Concilios y Concilio Vaticano II - Bienvenidos al Instituto Pedro

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CONCILIOS Y CONCILIO VATICANO II
INTRODUCCION
1. El Magisterio de la Iglesia
La Iglesia, sociedad humana y divina, establecida por Jesucristo para realizar a través de ella la obra de
salvación de los hombres hasta la consumación de los tiempos, tiene como primera función en la ejecución
de esta obra salvífica la de enseñar: “Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva’ (Mc 16,1-15). ‘Id,
pues y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado” (Mt. 28, 19-20).
Esta misión de enseñar todo lo que había recibido de Cristo la puso en práctica la Iglesia desde el primer
día de su existencia pública, que fue el de Pentecostés, cuando el Espíritu Santo confirmó a los Apóstoles
en la fe, les comunicó el don de lenguas e inmediatamente empezaron a anunciar intrépidamente a
Jesucristo (Cfr. Hch 2, 14 ss.)y prosiguieron esta obra de transmisión del mensaje reivindicando desde un
principio su derecho a la libertad de expresar al pueblo lo que habían recibido del Señor (Cf. Hch 4).
Una vez que la comunidad eclesial fue creciendo y, por consiguiente trayendo consigo la diversidad de
problemas que trascendían el simple anuncio kerigmático del mensaje, tuvo que empezar bien pronto a
reunirse para deliberar sobre el modo de transmitir la doctrina y defenderla de las disensiones internas y de
las insidias externas. Así nacía el que pudiéramos llamar “primer Concilio”, el de Jerusalén, en el que los
Apóstoles, luego de las primeras experiencias misionales, enviaron una carta apostólica que dirimía la
controversia suscitada sobre las obligaciones de los neo-conversos con respecto al judaísmo, del que esta
augusta asamblea les eximió (Cfr. Hch 15,22 y ss.)
La base de la doctrina de la Iglesia tenía que ser, evidentemente, la Palabra de Dios contenida en el
Antiguo y Nuevo Testamento. Mas, como quiera que tanto en el uno como en el otro se encuentran
pasajes de difícil comprensión, de lo cual se hace eco el mismísimo san Pedro cuando hace referencia por
una parte a los falsos doctores que distorsionan la doctrina (Cfr. 1Pe 3,3 ss.) y por otra de la dificultad que
puede hallarse en la comprensión de las cartas de san Pablo (Cfr. 2Pe 3,14 s y ss, era
Preciso que se fuera estructurando poco a poco un “sistema”, por decirlo así, de magisterio.
2. Dos clases de interpretación de la Palabra
La primitiva catequesis apostólica como es bien sabido, se limitaba a anunciar con sencillez la vida,
muerte, resurrección y doctrina de Jesucristo, haciendo hincapié en que en él se habían cumplido las
Escrituras de la Antigua Alianza. Esta catequesis, que se inició, como hemos visto, el mismo día de
Pentecostés, se fue plasmando en los altos del Nuevo Testamento. De esta suerte, tanto la Ley antigua
como la nueva, así como las tradiciones no escritas, constituyeron -y siguen constituyendo- el depósito de
la Palabra de Dios revelada, confiada a la custodia de la Iglesia con la garantía de la asistencia perenne del
Espíritu Santo prometido por Jesús a los Apóstoles para que les enseñara todas las cosas y fortaleciera su
testimonio (Cfr. Jn l5 y 16). Una vez crecido el número de seguidores de Cristo y puesta la Iglesia en
contacto con el pensar de los pueblos conquistados para el Evangelio, se fue haciendo cada vez más
urgente la interpretación de la Palabra en múltiples aspectos, y así fue fraguándose una doble pero
complementaria vía de magisterio la doctrinal y la auténtica.
