en torno a la regulación de la responsabilidad contractual en el

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CARLOS MARTÍNEZ DE AGUIRRE
Catedrático de Derecho Civil
EN TORNO A LA REGULACIÓN
DE LA RESPONSABILIDAD
CONTRACTUAL EN EL
FUERO NUEVO
SUMARIO
I.
PLANTEAMIENTO GENERAL
1. La responsabilidad contractual en el Fuero Nuevo: consideraciones globales
2. Responsabilidad contractual y extracontractual
3. Plan de la exposición
II. LOS SUPUESTOS DE INCUMPLIMIENTO
III. LOS CRITERIOS DE IMPUTACIÓN DEL INCUMPLIMIENTO
1. Extinción de la obligación y liberación del deudor en la ley 493.1 FN
2. Los supuestos de extinción de la obligación (liberación del deudor)
A) La imposibilidad sobrevenida de la prestación
B) La imputabilidad de la imposibilidad sobrevenida al deudor
IV. LAS CONSECUENCIAS DEL INCUMPLIMIENTO
V. REGIMEN DEL INCUMPLIMIENTO DE OBLIGACIONES SINALAGMÁTICAS
1. La exceptio inadimpleti contractus
2. La resolución de las obligaciones sinalagmáticas por incumplimiento
3. Consecuencias del incumplimiento no imputable de obligaciones sinalagmáticas
I. PLANTEAMIENTO GENERAL
1. La responsabilidad contractual en el Fuero Nuevo: consideraciones globales
Si, en palabras de RIVERO HERNÁNDEZ, el cumplimiento es la «hora de la verdad» de
la obligación, del régimen jurídico del incumplimiento puede decirse que es la «hora de la
verdad» de la entera regulación jurídica de las obligaciones: la forma y los mecanismos con
los que el ordenamiento reacciona frente a la no ejecución por parte del deudor de la
conducta a cuya observancia venía obligado, determinan la calidad misma del vínculo
obligacional, y denotan el aprecio que del mismo hace el Derecho. Desde este punto de
vista, la obligación vale –vincula– tanto como resulte de las consecuencias que el
ordenamiento ligue a su incumplimiento.
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CARLOS MARTÍNEZ DE AGUIRRE
El Fuero Nuevo no contiene un sistema completo y detallado de las consecuencias
del incumplimiento. La Ley 493.1.º, en su segunda proposición, se limita a establecer,
desde el punto de vista de la extinción de las obligaciones –lo cual, como veremos, no es un
dato anecdótico, sino relevante a la hora de configurar el sistema en Derecho navarro—,
que éstas también se extinguen al hacerse imposible su cumplimiento por causa extraña al
deudor y sin su culpa; y añade: en todo otro caso el deudor deberá indemnizar por su
incumplimiento.
Una primera aproximación, sobre todo si se tiene en cuenta la prolija y no siempre
clara regulación de esta materia en otros cuerpos legales (el CC puede ser un buen
ejemplo), llevaría a concluir que el precepto reproducido se limita a recoger dos principios
complementarios entre sí –el de extinción de la obligación por imposibilidad sobrevenida
inimputable, y el de indemnización por incumplimiento—, pero insuficientes para fundar en
sentido propio un verdadero sistema de consecuencias del incumplimiento de las
obligaciones en Derecho navarro. Lo cual sólo en parte es así (y probablemente en la parte
menos importante): como veremos infra con mayor detalle, en realidad la breve fórmula
empleada por la Compilación navarra proporciona elementos suficientes como para
construir ese sistema en sus líneas maestras, sin perjuicio de la necesidad de acudir al
Derecho supletorio para colmar sus lagunas (principalmente en la resolución de algunas
cuestiones más concretas). Por otro lado, esa misma parquedad, y el carácter general
–principial, podría decirse– con que se produce la norma aludida, dota al Derecho navarro
de un grado de flexibilidad más que notable; lo cual me parece, en esta materia, un
verdadero acierto.
Todo ello debe ser abordado con mayor detenimiento, y así lo iremos haciendo en
las páginas que siguen. De momento, es preciso afrontar una cuestión de alcance más
general, derivada de la misma parquedad normativa del Fuero Nuevo, y ligada a la
supletoriedad del CC en esta materia. El problema seria el siguiente: ¿son los principios que
consagra la ley 493.1.º los mismos que inspiran el sistema de responsabilidad obligacional
en el CC? Porque si no es así, la aplicación supletoria de los preceptos del Código podría
ser disfuncional, de forma que o supondrían en la práctica el desuso de la ley citada (al
sustituirla por los preceptos del CC), o tales preceptos serían inservibles, por incompatibles
con los principios sentados en la norma foral; con otras palabras, si la respuesta es negativa,
habría que elegir, en términos generales, y desde el punto de vista práctico, entre la
aplicación directa del CC, o su inaplicación global (sin, perjuicio, en su caso, de que
algunos preceptos concretos pudieran ser aplicados para resolver problemas también
concretos).
En la pregunta planteada están implicadas cuestiones teóricas fundamentales,
referidas al sistema de responsabilidad contractual en el CC, que se encuentran actualmente
en el centro de las disputas doctrinales: baste recordar las aportaciones recientes de BADOSA
COLL, JORDANO FRAGA, DELGADO ECHEVERRÍA, CRISTÓBAL MONTES, CARRASCO PERERA o
PANTALEÓN PRIETO. Naturalmente, no es ésta la sede oportuna para intentar dilucidar la
cuestión. Sí para advertir, en cambio, en cuanto a lo que aquí nos interesa: 1) que, en los
términos que veremos, el Fuero Nuevo establece unos principios muy similares a aquellos
sobre los que J ORDANO F RAGA ha intentado asentar el sistema de la responsabilidad
contractual en el CC, y que coinciden ambos, como veremos, con el sistema diseñado por el
CC italiano: se responde por el incumplimiento, salvo concurrencia de un hecho extintivo
(de la obligación) liberatorio (del deudor); 2) que tal construcción no es en absoluto
pacifica respecto al CC, pero desde luego es defendible (y ha sido defendida con buenos
argumentos por el citado autor), por lo que no habría problemas para aplicar
supletoriamente los preceptos del CC relativos al incumplimiento obligacional,
preferentemente (para salvar mejor su coherencia con el sistema navarro) en la
interpretación que de ellos hace JORDANO FRAGA; 3) que, de todas formas, la determinación
de los principios que rigen este tipo de responsabilidad no es tan importante como
teóricamente (y prima facie) podría parecer, puesto que las exigencias de justicia material y
las circunstancias socio-económicas en las que se desenvuelve la aplicación práctica de
tales principios acaba provocando una notable aproximación entre sistemas aparentemente
ESTUDIOS
bien diferentes: convence de ello un repaso al Derecho Comparado (por ejemplo, los
sistemas alemán, francés, italiano y español), no tal y como resulta de los meros textos
legales, sino conforme a la interpretación jurisprudencial y doctrinal de los mismos, que
termina por traducirse, en más de una ocasión, en soluciones muy similares a problemas
idénticos; 4) y, por último, que ésta es una cuestión en la que la excesiva rigidez de algunas
construcciones puramente teóricas, en apariencia impecables, se compadece mal con la
necesidad de dar solución adecuada a los problemas prácticos, muy numerosos y que
presentan multitud de matices; ello lleva, a su vez, a dar soluciones diferentes a situaciones
quizás próximas entre si, pero no suficientemente idénticas. En esta materia, la misma
riqueza de supuestos y matices aconseja adoptar un criterio flexible, abierto, posibilista,
atento a la obtención de los resultados más adecuados desde el punto de vista del caso
concreto, y, por tanto, una perspectiva tópica y casuística como la más correcta para obtener
las finalidades que se pretenden. Ello, naturalmente, sin mengua de la siempre necesaria
corrección técnico-jurídica de la solución que se proponga: el problema no es tanto el rigor
conceptual como la rigidez conceptual, que puede encorsetar excesivamente un tema
necesitado, como digo, de grandes dosis de flexibilidad. Todo lo cual, para terminar, debe
llevar a fomentar una especie de sano escepticismo acerca de las construcciones
rígidamente dogmáticas (como si existiera un eventual «Derecho natural racionalista» en
materia de incumplimiento de las obligaciones). Y ello, no por defectos conceptuales de
tales planteamientos, sino fundamentalmente por su inepcia funcional.
Desde estas advertencias, resulta que quizás la opción del legislador navarro no sea
tan insuficiente como pudiera parecer a primera vista. Es más, puede ser considerada como
más adecuada, al formular los principios rectores de la responsabilidad contractual con gran
generalidad (y en algún aspecto, todo hay que decirlo, con una cierta dosis de ambigüedad),
y dejar que sea después el intérprete quien se encargue de adaptarlos a las necesidades de la
práctica. Eso, mejor que intentar descender al detalle último, lo que haría perder al sistema
una flexibilidad que resulta imprescindible. Por lo demás, y como ya he dicho, el
esquematismo y brevedad de la regulación legal en el Fuero Nuevo hará que el recurso al
Derecho supletorio sea, en numerosas ocasiones, inevitable.
2. Responsabilidad contractual y extracontractual
La Ley 493.1.º debe ser puesta en relación con el párrafo 2.º de la Ley 488, que
dispone que quien por su negligencia cause daño en patrimonio ajeno deberá indemnizarlo
según las circunstancias de cada caso. Este último precepto contempla la regulación de la
llamada responsabilidad extracontractual en el Fuero Nuevo. La cuestión es: ¿en qué
medida este último precepto engloba, como el género a la especie, a la responsabilidad por
incumplimiento de las obligaciones a que se refiere la ley 493?
Es esta una cuestión —no sólo teórica— que ha suscitado y suscita opiniones
encontradas. Brevemente, y situándonos por ahora en un ámbito prevalentemente teórico:
1) Es verdad que en ambos casos hay un perjuicio causado por una persona a otra, que
resulta imputable jurídicamente al causante, y por el que éste debe responder frente al
dañado: en la medida en que los criterios de imputación sean los mismos se podrá justificar
la afirmación de que la convencionalmente denominada responsabilidad contractual no es
sino una especificación de la responsabilidad civil general, a cuyos mismos principios
responde, y de cuyo régimen participa; con otras palabras, en cuanto el incumplimiento
contractual imputable suponga la causación de un daño al otro contratante, y el criterio de
imputación de ese daño sea el mismo que el de la responsabilidad civil general
(típicamente, el criterio culpabilístico: quien por su negligencia cause daño a otro, dice la
ley 488.2), no hay especiales dificultades teóricas para afirmar esa relación de género a
especie entre los dos tipos de responsabilidad de los que estamos hablando. 2) Por otro
lado, parece también claro que cualitativamente no es lo mismo el daño causado por no
hacer (o hacer mal) aquello respecto a lo que existía una especifica obligación jurídica de
hacer (o hacer bien, o no hacer, según los casos), que el causado con violación del deber
general de no causar daño a otro; lo cual justifica un tratamiento distinto de una y otra
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responsabilidad; o, si se prefiere, el sometimiento a un régimen no necesariamente
coincidente. Con lo cual, volvemos a la misma idea tantas veces citada de la necesidad de
una aproximación flexible y prudencial a las cuestiones de responsabilidad (ahora,
contractual y extracontractual)1.
¿Quid respecto al Derecho navarro (descendiendo ya al terreno más concreto de la
regulación del Fuero Nuevo)? Para la autorizada pluma de S ANCHO R EBULLIDA , «el
concepto de negligencia presupone la culpa y el dolo, y es fuente de obligación
indemnizatoria tanto en el ámbito de cumplimiento de una previa obligación cuanto con
independencia de todo vínculo obligacional previo». Según esto, la ley 488.2 seria el
género (responsabilidad civil), y la ley 493.1 la especie (responsabilidad contractual).
Reconociendo lo que hay de parcialmente cierto en dicha afirmación, me parece que es
preciso hacer algunas matizaciones, ya de lege lata:
1) Lo primero que hay que advertir es que, como veremos más adelante, no hay una
coincidencia plena entre el criterio de imputación de la responsabilidad civil general (la
negligencia de que habla la ley 488.2) y el de la responsabilidad contractual (en la que
puede haber casos en que se responda sin que haya intervenido culpa o negligencia del
deudor en el incumplimiento); de manera que habrá casos en los que el deudor incumplidor
responderá conforme a las reglas de la responsabilidad contractual, y en los que,
precisamente por no concurrir negligencia, no debería responder conforme a los criterios de
la ley 488.2: por tanto, se trata de dos acciones diferentes, no sólo con bases normativas
distintas, sino con un contenido parcialmente no coincidente. En efecto, mientras que la ley
488.2 a lo que se refiere es a la responsabilidad por daño culposo –y en esa medida puede
incluir los casos en los que el incumplimiento se debe a culpa del deudor, según veremos
infra–, la ley 493 contempla la responsabilidad por incumplimiento imputable —sea o no
culpable— de una obligación preexistente.
