VIETNAM: UNA GUERRA DE CLASE Christian G. Appy ¿Dónde estaban los hijos de los peces gordos que apoyaban la guerra? En mi pelotón, no. Las familias de nuestros hombres eran obreras... Si la guerra era tan importante, ¿por qué nuestros líderes no ponían a los hijos de todos ahí? ¿Por qué sólo a nosotros? Steve Harper (1971) “Todos terminamos en el servicio más o menos en la misma época..., todos nosotros”. Yo le había preguntado a Dan Shaw sobre él mismo, le había preguntado por qué él se había enrolado en el Cuerpo de Marines, pero Dan prefirió ignorar el sentido personal de la pregunta. El servicio militar parecía menos una opción individual que un rito colectivo de iniciación, una fase natural de la vida para “todos” los chicos del vecindario, así que su respuesta abarcaba un círculo de más de veinte amigos de la infancia que vivían cerca de la esquina de las calles Train y King en Dorchester, Massachussetts, un sector de clase obrera blanca de Boston1. Dan pensó en el año 1968 y en sus amigos del barrio y los dividió en grupos. Quería dejar los hechos bien en claro en cuanto a cada uno de ellos. No le llevó mucho tiempo llegar a ciertos números. Cuatro no se enrolaron. Cuatro entraron en el ejército. Catorce o quince fuimos a los Cuerpos de Marines. De esos catorce o quince –aquí hizo una pausa para contarlos por nombres -, Eddie, Brian, Tommy, Denis, Steve, seis fuimos a Vietnam. –Todavía eran adolescentes. Incluyendo a Dan, tres de los seis recibieron heridas en combate. El tono de Dan era tranquilo, casi como si nada de eso tuviera importancia. No le parecía raro o notable que casi todos sus amigos se hubieran enrolado y que media docena hubiera peleado en Vietnam. En los barrios obreros como el suyo, el servicio militar después de la secundaria era algo común entre los jóvenes en la misma forma en que la universidad es algo común para los jóvenes de la clase media alta que viven en los suburbios: nadie se alegra por eso, pero nadie lo cuestiona ni lo evita. En realidad, cuando Dan piensa en las pérdidas sufridas en otras partes de Dorchester, le parece que su cuadra* tuvo bastante suerte: “Ey..., no nos fue tan mal. Quiero decir, algunas cuadras realmente sufrieron, las mataron. En la calle Norfolk, diez tipos volaron por el aire en el mismo año.” Cuando se centra en el mundo de la clase obrera en Boston, Dan tiene modales tranquilos, de bajo perfil, con pocos rastros de amargura. Pero cuando habla de las diferencias sociales en el servicio militar estadounidense, su voz se llana de rabia, desprecio y dolor. Compara los sacrificios de los barrios pobres y de clase obrera con la falta de heridos en los "suburbios lujosos” más allá de los límites de la ciudad, lugares como Milton, Lexington y Wellesley. Si bien tres veteranos heridos eran una muestra de que a su cuadra de Dorchester no le había ido “tan mal”, esa concentración de dolor era inimaginable para un barrio más rico, insistió Dan. “Le costaría mucho encontrar a tres veteranos de Vietnam en uno de esos barrios ricos, se lo aseguro, y ni siquiera hablo de tres que hubieran recibido heridas.” Lo que afirma Dan es indiscutible: los que pelearon y murieron en Vietnam pertenecían en su enorme mayoría a la mitad inferior de la estructura social estadounidense. La comparación que él sugiere sostiene la afirmación. Las tres ciudades ricas de Milton, Lexington y Wellesley tuvieron una población combinada de unos 100.000 hombres en tiempos de la guerra, más o menos el mismo número que Dorchester. Sin embargo, esos suburbios sufrieron un total de once muertes en la guerra, y Dorchester perdió cuarenta y dos hombres. Hay exactamente la misma diferencia en cuanto al número de heridos entre Dorchester y otros ejemplos de ciudades 1 Entrevista a Dan Shaw, 21 de julio de 1982. * “Cuadra” es la traducción de “block” en el inglés en original, palabra que es traducida en general como “calles” (‘a dos o tres calles’, etc.). [N del T] prósperas de Massachussetts: Andover, Lincoln, Sudbury, Weston, Dover, Amherst, y Longmeadow. Estas ciudades perdieron a diez hombres, solamente. Tenían una población combinada de 100.000 hombres. En otras palabras, los chicos que crecieron en Dorchester tenían cuatro veces más posibilidades de morir en Vietnam que los que se criaron en suburbios lujosos. Un estudio intensivo de las bajas de guerra en Illinois llega a una conclusión similar. En ese estado, los hombres de los barrios en los que los ingresos familiares estaban por debajo de 5.000 dólares (unos 15.000 en dólares de 1990) tenían cuatro veces más posibilidades de morir en Vietnam que los hombres que venían de lugares con ingresos familiares medios superiores a 15.000 dólares (45.000 según el valor del dólar en 1990)2 *. Dorchester, Los Ángeles Este, el Lado Sur de Chicago: los centros urbanos de ese tipo enviaron miles de hombres a Vietnam. También lo hicieron ciudades menos conocidas, de tamaño mediano, con grandes poblaciones obreras, como por ejemplo: Saginaw, en Michigan; Fort Wayne, en Indiana; Stockton, en California; Chattanooga, Tennessee; Youngstown, Ohio; Bethlehem, Pensilvania; y también Utica, Nueva York. También hubo un enorme aumento en el crecimiento de los suburbios obreros en las décadas de 1950 y 1960. Después de la Segunda Guerra Mundial, el enorme crecimiento de las viviendas de precios modestos, diseñadas en forma uniforme, que se vendían por folletos*, junto con la vasta construcción de nuevas autopistas, permitió que muchos obreros tuvieran la primera oportunidad de sus vidas para comprar casas y vivir en ella, aunque a distancia considerable del trabajo. Como resultados, hubo [SE CREARON] muchos suburbios que se volvieron predominantemente obreros. Long Island, del Estado de Nueva York, tuvo muchos suburbios obreros, incluyendo a la Levittown original, la primera ciudad producida en masa en la historia de los Estados Unidos. Construida por la compañía constructora Levitt e Hijos a fines de la década de 1940, en un principio fue una ciudad de clase media. Sin embargo, para 1960, como sucedió en muchos otros suburbios de la posguerra, los primeros dueños se habían mudado, muchas veces a casas más grandes en suburbios más ricos, y los que llegaban eran, en su mayoría, de clase obrera3. Ron Kovic, autor de uno de los más famosos libros de memorias de Vietnam, después transformado en película: Nacido el cuatro de julio, creció en Massapequa, cerca de Levittown. Sus padres, como muchos otros en esas dos ciudades, eran obreros y estaban dispuestos a hacer grandes sacrificios para ser dueños de una casita con un poco de tierra y vivir en una ciudad que consideraban un lugar seguro y decente donde criar a sus familias y vivir con la esperanza de que sus hijos tuvieran algún día más oportunidades. Muchos comentaristas ven la “sub-urbanización” de los obreros como una señal de que la clase obrera se estaba desvaneciendo y de que casi todo el mundo se estaba transformando en clase media. Los Kovic, por ejemplo, vivían en los suburbios pero tuvieron que criar a cinco hijos con el sueldo de un cajero de supermercado y claramente no llegaron a los niveles de clase media en cuanto a seguridad económica, educación y estatus social. Ron Kovic se enroló como voluntario en los marines después de graduarse en la escuela secundaria. Quedó paralizado del pecho para abajo en una batalla de 1968 durante su segundo viaje de reconocimiento en Vietnam. Cuando volvió a casa, después de que lo trataran en un hospital de veteranos decrépito y lleno de ratas, le pidieron que fuera el director del desfile de veteranos para Memorial Day en Massapequa. Los que desfilaban **drivers?? eran veteranos de la Legión Americana de la Segunda Guerra Mundial que trataron sin éxito de hacer que él hablara sobre los chicos del barrio que habían muerto en Vietnam: 2 Las bajas por ciudad fueron provistas por los Amigos del Memorial de Vietnam (Washington, D.C.) por “software”, derivadas del Vietnam Veterans Memorial: Directory of names; el estudio de Illinois es de Willis, “Quién murió en Vietnam”. * Refiere a ingresos anuales. * Refiere a lo que aquí se conoce como “casas prefabricadas” (Nota del Traductor). 3 Sobre Levittown, N.Y., ver Dobriner, Class in Suburbia; También es útil el libro de Berger Working-Class Suburb. “¿Te acuerdas de Clasternack?... Le pusieron su nombre a una calle en un parque... fue el primero de ustedes que se fue...También la familia Peter... los dos hermanos... Los dos muertos en la misma semana. Y Alan Grady... ¿Conociste a Alan Grady?...Perdimos a muchos chicos buenos... Nos golpearon mucho. Toda la ciudad está cambiada.”4 Massapequa, una comunidad de sólo 27.000, perdió 14 hombres en Vietnam. En 1969, Newsday investigó la historia familiar de 400 hombres de Long Island que habían muerto en Vietnam. “Como grupo”, concluía el diario, “los muertos de Long Island en la guerra han sido sobre todo blancos de clase obrera. Sus padres eran obreros o empleados de oficina, carteros, obreros de fábrica, constructores, etcétera.”5 Proporcionalmente, tal vez el campo estadounidense y las ciudades chicas hayan perdido más hombres en Vietnam de lo que perdieron las ciudades centrales y los suburbios de clase obrera. Una señal clara de esto está en las hojas del directorio de bajas de Vietnam. Tan grande como una guía telefónica, el directorio es una lista de los nombres y las ciudades de origen de los estadounidenses que murieron en Vietnam. Una página promedio contiene los nombres de cinco o seis hombres de ciudades como Alma, Virginia Oeste (población: 296); Lost Hills, California (pob. 200); Bryant Pond, Maine (pob. 350); Tonalea, Arizona (pob. 125); Storden, Minnesota (pob. 364); Pioneer, Louisiana (pob. 188); Wartburg, Tennessee (pob. 541); Hillisburg, Indiana (pob. 225); Boring, Oregon (pob. 159); Racine, Missouri (pob. 364); Hygiene, Colorado (pob. 400); Clayton, Kansas (pob. 127) y Almond, Wisconsin (pob. 440). En la década de 1960, sólo 2 por ciento de los estadounidenses vivía en pueblos con menos de 1.000 habitantes. Sin embargo, entre los que murieron en Vietnam, el 8 por ciento, cuatro veces esa proporción, provenía de aldeas de ese tamaño. No es difícil encontrar pequeñas ciudades que perdieron más de un hombre en Vietnam. Empire, Alabama, por ejemplo, perdió 4 de una población de sólo 400 hombres, 4 en una ciudad en la que, durante toda la guerra, sólo unas pocas docenas de chicos llegaron a la edad de reclutamiento para el servicio militar obligatorio6. También hubo soldados que provenían no de pueblos, suburbios o ciudades, sino de los cientos de lugares intermedios, ciudades de entre 15.000 y 30.000 habitantes, lugares cuya vida económica, aunque fuera precaria, tenía raíces locales. Algunas de esas ciudades pagaron un alto costo en vidas en la Guerra de Vietnam. En las colinas del este de Alabama, por ejemplo, está la ciudad de Talladega, con una población aproximada de 17.500 habitantes (de los cuales un cuarto de ellor era de raza negra), una ciudad de pequeños granjeros y obreros textiles. Sólo un tercio de los hombres de Talladega había completado la escuela secundaria. Quince de sus hijos murieron en Vietnam, una tasa de mortalidad tres veces mayor que el promedio nacional. Comparemos a Talladega con Mountain Brook, un suburbio rico en las afueras de Birmingham. La población de Mountain Brook era un poco mayor que la de Talladega, unos 19.000 habitantes (sin residentes negros en edad de reclutamiento). Más del 90 por ciento de esos hombres estaban graduados en la escuela secundaria. No hay ninguna persona de Mountain Brook en la lista de los muertos de la Guerra de Vietnam7. Esta descripción del mapa social de las bajas de los Estados Unidos en la guerra no quiere sugerir simplemente el origen geográfico de los soldados estadounidenses sino sus orígenes de clase: no simplemente de dónde venían sino el tipo de lugar en el que habían crecido. La clase, no la geografía, fue el factor crucial que determinó la identidad de los hombres de los Estados Unidos pelearon en Vietnam. La razón principal por la que la geografía revela diferencias en el servicio militar es que muchas veces refleja distinciones de clase. Muchos hombres fueron a 4 Kovic, Born on the Fourth of July, pp. 99-100. La cita de Newsday fue encontrada en Useem, Conscription, Protest, and Social Conflict, p. 83. 6 Estos pueblos fueron tomados al azar de páginas del Vietnam Veterans Memorial: Directory of names, pp. 18, 77, 163, 754. Las cantidades de habitantes fueron tomadas del censo de 1970. La figura del 8 por ciento se basa en un ejemplo al azar de 1.200 hombres listados en el directorio. 7 La información de Talladega y de Mountain Brook fue tomada del censo de 1970. 