La ciudad medieval en Henri Pirenne

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La ciudad medieval en Henri Pirenne
Esteban Ruiz Serrano
El libro que se va a comentar, Las ciudades de la Edad Media, es un fragmento
de la obra más general de Pirenne, Las ciudades y las instituciones urbanas, publicada
póstumamente en 1939. Henri Pirenne (1862-1935) inició su trayectoria como
historiador con investigaciones sobre historia social y política de los Países Bajos. Sólo
en los años 30, cercano a la muerte, publica su obra principal, Mahoma y Carlomagno,
un clásico de la historiografía del siglo XX. En ella sostiene que la Edad Media no
comienza con las invasiones bárbaras sino con las islámicas. El motivo es que sólo con
la aparición del Islam se produce el “cierre del Mediterráneo”. Hasta entonces, a pesar
de las invasiones de los bárbaros y de la destrucción política del Imperio Romano de
Occidente, el Mediterráneo había sido un espacio cultural y económico unitario. Sólo
con la llegada de los árabes tiene lugar la división del Mediterráneo en tres grandes
áreas: el Sur, ocupado por el Islam; el Este, en el que se mantienen los vestigios del
Imperio Bizantino y el Oeste, del que surge la cultura medieval occidental a partir del
Imperio Carolingio. Por eso, según la célebre frase de Pirenne, “Carlomagno resulta
inconcebible sin Mahoma”. Este punto de vista es decisivo en la interpretación que hace
Pirenne de la génesis de la ciudad medieval.
Pirenne presenta el siglo de Carlomagno como una época de renacimiento
religioso, cultural y político, pero de profunda crisis económica, provocada por la
inestabilidad de los mares. El Mediterráneo había sido “cerrado” por el Islam y el
Atlántico por vikingos y escandinavos. Las antiguas ciudades costeras, como Marsella,
entran en declive y comienzan a fundarse núcleos urbanos interiores. La vida cultural
también se repliega desde el Mediterráneo hacia el interior. Si aún en tiempos de las
invasiones bárbaras los principales pensadores (Boecio, Isidoro de Sevilla) continuaban
siendo mediterráneos, en los siglos VIII y IX las grandes figuras intelectuales (Alcuino,
Bonifacio, Eginardo) son hombres del continente. El Imperio Carolingio es, pues, un
“estado continental sin salidas”, que, debido a la imposibilidad de un comercio
marítimo fluido, está sujeto a una economía agrícola de subsistencia. Es esta crisis
económica la que implica la crisis definitiva de la ciudad antigua, que había sobrevivido
a las invasiones bárbaras.
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medieval en Henri Pirenne.
La transición entre esa ciudad antigua, que desaparece con las invasiones
islámicas, y la ciudad medieval propiamente dicha tiene lugar con la emergencia de la
“cité” y el burgo, dos estructuras urbanas que podrían ser consideradas “protociudades”
medievales, aunque Pirenne no utilice este término. Pirenne distingue el término “cité”,
que el traductor mantiene en francés en la versión española, del término “ville”,
traducido por “ciudad” en el texto español. “Cité” sería una agrupación urbana que no
puede identificarse con la ciudad medieval pero que con frecuencia está en su origen
histórico, de ahí la condición de “protociudad” que se la asigna en esta nota. “Ville”
sería la ciudad medieval propiamente dicha, resultado de la “cité” como se verá más
adelante.
Las cités eran, en principio, ciudades antiguas dotadas de una organización
municipal propia del Imperio Romano. Con la crisis final del Imperio y el triunfo del
cristianismo las cités empiezan a identificarse con las sedes episcopales, capitales de
diócesis que se organizan en torno a una catedral. La sociología de una cité es
relativamente sencilla: está habitada por diferentes estamentos clericales (obispo,
autoridades diocesanas, sacerdotes, monjes del entorno, miembros de las escuelas
religiosas) y por el personal dedicado a los servicios que necesita la comunidad
(principalmente alimentación y vestido). Es frecuente que las cités acojan mercados en
los que se desarrolla una actividad comercial muy rudimentaria, que no genera clases
mercantiles consolidadas. El ejemplo supremo de cité es, sin duda, Roma, que pasa de
ser capital política del Imperio a centro predominantemente religioso.
A diferencia de la cité, que hunde sus raíces en la ciudad antigua, el burgo es un
resultado de la fragmentación del Imperio Carolingio. La falta de una autoridad imperial
firme hizo frecuentes los conflictos de jurisdicción entre los señores feudales. El burgo
fue en su origen una fortaleza dispuesta para defender territorios en litigio. Estaba
habitada por un destacamento militar y gobernada por un alcalde, con pleno poder
delegado por el señor feudal. Además de los establecimientos dedicados a los soldados,
un burgo contenía también algún modesto edificio religioso, dependencias para las
personas encargadas del mantenimiento de la comunidad y almacenes o graneros que
permitían conservar una cantidad suficiente de provisiones.