El magisterio doctrinal es aquel que la comunidad eclesial recibió desde antiguo de los Santos Padres,
Doctores y escritores insignes eclesiásticos y aún hoy se sigue obteniendo por la de los teólogos. Este
magisterio por excelente y claro que sea, no pasa de ser una exposición doctrinal y un testimonio ilustrado
de la manera como la Iglesia ha creído y confesado en cada tiempo su doctrina.
El magisterio Auténtico, oficial, autorizado, es el que la Iglesia misma, usando del carisma prometido e
infundido a sus pastores, pone en ejecución para declarar con su autoridad los puntos debatidos del
misterio divino. Este magisterio de la verdad se realiza, bien sea de manera “ordinaria” cuando el Sumo
Pastor y los obispos difundidos por todo el orbe y en comunión con el mismo Romano Pontífice, enseñan
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concordemente la doctrina. O de manera “extraordinaria’ y solemne, cuando, bien el Romano Pontífice
solo se expresa “ex cathedra” o sea con intención de obligar a todos los cristianos en materia de fe y
buenas costumbres o bien el Concilio Ecuménico, debidamente convocado por el Pontífice presidido y
aceptado por él, se expresa asimismo con Intención de obligar a todos los cristianos.
3. Los Concilios
Concilio es la asamblea de obispos convocada para debatir asuntos referentes a la doctrina y disciplina
de toda la Iglesia o de parte de ella. En él primer caso, el Concilio será universal o ecuménico del griego
“oicomenicós, que significa universal). Para que tenga valor de tal, tiene que ser convocado por el Papa,
presidido por él o sus legítimos delegados, y aceptado en todas y cada una de sus decisiones por el mismo.
En cuanto al número de participantes, es obvio que tienen que ser la mayoría, con verdadera
representatividad de todo el mundo cristiano. En el segundo caso, el concilio es particular, que podrá ser
de una nación, un grupo de naciones, una determinada región o provincia eclesiástica. Tenemos un
ejemplo muy típico de esta segunda clase de concilios: el llamado “Concilio Plenario Latinoamericano”
reunido a fines del siglo pasado. Hoy, más que concilios particulares, suelen convocarse los llamados
“sínodos” diocesanos o provinciales, según convoquen a los obispos y sacerdotes de una diócesis o una
provincia eclesiástica.
4. Los Concilios Ecuménicos
Durante todo el transcurso de la historia de la Iglesia se cuentan hasta el momento 21 Concilios
Ecuménicos sin contar el de los Apóstoles en Jerusalén del que hicimos mención arriba. Todos ellos han
marcado verdaderos hitos en la historia de la Iglesia y respondido a urgentes necesidades de orden
dogmático, moral o pastoral de la cristiandad. He aquí su enumeración:
1º Concilio de Nicea (año 325). Convocado por autoridad del Papa San Silvestre I y bajo la ejecutoria del
mismo emperador Constantino. Este Concilio condenó la herejía de Arrio que negaba la Divinidad de
Jesucristo y su consustancialidad con el Padre. De él deriva el “símbolo niceno” o Credo.
2º Concilio Primero de Constantinopla (año 381). En tiempo del Papa San Dámaso, se ocupó de las herejías
de los macedonianos, eunomianos o anomeos. Se perfeccionó el símbolo niceno, que por eso lo llamamos
“niceno-constantinopolitano”.
3º Concilio de Efeso (año 431). Convocado por el Papa San Celestino I y presidido por el patriarca Cirilo de
Alejandría, ese Concilio condenó la herejía cristológica y mariológica de Nestorio y proclamó la maternidad
divina de María.
4º Concilio de Calcedonia (año 451). Bajo la autoridad del Papa San León I el Magno, este Concilio trató de las
herejías de quienes negaban a Jesucristo la naturaleza divina o la humana o las confundían.
5º Concilio Segundo de Constantinopla. Convocado en el año 553 por la autoridad del Papa Vigilo, condenó la
herejía de “los tres capítulos”, confirmando la doctrina de los concilios anteriores sobre la Trinidad, la
divinidad de Jesucristo y maternidad divina de María.
