Los dones y ministerios espirituales

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Los dones y ministerios espirituales
Dios concede a todos los miembros de su iglesia, en todas las épocas, dones espirituales para que
cada miembro los emplee en amante ministerio por el bien común de la iglesia y de la humanidad.
Concedidos mediante la operación del Espíritu Santo, quien los distribuye entre cada miembro
según su voluntad, los dones proveen todos los ministerios y habilidades que la iglesia necesita
para
cumplir
sus
funciones
divinamente
ordenadas.
De
acuerdo
con
las Escrituras, estos dones incluyen ministerios —tales como fe, sanidad, profecía, predicación,
enseñanza, administración, reconciliación, compasión, servicio abnegado y caridad—, para ayudar
y animar a nuestros semejantes.
Algunos miembros son llamados por Dios y dotados por el Espíritu para ejercer funciones
reconocidas por la iglesia en los ministerios pastorales, de evangelización, apostólicos y de
enseñanza, particularmente necesarios con el fin de equipar a los miembros para el servicio,
edificar a la iglesia con el objeto de que alcance la madurez espiritual, y promover la unidad de la
fe y el conocimiento de Dios. Cuando los miembros emplean estos dones espirituales como fieles
mayordomos de la multiforme gracia de Dios, la iglesia queda protegida de la influencia
destructora de las falsas doctrinas, crece gracias a un desarrollo que procede de Dios, y se edifica
en la fe y el amor (Rom. 12:4-8; 1 Cor. 12:9-11, 2Z 28; Efe. 4:8, 11-16; Hech. 6:1-7j 1 Tim. 3:113; 1 Ped. 4:10, 11).
LAS PALABRAS QUE JESÚS HABLÓ JUSTO ANTES de ascender al cielo, habrían de cambiar
la historia, “Id por todo el mundo —les ordenó a los discípulos—, y predicad e[ evangelio a toda
criatura” (Mar. 16:15).
¿A todo el mundo? ¿A toda criatura? Los discípulos deben haber pensado que se trataba de una
tarea imposible. Cristo, que conocía su impotencia, los instruyó para que no abandonaran Jerusalén,
“sino que esperasen la promesa del Padre”. Luego les aseguró: “Recibiréis poder, cuando haya
venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en
Samaria, y hasta lo último de la tierra” (Hech. 1:4, 8).
Después de la ascensión de Jesús al cielo, los discípulos pasaron mucho tiempo en oración. La
armonía y la humildad reemplazaron la discordia y los celos que habían caracterizado buena parte
del tiempo que pasaron con Jesús. Los discípulos estaban convertidos. Su estrecha comunión con
Cristo y la unidad resultante constituyeron la preparación necesaria para el derramamiento del
Espíritu Santo.
Así como Jesús recibió una unción especial del Espíritu que lo capacitó para realizar su ministerio
(Hech. 10:38), también los discípulos recibieron el bautismo del Espíritu Santo (1-lech. 1:5), el cual
los capacitaría para testificar. Los resulLados fueron asombrosos. El mismo día que recibieron el
don del Espíritu Santo, bautizaron a 3.000 personas (ver 1-lech. 2:41).
Los dones del Espíritu Santo
Cristo ilustró los dones del Espíritu Santo con una parábola: “El reino de los cielos es como un
hombre que yéndose lejos, llamó a sus siervos y les entregó sus bienes. A uno dio cinco talentos ya
otro dos, ya otro uno, a cada uno conforme a su capacidad; y luego se fue lejos” (Mat, 25:14, 15).
El hombre que se fue lejos representa a Cristo, el cual subió al cielo. Los “siervos” son sus
seguidores, los cuales fueron “comprados por precio” (1 Cor. 6:20), a saber, “con la sangre preciosa
de Cristo” (1 Ped. 1:19). Cristo los redimió para el servicio, “para que los que viven ya no vivan
para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos” (2 Cor. 5:15).
A cada siervo, Cristo le concedió dones según su capacidad, ‘ya cada uno su obra” (Mar. 13:24).
Junto con otros dones y capacidades (ver el capítulo 21 de esta obra), estos dones representan los
talentos especiales que imparte el Espíritu.1
En un sentido especial, Cristo le concedió a su iglesia estos dones espirituales en el Pentecostés.