2) De acuerdo con esto, parece que la ley 488.2 está pensando, en términos
generales, exclusivamente en la responsabilidad extracontractual (sin perjuicio de que su
ámbito de aplicación alcance también supuestos de responsabilidad contractual en que
intervenga culpa del deudor, los cuales están sujetos, así mismo, a la ley 493.1); así resulta,
también, de las siguientes consideraciones: i) las Notas a la Recopilación Privada se
remiten a la «práctica del CC, art. 1902, para la indemnización extracontractual»; ii) la ley
38 FN, al establecer el plazo de prescripción de la acción que dimana de la ley 488.2, se
refiere a la acción para exigir responsabilidad por culpa extracontractual; iii) por último,
el plazo de prescripción establecido es el habitual de un año para este tipo de
responsabilidad, plazo que resulta inadecuado respecto a la responsabilidad contractual.
En conclusión, puede afirmarse que en el Derecho navarro la responsabilidad
contractual y la extracontractual (o civil general) son dos especies diferentes, aunque
pueden concurrir (formando una suerte de subconjunto común) en los casos en que el
incumplimiento resulte imputable al deudor por su culpa o negligencia.
Y en este último caso, ¿cuál será la norma aplicable? O, dicho con otras palabras,
¿queda excluida la aplicabilidad de la ley 488.2, por tratarse del incumplimiento de una
1. Por lo demás, diferentes autores han puesto de relieve cómo, en la práctica, se está produciendo un
acercamiento entre la responsabilidad contractual y la extracontractual. Así, DELGADO ECHEVERRÍA (siguiendo a
JORDANO FRAGA, y éste a la doctrina italiana), escribe: «en el campo de la responsabilidad extracontractual se
ensancha el ámbito de los bienes protegidos, incluyendo los derechos de crédito (frente a terceros ajenos al vínculo
obligatorio); a la vez que, con la afirmación de la responsabilidad objetiva unida a la idea de riesgo, se extiende la
técnica garantista (responsabilidad como conjunto de garantías para el acreedor) nacida en el ámbito contractual a
un área de la responsabilidad extracontractual cada vez más importante: la de la actividad económico productiva...
De otra parte, la responsabilidad contractual es algo más que la responsabilidad por incumplimiento de la
prestación principal, y se convierte tendencialmente en la responsabilidad por el daño producido entre quienes
están ligados por un vínculo obligatorio cuando se violan deberes de protección o seguridad, y aún comprende la
responsabilidad precontractual».
ESTUDIOS
obligación preexistente? Sin entrar a fondo en la cuestión, baste aquí señalar que parece
lo más razonable considerar que en tales casos el acreedor dañado puede elegir entre una
u otra de las dos posibilidades que le ofrece el Fuero Nuevo: «en estos casos –escribe
J ORDANO F RAGA – se realiza simultáneamente el presupuesto de las dos clases de
responsabilidad, y no se comprende por qué la victima del daño no pueda elegir entre la
acción que le corresponde como acreedor y la que, con independencia de su posición en
la relación obligatoria, la ley le concede por el daño injusto que se le ha acarreado. En
otras palabras, la responsabilidad contractual actúa como un plus, como instrumento
ulterior de defensa de un interés del acreedor, pero no elimina la defensa general que de
ese interés el ordenamiento ofrece prescindiendo de relaciones particulares que lo
afecten».
3. Plan de la exposición
Por influencia de la doctrina italiana, al afrontar el estudio sistemático del régimen
del incumplimiento de las obligaciones, se suele realizar la siguiente tripartición:
1) Los supuestos del incumplimiento, que engloban el conjunto de casos en los que
el ordenamiento considera que se ha incumplido la obligación preexistente.
2) Los criterios o reglas de imputación del incumplimiento, en cuya virtud «se
establece si la infracción del deudor (correlativa a la insatisfacción del acreedor) es o no
susceptible de originar consecuencias» (JORDANO FRAGA).
3) Las consecuencias del incumplimiento, o –sigue el mismo autor citado—
«conjunto de medidas de que el acreedor dispone ante el mismo para la defensa de su
derecho».
Dichos tres aspectos se encuentran recogidos en la ley 493.1, de una manera
ciertamente algo confusa (y, aparentemente, poco coherente): 1) en primer lugar aparece
una referencia a la extinción de la obligación, en los casos de imposibilidad sobrevenida no
imputable: y nótese que, de momento, todavía no ha aparecido el incumplimiento2; 2) a
continuación, se establecen los criterios de exoneración (o lo que es lo mismo, de
imputación, formulados a contrario, como veremos infra), pero en forma de requisitos para
que la obligación devenida imposible se extinga: las obligaciones se extinguen, y el deudor
queda liberado, si su cumplimiento resulta imposible por causa extraña al deudor y sin su
culpa; y nótese como el incumplimiento sigue sin aparecer; 3) en su siguiente proposición,
la ley 493.1 dispone las consecuencias del incumplimiento imputable (el nacimiento de la
obligación de indemnizar a cargo del deudor incumplidor): en todo otro caso –dice el
precepto, señalando así el criterio de responsabilidad, que linda directamente con el de
exoneración– el deudor deberá indemnizar por su incumplimiento; en este momento parece
que hemos dejado el terreno de la extinción de las obligaciones, para pasar al de la
responsabilidad por incumplimiento: lo cual no es así, en virtud de la vinculación
gramatical entre ambas proposiciones (recuérdese: en todo otro caso...); 4) y por último,
empleando la fórmula más genérica posible, se contempla el supuesto de esa obligación de
indemnizar, o de la extinción de la obligación y correlativa exoneración del deudor, en su
caso: el incumplimiento.
Pero para el análisis más detallado —y absolutamente necesario– de cada uno de
estos aspectos, parece más oportuno volver nuevamente a la tripartición aludida más arriba,
que será la que guiará la exposición en las páginas siguientes.
2. Aunque, evidentemente, desde el punto de vista material ha habido una inejecución por imposibilidad de la
prestación inicialmente objeto de la obligación; una obligación, además, nacida válida y eficazmente.
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II. LOS SUPUESTOS DE INCUMPLIMIENTO
Se trata ahora de determinar cuándo cabe hablar de incumplimiento (material, en los
términos a que inmediatamente me referiré) de una obligación válidamente constituida,
prescindiendo de las eventuales consecuencias que tal incumplimiento tenga para acreedor
y deudor (cuestión esta que pertenece a los puntos 2 y 3 del plan de la exposición más
arriba señalado).
Antes de seguir, y aunque sea en cierto modo adelantar cuestiones, me parece
necesario, en razón de las peculiaridades del sistema de responsabilidad contractual
diseñado por el Fuero Nuevo, aclarar en qué dos sentidos cabe hablar de incumplimiento: 1)
se puede hablar, en primer lugar, de incumplimiento en sentido amplio o impropio, cuando
se produce la mera falta de ejecución de una obligación válidamente constituida: este es el
incumplimiento material, al que se referirá fundamentalmente este epígrafe; 2) junto a él,
aparece el incumplimiento jurídico, o incumplimiento en sentido propio o estricto, que se
produce cuando concurre la falta de ejecución de una obligación válidamente constituida y
subsistente: como veremos infra, a consecuencia del sistema de imputación– exoneración
de responsabilidad dispuesto por la ley 493, en el Derecho navarro sólo este segundo tipo
de incumplimiento da lugar a responsabilidad (y la provoca en todo caso), puesto que si el
incumplimiento material concurre con una causa de exoneración (que, como veremos, lo es
también de extinción de la obligación). no puede hablarse de incumplimiento en sentido
estricto (por falta de una obligación vigente que pudiera ser incumplida). Pero eso no obsta
a que debamos hablar, en este primer momento, del incumplimiento material, como primera
etapa en la determinación de la responsabilidad contractual. Sobre todo lo cual volveremos
repetidamente a lo largo de las páginas que siguen, con mayor detalle.
Como he señalado más arriba, la ley 493.1 FN se limita a hablar, genéricamente, del
incumplimiento, sin referirse en concreto a ninguno de sus supuestos más o menos
tipificados. La opción del legislador navarro por no definir los supuestos de
incumplimiento, ni siquiera los más típicos, y limitarse a esa enunciación general, no creo
que deba ser objeto de especial crítica, puesto que es suficiente, desde el punto de vista que
ahora interesa, que es el de delimitar los supuestos sobre los que hay que aplicar los
criterios de imputación de responsabilidad, y que dan lugar a las consecuencias legalmente
previstas. Para esto, como comprobaremos a continuación, es suficiente esa mención global
al incumplimiento: a todo incumplimiento, y por tanto a cualquier incumplimiento.
En una primera aproximación, se puede decir que hay incumplimiento cuando no
hay cumplimiento. Afirmación ésta que, puesta en conexión con la regulación del
cumplimiento y de sus subrogados en el Fuero Nuevo (leyes 493 a 497), dista mucho de ser
una reiteración superficial e inútil: en efecto, hay incumplimiento cuando el deudor no ha
llevado a cabo la conducta prevista en el programa de prestación, ni tampoco otra a la que
convenga la consideración de subrogado del cumplimiento. De esta manera, se puede decir
que el deudor incumple cuando no ejecuta la prestación debida, no la ejecuta exactamente
(es decir, en el modo, tiempo, lugar, etc. en que debió ejecutarla: GALGANO), o no lleva a
cabo, en su caso con el consentimiento del acreedor, una prestación que merezca el
calificativo de subrogado del cumplimiento. Sobre estas bases se puede concluir, como
hace el mencionado autor, que el incumplimiento es un dato puramente objetivo: la no
ejecución o ejecución inexacta de la prestación debida3. Y también que entre cumplimiento
(en su sentido más amplio, es decir, incluyendo también los subrogados) e incumplimiento
no hay una zona intermedia, una tierra de nadie jurídica: cuando la prestación es exigible,
3. Conviene subrayar ahora (y tomar nota de ello para un momento ulterior), que estamos hablando de
inejecución o ejecución inexacta de la prestación debida. Por tanto, para que haya incumplimiento en sentido
propio, tiene que subsistir la obligación de cumplir, según he indicado ya. Lo que ocurre es que lo primero que se
aprecia es esa inejecución de la obligación inicialmente válida y eficaz (incumplimiento material), por cuyo
incumplimiento el deudor responderá a menos que pruebe que no existía ya tal obligación y que, por tanto, el
incumplimiento es sólo aparente: en realidad, no lo hay. Sobre lo cual volveremos infra con mayor detalle.
ESTUDIOS
sólo caben el cumplimiento o el incumplimiento. Y éste viene objetivamente determinado
por la ausencia de aquél.
Como he advertido, es habitual hablar de supuestos típicos de incumplimiento, cuya
mención requiere una cláusula general que permita incluir cualquier incumplimiento no
contemplado expresamente entre ellos: otra cosa convertiría el sistema prácticamente en
inservible, porque la realidad es mucho más rica que la imaginación del legislador. Con
todo, referirse a esos supuestos típicos no es un mero ejercicio teórico, ya que es también
evidente que de incumplimiento a incumplimiento va mucho, en cuanto a su gravedad,
intensidad, fundamento, circunstancias, consecuencias respecto a la posibilidad o no de
cumplimiento ulterior, etc. Lo cual, a su vez, importa tanto a la hora de aplicar los criterios
de imputación del incumplimiento, como a la de predicar sus consecuencias jurídicas. De
ahí que aunque quepa hablar de incumplimiento siempre que falta el cumplimiento debido,
las consecuencias no siempre son las mismas.
En cuanto a los supuestos más típicos, DELGADO ECHEVERRÍA apunta las siguientes
posibilidades (referidas al CC, pero referibles en buena medida al FN): 1) que el deudor se
retrasa en cumplir, siendo todavía posible el cumplimiento —mora del deudor—; 2) que el
cumplimiento es definitivamente imposible; 3) que el deudor ha realizado una prestación,
pero inexacta cuantitativa o cualitativamente —se podría añadir, o circunstancialmente–; 4)
que, siendo el cumplimiento todavía posible, el deudor no está dispuesto a cumplir, pase lo
que pase (que vendría a identificarse con lo que el TS ha denominado reiteradamente
«voluntad deliberadamente rebelde al cumplimiento»).
III. LOS CRITERIOS DE IMPUTACIÓN DEL INCUMPLIMIENTO
De acuerdo con la ley 493.1 FN también se extinguen (las obligaciones) al hacerse
imposible su cumplimiento por causa extraña al deudor y sin su culpa; en todo otro caso,
el deudor deberá indemnizar por su incumplimiento. Como ya he indicado más arriba, la
manera en que la Compilación de Navarra formula los criterios de imputación de
responsabilidad es negativa –a contrario—, mediante la determinación de las reglas de
exoneración; de hecho, lo primero que hace el precepto reproducido es establecer dichas
causas de exoneración (a contrario. criterios de imputación), para a continuación señalar
las consecuencias del incumplimiento imputable (la obligación de indemnizar a cargo del
deudor). Y es que, según advierte J ORDANO F RAGA , hay una simetría perfecta entre
exoneración y responsabilidad, de manera que las reglas de exoneración son, a contrario,
reglas de responsabilidad4. Lo cual quiere decir que la fórmula reproducida supra encierra
en si los criterios de imputación del incumplimiento en Derecho navarro, en la medida en
que fija los de exoneración: si el deudor se libera (porque la obligación se extingue) cuando
la prestación resulta imposible por causa extraña al mismo y sin su culpa, eso quiere decir
que, en los términos que veremos enseguida, cuando la prestación es todavía posible, o
cuando es imposible pero por culpa del deudor o por causa no extraña al mismo, la
obligación no se extingue y el deudor incumplidor responde. De lo cual se deduce, además,
que hay también una ulterior simetría entre la liberación del deudor y la extinción de la
obligación: el deudor se libera sólo cuando la obligación se extingue (y precisamente
porque se extingue), mientras que si la obligación sigue en vigor –y precisamente porque
sigue en vigor—, el deudor responde. Sobre todo lo cual vale la pena detenerse en un
análisis más sistemático.