5 Vietnam desde lugares como Dorchester, Massapequa, Empire y Talladega porque esos eran lugares en los que la mayoría de los habitantes pertenecían a la clase obrera y a los pobres. Los jóvenes más ricos de esas ciudades, como los jóvenes de comunidades más ricas, tenían mucho menos posibilidades de enrolarse o de ir a Vietnam. Por ejemplo, Mike Clodfelter creció en Plainville, Kansas. En 1964, se enroló en el ejército y al año siguiente, fue a Vietnam. En sus memorias de 1967, Clodfelter recordaba: “Desde mi ciudad natal, una ciudad chica... todo el mundo menos dos de una docena de amigos de la escuela terminaron sirviendo en Vietnam y todos eran de familias de clase obrera, y mientras tanto, yo no conocí ni siquiera a un hijo de una familia de clase media, de una familia de los empresarios, abogados, médicos o rancheros de mi secundaria que experimentara el Armagedón de nuestra generación.”8 Pero si se desea hacer un mapa aunque fuera esquemático de las bajas estadounidenses, hay que ir más allá de los límites convencionales de los Estados Unidos. Aunque esto no es muy conocido, las fuerzas armadas tomaron voluntarios y enrolaron hombres en los territorios estadounidenses: Puerto Rico, Guam, las Islas Vírgenes estadounidenses, la Samoa estadounidense, y la Zona del Canal. Estos territorios perdieron 436 hombres en Vietnam, varias docenas más que el estado de Nebraska. En Vietnam, sirvieron unos 48.000 portorriqueños, muchos de los cuales hablaban muy poco inglés. De esos, murieron 345. El número no incluye a los hombres que nacieron en Puerto Rico y emigraron a los Estados Unidos (o cuyos padres nacieron en Puerto Rico). No sabemos esos números porque las fuerzas armadas no hicieron una cuenta separada de las bajas de hispano estadounidenses ni como categoría incluyente ni por país de origen9. Durante la guerra, Guam llamó poco la atención de la parte principal de los Estados Unidos. Sólo se supo algo sobre ese lugar porque los B-52 partían de allí para bombardear Vietnam (un vuelo de veinticuatro horas ida y vuelta que requería una carga de combustible en vuelo) y por una conferencia entre el Presidente Johnson y algunos de los líderes más importantes de las fuerzas armadas se llevó a cabo ahí en 1967. Sin embargo, los Estados Unidos enviaron varios miles de habitantes de Guam a pelear con las fuerzas estadounidenses en Vietnam. Murieron setenta. De una población de apenas 111.000, la tasa de mortalidad de Guam fue todavía más alta que la de Dorchester, Massachussetts. Sin embargo, esto tampoco agota el rango de lugares en los que se pueden buscar bajas “estadounidenses”. Hubo también, “fuerzas del Mundo Libre”, reclutadas y, en general, también financiadas por los Estados Unidos. Estas “fuerzas de países de tercera” provenían de Corea del Sur, Australia, Nueva Zelanda, Tailandia y las Filipinas. En su momento de mayor importancia tuvieron 60.000 hombres (las fuerzas de los Estados Unidos llegaron a tener 550.000). El gobierno de los Estados Unidos afirmó que eran la evidencia de un esfuerzo unido, multinacional, del mundo libre en contra de la agresión comunista. Pero sólo Australia y Nueva Zelanda pagaron para mandar sus tropas a Vietnam. Tenían una fuerza de 7.000 hombres y perdieron 469 en combate. Las otras naciones recibieron tanto dinero a cambio de su intervención militar que puede decirse que sus fuerzas eran esencialmente mercenarias. Por ejemplo, el gobierno de Ferdinand Marcos en Filipinas recibió el equivalente de 26.000 dólares por cada uno de los 2000 hombres que se enviaron a Vietnam para llevar a cabo programas de acción civil y programas para hombres que no entraban en combate. La participación de Corea del Sur fue de lejos la más grande de los países del tercer mundo pagados por los Estados Unidos. Tuvo 50.000 hombres. A cambio, el gobierno de Corea disfrutó de aumentos sustanciales en ayuda, y sus soldados recibieron un sueldo más o menos 20 veces mayor que el que tenían en su casa. Perdieron la vida más de 4.00010. 8 Clodfelter, Pawns of Dishonor, p. 109. Bajas Norteamericanas en el Sudeste Asiático, p. 9. 10 La discusión sobre las “fuerzas de los países del tercer mundo” fue elaborada (DRAWN PRIMARILY) originalmente por Kahin, Intervention, pp. 332-36. 9 Las fuerzas armadas de Vietnam del Sur también fueron producto de la intervención estadounidense. Durante veintiún años, los Estados Unidos dedicaron miles de millones de dólares a la creación del gobierno anticomunista en Vietnam del Sur y al reclutamiento, entrenamiento y armamento de las fuerzas armadas necesarias para sostenerlo. En la larga guerra contra las guerrillas del sur y los regulares de Vietnam del Norte, murieron 250.000 soldados de Vietnam del Sur. La responsabilidad por esas vidas es de los Estados Unidos y lo mismo puede decirse de las vidas de los hombres de otros países cuya participación militar dependió casi totalmente de las iniciativas estadounidenses. En ese sentido, tal vez hay que dar un paso más. Tal vez, todas las muertes de Vietnam, las muertes de los enemigos y los aliados, de los civiles y los combatientes, deberían ser consideradas bajas estadounidenses además de bajas vietnamitas. Eso sería sólo una forma de reconocer que la intervención estadounidense también marcó esos destinos. Después de todo, sin la intervención estadounidense (según todos los informes de inteligencia de esa época y todos los informes de los historiadores desde entonces), la unificación de Vietnam bajo Ho Chi Minh habría ocurrido con muy poca resistencia11. Como quiera que uno mida la responsabilidad estadounidense por las bajas en Indochina, deberían hacerse todos los esfuerzos posibles para entender la enormidad de las pérdidas. Desde 1961 hasta 1975, murieron 1,5 a 2 millones de vietnamitas. Las estimaciones de las muertes en Camboya y Laos son todavía menos precisas pero ciertamente el número llega a cientos de miles. Imagínense un monumento a las bajas de los indochinos que murieron en lo que ellos llaman la guerra de los “Americanos”, no la Guerra de Vietnam. Si este monumento se pareciera al que se levantó en honor a los caídos en Vietnam, con todos los nombres grabados en granito, tendría que ser cuarenta veces más grande que la pared de Washington. E incluso esa lista enorme de nombres no pondría en perspectiva la escala de las pérdidas en Indochina. Se trata de países pequeños que, en el momento de la guerra, tenían una población combinada de 50 millones de personas. Si los Estados Unidos hubieran perdido la misma proporción de su población, el monumento a los caídos en Vietnam tendría los nombres de 8 millones de estadounidenses. Insistir en que reconozcamos la diferencia en bajas entre los Estados Unidos e Indochina no es disminuir la tragedia o la significación de las pérdidas estadounidenses, y tampoco es una forma de desviar la atención de nuestro esfuerzo para entender a los soldados estadounidenses. Si no tenemos algún tipo de conciencia de la destrucción general que causó la guerra, no podemos ni siquiera empezar a entender la experiencia de esos soldados. Como expresa un veterano: “Eso es lo que no puedo sacarme de la cabeza: los cuerpos... todos esos cuerpos. En ese entonces, nos importaban una mierda los vietnamitas muertos. Era como: “Ey, son todos unos chinos de mierda, no significan nada.” Uno se ponía tan frío que ni siquiera parpadeaba. Hasta podíamos hacer bromas al respecto, divertirnos con los cadáveres como si fueran muñecas de trapo. Y después de un tiempo hasta podíamos apilar a nuestros propios Muertos en Acción sin sentir mucho. Ahora no es así. Ahora uno no se lo puede sacar de la cabeza. Yo llevo esos cuerpos conmigo todos los días, carajo. Es un peso enorme, hombre, un peso horrible, carajo.”12 Las Minorías en las Fuerzas Armadas en tiempos de la Generación de Vietnam: Perfil estadístico. Los presidentes Kennedy, Johnson y Nixon mandaron a 3 millones de soldados estadounidenses a Vietnam del Sur, un país de 17 millones de personas. A principios de la década de 1960, iban de a cientos: unidades en helicóptero, equipos de Boinas Verdes, equipos de contrainsurgencia, jóvenes oficiales ambiciosos, hombres de infantería, todos etiquetados como Esta visión ha sido expresada en visiones tan dirversas como Kahin, Intervention; Herring, America’s Longest War; Sheridan, A Bright Shining Lie; Lewy, America in Vietnam; y Karnow, Vietnam. 12 Entrevista a John Hendricks, 3 de septiembre de 1985. 11 consejeros militares por el comando estadounidense. Pelearon una “guerra de incendio de bosques” en el borde de la conciencia estadounidense. Más allá de los círculos internos secretos del gobierno, muy pocos predicaron que cientos de miles seguirían a los primeros en un aumento masivo que llevó la presencia estadounidense en Vietnam de 15.000 hombres en 1964 a 550.000 en 196813. A fines de 1969, empezó el retiro gradual de las fuerzas terrestres, el camino hacia la retirada completa de 1973. La curva en forma de campana que marca primero la intervención y luego la retirada extendió el compromiso de los hombres de las fuerzas armadas en una cadena de una década de largo en la que los hombres cumplían cada uno un año de servicios en Indochina. En los años de la escalada, a medida que las llamadas a filas pasaban de 30.000 a 40.000 por mes, muchos jóvenes creyeron que tal vez se movilizaría a toda la generación. Claro que había diversas formas de evitar el llamado a filas y hubo millones de hombres que los utilizaron. Sin embargo, muy pocos se sintieron completamente seguros de que nunca les ordenarían pelear. Tal vez la escalada de la guerra seguiría subiendo hasta tal grado que el tiempo transcurrido haría que se acabara con todas las excepciones y los privilegios. Nadie podía estar seguro de lo que iba a pasar en el futuro. Sólo en retrospectiva resulta evidente que las posibilidades de servir en Vietnam eran realmente muy pequeñas para cierta gente. Las fuerzas que pelearon pertenecían a la generación más grande de jóvenes de la historia de la nación. Durante los años que transcurrieron desde 1964 a 1973, desde la Resolución del Golfo de Tonkín hasta la retirada final de las tropas estadounidenses de Vietnam, hubo 27 millones de hombres que llegaron a la edad de reclutamiento. Los 2 millones y medio de hombres de esa generación que fueron realmente a Vietnam representan menos del 10 por ciento de los varones de la generación del “bum de los bebés” [BABY BOOM]14 Los padres de la generación de Vietnam tuvieron una experiencia totalmente distinta de la guerra. Durante la Segunda Guerra Mundial, virtualmente todos los hombres jóvenes y capacitados físicamente entraron al servicio, unos 12 millones. Las conexiones personales con el servicio militar atravesaron la sociedad y en esto ni la clase social ni la raza ni el género tuvieron importancia. Casi todas las familias tenían un pariente cercano sirviendo fuera del país, un esposo que luchaba en Francia, un hijo en el Pacífico Sur, o por lo menos un tío con los Seabees, un sobrino en el WAVES o un primo en la Fuerza Aérea. Estas conexiones continuaron durante la década de 1950. En los años de la Guerra de Corea y durante varios años después del final, más o menos el 70 por ciento de la población masculina en edad de reclutamiento sirvió en algún cuerpo militar; pero desde las décadas de 1950 y 1960, el servicio militar se hizo cada vez menos universal. Durante los años de la Guerra de Vietnam, el porcentaje había bajado al 40 por ciento: 10 por ciento en Vietnam y 30 por ciento en Alemania, Corea del Sur, y las docenas de otras estaciones de servicio en los Estados Unidos y en el extranjero. Lo que en la década de 1940 había sido una experiencia compartida por la vasta mayoría de la población masculina se convirtió gradualmente en experiencia de una minoría claramente diferenciada15. ¿De qué tipo de minoría se trata? En la cultura moderna estadounidense, la palabra minoría suele servir como palabra código que designa las razas no blancas, especialmente a los africanos estadounidenses [African Americans]. Hablar de las fuerzas estadounidenses en Vietnam como una minoría invita a suponer que los negros, hispánicos, asiáticos estadounidenses y aborígenes estadounidenses pelearon y murieron en números totalmente desproporcionados con respecto al porcentaje de población que tienen dentro del total de la población estadounidense. Ésta es una suposición común pero no se la ha estudiado lo suficiente. En realidad, la experiencia de las minorías raciales en Vietnam fue totalmente ignorada por los medios y los académicos. En el caso de los hispanos, los asiáticos estadounidenses y los aborígenes estadounidenses, hasta la 13 Tan temprano como en 1961, el Secretario de Defensa Robert McNamara y Joint Chiefs of Staff elaboraron proyectos de memos dirigidos al [presidente] Kennedy, argumentando que alrededor de 200,000 soldados norteamericanos serían necesarios en Vietnam. Véase Gravel, Pentagon Papers, 2:78-79, 108. 14 Baskir y Strauss, Chance and Circunstance, p. 5. 