Descartes y el racionalismo de la Filosofía

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IES ISABEL DE CASTILLA
Dpto. de Filosofía
Descartes, René
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Prof. Sebastián Salgado
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Dpto. de Filosofía
Introducción
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Descartes: de la ciencia a la filosofía. La fundamentación de la filosofía y de la ciencia.
El método y sus reglas
5
Racionalismo
5
La labor de la filosofía
6
El método
8
La fundamentación de la filosofía y de la ciencia
9
"Cogito ergo sum", la primera verdad
11
Las ideas
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Yo, mundo y Dios. La teoría cartesiana de la sustancia
14
Las pruebas de la existencia de Dios
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Bibliografía
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Introducción
René Descartes (Francia, 31 de marzo de 1596- 11 de febrero de
1650) murió de frío y madrugones. Desde luego lo anterior es una
exageración, pero algo de eso hubo, porque durante casi toda su vida este
filósofo de origen francés disfrutó de no verse obligado a madrugar y se
cuenta que no despertaba hasta bien entrado el día: insistía en que “no
conviene privar al sueño de lo que es suyo”. Por otra parte, temía
pavorosamente el frío; él mismo escribe que sus mejores pensamientos los
tenía siempre junto a una estufa. Pero cuando fue contratado por la reina
Cristina de Suecia, interesada ésta en tomar clases de filosofía y ciencias,
Descartes era llamado a palacio demasiado temprano, pues las clases daban
comienzo a las cinco de la madrugada. A causa de los rigores del clima
sueco y los tan desacostumbrados madrugones, Descartes enfermaría
gravemente y pocas semanas después moriría. Esa “tierra de hielos, rocas y
osos” -así definiría Suecia- hubo de ser, a la postre, su tumba.
Descartes fue un hombre siempre prudente, a veces demasiado. Dejó
de publicar alguna de sus obras (Tratado del mundo) por temor a que la
Iglesia Católica lo condenara, como había pasado con Galileo. Pero,
también, su prudencia le conducía a rechazar su propia notoriedad: a pesar
de contar con el favor de algunos regentes y estar bien considerado en su
país, finalmente se trasladó a vivir a Holanda en 1628, porque este país era
más tolerante en materia de religión y opinión política. Allí cambiaba cada
año de domicilio para no ser identificado, molestado ni visitado. Otro signo
de su proverbial prudencia fue su vida en el ejército: durante años estuvo
enrolado en milicias, siempre en aquellas que no acudían a la guerra en
esos momentos, y viajó por varios países de Europa observando las
costumbres de sus habitantes: Polonia, Hungría, Austria, Alemania…
Descartes, nacido en La Haye (Francia), hijo de juez, fue educado
por los jesuitas, a quienes siempre demostró afecto y reconocimiento.
Aunque no fuera, en su madurez, un ferviente católico, sí se mostraba
seguro de su creencia en Dios. Pero el dios cartesiano no era, como se verá
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después, el de la religión, sino el de la metafísica. De ahí que su análisis
filosófico de Dios pueda ser incluido en el deísmo1.
La actividad intelectual de Descartes no permanecería ceñida
exclusivamente a la filosofía, sino que llegó a destacar como gran
científico, sobre todo en los campos de la geometría (las "coordenadas
cartesianas") y la física (Descartes defendía el mecanicismo como modelo
de comprensión de la realidad física y llevó a cabo estudios sobre la
naturaleza del movimiento y sus leyes).
Entre las obras más destacadas de este autor cabe citar: Reglas para
la dirección del espíritu, Las pasiones del alma, Meditaciones Metafísicas,
Discurso del Método, Principios de Filosofía y Tratado del Mundo (este
último es un tratado de física, óptica, geometría y anatomía humana que
dejó sin publicar y en el que exponía su concepción mecanicista, similar a
la de Galileo).
