tumores, compresiones e infiltraciones del nervio óptico

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CAPÍTULO 11
TUMORES, COMPRESIONES
E INFILTRACIONES DEL NERVIO
ÓPTICO
TUMORES PAPILARES
Josep M. Caminal
TUMORES PRIMARIOS DEL NERVIO ÓPTICO
Jorge Arruga, Julia Martínez
COMPRESIÓN INTRAORBITARIA
Silvia Muñoz, Joan Prat
COMPRESIÓN INTRACRANEAL
Jorge Arruga
LESIONES METASTÁSICAS Y PARANEOPLÁSICAS
Josep M. Caminal
En el presente capítulo se estudiarán una serie de
procesos patológicos intrínsecos y extrínsecos del nervio óptico, que producen una afectación del mismo a
través de mecanismos infiltrativos y compresivos, respectivamente. Dentro de estos procesos, una primera
categoría está integrada por las neoplasias primarias
del nervio óptico o de la vaina que lo rodea. Una
segunda categoría comprende las lesiones expansivas
adyacentes que invaden o comprimen al nervio óptico.
Finalmente, en una tercera categoría se incluyen las
neoplasias distantes, causantes de una afectación
secundaria del nervio óptico.
Desde un punto de vista clínico, estas afecciones
pueden a su vez manifestarse de tres formas diferentes,
a saber:
• Elevación del disco óptico sin pérdida visual.
• Pérdida de la visión asociada a disco óptico elevado.
• Pérdida visual con disco óptico normal y evolución a la atrofia óptica.
La elevación de la papila se observa casi siempre a
consecuencia de procesos que afectan a la porción
intraorbitaria del nervio óptico, siendo producida por
infiltración papilar en las lesiones prelaminares, y en
las lesiones retrolaminares, por edema papilar. La presencia de edema del disco óptico es mucho menos frecuente en los procesos intracanaliculares y resulta
excepcional en los intracraneales. En cuanto a la pérdida de la visión, puede no producirse en algunos
tumores primarios del disco óptico y en las fases iniciales de elevación del disco consecutiva a hemangiomas y meningiomas orbitarios (1), o a metástasis hematógenas (2). Sin embargo, lo habitual en todo este tipo
de neuropatías ópticas es que terminen por causar un
deterioro visual progresivo, como consecuencia del
cual la papila normal o elevada evoluciona hacia una
atrofia óptica. Esta última consiste en grados variables
de palidez papilar, que ocasionalmente se asocia a un
aumento de la excavación (3), o bien a la presencia de
vasos óptico-ciliares (fig. 11-1). Dichos vasos aparecen en casos de meningiomas, gliomas u otros procesos que obstaculizan la circulación de la VCR a este
nivel (ver capítulo 2), aunque pueden también responder a diversas causas congénitas o adquiridas (4).
TUMORES DE LA PAPILA
Este apartado se refiere a los tumores de localización
estrictamente intraocular, a saber, los tumores papilares
primarios y aquéllos que invaden la papila a partir de las
Figura 11-1. Edema papilar crónico con vasos óptico-ciliares,
que comunican la circulación retiniana con la coroidea a nivel del
disco óptico, en un meningioma de la vaina del nervio óptico.
242
Neuropatías ópticas: diagnóstico y tratamiento
Tabla 11-1.
Tumores de la papila
A Tumores vasculares:
• Hemangioma capilar
• Hemangioma cavernoso
• Hemangioma racemoso
B Astrocitoma
C Melanocitoma
D Extensión de estructuras vecinas:
• Retinoblastoma
• Melanoma coroideo
E Tumores metastásicos:
• Leucemias, linfomas
• Carcinomas
F Granulomas:
• Sarcoidosis
• Infecciones
estructuras oculares vecinas (tabla 11-1) (5,6). Las metástasis se estudiarán más adelante en este capítulo y los
procesos granulomatosos se han estudiado en el capítulo
9. De los tumores papilares primarios, que se diagnostican casi siempre en pacientes jóvenes, describiremos los
hemangiomas, los astrocitomas y los melanocitomas.
Hemangiomas Papilares
Se trata de hamartomas derivados de los elementos
vasculares presentes en esta región, y entre ellos se
distinguen tres variedades: capilar, cavernoso y racemoso. Los hemangiomas capilares son lesiones únicas
Figura 11-2. Hemangioma capilar endofítico de la papila.
Tumoración circular bien delimitada, elevada y de color rojoanaranjado, con una zona más clara de proliferación fibrovascular, que crece hacia la cavidad vítrea, en un paciente afecto
de enfermedad de von Hippel-Lindau.
Figura 11-3. Hemangioma capilar exofítico de la papila.
Aumento del tamaño del disco óptico con márgenes borrosos,
producido por una tumoración que crece hacia las capas profundas de la retina.
o múltiples que presentan un crecimiento endofítico
(fig. 11-2) o exofítico (fig. 11-3), es decir, hacia el interior o el exterior del globo ocular, respectivamente.
Pueden seguir un curso estable, regresar espontáneamente o, con mayor frecuencia, producir pérdida visual
por exudación serosa o lipídica retiniana (7). Es más
raro que progresen causando complicaciones visuales
graves, como desprendimiento de la retina no regmatógeno, hemorragia vítrea o glaucoma neovascular (8).
Estos hemangiomas se asocian a veces a hemangiomas
similares en la retina y, en un 25% de los casos, a lesiones del SNC, que casi siempre son hemangioblastomas
cerebelosos y, ocasionalmente, bulbares o espinales.
Todo ello se observa, junto a la presencia de hipernefromas y feocromocitomas en el contexto de la angiomatosis retinocerebelosa de von Hippel-Lindau. Se
trata de una enfermedad hereditaria autosómica dominante producida por una mutación de un gen supresor
tumoral localizado en el cromosoma 3. La conducta a
seguir con los hemangiomas capilares de la papila (7,9),
consiste en su fotocoagulación con láser de argón
cuando causan exudación en la retina y el tratamiento
de las complicaciones oculares graves, así como la
investigación de los familiares del paciente.
Los hemangiomas cavernosos (fig. 11-4) son lesiones
poco frecuentes de herencia autosómica dominante, casi
siempre unilaterales, que crecen con lentitud y no afectan
a la visión, salvo cuando sangran (10). En ocasiones se
asocian a hemangiomas cutáneos o intracerebrales,
pudiendo estos últimos sangrar y causar también pérdida
visual. La vitrectomía en casos de hemangiomas caver-
Capítulo 11.
nosos papilares complicados con hemorragias vítreas
recidivantes constituye el único tratamiento eficaz.
Por último, los denominados hemangiomas racemosos no son en realidad tumores, sino malformaciones congénitas arterio-venosas (fig. 11-5) no hereditarias, casi siempre unilaterales y cuya morfología puede
experimentar variaciones con los años. Los pacientes
afectos pueden perder visión a causa de la propia
lesión, de glaucoma neovascular o de hemianopsia
bitemporal u homónima cuando se asocian a malformaciones vasculares cerebrales (11). Estas forman parte
del síndrome de Wyburn-Mason, junto con malformaciones similares a nivel de otras zonas del SNC, de la
órbita, o de las regiones maxilar y mandibular. El tratamiento de las lesiones intraoculares está limitado a la
fotocoagulación con láser de argon en los casos de
glaucoma neovascular.
Tumores, compresiones e infiltraciones del nervio óptico
243
Figura 11-4. Hemangioma cavernoso papilar. Dilataciones
aneurismáticas de color rojo oscuro, que forman un conglomerado sobre el disco óptico. (Caso del Dr. W.F. Hoyt. California).
Astrocitomas Papilares
A partir de los astrocitos presentes en el disco óptico
y en la capa de fibras nerviosas de la retina se pueden
originar los hamartomas astrocíticos. Desde el punto de
vista oftalmoscópico consisten en tumoraciones únicas o
múltiples, cuya coloración evoluciona conforme se calcifican, de grisácea o rosada a amarillenta (12) (fig. 11-6).