15 Helmer, Bringing the War Home, pp. 4-5. información estadística básica sobre el rol que cumplieron en Vietnam sigue siendo desconocida, o mal interpretada y estudiada. Sabemos cuántos soldados negros sirvieron y murieron en Vietnam pero la tarea más importante es interpretar esos números dentro del contexto histórico. Sin ese contexto, las desproporciones raciales pueden tanto exagerarse como negarse. Para simplificar: al comienzo de la guerra, los negros eran más del 20 por ciento de los muertos estadounidenses en combate, dos veces más que la proporción de negros dentro de la población de los Estados Unidos. Sin embargo, con el tiempo, esta proporción declinó y así, para la guerra en general, las bajas negras fueron sólo levemente desproporcionadas (12,5 por ciento de hombres muertos de una población civil general del 11 por ciento). El porcentaje de negros que sirvieron en Vietnam fue más o menos del 10 por ciento durante toda la guerra16. Entre 1965 y 1967, es evidente que los africanos estadounidenses enfrentaron más que la porción justa de los riesgos en Vietnam. Tal vez eso no hubiera tenido importancia para la opinión pública si los movimientos de derechos humanos y el movimiento de protesta frente a la Guerra de Vietnam no hubieran llamado la atención sobre el asunto. Martin Luther King fue probablemente el más eficiente en su intento por generar una preocupación en cuanto al número de bajas negras en Vietnam. Hasta 1967, King no había hecho críticas públicas a la guerra, persuadido por los moderados de que una oposición abierta iba a desviar hacia otros campos la energía puesta en la causa por los derechos civiles y alejaría de él a los políticos con posiciones a favor de la guerra cuyo apoyo buscaba el movimiento (por ejemplo, el presidente Johnson). Sin embargo, a principios de 1967, King creía que había llegado el momento de romper ese silencio. En cuanto a que eso desviara fuerzas y recursos de la lucha por la reforma social doméstica, afirmó que la guerra misma había hecho eso de todos modos. Y sobre todo, dijo que ya no podía permanecer en silencio frente a una guerra que él creía injusta: su conciencia no se lo hubiera permitido. La crítica de King contra la guerra abarcó muchos temas y estuvo basada en una comprensión histórica de la larga lucha de Vietnam por la independencia nacional, en un compromiso con la no violencia y en la rabia frente a la violencia que los Estados Unidos estaban cometiendo contra la tierra y la gente de Indochina. Sin embargo, el centro de la crítica de King era el efecto de la guerra sobre los pobres estadounidenses, blancos y negros. “Las promesas de la Gran Sociedad”, decía, “han muerto a tiros en el campo de batalla de Vietnam”. Las cantidades de dinero y apoyo que se estaba llevando la guerra podrían haberse usado para resolver problemas en casa. La guerra contra la pobreza estaba desapareciendo, suplantada por la guerra contra Vietnam. Además de eso, decía King, los pobres mismos estaban haciendo la mayor parte de la lucha en el extranjero. Como afirmó en su famoso discurso en la Iglesia de Riverside en la ciudad de Nueva York (abril, 1967), la guerra no sólo estaba “devastando las esperanzas de los pobres en casa”, también estaba “enviando a sus hijos y sus hermanos y sus esposos a luchar y a morir en proporciones extraordinariamente altas comparadas con las del resto de la población”17. Aunque King ponía atención en las condiciones económicas de los soldados blancos y negros, enfatizaba el peso adicional que cargaban los negros en la lucha en el extranjero: allí eran un número desproporcionado y mientras tanto, en casa, se les negaba la ciudadanía completa. “Nos vemos una y otra vez frente a la cruel ironía de observar a chicos blancos y negros en la televisión mientras matan y mueren juntos por una nación que no ha podido sentarlos juntos en las mismas escuelas. Así los observamos en solidaridad brutal, quemando las chozas de una pobre aldea y nos damos cuenta de que no hubieran vivido juntos en la misma cuadra en Detroit”. En otro discurso, agregó: “Estamos dispuestos a hacer del negro un ciudadano de 100 por ciento en la guerra, pero lo reducimos a un ciudadano del 50 por ciento en el suelo estadounidense. La mitad de los negros vive en viviendas por debajo del estándar básico y tiene la mitad de los 16 Glick, Soldiers, Scholars, and Society, pp. 18-20; Moskos, American Entlisted Man, pp. 113-16; Binkin y Eitelberg, Blacks and the Military, pp. 75-78. 17 Una transcripción completa del discurso de [Martín Luther] King en la Iglesia Riverside puede ser encontrado en Reese Williams, Unwinding the War, pp. 427-40. ingresos económicos que los blancos. Hay dos veces más desempleo y mortalidad infantil entre los negros. Y (sin embargo), a comienzos de 1967, murieron el doble de negros en acción –20,6 por ciento—, un número desproporcionado en relación con el número total de negros en la población en general.”18 En America in Vietnam, su apología de la intervención estadounidense, publicada en tiempos posteriores a la guerra, Guenter Lewy acusó a King de aumentar la tensión racial haciendo falsas afirmaciones sobre las bajas negras en Vietnam. Después de todo, afirmaba Lewy, las bajas negras de la guerra eran del 12,5 por ciento, no más altas que la proporción de varones negros en edad de reclutamiento en el total de la población estadounidense. Sin embargo, esta acusación se cae apenas se señala que las bajas negras no cayeron a la cifra total de 12,5 hasta mucho después de que King muriera asesinado. Durante el período en que King y otros articulaban sus críticas contra la guerra, las desproporciones eran bastante significativas. Atacar al movimiento contra la guerra de Vietnam por no usar las estadísticas de la post guerra no sólo es injusto: es ridículo desde el punto de vista histórico. Además, King no fue el primer negro importante que criticó la guerra o la pérdida desproporcionada de soldados negros. Malcolm X, Muhammad Ali, Adam Clayton Powell, Dick Gregory, John Lewis y Julian Bond estuvieron entre quienes hablaron claramente repetidas veces antes de 1967. En realidad, si el movimiento de derechos civiles no hubiera llamado la atención de la opinión pública hacia la desproporción de las bajas en Vietnam, esa desproporción habría continuado. Según el comandante George L. Jackson, “En respuesta a esta crítica, el Departamento de Defensa trata de reajustar los niveles de las fuerzas para que haya una proporción equitativa en el empleo de negros en Vietnam”. Todavía no se ha escrito un análisis detallado de las medidas exactas. Sin embargo, está claro que para fines de 1967, las bajas negras habían caído al 13 por ciento y entre 1970-72 estuvieron por debajo del 10 por ciento19. Los negros no estuvieron unidos en la oposición a la guerra o al servicio militar. Durante generaciones, habían estado luchando por igual participación en todas las instituciones estadounidenses, incluyendo las fuerzas armadas. En la Segunda Guerra Mundial, la lucha se había centrado en la integración y en el “derecho a pelear”. Además de algunas unidades de combate totalmente negras, la mayoría de los negros estuvo asignada a servicio segregado en áreas de apoyo, lejos del frente. La desegregación llegó a las fuerzas armadas en 1948 y, durante la Guerra de Corea, la mayoría de los negros sirvió en unidades integradas. Sin embargo, fue la Guerra de Vietnam la que llegó a los medios de comunicación masiva como la primera guerra verdaderamente integrada. En 1967 y 1968, muchos diarios y revistas publicaron historias importantes sobre “los negros en Vietnam”. Aunque se mencionaba la desproporción en las bajas, ése no era el centro de estos artículos. Estos artículos –incluyendo una historia de tapa en Ebony (agosto, 1968)—enfatizaban las contribuciones de los soldados negros, su coraje en el servicio, y las nuevas oportunidades que proveería sin lugar a dudas el servicio en un ejército integrado. El punto central era muchas veces que los negros tenían más derechos civiles en las fuerzas armadas que en los Estados Unidos. En la revista Harper (junio, 1967), Whitney Young de la Liga Urbana afirmó que: “En esta guerra hay un grado de integración entre los negros y los blancos estadounidenses que excede el de cualquier otra guerra en nuestra historia y también el de cualquier otro lugar y momento histórico en nuestra vida doméstica”. O Thomas Johnson, en Ebony, con un tono más irónico: “Los negros han encontrado en la sociedad más totalitaria de su nación –las fuerzas armadas-- el mayor grado de democracia funcional que esa nación le ha otorgado a los negros.”20 18 Ibid; New York Times, 26 de febrero de 1967, p. 10. Lewy, America in Vietnam, pp. 154-55; Gettleman et al., Vietnam and America, p. 320; New York Times, 29 de abril de 1968, p. 16. El esfuerzo conciente por reducir las bajas negras pudo haber sido efectuado únicamente en el Ejército. En la Infantería de Marina, las muertes de combatientes negros resultaron de alrededor del 13 por ciento a lo largo de la guerra. [THE CONSCIOUS EFFORT TO REDUCE BLACK CASUALTIES MAY HAVE BEEN UNIQUE TO THE ARMY. IN THE MARINES, BLACK COMBAT DEATHS WERE ABOUT 13 PERCENT THROUGHOUT THE WAR] 20 Young, “When the Negroes in Vietnam Come Home”, p. 63; Thomas A. Johnson, “Negroes in ‘the Nam’ “, p. 38. 19 Whitney Young justificaba la desproporción de las bajas negras como resultado no de la discriminación sino de: “el hecho simple de que hay una mayor proporción de negros que se presentan como voluntarios para deberes peligrosos”. Hay algo de verdad en esto. En las unidades de aire –cuyo entrenamiento era voluntario--, los negros fueron más del 30 por ciento de las tropas de combate. Además, tuvieron una tasa de conscripción tres veces mayor que la de los blancos. Esta tasa cayó dramáticamente a medida que avanzaba la guerra, pero siempre fue más alta que la de los soldados blancos. Estos puntos sugieren con seguridad que muchos negros estaban altamente motivados y eran hombres entusiastas en las tropas21. En sí mismo, ese entusiasmo no prueba que las fuerzas armadas dieran iguales oportunidades a los negros o que hubiera en ellas ausencia de discriminación. Después de todo, es presumible que los mismos negros que se ofrecieron como voluntarios para los servicios en la Fuerza Aérea (por los cuales se les ofrecían una paga adicional) se hubieran ofrecido con el mismo entusiasmo a entrar en la escuela de oficiales si se les hubiera dado la oportunidad. Sólo el 2 por ciento de los oficiales de Vietnam era negro. Los negros podrían haber sacado ventajas de las oportunidades que significaban los puestos superiores de mayor paga y lejos de la línea de combate, si eso les hubiera estado permitido. La respuesta de las fuerzas armadas frente a esta crítica fue que los negros se enrolaron en grandes números como soldados de combate por una razón muy simple: no estaban calificados para cubrir otros puestos. Por supuesto, las calificaciones estaban determinadas por medidas totalmente crudas –pruebas estandarizadas—y los soldados negros obtenían mucho menos puntaje que los blancos. En 1965, por ejemplo, el 41 por ciento de los soldados negros tuvo el menor de los puntajes en las Pruebas de Calificación de las Fuerzas Armadas (categorías IV y V), comparados con el 10 por ciento de los soldados blancos22. Estos puntajes explican gran parte de la desproporción. En ese mismo sentido, reflejan también la relación entre raza y clase en la sociedad civil. Los soldados pobres y de clase obrera, fueran blancos o negros, tenían más posibilidades de recibir entrenamiento para combate que los soldados con mayores privilegios económicos y educativos. Aunque los hombres enrolados de ambas razas pertenecían primariamente a la mitad inferior de la estructura social, los negros eran considerablemente más pobres. Un estudio descubrió que el 90 por ciento de los soldados de Vietnam eran de la clase obrera o de familias pobres. Ésa es parte de la razón por la cual hubo más hombres negros que se volvieron a enrolar para un segundo año. Los hombres que se volvieron a enrolar recibieron bonos de 900 a 1400 dólares, equivalentes a un tercio del ingreso medio familiar de las familias negras en la mitad de la década de 1960. Sin embargo, la asignación de los negros a posiciones de bajo rango no fue sólo un reflejo de las desigualdades económicas y raciales de la sociedad civil. Las fuerzas armadas contribuyeron con su propia discriminación. En los primeros años de la escalada estadounidense, incluso los negros que recibieron la mayor categoría en el puntaje de las pruebas, terminaron en unidades de combate en un nivel 75 por ciento mayor que el de los blancos de la misma categoría23. Aunque la discriminación racial y las actitudes racistas persistieron en las fuerzas armadas, la clase fue mucho más importante que la raza en la determinación de la composición social general de las tropas estadounidenses. Precisamente cuando los hombres enrolados se estaban integrando cada vez más en cuanto a la raza, se volvían más y más segregados en cuanto a la clase. Las fuerzas armadas tal vez nunca hayan representado verdaderamente a la población general masculina pero en la década de 1960, fueron sobre todo dominio de la clase obrera. Young, “When the Negroes in Vietnam Come Home”, p. 63. Las estimaciones de re-enrolamiento están en Moskos, “The American Dilemma in Uniform”, p. 103. 22 Estimaciones gráficas de oficiales negros pueden encontrarse en Glick, Soldiers, Scholars, and Society, pp.18-20; resultados de los tests de los negros están en Moskos, American Enlisted Man, pp. 116, 216. 