Conviene recordar que el estilo narrativo de Descartes es fluido,
elegante pero sin preciosismos, económico, y siempre con ademán
autobiográfico. En todos sus escritos destaca la pulcritud en la presentación
de los razonamientos y una huida constante del paternalismo y moralismo.
Su filosofía ha de ser encuadrada en el racionalismo, esa corriente
filosófica netamente europeo-continental generada durante los siglos XVII
y XVIII y que desembocaría, después, en la Ilustración y el Criticismo de
Kant y que dejaría notable influencia en el Idealismo Alemán del siglo XIX
y en el pensamiento de Karl Popper, ya en el siglo XX.
El deísmo, como tesis filosófica, deriva la existencia y la naturaleza de Dios a través de la
razón, en lugar de hacerlo por la revelación, es decir a través de la fe, o por la tradición. Para el
deísmo Dios es el Creador del Universo, en cuanto que es su primera causa, su principio de
orden. Pero Dios no interfiere en el mundo y consiguientemente tampoco en la vida de los
hombres. De ahí que la imagen metafórica que más utiliza el deísmo para presentar la figura y
tarea de Dios es la del relojero: Dios es un relojero, el inventor de esa máquina a la que
llamamos mundo y que una vez se le ha dado cuerda se basta a sí mismo y funciona
mecánicamente. Para un deísta las prácticas religiosas no son necesarias ni vinculantes y
colocará la razón por encima de la religión.
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Descartes: de la ciencia a la filosofía. La
fundamentación de la filosofía y de la ciencia. El
método y sus reglas
Racionalismo
Se cita a Descartes como el padre del racionalismo y tal sentencia no
anda desencaminada, porque Descartes es quien enfatiza el poder de la
razón en el origen y desarrollo del conocimiento y, consecuentemente, para
el racionalismo solo la razón está capacitada para descubrir las verdades
universales, evidentes en y por sí mismas. En segundo lugar porque había
de ser Descartes el gran atizador contra los sentidos como medio de
conocimiento: estos nos engañan y de su proceder no podemos esperar
certezas ni verdades firmes, indudables. Estas solo las encontraremos en la
razón, a la que Descartes llama “buen sentido” y que consiste en discernir
lo verdadero de lo falso, lo justo de lo injusto. Tercero, debido a que
Descartes introduce en la filosofía de la época el subjetivismo o afirmación
del sujeto, en tanto que ser pensante, como base de todo conocimiento y
descubrimiento de la verdad. Por eso, para Descartes, el “cogito” era la
“primera verdad”: “cogito, ergo sum”.
No obstante, el racionalismo cartesiano presentaba otra seña de
identidad: su particularidad residía en afirmar, por un lado, la existencia de
“ideas innatas”, es decir, no derivadas de la experiencia, y, por otro,
concebir la matemática como la base del método racional sobre el que se
levanta todo el “edificio del saber”, esto es, la arquitectura de las ciencias.
En opinión de Descartes, la filosofía, ciencia suprema, tendría a la vez que
aglutinar y dar soporte al resto de ciencias.
Otros filósofos racionalistas importantes del periodo de la
Modernidad fueron Baruch Spinoza (1632-1677) y Gottfried W. Leibniz
(1646-1716).
Al racionalismo se opuso el empirismo, corriente filosófica
defendida por Locke (1632-1704) y Hume (1711-1776) , entre otros, que
concede a la experiencia el papel de origen y límite del conocimiento y
niega tajantemente la existencia de ideas innatas, porque como decía Locke
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nuestra mente es como un papel en blanco que solo comienza a llenarse por
medio del contacto con la experiencia.
La labor de la filosofía
Descartes se mostraba siempre muy interesado en averiguar cómo se
sabe lo que se sabe, es decir, en conocer cómo los distintos saberes logran
establecer sus fundamentos, las bases sobre las que edifican su propio
saber. Pero le preocupaba especialmente el destino y proceder de la
filosofía, porque pensaba que ésta debería ser la ciencia de las ciencias,
esto es, la arquitectura general de todo el saber humano y resultaba que esa
ciencia, la filosofía, se había visto abocada a una serie de disputas
escolásticas generalizadas y estériles.
