saber vivir

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PREMIO SOCIEDAD
CIVIL 2015
SABER
VIVIR
Albert Boadella
Albert Boadella, premiado en la edición
del año anterior, entregó el Premio Sociedad Civil 2015 a Carlos Herrera.
No es lo mismo vivir muy bien que saber vivir muy bien. Hoy, hallarse satisfecho de haberse conocido no deja de
ser un valor insólito y estimulante. Se
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trata de una virtud realmente singular
y positiva. Para vivir tan bien se necesitan algunas cosas en lo material, aunque esencialmente se requieren muchas más en lo espiritual. Lo material,
finalmente, es lo más sencillo. Se trata
de ser ligeramente millonario. Eso, hoy
por hoy, en un país de propietarios,
EXPECTATIVAS
cualquiera que se lo proponga con dos
dedos de perspicacia puede conseguirlo. Lo que sucede es que si se sobrepasa
un límite de riqueza, la ansiedad nos
corroe y se vive en perpetua paranoia
porque uno ya no puede fiarse ni de su
propio cónyuge. Es lo espiritual aquello que resulta más complicado. Existe
un detalle estadísticamente inexorable
que reduce las posibilidades de vivir
bien. Se trata de la obsesión por practicar las inclinaciones izquierdistas.
¿Por qué?
Porque esto significa vivir en la angustia y la frustración permanente. No se
puede vivir empeñado, buscando el
goce incestuoso de pertenecer siempre
a los buenos. No se puede vivir ejerciendo de policía para que nadie saque
la cabeza por encima del otro. No se
puede vivir estando obligado a simular
aflicción pública por las tribulaciones
del otro lado del planeta. No se puede vivir esperando eternamente una
revolución que no llega; y menos aún
obstaculizar la creatividad natural de
la sociedad excusándose en el individualismo. Tampoco se puede vivir con
la máxima aspiración de convertirse
en el fiscal de la derecha reaccionaria.
Con semejantes actitudes las digestiones son un calvario, el rostro se va
agarrotando y el consumo de Micralax
es desaforado. En definitiva, se trata de
un plan de vida para sadomasoquistas.
El tempo, imprescindible
El sentido de lo que musicalmente se
denomina el “tempo” es imprescindible para la buena vida. Para la nuestra
y especialmente para la de los demás.
Seguro que habrán notado que hay
gente que llama por teléfono cuando
uno está comiendo, en el baño o en plena actividad erótica. Además, siempre
son los mismos. Son ciudadanos que
no pueden vivir bien. Es imposible. No
tienen sentido del tiempo. Destruyen
la armonía de su entorno. No se confundan, saber vivir bien no es evitar
los problemas porque entonces lo que
acostumbra a suceder es que aparecen
otros mucho mayores. La clave está en
saber afrontarlos con inteligencia y gallardía.
Pero el mayor mérito de un ciudadano
feliz es tener un impulso irreprimible
que le lleve a la búsqueda de la realidad. Nunca la mentira, la calumnia y
la demagogia, habían alcanzado tanto
predicamento. Nunca la vulgaridad y
la ignorancia habían sido el signo de
identidad del noble oficio periodístico.
No desearía que a través de mi apología
frivolizaran esta cualidad de la buena
vida inteligente. Tampoco se trata del
Nirvana porque no se puede vivir bien
si no se ha conocido el riesgo y el dolor.
El placer de la verdad entraña grandes
riesgos, y el riesgo siempre es un emisario del dolor.
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