Se trata de hamartomas benignos que raras veces causan
trastornos visuales, y cuando crecen, lo hacen con gran
lentitud. Sin embargo, se asocian con frecuencia a síndromes neuro-óculo-cutáneos hereditarios como la
esclerosis tuberosa (enfermedad de Bourneville), caracterizada por convulsiones epilépticas, angiofibromas
faciales («adenoma sebáceo») y retraso mental. Esta
afección, de herencia autosómica dominante, la produce
una mutación en sendos genes de los cromosomas 9 y
16. Los astrocitomas, a diferencia de las drusas papilares contenidas en la sustancia del disco óptico, se hallan
superpuestos al mismo, y carecen de tratamiento.
Figura 11-5. Hemangioma racemoso papilar. Se trata de una
malformación consistente en un vaso ingurgitado, que entra en
el globo ocular por el disco óptico y, después de seguir un trayecto tortuoso variable a través de la retina, sale del globo también por el disco óptico. (Caso del Dr. J.J. Gil-Gibernau).
Melanocitomas
Son tumores pigmentados del nervio óptico que se
originan a partir de los melanocitos presentes en la
lámina cribosa (13). Al examen oftalmoscópico aparecen
como lesiones de coloración negra intensa, por lo general unilaterales, poco elevadas y de localización excéntrica en la papila (fig. 11-7). Estas lesiones son más frecuentes en las razas de piel muy pigmentada, a
Figura. 11-6. Astrocitoma papilar. Tumoración elevada que
adquiere con el tiempo un color amarillo resplandeciente y una
superficie irregular (Caso del Dr. J.J. Gil-Gibernau).
244
Neuropatías ópticas: diagnóstico y tratamiento
Figura 11-7. Melanocitoma papilar. Obsérvese el color negro
«de ébano» y la estriación de los bordes tumorales, causada
por su infiltración en la CFNR.
Figura 11-8. Retinoblastoma. Tumoración de aspecto blanco
mate, originada en la retina, que desplaza e invade el disco
óptico. (Caso del Dr. J.J. Gil-Gibernau).
diferencia de lo que ocurre con los melanomas, y pocas
veces ocasionan alteraciones visuales. Su asociación
más característica es con los nevos de la coroides y, al
igual que sucede con éstos, se trata de tumores benignos que crecen en una minoría de los casos y excepcionalmente pueden experimentar una malignización (13).
Los melanocitomas carecen también de tratamiento,
por lo que la conducta más prudente es su seguimiento.
aunque, a diferencia de ellos, experimentan un aumento de tamaño progresivo durante su seguimiento. Así,
los retinoblastomas (fig. 11-8), que suelen manifestarse en la infancia por estrabismo y leucocoria, se distinguen de los astrocitomas por su aspecto blanco o cremoso con presencia de focos mate de calcificación (5,14).
A su vez, los melanomas malignos de la coroides, propios de los adultos, tienen mayor tendencia a invadir la
papila si son difusos que si son nodulares, y se suelen
manifestar por alteraciones visuales. Se diferencian
además de los melanocitomas por el color marrón-gris
menos oscuro, por los límites más difusos que presentan, y por los hallazgos en la AGF (ver capítulo 4). Los
retinoblastomas infiltran el nervio óptico con mayor
facilidad que los melanomas coroideos, cuyo efecto es
típicamente compresivo.
Tumores de las Estructuras Vecinas
Las neoplasias originadas en los tejidos adyacentes
(retina, coroides) al disco óptico pueden producir una
invasión del mismo por un mecanismo de extensión
tumoral (tabla 11-2). Estos procesos pueden ser confundidos con los tumores benignos antes estudiados,
Tabla 11-2.
Tumores secundarios del nervio óptico
A Tumores oculares primarios: retinoblastomas, melanomas
B Tumores cerebrales primarios: glioblastomas,
meduloblastomas
C Tumores metastásicos de la órbita y de los senos
paranasales
D Tumores que alcanzan el nervio óptico por
diseminación hematógena:
• Neoplasias hematopoyéticas: leucemias, linfomas,
mieloma, histiocitosis
• Metástasis sobre el nervio óptico: carcinomas
• Carcinomatosis meníngea
TUMORES PRIMARIOS DEL NERVIO
ÓPTICO
El ámbito de este apartado comprende los procesos
expansivos primarios que derivan de los elementos
celulares del nervio óptico en su porción retrobulbar y
aquéllos que se originan a partir de las cubiertas
meníngeas del nervio. Los más importantes entre los
primeros son los gliomas ópticos benignos y los glioblastomas malignos, mientras que entre los segundos
destacan los meningiomas de la vaina del nervio óptico y demás procesos expansivos meníngeos no neoplásicos. Otras variedades neoplásicas menos frecuentes
son los gangliogliomas y los meduloepiteliomas (15).
Capítulo 11.
Tumores, compresiones e infiltraciones del nervio óptico
245
Figura 11-9. Macrofotografía de un glioma benigno del nervio
óptico. Engrosamiento fusiforme de la sustancia del nervio óptico en su porción intraorbitaria. (Caso del Dr. W.R. Lee. Escocia).
Gliomas Ópticos Benignos
Los astrocitomas pilocíticos (grados I y II) que
afectan al nervio óptico (fig. 11-9) o al quiasma óptico
derivan de un tipo especial de células astrogliales
localizadas en el cerebelo, la región periventricular y la
vía óptica. Cuando existe una implicación de esta última por dichos tumores (fig. 11-10), el 25% de los
casos están limitados al nervio y en el 75% se halla
invadido el quiasma en el momento del diagnóstico (16).
La presentación clínica viene determinada por la localización, el tamaño y la extensión tumorales, y tiene
lugar, por lo común en la infancia o la adolescencia,
según una de las tres variedades clínicas. La primera de
ellas es la neuropatía óptica anterior con déficit visual,
elevación o atrofia papilar (fig. 11-11), pliegues retinianos por compresión ocular y exoftalmos. La segunda es la neuropatía óptica posterior con déficit visual,
atrofia óptica y estrabismo. La tercera variedad es el
síndrome quiasmático con atrofia óptica bilateral, nistagmo y signos de afectación de las estructuras vecinas
(hipotalámicos, hidrocefalia).
Se trata de lesiones de progresión lenta y curso crónico, y la visión de los pacientes, tras un deterioro inicial, tiende a estabilizarse (17), aunque en casos de infiltración papilar son posibles algunas complicaciones
oculares, tales como el glaucoma neovascular. A su
vez, los defectos campimétricos son variables, menores de lo que haría presuponer la extensión del tumor,
y cuando éste afecta al quiasma, no suelen mostrar los
patrones hemianópsicos bitemporales típicos (17). Estos
gliomas se dan con frecuencia en el contexto de las
Figura 11-10. Gliomas ópticos benignos (lugares de origen). 1.
Glioma intraorbitario del nervio óptico. 2. Glioma intracraneal del nervio óptico con crecimiento exofítico hacia el nervio
contralateral. 3. Glioma intracraneal del nervio óptico con
invasión quiasmática. 4. Glioma del quiasma óptico. 5. Glioma
quiasmático con invasión de la cintilla óptica.