Antes, otra anotación teórica, pero que puede ser útil para proporcionar criterios de
interpretación e integración (doctrinal) de las reglas navarras. Los principios que acoge, en
esta materia, la ley 493.1 FN, se identifican –con alguna diferencia de detalle, que no deja
4. Como escribe el autor citado en el texto, «ello es así porque se deja de responder cuando se deja de dar el
presupuesto al que la responsabilidad se conecta (de modo que las reglas de responsabilidad fungen como reglas
de liberación del deudor) y se responde cuando se deja de dar el presupuesto al que la exoneración se conecta (de
modo que las reglas de exoneración fungen como reglas de responsabilidad del deudor)».
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de tener importancia en cuestiones concretas— con los del CC italiano de 1942 5
(procedentes, a su vez, de las propuestas doctrinales de OSTI). Estos mismos planteamientos
han sido trasladados al CC español por J ORDANO F RAGA , quien ha intentado una
reconstrucción del sistema de responsabilidad por el incumplimiento de las obligaciones en
Derecho español, a partir de las materiales que el propio CC proporciona, en la línea de los
principios inspiradores del CC italiano (que, como he indicado, son también los del Fuero
Nuevo). De ahí que, como he señalado supra –y no está de más recordar– una integración
adecuada del Derecho navarro por el supletorio (CC) en este punto, debería pasar
preferentemente por una interpretación del CC español en el sentido de las propuestas de
JORDANO FRAGA. En otro caso, se corre el riesgo de intentar llenar las lagunas del Derecho
navarro mediante el recurso a un sistema obediente a principios distintos (y aún contrarios)
a los queridos para Navarra por el legislador foral.
1. Extinción de la obligación y liberación del deudor en la ley 493.1 FN.
Llama la atención que la regulación de las consecuencias jurídicas del
incumplimiento de una obligación preexistente esté contenida en el párrafo que la ley 493
(presidida por el ladillo cumplimiento de la obligación) dedica a la extinción de las
obligaciones: recuérdese que la primera proposición de este párrafo primero se limita a
establecer, como sabemos, que las obligaciones se extinguen al quedar cumplidas. También
se extinguen... continúa diciendo el precepto, cuando da entrada al régimen de la
responsabilidad por incumplimiento. Junto a esta anotación, cabe todavía hacer otra; y es
que en las dos proposiciones que la ley citada destina a fijar dicho régimen, el punto de
vista parece –al menos en una consideración superficial– no coincidir, como si se estuviera
hablando de dos cosas diferentes: 1) en efecto, en la primera de dichas proposiciones, de lo
que se trata es de un nuevo caso de extinción de las obligaciones: también se extinguen al
hacerse imposible su cumplimiento por causa extraña al deudor y sin su culpa; 2) por su
parte, la segunda proposición aludida a lo que parece referirse es, no a la extinción de las
obligaciones, sino a la responsabilidad del deudor incumplidor: en todo otro caso, el
deudor deberá indemnizar por su incumplimiento.
La falta de coherencia entre los dos párrafos es sólo aparente, y precisamente sirve
para poner de relieve que, en el Derecho civil navarro (como en el italiano), la extinción de
la obligación y la liberación del deudor aparecen como las dos caras de la misma moneda;
lo cual se confirma mediante la interpretación directa y a contrario de cada una de las dos
proposiciones citadas, que se complementan mutuamente, de la siguiente forma:
1) De acuerdo con la dicción literal del precepto, en la primera de las dos
proposiciones tantas veces aludidas, las obligaciones se extinguen al hacerse imposible su
cumplimiento por causa extraña al deudor, y sin si culpa, en cuyo caso, y conforme a la
segunda proposición ahora interpretada a contrario, el deudor no responde (en todo otro
caso, dice el precepto, el deudor responde: luego, en éstos no...). Según lo cual, hay una
coincidencia total entre la extinción de la obligación (primera proposición de este segundo
inciso, en interpretación directa) y la liberación del deudor (segunda proposición,
interpretada a contrario ). Y cabe concluir que el deudor se libera precisamente porque la
obligación se ha extinguido.
2) De acuerdo con la segunda proposición del inciso cuyo estudio nos ocupa, en
todo otro caso (es decir: cuando la prestación es todavía posible, o cuando es imposible,
pero por culpa del deudor, o por concurrir una causa que no pueda ser considerada como
5. Puede valer la pena reproducir los preceptos del CC italiano, a que se alude en el texto: Art. 1218. «El
deudor que no ejecuta exactamente la prestación debida está obligado al resarcimiento del daño, a menos que
pruebe que el incumplimiento o el retraso han sido provocados por la imposibilidad de la prestación, derivada de
causa no imputable al deudor». Art. 1256.1.º: «La obligación se extingue cuando, por una causa no imputable al
deudor, la prestación resulta imposible...».
ESTUDIOS
extraña al mismo) el deudor deberá indemnizar por su incumplimiento. Lo que quiere decir
que el deudor responde, como consecuencia de su incumplimiento (interpretación directa de
esta segunda proposición) precisamente en los casos no contemplados por la primera
proposición, que son aquellos en los que se extingue la obligación (interpretación a
contrario, impuesta además por la propia norma, de la primera proposición); es decir, en los
casos en los que la obligación subsiste. Cabe concluir, en forma paralela a como hemos
visto supra, que el deudor responde cuando la obligación no se ha extinguido, y
precisamente porque no se ha extinguido.
Ello tiene repercusiones importantes en la propia conceptuación de la obligación; o,
mejor dicho, es consecuencia del concepto de la obligación como vínculo jurídico. En
palabras de JORDANO FRAGA, «sólo desde una explicación que conecta la responsabilidad
del deudor a la infracción de una obligación subsistente, adquiere virtualidad real la idea de
la obligación como vínculo jurídico... Por ello, es lógico que la responsabilidad del deudor
no cumplidor se conecte, verificada la infracción de su deber, a la estricta subsistencia de la
obligación, que es su fundamento último»6.
Todo lo cual conduce, además, a una conclusión ulterior: el fundamento de la
responsabilidad del deudor es el incumplimiento objetivo de la obligación; es decir, el puro
hecho de no haber ejecutado, o no haber ejecutado exactamente, la prestación prevista —y
debida—, prescindiendo de cualquier toma en consideración –en este momento, no en otros
conceptualmente posteriores– de su eventual culpa o negligencia (es decir, que, empleando
nuevamente palabras de JORDANO FRAGA, el hecho generador de responsabilidad —el
incumplimiento— «se describe objetivamente, es decir, desprovisto de cualquier atributo
subjetivo, intencional o reprobatorio»). Lo cual resulta, no sólo del sistema diseñado, en sus
líneas fundamentales, por la ley 493.1, sino de su propia dicción literal ... el deudor deberá
indemnizar por su incumplimiento7.
«El deudor —escribe JORDANO FRAGA— responde de la falta del resultado debido o
de su inexactitud (...) en tanto la obligación subsista, y deja de responder cuando demuestre
que la obligación se ha extinguido por sobrevenida imposibilidad de la prestación a él no
imputable. Por tanto, todo cuanto no sea liberación (que es a la vez extinción de la
obligación) es incumplimiento: el deudor responde (con o sin culpa, pues la ausencia de
culpa no basta por si sola a extinguir la obligación) en tanto la obligación subsista, y
subsista insatisfecha (es decir, en defecto de cumplimiento o de exacto cumplimiento): o lo
que es lo mismo, el deudor responde en tanto no dé (...) la prueba de la extinción de la
obligación. De este modo, la relación entre responsabilidad (incumplimiento) y exoneración
(extinción de la obligación, no-incumplimiento) resulta perfecta, pues cuanto no sea
6. Conviene advertir que la secuencia de que venimos hablando en el texto (extinción de la obligación, por
tanto liberación del deudor, por tanto inexistencia de incumplimiento: extinción-liberación-incumplimiento), es
una secuencia conceptual, que no tiene por qué coincidir con la secuencia cronológica (relevante especialmente a
efectos probatorios) en que los respectivos momentos aparecen ante los oídos del intérprete: normalmente, lo
primero que se apreciará será el incumplimiento material -la falta del realización o realización inexacta del deber
de prestación en una obligación válidamente constituida—, con respecto al cual el deudor dará prueba justificativa
de su liberación en los términos fijados por la ley 493.1, y, con ella, de la extinción de la obligación— con otras
palabras, de que en realidad esa falta de ejecución no supone incumplimiento jurídico o en sentido propio, y sólo
aparentemente lo es—; es decir, incumplimiento (habría que añadir: aparente)-liberación-extinción. La distinción
entre estas dos secuencias es importante a fin de no plantearse problemas derivados de que el orden de aparición es
diferente en cada una de ellas. De hecho, puede observarse en el texto cómo el análisis de los criterios de
imputación del incumplimiento en Derecho navarro parece seguir esta segunda secuencia, en la que hemos tratado
en primer lugar del incumplimiento, para a continuación referirnos a la prueba por parte del deudor de los hechos
exoneratorios (y, por tanto, extintivos) que son los que, en definitiva, al sancionar la extinción de la obligación, le
liberan de responsabilidad. Por lo demás, me parece también claro que la secuencia conceptual a que responde el
FN es precisamente la aludida. Y que, en la práctica (aunque no conceptualmente), es indiferente pensar que como se indica en el texto, siguiendo al Fuero Nuevo y en la misma línea indicada por JORDANO FRAGA- la
imposibilidad no imputable extingue la obligación, y por tanto no hay incumplimiento ni obligación de responder;
que decir (como prefiere CRISTÓBAL MONTES) que «por darse un incumplimiento no imputable al deudor se
produce la desaparición de la relación jurídica obligatoria».
7. Por lo demás, más adelante veremos cómo la ausencia de culpa, en el Fuero Nuevo, no determina
necesariamente la exoneración del deudor. Caso éste en el que, con toda claridad, el fundamento de la
responsabilidad no lo es la culpa (que, por hipótesis, no existe) sino el incumplimiento.
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extinción de la obligación en virtud de la prueba liberatoria, es subsistencia de una
obligación insatisfecha, es incumplimiento y, por tanto, responsabilidad»8.
2. Los supuestos de extinción de la obligación (liberación del deudor).
Hasta ahora hemos visto como el incumplimiento, entendido en un sentido objetivo,
genera la responsabilidad del deudor. Este, sin embargo, como sabemos, puede evitar la
indemnización, probando la concurrencia de los hechos extintivos a los que se refiere la ley
493.1 FN (es decir, probando que la obligación se ha extinguido, y que él ha quedado, por
tanto libre de responsabilidad); lo cual supone, a su vez, una doble prueba: a) de la
imposibilidad sobrevenida de la prestación; b) de la inimputabilidad de esa imposibilidad
sobrevenida al deudor, a título de culpa o de no extraneidad de la causa que la provocó.
A) La imposibilidad sobrevenida de la prestación.
Como primer elemento del hecho liberatorio-extintivo, el Fuero Nuevo establece la
imposibilidad del cumplimiento de la obligación (las obligaciones se extinguen... al
hacerse imposible su cumplimiento..., dice la ley 493.1)9.
En términos generales, puede decirse que la imposibilidad de que habla la ley 493.1
FN ha de ser sobrevenida, objetiva (y no subjetiva) pero no necesariamente absoluta; y
puede ser, además, temporal o definitiva, y total o parcial.
Como correctamente señala J ORDANO F RAGA (respecto al CC y con base en e
Derecho italiano, pero en todo caso la opinión es aplicable al Derecho navarro), «la
imposibilidad de que aquí se habla es de carácter sobrevenido. Es decir, presupone que la
obligación ha surgido previamente con todos sus requisitos de validez (incluido el de la
posibilidad de su objeto), y que posteriormente es cuando viene a faltar la posibilidad de
aquél. Mientras que el problema de la imposibilidad originaria de la prestación es el de la
validez o invalidez de una relación obligatoria (...); el problema de la imposibilidad
sobrevenida es el de la extinción o no de una obligación que previamente se ha constituido
válidamente».
Por otro lado, debe tratarse de una imposibilidad objetiva, y no subjetiva; es decir,
«imposibilidad de la prestación en si misma, que resulta inejecutable para cualquier deudor,
no imposibilidad de ejecutarla por este deudor determinado» (GALGANO)10. Lo cual no
8. Todo lo cual hace que, en realidad, una vez producida la falta de ejecución (o ejecución inexacta) de la
prestación prevista en una obligación válidamente constituida (y por tanto subsistente mientras no se demuestre su
extinción), hay que entender producido el incumplimiento -y que el deudor responde por él—, a menos que se
logre probar que la obligación se ha extinguido (o ha quedado suspendida: volveremos sobre ello más adelante)
por imposibilidad sobrevenida inimputable, de manera el deudor se ha visto liberado y no hay, propiamente,
incumplimiento.
