como modo de articular
sus relaciones de convivencia.
Recuérdese que el lema del positivismo decimonónico era “orden y progreso”.
John Briggs y David Peat, Las siete leyes del caos. Las ventajas de una vida caótica (Barcelona: Grijalbo, 1999),
57.
13
Antonio Elizalde, Desarrollo humano y ética para la sustentabilidad (Santiago de Chile: PNUMA, Universidad
Bolivariana, 2003), 115-116.
14
Ramón Gallegos Navas, (comp.). El destino indivisible de la educación. Propuesta holística para redefinir el diálogo
humanidad-naturaleza en la enseñanza (México D. F.: Pax México, 1997), 6.
15
Esto da pistas para comprender la emergencia recurrente de ideas hobbesianas, que suponen una naturaleza
malvada en los seres humanos y terminan justificando ideas de enemigos, ontológicamente perversos y
destinados a ser destruidos como bestias salvajes.
11
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Siempre hay una antropología de fondo
Toda racionalidad supone siempre un sujeto, aun cuando no se pregunte por este
ni lo evidencie. La racionalidad instrumental medio-fin, en la versión del mecanicismo y el positivismo etnocéntrico, también lo hace y lo construye ajustado a
su medida, creando toda una antropología sobre la base de una fragmentación y
abstracción de la condición humana.
Esta visión tiene carta de ciudadanía en el pensamiento jurídico tradicional, por
lo cual el Derecho ha legitimado una descorporización del sujeto humano con sus
construcciones categoriales, como la de persona jurídica, que son funcionales a las
transformaciones que el sistema productivo capitalista ha demandado.
En ese contexto, el ser humano16 se constituye en individuo hasta llegar a ser sujeto
de derecho que, en la versión de la normativa formalista, es la persona jurídica,
en tanto centro de imputación de derechos y deberes. Esto la torna demasiado
abstracta y descorporizada, aunque idónea para que se pueda confundirla con la
empresa, que es el sujeto privilegiado del capital. Así, el Derecho termina hablando de persona jurídica, que mal espejo es hoy para los humanos y las humanas,
cuerpos vivientes. Este es el legado del cientificismo ingenuo en el Derecho en su
cara más agresiva y devastadora.
Esto hace, por ejemplo, que la ley ya no sea un instrumento para definir cauces
para la convivencia social ni reconozca las relaciones del metabolismo biosocial,
sino que, en tanto ley general y abstracta, sigue la lógica de la mercancía (fetichismo de la mercancía, según Marx), bajo cuyo embrujo desaparecen las cosas y las
personas. Desde tal lógica, las cosas no producen goce (borra su marca natural),
es decir, no satisfacen necesidades y no están afectadas al trabajo (borra su marca
social), por tanto, esconden o disimulan las concretas relaciones de producción.
La ley, general y abstracta, no habla de necesidades de sujetos humanos concretos
(el efecto jurídico mismo se identifica haciendo abstracción de sujetos y condiciones
de vida) y, con la pretensión de ser la voluntad general, abstrae y escamotea las
relaciones de fuerzas que están en su origen y legitima el orden de las relaciones
de producción sobre el que se asienta la (su) paz social.
Recuérdese que, en la concepción patriarcalista y etnocéntrica, esa condición está modulada según el patrón
de los varones, blancos, propietarios y heterosexuales: pater familiae.
16
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En sentido contrario, para superar los efectos de esas tendencias abstractas y
banales de la vida, el Derecho debe trascender sus perspectivas, para girar a
una sensibilidad diferente, una mediante la cual pudiera impulsar y ayudar a
conformar relaciones sociales que defiendan la vida y las relaciones sociales
que se articulen más allá del agarre y el dominio sobre la base de la gratuidad
y el amor.17 Asimismo, la superación de la postración del imaginario jurídico
viene por el camino de la asunción de la experiencia jurídica como el núcleo
del Derecho y su ciencia, a la vez, como centro de los procesos de articulación
de la convivencia.