Una cité podía tener hasta 3000 habitantes; un burgo rara vez llegaba al millar.
Tanto la una como el otro carecían de la actividad económica necesaria para generar una
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vida urbana pujante. Pero ambas estructuras se encuentran, según Pirenne, en el origen
de la ciudad medieval.
Un impulso decisivo para la constitución plena de las ciudades medievales
vendrá dado por el renacimiento comercial que empieza a esbozarse en el siglo X y se
consolida en el XI. En este proceso Pirenne considera decisiva la intervención de
Génova, que ocupa Cerdeña, Córcega y Sicilia, hasta entonces en poder de los árabes y
recupera para el comercio cristiano algunas rutas del Mediterráneo. En el Mar del Norte
los escandinavos abandonan la guerra y se dedican al comercio, lo que favorecerá la
prosperidad de los Países Bajos y una mayor relación comercial entre Londres y
Francia.
Un factor esencial para la formación de una nueva clase mercantil es el aumento
de la población a partir del siglo X, que provoca una fuerte emigración del campo a la
ciudad. Masas de campesinos desarraigados se asientan en el entorno de las
protociudades (cités y burgos) y constituyen “portus”. Un portus era, en principio, un
almacén de mercancías que daba lugar a un foco estable de comercio. Los portus
estaban situados “extramuros” de cités y burgos y acabaron por consolidarse como un
espacio en el que se instalaban mercaderes que generaban una vida comercial estable y
bien localizada. Se constituyeron así dos núcleos de población: el originario (cité o
burgo) y el sobrevenido (portus, que en el caso del burgo recibió también el nombre de
“nuevo burgo”) separados inicialmente por las murallas del núcleo antiguo. Ahora bien,
la misma prosperidad de portus y burgos nuevos eran un reclamo para el pillaje y la
delincuencia procedentes del exterior. Fue necesario, por lo tanto, proteger portus y
nuevos burgos con murallas que se suponían un cinturón añadido al que ya tenían cités
y burgos como recintos amurallados.
Así, pues, tanto burgos como cités dan lugar a las ciudades medievales por
procesos de yuxtaposición en los que la parte nueva de la ciudad va absorbiendo jurídica
y económicamente a la vieja. Sólo los comerciantes, habitantes del “burgo nuevo”,
reciben el nombre de burgueses. Entre los dos núcleos yuxtapuestos de la ciudad
medieval hubo pronto contenciosos de jurisdicción y territorialidad. En las cités, la
nueva clase urbana reivindicó sus derechos ante los obispos y aprovechó para ello
conflictos de naturaleza religiosa o política más que económica. Los burgueses se
enfrentaron al clero dominante, bien denunciando su relajación de costumbres y su falta
de espiritualidad sincera, bien apoyando al bando que más les favorecía en las luchas
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entre el papa y el emperador o entre los reyes y el emperador. Lo cierto es que los
habitantes de las nuevas ciudades van adquiriendo derechos e incluso generando sus
propias instituciones. La principal de ellas es el consulado, que aparece en el siglo XI.
El cónsul era un magistrado municipal que administraba la ciudad y su cargo era anual y
electivo.
En el caso de los burgos, la autoridad del alcalde se extendió en principio tanto
sobre el viejo como sobre el nuevo burgo. Pero la burguesía no se sintió cómoda en este
orden y reaccionó organizándose en asociaciones propias, como hansas y guildas, que
elegían a sus notables. Los alcaldes no se opusieron, en un primer momento, a que los
burgueses solucionasen sus problemas por sus propios medios, de modo que guildas y
hansas tuvieron cada vez más autonomía para organizar sus asuntos de modo en
principio alegal. Pero a partir del siglo XII empiezan a promulgarse en los burgos de
Flandes (Brujas, Gante) constituciones urbanas que reconocen territorios jurídicos
autónomos, provistos de derechos especiales para sus habitantes. El más fundamental de
esos derechos es, naturalmente, el de la libertad, que libera de la servidumbre a
cualquier siervo que vive en una ciudad durante un año. Otro grupo de derechos está
relacionado con la capacidad de los burgueses para dirimir los contenciosos relativos a
sus propios negocios. Por último, un tercer cuerpo de derechos tiene que ver con la
“legislación de la paz urbana”, toda una serie de disposiciones orientadas a mantener el
orden público mediante un sistema de coacción violenta que incluía los castigos físicos
más atroces (descuartizamientos, muertes, amputaciones y todo tipo de torturas). Se
suponía que esta coacción por el terror garantizaba la condición de “hombres de paz”
(“homines pacis”) de los habitantes de la ciudad. En cualquier caso, las murallas
protectoras del peligro exterior y las leyes de la paz urbana protectoras del peligro
interior sellaban la alianza entre el comercio y la seguridad que estaba en el origen de la
ciudad medieval.
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