Ahora bien, en este "ni orden ni concierto" se encontraban también,
según su parecer, el resto de saberes: unos, los basados en la tradición,
porque caían en el costumbrismo acrítico y en el relativismo (lo que vale
aquí, en este país o en esta zona o en este clan, no vale en aquel otro, y en
cualquier caso lo válido o verdadero era sólo por el poder de la tradición);
otros, como la teología, porque discutían sobre temas que superaban las
limitaciones del conocimiento humano. Y, en cuanto a las ciencias, no todas
estaban a salvo de las disputas terminológicas y de la falta de verificación
empírica; únicamente la matemática parecía emerger del caos y caminar
segura, porque la matemática, según Descartes, aporta evidencias, es decir,
verdades absolutamente ciertas, seguras, que no admiten la menor duda y
basadas en el escrupuloso razonamiento. Así Descartes hallaría en la
matemática la base firme de su método.
Este método, apodado "la duda metódica", habría de tener según
Descartes aplicación general a todo el proceder del conocimiento y de
manera muy especial a la filosofía, la cual es tomada por ciencia y
comparada metafóricamente con un árbol y con la labor que realiza un
arquitecto: para Descartes, la filosofía es como un árbol en el que las raíces
son la Metafísica (el área de las preguntas radicales -raíz tiene que ver con
lo radical, con lo que está en el origen-), el tronco es ocupado por la Física,
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el saber de la naturaleza (la physis de los antiguos, la filosofía de la
naturaleza de los modernos: todavía en 1687 Newton publicaba su gran
obra bajo el título de Principios matemáticos de la filosofía natural),
mientras que las ramas quedarían reservadas para la multitud de ciencias
particulares de todo tipo, como la medicina, la moral, etc. Pero la filosofía
no había de ser simplemente la exposición de un orden del saber (ese árbol
al que hacemos referencia), sino que debía de tomar parte activa en el
conocimiento, siendo a la vez su esqueleto y su visión de conjunto o
general. Por eso Descartes la compara con la labor del arquitecto: este
quiere edificar, construir, pero ha de hacerlo sobre cimientos sólidos, bases
seguras, de lo contrario el edificio pronto se vendrá abajo; pero para
establecer esos cimientos primero hay que despejar el terreno, allanarlo,
horadar hasta encontrar suelo firme, eliminar irregularidades y estorbos que
pudieran provocar el derrumbamiento. Ese edificio es el edificio del saber,
el conocimiento humano como tal y esos cimientos han de ser los únicos
posibles: aquellos que proporciona el correcto uso de la razón. La
confianza de Descartes en la razón era suprema y no en vano su filosofía ha
quedado anclada a esa corriente llamada racionalismo.
Así pues, para Descartes, el saber era una cuestión de método más
que una adquisición de contenidos. El verdadero saber no residía en la
erudición sino en la buena o correcta disposición de la razón. En el título
completo de una de sus obras capitales, la conocida como "Discurso del
Método", Descartes alude a la necesidad de dirigir bien la razón para hallar
la verdad en las ciencias: Discurso del método para conducir bien la propia
razón y buscar la verdad en las ciencias. Esta decisión de utilizar la razón
como medio para encontrar verdades absolutamente firmes va
inseparablemente unida a su preocupación por el método. De ahí que nos
atrevamos a llamar a Descartes el filósofo del método.
Precisamente este interés por hallar un método racional de
conocimiento enfocado a lograr seguridades se ha convertido en el pilar
básico de toda la ciencia, por lo que en buena medida toda la ciencia actual
es netamente cartesiana, en este sentido.