9. No está de más recordar que, en esta materia, como en general en todo lo relativo a la responsabilidad
contractual —y también extracontractual- es peligroso intentar realizar una construcción teórica excesivamente
rígida, aunque su coherencia conceptual resulte especialmente atractiva. Tal cosa conduciría a tener que forzar en
más de una ocasión dicha construcción, para dar solución adecuada a los casos que se planteen en la práctica. De
ahí que las líneas que siguen en el texto no vayan a intentar aclarar definitivamente -rígidamente- desde el punto
de vista teórico, que es lo que hay que entender por imposibilidad de la obligación. Con todo, conviene hacer
algunas aclaraciones relativas a este requisito de la contraprueba que ha de dar el deudor para liberarse de la
obligación aparentemente incumplida; aclaraciones dirigidas, en su mayor parte, a dotar de flexibilidad el sistema
aún a riesgo de hacerle perder algo de (aparente) solidez conceptual.
10. De ahí que, en opinión del mismo autor italiano citado en el texto, en las prestaciones de dar que tengan
por objeto una cosa genérica (por ejemplo, una cantidad de dinero, o un cierto número de barriles de petróleo, o de
toneladas de trigo), el deudor es siempre responsable por la falta de ejecución, puesto que nunca se podrá alegar la
imposibilidad sobrevenida objetiva de dicha prestación (genus nunquam perit), sino únicamente la imposibilidad
subjetiva de ese concreto deudor (es decir, que él no tiene esa cantidad de dinero, o de petróleo, o de trigo, pero no
que sea imposible procurársela, de acuerdo con las leyes del mercado). Cosa distinta es que concurran los
requisitos de la excesiva onerosidad de la prestación, en los términos del párrafo 3.º (o, en su caso, 2.º, que
contempla un supuesto de excesiva onerosidad subjetiva), de la propia ley 493 FN, y entonces con las
consecuencias allí establecidas.
ESTUDIOS
quiere decir que se prescinda, a la hora de apreciar la concurrencia o no de la imposibilidad,
de toda circunstancia personal del deudor; al contrario, precisamente los planteamientos de
O STI en la materia permiten, según ha puesto de relieve J ORDANO F RAGA , tomar en
consideración tales circunstancias subjetivas, al menos en dos momentos: 1) «siempre que
las características personales del deudor se contengan en la prestación» (obligaciones
intuitus personae); 2) el cumplimiento de cualquier obligación supone la realización por el
deudor de la actividad prevista en ella; entonces, «todo impedimento que afecta a esta
actividad es objetivo, porque impide la prestación misma, siempre que (no tratándose de
prestaciones infungibles), además de imposibilitar al deudor de actuar por si, lo
imposibiliten, también, de actuar por otro».
El propio GALGANO continúa su caracterización de la imposibilidad sobrevenida de
la prestación indicando que no es necesario que sea absoluta entendiendo esta expresión en
su sentido más naturalístico, «como un impedimento a la ejecución de la prestación que no
pueda de ningún modo ser vencido por las fuerzas humanas. Se debe entender, por el
contrario, en un sentido económico, de relación entre fines y medios: ... la prestación es
imposible cuando el impedimento a su ejecución no puede ser vencido con el esfuerzo
exigible al deudor en esa concreta especie de obligación»11.
Por lo demás —y siguiendo nuevamente a JORDANO FRAGA—, la imposibilidad
sobrevenida puede ser:
1) Por un lado, temporal o definitiva, según la duración del impedimento que la
produce. La imposibilidad temporal da lugar (presupuesta siempre, de ahora en adelante, la
inimputabilidad) a un retraso justificado en el cumplimiento de la obligación (suspensión),
la cual, sin embargo, sigue viva, y sólo se extingue si durante el período de suspensión
provocado por dicha imposibilidad temporal esta se torna en definitiva. Por su parte, la
imposibilidad definitiva da lugar a la extinción de la obligación, y por tanto a la liberación
del deudor.
2) Por otro lado, total o parcial, según el alcance de su incidencia sobre la
obligación Si es total, la obligación queda extinguida (y el deudor liberado) por completo;
si es parcial, la extinción (y la liberación) afectan sólo a parte de la obligación, que seguirá
viva en cuanto al resto (y en esa misma medida será exigible del deudor).
11. Frente a lo cual, JORDANO FRAGA, con cita abundante de doctrina española e italiana, se inclina por exigir
que la imposibilidad sea absoluta, entendiendo por tal «la que no puede ser vencida por las fuerzas humanas,
mientras que la imposibilidad relativa es la constituida por una intensidad de esfuerzo debitorio superior a un
cierto grado considerado como típico». En realidad las diferencias son menores de lo que inicialmente podría
parecer, puesto que JORDANO FRAGA admite la idea (también de origen italiano, y a la que se remite GALGANO para
justificar sus afirmaciones) de inexigibilidad de la obligación conforme a la buena fe o, lo que es lo mismo, de la
consideración de la buena fe como «un instrumento de moderación del (eventual) rigor de la responsabilidad
contractual. En la misma medida en que la buena fe limita el poder de exigir que tiene el acreedor sobre el deudor
en todos los casos en que la pretensión del primero sería desleal o incorrecta, en esa misma medida se limita el
ámbito de lo debido por el deudor, y por consiguiente se aumentan las posibilidades de liberación de éste». Por
una u otra vía se logra dotar a la imposibilidad de la prestación, como presupuesto de la exoneración del deudor,
de la flexibilidad suficiente para constituirse en instrumento apto para la resolución adecuada de los casos
concretos.
Precisamente esta flexibilización del concepto de imposibilidad sobrevenida es criticada por PANTALEÓN
PRIETO: «quien condicione la irresponsabilidad del deudor a la imposibilidad de la prestación (y no olvidemos que
en el Derecho navarro es el propio Fuero Nuevo el que lo hace) se verá abocado, para evitar soluciones absurdas, a
“ampliar el concepto de imposibilidad según la buena fe”, o, más sinceramente, a deformar el concepto de
imposibilidad hasta hacerlo irreconocible; que es lo que sistemáticamente ha venido haciendo la jurisprudencia
italiana en la aplicación del art. 1218 del Codice civile». Pero que esto sea así, al menos parcialmente (no me
parece que la imposibilidad sobrevenida sea por completo irreconocible, entre otras cosas porque éste es un
concepto jurídico, de contenido en gran medida convencional, y por tanto con aclaraciones como las contenidas en
el texto y en el párrafo precedente lo único que se hace es determinar cuál es el contenido que cabe dar a esa
expresión, desde el punto de vista jurídico, para que sea útil a los efectos pretendidos), es algo derivado de la
propia materia que estamos estudiando, y de la riqueza de problemas que plantea que, insisto, hacen aconsejable
un acercamiento prudencial, y una considerable flexibilización de los instrumentos conceptuales empleados para
su resolución. Por lo demás, el propio JORDANO FRAGA se ha ocupado de recordar el importante papel que
corresponde a la buena fe en la determinación del contenido de la obligación, y de la imposibilidad sobrevenida, al
hilo de los arts. 7 y 1258 CC.
EN TORNO A LA ...
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CARLOS MARTÍNEZ DE AGUIRRE
B) La imputabilidad de la imposibilidad sobrevenida al deudor.
Para que la obligación se extinga como consecuencia de la imposibilidad
sobrevenida (y, por tanto, el deudor quede liberado), la ley 493.1 pide que dicha
imposibilidad sea por causa extraña al deudor y sin su culpa: exigencias que se predican
no del incumplimiento, sino directamente de la imposibilidad sobrevenida, de manera que
es la inimputabilidad de la imposibilidad sobrevenida la que provoca, a su vez, la extinción
de la obligación, y así la inimputabilidad (rectius, la inexistencia real) del incumplimiento
(aparente).
El Fuero Nuevo se aparta aquí —luego veremos con qué alcance sustantivo– tanto
del modelo italiano (cuyo art. 1.218 se refiere a la imposibilidad de la prestación derivada
de «causa no imputable» al deudor), al que como sabemos sigue más de cerca, como del
CC español (cuyo art. 1.105 previene que nadie responderá de aquellos sucesos que no
hubieran podido preverse, o que, previstos, fueran inevitables, en clara alusión al caso
fortuito-fuerza mayor). La proximidad al sistema italiano, con todo, sigue siendo más que
notable, en la medida en que la diferencia más relevante es la sustitución de la expresión,
más genérica, de «causa no imputable a él (el deudor)», por dos factores codeterminantes
de la inimputabilidad (o, a contrario, de la imputabilidad): la ausencia de culpa y la
extraneidad de la causa de la imposibilidad. Por otro lado, si el criterio culpabilístico (y su
aplicación en Derecho navarro: la imposibilidad debida a culpa del deudor impide la
extinción de la obligación, y consiguiente liberación del mismo deudor) se sitúa en una
tradición secular, también la alusión a esa causa extraña de la imposibilidad sobrevenida
encuentra sus raíces en la evolución histórica de la regulación del incumplimiento de las
obligaciones, y conoce consagraciones legislativas en Códigos bien significativos; así, el
CC francés previene, en su art. 1.147 que «el deudor será condenado, si ha lugar, al pago de
daños e intereses, bien a causa del incumplimiento de la obligación, bien en razón del
retraso en el cumplimiento, a no ser que justifique que el incumplimiento procede de una
causa extraña que no le es imputable, aunque no haya mala fe por su parte»12; a su vez, el
CC italiano de 1865 asumió el mismo esquema que el Code, mientras que el Codice civile
de 1942 prefirió emplear esa expresión genérica de «causa no imputable», sin mayores
precisiones, precisamente para evitar las fuertes discrepancias doctrinales a que habían
dado lugar tanto el tema de la extraneidad de la causa, como la determinación de los
conceptos de caso fortuito y fuerza mayor (así resulta con toda claridad de la Relazione del
Guardasigilli 13).
Con todo, me parecería perturbador intentar reconducir las previsiones de la norma
navarra a los conceptos de caso fortuito y fuerza mayor (para la mejor doctrina,
intercambiables), no sólo porque, a lo que entiendo, el legislador navarro ha querido
permanecer deliberadamente ajeno a ellos, sino porque podrán conducir, en algún caso —
por aplicación de tópicos usuales— a conclusiones probablemente erróneas. Piénsese, por
ejemplo, en la ecuación casus = non culpa, tan habitual en esta sede (y de contenido, por
otro lado, tan poco claro), que no es afirmable sin más del Derecho navarro, puesto que,
como veremos enseguida, de acuerdo con lo que establece la ley 493.1, el deudor
incumplidor responde, aunque haya sido diligente, si la imposibilidad sobrevenida obedece
a una causa que no puede ser considerada como extraña a él mismo.
Lo primero que hay que aclarar en relación con el inciso reproducido de la ley 493.1
es el carácter cumulativo, y no alternativo, de sus previsiones. Para quedar liberado el
deudor debe probar tanto que la imposibilidad sobrevenida procede de causa extraña a él
12. El siguiente art. 1148, complementario del reproducido en el texto, parece identificar esa causa extraña
con el caso fortuito y la fuerza mayor: «no ha lugar a daños ni intereses cuando, como consecuencia de fuerza
mayor o caso fortuito, el deudor se ha visto impedido de dar o hacer aquello a que estaba obligado, o ha hecho
aquello que le estaba prohibido».
13. Suerte de Exposición de Motivos que acompañó al Codice de 1942, y que resulta de extraordinaria utilidad
para su interpretación.
ESTUDIOS
mismo, como que en su causación no concurre culpa por su parte; de manera que si la
imposibilidad procede de culpa extraña, pero hay culpa del deudor, o bien si no hay culpa,
pero la imposibilidad no procede de causa extraña, el deudor está obligado a indemnizar por
su incumplimiento. Así resulta claramente del tenor literal del precepto: por causa extraña
al deudor y sin su culpa.
Ello lleva a afirmar, a su vez, que en Derecho navarro no es correcto decir —o, al
menos, hay que matizar la afirmación— que el hecho extintivo– exoneratorio tiene un
componente objetivo (la imposibilidad sobrevenida) y otro subjetivo (la imputabilidad de la
imposibilidad). Dicha afirmación podría ser correcta si por componente subjetivo se
entendiera precisamente la imputación de la imposibilidad a un sujeto determinado:
mientras la imposibilidad haría hincapié, entonces, en la obligación en si misma
considerada, la imputabilidad vendría a referirse a la atribución de esa imposibilidad por
parte del ordenamiento a un sujeto. Pero, como he dicho, la afirmación es incorrecta si por
elemento subjetivo a lo que quiere aludirse es a la culpa o negligencia del deudor, como si
ese fuera el único criterio de imputabilidad de la imposibilidad. Concretamente, en Derecho
navarro, no es así, como veremos pronto con mayor detalle.
La liberación del deudor, partiendo de la ya probada imposibilidad sobrevenida de la
prestación, exige por tanto la prueba de que esa imposibilidad:
a) Procede de causa extraña al deudor. La expresión, que como hemos visto no
carece de antecedentes en el Derecho Comparado, presenta algunas dificultades de
interpretación 14; sin embargo, creo que su inclusión da a la norma navarra unas
posibilidades de adaptación a las nuevas corrientes en materia de responsabilidad
contractual –concretamente, en la línea de creciente objetivización de la responsabilidad—,
que de otra forma hubiera sido más difícil conseguir.