6º Concilio Tercero de Constantinopla. Del año 680-681, con el Papa San Agatón, condenó solemnemente la
herejía de quienes admitían en Cristo una sola voluntad (monotelitas).
7º Concilio Segundo de Nicea (año 787). Este Concilio, convocado por la autoridad del Papa Adriano I,
afrontó la doctrina de los iconoclastas y definió la legitimidad del culto de las imágenes sagradas.
8º Concilio Cuarto de Constantinopla Convocado por el Papa Adriano II en el año 889 duró hasta el siguiente
y tuvo como principal tema la condenación del Patriarca Focio, autor del cisma oriental.
9º Concilio Primero de Letrán. Del año 1123, convocado por el Papa Calíxto II, fue muy accidentado y duró
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hasta el 1124. Celebrado en tiempo de la lucha de las investiduras, se ocupó de ellas, lo mismo que de la
simonía, el celibato y el incesto.
10º Concilio Segundo de Letrán (1139). Este Concilio, convocado por el Papa Inocencio II, afrontó el delicado
asunto de los falsos pontífices, de la simonía, la usura, las falsas penitencias y los falsos sacramentos.
11º Concilio Tercero de Letrán. Del año 1179, bajo el Sumo Pontífice Alejandro III, se ocupó nuevamente de
condenar la simonía.
12º Concilio Cuarto de Letrán. Bajo la autoridad del Papa Inocencio III, este Concilio, en el año 1215, condenó
las herejías de los albigenses del Abad Joaquín de Fiori, los Valdenses, etc.
13º Concilio Primero de Lyon (año 1245). Este Concilio en realidad no abordó asuntos dogmáticos, sino
problemas morales y disciplinales de la Iglesia.
14º Concilio Segundo de Lyon. Convocado por el Papa Gregorio X, en 1274, trató de unificar la Iglesia griega,
separada de Roma desde el cisma oriental.
15º Concilio de Vienne (1311-1312). Este Concilio, convocado por Clemente V, se ocupó de los errores de los
beguardos y beguins, de Pedro Juan Olivi y abolió la orden de los Templarios.
16º Concilio de Costanza. En el año 1417 fue convocado por el Papa Martín V, sólo se clausuró cuatro años
después. Condenó los errores de Wicleff, Juan Hus, etc. y se ocupó también de los asuntos provocados
por el cisma de Occidente. Definió la supremacía del Concilio sobre la autoridad Papal.
17º Concilio de Florencia. Convocado por Eugenio IV en 1431, duró hasta el 1445. Impuso la unión de los
armenios y jacobitas con la Iglesia Roma.
18º Concilio Quinto de Letrán. Convocado por León X, en 1512, tuvo como tema central la reformación de la
Iglesia.
19º Concilio de Trento (1545-1563). Este Concilio fue inicialmente convocado por Pablo III para tratar el
problema de la escisión de la reforma protestante. Se ocupó de innumerables temas doctrinales, morales y
disciplinales, de acuerdo con la problemática presentada por el protestantismo. El Decreto sobre la
justificación, el de los Sacramentos, el de la Eucaristía, el Canon de las Sagradas Escrituras, etc., son entre
otros, los más sobresalientes, amén de infinidad de disposiciones disciplinales.
20º Concilio Vaticano Primero. Convocado por el Papa Pío IX en1869, sesionó hasta septiembre de 1870,
cuando hubo de interrumpirse por la toma de Roma por las tropas de Garibaldi, el famoso 20 de
septiembre. Este Concilio afrontó los temas fundamentales de la fe y constitución de la Iglesia. Como
definiciones más famosas, se cuentan las de la potestad del Romano Pontífice y su infalibilidad cuando
habla “ex cathedra”.