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Pero este interés ha traído como una de sus consecuencias la
separación del saber científico del terreno de la fe y de los textos sagrados,
porque, siguiendo a Descartes, el conocimiento firme se basará más en lo
que los hombres son capaces de investigar por sí mismos que en lo que se
encuentra en los textos sagrados.
El método
Resulta relativamente fácil resumir en qué consiste el método
filosófico cartesiano. Bastará con este esquema:
Nombre: duda metódica.
Objetivo: hallar las verdades que sirvan de base a todo el conocimiento
humano.
Fundamento: la matemática o lo que es lo mismo operar según certezas y
deducciones racionales.
Reglas:
1. Evidencia: dar por verdadero solo lo que se perciba de manera
clara y distinta, es decir, aquello que no admita duda.
2. Análisis: separar para comprender. Descomponer hasta alcanzar
lo simple.
3. Síntesis: recomponer, unificar, unir los elementos simples para
dar con lo complejo.
4. Comprobación: repasar el proceso para eliminar los posibles
errores.
Aplicación: a todas las ciencias y de manera especial a la filosofía.
Así de sencillo, así de difícil. El componente fundamental del
método es la razón y no podía ser otro, porque según Descartes los sentidos
no admiten este procedimiento, la imaginación no acierta a distinguir lo
real de lo irreal, la vigila del sueño y la tradición está cargada de prejuicios.
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Pero hay un dato más, el cual resulta esencial para comprender el
método: el cogito, el "yo pienso". Este es el verdadero protagonista del
método. ¿Por qué? Porque él es la primera verdad. Dice Descartes: puedo
dudar de todo, menos de que dudo y como dudar es una muestra del pensar,
no puedo entonces dudar de que pienso y puesto que pienso, soy. Estamos
hablando, por tanto, del "cogito ergo sum".
La fundamentación de la filosofía y de la ciencia
El método no solo es una manera de pensar, también lo es de hacer
filosofía e incluso ciencia, porque el método es el fundamento de todo
saber. Descartes consideraba que la filosofía, entendida como la búsqueda
de fundamentos, de certezas indudables y universales que sirvieran de base
a todo saber, era la primera de las ciencias, la que de algún modo ofrecía un
sistema a todas las demás. La comparaba, metafóricamente, con un árbol y
con la labor de un arquitecto, tal y como hemos descrito anteriormente.
Pero Descartes no se ciñó a hacer filosofía. También destacó como
científico, sobre todo en los campos de la física y la matemática. Para
Descartes, la ciencia ha de estar basada en la matemática, porque solo estas
son ciertas, según Descartes, pues se basan en la evidencia racional. Las
ciencias han de estar unificadas bajo un método común y general, que es el
de la matemática. Esta aporta orden y medida, dos criterios claves para
entender cómo funciona el mundo.
En su labor como científico, destaca su concepción mecanicista del
mundo. Para Descartes el mundo es una especie de máquina, por lo que
puede ser estudiada prescindiendo de los sentidos y atendiendo solamente a
sus efectos mecánicos: el mundo es un sistema mecánico y sus efectos hay
que entenderlos como producto de ese mecanismo. Descartes pretendía que
la ciencia describiera con verosimilitud cómo funciona el mundo
observando sus efectos y analizándolos matemáticamente.
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Ese mundo está lleno de materia y en él no existe el vacío. Descartes
lo comparaba con un reloj2, que tiene un fabricante: Dios es su creador.
Pero una vez construido y puesto en marcha, el mundo funciona
autónomamente.
La ciencia cartesiana busca no sólo interpretar verosímilmente el
funcionamiento mecánico del mundo, sino a la vez intervenir. En efecto, la
ciencia, cuando sabe el cómo de la realidad, puede intervenir en ella y
controlarla. Así, la ciencia tendría una voluntad técnica, transformadora, en
sintonía con los tiempos modernos.
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la metáfora del reloj aplicada al mundo era de uso común entre los científicos de la época.
