Mundo islámico

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EL ISLAM ** RELIGIÓN **
Mahoma: el predicador de Islam.
Mahoma, el anunciador del Islam, se cuenta entre los personajes más importantes de la historia. Los no
musulmanes no discuten su grandeza religiosa y política; pero defienden concepciones muy distintas en la
interpretación de su personalidad, de los fundamentos de sus instituciones religiosas y de su forma de dirigir a
los hombres.
A los ojos de los musulmanes, Mahoma es el gran profeta, enviado por Dios, para anunciar a los hombres la
revelación definitiva y las disposiciones de su voluntad soberana. Para los creyentes, Mahoma constituye el
modelo de la perfecta obediencia de fe, tal y como el Corán la exige a los hombres.
Para una mejor comprensión de la figura de este profeta y de las formas de su mensaje, presento a
continuación una panorámica de la situación religiosa y social de Arabia en el tiempo de su aparición. De este
modo clarificaremos los motivos de su reacción contra la forma de vida y los vicios de su ambiente, así como
las conexiones de su mensaje con otras corrientes religiosas existentes en Arabia, y podremos percibir mejor
su originalidad frente a las otras religiones.
1.− Arabia en tiempos de Mahoma
En la segunda mitad del siglo VI, la población de la península arábiga estaba constituida por tribus dispersas
por el desierto o por grandes familias sedentarias en unas pocas ciudades y centros comerciales.
Entre los nómadas la unidad social era la tribu. La tribu no era simplemente la suma de las distintas grandes
familias, que llevaban una vida independiente entre sí. Las familicas extensas permanecían fuertemente unidas
por su parentesco de sangre, y la conciencia viva de esa pertenencia común hacía que cada miembro de la
tribu asumiera con gran rigor la totalidad de sus obligaciones respecto de los otros miembros. La tribu era el
hogar que, además de imponer unas obligaciones a cada uno, le proporcionaba protección y promoción.
Pero la vinculación de una tribu podía surgir también sobre la base de una confederación. Los confederados
asumían unas obligaciones recíprocas, entre las cuales la más importante era el mutuo apoyo contra los
enemigos de fuera.
La organización de la tribu veía en la posición del jeque o caudillo el símbolo de la unidad tribal. Además del
jeque, cada tribu poseía su poeta, su orador, su adivino. Al lado del jeque están los varones que son los
defensores de la tribu y los protectores de sus propiedades y derechos. Tienen la facultad de deliberar entre sí
y con el jeque sobre los diversos asuntos de la tribu y de tomar las decisiones necesarias. Queda así patente
que la autoridad en la tribu no es asunto exclusivo del jeque, sino competencias de la asamblea consultiva de
todos los varones de la tribu.
La posición del jeque comporta más deberes que derechos. Representa a la tribu y en su nombre recibe y
agasaja a los huéspedes y ampara a los pobres.
Las relaciones de las tribus entre sí estaban condicionadas por su parentesco y sus necesidades económicas.
Los árabes basaban su subsistencia en la cría de ganado, por lo que en las distintas estaciones del año debían
cambiar de residencia para conducir los rebaños a nuevos pastos.
En las ciudades, sin embargo, se habían formado mercados y centros comerciales. El más famoso de tales
centros era La Meca, ciudad emporio entre Siria al norte y Yemen al sur.
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Fuera de los oasis del norte y del sur, las tribus no hallaban alimento suficiente para sí y para sus ganados. Y
así, estaban siempre expuestas al peligro de ser víctimas de la sequía y de perecer de hambre con sus rebaños.
Esa necesidad forzaba a veces a las familias pobres a exponer las niñas recién nacidas o a enterrarlas vivas. A
fin de incrementar, o al menos asegurar, las propias reservas de carne y alimentos, los guerreros de las tribus
emprendían de continuo algaras (ataques) contra las caravanas o contra las tribus próximas no emparentadas.
Era una forma de la lucha por la vida ; quienes lograban imponerse, podían escapar al peligro de morir de
hambre, en tanto que otros sucumbían precisamente a este peligro.
Esta situación hacía que la vida en el desierto estuviera llena de peligros. Fuera del territorio bien guardado de
la propia tribu, el árabe era en el desierto presa fácil de ladrones y salteadores. Podía incluso pagar con su vida
el delito de sangre de su tribu contra otra tribu.
Algunas instituciones ofrecían una cierta protección contra tales peligros. El derecho de asilo en algún
santuario respetado por todos aseguraba la inviolabilidad de los fugitivos mientras se mantuvieran dentro del
recinto sagrado. Pero no sólo los lugares santos garantizaban protección, sino que existían también tiempos
sagrados. En los meses santos no se podía combatir ni tomar venganza de sangre. Esta institución posibilitaba
a los miembros de tribus diferentes y hasta enemistadas acudir a los mercados anuales, y a los moradores de
las ciudades enviar sus caravanas comerciales al norte o al sur, sin que hubieran de temer asaltos ni
expoliaciones. La hospitalidad aseguraba también al huésped no sólo buena acogida, alimentación y techo en
una tribu o en una familia, sino que significaba además la protección del forastero durante el tiempo que
permaneciera en la tierra de la tribu.
De la visita casual y momentánea, esa relación se ensanchaba hasta crear unos lazos duraderos. Personas
particulares o familias enteras que por una y otra razón no podían ayudarse por sí mismas, tenían la
posibilidad de ponerse bajo la protección de un hombre o de un clan, si éstos se hallaban dispuestos, y desde
ese momento se estaba a salvo de molestias. Esa relación se establecía con la solemne promesa del protector.
Y sólo se rompía cuando el protegido renunciaba expresamente a dicha protección.
En tiempos de Mahoma los primitivos árabes veneraban lo divino en las cosas y objetos de la naturaleza,
especialmente en las piedras de forma extraordinaria, de las que algunas tenían figura humana o habían sido
talladas como estatuas. Entre los diversos santuarios el árabe otorgaba un puesto especial a la Kaaba de La
Meca. En un ángulo del santuario se encuentra la famosa piedra negra, que los musulmanes veneran todavía
hoy. Como los otros santuarios, La Kaaba fue de modo especial lugar de refugio y asilo para quienes buscaban
protección. Su recinto era tabú e inviolable. Los árabes peregrinaban anualmente a este lugar, con tanto mayor
celo cuanto que allí se celebraban mercados y ferias anuales. Los guardianes de los lugares santos de La Meca
tenían en las peregrinaciones un pingüe negocio, que cada vez exigía más cuidados y esfuerzos mayores de la
propia tribu de Mahoma y dejaba cada vez menos espacio a la religión profunda.
En la Kaaba se veneraban diversas divinidades, y especialmente tres diosas mencionadas en el Corán: la diosa
del destino Mana, la poderosa Al−Uzza y la diosa por antonomasia Al−Lat.
En la cima del panteón árabe estaba el Dios supremo, cuya designación Allah, Alá, significaba simplemente
Dios. Alá era el creador del mundo y del hombre, Señor de la vida y de la muerte, que como providencia cuida
de sus criaturas. Como los dioses supremos de otras religiones, Alá quedaba muy lejos e intervenía cada vez
menos en la vida cotidiana de los árabes. Sólo en las grandes tribulaciones, cuando aperas se podía esperar
ayuda alguna de los dioses subordinados se le invocaba directamente; por ejemplo, en los naufragios, para
reforzar algunos juramentos singularmente importantes, en la observación de ciertas prescripciones tabúes y
en los sacrificios de los primogénitos. Su soberanía y señorío absolutos los expresa el título que le daban los
árabes: Señor de la Kaaba.
Una figura interesante de ese politeísmo era la del vidente, llamado kahin.
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Gracias a la estrecha unión con su espíritu protector, el vidente posee la facultad de prever y predecir
acontecimientos ocultos y futuros. El espíritu protector acompaña al vidente, habla a través de él y bajo
distintas formas permite rastrear su proximidad.
Lo que el kahim ve lo proclama en sentencias breves y rítmicas que a menudo forman pareados. O utiliza un
zumbido misterioso para dar a conocer la acción de su espíritu protector. Los oráculos del vidente no siempre
resultan equívocos, porque los secretos del futuro tampoco a él se le revelan siempre con claridad; de ahí que
también utilice un lenguaje simbólico y ambiguo. Refrenda sus sentencias con juramentos extraordinarios,
muestras de los cuales se leen en el propio Coran, al comienzo por ejemplo de las suras siguientes: 77 79, 85
86, 89 91, 92 93, 95 100.