23 El estudio que encontró que el 90 por ciento de veteranos de Vietnam eran negros de clase obrera o pobres es de Egendorf et al., Legacies of Vietnam, pp. 106-9; las bonificaciones [monetarias] en Glick, Soldiers, Scholars, and Society; asignaciones desproporcionadas de combatientes negros que resultaron en altas categorías se encuentran en Moskos, American Enlisted Man. 21 No hay ningún estudio estadístico serio sobre los orígenes de clase de los hombres que sirvieron en Vietnam. Aunque las fuerzas armadas hicieron esfuerzos constantes, obsesivos para cuantificar virtualmente todos los aspectos de su aventura en Vietnam, no hicieron un solo estudio sobre el origen de clase de sus hombres en combate (por lo menos no se ha descubierto ninguno). La evidencia cuantitativa debe reunirse a partir de una variedad de estudios diferentes. Probablemente el esfuerzo más ambicioso para reunir información estadística sobre los orígenes de los soldados de la era de Vietnam se llevó a cabo justo antes de la escalada de la intervención estadounidense en Indochina. En 1964, el National Opinion Research Center (NORC, Centro Nacional de Investigación sobre Opinión) examinó a un cinco por ciento de todos los hombres enrolados en el servicio activo. Tabla 1. Ocupaciones de los padres de los enrolados, por servicio, 1964 (%) Ocupación del padre Empleado administrativo Obrero Granjero Militar Padre ausente Aproximadamente Ejército 17.0 52.8 14.8 1.8 13.6 (28.000) Armada 19.0 54.5 10.7 2.1 12.9 (17.500) Fuerza Aérea 20.9 52.0 13.3 1.8 12.0 (28.000) Marines 20.4 57.2 9.1 2.0 11.3 (5.000) FUENTE: Encuesta del NORC de 1964, en Moskos, American Enlisted Man, p. 195. Según la tabla ocupacional del NORC (tabla 1), más o menos un 20 por ciento de los hombres enrolados tenía padres con trabajos administrativos *. En la población masculina total más de dos veces esa proporción –44 por ciento- tenía padres con ese tipo de trabajo. Claro está que no todos los trabajadores administrativos pertenecen necesariamente a la clase media en cuanto a poder, medios económicos y el estatus. Muchos trabajos de bajo rango en ventas y en oficinas –que generalmente, se consideran trabajos administrativos—se comprenden mejor como ocupaciones de clase obrera. Aunque la etiqueta de “trabajador administrativo” exagera el tamaño de la clase media, abarca a casi todos los estadounidenses más privilegiados de la fuerza de trabajo. Por lo tanto, el hecho de que sólo el 20 por ciento de los soldados estadounidenses proviniera de familias de este tipo representa una diferencia brutal en cuanto a la clase entre lo que sucedía en la población general y lo que sucedía entre los hombres de las tropas de Vietnam24. La alta proporción de granjeros en la muestra es una indicación más del número desproporcionado de soldados que provenía de pequeñas ciudades rurales. En la década de 1960, sólo el 5 por ciento de la fuerza de trabajo de los Estados Unidos tenía que ver con la agricultura. En la encuesta del NORC, más del doble de los hombres, el 12 por ciento, provenía de familias granjeras. Aunque la encuesta no revela el nivel económico de ese grupo, deberíamos evitar la tendencia estadounidense a pensar que todos los granjeros son propietarios independientes. En el momento de la encuesta, unos dos tercios de los trabajadores relacionados con la agricultura eran asalariados (peones o peones golondrina) con ingresos familiares de menos de 1.000 dólares por año25. También hay una buena razón para creer que la mayoría de los hombres con padres ausentes crecieron en circunstancias de mucha presión. En 1965, casi dos tercios de los chicos que venían de familias cuya cabeza era una mujer vivían por debajo del nivel de ingresos más bajo, catalogado por la Oficina del Censo (US Bureau of the Census)26. Así, con el análisis completo, la encuesta del NORC sugiere que, en el momento del comienzo de la escalada de la 24 Para saber cuántos trabajos de clase obrera han sido mal definidos como white collar, véase Braverman, Labor and Monopoly Capital, pp. 283-411; también véase Levison, Working-Class Majority, pp. 21-29. * En el original, white-collar jobs, trabajadores de cuello blanco [N del T]. 25 Kolko, Wealth and Power in America, pp. 72, 76. 26 Bane, Here to Stay, p. 119. intervención estadounidense en Vietnam, por lo menos tres cuartos de los hombres estadounidenses enrolados pertenecían a la clase baja o eran pobres. Aunque este libro pone el foco en los hombres enrolados, la inclusión de los oficiales no elevaría dramáticamente el nivel de clase de los militares de Vietnam. Los oficiales eran el 11 por ciento del número total de hombres en Vietnam, así que aunque muchos de ellos hubieran provenido de familias privilegiadas, el impacto estadístico seguiría siendo limitado. Además, aunque necesitamos más estudios sobre la clase social de los cuerpos de oficiales de la era de Vietnam, tal vez hayan sido los cuerpos de oficiales menos privilegiados del siglo XX. Por ejemplo, en su estudio sobre la clase de West Point de 1966, Rick Atkinson encontró una sorprendente declinación histórica en la clase social de los cadetes. “Antes de la Primera Guerra Mundial, cerca de un tercio de los cuerpos de la Academia provenía de familias de médicos, abogados y otros profesionales. Pero para mediados de la década de 1950, los hijos de los profesionales eran sólo el 10 por ciento de los cadetes y los lazos con la clase superior casi se habían quebrado. West Point empezó a atraer cada vez más a mocosos de militares y a hijos de la clase obrera.”27 Además, a medida que la guerra se alargaba, el cuerpo de oficiales dejó de provenir de la escuela de servicios y graduados de ROTC y tuvo que confiar cada vez más en hombres enrolados a los que se entregaban comisiones de campo o se enviaba a la escuela de oficiales. Es probable que estos oficiales también bajaran el promedio de origen de clase del cuerpo de oficiales28. La desigualdad de clase también se reveló con mucha fuerza en el estudio estadístico importante de los veteranos vietnamitas, Legacies of Vietnam (Legados de Vietnam). En este estudio, encargado por la Administración de Veteranos en 1978, casi dos tercios de la muestra de veteranos de Vietnam provenía de la clase obrera o de alguna clase inferior. Esa cifra es notable porque la encuesta usó técnicas de muestreo diseñadas para producir el espectro de clase más amplio posible; es decir, cuando se elegía sujetos para el estudio, se trataba de buscar una “máxima variación en cuanto al contexto socioeconómico”. Incluso así, el muestreo de los veteranos de Vietnam estaba mucho más abajo que la población general desde el punto de vista de la clase. Cuando se los mide en contraposición con los no veteranos de la misma generación, los veteranos de Vietnam aparecen abajo en cuanto a ingresos económicos, ocupación y educación29. La clave aquí es la desproporción. El punto no es que todos los hombres de la clase obrera fueran a Vietnam mientras los más privilegiados se quedaban en casa. Dado el tamaño enorme de la generación, millones de hombres de la clase obrera quedaron afuera de las fuerzas armadas, que no los necesitaron. Muchos no entraron al servicio porque no tenían los niveles mínimos físicos y mentales necesarios para las fuerzas armadas. Sin embargo, la posibilidad de que un hombre de la clase obrera entrara a las fuerzas armadas y luego fuera a Vietnam era mucho mayor que la que tenía un hombre de clase media o privilegiada. El estudio Legados también sugiere una distinción importante entre los soldados negros y los blancos. Los veteranos negros, por lo menos en ese muestreo, fueron significativamente más representativos de la población negra en su totalidad que los veteranos blancos de la población blanca. Esto refleja el hecho de que los blancos y los negros tienen diferentes distribuciones en cuanto a la clase: la población negra tiene mucha mayor proporción de pobres y obreros y las clases media y de élite mucho más chicas. En el muestreo Legados, el 82 por ciento de los no veteranos negros eran de clase obrera o inferior, comparado con el 47 por ciento de los no veteranos blancos. Ésta es, creo yo, una razón por la cual los veteranos negros parecen tener menos resentimiento de clase que los blancos en cuanto a los hombres de su raza que no sirvieron en Vietnam30. 27 Atkinson, The Long Gray Line, p. 29. Gabriel and Savage, Crisis in Command, pp. 51-96. 29 Egendorf et al., Legacies of Vietnam, p. 142. 30 Ibid., pp. 105-9. 28 La educación, junto con la ocupación y los ingresos es una medida clave en la determinación de la posición de clase. El 80 por ciento de los hombres que fueron a Vietnam tenía sólo educación de secundaria (tabla 2). Esta cifra se compara bien con las estadísticas de guerras anteriores. Después de todo, en tiempos de la Guerra Civil y hasta bien entrado en el siglo XX, sólo una minoría de estadounidenses llegaba a la escuela secundaria. Sin embargo, si consideramos el contexto histórico, la baja proporción de universitarios entre los soldados estadounidenses en Vietnam es una nueva indicación del número desproporcionado de hombres de la clase obrera que entró a las fuerzas armadas en esa guerra. La década de 1960 fue la década en que la educación estadounidense creció enormemente, un momento en el que las oportunidades de tener una educación superior estaban más extendidas que nunca antes en la historia. Para 1965, el 45 por ciento de los estadounidenses entre los dieciocho y los veintiún años tenía algún tipo de educación universitaria. Para 1970, esa cifra era más cercana al 50 por ciento. Si comparamos a las fuerzas armadas con las cifras nacionales, las fuerzas estadounidenses estaban bien por debajo del promedio en cuanto a educación formal. Los estudios que comparan a las personas anotadas en distintas escuelas y universidades con la edad y la clase de cada una muestran que los niveles educacionales de los soldados estadounidenses en Vietnam se corresponden más o menos con los de los habitantes masculinos de clase obrera en edad de reclutamiento (tabla 3). Por supuesto, hubo muchos veteranos que tomaron cursos universitarios después del servicio militar. Sin embargo, el Legados descubrió que para 1981, sólo el 22 por ciento de los veteranos había completado los primeros niveles universitarios, comparado con el 46 por ciento de los no veteranos31. Tabla 2. Nivel educativo de los Veteranos de Vietnam, al momento de su ingreso a las Fuerzas Armadas, 1966-71 (%) Año fiscal 1966 1967 1968 1969 1970 1971 Total, 1966-71 Menos de 12 años de escolaridad 22,9 23,6 19,6 18,3 17,5 14,7 19,4 12 años de escolaridad 62,5 61,8 65,5 60,0 56,9 55,4 60,3 1 a 3 años de universidad 8,3 9,0 9,7 15,9 17,0 19,4 13,2 4 ó más años de universidad 6,3 5,6 6,2 5,8 8,6 10,5 7,2 FUENTE: Servicio de Informes y Estadísticas, Oficina del Controlador, Administración de veteranos, 11 de abril de 1972, en Helmer, Bringing the War Home, pag. 303 La porción de soldados con alguna educación universitaria aumentó significativamente a fines de la década de 1960, a medida que aumentaban los llamados a fila y terminaban las prórrogas para estudiantes. Para 1970, más o menos el 25 por ciento de los hombres de Vietnam tenía alguna educación universitaria. A pesar de que el aumento es impresionante, sigue estando muy debajo del 50 por ciento del grupo etario de la población total y llegó además, en el momento en que el número de hombres en las tropas de Vietnam estaba empezando a decaer. Además, la educación universitaria per se ya no era una marca tan clara de privilegio como había sido antes de la Segunda Guerra Mundial. En los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, la educación superior se expandió enormemente, especialmente en las universidades nuevas y públicas, el tipo de universidades que tiene más alumnos de clase obrera. Entre 1962 y 1972, se triplicaron los alumnos en las carreras de dos años. Había muchas más posibilidades de que los estudiantes universitarios que fueron a Vietnam provinieran de estas instituciones que de las instituciones de élite, es decir las universidades privadas con carreras de cuatro años o más. Una encuesta de la clase de Harvard de 1970, por ejemplo, descubrió que sólo dos hombres habían servido en Vietnam. Los estudiantes universitarios que fueron a Vietnam generalmente se 31 Bell, The Coming of the Post-Industrial Society, pp. 216-17; Egendorf et al., Legacies of Vietnam, p. 13. aseguraron puestos fuera de combate. Entre los soldados de Vietnam, los que habían abandonado el estudio tenían tres veces más posibilidades de experimentar combate serio que los graduados universitarios32. Tabla 3. Porcentajes de Hombres Enrolados en la Secundaria (PERCENTAGE OF MALES ENROLLED IN SCHOOL), 1965-1970 Edad 16-17 18-19 20-24 Obreros 80 49 Empleados administrativos 92 73 20 43 FUENTE: Levison, Working-Class Majority, pág. 121. Los jóvenes han peleado en todas las guerras pero las fuerzas estadounidenses en Vietnam fueron, probablemente, los más jóvenes de la historia de nuestro país. En guerras anteriores, muchos hombres de alrededor de veinte años tuvieron que ir al servicio militar y hombres de esa edad y mayores se presentaron como voluntarios. En la Guerra de Vietnam, la mayoría de los voluntarios y los enrolados tenía menos de veinte años; la edad promedio era diecinueve. En la Segunda Guerra Mundial, en cambio, el soldado estadounidense medio tenía veintiséis años. A la edad de dieciocho, los jóvenes podían ofrecerse como voluntarios y también ser llamados a las armas. A los diecisiete, con consentimiento del tutor, los chicos podían enrolarse en el Cuerpo de Marina. Muy temprano en la guerra, cientos de hombres de diecisiete años sirvieron en Vietnam. En noviembre de 1965, el Pentágono ordenó que todas las tropas estadounidenses tuvieran hombres de dieciocho años o más antes de entrar en la zona de guerra. Aún así, la edad promedio siguió siendo baja. Los soldados de veintidós años recibían burlas por su avanzada edad (“ey, viejo”, les decían los hombres más jóvenes de