21º Concilio Vaticano Segundo (1962-1965). Convocado por Juan XXIII, quien lo anunció desde enero de 1959,
tuvo cuatro sesiones, la primera de las cuales presidió, en el otoño de 1962, el mismo Juan XXIII, quien
falleció el 3 de junio de 1963. Las otras tres etapas fueron convocadas y presididas por su sucesor, el
Pontífice Pablo VI.
5. El Concilio Vaticano II
Si de todo Concilio Ecuménico puede afirmarse que ha sido una respuesta de la Iglesia a las urgencias de
la humanidad de su tiempo, con mayor razón aún hay que decirlo del Vaticano II. Aunque el autor de este
Concilio, Juan XXIII, afirmara más de una vez que “de improviso brotó en su corazón y en sus labios la
simple palabra Concilio Ecuménico” (Cfr. discurso de inauguración) y en esto tiene mucho de profético y
carismático, sin embargo, analizado el contenido y puestas de presente las innumerables cuestiones que se
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plantearon en sus etapas ante preparatorias (1959-60) y preparatorias (1960-62) así como en el transcurso
mismo de sus deliberaciones, el Vaticano II es en realidad de verdad la caja de resonancia de los grandes
problemas e inquietudes del hombre actual. Como “el gozo y la esperanza, la angustia y la tristeza de los
hombres de nuestros días - son también gozo y esperanza, tristeza y angustia de los discípulos de Cristo”
(Gaudium et Spes, 1) era indispensable que, en un ingente esfuerzo de visión sintética, el Vaticano II
asumiera como objetivo todas las inquietudes de la humanidad actual, que son inquietudes de la Iglesia.
Así, la naturaleza misma y vida de la Iglesia con sus multiformes implicaciones internas y externas; la
manera de juzgar y actuar del cristiano actual frente a las fuentes de su fe; las nuevas facetas de una
liturgia quizás envejecida que pedía remozamiento en todos sus campos; las innumerables vivencias del
hombre actual que tienen su eco en la vida de la Iglesia (problemas de la actividad humana, trabajo,
comunidad, solidaridad, ateísmo, etc.); los diversos estamentos de la Iglesia, tales como su jerarquía, sus
sacerdotes, sus religiosos, sus laicos; las nuevas exigencias de la actividad proselitista de la Iglesia, las
relaciones necesarias con los no-católicos en un ecumenismo creciente, con los no-cristianos y aun con los
que no admiten a Dios; en fin, los derechos humanos, eran motivaciones suficientes para poner a deliberar
a la Iglesia entera. Y así fue como cada uno de estos problemas cuajó en un magnífico documento conciliar.
6. El Vaticano II y los dogmas. Un Concilio Pastoral
Indudablemente una de las características más notorias de los veinte Concilios Ecuménicos anteriores,
así como de otros muchos ha sido la de afrontar los errores en dogma y moral, elaborar las profesiones de
fe católica y fulminar las herejías con el “anthema sit”. El Vaticano II fue distinto. Fue un Concilio
netamente pastoral que se esforzó desde un principio por presentar al hombre de hoy una faz nueva,
renovada, de la Iglesia. Así lo quisieron Juan XXIII y Pablo VI, y así fue la realidad en las deliberaciones y
decisiones conciliares. De esta manera, aunque del Concilio Vaticano II emanaron constituciones
dogmáticas tan estructuradas como la “Lumen Gentium”sobre la Iglesia y la “Dei Verbum” sobre la
revelación, sin embargo, toda su documentación -incluidas sus intervenciones dogmáticas- lleva implícita o
explícitamente la impronta pastoral. Es éste un indicador sin igual de las características del mundo
moderno, netamente crítico y reacio a los dictámenes dogmáticos. Por eso el Vaticano II no tiene ninguna
definición dogmática y ningún canon anatematizador
El vaticano II es también renovador, más bien que reformador. Son dos términos muy distintos. El
Concilio de Trento fue esencialmente reformador y por eso se ocupó tanto de las estructuras caídas para
restaurarlas en lo teórico y en lo práctico. En el Vaticano II, contemporáneo de una generación que
también tiene como característica el “antireformismo”, prefiere el perfeccionamiento a base de una
revisión total de las bases, para mejorar, más que restaurar, se propuso dar esa “nueva faz” a la Iglesia,
que la haga más atractiva a los hombres de hoy. Por eso la reforma litúrgica, que aunque es el documento
que más veces repite el término “reforma”, sin embargo tiene un profundo sentido de renovación,
instauración, perfeccionamiento. Por eso la orden de renovación en su espíritu y estructuras impartida a
los institutos religiosos; por eso también la orden de elaborar un nuevo Código de Derecho Canónico más
teológico y pastoral que jurídico; por eso, en fin, el cambio de estructuras en la misma curia romana que a
más de uno puede producir nostalgia por hacer desaparecer cosas que otros más bien hubieran querido
“reformadas”. Por todo esto el Vaticano II ha señalado como ningún otro Concilio, la vitalidad de la Iglesia
y su deseo de encarnarse cada vez más en el hombre de cada tiempo.
