Leer relato - Grupo Memoria Docente y Documentación Pedagógica

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Memoria Pedagógica e Innovación Educativa en el Nivel Inicial
Mi nombre, tu nombre, nosotros
Catalina Valenti
Jardín de Infantes Nº 934, San Martín
Coordinadora: Alejandra Panteón
Comienza un relato protagonizado por niños de cuatro y cinco años de la sala
integrada Caballito de Mar. Era un grupo con experiencia y sabíamos que había una
niña, Dalila, con diagnóstico de autismo que había concurrido el año anterior al Jardín
y había establecido vínculos con su docente y sus compañeros.
Yo, como docente del establecimiento, observaba la situación y compartía charlas con
mi compañera
en las que Dalila era protagonista
de distintas situaciones de
convivencia. Sabía también que el grupo de pares era afectivo y solidario con la niña y
que su docente la acompañaba con cariño, intentando que se integrara.
Comencé ese nuevo año con charlas con la directora del establecimiento y con la
familia de Dalila. La niña vivía con su papá y una abuela que cumplía el rol de mamá
y ponía en palabras el sentir de Dalila. Necesitaba buscar estrategias de intervención
que me permitieran trabajar con todo el grupo de niños, apelando a la colaboración, la
solidaridad y el compañerismo de todos.
Durante el primer período observé distintas conductas que la niña manifestaba durante
la entrada o salida del Jardín, como gritos o
esas situaciones yo
rechazos ante cualquier propuesta. En
la abrazaba para calmarla y luego sus compañeras, que
observaban la situación, la acompañaban, la invitaban a compartir juegos o un lugar
en la ronda.
En cierta oportunidad propuse a los niños una actividad que consistía en copiar el
nombre propio con un sentido. Sabíamos que los copiábamos para poder firmar los
trabajos, o para registrar el nombre del secretario del día.
Todos estaban entusiasmados, así que continué la actividad repartiendo unos carteles
con los nombres y los niños comenzaron la copia. Dalila se sentaba con sus
compañeras pero las observaba sin copiar su nombre.
En sucesivos días realizamos otras propuestas de copia del nombre, como la de
sentarse en mesas por grupo, leer y luego copiar el nombre de los compañeros. Una
vez más, Dalila observaba a sus compañeros pero no podía copiar su nombre. Sus
compañeras la invitaban a participar de la actividad, señalaban donde empezaba su
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nombre y le mostraban como lo copiaban ellas. “Tenés que hacer así”, le decían. Otras
veces, en lugar de observar, Dalila se iba a algún sector de juego.
Otra actividad fue la de escribir una etiqueta con el nombre de cada niño en las sillas.
Algunos escribieron su nombre y los pegaron en ellas. Todos los días los niños
buscaban su nombre en la silla y se sentaban en las que les correspondían. Esta
actividad suponía intercambiar, discutir y acordar con los pares para sentarse en la
silla correcta, ya que muchos niños no reconocían su nombre y se sentaban en otros
lugares. Cuando invitaba a Dalila a encontrar su silla, algunas veces respondía: “acá
dice mi nombre”; y otras: “dejame, no quiero”. Ella reconocía su nombre en los carteles
y en su silla.
En una oportunidad, cuando volvíamos del arenero, los niños buscaron sus sillas, ya
que era la hora de merendar. Luis y Nahuel se acercaron a mí porque no encontraban
las suyas. Muchos ya estaban sentados y me decían: “acá dice mi nombre”. Entonces,
Dalila fue a buscar una silla y se la mostró a su compañero diciéndole: “acá dice Luis”.
Hizo lo mismo con la otra silla: “acá dice Nahuel”. Todos se miraban sorprendidos y
sonreían. ¡Qué sorpresa la nuestra!
Ese día fue distinto porque Dalila demostró que podía ayudar a otros de la misma
manera que sus compañeros lo hacían con ella y que quería ser parte de ese
“nosotros”. Yo sentí mucha emoción porque funcionábamos como un grupo.
Ese año muchos objetivos de alfabetización habían sido alcanzados pero sobre todo
observé la solidaridad, el compañerismo y la inclusión entre mis alumnos. Descubrí
que existían normas de convivencia arraigadas en los niños sin haber recurrido a
ningún reglamento de sala. Como docente aprendí mucho observando, interviniendo e
involucrándome con mi grupo de alumnos.
Hoy Dalila está en primer grado. Un día me acerqué a espiarla y vi que compartía la
mesa con sus amigas, que la ayudaban a sentarse para escuchar un cuento
maravilloso y silenciaban sus gritos con un abrazo. Eran las mismas que hoy
comparten los recreos y su camino en la escuela.
Sentí que muchas cosas podían cambiarse desde las prácticas en el nivel inicial, que
afuera todo aprendizaje vivido en las salas tiene un sentido intelectual y emocional.
Así escribimos el nombre para identificarnos, para firmar, para elegir un secretario,
para llevar un libro de la biblioteca de la sala, o para discutir entre pares y llegar a
acuerdos.
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Cada día podíamos leer los nombres de cada niño en distintos carteles de la sala y
todos los nombres
integraban un nosotros que nos identificaba. Un nosotros
compuesto de experiencias, aprendizajes y afectos dispuestos a recorrer distintos
caminos.
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