Depresión mayor, depresión reactiva, distimia

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Capítulo 17.
PROBLEMAS RELACIONADOS CON LA EMOTIVIDAD.
Dr. Joan Corbella
Muchos historiadores han pretendido explicar el fracaso de la segunda ópera de Verdi
“Un giorno di regno”, justificándole con los trágicos eventos que vivió el maestro
durante el tiempo que la escribió. En los años que transcurrieron desde el estreno de
su ópera prima “Oberto” hasta la siguiente, el compositor italiano vio como morían de
manera consecutiva sus dos hijos y su esposa, además tenía serios problemas para
ser aceptado entre los autores en la Scala de Milán. Parecería evidente que su estado
anímico no debía ser de los más adecuados para componer una obra de carácter
lúdico con argumento cómico. A pesar de que, ciertamente, la obra fue un fracaso,
todos los expertos están de acuerdo en considerarla una obra inteligente, bien
estructurada, divertida y de una gran comicidad. Roger Alier dice: “Es una ópera llena
de vida y de gracia”. No parece pues que el estado de ánimo de su autor estuviera
reflejado en el espíritu de la obra. Deberíamos preguntarnos si esto le hubiera podido
pasar a un intérprete. ¿Sería capaz de cantar una ópera bufa un o una cantante que
estuviera pasando por unas circunstancias personales parecidas a las que vivió Verdi?
Digamos rápidamente que seguramente no. La vivencia de la muerte de seres
queridos, sobre todo la de los hijos y de la esposa, por lo que afectan al entorno
afectivo inmediato, suelen ser motivo desencadenante de un ánimo depresivo que
tiende a invalidar para la manifestación de las emociones e, incluso, para sentirlas.
Para poder expresar sentimientos hace falta poderlos sentir, para poderlos exponer en
un libreto, si es necesario, sobre todo conocer su existencia.
El estado de ánimo debe resultar un condicionante, si no decisivo, muy determinante
para interpretar una ópera. En el momento de cantar no parece del todo extrapolable
el tópico del payaso capaz de hacer reír a los espectadores mientras su espíritu llora
sus penas. Quizás algún profesional muy experimentado haya aprendido a separar
con suficiente contundencia sus emociones personales, por pesadas que sean, de las
que vaya a interpretar encima de un escenario. A una gran mayoría de cantantes,
afortunadamente, les resulta inevitable una cierta paz interior para poder entrar en la
piel de un personaje y hacerlo creíble al espectador.
Por otro lado, cuando la agresión es de carácter menor, cuando la persona pasa por
situaciones de conflicto que le confunden, tener la posibilidad de cantar, supone una
gran oportunidad de ver su desasosiego aligerado. Los cantantes de coros y orfeones
conocen bien los efectos balsámicos de dejarse llevar por las partituras y, sobre todo,
por la necesidad de seguir las instrucciones de su director para armonizar su voz con
la de los otros compañeros. Sin duda es una forma de dejar de lado, aunque sólo sea
por un rato les preocupaciones cotidianas y, de esta manera, conseguir relativizarlas,
aunque seguramente por un corto espacio de tiempo.
Veamos pues, como el canto puede ser la más exigente de las actividades artísticas y
a la vez, de todos modos, puede ser una de las mejores formas de ayuda para
conseguir un adecuado equilibrio emocional.
En la descripción de ambas situaciones hemos utilizado ejemplos que nos sitúan en
dos extremos de las posibles precariedades psíquicas: aquellas que implican la
existencia de un trastorno o patología aunque esté provocada por acontecimientos
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agresores y las que son consecuencia natural del hecho de vivir. Empezaremos por
éstas:
La ansiedad de vivir. A pesar de que la ansiedad, como veremos a continuación, es
per ella misma un síntoma y un trastorno, existe una ansiedad que debe ser
considerada consubstancial al hecho de vivir. Es del todo imposible vivir sin ella, sin
ninguna desazón, sin que nada provoque ansiedades de alguna clase.
Tan sólo aquel que renuncia a toda clase de responsabilidades y de aspiraciones
puede conseguir un ánimo precariamente tranquilo, una tranquilidad hecha más de
aburrimiento y de falta de estímulos que de sensaciones de paz y equilibrio. Vivir
implica dudar, anhelar sin la seguridad de alcanzar las metas deseadas, miedo a
equivocarse, miedos a perder personas o cosas que amamos, miedo a sentir y miedo
a no sentir. Vivir es desasosiego, hay que sospechar de aquel que no ha nunca ha
sentido la punzada de las inseguridades, los miedos a los futuros y las añoranzas del
pasado.