Figura 11-11. Glioma óptico localizado en la órbita anterior,
que se traduce por una combinación de edema difuso con atrofia de la porción nasal del disco óptico, con presencia de pliegues en la membrana limitante interna retiniana.
enfermedades hereditarias autosómicas dominantes
conocidas como neurofibromatosis, sobre todo de la
NF-1 (enfermedad de von Recklinghausen), debida a la
mutación de un gen supresor tumoral en el cromosoma
17. En dicha afección las lesiones son muchas veces
multifocales, y son signos acompañantes típicos las
246
Neuropatías ópticas: diagnóstico y tratamiento
Figura 11-12. Nódulos de Lisch en el iris de dos pacientes con
enfermedad de von Recklinhausen (NF-1). Aspecto que ofrecen
los hamartomas melanocíticos, en un caso acompañados de
neurofibromas palpebrales (A), y en el otro, al examen con la
lámpara de hendidura (B).
manchas cutáneas de color «café con leche», los neurofibromas periféricos, los nódulos de Lisch en el iris
(fig. 11-12) y la displasia del hueso esfenoides. En la
NF-2, que se debe a la mutación de un gen en el cromosoma 22, los gliomas ópticos son más raros, siendo,
en cambio, característicos los neurinomas bilaterales
del acústico y otros tumores neurales. Los estudios
mediante TC y RM permiten por lo general establecer
el diagnóstico de los gliomas ópticos (ver capítulo 4),
que se presentan con mayor frecuencia como una
lesión fusiforme. En la RM, tienden a mostrarse isointensos en T1 e hiperintensos en T2 (16), con realce muy
moderado tras la administración del gadolinio en
Figura 11-13. Histopatología de un glioma óptico benigno.
Sección longitudinal que muestra una tumoración constituída
por astrocitos, que invade la papila y las capas superficiales de
la retina (Caso del Dr. W. Spencer. California).
T1 (18), aunque estos signos neurorradiológicos considerados como característicos han sido alguna vez motivo de confusión con los meningiomas del nervio óptico. Resulta asimismo difícil la distinción radiológica
respecto a la sarcoidosis del nervio, sobre todo en los
gliomas con hiperplasia aracnoidea. Es un hecho conocido que en pacientes con afectación funcional de un
solo nervio óptico por estos tumores, la TC ha revelado un engrosamiento a nivel del quiasma, o bien del
nervio contralateral. De todos modos, y según subrayó
Wright, tanto los estudios neurorradiológicos (TC,
RM) como las exploraciones funcionales (campimetría, PEV), infravaloran en ocasiones la extensión
real de los gliomas ópticos.
Desde el punto de vista anatomopatológico
(fig. 11-13), estas lesiones se hallan básicamente integradas por astrocitos grandes. De acuerdo con Spencer, pueden aumentar de tamaño por tres mecanismos
diferentes, a saber, la proliferación de las citadas células, la producción de microquistes de material mucinoso por parte de las mismas y la hiperplasia reactiva
de la aracnoides perineural (19). La historia natural y el
tratamiento adecuado de los gliomas ópticos siguen
siendo hoy en día motivo de controversia. Los estudios realizados por Alvord mediante modelos matemáticos sobre 623 casos descritos previamente han
demostrado que estos tumores, contemplados como
astrocitomas de bajo grado, se comportan como neoplasias auténticas en cuanto a su crecimiento (20).
Cuando se estudia el curso clínico a largo plazo de los
gliomas no tratados o incompletamente tratados se
constata una evolución desfavorable (progresión/recidiva) en la mayoría de los limitados al nervio y de los
quiasmáticos con hidrocefalia. Por otra parte, se ha
documentado la extensión de astrocitomas benignos
del nervio óptico hacia el quiasma, el hipotálamo y el
nervio contralateral, casi siempre durante los 12 meses
siguientes al diagnóstico de la lesión (21). Asimismo,
existen constataciones neurorradiológicas, tanto de
aparición de gliomas ópticos previamente no visibles (22), como de regresión espontánea de gliomas en
el curso de su seguimiento (23). El comportamiento de
estos tumores presenta algunas diferencias, según
estén asociados o no a la NF-1. Así, los primeros afectan con preferencia al nervio óptico y los segundos al
quiasma, y en el primer caso se observa además una
mayor estabilidad, así como una menor tendencia a
extenderse fuera de la vía óptica (24).
Capítulo 11.
En lo referente al tratamiento quirúrgico de los
gliomas ópticos, hay que hacer mención de la total
morbilidad del mismo sobre la visión, así como de la
posibilidad de recidiva después de una extirpación
incompleta. Por otro lado, no existe una sola descripción en la literatura sobre un glioma del nervio óptico
extirpado, con comprobación microscópica de segmento proximal libre de tumor, que recidivase posteriormente. Cuando se demuestra la extensión extraorbitaria
de un glioma, es recomendable extirpar mediante craniotomía transfrontal las porciones prequiasmática y
orbitaria del nervio, cosa que no es posible si hay invasión quiasmática. Con respecto al tratamiento radioterápico, la evolución de la función visual es similar en
los casos tratados y en los no tratados. Asimismo, la
radioterapia se puede complicar con neoplasias secundarias, radionecrosis, retraso mental, retinopatía o
enfermedad cerebrovascular. Estas complicaciones
pueden ser evitadas utilizando dosis de irradiación no
superiores a los 50 Gy sobre gliomas sintomáticos, por
medio de radioterapia convencional (bi (25) o tridimensional (26)), o mediante radiocirugía (27). En otro orden
de cosas, el valor de la quimioterapia para el tratamiento de estos pacientes está por establecer, aunque puede
constituír la modalidad de elección en los gliomas
quiasmáticos progresivos que afectan a los niños menores de 5 años (28). Se prescriben combinaciones de vincristina con actinomicina o etopósido y con ellas es
posible obtener una detención de la progresión tumoral,
al menos hasta alcanzar una edad en la que las complicaciones de la radioterapia son menores.
Tabla 11-3.
Buena visión y estabilidad RM
Tumores, compresiones e infiltraciones del nervio óptico
Como conclusión, en los gliomas del nervio óptico
con visión útil conservada y sin evidencia de crecimiento consideramos razonable efectuar controles clínicos
cada 6 meses y neurorradiológicos cada año. Las indicaciones de la radioterapia o la quimioterapia comprenden los casos de crecimiento documentado pero con preservación visual, y asimismo los de invasión
quiasmática, sobre todo si existe afectación hipotalámica. A su vez, la resección quirúrgica se reserva para los
gliomas que causan una amaurosis o un exoftalmos inaceptable, o bien para aquéllos cuyo crecimiento amenaza al quiasma óptico. Finalmente, en la tabla 11-3 presentamos un esquema terapéutico simplificado, a través
del cual proponemos la conducta a seguir ante los casos
de gliomas ópticos benignos en sus diferentes variedades (29,30).
Glioblastomas del Nervio Óptico
Los gliomas malignos de la vía óptica anterior (grados III y IV) son neoplasias poco frecuentes que, tal
como describió Hoyt (31), afectan a personas de mediana edad, y se presentan como una neuropatía óptica
aguda unilateral con pérdida visual y dolor retroocular.
El fondo del ojo evoluciona desde un edema papilar
hacia signos de obstrucción vascular retiniana y atrofia
óptica (fig. 11-14). Más adelante se produce una afectación quiasmática y del nervio óptico contralateral
(fig. 11-15), que aboca a la amaurosis bilateral durante
los 8 meses siguientes al diagnóstico. Los glioblasto-
Gliomas ópticos: conducta a seguir
Observación
Gliomas del nervio óptico:
no afectación quiasmática
• progresión RM
Craniotomía
Extirpación
exofítico
Gliomas del quiasma óptico
• mala visión
Biopsia :
<5 años
Quimioterapia
<5 años
>5 años
Radioterapia
>5 años
• exoftalmos
confirmación
• no complicados
• afectación hipotalámica
Derivaciones
247
• hidrocefalia
248
Neuropatías ópticas: diagnóstico y tratamiento
Figura 11-14. Macrofotografía de un glioma maligno del nervio óptico con extensión del tumor en sentido distal hacia el
interior del globo ocular. (Caso del Dr. B. Daicker. Suiza).
mas pueden también tener su origen en la porción más
posterior del nervio óptico, en el quiasma o en las cintillas ópticas (32), y manifestarse por una pérdida visual
bilateral aguda con discos ópticos normales o pálidos.