“Subiendo a lo alto —dice Pablo—.., dio dones a los hombres”. De ese modo, “a cada uno de
nosotros fue dada la gracia conforme a la medida del don de Cristo” (Efe. 4:8, 7), El Espíritu Santo
es el agente que distribuye “a cada uno en particular como él quiere” (1 Cor, 12:11) los dones que le
permiten a la iglesia cumplir la tarea que se le ha asignado.
El propósito de los dones espirituales
El Espíritu Santo concede una capacidad especial a cierto miembro, permitiéndole ayudar a quela
iglesia cumpla su misión divina.
Armonía en la iglesia. A la iglesia de Corinto no le faltaba ningún don espiritual (1 Cor. 1:4, 7).
Desgraciadamente, discutían como niños sobre cuáles dones eran los más importantes.
Preocupado por las divisiones en la iglesia, Pablo escribió a los corintios acerca de la verdadera
naturaleza de esos dones, y cómo debían obrar. Explicó que los dones espirituales son concedidos
por gracia. Del mismo Espíritu viene una “diversidad de dones”, que lleva a una “diversidad de
ministerios” y a una “diversidad de operaciones”, Pero Pablo hace énfasis en que “Dios, que hace
todas las cosas en todos, es el mismo” (1 Cor. 12:4-6).
El Espíritu distribuye dones a cada creyente para la edificación y desarrollo de la iglesia. Las
necesidades de la obra del Señor determinan qué distribuye el Espíritu, y a quiénes se los da. No
todos reciben los mismos dones. Pablo declaró que el Espíritu le da a uno sabiduría, a otro
conocimiento, a otro fe, a otro milagros, a otro profecía, a otro discernimiento de espíritus, a otro
lenguas, y a otro la interpretación de lenguas; “pero todas estas cosas las hace uno y el mismo
Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como él quiere” (vers. 11). El agradecimiento por la
operación de un don en la iglesia debe ser dirigido al Dador, y no a la persona que ejerce el don. Y
por cuanto los dones se entregan ala iglesia y no al individuo, quienes los reciben no deben
considerarlos su propiedad privada.
Por cuanto el Espíritu distribuye conforme a lo que le parece, ningún don debe ser despreciado o
pasado por alto. Ningún miembro de la iglesia tiene el derecho de ser arrogante por habérsele
encargado alguna función específica, ni nadie debiera sentirse inferior porque se le ha asignado una
posición humilde.
1, Un modelo a seguir, Pablo usó el cuerpo humano para ilustrar la armonía que debe existir en la
diversidad de dones. El cuerpo tiene muchas partes, cada una de las cuales contribuye en forma
especial. “Mas ahora Dios ha colocado los miembros cada uno de ellos en el cuerpo, como él quiso”
(vers. 18).
Ninguna parte del cuerpo debiera decir a otra: “No te necesito!” Todas dependen unas de otras, y
“los miembros del cuerpo que parecen más débiles son los más necesarios; y aquellos del cuerpo
que nos parecen menos dignos, a estos vestimos más dignamente; y los que en nosotros son menos
decorosos, se tratan con más decoro. Porque los que en nosotros son más decorosos, no tienen
necesidad; pero Dios ordenó el cuerpo, dando más abundante honor al que le faltaba” (vers. 21-24).
El mal funcionamiento de cualquier órgano afecta todo el cuerpo. Si el cuerpo no tuviera cerebro, el
estómago no funcionaría; y si no tuviera estómago, el “cerebro no serviría de nada. Así también, la
iglesia sufriría si le faltara cualquiera de sus miembros, no importa cuán insignificante sea.
Ciertas partes del cuerpo que son estructuralmente más débiles, necesitan protección especial. Uno
puede funcionar sin una mano o una pierna, pero no sin el hígado, el corazón o los pulmonesNormalmente exponemos nuestro rostro y nuestras manos, pero cubrimos otras partes del cuerpo
con vestiduras, con propósitos de modestia o decencia. Lejos de estimar livianamente los dones
menores, debemos tratarlos con mayor cuidado, porque la salud de la iglesia depende de ellos.
