Historia de un ángel gaucho Nora Martínez Cuando se combina el azar con el deseo... Se podría decir que el relato comienza en Sierra de la Ventana, pero prefiero iniciarlo en Capital. Barrio de Caballito. Días previos a unas vacaciones de invierno. Me detuve frente a un libro titulado “Allá en la patagonia”, nombre y foto llamaron mi atención. Leí la contratapa, hacía referencia a una familia inmigrante alemana que, escapando de la guerra, había llegado a la patagonia allá por el año 1923. Historias como tantas otras, pensé, pero no pude dejarlo y finalmente el ejemplar quedó durante un tiempo olvidado en mi biblioteca. Por esas incógnitas que nos ofrece la vida, antes de cerrar el bolso que me llevaría a Sierra de la Ventana, decidí resurgirlo como el único libro que llevaría a mis vacaciones. Llegada a Sierra de la Ventana. Éramos cinco en el auto. Susana antes de bajarse me dijo: “esa señora que ves ahí, de sombrero negro, no sé quién es pero debe ser una mujer muy interesante, vienen periodistas de Buenos Aires y de distintos lugares a hacerle notas... por qué no vas a hablar con ella? puede ser valioso para tu investigación acerca de las mujeres!” Me quedé ensayando un modo de acercarme, luego otro, y otro... qué le decía, no sabía ni el nombre; entre tanto titubeo la mujer se fue y me quedé mirando cómo se alejaba en su bicicleta. Cuando Susana regresó al auto, me consoló haciéndome saber que la señora siempre andaba por el pueblo a caballo o en bicicleta. Con lo cual esperé cruzármela otro día. Eso nunca ocurría. Los días pasaban, mis vacaciones se terminaban y renegué por la indecisión de aquel momento. Mateada en casa de amigos. Ya habían pasado unos días y el libro, el que había encontrado en Caballito, me venía atrapando intensamente. Entre mate y mate comenté con mis amigos el entusiasmo por mi lectura y con enorme sorpresa supe que la mujer del sombrero negro, la del caballo y la bicicleta era una de las niñas del libro que había encontrado en Caballito. Recordé mi indecisión. Qué lástima!, pensé, y balbuceé un zanen des né!, que nadie entendió porque es un código que tenemos con mi amiga que estudia japonés y que significa qué lástima. Lo adoptamos, lo hicimos nuestro y casi lo hacía lema de mi viaje hasta que un cambio de viento hizo un giro brusco y no volví a repetir el código hasta el día de hoy. Irene tenía cinco años cuando su madre llegó a la patagonia. A partir de entonces se convirtió en mi búsqueda. Llegué a su casa. El encuentro con Irene. Lluvia finita e incansable, barro, mucho barro, las sierras y un caballo que se acercaba montado por una jovencita de ochenta y ocho años. Le expliqué, le dije, le conté, le hablé del libro atolondradamente, y ella desde su caballo, bajo la lluvia, alzando sus brazos al cielo, como agradeciendo a algún dios inventado en ese instante, me decía: “¡¡¡ese libro tiene magia!!!” y lo repetía una y otra vez y entre mi torpeza y la emoción le propuse una entrevista. Combinamos a las diecisiete horas en su casa. Cuando una alemana dice diecisiete horas no esta diciendo diecisiete cinco, ni diecisiete diez. Habían pasado ocho minutos de la hora acordada e Irene estaba en la puerta con su poncho al viento, como reprochando el retraso. “Allá en la patagonia” es un libro que cuenta la historia de la familia Brunswig. Familia que huyó de la guerra para radicarse en Argentina. El libro recopila la correspondencia que la Sra. Brunswig le enviaba a su madre (abuela de Irene) desde las lejanas tierras. La Sra. Brunswig llegó a la patagonia con sus tres hijas, la mayor, María, quien hizo la selección de las cartas volcadas en el libro y las gemelas Asse e Irene. Irene es el ángel con quien tuve la posibilidad de conectarme. Irene es pura luz, cuando uno la escucha, le surgen esas impostergables ganas de invitarse a su casa y dejarse llevar por el susurro de su dulce voz entonando el viento. Sus ojos claros, expresivos, nos hacen suponerla en la plenitud de la vida y seguramente no estamos errados. Un encuentro casual e infinito la alojó en mi corazón. Irene es magia y paz. Vivió confundida durante mucho tiempo pero nunca se