El vidente ha de desempeñar un papel importante en la vida de la tribu. Se le consulta antes de cualquier
empresa grave y ha de intentar exponer los sucesos y sueños misteriosos. También interviene en los asuntos
privados: actúa de juez de paz y emite su arbitraje en las disputas. Su juicio se recibe como una decisión
divina.
Aun cuando Mahoma se opuso a que le considerasen como tal, lo cierto es que su presentación recuerda de
forma singular la d un vidente, al menos y de modo muy específico en el primer período de su predicación en
La Meca.
Los hanifes son buscadores de Dios independientes, que no estaban satisfechos con el politeísmo de la antigua
Arabia y se apartaron de la idolatría para buscar al único Dios verdadero. Aun cuando tributaban respeto y alta
estima al judaísmo y al cristianismo, no se sentían obligados a convertirse a ninguna de estas dos religiones.
Al modo de los monjes cristianos, los hanifes buscaban a Dios en la soledad del desierto y mediante diversas
prácticas religiosas.
La tradición islámica habla de un pariente de Mahoma, llamado Waraqa Ibm Nawfal, que pertenecía a tales
hanifes y que pudo haber ejercido una gran influencia en el desarrollo espiritual del profeta islámico.
De hecho, en su presentación y en algunos puntos de su mensaje, Mahoma es como uno de esos buscadores de
Dios. Sus contactos con judíos y cristianos están claramente testificados en el Corán, mas nunca encontró el
acceso auténtico al judaísmo ni al cristianismo como para sentirse seguidor de alguna de esas religiones
monoteístas. Fue siempre un monoteísta independiente, que no intentó ocultar sus simpatías hacia ambas
religiones pese a sus enfrentamientos con los respectivos seguidores, sino que a menudo las confiesa
abiertamente. Y así proclamó padre de todos los creyentes a Abraham, al que el Corán designa como el primer
Hanif.
En la península arábiga había colonias judías, que gracias a su poder económico, tuvieron una influencia
política cada vez mayor. Se encontraban principalmente en el Yemen y en Jaybar. Lo que más impresionaba
del judaísmo a los honrados buscadores de Dios era su severo monoteísmo, su moral rígida y su sencillo culto
divino. El propio Mahoma reconoció esas ventajas de judaísmo y procuró incorporarlas a su mensaje. El
Corán reconoce la Tora como la ley que Dios reveló a los judíos y que proclamó por medio de Moisés.
También el cristianismo impresionó vivamente a los árabes. No se sabe con seguridad si en La Meca vivían
comunidades cristianas organizadas. Pero sí que es segura la existencia en La Meca de esclavos, artesanos y
mercaderes cristianos. También existían relaciones con las comunidades cristianas del Yemen y con los
abisinios cristianos.
Sin embargo, el conocimiento del cristianismo seguía siendo superficial, transmitido por cristianos poco
versados en la doctrina y por contactos fugaces con las comunidades cristianas del norte y sur de Arabia.
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2.− Biografía de Mahoma
Partiendo de los datos de la tradición islámica sobre Mahoma, su vida y su predicación, resulta muy difícil
separar los hechos históricos de las creencias legendarias. En efecto, el Corán, que puede considerarse como
fuente auténtica sobre Mahoma y su mensaje, se muestra muy reservado sobre las circunstancias de la vida del
profeta, especialmente acerca del período anterior a su primera aparición pública.
Mahoma nació alrededor del año 570 de la era cristiana en La Meca, al oeste de Arabia central. Su padre se
llamaba `Abd Allah, y procedía del clan de los hasimíes, una rama de la tribu coraixí. Poca antes o después de
su nacimiento, Mahoma perdió a su progenitor, de modo que fue su madre Amina la que hubo de cuidar de él.
Según la costumbre coetánea, el muchacho fue confiado a la solicitud de una mujer beduína, a fin de que
pudiera aprender así las costumbres y usos auténticos de los beduinos junto con el manejo correcto y bello de
la lengua árabe. A los 6 años fue devuelto a su madre Amina, que por entonces abandonó La Meca y fue a
vivir con sus parientes a Yatrib (después llamada Medina). En el camino de regreso murió Amina, y entonces
el niñó quedó bajo los cuidados de su abuelo. Al morir también éste, fue Abu Talib quien se hizo cargo de su
sobrino. Según la tradición, el tío lo cuidó cual si fuera su propio hijo. Junto con otros muchachos de la
familia, al joven Mahoma se le encargó el pastoreo de los rebaños en el desierto.
Cuando Mahoma tenía alrededor de 25 años ofreció, por consejo de su tío, sus servicios de conductor de
caravanas a una viuda rica, llamada Jadicha. De sus viajes a Siria no sólo obtuvo grandes ganancias, sino
también algunos conocimientos del judaísmo y del cristianismo. Ganada por los éxitos del joven conductor de
caravanas, Jadicha dio a entender a Mahoma que no rechazaría una petición de matrimonio. Es verdad que la
viuda era quince años mayor que él, pero ambos se entendían tan bien y se querían con un sentimiento tan
profundo que formaron un feliz matrimonio. Mientras Jadicha vivió, Mahoma no desposó a ninguna otra
mujer. De ella tuvo sus únicos hijos, de los que sólo sobrevivió Fátima, que casó con quien luego sería el
califa Alí, convirtiéndose así en el tronco materno de todos los descendientes del profeta. El matrimonio con
Jadicha representó además para Mahoma un gran ascenso social, al tiempo que un estímulo singularmente
eficaz. El Corán recuerda al profeta en esa encrucijada de su vida:
S 93, 7.9:
¿No te encontró (tu señor) huérfano y te dio un refugio?
.. ¿No te encontró pobre y te enriqueció?
Su prestigio social creció hasta el punto de que cuando surgían disputas se le rogaba que interviniera para
decidir y pronunciar un veredicto.
Según la tradición islámica, tenía Mahoma cerca de cuarenta años cuando vivió unos acontecimientos que
constituyeron el inicio de su misión profética. Mahoma era un hombre profundamente religioso. Las
impresiones y conocimientos que había obtenido en sus contactos con judíos, cristianos y demás buscadores
de Dios le llevaron a preguntarse cada vez con mayor frecuencia por el valor religioso y el sentido de la vida
en la sociedad mequita. Ello le empujó a la soledad. A imitación de los monjes cristianos, se entregó a las
prácticas religiosas en los alrededores de La Meca, particularmente en la cueva de Jira'am o monte de la luz.
Un día experimentó lo que el Corán y la tradición islámica designan como su vocación de profeta. Los datos
tradicionales difieren en muchos detalles, pero subrayan el hecho de esa vivencia y la influencia profunda que
ejerció a lo largo de la vida de Mahoma.
Elementos tradicionales y versículos del Corán la describen así:
Cuenta el profeta a este respecto: Dormía cuando (Gabriel) me trajo un paño de seda con un libro. Me dijo:
¡Lee! Yo le dije: ¡No leo!. Entonces me sofocaba con el libro de tal modo que pensé que iba a morir. En
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seguida me soltó y repitió: ¡Lee!. Yo repliqué otra vez: ¡No leo! Y de nuevo me sofocaba, creyendo yo que
iba a morir. Me soltó y volvió a decirme: ¡Lee! Yo le respondí de nuevo: ¡No leo! Y una vez más me ahogaba
hasta pensar que iba a morir. Me soltó y me repitió: ¡Lee! Yo le dije: ¿Qué debo leer? Sólo para evitar que
volviera a hacerme una vez más lo que hasta entonces me había hecho
A la pregunta: ¿qué debo leer?, respondió Gabriel:
¡ Predica en el nombre de tu Señor, el que te ha creado!
Ha creado al hombre de un coágulo.