Todos estos tumores terminan por invadir las estructuras cerebrales vecinas, lo que determina la aparición de
otros signos neurológicos (hemiparesia, convulsiones,
disfunción hipotalámica, etc.), con progresión hasta la
muerte en el espacio de unos 2 años (16).
Figura 11-15. Macrofotografía quirúrgica de un glioblastoma
de la vía óptica anterior. Afectación visual bilateral e invasión
del quiasma óptico, que aparece muy engrosado a consecuencia del proceso neoplásico (Caso del Dr. E. Kock. Suecia).
El examen anatomopatológico de esta variante de
glioma revela las alteraciones características de los
glioblastomas multiformes, consistentes en pleomorfismo e hipercromatismo celular, mitosis diseminadas,
proliferación vascular y zonas de necrosis isquémica (31). En cuanto al tratamiento, los intentos llevados
a cabo han resultado casi siempre desalentadores, y
existe tan solo alguna publicación esporádica de estabilización prolongada tras radioterapia y quimioterapia combinadas (33).
Asimismo, el nervio óptico puede ser invadido por
tumores neuroectodérmicos (glioblastomas, meduloblastomas) originados en otras regiones del SNC (14)
(tabla 11-2).
Meningiomas del Nervio Óptico
Los meningiomas del nervio óptico (fig. 11-16) son
neoplasias por lo común benignas que derivan de las
células meningoteliales presentes en la aracnoides del
nervio. De todos los meningiomas que afectan a la órbita (fig. 11-17), el 90% tienen un origen intracraneal, a
partir de la meninge del ala menor del esfenoides, del
tubérculo selar o del surco olfatorio. En cambio, tan solo
un 9% y un 1% se originan en la vaina del nervio óptico
a nivel intraorbitario e intracanalicular, respectivamente (34), y son además posibles los meningiomas ectópicos, derivados de células mesenquimales orbitarias.
Los pacientes afectados con mayor frecuencia por
los meningiomas primarios de la vaina del nervio son
mujeres de edades media y avanzada. Desde el punto de
Figura 11-16. Macrofotografía de un meningioma del nervio
óptico. Engrosamiento circunferencial de la vaina que rodea a
la porción intraorbitaria del nervio óptico. (Caso del Dr. J.A.C.
Wadsworth. Carolina del Norte).
Capítulo 11.
vista clínico (35), suelen manifestar un déficit visual unilateral progresivo que, en ocasiones, cursa con pérdidas
visuales transitorias, de algunos segundos de duración.
Otros posibles síntomas son el dolor ocular, el exoftalmos, y las alteraciones de la motilidad ocular. El aspecto oftalmoscópico del disco óptico en estos casos evoluciona sucesivamente desde el edema con ausencia de
hemorragias, a la aparición de vasos óptico-ciliares (36)
(fig. 11-1), para terminar en la atrofia, cuando la lesión
asienta en la órbita anterior. Excepcionalmente, los
meningiomas intracanaliculares pueden también producir
edema papilar, pero lo habitual en los tumores de localización posterior es la evolución directa hacia la atrofia
óptica. Los campos visuales correspondientes a todas estas
lesiones revelan alteraciones diversas, que progresan
desde agrandamientos de la mancha ciega hacia escotomas centrocecales, defectos altitudinales o constricciones
periféricas (37). Estos meningiomas son casi siempre unilaterales, tienen un crecimiento lento, y los pacientes
experimentan una pérdida progresiva de la visión en el
ojo afecto hasta la amaurosis. Se encuentran encapsulados
por las meninges suprayacentes, crecen a lo largo del
espacio subaracnoideo y pueden llegar a producir una
invasión intracraneal (37), con afectación quiasmática,
pero no cerebral ni hipofisaria. El diagnóstico de los
meningiomas del nervio óptico se basa en los exámenes
neurorradiológicos, que en los pacientes mayores permiten obviar la biopsia cuando los hallazgos son característicos (ver capítulo 4). En la TC y la RM presentan
con mayor frecuencia un aspecto tubular, destacando
zonas de hiperdensidad si existen calcificaciones. A su
vez, la RM demuestra una señal por lo general isointensa
respecto al nervio óptico normal (34), y en T1 con supresión grasa y refuerzo de gadolinio, se observa una hiperintensidad de la zona tumoral, al contrario de lo que suele
suceder con los gliomas (18). Además, hay que diferenciar
siempre otros procesos que causan un engrosamiento del
nervio, como los gliomas ópticos, la sarcoidosis y los
tumores secundarios. En cualquier caso es conveniente
practicar una punción lumbar, y los estudios sistémicos
destinados a descartar la enfermedad granulomatosa. Asimismo, la papilitis y la NOIA se distinguen clínicamente
de los meningiomas por la pérdida visual aguda y porque
el edema papilar desaparece en ambos casos a las pocas
semanas (38,39). Ocasionalmente los meningiomas son
bilaterales o multifocales, hecho que se observa, aunque
con menor frecuencia que con los gliomas, en pacientes
afectos de neurofibromatosis (sobre todo de NF-2). Otra
Tumores, compresiones e infiltraciones del nervio óptico
249
Figura 11-17. Meningiomas de la órbita (lugares de origen). 1.
Meningioma del ala menor del esfenoides. 2. Meningioma del
tubérculo selar. 3. Meningiomas intraorbitarios de la vaina del
nervio óptico. 4. Meningioma intracanalicular de la vaina del
nervio óptico. 5. Meningioma orbitario «ectópico».
causa la constituye la meningiomatosis múltiple, pudiendo ser en este caso las lesiones intracraneales simultáneas
o bien sucesivas.
En cuanto a la anatomía patológica de estas neoplasias (19), el tipo más característico es el sincitial, formado por células meningoteliales poliédricas agrupadas en láminas. Le siguen en frecuencia las formas de
transición, compuestas además por células fusiformes
dispuestas en espiral (cuerpos psamomatosos), siendo
más raras y de mayor agresividad las variantes fibromatosas o angiomatosas. En su revisión sobre un total
de 498 meningiomas del nervio óptico descritos, Dutton constató que la mayoría de los casos bilaterales no
presentaban evidencia histológica de extensión tumoral de un nervio al otro. Dicho autor estimaba que el
riesgo de tal extensión era del 2-4%, aunque las más de
las veces no se dispuso inicialmente de RM con gadolinio, y que la mortalidad por causa tumoral era casi
nula (34). Por otro lado, Walsh fue el primero en documentar que los meningiomas poseen una mayor agresividad, tanto en cuanto a recidivas, como en cuanto a
invasión intracraneal, cuando afectan a los pacientes
adolescentes (<20 años) y, en menor grado, a los adultos jóvenes (<40 años ) (40).
250
Neuropatías ópticas: diagnóstico y tratamiento
Tabla 11-4.
Meningiomas del nervio óptico: conducta a seguir
>20 años
Observación
buena visión
<20 años
intraorbitarios
<40 años
mala visión
dolor/exoftalmos
Biopsia del
NO por
orbitotomía
>40 años
Radioterapia
>40 años
extensión intracraneal
<40 años
Aunque el grado de agresividad de estos tumores
está más establecido que en el caso de los gliomas ópticos, existen opiniones controvertidas por lo que hace
referencia a su terapéutica más adecuada. Con respecto al tratamiento quirúrgico, es preciso tener en cuenta, en primer lugar, que los intentos de extirpación
selectiva de los meningiomas abocan casi siempre a la
amaurosis (41), y en segundo lugar, que se produce recidiva tumoral en un 25% de los casos tratados mediante extirpación quirúrgica (34). La mayoría de los meningiomas causantes de pérdida visual se localizan en la
región del vértice orbitario, por lo que precisan un
abordaje combinado a base de orbitotomía y craniotomía para la extirpación en bloque del nervio óptico y
de su vaina (41), incluyendo la porción intracanalicular.