Vivir es amar, sentimiento que implica zarandear las emociones hasta perder, muy a
menudo, el control. Cuando se ama se sufre por las personas queridas, al lado del
estímulo afectivo que aporta, encontramos momentos de inseguridad y desasosiego.
Vivir es trabajar, aspirar a conseguir un lugar de trabajo satisfactorio o a mejorarlo.
Para aquel que aspire a triunfar en cualquier actividad, la meta acostumbra a
convertirse en obsesiva y más cuando son muchos los aspirantes y las posibilidades
son escasas. Esta es la situación en la que se encuentran los aspirantes a vivir de su
voz y de su capacidad interpretativa encima de un escenario. A menudo cuando veo a
un tenor, una soprano o cualquier otra voz encima de un escenario, pienso en la
cantidad de horas que debe haber dedicado a formarse, horas y horas de renuncias,
horas y horas de ensayo, tiempo de vivir pendiente de una vocación que, llegada la
hora, puede llegar a ser un éxito en un brillante papel o pasar desapercibido en un
papel secundario.
La vida de un cantante no deja de ser un ejemplo extremo de lo que sucede a la
mayoría de profesionales, empresarios o trabajadores, cediendo una parte importante
de su vida para alcanzar la meta deseada. Seguramente existen diferencias
significativas. Es difícil encontrar la pasión que inspira la vocación del canto en otras
profesiones, a pesar de que en todas ellas encontraríamos a quien pueda tomarse su
actividad con la intensidad parecida a la de las actividades específicamente
vocacionales.
Ahora nos permitimos repasar las situaciones de conflicto en las que nos encontramos
los humanos ejemplificadas, algunas de ellas, en el mundo del canto:
a) Desánimo dimisionario.
Quién no ha pensado alguna vez que no alcanzaría la meta que se había propuesto.
En la mayoría de situaciones que requieren un esfuerzo continuado es del todo
esperable que aparezcan signos de cansancio tan intenso que conduzcan a un
desánimo que invita a dejarlo correr. Esta percepción puede durar una corto lapso de
tiempo o perdurarse durante una buena temporada. Si son de corta duración deben
considerarse como normales i generalizables, en este caso tienen una repercusión
escasa y no llegan a afectar al normal desarrollo del aprendizaje, en cambio, si se
prolongan durante unas semanas ponen en peligro la continuidad del proyecto. En
estas situaciones es de gran relevancia la capacidad motivadora de los que preparan a
los futuros profesionales: encontrar el justo equilibrio entre la crítica necesaria a lo que
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no se hace del todo bien, y la alabanza oportuna que refuerce las ilusiones, hacerlo de
manera adecuada se convierte en el aspecto más importante de los profesores. En los
momentos de desánimo, cuando aparece la convicción de estar destinado,
inevitablemente, al fracaso, resulta estimulante todo tipo de elogio siempre que no sea
gratuito. Para que un elogio resulte eficaz se requiere una primera condición
fundamental, que resulte creíble a su destinatario.
Toda persona inmersa en situación de elevada exigencia vive en permanente
cuestionamiento de su autoconcepto. Se produce una inevitable comparación entre la
propia validez y la que se intuye necesaria para alcanzar el éxito, ésta suele verse
siempre hipertrofiada.
No pocas vocaciones se han frustrado por no haber encontrado el soporte necesario
en momentos de crisis de auconcepto, han dimitido por no verse capaces de
perseverar en el esfuerzo y no haber sido adecuadamente estimulados.
c) Inevitables comparaciones. Celos profesionales.
Cada uno de nosotros vivimos rodeados de personas que suelen vernos de manera
idealizada alabándonos, quizás exageradamente y, a la vez, estamos en contacto con
compañeros que se dedican a nuestra misma actividad y con los que, de una u otra
manera, estamos condenados a competir. En una fase inicial el compañerismo se
impone, compañerismo que también reaparece en situaciones que reclaman
solidaridad. Desgraciadamente, la cotidianidad laboral nos convierte en rivales de
nuestros compañeros. Si la competitividad supone un reto que hemos de afrontar la
mayoría de los humanos, en el mundo artístico se vive de manera mucho más
encarnizada. Son pocas las oportunidades y muchos los aspirantes. A menudo el
escogido o escogida puede parecer que tenga menos méritos que uno mismo.