las unidades). La mayor parte de los estadounidenses no tenía siquiera edad suficiente como para votar. La edad de voto no cayó de veintiuno a dieciocho hasta 1971. Por lo tanto, la mayor parte de los estadounidenses que pelearon en Vietnam eran adolescentes de la clase obrera, sin poder, que terminaron luchando en una guerra no declarada por órdenes de presidentes a quienes ni siquiera habían podido votar33. No hay perfil estadístico que pueda hacer justicia a la complejidad de la experiencia individual, pero sin estos esquemas amplios nuestra comprensión sería tan fragmentaria que no tendría ninguna utilidad. No puede hacerse un estudio totalmente preciso de las clases sociales en las fuerzas estadounidenses, pero yo creo que lo que sigue es una estimación razonable: los hombres enrolados en Vietnam eran pobres en un 25 por ciento, de clase obrera en un 55 por ciento, y en un 20 por ciento de clase media, con un número estadísticamente insignificante de clase alta. La mayor parte de los estadounidenses en Vietnam eran graduados de la secundaria con diecinueve años de edad. Habían crecido en los enclaves de clase obrera blanca del Sur de Boston y el lado Oeste de Cleveland; en los guetos negros de Detroit y Birmingham; en las pequeñas ciudades rurales de Oklahoma y Iowa; y en los barrios de departamentos de los suburbios de clase obrera. Cada estado, cada territorio estadounidense dio miles de estos hombres a las fuerzas armadas pero sólo muy pocos vinieron de lugares de riqueza y privilegio. La Conscripción y la creación de las Fuerzas Armadas[DE BASE?] Obreras ** (WORKING-CLASS MILITARY) El Sistema de Servicio Selectivo fue el mecanismo institucional más importante en la creación de fuerzas armadas obreras. Indujo directamente a más de 2 millones de hombres a 32 Sobre el enrolamiento de los TWO-YEAR COLLEGE, véase Bowles y Gintes, Schooling in Capitalist America, p. 209, y Levison, Working-Class Majority, p. 119. Para HARVARD SURVEY ver Fallows, “What Did Yoy Do in the Class War, Daddy”. Para una comparación de valores RATE entre combatientes con origen en estudiantes que han abandonado la secundaria con los graduados de Colleges, ver Administración de Veteranos, Myths and Realities, p. 10. 33 Brende y Parson, Vietnam Veterans, pp. 19-20; New York Times, 10 de noviembre de 1965, p. 5. entrar a las fuerzas armadas y además –este segundo punto es tan importante como el primero--, la amenaza o probabilidad de que les llegara el llamado a filas indujo indirectamente a millones a entrar por sí mismos. Estos voluntarios “motivados por el reclutamiento” se enrolaron porque ya habían recibido el telegrama o creían que lo harían en muy poco tiempo y por lo tanto, se enrolaron con la esperanza de tener más opciones en cuanto a la naturaleza y localización del servicio. Hasta los estudios realizados por las fuerzas armadas sugieren que por lo menos la mitad de los hombres que se enrolaron lo hicieron sobre todo por la presión del reclutamiento (tabla 4). Esta presión se convirtió en la causa más importante de los actos de los voluntarios que se enrolaron cuando la guerra se fue alargando. Los soldados enviados a Vietnam pueden dividirse en tres categorías de tamaño más o menos parecido: un tercio de conscriptos, un tercio de voluntarios que se presentaron por la presión de la conscripción y un tercio de verdaderos voluntarios. En los primeros años de la escalada estadounidense la mayor parte de la lucha de la guerra estuvo en manos de voluntarios al servicio en las fuerzas armadas. Eso no significa que se ofrecieran como voluntarios para pelear en Vietnam. Pocos lo hicieron. Incluso en la de West Point de 1966 sólo un sexto se presentó como voluntario para servicio en Vietnam (aunque muchos terminaron allí de todos modos). A medida que la guerra continuaba, el número de voluntarios bajó cada vez más. Entre 1966 y 1969, el porcentaje de conscriptos que murieron en la guerra se duplicó del 21 al 40 por ciento (tabla 5). Casi la mitad de las tropas del ejército estaba formada por conscriptos, y en las unidades de combate el porcentaje era generalmente alto, hasta dos tercios; más tarde en la guerra fue incluso mayor. El número total de conscriptos fue más bajo porque el Cuerpo de Marines –la otra rama de servicios que hizo la mayor parte de la lucha en Vietnam—estaba en general limitado a voluntarios (aunque, durante la Guerra de Vietnam, llegó a tener 20.000 conscriptos)34. La conscripción determinó el carácter social de las fuerzas armadas en dos sentidos: tanto entre los hombres que se eximían del servicio como entre los que recibían el llamado a filas o eran inducidos a enrolarse. Dado el tamaño de la generación que llegó a la edad de reclutamiento durante la década de 1960, el Servicio Selectivo eximió a muchos más hombres de los que recibió como conscriptos. Desde el año 1964 al año 1973, se llamó a filas a 2.2 millones de hombres, se enrolaron 8.7 millones y 16 millones no formaron parte del servicio. Por supuesto que los millones de exenciones del servicio podrían haberse otorgado de una forma que produjera fuerzas armadas que reflejaran la composición social de la sociedad en general. Se dio un paso en esa dirección cuando se instituyó el sorteo de los números de conscripción a fines de 1969, método que podría producir una sección cruzada de conscriptos. Sin embargo, esa reforma hizo muy poco para democratizar las fuerzas que lucharon en Vietnam porque las prórrogas estudiantiles siguieron teniendo vigencia hasta 1971, las retiradas de las tropas a fines de la guerra redujeron la conscripción y las exenciones físicas siguieron siendo fáciles de conseguir para los privilegiados. Tabla 4. Porcentajes de Enrolados por Conscripción [PERCENTAGE OF DRAFT-MOTIVATED ENLISTMENTS] Año 1964 1968 Enlistados 38 54 Oficiales 41 60 Reservistas 71 80 FUENTE: U.S. House Committee on Armed Services, 1966, 100038; 1970,12638. Citado en Useem, Conscription, Protest and Social Conflict, p. 78. Tabla 5. Conscriptos Norteamericanos muertos [KILLED] en la Guerra de Vietnam Años Total de Muertos Norte- Conscriptos (Porcentaje) Sobre la Clase de West Point de 1966, ver Atkinson, The Long Gray Line; Glass, “Draftees Shoulder Burden”, pp. 1747-55. 34 americanos, Todas las Armas 1965 1966 1967 1968 1969 1970 1369 5008 9378 14592 9414 4221 Todas las Armas 16 21 34 34 40 43 Ejército 28 34 57 58 62 57 FUENTE: Columnas 1 y 2 del U.S. Bureau of the Census, 1971, 253; columna 3 de U.S. House Committee on Armed Services, 1971, 172. Citado en Useem, Conscription, Protest and Social Conflict, p. 107. Antes del sorteo, el Servicio Selectivo ni siquiera profesó como ideal conseguir unas fuerzas armadas social y económicamente equilibradas. En lugar de eso, buscó una forma de “planificación de recursos humanos” diseñada para servir al “interés nacional” mediante el envío de algunos hombres a las fuerzas armadas y el intento de que otros se quedaran en la universidad y consiguieran prórrogas. En el corazón de este esfuerzo consciente de ingeniería social estaba el concepto de “canalización”. La idea básica era usar la amenaza de la conscripción y la atracción de las prórrogas educacionales y profesionales para canalizar a ciertos hombres hacia ocupaciones no militares que el Servicio Selectivo creía vitales para “los intereses, la salud y la seguridad nacionales”. El arquitecto primario de este sistema fue el General Lewis B. Hershey, director del Servicio Selectivo desde 1941 a 1968. Según su biógrafo, George Flynn, en un principio, Hershey fue ambivalente, si no directamente hostil con respecto a las prórrogas estudiantiles. Se sentía inseguro de su valor y no lograba decidir si esos privilegios eran justos o no. Sin embargo, este burócrata importante, decidido a construir y mantener una conscripción permanente, pronto recibió influencias que lo convencieron de lo contrario. Los seis comités de asesores que nombró él mismo en 1948, durante la creación de la primera conscripción en la paz que siguió a la Segunda Guerra Mundial, estaban todos a favor de las prórrogas estudiantiles. Afirmaban que casi todos los campos académicos habían contribuido a la victoria de la Segunda Guerra Mundial y que la conscripción debía proteger al menos a los estudiantes universitarios y de doctorado o licenciatura que tuvieran más éxito en sus estudios. Muchos asesores querían proteger especialmente a futuros potenciales científicos. A medida que avanzaba la era nuclear, las personas que tenían a su cargo el diseño de políticas se sentían cada vez más persuadidos de que el resultado de las guerras futuras –fueran calientes o frías— estaría determinado no por masas de soldados combatientes cubiertos de barro sino por equipos de científicos e ingenieros con mucho poder y delantales blancos. Hershey se decidió rápidamente a favor de las prórrogas estudiantiles y para mediados de la década de 1950, se había convertido en su defensor más importante35. La mayor parte de las políticas de conscripción influenciadas por la clase social estaba ya en su lugar para comienzos de esa década. Sin embargo, la Guerra de Corea no discriminó tanto por clase como la de Vietnam, por dos razones. Primero, aunque hubo prórrogas estudiantiles durante la Guerra de Corea, los graduados de las carreras cortas se enrolaron en una proporción semejante a sus números en la población general (no fue de este modo durante la Guerra de Vietnam). Segundo, a diferencia de lo que sucedió en Vietnam, en Corea se movilizó a los reservistas. Generalmente, las unidades de reservistas tienen una composición de clase más equilibrada que el ejército regular. Durante el período entre Corea y Vietnam, las llamadas a filas fueron tan bajas que las fuerzas armadas pudieron elevar sus niveles de admisión y colocar a más conscriptos en los campos electrónicos y técnicos. Esos factores elevaron el nivel de clase de los hombres inducidos a enrolarse. En realidad, a fines de la década de 1950 y al principio de la de 1960, el Sistema de Servicio Selectivo recibió críticas no porque ofrecía demasiadas prórrogas a los privilegiados sino porque “los que no tienen privilegios quedaban fuera de los beneficios del 35 Flynn, Lewis B. Hershey, pp. 195-96; Baskir y Strauss, Chance and Circunstance, pp. 14-17. servicio militar porque se utilizaban pruebas para niveles físicos e intelectuales que tenían una exigencia poco realista”36. En 1963, Daniel P. Moynihan, secretario asistente de trabajo para la planificación de políticas, averiguó que la mitad de los hombres llamados a filas para exámenes físicos y mentales fallaba en una o en ambas pruebas y por lo tanto quedaba descalificado para el servicio militar. Moynihan se sintió particularmente perturbado por el hecho de que los que quedaban afuera más frecuentemente eran los chicos pobres, que no pasaban el test de inteligencia, del Test de Calificación de las Fuerzas Armadas. A principios de 1960, la mitad de los hombres que quedaron fuera por ese test venía de familias con seis o más hijos e ingresos anuales de menos de 4000 dólares. Moynihan describió esa alta tasa de rechazo como una forma de “discriminación de facto” contra “los jóvenes con menos movilidad social, menos educados”37. Moynihan organizó a la fuerza de tareas presidencial para que examinara las políticas de conscripción y explorara propuestas por las cuales las fuerzas armadas pudieran hacerse responsables por el entrenamiento de hombres que inicialmente fracasaran en los tests de habilidades mentales de las fuerzas armadas. El estudio de la fuerza de tareas, Un tercio de una nación (1964), pedía a las fuerzas armadas que bajaran sus requerimientos de entrada y proveyeran entrenamiento especial para los hombres con desventajas sociales o mentales. Para Moynihan, las fuerzas armadas podían convertirse en un agente vasto y sin explotar con capacidad de promover el avance social y el potencial para entrenar a los que no tenían habilidades, poner a trabajar a jóvenes sin trabajo y dar confianza y orgullo a los derrotados psicológicamente. Más que eso, él creía que las fuerzas armadas podían ayudar a resolver el problema que para él era el corazón de la pobreza negra: familias rotas, sin padre. Las fuerzas armadas, afirmaba Moynihan, servirían a los chicos negros como familias sustitutas: “Dadas las tensiones de la vida familiar desorganizada en las familias cuyo centro es una madre, familias en las cuales llegan a la adolescencia muchos jóvenes negros, las fuerzas armadas son un cambio dramático y desesperadamente necesario; un mundo lejos de las mujeres, un mundo que manejan hombres fuertes con una autoridad que no se cuestiona”38. En respuesta a la propuesta de Moynihan, las fuerzas armadas empezaron 1964 una serie de programas piloto para admitir a un pequeño número de conscriptos rechazados que aceptaran la rehabilitación voluntaria como parte de su entrenamiento militar, pero esos programas tuvieron muy poco impacto en la composición social de las fuerzas armadas. Sin embargo, en 1965, cuando los números de conscriptos saltaron hacia arriba para llegar así a la cantidad de hombres necesarios en las tropas de Vietnam del Sur, las fuerzas armadas empezaron a bajar de una forma bastante radical los estándares de admisión. Sin ninguna intención de lograr avance social, las fuerzas armadas se limitaron a aceptar más y más hombres que habían logrado números increíblemente bajos en los tests mentales. Durante la década de 1950 y el principio de la siguiente, los hombres que quedaban en las dos categorías más bajas (la IV y la V), casi nunca podían entrar a las fuerzas armadas. En 1965, en cambio, se aceptó como conscriptos a cientos de miles de hombres de la categoría IV. La mayoría provenía de familias pobres y rotas, 80 por ciento había dejado sin terminar la escuela secundaria y la mitad tenía Coeficientes de Inteligencia de menos de ochenta y cinco. Antes de la escalada de las tropas estadounidenses en Vietnam, se rechazaba a esos hombres pero con la guerra en proceso, bruscamente se consideró que esos hombres de “niveles nuevos” eran aptos para la pelea. La tasa de rechazos descendió en picada. Entre 1965 y 1966, la tasa total de rechazos cayó del 50 al 34 por ciento y para 1967, se habían cortado a la mitad los rechazos por resultados en el test de capacidades mentales39. Los hombres de “niveles nuevos” no recibieron ningún entrenamiento especial que elevara un poco sus habilidades intelectuales. La mayoría recibió un simple entrenamiento para la 36 Baskir y Strauss, Chance and Circunstance, pp. 20-21. Las posiciones de Moynihan son tomadas de The New Republic 5 de noviembre de 1966, p. 20; Davis y Dolbeare, Little Groups of Neighbors, p. 134. 