¡Predica! Tu Señor es dadivoso
que ha enseñado a escribir con el cálamo,
ha enseñado al hombre lo que no sabía. (S 96,1−5)
Mahoma continúa su relato sobre la primera revelación:
Y así leí esas (palabras) y Gabriel me dejó. Al despertar me pareció que aquellas palabras habían quedado
grabadas en mi corazón. Salí de la gruta y, mientras estaba de pie en el monte, oí una voz del cielo que me
llamaba y decía: ¡Mahoma! Tú eres el enviado de Dios y yo soy Gabriel. Levanté la cabeza y vi a Gabriel. Era
un hombre con alas, tenía los pies apoyados en el horizonte y pregonaba: ¡Mahoma! Tu eres el enviado de
Dios y yo Gabriel. Quedé inmóvil observándolo, sin poder avanzar ni retroceder. Aparté la vista de él, pero en
cualquier dirección en que miraba al horizonte, le veía con el mismo aspecto. Y así permanecí en pie sin
abandonar el lugar ( citado según el Corán, Vernet, p. 672−673 )
Mahoma quedó impresionado con aquella vivencia, sin saber qué significaba y temiéndo ser juguete de
poderes maléficos recurrió al consejo de su mujer y sus amigos. Estos opinaron que si aquello era verdad,
Mahoma era el profeta de su pueblo. Aun así, Mahoma no quedó tranquilo y anduvo buscando confirmación
de su vivencia, es decir, una explicación de los sucesos refrendada por Dios. Durante algún tiempo padeció
angustias y tribulaciones en espera de una nueva señal. Una vez confirmada su vocación, Mahoma obtuvo de
una manera regular las revelaciones que él comunicaba a sus seguidores. Los primeros creyentes de la
primitiva comunidad islámica fueron Jadicha, el buscador de Dios Waraga Ibn Nawfal, el primo e hijo
adoptivo de Mahoma (Alí ) y sobre todo, un influyente comerciante en paños, Abu Bakr, que llegó a ser el
primer califa después de muerto el profeta.
Afianzado en su convicción de ser realmente enviado por Dios, Mahoma compareció en público en La Meca
(año 610). Con apasionadas exhortaciones procuró llamar la atención de los hombres sobre el juicio inminente
del Dios único y todopoderoso. Los terrores de la hora, que a él le parecía inmediata, le indujeron a conjurar a
sus coetáneos a que abandonasen su indiferencia y ciega conducta convirtiéndose al Dios único, que tiene
poder sobre la vida y la muerte y el único que emitirá la sentencia definitiva.
En su mensaje profético, sin embargo, Mahoma no era sólo el predicador que llamaba la atención sobre el
juicio inminente y luchaba contra los vicios de la sociedad al estilo de un reformador social, era también el
profeta del Dios único y el predicador del monoteísmo. Su experiencia de la omnipotencia ilimitada de Dios y
su convicción de la trascendencia divina van cobrando cada vez mayor hondura y firmeza.
Las llamadas apremiantes de Mahoma, sus exhortaciones fustigadoras, su confesión inequívoca de un
monoteísmo que podía aniquilar a los dioses del santuario de la Kaaba, provocaron una resistencia enconada
entre los mequíes que se sentían atacados. La resistencia adquirió forma de persecución. Se adoptaron severas
medidas contra él y sus seguidores. Fueron desterrados a un valle, fuera de la ciudad, y se les trató como a
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parias. Algunos hasta encontraron la muerte. Mahoma envió a once familias a la Abisinia cristiana, y continuo
predicando sus creencias a pesar de que las condiciones eran cada vez más difíciles. Posteriormente se vio
obligado de nuevo a enviar mas familias fuera de La Meca para salvaguardar su seguridad. Durante 7 años
esta situación se mantuvo. Finalmente Mahoma, con la primera comunidad islámica, emigró de La Meca a
Yatrib ( más tarde Medina ). Este hecho ocurrió el año 622 (este año es también el primero de la era islámica).
La emigración representó un corte profundo en la vida de Mahoma. Desde entonces habría de preocuparse con
mucha mayor intensidad de su comunidad. El hecho de que el número de musulmanes creciera de continuo
descargó sobre él los cuidados y preocupaciones de un caudillo social y político. Así pues, en Medina,
Mahoma ya no siguió siendo exclusivamente el profeta inspirado y el asceta apartado del mundo, sino que se
fue convirtiendo cada vez más en el estadista perspicaz y ponderado, en el legislador sabio, en el caudillo
político, en el estratega y, para decirlo brevemente, en la figura central de la comunidad islámica primitiva.
La lucha contra los habitantes de La Meca se desarrolló en diversas etapas, en que la comunidad islámica no
siempre llevó la mejor parte. Causa de las hostilidades no fueron sólo viejos resentimientos de los mequíes
contra Mahoma y sus seguidores y el deseo de los musulmanes de castigar por fin a sus antiguos
perseguidores. También estaban en juego grandes intereses económicos. Los combatientes islámicos
intentaron asegurar su manutención con el asalto a las caravanas de los mequíes acaudalados. Y, como no se
trataba de un fenómeno pasajero, los mequíes procuraron proteger sus caravanas, por lo que enviaron un
poderoso ejército contra Mahoma. Dicho ejército alcanzó el valle de Badr en las cercanías de Medina.
Mahoma explicó a los suyos la importancia de la confrontación: estaban en juego el mensaje de Dios y la vida
de la comunidad. Por lo demás, y como él mismo declaró, quien creyera en la guerra iría al paraíso como un
mártir y allí le estaban reservadas delicias inefables. Los musulmanes ganaron la batalla, lo que reportó al
profeta y a su comunidad un afianzamiento de su posición en la ciudad de Medina así como un aumento de su
autoridad ( era el año 624).
Durante los tres siguientes años los enfrentamientos prosiguieron. En el
Año 628 Mahoma intentó organizar con sus seguidores una peregrinación a la Kaaba de La Meca, pero no
consiguó entrar en la ciudad. Los mequíes, cuya economía se veía amenazada por el control de las rutas
caravaneras, hicieron saber a Mahoma que estaban dispuestos a llegar a un acuerdo de paz con él.
Se concertó una tregua de 10 años. Se denominó HUDAYBIYYA. Mahoma aprovechó esta tregua para
dedicarse con mayor intensidad aún a la difusión del islam.
Parece, no obstante, que los mequíes no observaron el pacto concertado con Mahoma, por lo que el profeta
tomó la decisión de apoderarse de la Kaaba. El año 630 marcho con un ejército poderoso contra La Meca.
Convencidos los maquíes de que esta vez cualquier resistencia sería insensata, permitieron la entrada a los
musulmanes tras obtener seguridades de que la población sería respetada. Mahoma cumplió su promesa, pero
en la Kaaba destrozó los ídolos, los símbolos cúlticos paganos y las pinturas murales.
El año 631 declaró en forma solemne Mahoma la separación entre la comunidad creyente y los politeístas. El
acceso a la Kaaba, convertido en santuario del islam, fue denegado a los no musulmanes.
A lo largo de los años 631 y 631 se intensificaron las manifestaciones de lealtad y de conversión al islam por
parte de las tribus árabes del desierto.
En marzo del 632 emprendió Mahoma la primera peregrinación reformada hacia la nueva ciudad santa de La
Meca. Esa peregrinación de la despedida o peregrinación del islam sigue siendo el modelo y patrón obligado
de todas las peregrinaciones musulmanas.
Antes de despedirzse de la Kaaba, Mahoma exclamó: ¡ Oh Dios!, ¿No he cumplido tu misión? Y todo el
pueblo protestó con encendido entusiasmo:
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¡Si, oh Dios! .
De vuelta en Medina, y mientras Mahoma se ocupaba en trazar los planes de conquista del norte mediante
campañas contra Persia y el imperio bizantino, el profeta se sintió repentinamente enfermo. Murió en Medina
el 8 de junio del año 632.
El Corán
Para los musulmanes creyentes el Corán es el libro sagrado en que está consignada la revelación que Dios ha
transmitido a los hombres por medio del profeta Mahoma. De ahí que sea la fuente y el patrón de la fe
ortodoxa y el fundamento y norma de la recta conducta. Es la guía que Dios ha concedido a los hombres, para
que siempre encuentren en el libro enseñanza y amonestación.
ORIGEN DEL CORÁN
La palabra Corán, y más exactamente Qur an, deriva del verbo gara'a leer, recitar. El libro del Corán es, pues,
la colección de revelaciones que Dios hizo descender sobre Mahoma y que éste anunció por encargo divino.
La primera palabra de esas revelaciones fue también la orden dada al profeta: ¡¡qra'! ¡Predica! (s 96,1).
Las revelaciones de Dios no constituyen un todo homogéneo y transmitido de una sola vez, sino que a
menudo se refieren a las circunstancias de la vida de la comunidad o son repuestas a las preguntas formuladas
por algunas personas, que pasaron después a ser normas de índole general. Así, pues, los motivos que hicieron
que Dios transmitiera su voluntad soberana son numerosos y muy diferentes. No siempre se trataba de emitir
normas jurídicas u ordenanzas prácticas. A menudo la revelación adoptaba la forma de una predicación, que
contenía exhortaciones a los creyentes o un enfrentamiento con los incrédulos y la refutación de sus
argumentos o el relato de leyendas de castigo. Toda predicación, cualquiera que fuese el motivo que la
provoque, persigue siempre la finalidad de llevar a la fe auténtica y conducir al camino recto.