venció. Su fortaleza hizo que hoy pueda seguir tocando su acordeón y cantándole a la vida. La humildad y sencillez la acompañan y eso es lo que tal vez le permitió reponerse en los momentos más difíciles. Ella buscó todo el tiempo y sigue buscando porque un futuro la espera y porque aún queda mucho por hacer. Un verdadero encuentro no se regala todos los días. Fui hacia él con un entusiasmo casi adolescente y con la sensación de estar haciendo lo que debía hacer. Lo que continuó a los primeros cinco minutos, fue la pérdida de la noción del tiempo y del espacio. Me arrojé de cabeza en la dimensión del encuentro y abandoné no solo mis anotaciones, sino todo mi ser. Allí permanecí, atrapada por sus relatos hasta que ella recordó que esa misma noche tenía un show y debía averiguar a qué hora tocaba. La noche ya estaba avanzada así que tuve que partir. No fue una decisión, me hubiese quedado hasta el día siguiente... y el otro... y a terminar allí mis vacaciones. Irene me invitó a su show de modo que la noche continuó más tarde en el hotel Pillahuinco. Al día siguiente me fui a despedir con la clara convicción de que sería por poco tiempo. Me recibieron sus ojos claros, su sonrisa fresca, su cálido hogar de hornalla encendida y la desbordante sorpresa de un libro anillado sobre el sofá. Ese libro que contiene la historia de su vida, sus memorias, me lo estaba dando para que lo leyera; aún hoy, mientras escribo me da un sacudón el corazón. Creo que ella todavía no sabe cuánto me estaba dando en ese acto tan maravilloso, tan noble, tan generoso. Tuve en mis manos la continuación de aquel libro, la historia de la familia Brunswig contada por una de las gemelas. A partir de ese momento nuestra relación continuó a través de cartas, escritas de puño y letra, enviadas por correo. Ansiosa de encontrarme con una en el buzón, pude reeditar esa vieja sensación de esperar noticias del cartero. Mi buzón hoy dejó de ser esa maldita puertita que solo se abre para recibir impuestos. Volví a verla cuando le propuse editar sus memorias. Irene sin conocerme me brindó sus tesoros más preciados, los originales, sus dibujos y con ellos me regaló su corazón de una pureza impecable. En esa oportunidad me decía “¡a quién puede interesarle mi libro!, no hay sexo, ni droga, ni violencia” En sus relatos hay vida, y hay vivencias, hay dolor y esperanza, amor, trabajo, soledad. Encuentros y desencuentros y un corazón enorme puesto al servicio de quien desee apoderarse de él. Una vida que merece ser contada, que Irene contó y que debe circular en honor a la amistad, al sufrimiento de una gemela, al valor, y a la vida con proyectos de un ángel gaucho que ya cumplió sus ochenta y ocho años. Mirando hacia atrás. Los ochenta y tres años de una vida plena van quedando atrás y lo que vendrá está escrito en las estrellas, pero sé que el encanto y el valor de la vejez radican en mirar hacia atrás y poder decir que ha sido un regalo del Dios del cielo, haber crecido y haber vivido feliz. En mis días jóvenes tenía el presentimiento de que la vida podía ser muy dura cuando no se contaba con una personalidad firme y esa fue mi lucha, alcanzar un temperamento fuerte que me ayudara a progresar tanto como nunca hubiese imaginado, y tratar de fortalecerme cada día, me amparó del falso orgullo, de la arrogancia y de la vanidad, haciéndome ver que las personas muy a menudo somos poca cosa y que si creemos estar en la más alta cima, podemos terminar desbarrancándonos en un abismo. Alemania, La Patagonia, Mendoza, Buenos Aires y ahora Sierra de la Ventana son los lugares donde he residido, pero también he conocido otros sitios donde he podido vivir las más lindas experiencias. Mis padres, mi hermana mayor, mi inolvidable gemela, mis hermanos, mi marido, mis hijos y un amplio círculo familiar, sumado a innumerables amigos y a mis fieles caballos, me han dado tantos momentos de felicidad que pude finalmente superar mis angustias. En estos días me siento muy alegre y puedo afirmar que mi vida sigue siendo plena y llena de aventuras, aunque ya no sea una niña y no viva en la Patagonia Irene Brunswig de Neddermann Diciembre de 2000