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"Cogito ergo sum", la primera verdad
La filosofía de Descartes puede ser tildada de subjetivista porque
enfatiza el poder del sujeto como principio del conocimiento. Pero, ¿qué
caracteriza esencialmente a ese sujeto? No solo su entendimiento o razón,
sino todo su pensamiento. Y, como decía Descartes en sus Principios de
Filosofía, pensar no es sólo entender, sino también querer, sentir e
imaginar. Así pues, el sujeto (“cogito”, en Descartes) es tanto un ser
racional como sintiente. Una especie de inteligencia o espíritu o cosa que
piensa porque, según Descartes, “el pensamiento es un atributo que me
pertenece: sólo él no puede ser desprendido de mí. Yo soy, yo existo: esto es
cierto; pero ¿por cuánto tiempo? A saber, por el tiempo que piense; porque
tal vez sea posible que si yo dejara de pensar, cesara al mismo tiempo de
ser o existir […]. Por lo tanto no soy, hablando con precisión, sino una cosa
que piensa, es decir, un espíritu, un entendimiento o una razón”3.
De esta forma, en la filosofía de Descartes, el ser y el pensar
aparecen reunidos en el cogito, entendido como actividad de la mente o, en
general, pensamiento, el cual dispone de distintos modos para hacerme
reales -en tanto que perceptibles o representables- las cosas: la voluntad, el
entendimiento o razón, los sentidos, la imaginación… El cogito, entonces,
es el yo pensante, el yo sintiente y el yo libre, esto es, el yo de la razón, del
sentimiento y de la decisión o voluntad.
A ese cogito, Descartes lo denomina espíritu (yo, cogito, el pensar…
Descartes utiliza distintas expresiones). Es el campo trascendental en el que
se hacen perceptibles todas las cosas. Ese yo no deviene revelado, no se
sustenta en la voluntad de un ser divino que me haya otorgado ese don, sino
que el conocimiento nace de mí, con lo que puedo establecer ese yo soy, yo
pienso (o “pienso, luego existo”) como la primera verdad.
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Descartes, René: Meditaciones Metafísicas, p. 21
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Ahora bien, ¿por qué este "yo que piensa" es la primera verdad?
Porque es la primera certeza, la evidencia fundamental, inmediata. El yo,
piensa; al pensar, necesariamente piensa en algo; ese algo puede ser puesto
en duda en tanto que existente: podemos pensar que lo pensado es fruto de
la imaginación, incluso que alguien nos engaña (un "genio maligno", dirá
Descartes). Así que lo pensado no está libre de dudas. Sin embargo, de lo
que no hay duda es de que sigo pensando y de que mientras pienso, existo.
Descartes ya tiene la primera evidencia que andaba buscando. Esa será la
primera verdad de su filosofía, sobre ella asentará todo su sistema
filosófico.
Pero este hallazgo traerá consecuencias:
1. ¿Si el yo es la primera verdad, dónde queda Dios? ¿Si la razón es la
herramienta para saber, dónde queda la fe? La existencia de Dios, como
principio de perfección, resulta indudable para Descartes, sin embargo
solo apuesta por ella a partir de la evidencia primera del cogito. De
alguna manera, la existencia de Dios es deducida de la existencia del
cogito. ¿Se puede decir, entonces, que Descartes coloca a Dios en un
segundo plano? Dios, como veremos después, cumple un papel
fundamental en la filosofía de Descartes. No es, pues, el suyo un papel
secundario. Pero sí es cierto que el protagonista4 es el yo. Sólo a partir
de esa acción racional surge la posibilidad de establecer la existencia de
Dios. No se puede decir que Descartes recurra a la fe. Todo lo más a su
fe en la razón. El objetivo de esa razón no es tanto comprender el
mundo sino comprender el yo. Solo después habrá tiempo para el
mundo. Por eso la filosofía cartesiana recala en la afirmación de la
subjetividad.