Por eso, los seguidores y compañeros de Mahoma se aplicaron a conservar las palabras del mensaje profético,
como norma de su fe, como guía de su vida práctica y también como libro del que se tomaban las lecturas para
el servicio divino. Lo que pudo consignarse quedó fijado en el material que entonces existía para la escritura
(cuero, madera, hojas de palma, telas de seda, piedras blancas, omóplatos de animales). El resto quedó
cuidadosamente conservado en la memoria de varones dignos de crédito, que lo transmitieron a la comunidad.
El origen divino del Corán es el fundamento de su autoridad indiscutible y absoluta para los musulmanes. El
Corán es infalible, por lo que puede exigir una obediencia incondicional.
Habida cuenta de su origen divino, el uso del Corán requiere unas instrucciones y prescripciones especiales:
• Sin una purificación previa no se le puede tocar. Quien desee leer el Corán debe estar e condiciones
de recitar el texto con cuidado y sin equivocaciones. Hay cursos de lectura para enseñar las formas
correctas del recitado (simples y solemnes a la vez).
• Normalmente, y por un sentimiento de religiosidad, el Corán se copia a mano. Los ejemplares
corrientes presentan todavía hoy, pese a su multiplicación, bellos ornamentos realizados a mano.
• De igual modo, y tras largos titubeos, se permitieron las traducciones del Corán a otras lenguas. No se
trata aquí de las versiones realizadas por extraños, sino por musulmanes. La primera de esas
traducciones fue la que apareció en 1920 en Lahore (Pakistán). La resistencia a cualquier traducción
se explica por el temor a que se traicionase el contenido. Por lo demás, se pone de relieve que ninguna
lengua está en condiciones de reproducir adecuadamente el contenido exacto de las expresiones
árabes. Por otra parte, las multiplicadas traducciones podrían representar un peligro para la unidad del
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mundo islámico. De cara a las exigencias de la vida práctica, es decir, de la necesidad de hacer
comprensible a los no árabes el contenido del Islam, se decidió que, por ejemplo, en Egipto unas
comisiones cualificadas realizasen unas versiones autorizadas a otras lenguas. Tales versiones se
utilizan en la enseñanza, pero no en la oración y en el recitado oficiales.
La lengua del Corán
La animosidad de los musulmanes a las traducciones el Corán tiene también sus raíces en la reverencia a la
lengua coránica, fundamentada en razones dogmáticas.
El Corán fue revelado en lengua arábiga, hecho que representa para los musulmanes una especie de
consagración de esa lengua. Como tal, la lengua del Corán es sagrada., sublime, misteriosa. Y nadie se extraña
de que no sea comprensible en todos sus puntos para todos los hombres. Es precisamente ese carácter divino
de la lengua coránica el que explica la fascinación que ejerce sobre los creyentes.
El carácter fascinante del lenguaje coránico deriva, no obstante, también de su indiscutible belleza. Es una
lengua poética, en muchos pasajes de una intensidad extraordinaria, apasionada y cargada de emotividad. Su
pureza y armonía son modélicas. Su fuerza expresiva es tal que el fiel difícilmente puede sustraerse a su
encanto.
La mezquita.
La oración es como una corriente de agua fresca que fluye por delante de la puerta de cada uno de vosotros.
Un musulmán se zambulle en ella cinco veces al día. Cuando el muecín llama:
− Dios es el más grande
− Doy testimonio de que Mahoma es el mensajero de Dios
− Venid a orar
− Venid a triunfar
Al escuchar esa invitación los musulmanes se preparan para orar, ya sea en sus casas, ya en la mezquita
−palabra derivada de masjid, lugar para postrarse. Sin embargo, la obligación de acudir a orar a la mezquita
sólo la tienen el mediodía del viernes, cuando suelen escuchar un sermón.
El musulmán ha de acudir en silencio y procurar hacerlo con tiempo. Al llegar se quita los zapatos, se lava,
expresando simbólicamente su deseo de limpieza interior. Se coloca después en línea con sus compañeros,
mirando a La Meca, y espera la señal del imán para iniciar la plegaria. Cuando realiza un rakat o ciclo de
oración, todo su cuerpo expresa las palabras que pronuncia. Su actitud debe ser de humildad, devoción y
concentración Está hablando con Dios y si no es sincero, su plegaria no tendrá valor.
La capilla funeraria
En el corazón de este santuario reposa la tumba de un santo varón cuyo ejemplo ayudó a muchos. A su
alrededor están enterrados sus discípulos y seguidores. Es un lugar en el que se concentran las bendiciones
espirituales, un lugar en que hasta el polvo es precioso.
Suelen cuidar de tales santuarios los descendientes del santón. En algunos lugares no son más que
administradores. En otros, puede ser aún fuerte la tradición de liderazgo espiritual y la representación viva del
difunto puede seguir formando parte activa en la transmisión de su manera de conocer a Dios.
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Mientras que la vida religiosa de la mezquita es sobria y ortodoxa, la de la capilla funeraria puede llegar a ser
entusiasta y extática. Muchos musulmanes cultivan ambas formas y piensan que las dos responden a unas
necesidades religiosas complementarias.
La fiesta culminante del santuario es el día en que e celebra la muerte del santón, el día en que se unió a Dios.
Hay grandes festividades en que los devotos llegan de lejos, se excitan las pasiones espirituales y hay
recitaciones del Corán, danzas y cánticos.
Las capillas funerarias han jugado un papel decisivo en las conversiones al Islam. La historia, a veces se
recuerda en los milagros atribuidos al santón, al tiempo que puede seguir atrayendo a los creyentes en la
actualidad. Para muchos, el santo local es el primer peldaño de la escalera que conduce a la sumisión y
reverencia debidas al poder de Dios.
El año del creyente
El año muslímico tiene como base un ciclo lunar, lo que da un total de 354 días y se divide en doce meses
lunares de 29 a 30 días. Los nombres de los meses, algunos relacionados a las estaciones, se refieren al
calendario árabe preíslámico, cuando cada tres años se añadía un mes a fin de mantener el calendario lunar en
armonía con la naturaleza. Los días empiezan no a la medianoche, sino después de la puesta del sol.
Los musulmanes celebran festividades que les sirven de guía en sus devociones. Las dos festividades que han
de observar son Id al−Fitr e Id al−Adha. También es obligatorio el ayuno del Ramadán. Y hemos de recordar
otras tres celebraciones: el último viernes del Ramadán; la de Shab i−Barat y la Ashura.
Peregrinación a La Meca
¡Labbaika! ¡Labbaika! Gritan los peregrinos cuando vislumbran a lo lejos la Kaaba, el santuario central en la
gran mezquita de La Meca. Es el momento cenital de una vida musulmana, la culminación de años empleados
en la observancia del camino del Señor.
Todo musulmán cuerdo, sano, libre de deudas y con capacidad para costear sus gastos debe realizar la
peregrinación, al menos una vez en su vida. Los ritos que han de realizarse recuerdan acontecimientos de la
vida de Abraham. El espíritu del rito es el de total abnegación de sí mismo. El peregrino, cuando se presenta
ante Dios, sacrifica todas las cosas que le caracterizan y distinguen en el mundo de los hombres. Todos son
iguales en la manera de vestir y en lo que deben hacer, justo como habrán de comparecer ante Dios el día del
juicio. Nada ha contribuido más a fomentar la solidaridad musulmana que la congregación de tan vastas
multitudes cada año, a través de la cual se transmite una nueva carga de energía espiritual a los pueblos
musulmanes del mundo.
EL ISLAM ** SOCIEDAD **
En una de las suras cronológicamente más tardías, el Corán establece el siguiente criterio para enjuiciar la
calidad religiosa de la familia, la comunidad y la sociedad:
S 49, 13:
¡Oh gentes! No os hemos creado a partir de un varón y de una hembra: os hemos constituido formando
pueblos y tribus para que os conozcáis. El más noble de vosotros, ante Dios, es el más piadoso. Dios es
omnisciente, está bien informado.
EL Corán supone además, que la comunidad islámica es la mejor de las surgidas entre los hombres, que
manda lo establecido, prohibe lo reprobable, se apresura a hacer buenas obras y cree en Dios (S 3,110). Por
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esa vía Dios ha hecho de los musulmanes una comunidad moderada, para que seáis testimonios frente a la
gente y sea testimonio el enviado frente a vosotros (S 2, 143).
La familia islámica
La estructura de la familia islámica, según establece el Corán, es de tipo patriarcal. El varón no es sólo el
paterfamilias sino el que posee la iniciativa en la búsqueda de esposas, en la configuración de la familia y en
el eventual despido de alguna de sus mujeres. Es el protector a la par que el guardián de su mujer.