Malestares de la educación jurídica
Desde mi preocupación específica por los procesos de aprendizaje en Derecho,
insisto en que, en el campo del Derecho, tampoco se trata solo de una modificación
en sí de la legislación (esto cuenta como insumo en el proceso, pero no lo agota),
pues, si no hay una verdadera transformación cultural,18 un proceso social de
cambio, activo y sostenido, que permee la visión y sensibilidad de las y los agentes
jurídicos, poco se puede hacer.
Esto hace que la actitud de vigilia permanente se constituya en el trabajo de todos
los días para quienes adoptamos el Derecho como servicio a la vida, para intentar
hacer de nuestra vivencia del Derecho una experiencia jurídica (vital) y, como tal,
una situación de aprendizaje permanente para convivir humanamente.
Contrario a esa actitud, en la “enseñanza” del Derecho —sí, porque eso es lo que
se privilegia en las facultades y escuelas de derecho, donde la figura central es
el “enseñante” y la verdad es la que este dice— se traslada aquella sensibilidad
mecanicista, fetichista, colonial y patriarcal que hemos denunciado y, como toda
enseñanza (incluido todo proceso de aprendizaje), tiende a formar o imprimir un
carácter, luego, es fácil comprender que el tipo de profesional sea aquel que sirve
a los fines de legitimar ese mismo sistema y sensibilidad.
“El amor es la emoción que constituye el dominio de acciones en que nuestras interacciones recurrentes con
otro hacen al otro un legítimo otro en la convivencia. Las interacciones recurrentes en el amor amplían y
estabilizan la convivencia; las interacciones recurrentes en la agresión interfieren y rompen la convivencia”.
Humberto Maturana, Emociones y lenguaje en educación y política (Santiago: Comunicaciones Noreste, Ltda.,
1990), 23.
18
Riane Eisler, El cáliz y la espada. Nuestra historia, nuestro futuro, 4a ed. (Santiago de Chile: Cuatro vientos,
1993), 199-201.
17
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Lo anterior coagula en organizaciones jerárquicas y fetichistas, como las facultades
y escuelas de Derecho, lo cual se expresa tanto en los planes de estudios como en
la organización operativa y actividad docente; así, por ejemplo, la forma tradicional
de la “enseñanza del Derecho” consiste en la transmisión cuasi unilateral de una
serie de estrategias y tácticas para la manipulación eficiente del lenguaje legal y
del sistema burocrático. Ya lo dice una voz “autorizada”, el profesor Juan Ramón
Capella, cuando críticamente señala:
Los profesores son profesionales de la palabra. Disponen de autoridad en el ámbito
de los discursos teoréticos. No sólo poseen un saber que tú deseas aprender, o sea,
poseer también, sino que disponen de él en unas circunstancias sociales en que no está
al alcance de todo el mundo. Ese saber es un bien de lujo o un medio de producción
privilegiado. No pueden evitar definir intragremialmente lo que es aceptable y lo
que no lo es: en el campo del Derecho y de la política, lo que es admisible y lo que
“carece de sentido”, o sea, lo inadmisible; acuerdan los valores y principios, o, en
suma, fijan los límites del universo discursivo dentro del cual es posible el debate.
Pero lo hacen ellos19 (cursiva en el original).
Por otra parte, en la realización del proceso judicial, que es el momento de plena
realización del ordenamiento jurídico, se podría invocar la más novedosa legislación,
incluso una formulada con perspectiva género sensitiva y no colonial, pero queda
siempre sometida a la interpretación20 por parte de quienes pretenden operar21
el Derecho, siempre desde su propia sensibilidad (emocional y cognitiva); si, por
ejemplo, tales agentes actúan sobre la base de discursos abstractos de igualdad,
sin referencia a las condiciones específicas de los sujetos, harán una aplicación
también abstracta y con tendencia sexista, clasista, etnocéntrica o gerontocrática,
según sea el caso.