Sentimientos de envidia y celos son del todo normales y pueden convertirse en
elementos provocadores de desánimo y decepción hacia uno mismo o hacia la propia
profesión, enfocando la agresividad hacia los que detentan poder decisivo. Siempre se
es crítico cuando te sientes maltratado.
En el caso de las personas dedicadas a actividades con resonancia pública, la
capacidad de sentir celos profesionales se ve facilitada por el conocimiento que se
tiene de los éxitos de los otros. Un médico o un arquitecto tiene mucho menos
conocimiento de las actividades de sus compañeros de profesión, un cantante de
ópera se entera de todo lo que pasa en su mundo y vive a través de los medios de
comunicación como los otros han conseguido un papel que ellos mismos podrían
hacer tan bien o mejor que el agraciado. Hace falta un notable nivel de entrenamiento
para convivir con la propia realidad y aceptar la de los otros sin que se vea afectado el
entusiasmo para mejorar y seguir luchando para conseguir la meta deseada, aquello
que llamamos éxito y que, en el fondo, nadie sabe lo que es.
c) Una economía incierta.
Acostumbrados como estamos a ver a los grandes triunfadores de la lírica vivir
rodeados de lujo y bienestar, podemos creer que dedicarse profesionalmente a cantar
es sinónimo de riqueza. Hace falta no confundirse. Una gran mayoría vive instalada un
una situación económica envuelta de incertidumbre y, sobre todo, de inestabilidad.
Como les pasa a los actores de teatro y en otras profesiones artísticas, el éxito puede
ser muy fugaz, después de una temporada con agendas llenas de encargos
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interesantes, pueden venir otras mucho más precarias. A los profesionales les hace
falta aprender a convivir con la inestabilidad. Nada más lejos de aquel que tiene una
profesión que le comporta un salario fijo y estable.
Inevitablemente los humanos nos relacionamos con la economía como instrumento de
autovaloración y, a la vez, como el mecanismo que nos permite la supervivencia y
tener un determinado estilo de vida. A pesar de que, a veces, se pretenda quitar
importancia al dinero, cabe decir que éste es motivo de desasosiego y de malestar. Si
ello pasa a quien tiene una economía más o menos estable, como no ha de ocurrir en
aquellas personas que, por razones de su ocupación, deben vivir con incertidumbres y
oscilaciones nada propicias al sentimiento de propia seguridad.
Las incertidumbres se incrementan por razones de salud, cuantos cantantes han
ensayado dura y largamente una obra y, a la hora de cantarla, no han podido por culpa
de un resfriado o cualquier enfermedad que en otras profesiones no comportaría un
impedimento para trabajar y lo es, en cambio, para cantar. De ahí la gran importancia
que tiene el cuidado de la salud para aquellos que se dedican profesionalmente al
canto.
d) El paso de los años.
La vida se mide por el tiempo que la ve transcurrir. Inevitablemente, el paso del tiempo
incide en nuestro ánimo. A menudo existe la creencia de que el paso del tiempo nos
aportará un grado de seguridad personal que va a permitir alcanzar un nivel de
tranquilidad y serenidad ante las situaciones de compromiso. Ello es un mito sin
sentido. El joven puede creer que la persona experimentada afrontará una situación
nueva con menos tensión. No suele ser así, hay profesionales consagrados que lo
pasan muy mal, justamente, por la responsabilidad que sienten a causa de su prestigio
que necesitan defender.
El joven se muestra inseguro por su inexperiencia y aquel que ha conseguido la
madurez vive sus temores por el significado que para él tendría un fracaso.
De todos modos, como les pasa a aquellos que dedican su vida a una actividad
artística, el resto de los humanos debemos afrontar los condicionantes de la edad que
tenemos. Los más jóvenes deben luchar para abrirse un camino incierto. A media
edad, tanto si las perspectivas son esperanzadoras como si se muestran inciertas, se
vive el desasosiego de consolidarse o de conseguir encontrar las rendijas que
permitan encontrar el espacio al que se aspira. En la madurez, cuando parece que se
podría gozar de aquello que se ha conseguido, suelen aparecer necesidades de
emprender aquello que es vivido como la última oportunidad. Ninguna edad carece de
inconvenientes de la misma manera que ninguna deja de tener sus alicientes y sus
ventajas.