• El matrimonio:
S 24,32:
Casad de entre vosotros a los solteros, a vuestros servidores y a vuestras criadas si son justos...
EL Corán se pronuncia abiertamente a favor del matrimonio y tiende a condenar la soltería con sentencias
atribuidas a Mahoma. Así el profeta habría dicho a un musulmán que estaba soltero y no tenía motivos
plausibles para este género de vida:
Tu no eres de nuestra comunidad, tú realmente eres realmente hermano del diablo.
El Corán reacciona contra la pluralidad ilimitada de mujeres que prevalecía en los antiguos usos arábigos,
para mantenerla dentro de ciertas limitaciones. Establece que el número máximo de esposas legítimas de un
musulmán sea cuatro.
Este derecho del varón presenta no obstante algunas reservas: si se teme que no podrá mantener
adecuadamente a sus mujeres legítimas, deberá contentarse con desposar a una sola, aunque sí podrá tomar un
número ilimitado de esclavas y concubinas.
Sin embargo, el Corán alude a lo difícil que le resulta a un hombre estar en condiciones de tratar
adecuadamente a todas sus mujeres; esta circunstancia favorece la tendencia a la monogamia, sin abolir el
derecho fundamental a las cuatro mujeres legítimas:
S 4,129:
No podréis ser equitativos con vuestras mujeres aunque queráis. No os inclinéis por completo hacia la
favorita y las abandonéis en suspenso...
Por otro lado, el creyente no es libre del todo en la elección de sus mujeres. El impedimento fundamental lo
constituye un parentesco próximo. Así pues, el Corán enumera las parientes con quienes no es posible casarse:
la madre, las hijas, las tías, las sobrinas, la ama de cría, las madres de las esposas, las hijastras de tales mujeres
con las que ya se ha tenido comercio sexual, las esposas de los hijos o nueras y las cuñadas (S 4,22−23).
Está también prohibido el matrimonio con una mujer pagana, pues no es posible concordia alguna entre la
incredulidad de los infieles y la fe de los musulmanes. No obstante, si permite la unión con mujeres judías y
cristianas. Sin embargo, el Corán no dice nada sobre el matrimonio de mujeres musulmanas con judíos o
cristianos, aunque la tradición lo prohibe para proteger la fe de la mujer.
Por lo que respecta al divorcio, sólo el varón tiene derecho a disolver el matrimonio. Empero, para poner
freno a la ligereza y arbitrariedad de los casados, el Corán empieza por reconocer a la mujer el derecho a la
seguridad financiera. Además regula la forma y condiciones del despido de la mujer en tal manera que
representa asimismo una apelación al sentido del honor del varón. De este modo, para que el divorcio sea
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definitivo, el varón debe antes manifestar por tres veces su voluntad de llegar al mismo. Una vez llevado a
cabo, el varón no podrá volver a tomar a la mujer repudiada; antes deberá ésta haberse casado con otro
hombre y haber sido repudiada por él. Sólo entonces será libre de volver a casarse con su primer marido (S
2,229).
La mujer legalmente repudiada, no podrá ser arrojada al momento de la casa del marido, a no ser que haya
cometido fornicación. Sólo tras una cierta moratoria, que sirve para comprobar un eventual embarazo puede
ser despedida (S 2,228; 65,1). Durante ese tiempo de espera habrá de ser tratada con decoro y bondad.
• La posición de la mujer:
Es innegable que la Ley Santa del Islam afirma abiertamente la superioridad del varón sobre la mujer.
Un hombre pude casarse con cuatro mujeres a la vez; pero, si una mujer toma simultáneamente más de un
hombre, comete adulterio y está sujeta a las penas más severas en éste y en el otro mundo. Un hombre puede
casarse con una mujer no−musulmana sin exigirle que se convierta al islamismo, mientras que una mujer sólo
puede hacerlo con un varón musulmán. Un hombre se procura el divorcio unilateralmente; la mujer, en
cambio, sólo podrá hacerlo por razones limitadas, ante los tribunales y con muchos impedimentos,
confiándosele al padre la custodia de los hijos habidos en le matrimonio.
Este ordenamiento familiar representa para los varones el derecho a exigir obediencia de sus mujeres y el
reprimir sus insubordinaciones con la amonestación, el castigo en el comercio matrimonial y hasta con golpes
(S 4,34). Sin embargo, no es lícito recibir a las mujeres en herencia ni disponer de sus bienes contra su
voluntad.
A estas evidencias jurídicas de inferioridad se suman otras que el Corán no menciona específicamente, pero
que derivan de sus prescripciones generales. Por ejemplo, el Corán establece que todas las mujeres estén
recluidas en el harén o que deben cubrirse con el velo de la cabeza a los pies cuando salen de casa.
S, 33−32; 33−59:
Mujeres del profeta, no sois como las otras mujeres... Permaneced en vuestras casas. No os adornéis con los
atavíos de la antigua gentilidad... Profeta, di a tus esposas, a tus hijas, a las mujeres creyentes que se ciñan
los velos. Este es el modo más sencillo de que sean reconocidas y no molestadas.
El harén y el velo, así como la subordinación que sugieren, han llegado a ser el signo distintivo de las mujeres
musulmanas entre la mayor parte de los pueblos islámicos del mundo.
Por su parte, el marido tiene el compromiso específico delante de Dios de cuidar a su mujer: Aseguraos de que
vuestras esposas sean bien tratadas, exhorta el Profeta a sus fieles en el sermón de despedida. En verdad ellas
son vuestras por concesión de Dios, y por la palabra de Dios se os permite uniros a ellas.
A esta inferioridad de las mujeres impuesta por la costumbre y por la ley, un apologista negará que exista
cualquier inferioridad efectiva, sino el mero reconocimiento de los distintos roles que han de desempeñar los
hombres y las mujeres. Si las mujeres están recluidas, es porque necesitan protección en sus funciones de
esposas y madres. Si heredan sólo la mitad que sus hermanos, es una manera de recordar que el marido corre
por completo con los gastos de la familia mientras que las mujeres pueden emplear sus propios recursos en lo
que más les apetezca.
El Corán tampoco determina ninguna prescripción especial sobre el papel de la mujer en la vida de la
comunidad, aunque parece suponer que éste debe cumplir su función capital como esposa y madre. La mujer
sólo puede mostrarse espontánea y natural ante su marido y sus parientes más cercanos, o ante varones que
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carezcan de instinto. Evidentemente aquí sólo se contempla a la mujer islámica como ama de casa y como
compañera sexual. No se habla para nada de sus actividades en la vida pública.
Sin embargo, las oportunidades de las mujeres se han ido trasformando gracias al proceso de modernización
que se inició bajo la influencia occidental. El resultado ha sido que actualmente las mujeres están
desempeñando un papel cada vez más importante en la sociedad, lo que constituye el reto máximo del mundo
contemporáneo al modelo de vida musulmana establecido hace mil cuatrocientos años.
No obstante, la creciente influencia de las mujeres en general, y de las que poseen una formación superior en
particular, no conlleva el rechazo total de los valores islámicos.
El orden político
La ley coránica regula, además de la vida religiosa, también el orden político de la comunidad islámica en sus
rasgos principales. Las prescripciones básicas del Corán constituyen el hilo conductor del poder gubernativo y
la medida de su autoridad; la ley de Dios es el fundamento de la jurisprudencia y del ejercicio de los cargos
públicos.
El objetivo de la vida política es asegurar los derechos de Dios y los derechos de los creyentes.
El jefe de gobierno de la comunidad es el califa (sucesor de Mahoma), el imán (presidente de la comunidad) o
el sultán (dirigente), según el distinto uso lingüístico y las diferentes circunstancias históricas.
El dirigente de la comunidad islámica tiene derecho a que sus súbditos le obedezcan y sigan; pero
personalmente ha de presentar determinados requisitos y cumplir ciertas condiciones para poder asumir el
cargo supremo. En principio ha de observar las prescripciones de la ley coránica; además, ha de poseer cierta
integridad, al menos en aquella parte de su vida expuesta a la opinión pública.
No puede tomar por si sólo decisiones importantes, sino que ha de consultar a los representantes de la
comunidad.
Fuera de esto, el Corán no pone más condiciones ni prescribe ninguna forma de gobierno o Estado
determinado. De hecho, los principios fundamentales de la política coránica pueden conciliarse perfectamente
con todas las formas de gobierno, como la democracia parlamentaria, la república presidencialista, la
monarquía constitucional y hasta la democracia popular socialista (sin sus bases ideológicas, por supuesto).