38 Baskir y Strauss, Chance and Circunstance, pp. 125-26. 39 Ibid., pp. 124, 129; Davis y Dolbeare, Little Groups of Neighbors, p. 136. 37 guerra. Sin embargo, en 1966, Moynihan seguía pidiendo que se bajaran los niveles de exigencia. En ese año, el Secretario de Defensa, Robert McNamara instituyó un programa que prometía llevar a cabo la mayor parte de las propuestas de Moynihan. El programa de McNamara, llamado Proyecto 100.000, estaba diseñado para admitir anualmente en las fuerzas armadas a 100.000 hombres que fracasaran en el examen de calificación en niveles incluso más bajos que los de 1965. Este programa, afirmaba McNamara, ofrecería valioso entrenamiento y oportunidades a los “pobres subterráneos” de los Estados Unidos. Según McNamara, “los pobres de los Estados Unidos... no tuvieron la oportunidad de ganarse su cuota justa de la abundancia de esta nación, pero puede dárseles una oportunidad para servir en defensa de su país y volver a la vida civil con aptitudes y habilidades con las cuales ellos y sus familias podrán revertir la espiral descendente de la decadencia”40. Nunca conocido, el Proyecto 100.000 ha desaparecido virtualmente de las historias de la presidencia Johnson. En realidad, fue concebido como un componente significativo de la “guerra contra la pobreza” de esa administración, parte de la Gran Sociedad, un esfuerzo liberal para hacer que los pobres avanzaran en la sociedad y se instituyó con una retórica pomposa sobre la idea de ofrecer a los pobres una oportunidad de servir. El resultado, sin embargo, fue enviar a muchos chicos pobres, terriblemente confundidos y con una base educativa lamentable, a arriesgar sus vidas en Vietnam. Hay una analogía importante con la forma en que los oficiales estadounidenses explicaban la guerra. No fue, dijeron, una intervención militar unilateral para apoyar a un gobierno corrupto, débil, impopular de Vietnam del Sur contra el nacionalismo revolucionario, sino un esfuerzo generoso para ayudar a la gente de Vietnam del Sur a elegir su propio destino. Pero si se juzgara a los gobiernos sólo por sus intenciones y no por las consecuencias de sus actos, todos los estados estarían hundidos en gloria. Sobre el Proyecto 100.000, Graham Greene habría dicho lo mismo que dijo sobre el bien intencionado Alden Pyle en su novela The Quiet American: “Nunca conocí a un hombre con mejores motivos para todo el problema que ha causado.”41 El efecto del Proyecto 100.000 fue terrible. Nunca se llevó a cabo el entrenamiento prometido. De los 240.000 hombres que tocó el Proyecto 100.000 desde 1966 a 1968, sólo el 6 por ciento recibió entrenamiento adicional y esto significó poco más que un esfuerzo para aumentar las habilidades de lectura hasta hacerlas alcanzar un nivel de quinto grado. Cuarenta por ciento recibieron entrenamiento de combate, comparado con el 25 por ciento de todos los hombres enrolados. Además, aunque los negros eran el 10 por ciento de todas las fuerzas armadas, representaron el 40 por ciento de los soldados del Proyecto 100.000. Un estudio del Departamento de Defensa en 1970 estima que más o menos la mitad de los 400.000 hombres que entraron a las fuerzas armadas bajo el Proyecto 100.00 terminaron en Vietnam. Estos hombres tuvieron una tasa de mortalidad dos veces más alta que las fuerzas estadounidenses en general. Y ése fue el programa de la Gran Sociedad literalmente asesinado a balazos en los campos de batalla de Vietnam42. El Proyecto 100.000 y el abandono de todos los requerimientos mentales excepto los absolutamente mínimos para el servicio militar fueron mecanismos institucionales cruciales para bajar la composición de clase de las fuerzas armadas estadounidenses. Si se hubieran seguido pidiendo los niveles anteriores de habilidades mentales, casi 3 millones de hombres habrían recibido exenciones al servicio militar sobre esa base. Con los niveles tal como quedaron después del Proyecto 100.000, sólo 1,36 millones quedaron descalificados por cuestiones intelectuales y mentales. Casi tres veces esa cifra, 3,5 millones de hombres, recibieron exenciones por condiciones físicas. Sería lógico esperar que la mayoría de los hombres que las recibieron provinieran de familias con grandes desventajas en su nutrición y menos acceso a un cuidado decente de la salud. En la práctica, sin embargo, la mayor parte de las exenciones físicas fue para hombres que tenían el conocimiento y los recursos necesarios para pedir una exención. Los hombres pobres y 40 Helmer, Bringing the War Home, p. 9. Graham Greene, The Quiet American, p. 60. 42 Barnes, Pawns, p. 68; Baskir y Strauss, Chance and Circunstance, pp. 126-30. 41 de clase obrera permitieron que los médicos militares determinaran su condición física. Muchas veces, los exámenes de los centros de reclutamiento eran ejercicios superficiales en los cuales se pasaban por alto todos los problemas excepto los más gruesos y obvios. De acuerdo con el mejor estudio sobre el tema, Chance and Circumstance (Casualidad y circunstancia) de Baskir y Strauss, los hombres que llegaban a esos centros con documentación profesional sobre un problema físico tenían mejores oportunidades de conseguir una exención médica. Los centros de reclutamiento no tenían ni el tiempo ni el deseo de buscar una opinión externa. El caso de un centro de reclutamiento en Seattle, Washington, puede ser un ejemplo extremo pero subraya la importancia de este punto. En ese centro, se dividía a los que llegaban en dos grupos: “Los que tenían cartas de doctores y psiquiatras y los que no. Todos los que tenían una carta, recibían una exención, y el texto exacto de la carta no tenía ninguna importancia.”43 Hubo problemas muy menores que también fueron causa de exenciones médicas. Prurito, pies planos, asma, rodillas torcidas. Los médicos militares generalmente pasaban por alto o ignoraban estos problemas, pero eran exenciones legales que se concedían cuando las avalaba un médico familiar. Hasta los aparatos de ortodoncia proveían un medio para evitar las fuerzas armadas. “Sólo en el área de Los Ángeles, diez dentistas hacían trabajo de ortodoncia a cualquiera que pudiera pagar 1000, 2000 dólares. Tener aparatos de ortodoncia era una táctica de último minuto muy común para los hombres que se enfrentaban a una llamada a filas inmediata”44. Según Baskir y Strauss, los hombres que conocían bien el sistema y tenían los medios para presionar por un pedido de exención tenían un 90 por ciento de posibilidades de recibir una exención física o psicológica aunque tuvieran buena salud. El folclore de la conscripción, por ejemplo en “Alice’s Restaurant” de Arlo Guthrie ha hecho famosos algunos de los esfuerzos más extraños para evitar la conscripción: cargarse de drogas antes del examen físico, ayunar o comer de todo para quedar fuera de los requerimientos de peso, fingir locura u homosexualidad, o agravar una vieja herida en la rodilla. No se sabe cuántos hombres intentaron esos trucos, pero la mayoría de los que recibieron exenciones médicas a través de sus propios esfuerzos lo hizo probablemente de una forma mucho menos dramática: buscando un profesional que los avalara45. No es sorprendente que los hombres más capaces de buscar ayuda profesional para evitar la conscripción y con más posibilidades de hacerlo fueran blancos y de clase media. En muchos campus universitarios, los estudiantes podían buscar apoyo político y psicológico para resistirse a la conscripción junto con consejos concretos sobre cómo conseguir una exención. En los barrios de clase obrera, la miríada de formas para evitar la conscripción no fue sólo menos conocida sino que tuvo también muy poco apoyo comunitario, si es que hubo alguno. En ese medio, evitar la conscripción era algo que se consideraba un acto de cobardía y no una falta de voluntad para participar en una guerra inmoral, es decir, una actitud basada en principios. La responsabilidad por pedir exenciones caía en el hombre al que se había llamado a filas, excepto en casos obvios. Incluso las exenciones que estuvieron especialmente dirigidas a los pobres, como las que tenían que ver con “dureza en las condiciones de vida”, fueron poco eficientes para hombres que no conocían su existencia o carecían del conocimiento necesario para demostrar que las tenían. Gran parte de las exenciones dependía de la discreción de las juntas de reclutamiento locales. Aunque el cuartel general del Servicio Selectivo proveía el esquema general de líneas y reglamentos, el sistema estaba diseñado para ser altamente descentralizado, y la autoridad residía en las 4.000 juntas locales distribuidas por todo el país. Las juntas estaban formadas por voluntarios que se reunían, en general, una vez por mes. Con cientos de casos por decidir, los miembros de la junta podían prestar atención sólo a los más difíciles. El resto sólo sufría la revisión de un empleado de servicio civil, que trabajaba tiempo completo en ese puesto y cuyas decisiones eran casi siempre aprobadas por la junta. Un estudio descubrió que el empleado civil determinaba la resolución del 85 por ciento de los casos. Bajo 43 Baskir y Strauss, Chance and Circunstance, p. 47. Ibid., pp. 36-48. 45 Ibid. 44 ese sistema, la ventaja era para los hombres que eran capaces de documentar sus afirmaciones claramente y con convicción. Sin embargo, lo que era persuasivo para una junta, tal vez no lo fuera para otra. Había variaciones significativas en la forma en que operaban las diferentes juntas. Las exenciones ocupacionales, por ejemplo, dependían muchas veces de lo que determinaran las juntas locales para “la salud, la seguridad o el interés nacionales”46. Aunque este poder discrecional local produjo un número de anomalías47, la forma en que administraba el sistema la mayoría de las juntas reforzaba las desigualdades de clase que eran la base del sistema nacional general de canalización de hombres. En realidad, probablemente el sistema descentralizado dio una ventaja extra a los hombres con conexiones sociales y poder económico. En su enorme mayoría, las juntas de reclutamiento estuvieron controladas por hombres conservadores, blancos, prósperos de entre cincuenta y sesenta años. Un estudio de 1966 sobre los 16.638 miembros de las juntas de reclutamiento en la nación descubrió que sólo el 9 por ciento tenía ocupaciones de clase obrera, y en cambio el 70 por ciento pertenecía a las clases de los profesionales, gerentes, propietarios, empleados públicos, o empleados administrativos de más de cincuenta años. Sólo el 1,3 por ciento era negro48. Hasta 1967, cuando el Congreso revocó la prohibición, las mujeres tenían prohibido servir en las juntas de reclutamiento locales porque el General Hershey “tenía miedo de que se sintieran avergonzadas cuando surgiera una cuestión física.”49 Las prórrogas estudiantiles fueron el rasgo más abiertamente discriminatorio con respecto a la clase en el sistema de reclutamiento de la era de Vietnam. Los informes del censo muestran que los jóvenes de familias cuyos ingresos iban desde los 7000 a los 10000 dólares tenían casi dos veces y media más de oportunidades de ir a la universidad que los que pertenecían a familias que ganaban por debajo de 5000 dólares50. Además, los muchachos de la clase obrera que iban a la universidad tenían más posibilidades de ir sólo durante la mitad del día. Esa distinción es crucial porque las prórrogas eran sólo para los estudiantes de tiempo completo, y por lo tanto excluían a los trataban de ganarse un título en la universidad, haciendo unos pocos cursos por año y trabajando en algo al mismo tiempo. Esos estudiantes recibían la cédula de reclutamiento y no podían pedir prórroga. Además, los estudiantes que no tenían éxito y tenían bajos niveles en las clases podían perder la prórroga. Las notas que se requerían para mantener la prórroga variaban según las prácticas de las juntas de reclutamiento locales, pero en 1966 y 1967, el Servicio Selectivo buscó extraer de la universidad a los estudiantes pobres: exigió que un millón de estudiantes pasaran el Test de Calificación para el Servicio Selectivo. Muchos de los que tuvieron mala nota recibieron una nueva clasificación y tuvieron que ir a filas. La ironía, por supuesto, es que el reclutamiento tomó solamente a los estudiantes que tenían las peores calificaciones dentro de sus propias pruebas51. Mientras los estudiantes de tiempo parcial y los estudiantes con poco éxito fueron “carne de reclutamiento”, los estudiantes de tiempo completo podían preservar su inmunidad frente al reclutamiento si seguían estudiando en niveles universitarios superiores. Los que recibían entrenamiento como ingenieros, científicos o profesores y maestros podían pedir prórrogas ocupacionales. Aunque los estudiantes de los primeros niveles de todos los campos recibieron prórrogas, la intención primaria de las técnicas de inducción, según el General Hershey, era 46 Davis y Dolbeare, Little Groups of Neighbors, pp. 78-83; Baskir y Strauss, Chance and Circumstance, pp. 24-25. En algunos condados rurales de Wisconsin, por ejemplo, las juntas locales brindaron postergaciones ocupacionales a los conductores de camiones tanques de leche o a queseros, aunque dichos trabajos no se encontraran dentro de las listas de ocupaciones – oficios distribuidas por los cuarteles generales nacionales. IN SOME RURAL COUNTIES OF WISCONSIN, FOR EXAMPLE, THE LOCAL BOARDS GAVE OCCUPATIONAL DEFERMENTS TO MILK TANK TRUCK DRIVERS AND CHEESEMAKERS EVEN THOUGH THESE JOBS WERE NOT ON THE CRITICAL SKILLS LIST DISTRIBUTED BY THE NATIONAL HEAD-QUARTERS. 