2. ¿Si el yo es el pensar, qué ocurre con el cuerpo? En el concepto de
espíritu Descartes reúne las dos partes que él mismo reconoce en el
hombre: la parte corpórea y la mental, es decir, la materia y el
pensamiento, porque, como reconoce, para pensar es preciso ser, y la
mente no es algo extracorpóreo, sino que vive encarnada. Ahora bien,
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Literalmente, del griego, el primero que conduce, dirige o actúa.
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como dice el mismo Descartes, es fácil de reconocer el alma que el
cuerpo, porque de este último nos informan los sentidos y estos son
bastante imperfectos y muchas veces nos engañan, mientras que del
alma como actividad del pensamiento da cuenta la razón, porque
aunque pueda dudar de que tengo un cuerpo no puedo, en cambio,
dudar de que pienso. La fuerza de esa razón (o del pensar racional
propio del yo) pasa por desvelar su actividad, la cual consiste en
representar la realidad. Para hacer eso son necesarias las ideas, porque
estas son precisamente representaciones de las cosas.
En resumen, el cogito es la primera verdad y esta es de naturaleza
evidente, porque no admite duda; racional o espiritual, porque su
aprehensión viene dada por la razón, entendida en general como espíritu o
capacidad de pensar o tener experiencia mental de todas las cosas;
existencial, ya que pensar y ser, en el caso del cogito, son la misma cosa.
Por eso, en la expresión “cogito ergo sum” la existencia no se deduce ni
predica del pensamiento, sino que más bien, advertir de manera evidente el
primero, el pensar, supone de inmediato reconocer el segundo, el existir.
Las ideas
Descartes distinguía tres tipos de ideas: innatas, adventicias y
facticias. Las primeras vienen dadas de antemano, están impresas en
nuestra mente y ésta cuenta con ellas de manera inmediata y evidente; las
adventicias son las que resultan de la operación de nuestros sentidos,
mientras que las facticias son fruto de la imaginación y la voluntad.
Toda idea es una representación de algo, siendo una representación el
modo en que algo se ofrece a la mente. Pero ocurre que no todas las ideas
tienen la misma potencia ni idéntica importancia. Hay ideas que son la
clave de bóveda de todo el edificio que es el conocimiento. Esas ideas son
las innatas y Descartes las reduce a tres: el yo, el mundo y Dios. Para
Descartes estas ideas no son meras representaciones, son sustancias.
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En efecto, una característica singular del racionalismo cartesiano es
el innatismo de las ideas: la mente utiliza unos elementos innatos para
poder llevar a cabo su actividad. Sin esos elementos innatos no sería
posible la actividad del pensamiento (y con este del sentimiento, la
voluntad, la imaginación, etc.). Las ideas innatas son el soporte de toda la
actividad del espíritu como mente.
Yo, mundo y Dios. La teoría cartesiana de la
sustancia
Sustancia es, según Descartes, todo aquello que no necesita de otra
cosa para existir. Reconocemos una sustancia por sus atributos, es decir,
por el modo en que ella misma se presenta, se muestra. Existen, en opinión
de Descartes, dos tipos básicos de atributos: el pensamiento y la extensión.
Este último consiste en ocupar un espacio, pero pensar no necesita espacio.
Pensar es, para Descartes, toda actividad de la mente por la que se apercibe
de algo, ya sea a través del entendimiento, la imaginación, la voluntad o los
sentidos:
"Mediante la palabra pensar entiendo todo aquello que acontece en nosotros de tal
forma que nos apercibimos inmediatamente de ello...; así pues, no sólo entender,
querer, imaginar, sino también sentir es considerado aquí lo mismo que pensar”5.