Dios deseaba que la distribución de dones espirituales en el seno de la iglesia evitara la
“desavenencia en el cuerpo’ produciendo en cambio un espíritu de armonía e interdependencia, para
que “los miembros todos se preocupen los unos por los otros. De manera que si un miembro padece,
todos los miembros se duelen con él, ysi un miembro recibe honra, todos los miembros con él se
gozan” (vers. 25, 26). Así que cuando un creyente sufre, toda la iglesia debe saberlo y ayudar al
sufriente. Únicamente cuando dicho individuo haya sido restaurado, estará segura la salud de la
iglesia.
Después de comparar el valor de cada uno de los dones, Pablo hace una lista con varios de ellos: “Y
a unos puso Dios en la iglesia, primeramente apóstoles, luego profetas, lo tercero maestros, luego
los que hacen milagros, después los que sanan, los que ayudan, los que administran, los que tienen
don de lenguas” (vers. 28; ver también Efe. 4:11). Por cuanto ningún miembro posee todos los
dones, el apóstol anima a todos a procurar “los dones mejores” (vers. 31), refiriéndose a los que
sean más útiles para la iglesia.2
2. La dimensión indispensable. Los dones del Espíritu Santo, sin embargo, no son suficientes por sí
mismos. Hay “un camino aun más excelente” (vers. 31). Cuando Cristo vuelva, los dones del
Espíritu pasarán; sin embargo, el fruto del Espíritu es eterno. Consiste en la virtud eterna del amor y
la paz, bondad y justicia que el amor trae consigo (ver Gál. 5:22, 23; Efe. 5:9). Si bien
desaparecerán la profecía, las lenguas y el conocimiento, la fe, la esperanza yel amor permanecerán. Y “el mayor de ellos ese1 amor” (iCor. 13:i3).
Este amor que Dios concede (agape en griego) es un amor sacrificado y abnegado (1 Cor. 13:4-8).
Es “el tipo más elevado del amor, el cual reconoce algo de valor en la persona u objeto amado; un
amor que se basa en principios y no en emociones; un amor que surge del respeto por las cualidades
admirables de su objeto”.4 Los dones desprovistos de amor causan confusión y divisiones en la
iglesia. El camino más excelente, por lo tanto, consiste en que cada uno de los que reciben dones
espirituales posea también este amor enteramente abnegado. “Seguid el amor; y procurad los dones
espirituales” (1 Cor. 14:1).
viva para gloria de Dios (Rom, 11:36-12:2), Pablo usa nuevamente las partes del cuerpo para
ilustrar la diversidad y, a la vez, la unidad que caracteriza a los creyentes que se unen a la iglesia
(vers. 3-6).
Reconociendo que tanto la fe como los dones espirituales tienen su fuente en la gracia de Dios, los
creyentes permanecen humildes. Mientras más dones se conceden a un creyente, mayor es su
influencia espiritual, y más profunda debe ser su dependencia de Dios.
En este capítulo Pablo menciona los siguientes dones: Profecía (expresión inspirada, proclamación),
ministerio (servicio), enseñanza, exhortación (dar ánimo), repartimiento (compartir), liderazgo y
misericordia (compasión). Tal como lo hace en 1 Corintios 12, termina su discusión con el mayor
principio del cristianismo, a saber, el amor (vers. 9).
Pedro presentó el tema de los dones espirituales colocando como telón de fondo el hecho de que “el
fin de todas las cosas se acercW’ (1 Ped. 4:7). La urgencia de la hora requiere que los crentes usen
sus dones. “Cada uno según el don que ha recibido —exhorta el apóstol—, minístrelo a los otros
como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios” (vers, 10). Tal como lo hace Pablo,
Pedro enseña que estos dones no son para la glorificación del individuo, sino “para que en todo sea
Dios glorificado por Jesucristo” (vers. 11).
Pedro también asocia el amor con los dones (vers. 8).
El crecimiento de la iglesia. En su tercera y final discusión de los dones espirituales, el apóstol
Pablo insta a los creyentes a que vivan “como es digno de la vocación con que fuisteis llamados,
con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor.
Solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz” (Efe. 4:1-3).