48 Davis y Dolbeare, Little Groups of Neighbors, pp. 57-59, 82. 49 Flynn, Lewis B.Hershey, p. 254. 50 Davis y Dolbeare, Little Groups of Neighbors, p. 137. 51 Baskir y Strauss, Chance and Circumstance, p. 23. 47 reforzar los rangos con científicos y técnicos, muchos de los cuales servirían en industrias relacionadas con la defensa. En 1965, Hershey escribió: “El proceso de canalizar recursos humanos mediante las prórrogas tiene mucho crédito por el alto número de estudiantes graduados en campos técnicos y por el hecho de que no hay escasez grave de profesores, ingenieros y científicos en el país, hombres que trabajan en actividades esenciales para el interés nacional”52. Los movimientos de resistencia contra el reclutamiento y la guerra basados en los campus merecen gran parte del crédito por haber puesto frente a la opinión pública el sistema discriminatorio y clasista del reclutamiento. Muchas veces, los que acusan sin pensar a los participantes del movimiento de esconderse detrás de sus prórrogas estudiantiles están olvidando la crítica que hizo el movimiento contra la canalización. Como dice un manifiesto de la resistencia contra el reclutamiento: “La mayoría de nosotros tenemos prórrogas... Pero estos casos individuales de gente que queda afuera y se salva no tienen ningún efecto sobre el reclutamiento en general, la guerra o la conciencia de este país... Cooperar con la conscripción es perpetuar su existencia... Renunciaremos a todas las prórrogas.” Aunque la mayoría de los jóvenes del movimiento contra la guerra mantuvo las prórrogas o encontró otras formas de evadir la conscripción (un pequeño grupo sí aceptó la prisión por resistirse al reclutamiento), lo que querían lograr con su esfuerzo era que ningún estadounidense luchara en Vietnam. Hicieron que la opinión pública prestara atención a las desigualdades del sistema y así ayudaron a generar apoyo para las reformas del reclutamiento en 1967 y finalmente para el sorteo en 1969. Las reformas de 1967 incluyeron la eliminación de las prórrogas para la universidad superior. (Aunque, en general, los que ya habían empezado este nivel universitario pudieron mantener sus prórrogas.) Esta reducción de las prórrogas fue un factor clave para elevar la proporción de graduados de carreras cortas y primeros años de la universidad que sirvieron en Vietnam de un 6 por ciento en 1966 a un 10 por ciento en 197053. Sin embargo, una vez que un estudiante se graduaba en los primeros años, había muchas formas de evitar Vietnam. Además de conseguir una exención médica, una de las más comunes era enrolarse en la Guardia Nacional o en los reservistas. En 1968, el 80 por ciento de los reservistas estadounidenses se describió a sí mismo como enrolado por miedo al reclutamiento (ver tabla 4). Las reservas requerían seis años de servicio de tiempo parcial pero muchos hombres que se unieron a ellas creían –correctamente—que había pocas posibilidades de que se las movilizara para luchar en Vietnam. El presidente Johnson rechazó el pedido frecuente de las fuerzas armadas que le pedían una mayor movilización de los reservistas y la Guardia Nacional. Tenía miedo de que la activación de esas unidades llamara demasiado la atención sobre la guerra y exacerbara el sentimiento contra la guerra. Como los hombres de esas fuerzas pertenecían a ciudades específicas y barrios urbanos determinados, su movilización hubiera tenido un impacto dramático en poblaciones concentradas. Johnson también se daba cuenta de que los reservistas y los guardias eran generalmente mayores que las tropas de las fuerzas armadas regulares y de que, como grupo, eran social y económicamente más importantes. Johnson esperaba que su confianza en el reclutamiento y en las fuerzas armadas activas para la lucha en la guerra hiciera que se diluyera el impacto de las heridas y las bajas y que de ese modo, el impacto del conflicto cayera sólo sobre individuos muy dispersos, jóvenes y sin poder. Quería, como ha dicho David Halberstam, “una guerra silenciosa, políticamente invisible”54. Durante la guerra, más de un millón de hombres sirvió en las reservas y en la Guardia Nacional. De ellos, se movilizaron 37.000 y 15.000 fueron a Vietnam. A medida que la guerra se alargaba, miles de hombres trataron de enrolarse en esa forma relativamente más segura de servicio militar. Para 1968, la Guardia Nacional tenía una lista de espera de 100.000 hombres. En todo el país, los reservistas y los guardias fueron notorios por sus políticas de admisión restrictivas, llenas de amiguismo y conexiones “**old-boys”. En muchos lugares, lo único que tenía que hacer alguien para entrar era tener las conexiones indicadas. Para los hombres pobres o 52 Helmer, Bringing the War Home, p. 6. Teodori, The New Left, p. 297. 54 Halberstam, The Best and the Brightest, p. 593. 53 de clase obrera, era particularmente difícil conseguir el acceso a estos cuerpos. En las reservas del ejército, por ejemplo, el porcentaje de graduados universitarios entre los enrolados era tres veces más alto que en el ejército regular55. Para los negros, fuera cual fuere su nivel económico, ser guardia o reservista era prácticamente imposible. En 1964, sólo 1,45 por ciento de la Guardia Nacional del Ejército era negro. Para 1968, este pequeño porcentaje había disminuido a 1,26. La exclusión de los negros fue especialmente fuerte en el Sur. En Mississippi, por ejemplo, donde los negros eran el 42 por ciento de la población, sólo se admitió a 1 hombre negro en la Guardia Nacional de 10.365 hombres. En el Norte, la Guardia fue levemente más abierta. En Michigan, por ejemplo, sólo el 1,34 de la Guardia Nacional era negro, comparado con el 9,2 por ciento de la población. Así, la forma más segura de servicio militar excluía casi por completo a los negros y estaba abierta sobre todo para los blancos de clase media56. La canalización discriminatoria y clasista del Sistema de Servicio Selectivo, la baja de los niveles de admisión de las fuerzas armadas en tiempos de guerra, el Proyecto 100.000, las exenciones médicas que funcionaban a favor de los bien informados y los privilegiados, las prórrogas estudiantiles, el refugio seguro de la Guardia Nacional y las reservas: esos fueron los factores institucionales claves en la creación de las fuerzas armadas de clase obrera. Pero no fueron los únicos factores que alentaron a los chicos de la clase obrera a servir en números tan desproporcionados. En muchos sentidos, nuestra cultura entera sirvió para canalizar a la clase obrera hacia las fuerzas armadas y llevar a las clases media y alta hacia las universidades. Es posible entender algunas de las influencias más complejas explorando la conciencia de los jóvenes que lucharon en Vietnam, específicamente, la comprensión que tenían antes de la guerra sobre su lugar y propósito en la sociedad estadounidense y también la forma en que percibían la idea del servicio militar y la guerra. De eso trata el capítulo 2 de este libro. Sin embargo, antes de eso, necesitamos un examen breve de las ideas comunes de la clase media sobre la forma en que la clase obrera pensaba a Vietnam, porque esas imágenes y estereotipos siguen distorsionando gran parte de nuestro pensamiento acerca de ese tema. Imágenes en tiempo de guerra: Una clase obrera de halcones. Que la Guerra de Vietnam fue una guerra de la clase obrera tal vez no sea una noticia sorprendente, pero nunca se reconoció esto en público y nunca se lo discutió tampoco. En realidad, en la vida pública estadounidense los temas de clase han sido muy pocas veces el foco de debates explícitos y comunes. Las instituciones más responsables del establecimiento de los términos del discurso público han negado, disminuido o distorsionado la existencia misma de las clases sociales: las grandes corporaciones (incluyendo, por supuesto, a los medios de comunicación más grandes), las escuelas y los dos partidos políticos más importantes. Durante la guerra, los medios masivos de comunicación prestaron muy poca atención a la relación de la clase obrera con Vietnam. En realidad, el tema se presentaba de una forma indirecta y distorsionada que reducía a los trabajadores a un estereotipo confuso. En lugar de documentar las desigualdades de clase en el servicio militar y los sentimientos complejos que los soldados y sus familias tenían sobre su sociedad y sobre la guerra misma, los medios contribuyeron a la construcción de una imagen de los trabajadores como la clase que apoyaba la guerra con mayor fuerza. En ese estereotipo, los obreros aparecían como halcones superpatrióticos cuyas opiniones políticas se podían entender con sólo leer las calcomanías de algunos de sus autos y camionetas: “América, ámela o déjela”. Estos obreros “conservetas”, “halcones”, estos “sombreros duros” se retrataban generalmente como gente que agitaba la bandera, obreros anti intelectuales que, además, eran racistas y chauvinistas. 55 56 Baskir y Strauss, Chance and Circumstance, pp. 48-52. Glick, Soldiers, Scholars, and Society, pp. 27-28. Esta caricatura empezó a cristalizarse en 1968 durante la campaña presidencial de George Wallace. El gobernador de Alabama, que apoyaba la guerra y la segregación, sorprendió a los expertos ganando 8 millones de votos para su tercer partido, muchos de ellos no sólo de los sureños blancos sino también de votantes de clase obrera blanca en el Norte. Sin embargo, este apoyo se tomó con demasiada facilidad como evidencia de la idea según la cual la clase obrera era el segmento más racista, y el que más apoyaba la guerra en la sociedad estadounidense. Aunque estas características llevaron a los votantes a votar a Wallace, su éxito reflejaba también una rabia y una desilusión profundamente sentidas que tenía tanto que ver con la posición de la clase, como con la raza y la guerra. Wallace hizo un llamado al miedo que tenían muchas familias de clase obrera. Esas familias sentían que sus valores –el amor al país, el respeto a la ley y el orden, la fe religiosa y el trabajo duro—se estaban ridiculizando desde arriba y desde abajo. Sentían que estaban amenazadas por jóvenes que protestaban en los campus, por los que se levantaban en los guetos, y también por los liberales de la Gran Sociedad, que hablaban todo el tiempo de ayudar a los pobres sin siquiera nombrar a los millones de personas de la clase obrera que estaban apenas un escalón más arriba de ellos en la escalera económica. Tanto en 1968 como en 1972, Wallace movilizó esta rabia, castigando en sus discursos a “los liberales de limusina”, “los intelectuales cabeza huecas **pointy-headed”, y los “sucios hippies y jóvenes que protestan”. Esa gente, decía Wallace, era la que dominaba Estados Unidos, y siempre “miraba desde arriba al hombre de la calle, al hombre promedio, a los obreros del vidrio, a los obreros del acero, a los obreros de las automotrices, a los obreros textiles, a los peones en las granjas, a los policías, a los barberos y las peluqueras y a los pequeños empresarios.”57 El presidente Nixon cortejó a estos mismos estadounidenses “promedio” cuando pidió que los “Estados Unidos olvidados” salieran a apoyar sus políticas en Vietnam. Esa gente, según él, incluía a “la gran mayoría silenciosa”. La idea de que los obreros formaban la vanguardia de esa supuesta mayoría y romperían el silencio para apoyar a Nixon se convirtió en un lugar común en los medios durante el tumultuoso mes de mayo de 1970. El mes empezó cuando Nixon anunció la decisión de que las tropas de los Estados Unidos invadieran Camboya. En un momento en el que se acababa de decir que las tropas iban a retirarse, que la guerra se estaba terminando para los Estados Unidos y que los hombres de Vietnam del Sur serían los que continuarían la lucha, esta súbita expansión de la guerra generó una enorme ola de protestas. Los estudiantes de más de 500 campus universitarios fueron a la