El califa cuenta en el ejercicio de su cargo con la ayuda de distintos órganos y ministerios, cuyo propósito es
cumplir la ley de Dios y conseguir una comunidad justa. Los creyentes que ostentan cargos auxiliares en la
comunidad han de poseer el conocimiento necesario acerca del contenido y exigencias de la ley y han de vivir
personalmente según los principios de la justicia. Los cargos más importantes son:
El muftí o jurisconsulto, que no sólo posee el conocimiento de la ley divina, sino también el criterio para
descubrir las posibilidades de aplicación de esa ley a determinados casos concretos y de informar a quiénes
piden consejo. El muftí es consultado también por el juez para dictar sus veredictos.
El qadí o juez, el cual aplica los dictámenes del muftí a un pleito concreto. En principio el juez es único; así y
todo, necesita de testigos que con su reconocida honradez y su amor a la verdad, confirmen que en el proceso
todo se ha desarrollado correctamente: la averiguación de los hechos, el procedimiento y la pronunciación de
la sentencia.
El muhasib o vigilante de mercados, que tienen a su cargo la supervisión de los asuntos comerciales.
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Y por último, el shurta o policía al que incumbe el mantenimiento del orden público, la imposición de las
penas y otros cometidos asignados por el gobierno.
La comunidad islámica en el mundo
La ley coránica es el fundamento de la unidad de la comunidad musulmana, y es también el
fundamento de todas las comunidades del mundo. El Corán querría, en efecto, enlazar a todos los
hombres y pueblos en una comunidad universal, a fin de que todos ellos respetasen los derechos de Dios
y conformasen su vida según el ideal de los siervos fieles al Señor.
Según la ley sagrada, en un principio todos los pueblos, clanes y tribus formaban una comunidad única, Luego
los hombres se dividieron, formaron distintos grupos, defendieron opiniones diferentes, se separaron en
distintas direcciones y acabaron combatiéndose unos a otros. Por ello, uno de los cometidos de la comunidad
islámica consiste en mantener y reforzar la unidad en medio de un mundo escindido, así como el de intentar
en lo posible el restablecimiento de la unidad originaria mediante la difusión del Islam por todo el mundo:
S 9,33:
Él es quién ha mandado a su enviado, con la dirección y la religión verdadera, para que prevalezca sobre
todas las religiones, aunque los asociadores le odien.
Este empeño por la causa de Dios significa ante todo el deber de proteger la fe y la ley de dios contra los
enemigos del Islam y contra los demás peligros, aún cuando esos peligros procedan de las filas de los
conciudadanos y de los propios parientes.
A esa protección de la fe y de la recta conducta se encamina la exhortación coránica en conducir a los
incrédulos hasta el Islam.
La ansiada unidad universal de los hombres sobre la base del Islam no significa desde luego una unidad
monolítica, a tenor de las prescripciones mismas del Corán y de la experiencia cotidiana.
En la sociedad islámica se ha previsto un lugar para enclaves no islámicos. Se trata principalmente de
minorías judías y cristianas, ya que considera que ambas provienen de una religión revelada. El Islam les
garantiza su protección y una libertad limitada dentro de ciertos límites: respeta su estructura social y les
permite la práctica de sus deberes religiosos y de sus actos de culto, todo ello a cambio de un tributo.
Su status es el de encomendados a la protección del Islam o dhimmí.
Así pues, la sociedad islámica es una sociedad compleja cuya organización se aleja cada vez más del modelo
de la primitiva comunidad islámica. En este sentido, existen dos tendencias claramente diferenciadas que
abogan por una transformación de la sociedad. Por un lado, los reformadores que defienden un Estado en el
que todos los ciudadanos tengan los mismos derechos y obligaciones independientemente de su religión. Esto
significaría en la práctica la separación entre el estado y la religión, junto con la desislamización de la realidad
comunitaria.
Por otro, los musulmanes que persiguen justamente lo contrario: una islamización mayor mediante la
restauración de las viejas estructuras que conformaban la primitiva sociedad islámica medieval.
El futuro demostrará si el mundo islámico tiene fuerza para renovarse sin perder su esencia religiosa y para
crear un Estado donde tengan cabida no solo los musulmanes, sino la totalidad de los ciudadanos cualesquiera
que sea su religión y sus concepciones filosóficas.
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EL ISLAM ** CULTURA **
La ciencia árabe
La cultura islámica, como señalamos en el primer capítulo, a diferencia de la religión y el estado, fue sobre
todo obra de la actividad intelectual de pueblos conquistados, arabizados e islamizados. Todos participaron en
su producción: musulmanes, cristianos y judíos: semitas, camitas e indoeuropeos. Lo que llamamos cultura
árabe o civilización musulmana es árabe en el sentido de que se expresa en lengua árabe, más que en ser obra
de los árabes, y musulmana porque se desarrolló en la era musulmana y hasta cierto punto bajo los auspicios
califales.
Después de la religión fue la lengua la aportación más duradera de los árabes. Durante unos trescientos años, a
partir de mediados del siglo VII, el árabe fue el vehículo transmisor del pensamiento científico, filosófico y
literario, cuantitativa y cualitativamente superior a todo lo transmitido en latín, hindí, chino o cualquier otra
lengua.
La palabra que designa en árabe ciencia (`ilm), como su traducción española, significa etimológicamente
conocimiento, o aprendizaje.
En el sentido estricto de ciencia los árabes no tenían un conocimiento previo sobre el que construir. Su cultura
preislámica, al ser normalmente analfabeta, no podía haber desarrollado las ciencias físicas o naturales, ni
ciencias tan abstractas como las matemáticas y la astronomía. Sea cual fuere el conocimiento que tuvieran los
árabes de las estrellas, las matemáticas y el tratamiento de las enfermedades (tres campos científicos en los
que sobresalieron después) debieron de transmitírselo oralmente por medio del folklore.
Las consideraciones utilitarias promovieron el interés de los árabes por esas tres zonas. El cálculo era
necesario a las poblaciones urbanas que vivían del comercio, como la Meca.
El interés por las plantas y animales fue promovido por la necesidad de la comida y llevó por último al estudio
de la biología, el cual a su vez promovió el de la medicina. La sabiduría médica en la primitiva Arabia, como
en otras culturas primitivas, estaba tan desesperanzadoramente entremezclada con la magia y la superstición
que no podía progresar.
Sólo después de haber estado expuestos a la influencia del Islam y otras culturas, los árabes se dieron cuenta
del corpus de conocimiento científico existente. Las conquistas musulmanas de los primeros siglos se
encargaron de establecer los contactos vitales entre ellos y la rica tradición cultural representada por los
griegos, sirios, persas y egipcios. En medicina y otras ciencias, en filosofía, en arquitectura y arte los hijos del
desierto tenían mucho que aprender y nada que enseñar.
La constelación de estudiosos en el firmamento científico del Islam fue introducida por un bagdadí de origen
persa. Su especialidad era las matemáticas y la astronomía. Su nombre, al−Juarizmí (Muhammad ibn Musá),
nos dio palabras como algoritmo con el significado de aritmética o ciencia de calcular por medio de nueve
cifras y el cero, y también guarismo, es decir, cada una de esas diez cifras.
La contribución de al−Juarizmí a la astronomía fue la construcción de las tablas astronómicas (zij), basadas en
fuentes indicas.
Otra de las contribuciones de alJuarizmí fue un atlas (ál. Sura, imagen), de los cielos y la tierra, realizado en
colaboración con otros sesenta y nueve por requerimiento de su patrono al−Ma'mún. Fue el primero hecho en
árabe.
Se atribuye a al−Ma'mún la construcción del primer observatorio del Islam. Se construyeron otros en Persia,
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Siria y Egipto.
A medida que la ciencia árabe decaía en suelo Islámico oriental, florecía en el occidental.
Otro de los primeros sabios de esta era fue el matemático−astrónomo Maslama al−Machrití. Entre otras
contribuciones podemos decir que hizo la conversión de las bases de las tablas de al−Juarizmí de la era persa a
la musulmana, determinando así la posición aproximada de los planetas en el momento de la hégira.
También prestó atención al problema de localizar el meridiano mundial.
Los árabes desarrollaron sobre todo dos campos relacionados con la astronomía: la astrología y la geografía.
Para la mente moderna la astrología, que se basa en el postulado de que la influencia de los astros determina el
destino del hombre, es una pseudociencia, pero no era así para los cristianos y musulmanes de las edades
Antigua y Media La astrología es a la astronomía lo que la alquimia a la química, la brujería a la medicina. No
eran sólo los gobernantes los que consultaban a los astrólogos antes de comenzar una empresa, sino también
los hombres y mujeres corrientes, en busca e una guía para el futuro.