En el caso de los cantantes aparece un condicionante específico, la voz es un don
caduco que no se rige por el calendario que permite al resto de trabajadores tener
establecida una edad de jubilación. En su caso, cuotidianamente, pasan un examen
para constatar si pueden seguir manteniendo el nivel que han alcanzado. Existe una
incertidumbre añadida como la que nos encontramos, cada vez más frecuentemente,
en otros ámbitos donde la seguridad laboral es progresivamente más precaria. Parece
que ha quedado definitivamente atrás el tiempo en que un trabajador entraba en una
empresa cuando era joven y trabajaba en ella hasta su jubilación. En el ámbito laboral,
como pasa en otros aspectos de la vida, todo es mucho más incierto de lo que parecía
serlo en tiempos pasados no muy lejanos.
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Debemos aprender a vivir con las preocupaciones que nos provocan nuestros
sentimientos, nuestra actividad profesional y cualquier circunstancia imprevista que
pueda descontrolar aquello que parecía estar bajo control. Sino, las preocupaciones se
vuelven ansiedad. Y el sufrimiento nunca llega a valer la pena.
Trastornos psíquicos más frecuentes.
a)Trastornos de ansiedad.
La ansiedad es un estado emocional en el que la persona se siente tensa,
atemorizada y alarmada. Es vivida de manera desagradable y con considerable
acompañamiento somático. Cuando la ansiedad se asocia a un estímulo concreto se
llama fobia.
La ansiedad puede presentarse en forma de crisis aguda también llamada por
algunos: ataques de pánico. Suele aparecer de forma súbita con palpitaciones,
taquicardia, sudoración, sensación de ahogo, opresión en el pecho, náuseas o dolores
abdominales, inestabilidad, mareo, miedo a perder el control, miedo a morirse o a
volverse loco. En una crisis de esta naturaleza suelen presentarse los síntomas
citados aunque no siempre estén todos presentes. En todo caso se trata de un cuadro
clínico aparatoso con sensación subjetiva de gravedad biológica, de tal manera que a
la persona afectada suele costarle, en los primeros episodios, aceptar que se trata de
un trastorno de naturaleza psíquica.
La ansiedad puede presentarse asociada a situaciones concretas en las que se tiene
la sensación de no poder recibir la atención necesaria en caso de crisis, se denomina
agorafobia. El ataque de ansiedad aparece al encontrarse en lugares o situaciones en
las que resulta difícil escaparse, hecho que condicionará sus actividades. En el caso
de sufrirla un espectador de ópera buscará siempre localidades al lado de un pasillo y
lo más cercana posible a una puerta de salida. La persona afectada de agorafobia
suele condicionar su vida al miedo de sufrir una crisis y, por ese motivo, trata de evitar
aquellos lugares donde tiene la sensación de no poder recibir atención. El solo hecho
de temer la crisis puede llegar a provocarla.
Existen personas que sufren ansiedad generalizada. Aparecen crisis de ansiedad
inesperadas y repetidas. Son personas que viven inquietas ante la posibilidad de una
nueva crisis, viven atemorizadas por las posibles consecuencias físicas de las crisis,
miedo a un infarto, por ejemplo. Se trata de personas generalmente sufridoras,
propensas a preocuparse desmesuradamente y a anticiparse a los acontecimientos
siempre viéndolo todo desde un ángulo negativo. Suelen vivir en un estado de
preocupación exagerada, les resulta muy difícil controlar su estado de ánimo que
tiende a estar malhumorado. Son inquietos, se cansan fácilmente, les cuesta
concentrarse, son irritables y suelen tener dificultad para conciliar el sueño.
Otra forma de aparición de ansiedad patológica es consecuencia de sufrir un trastorno
por estrés post-traumático, cuando los síntomas aparecen después de vivir un
acontecimiento estresante grave. La llamada fobia social consiste en un temor
acusado y persistente ante las situaciones de contacto social. En algunos casos
podemos ver como personas que no tienen especial dificultad para cantar encima de
un escenario sienten, en cambio, una gran incomodidad que les impide actuar, en
caso de tener que relacionarse en una fiesta o hablar en público o atender una
entrevista televisada.
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b) Trastornos obsesivos.
Este tipo de trastorno se puede encontrar dentro de los trastornos de ansiedad pero
tiene suficiente entidad clínica como para dedicarle un apartado especial.
