BLAS DE OTERO, VERSOS POR LA PAZ José F. de la Sota Si algún tema caracteriza la poesía del autor de “Ángel fieramente humano” o “Que trata de España” ese es el de la paz, quizás porque la guerra, las diferentes guerras que ilustraron con sangre, deportaciones y torturas el pasado siglo, marcaron su biografía de manera indeleble. De hecho, el poeta nació en la capital vizcaína en plena Primera Guerra Mundial. Gracias a ello, aquel 15 de marzo de 1916 la familia Otero Muñoz (marinos y consignatarios por el lado paterno y profesionales de la medicina por el materno) vivía en la opulencia. «El país de los ricos», como dirá en un poema, rodeaba su cintura. El padre del poeta, como otros industriales vizcaínos, vio cómo gracias a la neutralidad española en la Gran Guerra se disparaban espectacularmente sus beneficios. El país de los ricos, en efecto, rodeaba la cintura del futuro poeta, que se criará al cuidado de una institutriz francesa, la famosa Mademoiselle Isabel del soneto, y hasta saldrá fotografiado en el diario 'ABC' con motivo de su primera comunión, como representante de la sobredorada burguesía bilbaína. Con la depresión posbélica llega también la ruina para la familia, que en un intento por recuperar su fortuna decidirá instalarse en la capital de España. El Madrid anterior a la proclamación de la República, pese a la ruina familiar, es para Blas de Otero algo muy parecido al paraíso. Quizás sean los años de Madrid, aquellos «días de la confusa adolescencia» en los que recibía clases de toreo en la Escuela Taurina de Las Ventas y leía a Juan Ramón Jiménez, los hermanos Machado y Maragall en la colección El tesoro de la juventud, el tiempo en el que Blas de Otero vivirá más libre de opresiones y de angustias y también más en paz. España en guerra El verano de 1936 sorprende al poeta con la carrera de Derecho recién terminada. En el mes de febrero de ese año se había incorporado al grupo literario Alea, muy influido por la estética de Juan Ramón Jiménez y compuesto por jóvenes escritores católicos como Jaime Delclaux, Antonio Elías Martinena, los hermanos Bilbao Arístegui, José Miguel de Azaola o, esporádicamente, Esteban Urkiaga, Lauaxeta. En el transcurso de la guerra morirá Jaime Delclaux (a quien Juan Ramón Jiménez dedicaría su lihrn 'La estación Total') y será fusilado Lauaxeta, compartiendo destino con su admirado (y traducido) Federico García Lorca. Blas de Otero intervendrá en la guerra por partida doble: primero como sanitario en un batallón vasco, y tras la caída de Bilbao como soldado de artillería en el frente de Levante. La guerra civil de 1936 aparece en sus poemas simbolizada en unos «horribles camiones erizados de armas» que le conducen a Alcañiz. Pero al poeta, entonces y después, le obsesiona la paz. No podía ser un combatiente de ninguna de aquellas dos Españas y, de hecho, combatiendo en las dos, no combatió en ninguna realmente. Podría haber suscrito, como Antonio Machado, que vivía «en paz con los hombres y en guerra con sus entrañas». Hay una foto célebre del poeta vestido con uniforme militar en Logroño, junto a su amigo Antonio Bilbao Arístegui. Pese a su aire de escuadristas (una cosa entre Curzio Malaparte y Rafael Sánchez Mazas) los dos amigos tienen escaso ardor guerrero. Blas acaba de escuchar a Antonio Bilbao Arístegui interpretando a Debussy en el órgano de la iglesia de Logroño. Antonio tiene que vigilar desde la torre de un campanario la llegada de aviones enemigos que, afortunadamente, no acaban de llegar. Así pasará Otero, subido al campanario en compañía de su amigo pianista, sus días de permiso antes de regresar al frente de Levante. Citemos por una vez a su viejo paisano Unamuno (mucho más levantisco y tronante, aunque con peor oído para el endecasílabo) y hablemos, cuando hablemos de Blas en la guerra, de paz en la guerra. Segunda Guerra Mundial Una guerra termina y otra empieza casi sin solución de continuidad. La posguerra civil española será una época