Ahora bien, pensar puede ser propio de una mente finita e infinita, es
decir, que pensar es propio tanto del hombre como de Dios. En cambio,
ocupar un espacio, tener extensión, es sólo aplicable a la materia. Si bien el
hombre es algo material, aunque se defina no tanto por eso como por su
capacidad para pensar, Dios, sin embargo, carece de materialidad, es puro
pensamiento. De lo contrario ocuparía un espacio y, en ese caso, sería
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Descartes, René: Los principios de la Filosofía, I, 9
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finito, pero Dios es infinito; además, si fuese materia, podría dividirse en
partes, con lo que sería algo imperfecto, pero Dios ha de ser perfecto.
Ya tenemos así referidas las tres sustancias de las que habla
Descartes y que engloba en dos tipos distintos:
A) res cogitans: las sustancias definidas por el atributo pensamiento: el
hombre y Dios.
B) res extensa: la sustancia definida por el atributo extensión: el mundo.
A la sustancia mundo Descartes aplica su modelo mecanicista: el
mundo es una gran máquina, un aparato de relojería, funcionando
automáticamente, con precisión, sujeto a leyes invariables y cognoscibles
por la ciencia. Ese mundo está lleno de materia y en él no existe el vacío.
Por supuesto ese reloj6 tiene un fabricante: Dios es su creador. Pero una vez
construido y puesto en marcha, el mundo funciona autónomamente. La
concepción que tenía Descartes del mundo era muy semejante a la
sostenida por Galileo, pero siendo consciente de la condena que la Iglesia
lanzó sobre éste, no se atrevió a publicar su Tratado del Mundo.
En cuanto al hombre, Descartes sostiene que tiene una doble
composición: por un lado es materia, es una cosa más del mundo, tiene un
cuerpo; pero por otro lado es pensamiento, actividad mental. Descartes
incide en que el hombre se identifica mejor por su mente que por su cuerpo
aduciendo que es más fácil conocer la mente que el cuerpo. Descartes
sostiene esta tesis sobre el argumento siguiente: los sentidos son los que
notifican la existencia de un cuerpo y estos pueden engañarnos, pues son
una herramienta de conocimiento poco fiable; sin embargo, la existencia de
la mente viene constatada por la actividad del pensamiento que percibe
como inmediatamente evidente el pensar mismo. Por supuesto cuerpo y
mente no están desgajados el uno del otro en el modelo antropológico que
diseña Descartes. De manera un tanto fantástica dice que ambas partes
están unidas por la glándula pineal.
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la metáfora del reloj aplicada al mundo era de uso común entre los científicos de la época.
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Así pues, aunque Descartes reconozca una doble naturaleza en el
hombre (cuerpo y mente), finalmente une esa doble naturaleza en una sola
sustancia caracterizada por los dos atributos: la extensión (cuerpo) y el
pensamiento (mente o alma). Esta unión sustancial es, precisamente, lo que
distingue al hombre de Dios, pues este carece de extensión. Pero esa misma
unión sustancial propia del hombre lo distingue, a su vez, de los animales,
los cuales son considerados por Descartes a modo de máquinas sintientes.
Por último la cuestión de Dios merece una atención especial, porque
Descartes, que había partido de la evidencia del yo como ser pensante, que
había afirmado que el cogito es la primera verdad, se da cuenta de que en
su sistema necesita a Dios. Nos ofrecerá varias pruebas de su existencia,
entre las que podemos destacar una de corte ontológico y la otra de
naturaleza epistemológica.
Las pruebas de la existencia de Dios
Tomás de Aquino se había esforzado por conducirnos hasta la
evidencia de la existencia de Dios a través de sus famosas cinco vías,
dotadas de la arquitectura de la lógica aristotélica. San Anselmo había
esclarecido el llamado "argumento ontológico", según el cual Dios era
evidente que existía, porque de pensar en un ser perfecto -y Dios sería el
ser más perfecto en que pudiera pensarse- no podría pensarse en él la falta,
un detalle de imperfección; la inexistencia sería un ejemplo de esa
imperfección. Luego Dios ha de existir, si es que por perfecto lo tomamos.