Tejer un nuevo paradigma: hacia una ecología jurídica
Esta experiencia jurídica, en tanto experiencia de vida-aprendizaje, se hace siempre en un nicho ecológico, pues no hay experiencia sin contexto ni hay Derecho
Juan Ramón Capella, El aprendizaje del aprendizaje. Fruta prohibida. Una introducción al estudio del Derecho
(Madrid: Trotta, 1995): 95-96.
20
Esto es lo que resiente a las mentes positivistas y formalistas que niegan este carácter disponible e interpretable de la ley y obvian su carácter ideológico, lo cual es un tributo a un racionalismo mecanicista y expresa
el horror al vacío y la negación de la creatividad del caos.
21
¡Sí, digo “operan”, pues se pretenden maquinistas de una máquina social, neutra, precisa, objetiva!
19
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sin ecología —aunque si puede haber un Derecho ecológicamente desequilibrado
y destructor— y, a la vez, la atención (como arte y aprendizaje de escucha) que
prestemos a la sintonía-sinfonía del mundo impone una especie de normatividad,
en el sentido de señalar las condiciones sin las cuales la vida, al menos en la forma
que la conocemos, no es posible. Por tanto, de esta atención a la ecología surge un
derecho: el derecho de tener las condiciones para vivir.22
Una comprensión ecológica del Derecho ofrece una clave, un criterio y una manera
de mirarlo y sentirlo.
La clave: la interconexión
Es ruptura con la “dictadura del fragmento”, que se ve reflejada en la lógica del
caso, pero el caso en tanto abstracción del acontecimiento de su contexto y de sus
condiciones de posibilidad. El análisis jurídico ha estado centrado en “hechos” y
“valores” desde una visión cientificista-positivista, de modo que los primeros
son considerados como hechos aislados y objetivos; asimismo, los segundos
son valores positivos —es decir, expresamente plasmados en el texto legal— o
son solo referentes subjetivos que no pueden ser comprendidos y quedan librados a la arbitrariedad del intérprete. Por el contrario, desde una visión ecológica,
holística y crítica, el caso es entendido según el principio hologramático, de
manera que su comprensión muestra sus contenidos particulares, pero también
la complejidad de relaciones con la totalidad social, por lo que descubre sus
áreas oculta(da)s. En fin, la clave de la interconexión introduce otras formas de
comprender el Derecho, las cuales pasan por la ponderación de este y, sobre todo,
por el discernimiento de la matriz en la que aparece inscrito y el enfrentamiento
de sus efectos directos e indirectos.
22
El derecho de tener las condiciones para vivir no afirma la existencia de ningún “Derecho natural”, como
instancia supranatural y ahistórica. Se trata de la afirmación de un hecho: la vida solo surge en ciertas
condiciones, sin las cuales no es posible, de modo que mantener-potenciar-desplegar esas condiciones es
lo que permite mantener-potenciar-desplegar la vida misma. Por consiguiente, desde una comprensión
sociohistórica, holística, crítica y compleja, si queremos afirmar la vida (ya sea como mera existencia sicofísica, como derecho a la vida o como don sagrado, etc.), antes hay que estar vivo (despliegue del hecho
de vivir, que solo surge en/con ciertas condiciones). Se refiere a la afirmación del Derecho (fundamento) a
tener derechos. Este Derecho fundamental exige que “el ser humano debe aprender el manejo o el trato con
la naturaleza obedeciendo a la lógica de la propia naturaleza o bien, partiendo desde su interior, potenciar
lo que ya se encuentra seminalmente dentro de ella siempre desde la perspectiva de su preservación y su
ulterior desarrollo”. Leonardo Boff, El cuidado esencial. Ética de lo humano, compasión por la Tierra (Madrid:
Trotta, 2002), 17.