huelga. En uno de esos campus, en la universidad estatal de Kent, cuatro estudiantes murieron a manos de guardias nacionales. Para los oficiales del Pentágono, Nixon describió a los estudiantes que protestaban como vagos. Unos pocos días más tarde, el 8 de mayo, los que protestaban contra la guerra –la mayoría estudiantes de la universidad de Nueva York y del Hunter College—hicieron una marcha por el distrito comercial de la ciudad de Nueva York. Los obreros de la construcción de varios edificios grandes en la baja Manhattan habían oído hablar de la marcha un día o dos antes y pensaron, como dijo uno de ellos, en hacer una contra protesta y “romper algunas cabezas”. El mediodía del día de la marcha, unos 200 obreros de la construcción, con los cascos amarillos puestos y banderas estadounidenses, avanzaron cantando “All the Way USA” (USA para siempre), se metieron entre las líneas de los policías y empezaron a golpear a los que protestaban contra la guerra con puños y cascos. Algunos usaron herramientas. Hubo testigos que dijeron que por lo menos unos cuantos policías se quedaron parados a un costado mientras se llevaba a cabo el ataque58. Desde Wall Street, los obreros, que ahora eran 500, marcharon hacia la intendencia, donde la bandera estadounidense, por órdenes del alcalde John Lindsay, flameaba a media asta en honor de los estudiantes muertos en Kent. Los obreros exigieron que se levantara la bandera. Cuando lo lograron, cantaron “The Star-Spangled Banner” (La bandera de las estrellas y las bandas), otra 57 58 8. La cita de Wallace se encuentra en Levison, Working-Class Majority, p. 164. Cook, “Hard-Hats”, pp. 712-19; se puede ver también Andy Logan, The New Yorker, 6 de junio de 1970, pp. 104- canción patriótica. Luego, vieron una bandera anti guerra en la universidad de Pace, que queda cerca y rompieron los vidrios del edificio además de golpear a otros estudiantes. El resultado de ese día, que los medios bautizaron con el nombre de “Viernes sangriento”, fue setenta víctimas muy golpeadas, lo suficiente como para necesitar tratamiento médico. Algunos obreros dijeron que el ataque no fue espontáneo y que lo orquestaron los líderes sindicales del Consejo de Construcción y Comercio de la Gran Nueva York. Pero incluso si esto es verdad, los líderes no tuvieron muchas dificultades en encontrar voluntarios. Dos semanas más tarde, el Consejo, tal vez con la esperanza de borrar la imagen violenta del Viernes sangriento, organizó una marcha pacífica para demostrar su “amor por el país y su amor y respeto por la bandera de nuestro país”. La revista Time describió la marcha de esta forma: “Manos callosas que aferraban pequeñas banderas. Caras quemadas por el sol que brillaban de sudor... Durante tres horas, 100.000 miembros de los sindicatos más musculosos de Nueva York gritaron y cantaron... en una muestra masiva de patriotismo alegre y orgullo de músculos... una especie de Woodstock obrero”59. Esos hechos fueron cruciales para dar forma a una idea que llegó a dominar el pensamiento de la clase media sobre la guerra: la idea de que los “halcones” eran los obreros y las “palomas” eran los privilegiados. Como dijo el New York Times, “El obrero típico –desde los albañiles hasta los zapateros—se ha convertido probablemente en la fuerza política más reaccionaria del país.” 60 Tal vez la más significativa dramatización de este estereotipo llegó unos meses más tarde en la forma de Archie Bunker, héroe de la comedia de situación (sit coms) “All in the Family” (Todo en la familia). Archie era famoso por hacer cientos de bromas verbales contra los negros, los judíos, las feministas y los pacifistas (“rojos”, “judíos de mierda”, “lesbis”, y “rosados”**). Pero a pesar de lo que decía contra su larga lista de enemigos, a pesar de protestar contra los puntos de vista liberales de su yerno “cabeza hueca”, la hostilidad de Archie estaba ablandada por una gran devoción familiar. Mientras la nación se abría por las costuras, los Bunker seguían con sus conflictos siempre “en familia”. Parte de la condescendencia liberal del programa era la sugerencia de que la clase obrera, aunque eran retrógada en cuanto a su manera de mirar el mundo, no actuaba en base a sus hostilidades y por lo tanto era esencialmente inofensiva. Por supuesto que, para mucha gente, la imagen del obrero halcón (fuera Archie Bunker o los hombres de cascos amarillos del Viernes Sangriento) era lo suficientemente familiar en la superficie como para ser modelo de toda una clase. Después de todo, era cierto mucha gente de la clase obrera apoyaba la guerra. Pero, ¿la clase obrera como un todo tenía realmente una posición más a favor de la guerra que el resto de la sociedad? (¿Era más racista?) No. En realidad, casi todas las encuestas de opinión pública encontraron muy poca diferencia (o ninguna) entre las respuestas de la clase obrera y las de las clases alta y media. En otras palabras, había por lo menos tantos halcones en los edificios de oficinas de las corporaciones como en las fábricas. Parte del problema con el estereotipo de los obreros es que hacía que los hombres cristianos y blancos fueran símbolo de toda la clase obrera. La clase obrera incluye a mujeres, negros, hispanos, judíos; tiene una variedad enorme. Las encuestas sugieren que los tres grupos que se opusieron con más coherencia a la guerra en el tiempo fueron los negros, las mujeres y los muy pobres. Sin embargo, hasta los hombres blancos de la clase obrera fueron mucho menos conservadores que Archie Bunker como grupo. Una encuesta del mismo año en el que los medios inventaron el término “hard-hats” (sombreros duros, por los cascos) (1970), descubrió que el 48 por ciento de los obreros blancos norteños estaba a favor de la retirada inmediata de las tropas estadounidenses de Vietnam, y solo el 40 por ciento de los blancos de clase media tomó esa posición (típica de las palomas). Todavía más, aunque los sindicatos de la construcción de Nueva York siguieron estando a favor de la guerra, los miembros de los Teamsters* y los Obreros Unidos de las Automotrices se pusieron en contra. En 1972, 59 Time, 1 de junio de 1970, p. 12. Citado en Levison, Working-Class Majority, p. 136. * Sindicato de los Camioneros [N del T] 60 hubo mayor porcentaje de obreros que de profesionales y empleados administrativos que dieron su voto al candidato de la paz, George McGovern61. Sin embargo, hubo una diferencia muy evidente entre las actitudes relacionadas con la guerra que tenían los trabajadores y las de la clase media. Los obreros estuvieron más abiertamente en contra de las protestas contra la guerra. Un estudio descubrió que la mitad de los mismos obreros que estaban a favor de la retirada inmediata y total de las tropas de Vietnam se oponía a las protestas contra la guerra. Esto, creo yo, indica que la rabia de la clase obrera contra el movimiento pacifista –un movimiento que era sobre todo de clase media-- representaba muchas veces un conflicto de clase, no un conflicto en cuanto a la legitimidad de la guerra. Los sindicalistas que marchaban en Nueva York llevaban carteles que decían “Apoyen a nuestros chicos en Vietnam”. El cartel puede leerse bastante literalmente. Muchos de los hijos de esos hombres estaban en Vietnam. La gente de la clase obrera se oponía a las protestas contra la guerra en las universidades sobre todo porque veían el movimiento estudiantil contra la guerra como un ataque elitista contra las tropas estadounidenses, un ataque en manos de gente que había podido evitar la guerra. En su mejor momento, el movimiento contra la guerra trató de corregir esta percepción poniendo el foco de su crítica en la gente de Washington, la gente que había planificado la guerra y hacía que siguiera adelante. Pero la división de clase –inflada por los políticos e instituciones que llevaban la guerra adelante—siguió embarrando las aguas ideológicas. Un segmento significativo del movimiento estudiantil contra la guerra denunciaba explícitamente la distribución desigual del poder y el privilegio en la sociedad estadounidense, pero para muchos obreros, los estudiantes que protestaban negaban sus propios privilegios y al mismo tiempo, alardeaban porque los tenían. ¿Cómo era posible, se preguntaban, que los estudiantes dijeran que eran víctimas (de la brutalidad policial, de los administradores burocráticos de la universidad, de una raza de ratas inhumanas en las corporaciones que les daba trabajo sin sentido) cuando estaban obviamente mejor que los obreros que toleraban mucha más indignidad y trabajo sin sentido todos los días? Un bombero que perdió a su hijo Ralph en Vietnam le dijo a Robert Coles: “Estoy amargado. Puede apostar lo que tenga a que estoy muy amargado y resentido. Nosotros somos los que damos nuestros hijos al país. La gente de los negocios, esos manejan el país y hacen dinero con él. Los tipos de la universidad, los profesores, van a Washington y le dicen al gobierno lo que tiene que hacer... Pero sus hijos, ellos no terminan en pantanos allá, en Vietnam, ah, no, señor. Les dan prórroga, porque están en la universidad. O los mandan a lugares seguros. O se salvan con esas cartas que tienen de sus médicos. Ralph me lo contó. Me contó lo que pasaba en su examen médico. Me contó que la mayoría de los chicos venía de casas comunes, promedio y que los pocos ricos que había tenían cartas diciendo que no podían... Hay que decir la verdad: el que tiene mucho dinero, el que tiene los contactos que hacen falta, no termina en la línea de fuego, en la jungla, allá, no a menos que quiera ir. A Ralph no lo dejaron elegir. Él no quería morir. Quería vivir. Se lo llevaron, así no más, para “defender la democracia”, eso es lo que me dicen todo el tiempo, todo el tiempo. Mierda. Y yo me pregunto... Creo que deberíamos ganar esa guerra o retirarnos de una vez. ¿Qué otra cosa hay que hacer..., sentarse y desangrarnos año tras año hasta la muerte? Yo odio a esos que marchan por la paz. ¿Por qué no van a Vietnam y marchan frente a los de Vietnam del Norte?... Todo esto es un desastre. Cuanto antes nos vayamos de allá, mejor. Pero lo que me molesta de esos tipos de la paz es que uno se da cuenta por su actitud, por el aspecto que tienen y por lo que dicen que no aman realmente a este país. Algunos de ellos parecen hasta contentos de tener la oportunidad de 61 Ehrenreich, Fear of Falling, pp. 107, 124.Sin embargo pude virtualmente terminar esta sección luego de leer el libro de Ehrenreich. Estoy agradecido por su análisis fino del “descubrimiento de la clase obrera” en los tardíos 1960. THOUGH I HAD VIRTUALLY FINISHED THIS SECTION BEFORE READING EHRENREICH’S BOOK, I AM GRATEFUL FOR HER FINE ANALYSIS OF THE “DISCOVERY OF THE WORKING-CLASS” IN THE LATE 1960S. criticar... ¡A la mierda con ellos! ¡Qué se vayan, que se vayan si no les gusta estar acá! Mi hijo no murió para que ellos sean sucios y hablen sucio e insulten todo lo que nosotros queremos, las cosas en las que creemos y a todos en el país: a mí y a mi esposa y a la gente que está acá en esta calle y en la siguiente y en la otra...” Este hombre no es un halcón según ninguna definición cuidadosa. Él quiere que la guerra termine: si no en victoria, entonces con una retirada inmediata. Tiene serias dudas en cuanto al propósito de la guerra. Como dice su esposa: “Creo que mi esposo y yo no podemos dejar de pensar que nuestro hijo dio su vida por nada, por nada...” Pero no puede tolerar a “esos tipos de la paz”. El esposo cree que los que protestan están más preocupados por los vietnamitas que por los estadounidenses comunes. Su esposa contesta: “Le dije que yo creía que ellos querían que la guerra terminara para que no murieran más como Ralph pero él dice que no, que esa gente nunca se pone a pensar en Ralph y en ese tipo de gente y yo me siento tentada a estar de acuerdo. Ellos dicen que se preocupan pero yo los escucho, los miro bien; desde que Ralph murió, escucho y miro con todo el cuidado que puedo. Sus corazones están con otra gente, no con su propia gente, no con los estadounidenses, el tipo de persona común de este país... Esa gente, muchos de ellos, son mujeres ricas de los suburbios, los suburbios ricos. Esos chicos... están en la universidad... Yo estoy contra la guerra también: como están las madres, las madres cuyos hijos están en el ejército, una madre que perdió a su hijo peleando ahí. El mundo escucha a esos que protestan haciendo ruido. El mundo no me oye a mí y no oye a una persona que yo conozco, una persona sola.”62 Desde la Guerra de Vietnam, el mundo sigue oyendo muy poco a esas mujeres. En la era Reagan, sin embargo, el mundo dejó de oír sobre las experiencias de la gente de cualquier clase social que estuviera contra la guerra. Perdida en ese silencio estaba la conciencia de que un número significativo de hombres de las tropas estadounidenses también estuvo contra la guerra en los últimos años. Para fines de la década de 1960, algunos soldados de Vietnam empezaron a escribir UUUU sobre sus cascos: estaban diciendo en inglés que ellos eran los que no querían (unwilling), a las órdenes de los que no tenían calificaciones para mandar (unqualified), haciendo lo que no era necesario (unnecessary) para los que no lo agradecían (ungrateful)63. Traducción: Márgara Averbach (IES en Lenguas Vivas). 62 63 Coles, The Middle Americans, pp. 131-34. Cincinnatus, Self-Destruction, p. 27.