Su primera consecuencia, en la indicada dirección, es la de impedir que la
inimputabilidad de la imposibilidad sobrevenida se identifique con la ausencia de culpa, de
modo que la imposibilidad seria imputable (y el deudor respondería) sólo mediando culpa
del deudor, pero no a falta de tal culpa. En Derecho navarro, el deudor responde, aún cuando
la prestación haya devenido imposible sin su culpa, cuando la causa de esa imposibilidad no
es extraña al mismo; responsabilidad, por tanto, y desde este punto de vista, «objetiva».
Con ello el Derecho navarro se aparta de la doctrina más clásica, a la que alude
JORDANO FRAGA con las siguientes palabras: «la prueba liberatoria del deudor (caso fortuito
en sentido amplio) comprende tradicionalmente dos elementos: la imposibilidad
sobrevenida de la prestación y la ausencia de culpa del deudor respecto del producirse de
ésta (caso fortuito en sentido estricto) ... Es en la tradición del caso fortuito en sentido
amplio (...) como prueba liberatoria, en la que se explica que la ausencia de culpa no baste
para liberar al deudor en tanto la prestación sea posible (...), y que los eventos típicamente
fortuitos (incendio, inundación), aún sobreviniendo la imposibilidad efectiva de prestar, no
sean liberatorios en relación al deudor que provoca la imposibilidad con su negligencia ante
aquellos». Pues bien, en el Derecho navarro el segundo elemento no se reduce a la ausencia
de culpa, sino que incluye la extraneidad de la causa, como diferente del elemento
culpabilístico; de forma que (repito), para que se libere el deudor no basta con probar la
imposibilidad sobrevenida y la ausencia de culpa, sino que se ha de probar también que la
imposibilidad obedece a causa extraña al deudor.
En esta misma línea de objetivación, la exigencia de extraneidad de la causa aparece
como la vía idónea para incorporar los criterios de responsabilidad por riesgo, de forma que
14. Dificultades que, como ya he indicado, condujeron a su eliminación, junto con la de las expresiones caso
fortuito y fuerza mayor, en el CC italiano de 1942, y su sustitución por la más genérica de causa no imputable al
deudor.
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se excluya «la relevancia liberatoria de los eventos surgidos en la esfera de organización y
control del deudor» (J ORDANO F RAGA ). Con otras palabras, en la medida en que la
imposibilidad sobrevenida proceda de un ámbito de actuación que se encuentra bajo control
del deudor (su empresa, sus empleados o auxiliares, etc.), no cabe apreciar «causa extraña»,
y con ello dicho deudor no queda liberado, aunque no se pueda identificar en su conducta
ningún componente de culpa15. La clave de esa causa extraña al deudor debe encontrarse,
pues, en la «concurrencia de eventos o hechos exteriores que queden fuera del ámbito o
marco de control del deudor» (DÍEZ-PICAZO)16.
Es precisamente en Italia donde esta revalorización de la extraneidad de la causa,
como mecanismo de objetivación de la responsabilidad del deudor. ha cobrado mayor
impulso. Así el tantas veces citado JORDANO FRAGA relata la «tendencia jurisprudencial a
adosar los impedimentos típicos de las diversas actividades debitorias a quien está en mejor
situación para controlarlos es decir, al deudor, prescindiendo de una valoración de su
conducta en términos de culpa-diligencia... De este modo la imputabilidad viene entendida
en sentido rigurosamente objetivo como “referibilidad causal objetiva de la imposibilidad
(sobrevenida de la prestación) a factores extraños a la esfera de influencia del deudor”»17.
Y precisamente a través de esta vía se puede fundar, en Derecho navarro, sin acudir
al supletorio más que para complementar en su caso la regla foral, la responsabilidad del
deudor por los auxiliares en el cumplimiento: la actuación de dichos auxiliares queda
incluida en la esfera de control y organización del deudor, por lo que no puede ser
considerada como causa extraña a ese mismo deudor. Tampoco es preciso, por lo tanto,
acudir a las eventuales (y en ocasiones problemáticas) culpa in eligendo o in vigilando. Del
mismo modo, el deudor responderá «como regla, del estado de los elementos materiales
(maquinaria, utensilios, medios de transporte) utilizados en su actividad empresarial o
profesional y, en definitiva, de la correcta organización y buen funcionamiento de la
misma» (PANTALEÓN PRIETO)18.
Hasta este momento —recapitulando— para que el deudor quede liberado es preciso
que pruebe: por un lado, la imposibilidad sobrevenida de la prestación; y además, que esa
imposibilidad procede de causa extraña a él. Pero queda todavía un tercer aspecto que debe
ser probado por el deudor, al que haremos referencia inmediatamente.
b) Ese tercer aspecto se refiere también a la imputabilidad de la imposibilidad
sobrevenida, que no debe obedecer a culpa del deudor. De este modo el FN incluye también
el criterio de imputación más clásico, referido a la diligencia o negligencia del deudor en el
cumplimiento de su obligación. Sobre lo cual vale la pena hacer algunas observaciones:
15. Regla ésta que, en palabras de PANTALEÓN, «parece plenamente congruente con las enseñanzas del análisis
económico del Derecho de que procede asignar a cada parte los riesgos que puede administrar a un menor coste,
previniéndolos, asegurándolos o soportándolos».
16. Y sigue el citado autor: «naturalmente, el marco o ámbito de control del deudor guarda una evidente
relación con el tipo de diligencia que le sea exigible y será diferente según que la diligencia sea de una persona
media o sea de un profesional o de un empresario, por existir en uno y otro caso esferas de control diferentes, pero
resta la idea del carácter extraño y normalmente insuperable».
17. Tanto la tendencia jurisprudencial mencionada como la opinión recogida a continuación son consideradas
por JORDANO FRAGA como rechazables, con los materiales normativos que facilita el CC; sin embargo, no creo que
quepa duda de su utilidad y fundamental acierto en relación con la ley 493.1 FN, en la que, como ya he repetido en
varias ocasiones, el criterio de imputación culpabilístico y el más objetivo de extraneidad de la causa aparecen en
pie de igualdad.
18. Otros supuestos que cita este autor (de la mano de la doctrina alemana) de responsabilidad del deudor, por
no merecer la causa de la imposibilidad sobrevenida el calificativo de extraña (en la terminología navarra), serían
las huelgas de los propios trabajadores o auxiliares del deudor -pero no los huelgas generales—; los fallos de los
proveedores no monopolistas —pero no los de los proveedores monopolistas-. Del mismo modo, «el arrendador de
obra y el vendedor-fabricante responderán de los defectos de sus obras o productos, incluso de los que provengan
de materiales suministrados o partes integrantes fabricadas por terceros (no, si procedentes del dueño de la obra o
del comprador) y de los que fueran inevitables con todas las medidas de cuidado económicamente eficientes, a
excepción de aquellos defectos cuya existencia no pudiera descubrirse, dado el estado de los conocimientos
científicos y técnicos al tiempo de la entrega (...), o de los que sean imputables al diseño impuesto o las
instrucciones dadas por el dueño de la obra o el comprador».
ESTUDIOS
1) Hay que entender que en la expresión culpa el legislador navarro ha incluido
tanto el dolo como la negligencia. Es decir, los dos criterios subjetivos tradicionales de
imputación de responsabilidad.
2) La culpa a que se refiere esta ley 493.1 parece referida, fundamentalmente, a la
causación de la imposibilidad sobrevenida de la prestación: el deudor responde porque no
ha evitado dicha imposibilidad, pudiendo —y debiendo— haberlo hecho. En otras palabras
(que tomo nuevamente de J ORDANO F RAGA ), «que el deudor no se libere cuando la
prestación ha devenido imposible por causa a él imputable significa, a sensu contrario, que
al deudor es exigible una conducta diligente dirigida a evitar la imposibilidad de la
prestación, o, lo que es lo mismo, a preservar su posibilidad»; lo cual se sitúa en una fase
anterior a la del cumplimiento debido, como una prestación accesoria, necesaria para que
pueda operarse la principal19.
De esta forma no se contempla, al menos directamente, la culpa en el
incumplimiento. Podría pensarse, entonces, en un supuesto de culpa en el cumplimiento (el
deudor no ha cumplido cuándo o cómo debía –y, por poner el caso más extremo, no ha
cumplido porque no ha querido—, pero en ese momento la prestación todavía es posible, y
por tanto responde), con posterior imposibilidad sobrevenida inimputable (por proceder de
causa extraña al deudor y sin su culpa): si la responsabilidad procede de la culpa respecto a
la imposibilidad, como en la ley 493. 1, habría que concluir que ese deudor dolosamente
incumplidor no responde, porque no ha tenido intervención alguna (culposa o dolosa) en la
causación de la imposibilidad. Sin desconocer el debate que late tras este supuesto, pienso
que la solución para el Derecho navarro podría ser relativamente sencilla, a través de la
razonable propagación de la culpa en el cumplimiento a la culpa en la imposibilidad
sobrevenida: si el deudor hubiera cumplido cuando y como debió hacerlo, la prestación no
hubiera devenido posteriormente imposible (ya habría sido ejecutada); por tanto, si se
produjo la imposibilidad, es porque el mencionado deudor no cumplió dolosa (como en el
caso planteado) o culposamente; de manera que, por esta vía, resulta que a esos dolo o
culpa del deudor es atribuible la imposibilidad sobrevenida, puesto que sin ellos (es decir,
sin el incumplimiento que encuentra su fundamento en ellos) no se hubiera producido20.
La distinción entre la culpa en el cumplimiento y la culpa en la imposibilidad
sobrevenida tiene una ulterior relevancia en sede de la diligencia exigible al deudor.
Brevemente, tomando prestadas palabras de DELGADO ECHEVERRÍA (respecto al CC, pero
aplicables en mi opinión al FN) «no hay que poner una diligencia superior a la media para
evitar la extinción de la deuda por imposibilidad de prestar: si tal imposibilidad se produce
y el deudor no puede cumplir, sólo habrá de prestar el equivalente (e indemnizar daños)21
cuando no haya adoptado las precauciones debidas en relación con el caso concreto (...);
pues la imposibilidad objetiva tiene eficacia liberatoria siempre que el deudor no la ha
determinado con su comportamiento culposo (...). Pero mientras la prestación originaria es
viable, se debe incondicionalmente; la consecución del objeto (cosa o hecho) es un derecho
del acreedor que puede éste hacer efectivo mientras no resulte imposible, y sea cual sea el
grado de esfuerzo que exija al deudor22: la necesidad de cumplir sólo cesa, salvo casos
excepcionales, por imposibilidad plena».
19. Pero la violación de esta prestación accesoria, en la medida en que conduce a imposibilitar la prestación
principal (y, por tanto, aunque sea mediatamente, a impedir la satisfacción del acreedor) merece la consideración
de incumplimiento.
20. Cabria también otra argumentación diferente, a partir de la idea de que una vez sucedido el
incumplimiento, y resultando este imputable, surge la obligación de responder en los términos que veremos más
abajo, y con ella una suerte de perpetuatio obligationis, que no se vería ya afectada por una ulterior imposibilidad
sobrevenida.
21. Más adelante hablaremos sobre esta cuestión en Derecho navarro.
22. Con las excepciones derivadas de la excesiva onerosidad de la prestación, reguladas para el Derecho
navarro en los párrafos siguientes de esta misma ley 493, y que el propio D ELGADO E CHEVERRÍA salva
expresamente.
EN TORNO A LA ...
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CARLOS MARTÍNEZ DE AGUIRRE
3) El Fuero Nuevo no expresa, en general, el grado de diligencia exigible al deudor
para evitar la imposibilidad de la prestación. Habrá que acudir, por tanto, al Derecho
supletorio, contenido en los dos párrafos –en cierta medida contradictorios— del art. 1.104
CC: la culpa o negligencia del deudor consiste en la omisión de aquella diligencia que
exija la naturaleza de la obligación y corresponda a las circunstancias de las personas. del
tiempo y del lugar. –Cuando la obligación no exprese la diligencia que ha de prestarse en
su cumplimiento, se exigirá la que correspondería a un buen padre de familia23.
Unicamente en dos leyes nuestra Compilación incluye alguna referencia a esta
cuestión, cuando habla de culpa grave (leyes 262.4 y 546.2). Ello parece remitirnos a la
tripartición procedente del Derecho bizantino y afianzada posteriormente (sigo a D’ORS),
entre la culpa lata o grave, que se equipara al dolo; la culpa levis, o culpa en sentido
propio24; y culpa levissima, que vendría a ser la ausencia de una diligencia ciudadosísima.
Pues bien, parece que el criterio preferente, excluida a contrario la culpa grave (cuando el
Fuero Nuevo quiere poner en ella el limite de la diligencia lo hace expresamente), y
conforme a los antecedentes romanos, ha de ser el de la culpa levis, contenido en el
segundo párrafo del art. 1.104 CC, el que determine el nivel exigible de diligencia,
moderado por las variables contempladas en el párrafo primero de dicho precepto
(DELGADO ECHEVERRÍA).