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El criterio: potenciación y despliegue de la vida, como existencia
concreta de seres corporales
En el contexto de lo que llamamos modernidad capitalista, el orden de relaciones,
instituciones, normativas y estructuras que mediatizan la vida y la convivencia es
de carácter mercadocéntrico, patriarcal, etnocéntrico y colonial, entre otros rasgos
distintivos. La visión-sensibilidad colonial, fragmentaria y reguladora del Derecho,
propia del positivismo cientificista, le resulta funcional; por ello, el Derecho se
vuelve ejercicio opresivo que pone como instancia última (y primera) la preservación de ese orden de relaciones, instituciones, normativas y estructuras que se
sobreponen al ser humano y a la naturaleza. Desde la sensibilidad ecológica, el
Derecho debe ser ejercicio de discernimiento de los acuerdos, las normatividades
y legalidades sociales a partir del criterio de lo que potencia y despliega la vida de
seres corporales y su convivencia sinérgica, solidaria y amorosa.
La manera de comprender y desplegar el Derecho: el proceso
Se trata de una nueva comprensión como método que aprende.23 El Derecho no se
reduce a la ley-norma; antes bien, es experiencia jurídica que se va desplegando,
corrigiendo, ensayando, ponderándose y adaptándose. Este carácter adaptativo y
metódico del Derecho, que se refiere a su naturaleza contingente y a la incertidumbre
que implica su despliegue, ha sido uno de los aspectos más atacados y denostados
por la comprensión positivista y analítica del Derecho. Sin embargo, desde la comprensión ecológica, holística y compleja, es un aspecto medular, que pone al Derecho
en sintonía con el proceso de la vida, que es un proceso de aprendizaje social. Que
el Derecho sea proceso es lo que permite a las sociedades que lo adoptan —como
forma de articular un aprendizaje permanente y una adaptación (flexibilidad) de
sus normatividades, instituciones y valores funcionales— desplegar la vida en su
diversidad y potencial, pues está “claro que no existe un orden único que cubra
la totalidad de la experiencia humana, y, a medida que los contextos cambian, los
órdenes deben ser constantemente creados y modificados”.24
“El método es programa y estrategia al mismo tiempo, y puede modificar el programa por retroacción de
sus resultados, por lo tanto, el método aprende”. Edgar Morin, Emilio Ciurana y Raúl Motta. Educar en la
era planetaria (Barcelona: Gedisa, 2006), 31.
24
David Bohm y David Peat, Ciencia, orden y creatividad. Las raíces creativas de la ciencia y la vida, 2a ed. (Barcelona: Kairós, 1998), 139.
23
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Estos tres aspectos constituyen un viraje en la forma de pensar sobre el Derecho
(y de pensar derechos) que nos pone en situación de captar, de mejor manera, la
multidimensionalidad y la riqueza que este contiene. Este es un viraje necesario
para enfrentar la escalada de violencia y destrucción a la que nos enfrentamos,
como humanidad y en las experiencias personales (por ejemplo, inseguridad).
Derecho, diálogo, relación, acción
Desde la dimensión de la emancipación, el Derecho se comprende como diálogo;
es reconocimiento amoroso de los diferentes y lo diferente. “[L]a diversidad representa la libertad de diferir”,25 por tanto, es una forma de vida que se opta, personal y socialmente, por eso no es solo imposición forzosa ni mero procedimiento
(dimensión de dominación). El Derecho es justicia. El Derecho es equidad y esta
supone la participación.
Así, Derecho es relación, pero también es acción, mas no la acción ciega de la fuerza,
sino la acción orientada y optada, por tanto, autoconstructiva de sujetos libres, es
decir, de sujetos que viven en tensión su proceso de liberación. Siempre desde esa
perspectiva emancipadora, el Derecho genera orden que unifica lo diverso, pues
“el orden y la unidad implican restricción”,26 pero no lo homogeniza. El Derecho
impulsa la acción liberadora como productor creativo de acuerdos en respuesta a
los conflictos de la convivencia (crisis).
En ese sentido, el Derecho no es solo adaptación de los sujetos a las reglas
acordadas; también discernimiento de estas cuando no son suficientes para
potenciar la humanización. En fin, el Derecho debe expresar la imaginación
de los colectivos, de las sociedades que superan la parálisis de lo dado y son
capaces de “restablecer la sensación de que se puede hacer algo en nombre de
la dignidad humana”.27
De manera reiterada, he sostenido una particular comprensión del fenómeno
jurídico como relación y como orden (caótico-creativo) que “invade todos los aspectos de la vida, y puede ser entendido como diferencias semejantes y semejanzas
diferentes”.28 Mas el Derecho no es orden en el sentido de lo estático, lo rígido,
György Doczi, El poder de los límites (Buenos Aires: Troquel, 1999), 84.