Descartes conocía los argumentos de ambos y a su modo los tendría
en cuenta. Pero su punto de partida es otro: no parte de la información
contingente que nos proporcionan los sentidos (al contrario que Santo
Tomás), tampoco parte de la idea de perfección (al contrario que San
Anselmo); Descartes parte del yo, del cogito -pues recordemos que en su
sistema filosófico este es la primera verdad- para concluir que si yo, como
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ser pensante, me percato de que puesto que dudo mi mente es limitada,
imperfecta y no obstante alberga de manera innata la idea de perfección, es
decir, de Dios, yo no puedo haber sido su causa (de lo imperfecto no
deviene lo perfecto, pensaba Descartes), luego ha de existir ese ser perfecto
que ha grabado en mi mente esa noción de perfección.
Pero Descartes no se contenta con este argumento y nos ofrece otro,
de nuevo partiendo del yo como cosa que piensa: resulta que mi pensar se
basa primeramente en la evidencia, a la que Descartes toma como primera
regla del método, porque lo que es evidente no admite ya duda; pero resulta
también que aunque dé por hecho que lo evidente es verdadero, ¿qué me
asegura la validez de ese presupuesto? Desde luego no puedo zanjar la
cuestión aferrándome a la existencia de una mente imperfecta y llena de
dudas, así que Descartes recurre a la necesidad de existencia de una mente
más perfecta que la mía, absolutamente perfecta, o sea, la existencia de
Dios, que en su infinita bondad y perfección no permita que me engañe al
pensar que lo evidente es lo verdadero.
De esta forma, Descartes convierte a Dios en garantía epistemológica
de la verdad y en causa de mis ideas innatas. No se puede concluir, por
tanto, que la filosofía cartesiana relegue a Dios a un segundo plano, pero sí
es cierto que no llega a Dios por la fe, pues siempre trata de deducir la
existencia de éste a partir de la operación de la razón. Así, Dios es en
Descartes un correlato necesario de la razón misma y por eso el enfoque
otorgado a la cuestión sobre Dios es deísta: Dios es un principio metafísico,
es la noción misma de perfección, la cual no podemos atisbar sin
percatarnos antes de nuestra propia subjetividad. Esa subjetividad es para
Descartes la piedra angular sobre la que hace descansar su comprensión de
la realidad:
"Y, en fin, considerando que todos los pensamientos que nos vienen estando
despiertos pueden también ocurrírsenos durante el sueño, sin que ninguno
entonces sea verdadero, resolví fingir que todas las cosas, que hasta entonces
habían entrado en mi espíritu, no eran más verdaderas que las ilusiones de mis
sueños. Pero advertí luego que, queriendo yo pensar, de esa suerte, que todo es
falso, era necesario que yo, que lo pensaba, fuese alguna cosa; y observando que
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esta verdad: «yo pienso, luego soy», era tan firme y segura que las más
extravagantes suposiciones de los escépticos no son capaces de conmoverla,
juzgué que podía recibirla sin escrúpulo, como el primer principio de la filosofía
que andaba buscando"7.
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Descartes, René: Discurso del Método
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Bibliografía
Obras fuente:
Descartes, René: Obras. Gredos, Madrid, 2011
Reglas para la dirección del espíritu.
El mundo o El tratado de la luz.
Meditaciones metafísicas.
Discurso del método.
Las pasiones del alma.
Los principios de la filosofía.
Bibliografía secundaria:
Álvarez Gómez, Ángel: El Racionalismo del siglo XVII.
Madrid, Síntesis, 2001
Garin, Eugenio: Descartes. Crítica, Barcelona, 1989.
Redondo Sánchez, Pablo: Maestros del pensamiento. Un
recorrido por la historia de la filosofía. Serbal, Barcelona,
2014
Severino, Emanuele: La filosofía moderna, Ariel, Barcelona,
1986, trad. De Juana Bignozzi
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