4) Mención especial (pero en todo caso breve, siguiendo fundamentalmente a
JORDANO FRAGA) merece el caso de las obligaciones de medios (en las que el deudor se
obliga a realizar una actividad determinada, siendo indiferente que el acreedor obtenga o no
el resultado a que esa actividad se dirige), en las cuales la diligencia del deudor forma parte
del propio contenido de la obligación: a lo que se obliga el deudor es a desarrollar una
conducta diligente, de manera que habiéndola realizado, la no obtención del resultado
pretendido no genera incumplimiento alguno. En este caso el deudor no responde, pero no
por diligente (no ha habido culpa) sino por cumplidor (ha hecho lo que se había obligado a
hacer). Del mismo modo, la realización de una conducta no conforme a los parámetros de
diligencia exigibles en cada caso supone, directamente, incumplimiento de la obligación
asumida (aunque, evidentemente, no es el único incumplimiento posible)25.
Un ejemplo tópico. El médico se obliga a desarrollar su actividad curativa conforme
a las reglas de su profesión, pero no a devolver la salud a su cliente (acreedor) enfermo; si
el médico pone esa diligencia, cumple, con independencia de que el enfermo sane o no; y si
no la pone, lo que hay en realidad es un incumplimiento (en su especie de cumplimiento
inexacto) de su obligación. Constatado el incumplimiento, habrá que realizar el juicio de
imputabilidad, en cuyo seno el médico podrá liberarse si justifica que el cumplimiento
exacto (= diligente) resultó imposible de obtener por causa extraña a él y sin su culpa. Y
recuérdese que en esta sede el criterio de diligencia se refiere, no al cumplimiento –la
cuestión ya ha quedado solventada: hay incumplimiento porque no ha habido diligencia por
parte del médico al desarrollar su actividad curativa– sino a la obligación de evitar la
imposibilidad sobrevenida. Por ejemplo, si el médico no podo poner el nivel de diligencia
23. Corresponde a BADOSA el mérito de haber puesto de relieve la contradicción entre ambos párrafos del
precepto reproducido: mientras el primero, con pretensiones de generalidad, establece un criterio de culpa
concreta (que no debe ser identificada con la culpa levis in concreto a que me referiré enseguida) puesto que la
hace depender de la naturaleza y circunstancias de la obligación, el segundo, con idénticas pretensiones de
generalidad (nótese que su supuesto —cuando la obligación no exprese la diligencia— prescinde por completo del
párrafo anterior, y se basta para regular cualquier caso de culpa), establece un criterio abstracto, que mide la culpa
en función de un parámetro convencional abstracto, como es el de la actuación del buen padre de familia.
24. Dentro de la que se distinguía, a su vez, entre culpa levis in abstracto, por relación a la diligencia típica
del buen padre de familia; y culpa levis in concreto, referida a su vez a la diligencia que pone una persona en sus
propios asuntos.
25. Lo cual no supone necesariamente que el incumplidor deba responder, puesto que siempre podrá liberarse
«demostrando que el exacto cumplimiento (el ajuste de su conducta al nivel de diligencia debida) sobrevino
imposible por una concreta causa a él no imputable» (J ORDANO F RAGA ). Y no hay contradicción entre la
acreditación de la culpa en el cumplimiento (que es lo que determina, precisamente, que haya incumplimiento) y la
posibilidad de que el deudor se libere probando que a pesar de no haber cumplido (es decir, de no haber puesto la
diligencia exigible) no lo ha hecho por imposibilidad inimputable de hacerlo (JORDANO).
ESTUDIOS
exigido por sobrevenirle de modo imprevisto una enfermedad cuya existencia él mismo
desconocía, en el momento de su intervención.
c) Por último, no está de más volver a recordar que para que el deudor quede
liberado, la ley 493.1 FN pide acumulativamente que la imposibilidad sobrevenida proceda
de causa extraña a dicho deudor y sin su culpa. De manera que si la imposibilidad obedece
a causa extraña, pero es por culpa del deudor; o si es sin su culpa, pero por causa no extraña
al mismo, el deudor responde.
IV. LAS CONSECUENCIAS DEL INCUMPLIMIENTO.
De acuerdo con la ley 493.1, en su última proposición, la consecuencia más
característica del incumplimiento no imputable es el nacimiento a cargo del deudor de la
obligación de indemnizar. Me refiero, naturalmente, a las consecuencias del
incumplimiento que resulta imputable al deudor, conforme a las reglas vistas supra. Si se
trata de un incumplimiento no imputable, entonces se ha extinguido (o suspendido, en los
términos vistos también más arriba) la obligación, y no cabe ni pedir su cumplimiento (ya
sea definitivamente, cuando hay extinción, o temporalmente, si hay suspensión), ni
tampoco la indemnización por un incumplimiento que no existe.
Esto no quiere decir que esa sea la única posible actuación del acreedor; ni siquiera
que sea la opción preferente. En efecto, mientras el cumplimiento sea posible, «el acreedor
puede hacer valer su derecho a la prestación exacta en forma especifica, e incluso ... ha de
dirigir a ella la reclamación de modo principal y al equivalente de modo subsidiario»
(DELGADO ECHEVERRÍA). Lo que ocurre es que esta última posibilidad no es propiamente
una consecuencia del incumplimiento, sino que es efecto del contrato, o, en general, de la
fuerza vinculante de la obligación: puesto que no se ha extinguido, el acreedor sigue
pudiendo pedir que se cumpla en sus estrictos términos, sin perjuicio del eventual derecho a
la indemnización de daños y perjuicios, en los términos que veremos inmediatamente.
Precisamente por esta razón tal posibilidad no es contemplada por la ley 493.1, que lo que
regula es el incumplimiento y sus consecuencias; es decir, la acción resarcitoria del
perjuicio causado al acreedor por su incumplimiento, y no la acción de cumplimiento que
sigue teniendo a su disposición el acreedor, como consecuencia de la subsistencia de la
obligación. De ahí también que, en los términos a que nos referiremos enseguida, ambas
acciones (de cumplimiento y de resarcimiento) sean compatibles entre si: el acreedor puede,
simultáneamente, pedir el cumplimiento y la indemnización por los daños que el
incumplimiento le ha causado.
Por su parte, la acción de cumplimiento abre paso a la posible realización coactiva
del mismo, cuando el deudor, pese a todo, no quiere cumplir (más o menos)
voluntariamente. Dicho cumplimiento coactivo cabe, sin grandes problemas, en las
obligaciones de dar y en las de hacer cuando la persona del deudor es fungible –se manda
hacer a costa del deudor—(arts. 1.096 y 1.098.1 CC); también en las de no hacer, pero en la
peculiar manifestación de deshacer lo mal hecho (art. 1.098.2 CC).
Puede también ocurrir, por último, que el cumplimiento ya no sea posible, pero la
obligación subsista como incumplida, por obra de la ley 493.126. Entonces el acreedor puede
pedir no ya el cumplimiento in natura que es imposible, pero sí su equivalente pecuniario.
Y, junto a él, la indemnización por los daños experimentados como consecuencia del
incumplimiento.
26. Convendrá recordar, llegados a este punto, que para el Fuero Nuevo la obligación sólo se extingue al
hacerse imposible su cumplimiento por causa extraña al deudor y sin su culpa, de modo que hay una identidad
completa entre incumplimiento inimputable y extinción por imposibilidad. A contrario, si el incumplimiento es
imputable al deudor, la obligación pervive, aunque la prestación haya devenido imposible.
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No está del todo clara la calificación teórica de esta posibilidad, bien como una
peculiar acción de cumplimiento, caracterizada por no ser ya posible la realización de la
prestación inicialmente prevista; bien como primera partida de la acción de resarcimiento
(lo que doctrinalmente se ha llamado «concepción articulada del daño»), de modo que la
indemnización debería constar, en primer lugar, del equivalente pecuniario de la prestación
que ha devenido imposible, y en segundo lugar (si fuera procedente), de la indemnización
de los daños y perjuicios causados al acreedor, y distintos del importe de dicho equivalente
pecuniario. En realidad, este supuesto del cumplimiento por equivalente se sitúa en una
zona intermedia, que tiene algo de cumplimiento (funcionalmente: es lo único que puede
hacer el deudor cuando la obligación subsiste pero la prestación ha devenido imposible, en
función de cumplimiento), y algo de indemnización (conceptualmente: el cumplimiento in
natura ya no es posible, y lo que no es cumplimiento, desde el punto de vista dogmático —
fuera de los casos de subrogados del cumplimiento, que actúan como tales pero tampoco lo
son—, es indemnización)27. Personalmente —y reconociendo lo movedizo del terreno en
que nos hallamos– entiendo que es más cercana al sistema que diseña la ley 493.1 FN, la
consideración del llamado cumplimiento por equivalente como un supuesto especial de
cumplimiento, para los casos en los que la prestación originariamente debida ha devenido
imposible, pero sin que se haya extinguido la obligación; subsistiendo esta, la conducta que
ahora se exige al deudor –y a la que se otorga eficacia extintivo-liberatoria– es
precisamente la de la entrega del equivalente pecuniario, que por ello puede ser justamente
calificada, desde esta perspectiva, como cumplimiento (tanto, si se quiere, como los
subrogados del cumplimiento, puesto que también se subroga en la función y efectos de
dicho cumplimiento). Según esto, la acción para exigir el equivalente es acción de
cumplimiento. Lo cual lleva a concluir, a su vez, que ese equivalente pecuniario está
protegido por las mismas garantías y privilegios que protegían el cumplimiento de la
prestación originaria28.
De manera que el esquema general de posibilidades de actuación del acreedor, una
vez producido el incumplimiento, queda como sigue: 1) si el cumplimiento todavía es
posible —y útil–, procederá la acción de cumplimiento, para obtenerlo voluntaria o
forzosamente; 2) si el cumplimiento es imposible —u objetivamente inútil para el
acreedor–29, podrá reclamar, en función de cumplimiento, el equivalente pecuniario de la
prestación inicialmente debida; 3) y en ambos casos, podrá pedir, además, la indemnización
de los perjuicios que el incumplimiento (sea éste definitivo, sea simple retraso, sea
cumplimiento defectuoso, etc.) le haya podido causar.
En cuanto al montante de la indemnización (prescindiendo ahora de lo
correspondiente, en su caso, al equivalente pecuniario), el Fuero Nuevo carece de
normativa específica, por lo que habrá que acudir al Derecho supletorio, y a la
jurisprudencia que lo ha interpretado.
No es este el momento de abordar en profundidad una cuestión que, como todas las
relativas a la responsabilidad contractual y a las consecuencias del incumplimiento, ha
27. La doctrina no es pacifica. Aunque mayoritariamente se inclina por la construcción articulada de la
responsabilidad contractual (DELGADO, JORDANO, BADOSA), no falta quien la impugna frontalmente (PANTALEÓN),
ni quien considera que «la acción para pedir el daño en que se estima la prestación es propiamente acción de
cumplimiento» (CARRASCO).
28. Con todo, no me parece fundamental acertar en una u otra calificación, a efectos prácticos. Si se prefiere
considerar que el equivalente pecuniario es, en estos casos, no un subrogado de la prestación inicialmente debida,
sino la primera e inevitable partida de la indemnización (teñida, además, de un tinte marcadamente objetivo), me
parece fácil argumentar en favor de la extensión a ese concepto (como al resto de los conceptos indemnizatorias)
de las mismas garantías y privilegios que aseguraban la obligación, ya que con ellos de lo que se trata es de
asegurar, no sólo el cumplimiento de la obligación, sino las consecuencias de su incumplimiento (cfr., además, ley
463 FN): no tendría demasiado sentido debilitar la posición del acreedor frente al que se ha incumplido, que se
puede ver así sin la prestación originaria (es imposible o inútil) y sin las garantías que se establecieron
precisamente para asegurar su cumplimiento (lo que es tanto como decir que se establecieron para asegurar la
posición del acreedor en caso de incumplimiento).
29. Recuérdese nuevamente que estamos hablando de un supuesto de imposibilidad sobrevenida imputable. Si
no es imputable, la obligación se ha extinguido y no hay cumplimiento —ni indemnización- que reclamar.
ESTUDIOS
levantado fuertes debates en relación con los preceptos del CC30. Baste señalar que resultan
de aplicación, fundamentalmente, los arts. 1106, 1107 y 1108 CC. Conforme al primero, la
indemnización de daños y perjuicios comprende, no sólo el valor de la pérdida que haya
sufrido. sino también el de la ganancia que haya dejado de obtener el acreedor, salvas las
disposiciones contenidas en los artículos siguientes. Por su parte, el art. 1107 dispone que
los daños y perjuicios de que responde el deudor de buena fe son los previstos o que se
hayan podido prever al tiempo de constituirse la obligación y que sean consecuencia
necesaria de su falta de cumplimiento. –En caso de dolo responderá el deudor de todos los
que conocidamente se deriven de la falta de cumplimiento de la obligación. Y, por fin, de
acuerdo con el art. 1108, si la obligación consistiere en el pago de una cantidad de dinero,
y el deudor incurriere en mora, la indemnización de daños y perjuicios, no habiendo pacto
en contrario, consistirá en el pago de los intereses convenidos, y a falta de convenio en el
interés legal.