György, El poder de los límites, 84.
27
Maxine Greene, Liberar la imaginación (Barcelona: Graó, 2005), 61.
28
Bohm y Peat, Ciencia, orden y creatividad, 169.
25
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lo fij(ad)o, como ha pretendido algún positivismo obtuso y conservador del statu
quo, sino orden generativo, instituyente en su dinámica, ya que “el orden no se
encuentra meramente en el objeto o en el sujeto, sino en el ciclo de actividad que
los incluye a ambos”.29
Asumir el Derecho como orden generativo implica aceptar las paradojas que su realización histórica despliega, porque el Derecho no solo organiza las relaciones sociales
y la convivencia, sino que también las fija y ata estructuradamente. Puede servir
tanto a los fines de la regulación, como a los de la creatividad y la emancipación,30
ya que “la distinción básica que ha de establecerse en el orden generativo no es
entre crecimiento y caída, sino entre creatividad y destructividad”.31
Derecho: experiencia y aprendizaje
Se hace evidente que nuestros lenguajeos —en el sentido de Maturana, como
generadores de cultura— no comparten el campo semántico instituido, sino que
alumbran uno nuevo en el cual las categorías deberán rehacerse, a veces por completo, porque “sólo cuando la inteligencia opera de manera libre y creativa puede
la mente abandonar las estructuras de categorías rígidas, y ser, por tanto, capaz de
comprometerse en la formación de órdenes nuevos”.32
Este compromiso se traduce en la exigencia de impulsar una nueva cultura jurídica
de carácter gilánico —para asumir la sugerencia de Riane Eisler,33— que respete
la vida y facilite “profundas conversiones antropológicas, traducidas en consensos
políticos construidos de modo democrático, [para que surja] una convivencia
humana en donde no falte ni la riqueza de bienes disponibles ni el deseo de saber
convivir en medio de las diferencias”.34
Esto supone un proceso de aprendizaje al menos en dos ámbitos: uno social y otro
personal. En el primero implica que “la sociedad entera debe entrar en un estado
Bohm y Peat, Ciencia, orden y creatividad, 169.
Boaventura de Sousa Santos, Crítica de la razón indolente: contra el desperdicio de la experiencia. Para un nuevo
sentido común: la ciencia, el Derecho y la política en la transición paradigmática (Bilbao: Desclée de Brouwer,
2003), 29-30.
31
Bohm y Peat, Ciencia, orden y creatividad, 233.
32
Bohm y Peat, Ciencia, orden y creatividad, 133.
33
Eisler, El cáliz y la espada, 63.
34
Hugo Assmann, Placer y ternura en la educación. Hacia una sociedad aprendiente (Madrid: Narcea S. A. de
ediciones, 2002), 28.
29
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de aprendizaje y transformarse en una inmensa red de ecologías cognitivas”.35 De
este modo, también se podría generar un nuevo universo simbólico en el cual se
pueda asumir que:
[…] la norma más que el objeto es para la ciencia [del derecho] el punto de
aparición de su objeto, esto es, de la experiencia; se podría decir que es el
“fenómeno” de aquel querer profundo, productor de una verdadera esfera
de realidad y de todos los múltiples sistemas de normas que la caracterizan36
(traducción propia).