Los dones espirituales contribuyen a promover la unidad que hace que la iglesia crezca. Cada
creyente ha recibido “la gracia conforme a la medida del don de Cristo” (vers. 7),
El mismo Jesús “constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros,
pastores y maestros”. Estos dones constituyen ministerios orientados hacia el servicio, y son dados
“a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de
Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un
varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo” (vers. 11-13). Los que reciben
dones espirituales deben servir especialmente a los creyentes, preparándolos para las clases de
ministerio que se ajustan a sus dones. Esto edifica la iglesia hacia una madurez que alcanza la plena
estatura de Cristo.
Estos ministerios aumentan la estabilidad espiritual y fortalecen a la iglesia contra las falsas
doctrinas, de manera que los creyentes ya no sean “niños fiuc Viviendo para la gloria de Dios.
Pablo se refirió también a los dones espirituales en su epístola a los romanos. Al hacer un llamado a
cada creyente para que Si los miembros desean participar con éxito en la misión de la iglesia, deben
comprender sus dones. Los dones funcionan como una brújula, dirigiendo al que los posee hacia el
servicio y el goce de la vida abundante (Juan 10:10). En la medida como elegimos “no reconocer,
desarrollar y ejercer nuestros dones (o simplemente los descuidamos), la iglesia es menos de lo que
podría ser. Menos de lo que Dios quería que fuera’9
El proceso de descubrimiento de nuestros dones espirituales ‘°i caracterízarse por los siguientes
rasgos:
La preparación espiritual. Los apóstoles oraron con diligencia pidiendo la capacidad de hablar
palabras que llevaran a los pecadores a Jesús. Eliminaron las diferencias y el deseo de la
supremacía, que se habían interpuesto entre ellos. La confesión del pecado y el arrepentimiento los
hizo entrar en una relación estrecha con Cristo. Los que aceptan a Cristo hoy necesitan una
experiencia
similar
en
preparación
para
el
bautismo
del
Espíritu
Santo.
El bautismo del Espíritu no es un acontecimiento único; podemos experimentarlo diariamente.1’
Necesitamos rogar al Señor que nos conceda ese bautismo, porque le imparte a la iglesia poder para
testificar y prodamar el evangelio. Para hacer esto, debemos entregar continuamente nuestras vidas
a Dios, permanecer enteramente en Cristo, y pedirle sabiduría para descubrir nuestros dones (Sant.
1:5).
El estudio de las Escrituras. Si estudiamos con oración lo que el Nuevo Testamento enseña acerca
de los dones espirituales, le permitiremos al Espíritu Santo impresionar nuestras mentes con el
ministerio específico que tiene para nosotros. Es importante que creamos que Dios nos ha
concedido por lo menos un don para ser usado en su servicio.
Abiertos a la conducción providencial. No debemos usar nosotros al Espíritu, sino que él debe
usarnos, ya que es Dios quien obra en su pueblo ‘así el querer como el hacer, por su buena
voluntad” (Fil. 2:13), Es un privilegio estar dispuestos a trabajar en cualquier línea de servicio que
la providencia de Dios presente. Debemos darle a Dios la oportunidad de obrar a través de otros
para solicitar nuestra ayuda. De este modo debiéramos estar listos para responder a las necesidades
de la iglesia donde quiera que éstas se presenten. No debiéramos tener temor de probar cosas
nuevas, pero al mismo tiempo debemos sentirnos libres de informar acerca de nuestros talentos y
vivencias a los que piden nuestra ayuda.
Confi rmación proveniente del cuerpo. Por cuanto Dios concede estos dones para edificar su
iglesia, podemos esperar que la confirmación final de nuestros
dones surja del juicio del cuerpo de Cristo, y no de nuestros propios sentimientos. A menudo es más
difícil reconocer los dones propios que los de otros. No solo debemos estar dispuestos a escuchar lo
que otros nos digan acerca de nuestros dones, sino también es importante que reconozcamos y
confirmemos los dones de Dios en los demás.
Nada genera mayor entusiasmo ni sentimiento de logro, que saber que estamos ocupando la
posición del ministerio o del servicio que la Providencia había dispuesto para nosotros. ¡Cuán
grande es la bendición que recibimos al emplear en el servicio de Dios el don especial que Cristo
nos ha concedido por medio del Espíritu Santo! Cristo anhela compartir con nosotros sus dones de
gracia. Hoy podemos aceptar su invitación y descubrir lo que pueden hacer sus dones en una vida
llena del Espíritu.
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