Figura 11-18. Histopatología de un quiste aracnoideo del nervio
óptico. Sección longitudinal que muestra un acúmulo de LCR en
una cavidad aislada del espacio perióptico, revestida de leptomeninge. (Caso de la Dra. M. Brihaye-Van Geertruyden. Bélgica).
Extirpación
del NO por
craniotomía
Es importante recordar que la invasión intracraneal
tiene un efecto grave sobre el pronóstico, pues una vez
que se ha afectado el esfenoides, el tumor resulta practicamente irresecable. Por lo que al tratamiento radioterápico se refiere, los hallazgos en la RM de los
meningiomas del nervio óptico se consideran muy
específicos, y la radioterapia, previa corticoterapia,
puede ser indicada en muchos casos, incluso sin biopsia. La radioterapia convencional tiene una potencial
morbilidad sobre el quiasma y el nervio óptico contralateral, aunque recientemente se ha utilizado con éxito
en fracciones de 1,8 Gy, con una dosis máxima de 50
Gy, para este tipo de meningiomas (42). También se han
publicado resultados favorables en sendos casos, utilizando una técnica conformacional (43) y mediante
radiocirugía (44), que aseguran una irradiación mínima
sobre los tejidos circundantes. Un estudio reciente
comparativo entre la observación, la cirugía y la radioterapia en los meningiomas del nervio óptico ha
demostrado que la tercera posibilidad se asocia significativamente con un menor deterioro visual (45).
Como conclusión, consideramos razonable que los
pacientes adultos con meningiomas intraorbitarios que
conservan una visión útil sean sometidos a controles clínicos y neurorradiológicos periódicos. Cuando la visión
se empieza a deteriorar, existe una indicación para la
radioterapia como primera opción, sobre todo en las
edades avanzadas. Asimismo, en casos de pérdida visual
severa o de extensión intracraneal está indicada la cirugía, sobre todo en los pacientes jóvenes. Para terminar,
presentamos aquí también un esquema terapéutico, en el
que proponemos la conducta a seguir ante las diferentes
Capítulo 11.
Figura 11-19. RM orbitaria, corte coronal T2, que demuestra
un meningocele perióptico bilateral, consistente en una dilatación ectásica del propio espacio subaracnoideo alrededor de la
parte más distal de cada nervio óptico, sin alteración en el
tamaño de éste.
Tumores, compresiones e infiltraciones del nervio óptico
251
Figura 11-20. Compresión orbitaria, que causa un edema
papilar con dilatación de las venas retinianas en un caso de
ocupación lipogranulomatosa de la órbita consecutiva a enfermedad de Erdheim-Chester.
situaciones clínicas que pueden plantear los meningiomas primarios de la vaina del nervio óptico (tabla 11-4).
Otras Afecciones Meníngeas
En este grupo se incluyen dos tipos diferentes de alteraciones (46), de naturaleza no neoplásica y originadas a
partir de las cubiertas meníngeas que rodean al nervio
óptico. Así, es preciso distinguir entre los quistes aracnoideos (fig. 11-18) y los meningoceles (fig. 11-19),
lesiones ambas que pueden aparecer asociadas a tumores
del nervio óptico, o bien acontecer de forma aislada, produciendo una pérdida gradual de la visión.
Figura 11-21. Compresión orbitaria, causante de pliegues
coroideos con edema papilar incipiente, consecutivos a la presencia de un tumor fibroso solitario situado inmediatamente
por detrás del globo ocular.
COMPRESIÓN INTRAORBITARIA
Los procesos patológicos que asientan en la órbita
producen una serie de síntomas y signos neuroftalmológicos en razón de su localización. Por lo común, en
las orbitopatías la afectación del nervio óptico es una
complicación casi siempre tardía con respecto al
exoftalmos y a las alteraciones motoras oculares. Las
lesiones expansivas intraorbitarias pueden causar una
compresión del nervio óptico con edema papilar
(fig. 11-20) y disminución visual, que a veces no se
manifiesta hasta que la lesión alcanza un gran tamaño.
Otros posibles mecanismos son la indentación del polo
posterior del globo ocular (fig. 11-21), con hipermetropía progresiva y la distensión transitoria del nervio
Tabla 11-5. Afecciones orbitarias causantes
de compresión del nervio óptico
• Enfermedades inflamatorias
Oftalmopatía asociada al tiroides
Inflamatorias específicas
Inflamatorias inespecíficas
• Celulitis orbitaria
• Neoplasias
Benignas
Malignas
Metastásicas
Rinosinusales
• Lesiones vasculares
• Lesiones óseas
252
Neuropatías ópticas: diagnóstico y tratamiento
Figura 11-22. TC orbitaria, corte coronal, en un caso de oftalmopatía asociada al tiroides, que demuestra un engrosamiento
marcado de los 4 músculos rectos a ambos lados con compresión secundaria de los nervios ópticos.
óptico, causante de pérdida visual en mirada excéntrica (47). De acuerdo con su patogenia se han clasificado
los mencionados procesos patológicos en cinco grupos
diferentes (tabla 11-5).
Enfermedades Inflamatorias
La oftalmopatía asociada al tiroides es la afección
orbitaria más frecuente del adulto y la que con mayor
frecuencia causa neuropatía óptica, aunque esta última se observa tan sólo en el 5-8% de los pacientes
con trastornos oculares por enfermedad de Graves (48).
El elemento más importante en su patogenia es el
hacinamiento de los músculos oculares extrínsecos a
nivel del vértice orbitario («crowded orbital apex síndrome») (fig. 11-22). El marcado aumento del volumen de los mismos en su tercio posterior ejerce un
efecto compresivo sobre el nervio óptico, si bien en
raras ocasiones el tamaño muscular es normal y el
mecanismo consiste en una distensión del nervio asociada a signos de congestión orbitaria (49). Esta afección se ha de sospechar cuando existe exoftalmos
moderado o severo, retracción palpebral, protrusión
de la glándula lagrimal, limitación de los movimientos oculares y aumento de la presión intraocular. La
pérdida visual es gradual y las alteraciones campimétricas son variables (escotoma central, agrandamiento
de la mancha ciega, contracción inferior o contracción generalizada). Los PEV, como indicador más
sensible de neuropatía incipiente, resultan de utilidad
para el diagnóstico precoz y para el seguimiento después del tratamiento (50). Las posibilidades de este
último son la inmunosupresión, la radioterapia a dosis
antinflamatorias, cuya eficacia ha sido recientemente
cuestionada en la oftalmopatía tiroidea (51), y la descompresión quirúrgica de la órbita, por su pared inferior, medial o lateral. La evolución, la intensidad de la
inflamación y el grado de exoftalmos son los criterios
más importantes para la elección del tratamiento adecuado en cada caso.
Otras afecciones orbitarias inflamatorias específicas son las que se asocian a las enfermedades sistémicas, que deben descartarse siempre ante variantes histológicas raras como la granulomatosa o la vasculítica
(Wegener, sarcoidosis, histiocitosis, etc) (fig. 11-20).
Las formas esclerosantes pueden ir acompañadas de
fibrosis retroperitoneal, mediastínica, tiroiditis de Riedel y paquimeningitis intracraneal (52). A su vez las
enfermedades orbitarias inflamatorias inespecíficas,
que reciben la denominación común de seudotumor
orbitario, son inflamaciones de la órbita sin enfermedad sistémica asociada, capaces de producir una neuropatía óptica cuando asientan en el vértice orbitario.
Según la anatomía patológica, la inflamación puede ser
de tipo crónico inespecífico, granulomatoso y, raramente, vasculítico o esclerosante, lo cual condiciona su
curso clínico. El síndrome de Tolosa-Hunt es una forma
de seudotumor inflamatorio localizado en la hendidura
esfenoidal o en el seno cavernoso que cursa con dolor
retroocular y oftalmoplejia, pudiendo involucrarse el
nervio óptico en razón de su proximidad. Las diferentes
formas de seudotumor orbitario responden de forma
eficaz a los corticoides, con la excepción de la variedad
esclerosante, que lo hace sólo en fases iniciales, por lo
que puede requerir el uso de inmunosupresores.