Por último, hay que señalar, de acuerdo con una numerosísima jurisprudencia del
TS31, que el daño indemnizable es el efectivamente producido y demostrado por el acreedor.
El incumplimiento. en sí mismo considerado (por si sólo), no genera obligación de
indemnizar, sino que ésta procede del binomio incumplimiento-perjuicio efectivo del
acreedor. Como escribe DELGADO ECHEVERRÍA, es éste un «principio correcto referido a la
necesidad de la existencia del daño para que surja la obligación de indemnizarlo, pero que
no puede llevar a la exigencia de pruebas prácticamente imposibles y, sobre todo, no puede
excluir la presencia necesaria en todo caso de incumplimiento definitivo (no en los de
mora) del daño ineludiblemente causado consistente en la falta de ingreso de la prestación
en el patrimonio del acreedor». La advertencia, por tanto, cobra toda su eficacia en los
casos de resolución por incumplimiento en las obligaciones sinalagmáticas, a que nos
referiremos inmediatamente.
Conviene advertir, por otro lado, de la presencia concomitante de una línea
jurisprudencial minoritaria, que parece separarse en cierta medida del sentir jurisprudencial
mayoritario (aún manteniendo formalmente, en su argumentación, la unidad de la
jurisprudencia), vinculando al incumplimiento la necesaria producción de perjuicios al
acreedor. Así, la sentencia de 30 de septiembre de 198932 declaró que «la doctrina de que el
30. Buena parte de la discusión, que no es ajena al Derecho navarro por vía de la supletoriedad (y, en todo
caso, de la construcción doctrinal y jurisprudencial necesaria para completar un precepto tan breve como la ley
493.1), se centra en torno a los conceptos, procedentes de la ciencia jurídica alemana, de interés contractual
negativo (se trataría de colocar al acreedor en la situación que tendría de no haber contratado, de manera que la
indemnización tiende a cubrir la diferencia entre esta hipotética situación, y la situación en que realmente se
encuentra) y de interés contractual positivo (la situación hipotética que se toma en cuenta es aquella en que se
encontraría el acreedor en el caso de que el cumplimiento se hubiera producido, de manera que la diferencia a
cubrir es la que media entre esta hipotética situación, y aquella en que se encuentra realmente el deudor). Sobre lo
cual, simplemente dos observaciones:
1) Tratándose -como se trata ahora- de consecuencias del incumplimiento en sentido estricto, presupuesta por
tanto la subsistencia de la obligación y que lo que se busca es su cumplimiento, o lo más parecido a ello, lo
razonable es optar por la indemnización del interés contractual positivo, con la advertencia ulterior de que los
casos de cumplimiento por equivalente se sitúan claramente en esta línea, puesto que a lo que tienden es a
proporcionar al acreedor el equivalente pecuniario de la prestación a la que tenía derecho, y que se ha convertido
en imposible.
2) En todo caso, esos conceptos, como cualesquiera otros relativos a esta materia, tienen un marcado carácter
instrumental, por lo que la construcción dogmática debe dejar paso a la utilidad funcional; con otras palabras: lo
que se intenta es reponer al máximo los daños y perjuicios sufridos por el acreedor como consecuencia del
incumplimiento, y a tal fin se fijan unos instrumentos conceptuales cuya misión es ayudar al más correcto calculo
de dichos daños: lo que no tiene sentido, entonces, es encerrarse en una interpretación rígidamente dogmática de
los mencionados instrumentos, que perderían de este modo gran parte de su virtualidad. Desde este punto de vista,
no se puede tampoco olvidar que esos conceptos de interés contractual positivo o negativo marcan una tendencia
indemnizatoria, pero poco más: i) entre otras razones porque estamos comparando una situación hipotética (por
hipótesis, y valga -¡que vale!—la redundancia, imaginada, no real) con otra real; ii) y, además, porque es
metafísicamente imposible (por más que se intente jurídicamente) poner al acreedor «en la situación que tendría
si...»: se le puede poner en una situación cercana, parecida, se le puede compensar por esa imposibilidad, etc.
31. Se pueden citar, entre otras muchas, las STS de fechas 5 de julio de 1980, 5 de junio de 1981, 29 de
octubre de 1981, 9 de mayo de 1984, 10 de enero de 1985, 7 de mayo de 1986, 5 de junio de 1989, 22 de junio de
1989 y 1 de marzo de 1990.
32. Que culmina una serie que comenzó con la de 9 de mayo de 1984 y siguió con las de 27 de junio de 1984
y 17 de enero de 1985.
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sólo incumplimiento contractual no genera de suyo una obligación de indemnizar no
excluye la idea de que el incumplimiento no constituya per se un perjuicio o daño, una
frustración en la economía de la parte, en su interés material o moral, pues lo contrario
equivaldría a sostener que el contrato opera en el vacío, y que sus vicisitudes, en concreto,
las contravenciones de las partes, no habrán de tener ninguna repercusión, contradiciendo
así la normativa de la fuerza vinculante del contrato y de sus consecuencias...; lo que
evidencia que la falta de prestación no ha de quedar impune por consistir in re ipsa el
propio daño o perjuicio, en cuanto frustración factiblemente valorable, sin más prueba que
la propia omisión, según casos y circunstancias». Por su parte, el TSJN, en su Sentencia de
24 de mayo de 1995, tras recoger una y otra líneas jurisprudenciales, y con referencia
específicamente a la aquí mencionada en segundo lugar, señala que «la mencionada tesis ha
de tener efecto en los supuestos en que no se pueda derivar un daño concreto, efectivamente
existente, cuantificable y valorable, en cuyo caso habrá de considerarse si el mero
incumplimiento produce per se un daño que será indemnizado».
V. RÉGIMEN DEL INCUMPLIMIENTO DE OBLIGACIONES SINALAGMÁTICAS
El Fuero Nuevo no contiene una regulación especial del incumplimiento de las
llamadas obligaciones sinalagmáticas; es decir, aquellas que se encuentran recíprocamente
relacionadas de manera que cada una de ellas «se establece sirviendo de causa a la otra, de
modo que ambas partes son, a la vez, deudores y acreedores, y por la misma razón»
(D ELGADO E CHEVERRÍA ); el caso paradigmático es el de las obligaciones principales
derivadas de la compraventa para los sujetos intervinientes: la obligación del comprador de
pagar el precio sirve de causa a la del vendedor de entregar la cosa, y viceversa. En este
sentido cada una depende de la otra, por lo que se habla de obligaciones recíprocas o
interdependientes33. Interesa destacar aquí la interconexión causal y la interdependencia
funcional entre las obligaciones implicadas, con la advertencia —tomada de MONTES
PENADES— de que hemos de situar tales afirmaciones en el campo de la causa de los
desplazamientos patrimoniales (que es precisamente el campo en el que la causa tiene
mayor virtualidad en Derecho navarro); observación esta que, como veremos infra, tiene
repercusiones importantes en la interpretación de los preceptos implicados.
Desde esta perspectiva, el Fuero Nuevo es acreedor de los mismos reproches que al
CC hizo DÍEZ-PICAZO, al señalar—con razón—que la idea de obligación latente en el CC (y
en el Fuero Nuevo) como vínculo unidireccional que une a deudor y acreedor tiene como
consecuencia la excepcionalidad con que dichos cuerpos legales regulan las obligaciones
sinalagmáticas o recíprocas, que hoy en día constituyen el género de obligaciones más
importantes; «el problema es especialmente grave —concluye DÍEZ-PICAZO— cuando se
trata de resolver la cuestión de las consecuencias de la imposibilidad sobrevenida fortuita
en una relación obligatoria sinalagmática»: algo sobre lo que tendremos que volver más
adelante.
De lo dicho hasta ahora se deduce que el cómodo recurso al Derecho supletorio no
es, por varias razones, satisfactorio: el CC tampoco regula este tipo de obligaciones con
carácter general, de modo que algunos de sus aspectos más importantes (por ejemplo, la
exceptio inadempleti contractus, o la ya aludida cuestión de las consecuencias de la
imposibilidad sobrevenida fortuita) quedan sin solución expresa en el Derecho supletorio
—al menos, desde la perspectiva legal: otra cosa es el importante papel que ha
correspondido a la jurisprudencia para rellenar estas lagunas—; por lo demás, veremos a
continuación cómo en algunos casos puede dudarse de la aplicabilidad del Derecho
supletorio, por compadecerse mal con la regulación navarra en la materia. Todo lo cual se
33. La terminología es discutida, pero no vale la pena detenerse demasiado en ello. Simplemente advertir, con
DELGADO ECHEVERRÍA, que el nombre de bilaterales que dan algunos autores a estas obligaciones es «poco
significativo, pues la obligación, al mediar entre dos personas o grupos, es siempre bilateral».
ESTUDIOS
complica aún más si se tiene en cuenta que el Derecho Romano es de escasa ayuda en
esta sede.
¿Qué consecuencias tiene en Derecho navarro el incumplimiento de una obligación
sinalagmática? Hay que barajar varias posibilidades:
1. La exceptio inadimpleti contractus.
El acreedor que todavía no ha cumplido la obligación que pesa sobre él, está
facultado para no cumplirla mientras el deudor no lleve a cabo la suya, por lo que puede
oponerse a la reclamación del deudor incumplidor por medio de la exceptio inadempleti
contractus. Es este un remedio que el Derecho romano desconocía, y que permanece
desconocido (formalmente) tanto para el CC como para el Fuero Nuevo; no, sin embargo,
para el Derecho común español (por obra de la jurisprudencia) ni para el Derecho navarro
(por vía de la supletoriedad). Esta excepción «se funda en la regla de la ejecución
simultánea de las prestaciones recíprocas y en la idea de que cada parte puede rehusar o
rechazar el cumplimiento de la obligación prevista a su cargo, mientras la otra parte no
cumpla con la suya. A la inversa, ninguna de las partes puede demandar el cumplimiento de
la obligación contraria sin cumplir u ofrecer el cumplimiento de la obligación propia»
(D ÍEZ -P ICAZO ). Ahora bien, el efecto de esta excepción es provisional: suspende de
momento la obligación del demandado, pero ambos (demandado y demandante, cada uno
acreedor y deudor del otro) siguen obligados a realizar la prestación que les incumbe, y
facultados para pedir, en esas condiciones, el cumplimiento a la otra parte: es decir, que la
excepción paraliza la acción del demandante, pero no extingue su derecho.
2. La resolución de las obligaciones sinalagmáticas por incumplimiento.
El CC concede también al perjudicado por el incumplimiento de su contraparte la
opción de resolver el contrato, en su art. 1124: la facultad de resolver las obligaciones se
entiende implícita en las recíprocas, para el caso de que uno de los obligados no cumpliere
lo que le incumbe.
El ejercicio de la acción resolutoria requiere que el actor haya cumplido la
obligación que le incumbía, o que su incumplimiento esté provocado por el incumplimiento
previo de la otra parte34; también, se cubre este requisito, en mi opinión, si el perjudicado
que reclama el cumplimiento de la otra parte ha ofrecido seriamente cumplir en forma
simultánea: no es razonable obligar a quien está dispuesto a cumplir, a que lleve a cabo su
prestación, si dicha otra parte se niega a hacer lo mismo con la suya —o, simplemente, no
lo hace—, para después obligar nuevamente a quien cumplió a pedir, simultáneamente con
la resolución del contrato, la restitución de lo cumplido por él.
No procede entrar aquí en el análisis de la resolución ex art. 1124 CC; pero sí en la
de su aplicabilidad en Navarra. A este respecto, no creo que pueda ampararse sin más dicha
aplicabilidad en el criterio de supletoriedad, sin ulteriores matizaciones: en efecto, de lo que
se trata es de saber si esa resolución es coherente o no con el sistema de consecuencias del
incumplimiento predispuesto por el Fuero Nuevo. La resolución por incumplimiento, tal y
como aparece concebida en el CC, no fue conocida en Derecho Romano: allí, frente al
incumplimiento del obligado en un contrato sinalagmático, sólo cabía reclamar el
cumplimiento, pedir la resolución si así se había pactado expresamente mediante la
incorporación al contrato —necesariamente de compraventa, en este caso— de una cláusula
34. Por ejemplo, en el caso de permuta de solar por pisos a construir, el constructor no puede cumplir mientras
el solar no le sea entregado, por lo que ante el incumplimiento del copermutante podrá instar la resolución sin
necesidad de un cumplimiento por su parte que precisamente el incumplimiento de su contraparte hace imposible.
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específica en tal sentido (lex commisoria)35—que, por otro lado, nunca se entendió implícita
en los contratos sinalagmáticos, sino que debía ser expresamente incluida—o solicitar la
restitución de lo cumplido por medio de la condictio causa data causa non secuta, en el
caso de contratos innominados. La generalización de la facultad de resolver en el caso de
obligaciones recíprocas es producto de una evolución ulterior, en la que el Derecho
Canónico (a través de la máxima frangenti fidem non est fides servanda) y el Derecho
consuetudinario francés (reelaborado por D UMOULÍN , D OMAT y P OTHIER ) tuvieron
intervención decisiva.
