Mi Descubrimiento de la Verdad

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Mi Descubrimiento de la Verdad
Carol Sinnaeve – Timmins, Ontario, Canadá
Yo llevaba una buena vida. Yo no fumaba, no bebía, no juraba y yo iba a la iglesia
todos los domingos. Además, no había cometido ningún pecado grande como el
asesinato o el robo. En mi opinión, no podía ver ninguna razón por la cual el Señor
algún día no me aceptaría al cielo. Ciertamente, Él no tendría razón para mandarme al
infierno: este lugar sólo se reserva para las personas que cometen delitos grandes.
Al menos, esto es lo que yo creía. Por supuesto, la palabra de Dios dice lo contrario: "
“Si bien todos nosotros somos como suciedad, y todas nuestras justicias como
trapo de inmundicia;” (Isaías 64:6) “Hay camino que parece derecho al hombre,
Pero su fin es camino de muerte.” (Proverbios 16:25) “Porque la paga del pecado
es muerte.” (Romanos 6:23) “Ciertamente no hay hombre justo en la tierra, que
haga el bien y nunca peque.” (Eclesiastés 7:20)
Sin embargo, durante muchos años yo no conocía la palabra de Dios y ciertamente no
conocía estas palabras. Me enseñaron que si daba de mi mejor esfuerzo para hacer el
bien en este mundo no tenía nada de qué preocuparme. El Señor seguramente no
podía ignorar mis buenas obras, sobre todo si superan a mis pecados. Además
pensaba que el Señor está lleno de gracia, y siempre está dispuesto a perdonar.
Es cierto, pero Dios es también un Dios justo y él no puede ignorar mis pecados. El
tendrá que tratar con ellos algún día. “Temed delante de él, toda la tierra.” (Salmo
96:9) “prepárate para venir al encuentro de tu Dios,” (Amós 4:12) ¿Cómo podía salir
yo de esto? Podía pedirle perdón a un sacerdote por mis pecados. Esto me podría dar
un poco de tranquilidad. Pero, no importaba cuántas veces le había pedido perdón por
mis pecados en el pasado, sentía necesidad de algo más porque sabía que en
cualquier momento pecaría otra vez. A pesar de esto y con el fin de apaciguar la ira de
Dios, decidí hacer lo que podía para complacerlo. No sólo iba a vivir una vida justa y
hacer el bien en este mundo como me enseñaron a hacer, también iba a involucrarme
más en mi iglesia. Al participar en todos los rituales de la iglesia, y al convertirme en un
miembro activo del coro de la iglesia, realmente sentía que Dios estaría contento
conmigo. Pero no importa lo mucho que traté hacer para agradar al Señor, me sentía
vacía y yo sabía que no estaba más cerca de Dios que antes. Yo sólo estaba viviendo
una mentira, una vida de hipocresía. Muchas veces iba a la iglesia sin ánimo. Pero no
osaba hacer otra cosa y no haría nada que desagradara al Señor si esto es lo que
requería de mí.
Pero estaba equivocada. El Señor nos dice claramente en su Palabra que “sabiendo
que el hombre no es justificado por las obras de la ley… por cuanto por las obras
de la ley nadie será justificado.” (Gálatas 2:16) Por desgracia, yo no sabía esto. En
su lugar, yo estaba haciendo mi mejor esfuerzo para obedecer todas las ordenanzas
que me habían encargado seguir. Lo que sí sabía es que esta obediencia no me traía
más paz en lo interior, porque nunca podía estar segura que mis acciones justas eran
suficientes o si superaban a mis pecados.
Unos años atrás, el clero de nuestra iglesia decidió hacer algunos cambios en la
celebración dominical; cambios que me turbaron porque yo no creía que el orden de la
celebración podía ser cambiado. Si el Señor instituyó un cierto orden que seguir, ¿no
ha de ser respetado? La palabra de Dios nos dice que “No añadiréis a la palabra que
yo os mando, ni disminuiréis de ella, para que guardéis los mandamientos de
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Jehová vuestro Dios que yo os ordeno.” (Deuteronomio 4:2) Sintiéndome
terriblemente desilusionada por estos cambios, yo decidí abandonar a los rituales y a la
vida de la hipocresía que yo llevaba. Yo no estaba interesada en vivir una mentira;
únicamente "la verdad" me interesaba.
Durante dos años busqué. Durante mi búsqueda, me acerqué a varios miembros del
clero para entender mejor el origen y la base de mi religión y de los rituales que
practicaba. Para mi sorpresa, cada persona con quien hablaba tenía un diferente punto
de vista en relación a los rituales y las cosas de Dios. Cada persona practicaba lo que
creía ser importante. Suficiente decir que estas diferencias de opinión, me causaron a
cuestionar aún más el origen de estos rituales religiosos practicados. Si el Señor los
instituyó, ¿por qué el hombre se permitió cambiarlos? Sin embargo, si estos rituales
fueron establecidos originalmente por el hombre, ¿con qué autoridad fueron instituidos?
Personalmente, yo sólo estaba interesado en lo que venía de Dios. Pero ¿cómo iba a
saber lo que venía de Dios y lo que no venía de Él? ¿Dónde buscar? En eso decidí
buscar las respuestas por mí mismo. Por suerte, la gente de los clérigos tenía una gran
cantidad de libros a mi disposición. Elegí algunos y comencé a leer. ¡Qué confusión! El
lenguaje utilizado era tan complicado y los mensajes tan ambigua que yo estaba
leyendo en vano. Nada parecía claro para mí. Terminé siendo más confundida después
de mi lectura. Y empezaba a sentirme más frustrada con la situación.
Finalmente, sintiendo que no tenía a que recurrir, comencé a orar por la ayuda de Dios.
Yo quería estar más cerca de Dios, pero no sabía cómo. Todos los días oraba, y
esperaba que el Señor me revelaría esta "verdad" que me parecía bien escondido.
Unos meses más tarde, fueron contestadas mis oraciones. Mi cuñado, un cristiano, me
presentó la buena noticia de la salvación por la fe en nuestro Señor Jesucristo. La
única manera de Dios: “Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida;
nadie viene al Padre, sino por mí.” (Juan 14:6) Rápidamente aprendí que cualquier
observancia a ritos religiosos no me acercaba más de Dios. “Porque por gracia sois
salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por
obras, para que nadie se gloríe.” (Efesios 2:8-9) El precio de mi redención fue
pagado en su totalidad por Jesucristo en la cruz. "Consumado es." (Juan 19:30) Por
mi parte, no había nada más que hacer que creer en el hijo de Dios “quien llevó él
mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros,
estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia;” (1 Pedro 2:24) “Porque de
tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo
aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.” (Juan 3:16)
Aquella misma noche, finalmente entendí que Jesús era el único camino hacia Dios, y
lo acepté como mi Salvador personal. Ahora, tengo una paz interna y eterna, porque yo
sé que mis pecados son perdonados. “De éste dan testimonio todos los profetas,
que todos los que en él creyeren, recibirán perdón de pecados por su nombre.”
(Hechos 10:43) Además, también sé que, un día, voy a estar con el Señor para
siempre. “Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo
de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna” (1 Juan 5:13) “Así que,
arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados;” (Hechos
3:19) “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo,” (Hechos 16:31)
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