Celulitis Orbitaria
La celulitis bacteriana (53) es el proceso infeccioso
que afecta a la órbita con mayor frecuencia, aunque ésta
va disminuyendo con el tiempo debido al uso generalizado de los antibióticos. El origen se encuentra en un
foco infeccioso contiguo, como por ejemplo, sinusitis
frontal o maxilar (85% de las celulitis del adulto), e
infección preseptal (87% de las celulitis en los niños).
Cursa con edema palpebral severo, dolor intenso, exoftalmos, mal estado general, fiebre, oftalmoplejia y pér-
Capítulo 11.
dida visual asociada a edema papilar con fenómenos
obstructivos vasculares retinianos en el fondo ocular. El
tratamiento debe ser rápido y agresivo para preservar la
función visual y prevenir una complicación potencialmente mortal, la tromboflebitis séptica del seno cavernoso. Es necesario administrar antibióticos por vía endovenosa y practicar un drenaje de los senos paranasales,
así como del absceso orbitario, cuando lo hay. Para
explicar la lesión del nervio óptico se han postulado
diferentes mecanismos (54), como son compresión por
mucocele o piocele, aumento de presión intraorbitaria, y
tracción del nervio (55). Los microorganismos implicados
suelen ser cocos grampositivos y bacilos gramnegativos
(en menores de 5 años). Los pacientes inmunocomprometidos, diabéticos o con mal estado general pueden
padecer una variante muy agresiva de celulitis orbitaria
por hongos del género mucor, que cursa con arteritis
necrotizante. En este caso resulta de vital importancia el
tratamiento precoz con amfotericina B y la extirpación
quirúrgica de los tejidos necrosados.
Neoplasias
El nervio óptico puede verse comprometido por
lesiones tumorales, cuando asientan en el vértice orbitario, o si son suficientemente grandes para producir un
conflicto de espacio en la órbita media. Entre las neoplasias primarias benignas (fig. 11-21), que experimentan un crecimiento lento y se manifiestan por un exoftalmos progresivo, el hemangioma cavernoso es la
variedad más frecuente, seguido del neurilemoma. Las
Figura 11-23. TC orbitaria, corte coronal, de una variz orbitaria que ocupa casi por completo la órbita izquierda, causando
un desplazamiento y una compresión del nervio óptico.
Tumores, compresiones e infiltraciones del nervio óptico
253
neoplasias primarias malignas, como adenocistocarcinoma de la glándula lagrimal, hemangiopericitoma o
rabdomiosarcoma en los niños, crecen de manera rápida provocando dolor y una neuropatía óptica más precoz. Los tumores metastásicos (56) (tabla 11-2), tienen
su primario con mayor frecuencia en la mama o en la
próstata, tienden a invadir tanto la grasa orbitaria como
el hueso, y no suelen comprometer el nervio óptico.
Entre las neoplasias rinosinusales, las de estirpe epitelial son las que con mayor frecuencia invaden la órbita.
Lesiones Vasculares
Las lesiones orbitarias de naturaleza vascular (variz,
malformación arteriovenosa y linfangioma) pueden comprometer el nervio óptico por compresión, generalmente
a través de una hemorragia en el espacio intracónico. La
variz orbitaria cursa con episodios de exoftalmos y dolor
intermitente, que se exacerban con la maniobra de Valsalva, pudiendo llegar a trombosarse o sangrar (fig. 1123). Las anomalías arteriovenosas primarias son infrecuentes en la órbita y se presentan de manera aislada o
formando parte de un síndrome (Rendu-Osler-Weber,
Wyburn-Mason). El linfangioma, que es un hamartoma
Figura 11-24. TC órbito-craneal, cortes axial (A) y coronal (B),
de un meningioma en placa que crece desde el pterión derecho
hacia las 3 fosas (craneal media, temporal y órbita), produciendo
una compresión del contenido orbitario, incluido el nervio óptico.
254
Neuropatías ópticas: diagnóstico y tratamiento
Figura 11-25. RM cerebral, corte coronal T1 con gadolinio,
de un adenoma hipofisario con compresión del nervio óptico derecho, que muestra realce (cabeza de flecha negra), y
preservación del nervio óptico izquierdo (cabeza de flecha
blanca).
Figura 11-26. Campimetría computarizada de detección en
una compresión intracraneal del nervio óptico por un meningioma del plano esfenoidal. Defecto campimétrico altitudinal
(A) con atrofia óptica, inicialmente diagnosticado de neuropatía óptica isquémica y que se resolvió (B) tras la exéresis del
tumor. (Programa ST completo. Octopus Field Analyzer).
vascular caracterizado por su relativo aislamiento hemodinámico, puede causar episodios de exoftalmos agudo
en la infancia por sangrado de repetición.
quiasma óptico, se pueden poner de manifiesto por una
afectación de las mencionadas estructuras (fig. 11-25).
Dado que se trata de lesiones con amenaza, no sólo
visual, sino también vital, para el paciente, y susceptibles de tratamiento neuroquirúrgico, resulta de la
máxima importancia la detección precoz de sus síntomas y signos.
Lesiones Óseas
Existen algunos procesos originados en las paredes
de la órbita capaces de producir una neuropatía óptica
compresiva. La afectación de los huesos de la órbita
por la displasia fibrosa es más frecuente en su forma
monostótica, y si el canal óptico está estrechado se produce una compresión nerviosa (57). La osteopetrosis es
una causa rara de compresión del nervio óptico en su
porción intracanalicular. Por su parte, los meningiomas
ubicados en localizaciones como ala menor y mayor
del esfenoides (fig. 11-24) pueden comprimir al nervio
óptico, provocando un lento deterioro visual. Finalmente, la asociación de una pérdida visual con un exoftalmos pulsátil constituye una evidencia a favor de una
compresión orbitaria por parte de un encefalocele consecutivo a un defecto óseo en el suelo de la fosa craneal anterior (58).
COMPRESIÓN INTRACRANEAL
Los procesos expansivos situados a nivel de la fosa
craneal media, en la proximidad del nervio óptico o del
Características Clínicas
Tal y como fue definido por Knight (59), el síndrome
de la compresión incipiente del nervio óptico incluye
enturbiamiento visual, disminución mínima de la
agudeza, defecto pupilar aferente, afectación de la
percepción cromática y fondo ocular normal. Una
excepción la constituyen las neuropatías ópticas compresivas de la infancia, ya que el déficit visual muchas
veces no es referido por el paciente, siendo los motivos
habituales de consulta las cefaleas, el estupor y el retraso del crecimiento (60).
Por lo que se refiere a los campos visuales, las alteraciones producidas en los procesos unilaterales que
comprimen al nervio óptico son poco específicas. Así,
es posible constatar cualquiera de las variedades conocidas (ver capítulo 3), sobre todo escotomas centrocecales y contracción concéntrica (61), aunque también
defectos altitudinales, generalmente irregulares, o arciformes (fig. 11-26). Cuando se afecta la porción más
Capítulo 11.
Tumores, compresiones e infiltraciones del nervio óptico
255
Tabla 11-6. Afecciones intracraneales causantes
de compresión del nervio óptico
Figura 11-27. Variante de atrofia óptica consecutiva a una
lesión compresiva de la cintilla óptica derecha. La palidez del
sector temporal del disco óptico derecho (A) contrasta con la
palidez sectorial en banda del disco óptico izquierdo (B).
posterior del nervio óptico aparecen los defectos
hemianópsicos temporales (62) y los escotomas juncionales. A su vez, las neuropatías ópticas compresivas
bilaterales se caracterizan sobre todo por los patrones
campimétricos bitemporales de afectación quiasmática, aunque es posible observar también defectos binasales, así como centrales o altitudinales bilaterales (ver
capítulo 5).