Por otra parte, en el ámbito personal o biográfico, en particular para quienes se
desempeñan profesionalmente en el Derecho, podría significar el ingreso a mundos
simbólicos nuevos, compartidos por otras personas, pero que exigen desaprender
“cosas sabidas’, y volverlas a saber —volverlas a saborear— de un modo totalmente
nuevo y distinto”.37
Llegados a este punto, si el diagnóstico es que el Derecho ha sido reducido a
su expresión normativa formal y, con esto, se ha entronizado una sensibilidad
mecanicista, etnocéntrica y patriarcal de las relaciones sociales que resulta utilitaria, fragmentaria y que obstruye la posibilidad de realización como experiencia
jurídica, creo que hay que vehicular esa experiencia en procesos pedagógicos que
ayuden a abrir y disponer a las personas involucradas en una nueva manera de
conocer y producir el Derecho, ya sea su ciencia, su normativa, su institucionalidad, su justicia, etc.
Por ejemplo, asumir el proceso de formación en Derecho pasa, sobre todo, por
aprender el valor del Derecho en tanto configurador de realidades, no en cuanto lo
que sean los derechos particularmente concebidos o lo que se diga que ellos sean.38
Significa establecer un nuevo campo semántico39 en el que encuentre resonancia
una comprensión holística y relacional del Derecho y del problema pedagógico
implicado en este.
Assmann, Placer y ternura en la educación, 19.
Giuseppe Capograssi, Opere, Tomo II (Milán: Giufré, 1959), 507.
37
Assmann, Placer y ternura en la educación, 66.
38
Carlos Calvo, Del mapa escolar al territorio educativo (Santiago: Nueva mirada, 2007), 71.
39
Assmann, Placer y ternura en la educación, 134-135.
35
36
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Experiencia jurídica, experiencia de aprendizaje: acercamientos pedagógicos...
Discernir la relación jurídica para una nueva cultura jurídica
Si el Derecho es fundamentalmente relación y es relación social sistémica, el Derecho
participa de la dinámica constitutiva del sistema social, que conjunta en una red
de interacciones el desplegarse de los sujetos, que al igual que todos “[l]os seres
vivos existen siempre inmersos en un medio en el que interactúan”.40
Surge la pregunta: ¿Cualquier tipo de relación social es una relación jurídica? A esto
podemos responder —ya no es un hecho, sino una proyección de sentido— que
no se trata de cualquier tipo de relación, sino de aquella que responde a ciertos
supuestos y tiene determinadas características diferenciadoras de otras relaciones
sociales.
La relación social que se puede calificar como “relación jurídica” es la que resulta
capaz de generar experiencias jurídicas, que son interacciones recurrentes con algún
grado de permanencia, que fomentan y sustentan el sistema social. Esas experiencias se presentan en el marco de una cultura, por tanto traducirían-realizarían las
tendencias presentes en esa cultura, de modo que, si esta es violentista y jerárquica,
así serán las experiencias jurídicas; mas si es una cultura del diálogo y el reconocimiento recíprocos, en esa orientación se expresarían las experiencias jurídicas.
No se trata de aceptar o impulsar cualquier cultura, sino aquella en la que todos sus
componentes están orientados a la expansión de los potenciales de nuestra humanidad, pues, en esta aventura de ir siendo, aprendiendo y significando, “[s]e trata
de construir sentido en una relación en la que entran la creatividad, la novedad,
la incertidumbre, el entusiasmo y la entrega personal”.41 Además, se refiere a una
cultura que impulsa procesos de transformación constantes y provoca aprendizajes
significativos. Estos requieren unos supuestos básicos, que solo reseñaré.
Una visión secularizada de la realidad
La sensibilidad, que sirve de base a una cultura jurídica humanizante y planetarizante,
no renuncia a la trascendencia y no se engaña con artilugios metafísicos ni con una
“falsa racionalidad”, que abstrae y “unidimensiona” las realidades. Esa sensibilidad
jurídica tiene una visión secularizada de la realidad y las realidades, es decir, se trata
40
41
Maturana, Emociones y lenguaje, 25.
Francisco Gutiérrez y Daniel Prieto, Mediación pedagógica (Ciudad de Guatemala: IIME-Edusac, 2002), 21.
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de la conciencia del sentido que vamos dando-desplegando de nuestra biografía y
nuestra historia. La asunción de que esta biografía e historia es un asunto que solo
nos compete a nosotros los humanos, sin intromisión de fuerzas externas o sobrenaturales, sin finalidades predeterminadas, aunque, una vez que se eligen los cauces
de la acción, esta lleva a unos resultados y no a otros.