El afectado de un Trastorno Obsesivo-Compulsivo sufre de pensamientos e impulsos
repetitivos y persistentes que causan ansiedad e incomodidad. A pesar de que intenta
apartar estos pensamientos le resulta imposible conseguirlo. Como consecuencia de
ellos surge la necesidad inevitable de efectuar comportamientos que se llaman
compulsiones. El objetivo de estas conductas es la prevención o reducción del
malestar o la prevención de alguna situación negativa que se ha imaginado. Pueden
lavarse decenas o centenares de veces las manos para conseguir liberarse de alguna
suciedad contaminante, pueden comprobar muchísimas veces si han cerrado bien la
puerta de la casa o han cerrado la llave de paso del gas para prevenir los efectos de
no haberlo hecho.
El paciente afectado de un trastorno obsesivo vive atrapado por la imperiosa
necesidad de supeditar su vida a las órdenes que recibe de su pensamiento. Ello le
somete a un estado de ansiedad que le convierte en una persona condenada a sufrir
intensamente.
Mucho menos grave que el trastorno obsesivo-compulsivo, pero también motivo de
desazón y angustia, es el que sufren aquellas personas afectadas de una personalidad
obsesiva. Atrapadas en un rigor extremo y un perfeccionismo esclavizador, no acaban
nunca de estar satisfechas de lo qué hacen. Esta característica resulta especialmente
agresora en aquellos que se dedican a profesiones en las que el resultado de su
trabajo es difícilmente mesurable. Víctimas de su exigencia, nunca les parece haber
estado suficientemente acertados. Cantantes, músicos y artistas en general lo pasan
muy mal cuando deben compaginar su profesión con una tendencia obsesiva de su
personalidad. Luchar siempre con la desazón de no estar satisfecho de su actividad
resulta agotador y condena a un estado de permanente inseguridad en uno mismo.
c) Trastornos depresivos.
La divulgación de los conceptos psiquiátricos ha popularizado la depresión. Si hasta
hace unas décadas solamente los profesionales hacíamos referencia a este concepto,
actualmente se está tendiendo a un uso excesivo del mismo. Muy a menudo decimos
que tenemos depresión cuando se trata sólo de un estado de tristeza, desánimo o,
incluso, de pereza. Cuando tenemos la sensación de no tener el ánimo adecuado o
nos sentimos malhumorados, con extrema ligereza, nos atribuimos una depresión.
Antes de exponer los síntomas de los diferentes trastornos del estado de ánimo
conviene reivindicar la tristeza como un estado normal e, incluso, deseable del ser
humano. Ante acontecimientos que nos afectan negativamente hace falta considerar
como normal reaccionar entristeciéndonos. Aprender a convivir con las diferentes
tonalidades de un estado de ánimo se vuelve un reto mucho más adecuado que
pretender estar siempre eufóricos. La alegría, como la pena, son respuestas naturales
a acontecimientos vitales que, como es lógico, no siempre son favorables.
El hecho de admitir que la tristeza no siempre es patológica no implica que no pueda
haber alguna que lo sea. La más agresora es la que se denomina trastorno
depresivo mayor: El síntoma más remarcable es, justamente, la tristeza. Se trata de
una tristeza intensa y profunda, en la que el afectado tiene la sensación de estar en un
pozo sin salida, ha perdido todo interés por la vida, ha dejado de tener ilusiones.
Presenta una grave dificultad para sentir placer o satisfacción. Puede acompañarse de
insomnio o de una tendencia a dormir más de lo normal. Se cansa con facilidad y tiene
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la percepción de falta de energía. Suele tener sentimientos de ruina o de inutilidad. Le
cuesta concentrarse y muestra una gran dificultad para vivir sentimientos de manera
que parece incapaz de amar o de mostrar afecto a sus allegados. Le acompañan
pensamientos persistentes de muerte.
Los trastornos depresivos mayores pueden presentarse una sola vez en la vida y
responder de manera adecuada al tratamiento, a pesar de que su gravedad sea
elevada. También existen personas que recaen episódicamente en una depresión
mayor a pesar de haber remitido sus síntomas de manera completa entre episodio y
episodio, en este caso se habla de depresión mayor recidivante.