En las compresiones intracraneales del nervio óptico lo más frecuente es observar un fondo ocular normal que, conforme avanza el proceso, evoluciona hacia
una palidez del disco, acompañada a veces de un
aumento de la excavación papilar (3). La afectación del
nervio óptico causada por una compresión debe ser
diferenciada de otras entidades, como el glaucoma crónico y la NOIA. En el primer caso, la naturaleza compresiva y no glaucomatosa de una atrofia óptica con
excavación se debe sospechar sobre todo si el paciente
es joven y en casos con defectos campimétricos de alineación vertical (63) (ver capítulo 5). En cuanto al
segundo caso, el diagnóstico de una NOIA en la fase
atrófica requiere casi siempre estudios neurorradiológicos para descartar una lesión compresiva, aun en presencia de defectos altitudinales típicos en el campo
visual (64) (fig. 11-25).
Una variante oftalmoscópica de la neuropatía óptica compresiva es el síndrome de Foster Kennedy,
caracterizado por papiledema en un ojo y atrofia óptica en el otro ojo (ver capítulo 8). La explicación clásica para dicho síndrome es la hipertensión intracraneal
(HTI) y la compresión directa de un nervio óptico cau-
• Neoplasias:
Adenomas hipofisarios
Craniofaringiomas
Meningiomas
Ependimomas
Carcinomas nasofaríngeos
Neoplasias hematopoyéticas
• Lesiones vasculares:
Aneurismas
Malformaciones arteriovenosas
Dolicoectasia arterial
• Enfermedades inflamatorias:
Mucoceles
Paquimeningitis
• Lesiones óseas:
Osteopetrosis
Craneostenosis
• Otras:
Hidrocefalia
Quistes aracnoideos
sadas por un tumor de localización subfrontal. Otra
variante, consecutiva a procesos compresivos de situación posterior con respecto al nervio óptico, es la denominada atrofia óptica «en banda» (fig. 11-27). Consiste en una franja horizontal central pálida, que respeta
los polos superior e inferior del disco óptico, y es el
tipo de atrofia retrógrada que producen las afecciones
quiasmáticas de forma bilateral y las lesiones de la cintilla óptica en el nervio óptico contralateral. Su explicación radica en que los axones procedentes de las
hemirretinas nasal y temporal tienen una distribución
diferente a nivel del disco óptico (65) (ver capítulo 2).
Finalmente, se ha descrito en niños la asociación de
anomalías papilares (hipoplasia, disco oblícuo) con
lesiones compresivas intracraneales congénitas (66) (ver
capítulo 6).
Procesos Patológicos Causales
La TC y la RM, con contraste, permiten en la
actualidad diagnosticar la mayor parte de los procesos
patológicos que producen una compresión unilateral
o bilateral del nervio óptico en su segmento prequiasmático (tabla 11-6). Mediante estas técnicas ha sido
256
Neuropatías ópticas: diagnóstico y tratamiento
Figura 11-28. Neuropatía óptica infiltrativa unilateral, manifestada por una elevación amarillenta del disco óptico consecutiva a una metástasis en el disco óptico a partir de un leiomiosarcoma de la vejiga urinaria. (Caso del Dr. R. Font. Texas).
posible identificar afecciones causales (2), tales como
adenomas hipofisarios (67), meningiomas (68), del
tubérculo selar, del ala menor del esfenoides e intracanaliculares, craniofaringiomas (69), ependimomas,
carcinomas nasofaríngeos (70), aneurismas (71), procesos inflamatorios (mucoceles (72), paquimeningitis),
enfermedades óseas (osteopetrosis, craneostenosis),
hidrocefalia (73) angiomatosis encéfalotrigeminal de
Sturge-Weber (74) y dolicoectasia arterial, entre otras.
En cuanto a los aneurismas, es preciso subrayar que
cuando son de localización intracavernosa y causan
pérdida visual siempre producen además oftalmoplejía. Con respecto a la dolicoectasia de la carótida
interna, en neuropatías ópticas crónicas de origen
desconocido, la RM puede revelar una disminución
de la distancia entre el nervio óptico y la citada arteria, sugestiva de un mecanismo compresivo por parte
de la misma (75).
Todos los procesos mencionados suelen producir
una pérdida gradual y progresiva de la visión cuando
afectan al nervio óptico, pero existen también casos de
neuropatía óptica aguda consecutivos a lesiones compresivas. Entre éstas, las más importantes son la hemorragia en el seno de un adenoma de la hipófisis (apoplejía hipofisaria) (67) y los aneurismas sangrantes en el
territorio de la arteria comunicante anterior (71). Existen
finalmente mecanismos yatrógenos capaces de ejercer
un efecto compresivo sobre el nervio óptico. Es el caso
de la compresión brusca ejercida por los injertos de
grasa utilizados tras la hipofisectomía transesfenoidal (76), o de la compresión gradual inducida por las
envolturas de muselina, antaño empleadas en el tratamiento de los aneurismas intracraneales (77).
Tanto en los adenomas hipofisarios como en otros
procesos compresivos es posible obtener una mejoría
visual cuando son tratados con corticoides por una presunta «neuritis óptica» (78). Por otro lado, la descompresión de los nervios ópticos, mediante cirugía u otra
modalidad terapéutica, puede ir seguida de una recuperación de la visión, sobre todo si la pérdida de la misma
ha sido reciente y si no se observa palidez papilar en el
fondo ocular. Los experimentos de Clifford-Jones, que
demostraron fenómenos de desmielinización y de posterior remielinización en respuesta a la compresión
crónica del nervio óptico, aportaron un sustrato anatomopatológico para la interpretación de la mencionada
recuperación visual (79).
LESIONES METASTÁSICAS
Y PARANEOPLÁSICAS
Figura 11-29. Neuropatía óptica infiltrativa (bilateral), caracterizada por una protrusión blanquecina en el centro de la
papila asociada a obstrucción de la arteria y vena centrales de
la retina en un paciente HIV positivo, que tenía un linfoma B de
célula grande con afectación del SNC.
El nervio óptico se afecta también en ocasiones a
consecuencia de neoplasias situadas a distancia,
pudiendo ser los mecanismos implicados de naturaleza
metastásica o bien paraneoplásica. Son más frecuentes
las metástasis, en el curso de las cuales el proceso patológico alcanza al propio nervio o a la meninge que lo
rodea por diseminación hematógena (tabla 11-2). Sus
variedades más importantes son las afecciones linforreticulares malignas, en especial leucemias y linfo-
Capítulo 11.
mas, los tumores sólidos metastásicos y la carcinomatosis meníngea.
A excepción de las leucemias, más habituales en
los niños, estas afecciones son propias de las edades
avanzadas. Los procesos linforreticulares y los tumores sólidos, que afectan a la sustancia del nervio óptico (tabla 11-1), cursan casi siempre con una pérdida
de la visión unilateral, indolora, con mayor frecuencia
aguda que gradual, y de curso inexorable. Cuando la
infiltración asienta en la región prelaminar del nervio,
el fondo ocular muestra una masa que protruye desde
la papila (fig. 11-28) y se puede acompañar de fenómenos de obstrucción vascular (fig. 11-29). Si la
lesión está situada en la región retrolaminar, se observa un edema papilar con signos congestivos. Por último, si el proceso es de localización retrobulbar se
constata una evolución directa hacia la atrofia óptica.
En todas estas afecciones la neuropatía óptica suele
afectar a pacientes previamente diagnosticados de
neoplasia, que puede incluso hallarse en fase de remisión, pero ocasionalmente la pérdida visual sobreviene como manifestación inicial de la misma. La confirmación del diagnóstico se procurará obtener a través
de los hallazgos característicos presentes en la RM
(ver capítulo 4), así como por la demostración de células malignas en el LCR.