Pues bien: los remedios que ofrece el Fuero Nuevo, en una primera aproximación,
son sensiblemente parecidos a aquellos de que disponía el Derecho Romano, con algunas
adaptaciones. Así, la ley 486 se refiere expresamente a la venta con pacto comisorio: en la
compraventa con pacto aplazado total o parcialmente, puede establecerse el pacto
comisorio por el cual la falta de pago de todo o parte del precio en el tiempo convenido
facultará al vendedor para ejercitar de pleno derecho la resolución del contrato... Y en su
párrafo 2.º, significativamente (por el evidente paralelismo con el art. 1124 CC) dispone
que el vendedor podrá optar entre la resolución o el cumplimiento del contrato mediante la
percepción del precio aplazado36. Por su parte, el contratante que ha cumplido podría
reclamar la restitución de lo entregado por él a través de la acción de enriquecimiento sin
causa en su modalidad de retención sin causa (ley 508.3.º: se entiende que se retiene sin
causa cuando se recibió una cosa para realizar una contraprestación que no se ha
cumplido), y obtener, además, la indemnización de los daños y perjuicios que le haya
irrogado el incumplimiento (imputable) por la vía de la ley 493.137. Conforme a estos datos,
parece que la Compilación ha querido obviar la resolución por incumplimiento según el
modelo del art. 1124 CC, previniendo la existencia de un régimen alternativo para la
recuperación de lo entregado por el contratante cumplidor, con indemnización de daños y
perjuicios a cargo del incumplidor (leyes 508.3.º y 493.1.º), obviando de la misma manera
la discusión acerca de las características y requisitos del incumplimiento para que proceda
la resolución ex art. 1.124. Por lo demás, en virtud del principio de libertad civil (y de
acuerdo con lo previsto, siguiendo fielmente los antecedentes romanos, en la ley 486), las
partes siempre pueden incluir por pacto expreso la facultad resolutoria para el caso de
incumplimiento de uno de ellos.
¿Quiere esto decir que el art. 1124 CC no es aplicable en Navarra? La conclusión me
parecería excesiva. Creo que lo que se ha intentado es proporcionar una vía distinta para la
obtención de un resultado muy similar. Pero tampoco se cabe desconocer que en la práctica
el art. 1124 es alegado y apreciado por abogados y tribunales en Navarra. Por lo demás, si
35. Es una cláusula mediante la que el vendedor se asegura el cobro del precio, «reservándose resolver la
venta en caso de que el comprador no pague en determinado plazo» (D’ORS). Por lo demás, en este caso la
resolución sólo era posible al vendedor, y no al comprador, y únicamente por impago del precio en el tiempo
convenido.
36. Es verdad que el Fuero Nuevo concede, en ocasiones, la resolución del contrato por incumplimiento sin
necesidad de pacto expreso: así ocurre en la ley 484 (venta con pacto de reserva de dominio: la falta de pago por
el comprador de cualquiera de los plazos del precio facultará al vendedor para resolver el contrato.. .), 586
(cuando una cosa entregada en permuta sea objeto de evicción, el que la recibió podrá elegir entre la resolución
del contrato o la indemnización por evicción conforme a la Ley 570) o 596.3 (asimismo —el arrendatario—
deberá explotar el negocio de manera que no desmerezca en grave perjuicio del arrendador, quien en tal caso, así
como en el de insolvencia del arrendatario, podrá pedir la resolución del contrato). Pero en todos estos casos la
resolución por incumplimiento de origen legal parece tener un tinte marcadamente excepcional, en relación con los
supuestos para los que se concede.
37. Esta vía deja, sin embargo, en el aire, al menos en una primera aproximación, cuál sea la situación de un
contrato con respecto al que, prima facie, cabria pensar que subsiste, aunque incumplido. En mi opinión, esta seria
una aproximación demasiado formalista a la situación creada: a mi modo de ver, en la economía del Fuero Nuevo,
el recurso a la acción ex ley 508.3.º supone también cesación de la eficacia jurídica del contrato. Me parece claro
que el contratante cumplidor que opta por esta vía no quiere seguir vinculado a un contrato que cumplió, y con
respecto al cual se ha visto obligado a solicitar la devolución de la prestación efectuada por él ante el
incumplimiento de la otra parte. Y el reconocimiento legal del derecho a recobrar dicha prestación implica, a mi
modo de ver, un reconocimiento de la cesación de la eficacia de dicho contrato: no cabe, por tanto, separar
(artificiosamente) el derecho del contratante cumplidor a obtener la restitución de la prestación realizada por él, y
el consiguiente reconocimiento, a través de esa medida, de que el contrato que sirvió de fundamento a tal
atribución ya no tiene esa eficacia, ni ninguna otra.
ESTUDIOS
se interpreta el art. 1124 en clave de causa de los desplazamientos patrimoniales (según
propone MONTES PENADES), es claro que resulta coherente con los planteamientos propios
del Derecho navarro en la materia (ese es el mismo terreno en el que se mueve la ley
508.3.º, más arriba citada).
3. Consecuencias del incumplimiento no imputable de obligaciones sinalagmáticas.
¿Quid si el incumplimiento no resulta imputable al deudor, en los términos de la ley
493.1? Ni el Fuero Nuevo ni el CC contemplan expresamente las consecuencias de tal
supuesto, en relación con las obligaciones sinalagmáticas: es claro, de acuerdo con lo que
hemos visto supra, que el deudor incumplidor queda liberado de su obligación; pero nada
se dice sobre si el acreedor perjudicado queda, a su vez, liberado de la suya, o si, por el
contrario, debe cumplirla sin obtener ya contraprestación alguna. Si hiciéramos una
interpretación en exceso formalista de los textos legales, no cabe duda de que el acreedor
debería cumplir la obligación que le incumbe, puesto que la extinción de la obligación
recíproca por imposibilidad no imputable no figura entre las causas de extinción de las
obligaciones. Sin embargo, hay algo que repugna en esta solución que, de hecho, es
rechazada por el TS y por la doctrina mayoritaria en relación con el CC: se puede
identificar aquí una laguna oculta, que debe ser rellenada (y de hecho lo es) con el recurso a
la analogía iuris, o a los principios generales del ordenamiento.
En el Derecho navarro, la cuestión es, desde un punto de vista. más sencilla, pero
desde otro, más complicada:
1) No me parece que haya problemas para fundar el derecho del contratante
cumplidor a recuperar lo cobrado, puesto que la ley 508.3.º no hace depender su derecho de
que la contraprestación esperada haya fallado como consecuencia de un incumplimiento
imputable. Antes bien, se limita a establecer la obligación de restituir cuando se recibió una
cosa para realizar una contraprestación que no se ha cumplido (donde cumplimiento tiene
el sentido de realización material de la contraprestación). En cambio, puesto que no hay
incumplimiento, y este es el fundamento de la indemnización a que se refiere la ley 493.1,
el acreedor que ha cumplido no tendrá derecho a indemnización alguna por el
incumplimiento (no imputable) de su contraparte. Lo cual, en su conjunto, me parece la
solución más razonable. A partir de ahí, se puede concluir que, si el acreedor cumplidor
tiene derecho a recuperar lo entregado en cumplimiento de su obligación, con mayor razón
podrá negarse a cumplir su parte cuando la obligación de quien contrató con él se haya
extinguido por imposibilidad sobrevenida no imputable38.
2) Más complicado puede ser, en cambio, justificar en este caso la aplicabilidad en
Navarra de la resolución por incumplimiento, con base en el art. 1124. En efecto, éste
precepto concede la resolución en caso de incumplimiento. Ahora bien, como sabemos, de
acuerdo con la ley 493.1, si la obligación se ha extinguido por imposibilidad sobrevenida
no imputable, no hay incumplimiento; y si no hay incumplimiento, evidentemente, no cabe
acudir a la resolución por incumplimiento39.
38. Atisbos de este mismo criterio pueden encontrarse, quizás, en el Fuero General, 2, 1, 7: se trata de un
acuerdo para que el dueño de un palomar que amenazaba con caer lo tirase sin causar daños a la casa de su vecino,
a cambio de un precio. Antes de que el dueño del palomar cumpliese, cayó el palomar por si mismo sin causar
daño a la casa del vecino, y el dueño de palomar reclamó entonces el precio pactado, a lo que se niega el dueño de
la casa vecina. Et fueron ante el alcalde, et oídas las razones dambas las partidas, dixo el alcalde que no era
tenido de dar los C sueldos, porque el no había fecho reo, segunt el paramiento. En este caso lo que es fortuito es
el cumplimiento sin especial conducta del obligado; el acreedor —deudor recíproco— queda liberado de su
obligación, porque en estrictos términos no puede hablarse de cumplimiento de su contraparte, y el cumplimiento
de su obligación se funda precisamente en el de la obligación recíproca.
39. Para salvar este problema, en relación con el CC, MONTES PENADES ha propuesto entender la expresión no
cumplir lo que le incumbe, del art. 1124 «como una simple inejecución de la obligación, sin que derive de ello un
EN TORNO A LA ...
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CARLOS MARTÍNEZ DE AGUIRRE
INDICACIÓN BIBLIOGRÁFICA
No hay literatura específica navarra sobre las cuestiones tratadas en este trabajo. La
bibliografía de Derecho español, en general, era relativamente escasa hasta hace algunos
años, pero desde entonces se han producido importantes aportaciones, por lo general de
gran calidad: hay que señalar, en primer lugar, lo escrito por DELGADO ECHEVERRÍA para el
t. II.1.º de los Elementos de Derecho civil (1985), una de las primeras aportaciones, todavía
de consulta imprescindible, actualizada en la 3.ª edición (Barcelona 1994); antes, debe ser
también destacada la aportación de DIEZ-PICAZO en sus Fundamentos del Derecho civil
patrimonial, vol. I, 2.ª ed. (Madrid 1983), actualizada en la 4.ª ed. del ahora vol. II (Madrid
1993); después, BADOSA COLL, La diligencia y la culpa del deudor en la obligación civil
(Bolonia 1987); JORDANO FRAGA, La responsabilidad contractual (Madrid 1987)—el libro
recoge varios artículos publicados con anterioridad en diversas revistas jurídicas—; y
Obligaciones de medios y de resultado (a propósito de alguna jurisprudencia reciente),
ADC 1991, pgs. 5 y ss.; CRISTÓBAL MONTES, El incumplimiento de las obligaciones
(Madrid 1989); CARRASCO PERERA, en Comentarios EDERSA, t. XV-1 (Madrid, 1989),
especialmente sub art. 1101 (pgs. 374 y ss.); P ANTALEÓN P RIETO , El sistema de
responsabilidad contractual (materiales para un debate), ADC 1991-3, pgs. 1019 y ss. El
debate entre JORDANO FRAGA y PANTALEÓN PRIETO, con esporádicas alusiones a la ley 493.1
FN, se prolongó en JORDANO FRAGA, La responsabilidad del deudor por los auxiliares que
utiliza en el cumplimiento (Madrid 1994), especialmente pgs. 509 y ss., nota 726;
PANTALEÓN PRIETO, Las nuevas bases de la responsabilidad contractual, ADC 1993-IV,
pgs. 1719 y ss., especialmente pgs. 1744 y s., nota 79; y JORDANO FRAGA, ¿Unas nuevas
bases de la responsabilidad contractual?. ADC 1994-II, pgs. 325 y ss.
En cuanto al incumplimiento de las obligaciones sinalagmáticas, pueden verse,
específicamente: A LVAREZ V IGARAY , La resolución de los contratos bilaterales por
incumplimiento (Granada 1972); DELL’AQUILA, La resolución del contrato bilateral por
incumplimiento (Salamanca 1981); GONZÁLEZ GONZÁLEZ, La resolución como efecto del
incumplimiento en las obligaciones bilaterales (Barcelona 1987); MONTES PENADES, en
Comentarios EDERSA, t. XV-1 cit., sub art. 1124, pgs. 1171 y ss.; con información del
Derecho inglés, y abundante noticia de la jurisprudencia de nuestro TS (utilizada con fines
comparatistas), CLEMENTE MEORO, La resolución de los contratos por incumplimiento
(Valencia 1992).
juicio de imputabilidad en relación con la conducta del deudor» (argumento literal que no considero válido para
Navarra, habida cuenta lo establecido en la ley 493.1). Por su parte, JORDANO FRAGA resuelve el problema a través
de una especial resolución del contrato sinalagmático por imposibilidad sobrevenida liberatoria, «problema que no
es contemplado en nuestro Código con suficiente claridad y que por ello tiende a ser (erróneamente) subsumido en
el artículo 1124 del CC»; y continúa este autor: «la resolución por imposibilidad sobrevenida opera la ineficacia
automática (ipso iure) del contrato sinalagmático, pues al extinguirse una de las obligaciones recíprocas, viene a
faltar, sobrevenidamente la causa de la correspectiva (arts. 1274 y 1275 CC); en ella, a diferencia del artículo 1124
CC, no hay opción, ni tampoco resarcimiento (no hay responsabilidad del deudor no cumplidor). Aquí no se afecta
al funcionamiento normal del contrato, sino a la propia validez del mismo (sinalagma genético: causa)». De
aceptarse esta opinión, cabria también una tal resolución (no por incumplimiento, sino por imposibilidad
sobrevenida no imputable) en Derecho navarro; pero, con todo, el camino propuesto en el texto tiene mejor base
legal, y es más derecho para alcanzar los mismos objetivos.
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