La personalidad más distinguida de la astrología árabe fue un jorasaní residente en Bagdad, Abú Ma'xar.
La obligatoriedad de la peregrinación sagrada y la necesidad de determinar la dirección correcta para la
plegaria impulsaron religiosamente el estudio de la geografía.
La mayoría del material geográfico fue gradualmente abriéndose camino hasta el monumental Mu'cham
al−Buldán (diccionario geográfico) en seis volúmenes que copiló en 1228 un liberto griego, Yaqut (al−Rumí,
el romano). El libro, ordenado alfabéticamente, es una auténtica enciclopedia en la que se encuentran
−además de los datos geográficos− informaciones históricas, etnográficas y científicas.
Pero el más destacable geógrafo y cartógrafo árabe, si no medieval, fue un magrebí de ascendencia andalusí,
Abú `Abdullah Muhammad al−Idrisí.
Las aportaciones árabes a la medicina fueron menos importantes que las hechas a las matemáticas o a la
astronomía.
Al−Razí (Nuh ibn−Zakariya, 865−925) encabeza la lista de los médicos−físicos musulmanes famosos.
Este físico fue tan original en medicina como en filosofía. Fue uno de los primeros en poner en práctica cierta
medida de espíritu empírico y rechazar las explicaciones ocultas. En cirugía fue uno de los primeros en
utilizar el sedal.
Podemos destacar dos de sus libros de medicina; al−Hawí (el compendio) y al−Chudarí wa−l−Hasba (la
viruela y el sarampión).
Como su nombre indica, al−Hawí es una auténtica enciclopedia médica que resume lo que sabían los árabes
de la medicina griega, siríaca, persa y Hindí, enriquecida con los experimentos y experiencia del autor.
Las obras de al−Razí y al−Machusí fueron sobrepasadas a su debido tiempo como libros de texto y
reemplazadas en el uso por las de Ibn Siná (Avicena), a quien llamó su pueblo al−Xayj al−ra'ís (el decano de
los sabios y el jefe de los cortesanos). El título era merecido. Ibn Siná se destacó como médico, filósofo y
visir. Se le considera generalmente el médico más importante de la temprana Edad Media.
De los cuarenta y tres libros de medicina escritos por Ibn Siná su obra maestra fue al−Qanún fi−l−Tibb (el
canon en medicina). El libro resumía en un millón de palabras las tradiciones hipocráticas y galénicas
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sintetizadas con fuentes siro−árabes e indo−persas y complementadas por la experiencia y los experimentos
del autor. Dio aspecto de nuevo incluso a materiales viejos: de ordenación, clasificación y presentación más
metódicas que al−Hawí, al−Qanún representó la culminación de la sistematización árabe de la ciencia médica.
Se constituyó en la autoridad médica suprema dentro del mundo islámico hasta el siglo XIX. Su éxito en
Occidente fue casi igualmente espectacular.
El libro se ocupaba de medicina general, patología y farmacología; decía cómo tratar enfermedades que
afectaban todas las partes del cuerpo, de la cabeza a los pies, reconocía la importancia de la dietética, el efecto
del clima en la salud, y la estrecha conexión entre las condiciones emotivas y fisiológicas. Se denunciaba la
alquimia.
Uno de los campos en los que los árabes no hicieron una aportación especialmente valiosa fue la cirugía. El
Islam, interpretado por los ulemas, desaconsejaba la disección, prerrequisito para comprender la anatomía.
En dos campos relacionados con la medicina −la alquimia y la botánica− el progreso árabe fue tan notable
como en la propia medicina.
Durante su fanática busca de las dos quimeras −el elixir de la vida y la trasmutación de la ganga en metal
precioso− los alquimistas árabes desarrollaron nuevas técnicas para el tratamiento de los metales e hicieron
valiosos descubrimientos científicos. Mejoraron las dos principales operaciones químicas de calcinación y
reducción así como los métodos de evaporación, sublimación, combinación y cristalización. Introdujeron
nuevos elementos y sustancias como en antimonio (itmid), el arsénico (zirnij), rejalgar (rach al−gar), bórax
(bawraq) y alcalí (alquilí). También son los responsables de la introducción de utensilios como los alambiques
(al−inbiq) y aludel (al−utal).
La filosofía
Los árabes no desarrollaron un sistema que pudiese llamarse filosofía. No obstante tuvieron en efecto su
filosofía en el sentido etimológico de amor a la sabiduría. Su literatura temprana es rica en refranes y
proverbios, anécdotas y fábulas que tratan de inculcar valor, hospitalidad, solidaridad tribal y otras virtudes
que ocupan una elevada posición en la escala de valores.
Con la conquista islámica de los cristianos siriacófonos del Creciente Fértil, se abría el canal para transmitir,
además de la ciencia griega, la filosofía, Neoplatonísmo.
La confrontación entre el Islam y la filosofía en la Bagdad del siglo IX causó problemas y paradojas
vejatorios. El nuevo elemento tenía un aire peligrosamente exótico, difícil, si no imposible, de ubicar. Se le
dio un nombre no árabe, falsafa. Los teólogos y los alfaquíes −como era lógico− fueron los primeros en
levantar sus voces contra ella. Su control sobre la mentalidad de la masa se convirtió en monopolio. Creían
que el acomodarse o el coexistir llevaban consigo la subordinación de la teología a la filosofía −en cuyo caso
no había más teología− o la de la filosofía a la teología, y entonces era la filosofía la que no era necesaria. La
vía muerta encontró al fin una solución con el primer filósofo árabe: Abú Yúsuf Ya'qub al−Kindí (h. 801−73).
La revelación islámica en dos doctrinas principales −la resurrección y la creación− es específica y
diametralmente opuesta a las opiniones aristotélicas. El neoplatonismo enseñaba que la resurrección era sólo
del alma −herejía rotunda en el Islam, que insiste en el renacimiento corpóreo individual. Además el Alcorán
enseña que Dios creó de la nada (ex nihilo). Cuando quiere una cosa, su Orden consiste en decir: ` ¡Sé!, y es.
Al−Kindí enseñaba que Dios es más que un creador; es un originador, que no necesita materia ni tiempo. Al
mantener que el mundo y el tiempo tenían principio, difería de Aristóteles. En cuanto a Dios dirigiéndose a
algo inexistente, el filósofo musulmán lo explicaba diciendo que el uso de ¡Sé! es alegórico.
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Este filósofo árabe pionero fue generalizador. No desarrolló un sistema propio. Creyó que su misión era
transmitir y expandir el legado de los griegos clásicos. Su aportación fue el preservar y presentar su filosofía.
Dio a la filosofía griega un hogar en la cultura árabe, divulgó el camino para la armonía entre aquella y la
teología y facilitó la posibilidad de un acuerdo posterior.
Con Ibn Siná (980−1037) la filosofía árabe llegó a su cumbre, así como la medicina. El primero de los
médicos lo fue también de los filósofos.
Ibn Siná estudió los sistemas occidentales de Aristóteles, Platón, los neoplatóncos y estoicos así como las
creencias religiosas y los sistemas opuestos por los sabios orientales. No siguió ninguno específicamente, pero
trató de integrar elementos de todos en su propio sistema. El que acabó por estructurar fue el primero de su
género en el Islam, un sistema amplio que incluía a Dios, al hombre y el universo considerados como
operantes individuales e interconexos.
Dios, según el sistema avicénico, existe. Su existencia es idéntica a su ser. Es el único ser necesario, único y
trascendente. Sus atributos de poder y conocimientos son idénticos a su esencia y su ser inmutable. Es
evidente que éste no es el Dios de Aristóteles, que ni creó el mundo ni éste le concernía. Es la deidad semítica
reformulada en términos filosóficos. Difiere del Dios islámico en la interpretación racional de sus atributos y
en su creatividad. La materia era eterna y el proceso no estuvo limitado a un tiempo ni a un lugar. Fue más
bien una emanación como consecuencia de su querer y su ser. La inteligencia activa fue lo primero en emanar,
seguida por el alma y el cuerpo. Este creador no mantiene contactos directos con lo creado.
Todos los seres no−Dios son posibles, concepto opuesto a necesario. Como tales requieren, como algo previo
a su existencia, un ser que sólo se puede obtener de Dios.
El hombre, enseñaba Ibn Sina, está compuesto de dos sustancias: alma y cuerpo. El alma es en sí misma
sustancia. Su sustancialidad se relaciona con su inmortalidad y lleva consigo la existencia continua de la
mente individual. La resurrección del cuerpo no se puede explicar racionalmente y por ello es denegada
categóricamente.
