•Licor de Leche•

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•Relato pormenorizado•
delas colaciones,
elixires,
panaceas y otras destilaciones dela mUy famosa
matriarca, doctora y aUtoridad inapelable en los secretos y virtUdes del simpar
•Licor de Leche•
prodUcto de su elaboración,
manjar ancestral y jarabe
de VIrtudes
reconstitUyentes
donde los haya.
LEÓN • 1888 •
LA SABROSA HERENCIA
DE NUESTRA GÜELA MANUELA
Marta de Celis Arias
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El único recuerdo físico, la única imagen que tengo de mi tatarabuela
Manuela es una vieja foto que ella y sus hijos se hicieron en un fotógrafo
de Gijón a primeros del siglo XX.
Mi tatarabuela se llamaba Manuela Díez, nació en un pueblo de la montaña leonesa cerca de los límites con Asturias. Era un pueblo de vacas,
lobos y mastines. Un pueblo de vida dura, de veranos trabajando de sol
a sol, de inviernos pasados al amor de la lumbre, contando historias
de ánimas y princesas a los niños y los mayores antes de meterse corriendo en la cama de sábanas frías. Las casas olían a leche, a humo, a
pan, a embutido casero y al vaho de las vacas que llegaba de la cuadra
cercana. Las mujeres, Manuela entre ellas, eran personajes secundarios
en las historias de aquel rincón del mundo llamado Arintero, eso que
ahora llamaríamos un pueblo con encanto, pero en el que a finales del
siglo XIX era un conjunto de casas y cuadras de piedra, de iluminación
con candil, de caminos de herradura y una vida que había que ganarse
a pulso, luchando contra los elementos, haciendo de cada jornada una
lucha a brazo partido que comenzaba de nuevo al alba siguiente.
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Manuela, la Güela Manuela como ha pasado ya a la historia de nuestra
familia, se casó joven con Luis y se fue a vivir a Boñar, no muy lejos
de Arintero, pero a la villa principal de aquella época que se hizo más
importante cuando el siglo XX trajo a la montaña leonesa la minería.
Boñar siguió siendo un pueblo de agricultores y ganaderos, pero el paisaje añadió a las vacas, los caballos y los sembrados las cuadrillas de
trabajadores del carbón que tenían algo de superhombres, de cíclopes
ennegrecidos que se adentraban bajo la tierra y que muchas veces eran
protagonistas de tragedias, lutos y duelos. Manuela y Luis tuvieron 4
hijos: Dalmacio, Eudosio, Segismundo y Sara que al paso de los años
les dieron 8 nietos.
¿Y esto es todo? No. Antes no dije toda la verdad cuando escribí que
mi único recuerdo de la Güela Manuela era la foto que se hizo con sus
hijos en Gijón. El largo hilo conductor que me une a ella casi siglo y
medio después es un líquido: el licor de leche que Manuela inventó en
una fecha que ni siquiera está clara para los más viejos de la familia. Tal
vez por aprovechar la leche que sobraba de las vacas de casa, tal vez por
curiosidad, tal vez por necesidad, Güela Manuela descubrió que separando la leche del suero y macerando este con alcohol y algunos otros
ingredientes que son secreto de familia, el resultado era un estimulante,
suave y glorioso licor de leche. Bálsamo, licor, brebaje agradable, digestivo eficaz… Todo eso y puede que muchas cosas más es el licor de
Güela Manuela que ha sobrevivido a una historia de casi siglo y medio
y que no tiene previsto morir.
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No sé cuándo fue la primera vez que oí hablar de “licor de leche”. Mi
padre tampoco lo recuerda porque en casa de cualquiera de los descendientes de Güela Manuela siempre hubo una botella con la que se
festejaron durante décadas las sobremesas familiares. El licor de Güela
Manuela se siguió haciendo generación tras generación: mi abuela, mi
madre, mis tías, yo misma… todas llevamos ya en nuestra herencia
cultural y familiar el legado de Manuela. Su licor de leche ha sido casi
nuestro santo y seña familiar aunque la receta se transmitió siempre por
tradición oral. Pasaron muchos años antes de que la madre de mi padre
tomara la precaución de poner por escrito las instrucciones de la idea
que la tatarabuela hizo realidad en unos tiempos en los que las cosas se
hacían con cariño, sin más intención que compartirlas con la familia y
los amigos.
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Las familias dejan testimonio de su paso por la historia de muchas formas. Hay legados patrimoniales, artísticos, tierras que fueron eriales
y hoy son vergeles, viejos palacios que recuerdan a tal o cual prócer,
calles y plazas de pueblos o estatuas que llevan el nombre de algún
antepasado famoso por sus hazañas, sus descubrimientos o donaciones
a la posteridad. Nuestro legado, lo que mantiene a nuestra familia es
mucho más sencillo, aunque ha tenido y tendrá un largo alcance: el licor
de leche de Güela Manuela. Para ella fue un pasatiempo, puede que una
simple manera de hacer en la cocina algo diferente de lo habitual, tal
vez la adaptación a una vieja receta familiar que venía de la noche de los
tiempos o de algo que oyó contar a su abuela o a un pastor de los montes leoneses. Para mi familia y para mí, todo lo que tiene que ver con
el licor de leche de la Güela Manuela es algo especial, es una tradición
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viva, con un toque a la vez de misterio y de actualidad, de memoria y
de futuro. Es una herencia y un reto. Es una seña de identidad propia y
también la marca de un producto lleno de calidad, sencillez y fuerza que
se va abriendo camino con nombre propio en este sector.
Manuela nunca pensó que su ocurrencia de ama de casa con imaginación fuera a llegar tan lejos. Posiblemente jamás imaginó que sus
tataranietos estaríamos ahora empeñados en dar a conocer el licor de
leche de Güela Manuela, de aquella mujer que apenas salió de su cocina
y su mundo pequeño y familiar y que ahora da nombre a un producto
que obtiene cada vez una mayor aceptación entre los profesionales y
especialistas que lo prueban y le dan usos nuevos, como por ejemplo la
coctelería.
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Lo que fue la ocurrencia de una mujer recia, enérgica, de buena planta
y mirada directa, es ahora un producto que abre nuevos canales comerciales, que ha pasado de ser la anónima botella guardada para las fiestas
en el aparador del comedor familiar a tener su propia etiqueta, su marca
y su mercado, y todo ello es posible porque Manuela Díez pensó una vez
qué hacer con un litro de leche.
Esta botella es la nueva imagen del licor de Güela Manuela. Es el punto
y seguido de esta historia que empezó hace casi siglo y medio y sigue
adelante. Manuela no conoció el marketing, ni la publicidad, ni pensó
en etiquetas o modelos de botellas. De eso nos encargamos nosotros, del
contenido se sigue encargando ella. Ahora, en el siglo XXI, el licor de
Güela Manuela ya no se hace en casa, se fabrica en un entorno profesional y con todas las garantías. Todo es aséptico y controlado, pero la
esencia, el legado, la mano maestra sigue siendo la misma: la de Güela
Manuela.
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