Leucemias
El nervio óptico es infiltrado en el curso del 13%
de los procesos leucémicos (14), siendo casi el 90% de
éstos pacientes afectos de variantes mieloblásticas o
linfoblásticas agudas (80,81), aunque existen también
descripciones en las formas crónicas (82). Todos estos
casos suelen cursar con una afectación de la médula
ósea o del SNC, asociadas a la neuropatía óptica, pero
en ocasiones la infiltración del nervio puede ser la primera manifestación de una recidiva leucémica. Hay
que diferenciar la infiltración papilar (83), de otras causas de elevación del disco óptico en la leucemia, tales
como papiledema por infiltración o hemorragia cerebral, HTI por corticoides, neurorretinopatía por anemia o infección oportunista. El tratamiento de la infiltración leucémica del nervio óptico consiste en
radioterapia sobre la lesión y quimioterapia intratecal (80), con posibilidades de conseguir una recuperación visual.
Tumores, compresiones e infiltraciones del nervio óptico
257
Linfomas
Entre las diferentes variedades de linfomas (2), la
afectación del nervio óptico se observa en el 0,5% de
los no hodgkinianos, mientras que su incidencia es
menor en los casos de la enfermedad de Hodgkin (84).
Dentro del primer grupo, el linfoma difuso de célula
grande es el que tiene mayor repercusión oftalmológica y se presenta bajo tres formas clínicas, a saber,
como forma sistémica, como linfoma del SNC y como
forma intraocular aislada. El linfoma del SNC se ha
hecho más frecuente desde la aparición del SIDA, y se
suele manifestar a nivel ocular (85) por una uveítis bilateral difusa. En cambio, su tendencia a afectar al nervio óptico (fig. 11-29) es menor que la que posee el linfoma sistémico (86). En algunos de estos casos ha sido
posible diagnosticar la lesión, respectivamente,
mediante una vitrectomía o una biopsia del nervio óptico (87), y los tratamientos, tanto corticoideo como
radioterápico y quimioterápico tiene a veces un efecto
favorable transitorio sobre la visión (85).
La pérdida visual en pacientes afectos de leucemia
o linfoma puede deberse a infecciones oportunistas del
SNC, incluidos criptococosis, toxoplasmosis o herpes
zóster, y son además posibles implicados agentes quimioterápicos como la vincristina. Algunos procesos
patológicos, como el mieloma múltiple y otras afecciones linforreticulares (88), son posibles causas de neuropatía óptica, también por un mecanismo infiltrativo.
Tumores Sólidos
La invasión del nervio óptico constituye tan sólo un
4% de los casos de metástasis ocular por tumores sólidos, y un 33% de las veces dicha invasión se produce
por vía hematógena (89) (fig. 11-28). La afectación del
nervio óptico por metástasis es, sin embargo, más frecuente desde la coroides adyacente (39%), y menos frecuente a través de una carcinomatosis meníngea (20%)
(ver párrafo siguiente), o desde la órbita (8%). En el primero de los casos, las localizaciones más habituales del
carcinoma primario son la mama y el pulmón, siendo
posibles otras como el estómago, el páncreas, la piel, el
útero, el ovario, etc (90). Las metástasis son con mayor
frecuencia unilaterales que bilaterales y el diagnóstico
diferencial debemos hacerlo con el granuloma sarcoideo, el hemangioma papilar y la neuritis óptica. En estos
258
Neuropatías ópticas: diagnóstico y tratamiento
Figura 11-30. Carcinomatosis meníngea por metástasis a partir de un adenocarcinoma de mama. (A) Papiledema por HTI,
sin afectación visual, en el OD. (B) Fondo ocular normal con
pérdida de la visión, debidos a la invasión tumoral del nervio
óptico, en el OI. (C) Evolución posterior en este último hacia la
atrofia óptica.
Figura 11-31. Histopatología de una neuropatía óptica carcinomatosa. Sección transversal que muestra una extensa invasión de las meninges del nervio óptico por células neoplásicas,
que infiltran los haces de fibras nerviosas por la piamadre y llegan a destruir la duramadre, en su porción superior derecha
(Caso del Dr. A. Henríquez. Barcelona).
pacientes, cuando han perdido visión, es posible obtener
una respuesta favorable a la radioterapia externa fraccionada, en combinación (91) o no (92) con la quimioterapia del cáncer sistémico. No obstante, el tiempo medio
de supervivencia después del diagnóstico de una metástasis en el nervio óptico es de 13 meses.
diagnóstica que caracteriza a la neuropatía óptica
carcinomatosa, consiste en cefalea intensa, ceguera
bilateral, reflejos pupilares abolidos y papilas de
aspecto normal (95). La patogenia de la pérdida visual
reside en una compresión por las células tumorales que
circundan al nervio óptico (fig. 11-31), en la HTI o en
una infiltración del propio nervio (96). El diagnóstico
resulta difícil, ya que los hallazgos en la RM no siempre son concluyentes y la demostración de células neoplásicas en LCR requiere a veces punciones lumbares
repetidas (93). En cuanto al tratamiento, algunos casos
responden con una mejoría visual transitoria a radioterapia y quimioterapia intratecal combinadas (94). A
pesar de ello, la supervivencia de los pacientes una vez
que se ha diagnosticado este proceso raras veces sobrepasa el año.
Carcinomatosis Meníngea
Otra neuropatía óptica de origen metastásico es la
que se produce en el curso de la infiltración carcinomatosa difusa de las leptomeninges que envuelven al
SNC, habiéndose estimado su incidencia en un 20% de
los casos de la mencionada afección (89). Las neoplasias
primarias más frecuentes son los carcinomas del pulmón (93), seguidos de los de la mama, el útero o el ovario, los linfomas hodgkinianos o no hodgkinianos y los
melanomas malignos.
La carcinomatosis meníngea se traduce clínicamente por una afectación de los nervios craneales y del
tronco del encéfalo a nivel basal, por una elevación de
la presión intracraneal y por una encefalopatía difusa (94). La pérdida visual en estos casos es bilateral,
simultánea o secuencial, habitualmente rápida y con
evolución hacia la amaurosis. El fondo ocular puede
mostrar un papiledema bilateral o unilateral (fig. 1130), o bien una ausencia del mismo, aun a pesar de que
exista HTI. Según definió McFadzean, la tétrada
Neuropatía Óptica Paraneoplásica
En ocasiones, los procesos neoplásicos son causa de
disfuncion neurológica o visual, no por invasión tumoral
directa, sino a través de un denominado «efecto remoto»,
previo o posterior a la identificación del cáncer. Los síndromes paraneoplásicos son de patogenia desconocida,
aunque se caracterizan por la demostración de autoanticuerpos circulantes en respuesta a antígenos de las células tumorales. Dichos anticuerpos reaccionan de forma
cruzada frente a antígenos de las neuronas y de los oli-
Capítulo 11.
godendrocitos, y su presencia condiciona un crecimiento
tumoral menos agresivo, así como una menor tendencia
a las metástasis.
La afectación del nervio óptico, mucho menos frecuente que la del SNC o la de la retina (ver capítulo 5),
ha sido descrita en casos de diversos carcinomas,
sobre todo pulmonares, y de linfomas. Desde el punto
de vista clínico se presenta por una pérdida visual
indolora unilateral o bilateral, casi siempre aguda y
progresiva, con edema papilar o sin él. Es constante la
asociación de otros síntomas y signos neurológicos,
como diplopia, nistagmo, vértigo, ataxia o hipostesia.
El diagnóstico se basa en la demostración de un
aumento de proteínas y de linfocitos en el LCR, además de la presencia en sangre de autoanticuerpos frente a antígenos presentes en el nervio óptico, la retina y
el cerebelo (97). La lesión anatomopatológica característica del nervio óptico consiste en una desmielinización masiva (98), sin evidencia de metástasis y con
indemnidad de los fotorreceptores retinianos, que se
asocia a un proceso de encefalomielitis a nivel del
SNC. La neuropatía óptica paraneoplásica puede mejorar en respuesta al tratamiento específico de la neoplasia, o también con la corticoterapia (99).
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