decisiva en la vida y en la obra de Blas de Otero. Un tiempo de desgarros interiores, de replanteamientos religiosos y decisiones traumáticas. A Bilbao llegan por esos años algunos refugiados europeos que impresionan vivamente al poeta. Son los restos que arroja la marea del conflicto mundial a una ciudad que aún vive entre los escombros de una guerra civil cuyas heridas tardarán décadas en cicatrizar. Durante más de un año, el joven abogado trabajará en la empresa Forjas de Amorebieta, donde, precisamente, se fabrican obuses como los que por esos mismos días estallan en Europa. Se diría que la guerra se afana persiguiéndole. Siguiendo su vocación, dejará la fábrica y un porvenir seguro para estudiar Filosofía y Letras en Madrid. Pero una nueva guerra, más cruenta todavía, estallará en su propia biografía. Una guerra interior, la que le llevará a destruir, en una especie de auto de fe más ético que estético, sus poemas escritos hasta la fecha. Mientras «ángeles atroces surcan el cielo en vuelo horizontal» y «enormes peces de metal recorren las espaldas del mar de puerto a puerto», Blas de Otero baja un día a la calle, comprende algunas cosas que se calla y quema sus poemas en la estufa del piso bilbaíno de los Bilbao Arístegui. Luego llega su primer viaje a París en 1952 y su ingreso en el Partido Comunista y sus viajes por todo el mundo clamando por la paz y la palabra. Y las guerras que no se terminan: Argelia, Corea o Vietnam, tan presente en sus poemas y convertida en símbolo de la resistencia frente el abuso de la fuerza. Detestará a los comisarios políticos de la antigua URSS y viajará a Cuba para asistir a una revolución en castellano, pero tampoco se le escaparán los excesos «tal vez evitables» que se cometen en nombre de la igualdad y la justicia. El comunismo de Otero, lo recuerda Caballero Bonald en su último libro de memorias, nunca será ortodoxo y obediente. Se interesa por los procesos revolucionarios que germinan en Hispanoamérica, pero no se declara partidario de la violencia. La «paloma desguarnecida» de la paz es su obsesión. En su defensa sí se muestra violento y contundente y decidido a todo. «Yo doy todos mis versos por un hombre en paz». Blas de Otero no pudo ser más claro. El próximo lunes día 17, el poeta y catedrático de literatura Luis García Montero dará una conferencia sobre Blas de Otero en la Biblioteca Municipal de Bidebarrieta. También se presentará la segunda edición del libro 'Poemas vascos' y el cuaderno de pesía 'Mientras viva', una selección de poemas por la paz de Blas de Otero, con prólogo de Sabina de la Cruz. Campo de amor Si me muero, que sepan que he vivido/ luchando por la vida y por la paz./ Apenas he podido con la pluma,/ apláudanme el cantar./ Si me muero, será porque he nacido/ para pasar el tiempo a los de atrás./ Confío que entre todos dejaremos/ al hombre en su lugar./ Si me muero, ya sé que no veré/ naranjas de la china, ni el trigal./ He levantado el rastro, esto me basta./ Otros ahecharán./ Si me muero, que no me mueran antes/ de abriros el balcón de par en par./ Un niño, acaso un niño, está mirándome/ el pecho de cristal./ Pido la paz y la palabra Pido la paz y la palabra./ Escribo/ en defensa del reino/ del hombre y su justicia. Pido/ la paz/ y la palabra. He dicho/ 'silencio',/ 'sombra', 'vacío',/ etc./ Digo/ 'del hombre y su justicia',/ 'océano pacífico',/ lo que me dejan./ Pido/ la paz y la palabra./ Con la espalda El mundo es una inicua maravilla:/ hay árboles montañas ríos valles/ declinando hacia el sur plazuelas calles/ pistas con largas cintas amarillas./ Hay guerras paracaídas en sombrilla/ misiles tanques y, sin más detalles,/ el hombre (¿el hombre? mejor que te calles)/ torturas y tiranos y guerrillas./ Esto he visto: esto escribo. Letra a letra/ di testimonio. Mi palabra incide/ tal una bella bala que penetra./ ¿El hombre? El hombre calla grita toca/ la pared con la espalda duda pide/ libertad paz/ Y le rompen la boca/. Blas de Otero