Una disposición democrática de-para los relacionamientos
Una sensibilidad jurídica humanizante y planetarizante tiene una visión conglobante y democrática. Por lo primero, asume que “tanto en el ser humano como
en los demás seres vivos, hay presencia del todo al interior de las partes”.42 Por lo
segundo, se asume que los espacios y dinámicas democratizadores facilitan una
comunicación rica y compleja entre los sujetos y de estos con la sociedad como un
todo, por la cual pueden autointerayudarse, autointerdesarrollarse, autointerregularse, autointercontrolarse, para realizar su nicho vital en confluencia con “otros
entes, seres vivos o no, con los cuales nos encontramos en interacciones, [y que]
son parte del medio en el cual realizamos nuestro nicho”.43
La renuncia al uso de la fuerza para la solución de la conflictividad
social
El sentido secular y democrático nos permite vernos como únicos responsables
de nuestra biografía e historia. Esto supone un acto de confianza-desconfianza en
uno mismo y en los otros, pues nos hacemos cargo de la contingencia de nuestras
acciones y realizaciones. Esa contingencia es lo que hace surgir efectos indirectos
de nuestra acción (complejidad) sobre los cuales no tenemos control, pero no por
ello podemos desentendernos éticamente de estos. Esto es lo que genera-despierta
en nosotros el sentido de la crítica y la autocrítica. Esta conciencia (crítica y autocrítica) es la base para que los sujetos abandonemos el uso de la fuerza como
forma de solucionar la conflictividad que supone la convivencia social, ya que esta
es siempre juntura, roce, interacción entre sujetos, “que opera para ellos como un
medio en el que ellos se realizan como seres vivos y en el que ellos conservan su
organización y adaptación”.44
“[…] ese todo se relacionará con los ángulos de mira, con el acontecer de cada día, con el futuro, con las
propias reacciones afectivas, con la propia historia, con los aportes del grupo y de las redes, con la totalidad
de la vida cotidiana”. Gutiérrez y Prieto, Mediación pedagógica, 57.
43
Maturana, Emociones y lenguaje, 99.
44
Maturana, Emociones y lenguaje, 26.
42
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Experiencia jurídica, experiencia de aprendizaje: acercamientos pedagógicos...
La libertad
Los supuestos anteriores hacen vórtice con la libertad. No puede haber libertad en
un mundo en donde las ideas supongan domesticación (naturalización y dominio) y
las acciones produzcan muerte (guerra y violencia interpersonal y estructural), pero
la libertad surge en el proceso de emancipación, de reconocimiento y encuentro
solidario entre las personas y los colectivos.
Estos son algunos supuestos que considero básicos para la generación de una cultura
jurídica humanizante y planetarizante, que pueda acoger con vigor y ternura una
sensibilidad que transforme nuestros modos de relacionarnos, en fin, que genere
un Derecho otro. Son supuestos básicos para los procesos de autointeraprendizaje
del Derecho.
Por otra parte, las experiencias de aprendizaje significativo que debiéramos impulsar
se construyen sobre la base de relaciones, mas no de cualquier tipo de interacción —como hemos indicado—, sino de aquel que tenga, al menos, las siguientes
características:
La relación jurídica responde a una dinámica sinérgica
El Derecho no es para vivir en soledad, de modo que el mito robinsoniano es
falso; es para vivir y convivir, sin desgaste de las identidades de los sujetos y sin
que se agote en su mero agregarse, sino que el Derecho ilumina el nacimiento de
una forma de ser seres humanos, es decir, la forma de humanidad que adopte la
cooperación, el reconocimiento y el cuidado (de sí mismo y del otro) como ethos
de responsabilidad (personal, ciudadana, cosmopolita, cósmica).