En cuanto a la Profecía, institución de mayor importancia en el Islam que en la Cristiandad, la acepta
nominalmente, pero define de nuevo y modifica su función. El profeta no es alguien investido y ordenado por
Dios para obrar como su portavoz, sino un hombre con cualidades humanas, no sobrehumanas, producto de
una sociedad para hallar la solución de sus problemas.
El libre albedrío fue otro problema complejo con el que se enfrentó el filósofo. El dilema planteado había
hecho ejercitarse a muchos pensadores antes de Ibn Sina, y continúa haciéndolo. Si los seres humanos son
controlados por una exigencia impuesta por la divinidad, no son responsables si obran mal y un Dios justo no
debería castigarlos. Si no son controlados, la soberanía de Dios queda comprometida. En el Islam la
controversia se complica por la clarísima doctrina alcoránica de la predestinación. Esto convierte a Dios en
causa directa de todos lo que le sucede al hombre. Ibn Sina niega la predestinación.
La obra filosófica maestra de Ibn Sina recibió el título de al−Xifà (la curación), su compendio el de al−Nacha
(la liberación). Por su tamaño y por la importancia del papel que representó, puede compararse con
al−Qanún. Es quizás la obra filosófica de mayor tamaño hecha por un hombre solo. Empieza por la lógica e
incluye física y metafísica, botánica y zoología, matemáticas y música, y psicología. Rechaza la astrología.
Los musulmanes recibieron con gran entusiasmo la lógica, ciencia griega por su origen, y la usaron
profundamente en sus disputas de escuelas.
La influencia del pensamiento original de Ibn Siná se manifestó no sólo en las obras de sus seguidores, sino
también en las de sus detractores.
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Las obras filosóficas de Ibn Siná fueron traducidas al latín, en el cual se le conoció por Avicena. La acogida
que tuvieron sus escritos nos indica el favorable clima intelectual de la época.
A menudo se dice con desdén que los árabes fueron transmisores. Desde el punto de vista de la historia del
pensamiento la transmisión no es en absoluto menos necesaria que la creación.
Los árabes fueron mucho más que transmisores fueron intérpretes y conservadores. Además del papel que
desempeñaron en el rescate de la tradición cultural helénica y su absorción en la mente occidental, hicieron
aportaciones originales en la zona marginal donde se encuentran la filosofía y la religión, aportaciones que
trascienden el Islam para abarcar sus dos religiones hermanas.
La literatura
La literatura árabe, como la civilización de la que es uno de sus monumentos, no es obra de un pueblo, sino el
producto en distintas épocas de varios pueblos −musulmanes y no musulmanes, blancos y no blancos−
extendidos desde la Península Ibérica hasta Asia oriental por todo el Norte de Africa. Es interreligiosa e
interracial. Es uno de los más ricos legados de su categoría, que dejó influencia perdurable en las literaturas
persa, turca, urdú y otras. Dejó su huella también en las europeas. Se la llama árabe simplemente porque el
árabe fue su medio de expresión.
Esta literatura surgió hacia el 500 de J.C. con un brote poético en la Arabia del Norte, sobre todo en el Nachd.
No es sorprendente que tomara forma de poesía y no de prosa si tenemos en cuenta que el hombre primero
siente y luego razona; por tanto la poesía precede a la prosa. Lo sorprendente es que esta poesía era madura y
acabada en forma y contenido. La poesía árabe no se limitó a ser la primera forma de expresión literaria, sino
que también fue la más apreciada y duradera.
La forma que tipifica esta producción preislámica es la qasida, tipo de oda que se compone de dobles
hemistiquios que siguen un metro específico.
Reflejan de modo inigualable la vida nómada preislámica (chahiliya) con sus algazúas y venganzas y sus
feudos y guerras tribales. El poeta era cronista, periodista y agente de relaciones públicas de su pueblo,
exaltaba sus virtudes y recitaba sus hazañas guerreras, en las que a menudo había tomado parte. Del mismo
modo que agrandaba su tribu empequeñecía y satirizaba a sus rivales. Su llegada a una comunicad daba
motivo a una de las tres mayores ocasiones de júbilo. Las otras dos eran el nacimiento de un varón y el parto
de una yegua pura sangre.
Las composiciones poéticas no se escribían, se recordaban de memoria y se decía que vuelan a través del
desierto más veloces que flechas, asimismo se transmitían de una generación a otra. El vuelo no debió de ser
muy rápido, no obstante, ya que los poemas más populares no fueron registrados hasta los siglos II y III del
Islam.
Se ha dicho que los árabes fueron una nación de poetas. Dondequiera que fueran, su poesía era evidente.
Creían que la versificación era el sello del hombre educado. Incluso hoy día los niños de escuela hacen sus
pinitos tanto en verso como en prosa. En Persia y al−Andalus, así como en Arabia, surgían versos incontables
de gentes de alto y bajo linaje para ser repetidos y admirados por su música y dicción exquisitas sino por su
contenido. La alegría pura por la belleza de las palabras y la eufonía e sus combinaciones se mantuvo en los
arabohablantes a través de las épocas.
El arte
Ni en arte, ni en ciencia o filosofía el árabe musulmán tenía una gran herencia que aprovechar.
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La arquitectura, una de las primeras y más duraderas de las Bellas Artes, se asocia en el Islam con palacios y
lugares de adoración.
La Mezquita del Profeta era una estructura desnuda sin pretensiones arquitectónicas. Empezó como patio
cuadrangular a cielo abierto. Más tarde se techó en parte, para protegerse del sol, con ramas de palmera
cubiertas de barro y sostenidas por troncos de palmera, alguno de los cuales estaba plantado en ese lugar.
Cuando fue ocupada la capital provincial bizantina tenía una trabajada catedral dedicada a San Juan Bautista.
Esta catedral, construida por el emperador Teodosio en el lugar de un antiguo templo romano a Júpiter, se
dividió y compartió como lugar de adoración de musulmanes y cristianos.
Dos de las características de la catedral original, en particular, fueron adoptadas por el Islam y han sido
perpetuadas en todas las mezquitas hasta hoy.
La contribución omeya a la arquitectura no se limitó al campo religioso. Los califas de Damasco fueron los
primeros en construir palacios reales.
El palacio mejor conocido es el del gran constructor al−Walid. Su nombre, Qusayr [palacete] `Çamra, parece
moderno; ninguna huella de él se registra en la literatura árabe.
A diferencia de la arquitectura, la pintura, la escultura y la música encontraron, en grado distinto, dificultades
dentro del Islam con la censura religiosa, justificada o injustificada.
En las épocas primitivas, en todas partes, los hombres atribuían poderes mágicos a los productos del arte
figurativo, fuera pintura o escultura.
Los árabes primitivos adoraban ídolos. Éstos eran imágenes o representaciones en piedra, madera o metal.
Se ha llamado, acertadamente, al arte islámico arte decorativo; esto es cierto sobre todo en su variante árabe.
El artista árabe, al igual que el poeta, dependía, para ser efectivo, en primer lugar del estilo y la forma.
La música, en el sentido de sonido organizado con un elemento rítmico, debió de existir en Arabia desde los
primeros tiempos. Sin duda los árabes compartieron con otros semitas antiguos algún tipo de teoría y práctica
musicales de la que sabemos poco.
En música, como en las otras artes, en ciencias y en filosofía las aportaciones árabes fueron considerables. Se
puede decir que los árabes devolvieron a los europeos medievales lo que habían tomado prestado de los
europeos antiguos, y ello con intereses.
ÍNDICE
EL ISLAM ** RELIGION **
Mahoma, el predicador del Islam Pág. 1 − 7
−− Arabia en tiempos de Mahoma Pág. 1 − 4
−− Biografía de Mahoma Pág. 4 − 7
El Corán Pág. 8 − 9
La mezquita Pág. 9
19
La capilla funeraria Pág. 10
El año del creyente Pág. 10
Peregrinación a La Meca Pág. 11
EL ISLAM ** SOCIEDAD **
La familia islámica Pág. 13 − 15
El orden político Pág. 15 − 16
La comunidad islámica en el mundo Pág. 16 − 17
EL ISLAM ** CULTURA **
La ciencia árabe Pág. 17 − 20
La filosofía Pág. 20 − 22
La literatura Pág. 22 − 23
El arte Pág. 23 − 24
Bibliografía:
El Mundo Islámico; Robinson, Francis.
El Islam, modo de vida ; Hitti, Philip K.
Los fundamentos del Islam ; Khoury, Adel−Th.
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