7. Documentos del Vaticano II
El Concilio Vaticano II elaboró y promulgó tres clases de documentos:
1. Constituciones. Son éstas unos documentos sistemáticos que exponen de manera orgánica la
doctrina de la Iglesia sobre determinado tema. El Vaticano II promulgó cuatro Constituciones, dos de
ellas dogmáticas, es a saber la “Lumen Gentium” sobre la Iglesia y la “Dei Verbum” sobre la revelación
divina. Una de carácter dogmático disciplinar, que es la “Sacrosanctum Concilium” sobre la Sagrada
Liturgia, en la que hay parte teórica y parte de ordenanza. Y una cuarta, de carácter netamente pastoral,
quizás el documento más novedoso del Concilio: la Constitución “Gaudium et Spes” sobre la Iglesia en
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el mundo actual.
2. Decretos. Son documentos menos orgánicos que las Constituciones, que tienen como finalidad
motivar y ordenar el comportamiento de la Iglesia en determinada área. Por eso el Decreto también
tiene su parte doctrinal, aunque no tan sistemática como la Constitución. El Concilio Vaticano II elaboró
nueve decretos, así: Chrtstus Dominus sobre el oficio pastoral de los obispos; Presbiterorum Ordinis,
sobre el ministerio y vida de los sacerdotes; Optatam Totius sobre la formación sacerdotal; Perfectae
Caritatis sobre la renovación adecuada de la vida religiosa; Apostolicam Actuositatem, sobre el
apostolado de los laicos; Orientalium Ecclesiaruni sobre las Iglesias Orientales católicas; Ad Gentes
sobre la actividad misionera de la Iglesia; Unitatis redintegratio~ sobre el ecumenismo, y finalmente
Inter Miríilca, sobre los medios de comunicación social.
3. Declaraciones. Constituyen la tercera categoría de documentos. Como su nombre lo indica, son
afirmaciones en las que el Concilio, en nombre de toda la Iglesia Católica, toma posición frente a
determinados problemas de la vida actual y recomienda la actitud correspondiente a los católicos. Son
tres las Declaraciones del Vaticano II: Dignitatis Humanae sobre la libertad religiosa; Gravissimum
Educationis sobre la educación cristiana de la juventud, y Nostra Aetate sobre las relaciones de la Iglesia
con las religiones no cristianas.
Fuera de estos documentos, el Concilio, al clausurarse. Envió un “Mensaje” a la humanidad,
particularmente a los gobernantes, a los hombres de ciencia, a los artistas, a las mujeres, a los
trabajadores, a los pobres y a los jóvenes. Este mensaje, aunque doctrinalmente tan hermosa y de una
redacción admirable, no se cuenta entre los documentos oficiales del Concilio.
(...)
Gustavo Vallejo Tobón, OCD
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