LUIS RAMOS: UNAS PALABRAS SOBRE MI PADRE (1/6/2015) En primer lugar quiero daros las gracias por asistir a este acto en recuerdo de nuestros seres queridos, que participaron en este grupo de abogados laboralistas de Atocha y que ya no están con nosotrx@s. Como sabéis este acto se realiza en el marco de la celebración del 10º aniversario de la creación de la Fundación Abogados de Atocha. Mi hermano, José, no ha podido venir porque está de viaje, pero quería transmitir un afectuoso saludo a toda la familia de Atocha. Intentar condensar en unos minutos lo que mi padre significó para mí es una tarea difícil, por no decir imposible. Trataré de transmitiros algunas referencias a través de pinceladas y anécdotas. Mi padre era una persona íntegra, con un edificio de valores muy robusto. Su mirada era muy profunda, tanto que cuando hablabas con él parecía que estaba leyendo más allá de las palabras, captando nuestro pensamiento y nuestros sentimientos. Era un hombre alto, delgado, con bigote y muy coqueto. Sabía que era apuesto y le encantaba ser admirado por esta condición. Desde joven tuvo alopecia, sin embargo se resistía a cortarse el pelo al estilo convencional, dejándose un poco de melena, seguramente para conservar cierto aire de rebeldía. Le encantaba su trabajo como abogado. Tanto que incluso se llevaba tareas a casa, por las tardes y los fines de semana. Lo recuerdo entre papeles y pasando notas al ordenador. También le gustaba mucho estar con sus amigos, y junto a mi madre, realizaban o participaban en numerosas celebraciones, para las que cualquier escusa era válida. Recuerdo que una vez un cliente le regaló un cordero y convocó a sus amigos para hacer una fiesta en una casa que tenían mis abuelos en un pueblo de Madrid llamado Mataelpino. Al intentar cocinar el cordero en la barbacoa se quemó, y entre bebida y comida, terminamos todos bailando y cantando: “en Mataelpino arroz cordero y vino”. Aunque en la pareja mi madre se encargaba de las relaciones sociales y mi padre era más introvertido, cuando tenía confianza era una persona muy cariñosa, que a través de las palabras y del contacto físico te transmitía claramente. Tenía buen sentido del humor y le encantaba reírse, aunque a veces se ponía serio y mi madre le decía que dejara de poner cara de susto. Junto con mi madre representaban la pareja ideal, estaban muy unidos y funcionaban juntos para casi todo. Principalmente mi padre era muy buena persona, transmitía mucha confianza y seguridad. Se preocupaba ante los problemas de los demás. Una vez le dio a mi hermano, que debía tener unos 5-6 años, una bofetada porque no se dejaba echar unas gotas en los ojos y esa noche no durmió al sentirse muy preocupado por habérsele escapado la bofetada. Era una persona progresista, que supo transmitirnos el valor de la lucha. Soportaba muy mal las injusticias y ello le llevó a ser abogado de CCOO y del partido comunista en la clandestinidad, militancia desde la que se encargó de asesorar al movimiento vecinal, articulado a través de las asociaciones de vecinos, labor que realizó en un despacho de Torrejón, así como a contribuir a la organización del movimiento de los trabajadores y trabajadoras, encargándose de la defensa de sus derechos laborales. Eran los abogados laboralistas del partido, uno de los principales actores, que junto al movimiento ciudadano conformaron el grueso de la lucha antifranquista. Como sabéis mi padre, al igual que el resto de compañeros, fue víctima de un cruel atentado fascista la noche del 24 de enero de 1977, del que salió muy mal herido. Durante el atentado y en las semanas posteriores lo pasó francamente mal. Se lamentaba y se sentía culpable por haber quedado vivo en lugar de sus compañeros asesinados. Tuvo que realizar un gran trabajo interior para recuperar el apego por la vida. Cada 24 de enero, nos reuníamos en familia para celebrar lo que considerábamos su otro cumpleaños. Yo siempre le regalaba una rosa roja. Solíamos quedar para comer en un buen restaurante, mi madre, mi hermano y yo. Eran momentos íntimos, en los que nos arropábamos y que recuerdo con especial cariño. Durante mucho tiempo tuvo que convivir con el miedo, como era lógico pensar, pero lejos de permitir que le paralizara, asumió la vida y su profesión de manera que continuó con el ejercicio de la abogacía hasta el final de sus días. Como muchos sabéis mi padre tuvo la mala suerte de padecer una grave enfermedad 27 años después del atentado. El día que los médicos le comunicaron que padecía un cáncer y que tenía que hacerse a la idea de la seriedad de tal dolencia les respondió que él llevaba 27 años como sobreviviente de un atentado y que poco menos que si había sido capaz de afrontar y superar aquel grave suceso, en esta ocasión no lo iba a ser menos. Fijaros hasta que punto ser responsabilizaba de su trabajo como abogado que, un año después, el día anterior a dejarnos para siempre, que ya no podía apenas hablar, estaba sedado, en el hospital, quería salirse de la cama y trataba de comunicarnos algo. Luego comprendimos que se trataba de unas carpetas de uno de los casos que estaba llevando, que se encontraban debajo de una mesa y que corrían los plazos, por lo que quería transmitirnos la importancia de que ubicáramos estas carpetas para poder tramitar el caso. Finalmente las carpetas fueron encontradas y sus compañeros pudieron resolver aquel caso. Mi padre era un luchador. El día que le llevamos al hospital y que una médica muy sonriente le dio a entender que le quedaban horas de vida, aunque apenas podía hablar y no se le entendía casi, todos pudimos escuchar una frase que recordaremos siempre: “que me quiten lo bailao” Muchas gracias y hasta siempre!