Otro tipo de depresión es la llamada distimia, se trata de personas con un estado de
ánimo permanentemente depresivo, a pesar de que los síntomas no suelen ser tan
aparatosos como los de la depresión mayor. Son personas pesimistas, tienen un bajo
concepto de ellas mismas y una interpretación negativa de la vida, falta de energía y
de iniciativas, dificultad para concentrarse, incapacidad para vivir ilusiones y
esperanzas y tendencia a sentirse incómodas en situaciones de alegría o ante las
manifestaciones de buen humor de los otros.
Existen otros tipos de estados depresivos que denominamos no especificados que
presentan características de una y de otras con una evolución diferente a las descritas,
pero todas ellas tienen en común la tristeza, el desánimo, la falta de ilusiones y
expectativas. La persona afectada de depresión vive condicionada por la tristeza y por
la forma apesadumbrada de vivir su existencia.
d) Trastornos bipolares.
De la misma manera que el estado de ánimo puede alterarse por el lado del desánimo
y la tristeza de la depresión, también puede hacerlo por el lado de la euforia, hablamos
entonces de hipomanía o de manía. Se trata de un estado de ánimo anormal y
persistentemente elevado, expansivo o irritable. Autoestima elevada y tendencia a la
grandiosidad, disminución de la necesidad de dormir, el paciente suele ser más
parlanchín de lo habitual, con tendencia a tener ideas aceleradas y dispersas, con
implicación excesiva en las actividades que desarrolla. En los cuadros de manía puede
aparecer una desconexión de la realidad con sintomatología de tipo psicótico.
El trastorno bipolar, denominado clásicamente psicosis maníaco-depresiva, es un
trastorno mental grave, crónico y recurrente. Su característica fundamental es la
alternancia de estados depresivos y euforia patológica – manía o hipomanía -. Las
perspectivas de estos enfermos han cambiado desde la aparición de unos fármacos
denominados eutimizantes. De vivir las oscilaciones anímicas, a menudo
espectacularmente agresoras, con el único recurso de tratar las depresiones con
antidepresivos y los estado de manía o de hipomanía con sedantes y antipsicóticos,
hecho que aligeraba los síntomas pero no evitaba la aparición de las
descompensaciones, actualmente, en la mayoría de casos, hay una buena respuesta
terapéutica modificándose así positivamente el pronóstico de estos pacientes.
Las personalidades con cierta predisposición cíclica tienen una marcada incidencia
entre los que se dedican a las actividades artísticas. El arranque que proporcionan los
estados hipomaníacos es especialmente propenso a la creatividad. Un exponente
contundente lo encontramos en el compositor Robert Schumann afectado, sin duda
alguna, de un trastorno bipolar en tiempos en los que no existían los recursos
terapéuticos que tenemos en la actualidad, por esta razón, nos explican los
historiadores, alternaba episodios de intensa depresión con otros de euforia y
extravagancia. Sus obras ponen en evidencia las oscilaciones de su estado de ánimo.
Nos podríamos preguntar cómo habría afectado la misma enfermedad a un cantante.
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Seguramente en las fases depresivas no se habría encontrado con ánimo de subir a
un escenario y en las fases de euforia sí pero con el peligro de poderse descontrolar
en cualquier momento. Cantar a alto nivel requiere de un gran equilibrio emocional.
e) Trastornos de personalidad.
Algunas personas tienen un patrón permanente de experiencia interna y de
comportamiento que se apartan acusadamente de los que efectúan la mayoría de
sujetos de su entorno. Se trata de alteraciones de carácter que provocan una
disfunción que les condiciona a sufrir dificultades de integración social y de adaptación
personal. A pesar de tratarse de un trastorno tipificado, el hecho de no disponer de
tratamientos de eficacia probada, hace que en algunos países, como es el caso de los
Estados Unidos, no sean considerados como enfermedades, sólo alteraciones de
carácter no subsidiarias de recibir atención sufragada por los seguros.
Algunos trastornos de personalidad pueden llegar a ser patologías psíquicas de las
más agresoras y de las que más malestar produce a los afectados y a sus familiares.
Evidentemente no era el objetivo de este capítulo hacer un repaso a toda la patología
psiquiátrica. Muchas enfermedades, alguna de ellas muy emblemática como es el
caso de la esquizofrenia, no tenían cabida en un enunciado en el que se hacía
referencia a la emotividad como hilo conductor.
En todo caso nos cabe añadir que los trastornos apuntados aquí tienen, en la mayoría
de casos, un tratamiento eficaz que permite contemplar las dolencias psiquiátricas de
manera mucho más optimista que unos años atrás.
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