En el confesionario puede nacer la única paz Clero / Mensajes y cartas a los sacerdotes Por: María Fernanda Bernasconi - RV | Fuente: es.radiovaticana.va Con ocasión de la Navidad, el Cardenal Mauro Piacenza, Penitenciario Mayor de la Santa Iglesia Romana y Presidente Internacional de Ayuda a la Iglesia Necesitada ha enviado una carta a los queridos hermanos confesores en el inicio del Año Jubilar de la Misericordia en que “nos preparamos a entrar – escribe – en el siempre vivo estupor de la Iglesia frente al misterio de la Sagrada Familia, en la que el Hijo Eterno del Eterno Padre ha querido hacerse hombre” por nuestra salvación. El Purpurado escribe que el Santo Padre Francisco recordó en el primer Ángelus navideño de su Pontificado que el Acontecimiento que nos preparamos a celebrar no tiene nada que ver con cierta concepción de “fábula melosa”, sino que constituye el misterio santo con respecto al cual el mundo y la historia serán juzgados al final de los tiempos, es decir, el misterio de la Misericordia de Dios. En efecto, el Cardenal Piacenza escribe que la humanidad no será juzgada por el Hijo de Dios sólo en base a un comportamiento moral entendido de modo abstracto, sino que seremos juzgados según la “verdad” de nuestro amor: un amor perfectamente humano y, por tanto, inteligente y libre; un amor que no “posee” al hermano, sino que lo comprenda persiguiendo el verdadero bien. Después de recordar que nuestro amor está llamado a crecer como respuesta al amor de Cristo, a pesar de ser un amor herido, “contaminado” por el pecado y que no sólo tiene necesidad de ser “verdadero”, sino que debe ser purificado y salvado; el Penitenciario Mayor añade que sólo el misterio de la Misericordia de Cristo vuelve al hombre libre de amar verdaderamente. Por esta razón – añade – al final de los tiempos seremos juzgados en base a la verdad de Cristo, a la verdad de nuestro amor a Él si bien, es sólo el Señor el que libera nuestro amor para hacernos realmente capaces de amarlo a Él. Por esta razón – prosigue el Cardenal Piacenza en su carta a los confesores – Jesucristo es el Juez y el Salvador, Él es la Justicia y el Amor; la Verdad y la Misericordia, que se resuelve en el sacramento grande de la Misericordia, es decir en la confesión sacramental. De hecho – escribe – en cada celebración de este sacramento, para el alma fiel, viene como “anticipado” el Juicio último y este “presente” es abierto, por la gracia, al futuro de Cristo, en el sentido de que el fiel, por medio del sacerdote confesor y por voluntad divina, se encuentra a los pies de Cristo Encarnado, Muerto y Resucitado; ante su Señor, llamado a confesar, arrepentido, la verdad de las propias acciones, pidiendo perdón y así, por medio de la “sentencia” de absolución, recibe como un don el abrirse a la gran Verdad del misterio de Cristo, a la Verdad de su Misericordia. Tras destacar que los confesores también ofrecen con alegría sus vidas al servicio de este encuentro de la Verdad y de la Misericordia – un servicio que se desarrolla en el escondimiento, pero que encuentra su fuerza en la gratitud por el inmenso privilegio que les ha sido concedido, de poder conducir, sacramentalmente y, por tanto, realmente, a los hermanos ante la “Gruta de Belén” – para ponerlos en contacto con el Misericordioso Corazón de Cristo y verlos así renacer a la Vida verdadera, el Penitenciario Mayor concluye su carta invitándolos a rezar recíprocamente. También les agradece y expresa su profunda gratitud por el sacrificio paciente y la caridad pastoral que expresan en su ministerio. Y se despide asegurándoles su asidua oración a la Virgen Madre, “Puerta del Cielo e Icono perfecto de la Iglesia”, para que cada sacerdote obtenga la gracia de una fe viva y de una fidelidad gozosa a su propia vocación.