La relación social que establece el Derecho es una relación entre
sujetos
Por una parte, es una relación sujetadora, da unidad al cuerpo social, da reconocimiento e identidad, empodera y libera. Como la doble cara del dios Jano, esta
relación intersubjetiva también tiene su cara pervertida, pues puede significar tanto
sometimiento como privilegio y (pretensión de) homogenización. Debe ser una
relación escrutada, discernida, en vigilia permanente de sus posibles derivas. En
esa medida, se constituye en relación consciente que funda el hecho ético.
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La relación social que coagula en el Derecho es conservadoramente
rupturista o rupturistamente conservadora
Participa de la tensión de los sistemas sociales, que son de fundamento conservador,
para poder transformarse.
La relación social relevante en el ámbito jurídico es la relación
axiológicamente comprometida y sentida
El núcleo del Derecho son los valores adoptados y compartidos por la sociedad. Si
el corazón de una sociedad-sistema social, su cultura, en tanto “redes cerradas de
conversaciones, es decir, redes cerradas de coordinaciones recursivas de haceres y
emociones”45 son conversaciones sobre valores de dominio, control, domesticación
y sometimiento, el Derecho, que es su vehículo, será un Derecho de regulación,
de restricción, vigilante y castigador. Por el contrario, si esa red de conversaciones
versa y conversa sobre valores de estima personal, trabajo conjunto, encuentros
recíprocos, acompañamiento solidario, emancipación y autorresponsabilidad, el
Derecho que le corresponda será lo que asumo como el que favorece relaciones
sociales humanizantes y planetarizantes.
Las relaciones sociales relevantes en el ámbito jurídico son las
relaciones basadas en el amor
Estas “constituyen aperturas para compartir y [colaborar] en el placer de hacerlo,
y bajo ninguna expectativa de retribución”,46 es decir, son relaciones de gratuidad,
más allá del do ut des romano, base de las relaciones jurídicas mercantiles y que
mercantilizan. Es la gratuidad del gozo de vivir y convivir.
La relación jurídica humanizante y planetarizante es la relación social que
hace de la comprensión del otro su juicio último
Esto es así en la medida que “[l]a comprensión hacia los demás necesita la conciencia
de la complejidad humana”,47 es decir, comprender al otro es comprenderme a mí
Maturana, Emociones y lenguaje, 51.
Maturana, Emociones y lenguaje, 46.
47
Edgar Morin, “Los siete saberes necesarios para la educación del futuro” http://www.bibliotecasvirtuales.
com/biblioteca/Articulos/Los7saberes/capituloI.asp (acceso noviembre 20, 2008).
45
46
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Experiencia jurídica, experiencia de aprendizaje: acercamientos pedagógicos...
mismo o, como dijera el obispo sudafricano Desmond Tutu, “yo soy si tú eres” o
bien, la misericordia será el juicio último del amor de Dios, recordaría Leonardo
Boff. En fin, esta comprensión no es un juicio débil, sino que requiere el mayor
vigor, el vigor de sostener el juicio que comprende antes de condenar, como vía
de la humanización de las relaciones humanas.48
Estas son las características del tipo de relación que debe imperar y expresar la
relación de interaprendizaje del Derecho, si queremos que este se constituya como
un instrumento al servicio de la humanización y planetarización de cada persona
y de los pueblos.
Corolario
Estas son algunas claves pedagógicas, incompletas y abiertas, pero que apuestan por un camino y una forma de caminar, para promover aprendizajes en el
Derecho que nos pongan en esa ruta de la humanización y la planetarización de
nuestras relaciones intersubjetivas de convivencia. Estoy convencido de que los
aprendizajes en el Derecho que adquirieran estas características podrían generar
entusiasmo, goce y movimiento de “las energías en una aventura lúdica compartida; sentir y hacer sentir; participar entregando lo mejor de sí y recibiendo
lo mejor de los otros”,49 pues no se trata de una educación para el litigio y la
confrontación extenuante, sino para la apertura al diálogo que transforma y nos
transforma: simplemente nos humaniza.
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Morin, “Los siete saberes necesarios”, 15-18.
Gutiérrez y Prieto, Mediación pedagógica, 35.
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