Recuperar la alegría

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cuarzo rosa
Recuperar la alegría
Cecilia Lavalle
C
osa rara es la tristeza.
Antes hubiese creído que era como un huracán. Llega, arrasa y
se va. Pero, por el contrario, se parece más
a una ola que llega suave, inunda, se retira, toma fuerza y regresa. Cosa rara es la
tristeza.
La tristeza llega a mi playa. Llega como a veces llega la felicidad. De pronto,
sin que la espere. Me toma por sorpresa
y me inunda.
Tiene motivos, claro. Sin embargo,
aún cuando la razón pretenda tomar las
riendas, asumir el control y guiar el timón, la tristeza es insumisa, no le gustan
las riendas y no sabe de rumbo. Sólo llega
y me inunda.
A la playa de mi querida sobrina Beatriz también ha llegado la tristeza. Le llamo, me dice que está bien y al instante noto en su voz ese tono que deja escapar un
poquito de tristeza por la boca.
Me asegura que está bien, pero cuando respira no exhala, llora. Conozco bien
esa manera de respirar. En realidad lo
que sucede es que nos ahoga la tristeza,
pero en algún rinconcito somos más fuertes; por eso lloramos, para, literalmente,
desahogarnos.
Corro a verla. Me recibe con una sonrisa. La abrazo y entonces siento cómo la
ola se abre paso entre su estómago, su pecho, su corazón, y llora.
Se desahoga, respira, me mira, sonríe
y vuelve a llorar.
Como una ola. Da marcha atrás, toma
fuerza y azota nuestra playa. Nos desahogamos. Nos deja respirar. Se retira, toma
fuerza nuevamente y vuelve a dejarse caer en nuestra arena. Ahora entiendo porqué, con absoluta propiedad, decimos
que lloramos a mares.
La abrazo y siento una y otra vez cómo
va y viene su ola. Y yo quisiera llevarme
su tristeza. Quisiera quedarme con ella.
Lidiar yo con ella. Una cree que porque
tiene más años tiene más experiencia para lidiar con las tristezas.
No es así. Nos inundan igual. Nos ahogan igual. Nos someten igual.
Mi tristeza llega como una ola, me aprisiona, me revuelca, se aleja, me deja
respirar y me acomete de nuevo.
La razón, la lógica, el constante intento de entender siempre lo que sea, toma
su distancia.
Es sabia. Sabe que a la tristeza sólo
hay que llorarla. Sólo desahogarla. Sólo
permitir que nos bañe, nos inunde, nos
sacuda.
Hasta que reunimos fuerzas para recuperar nuestra alegría.
Y es que a la tristeza no podemos oponerle razón. No basta con entender, con
comprender.
Es preciso, simplemente, reencontrar
nuestra alegría. Buscarla, recuperarla,
rescatarla.
Habremos de buscar, acaso, en lo simple primero. El canto de un pájaro, la salida del sol, el aroma del café. Luego avanzar en profundidad. El abrazo de una
amiga, la risa de nuestra hija, la voz de
nuestro hijo. Y después buscar en nuestro
interior. Seguro está en algún sitio agazapada, esperando que le tendamos un lazo
para surfear la ola y montarse, felizmente,
en ella.
Parafraseando al poeta Sabines diría,
eso no lo sé de cierto, pero lo supongo. Por
eso, a ritmo de bosanova hoy canto: Tristeza, por favor vete lejos, que mi alma que
llora te está viendo sufrir... Quiero que
vuelvan esos días de alegría, quiero de
nuevo cantar. Lalalala, lalalala lalala, lalalalalalala quiero de nuevo cantar. §
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