Los juglares, elemento notable de la cultura medieval

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Los juglares, elemento notable de la
cultura medieval
1. INTRODUCCIÓN
Mucho antes de que los clérigos se decidiesen a abandonar el uso del
latín en las obras de creación literaria, Europa contaba ya con una poesía oral,
esto es, cantada o recitada, en la que utilizando la lengua del pueblo se
celebraban las hazañas de los héroes nacionales, las victorias del propio
pueblo y las guerras contra vecinos u opresores. La difusión de estos cantos
corría a cargo de unos profesionales de la recitación pública, los juglares,
quienes recorriendo los castillos y las plazas públicas, hacían de sus
habilidades artísticas un medio de vida.
2. QUÉ ERA UN JUGLAR
Difícil es formarse una idea precisa del tipo que designa la palabra juglar.
Es uno de esos términos de significación muy ancha, que ha sido entendido de
muy varios modos, según las circunstancias y las épocas. Aún dentro del
mismo siglo XIII, en las cortes designaba más especialmente una clase de
personas, y entre el pueblo designaba otra: un moralista podía hallar juglares
condenables al lado de otros totalmente dignos, mientras que un legislador los
cree siempre infames.
Originalmente, en la historia de la cultura se reconoce a los mimi,
histriones y thymelici, que desde la Antigüedad clásica practicaban
espectáculos indecorosos y condenables. Pero hacia el siglo VII aparece en
Europa central un personaje que divertía al pueblo y que recibía el nombre de
ioculator (“el que juega” “gracioso”, “bromista”, “chancero”). Éste toma los datos
de la historia y de la tradición, pero su talento poético y creador le permite
elegir un argumento, unos personajes y un diálogo según su propio gusto y el
de su auditorio, versificando el relato y componiendo su historia.
A partir del siglo XI aparece un nuevo nombre para el autor que sólo
componía el poema y no lo ejecutaba oralmente, el trovador. Así, el juglar se
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ganaba la vida cantando versos ajenos o propios mientras el trovador, aunque
a veces recitase o cantase en público, no lo hacía para ganarse la vida, sino
por amor a la poesía o por conseguir alguna meta amorosa, de elevación
personal
La mayor parte de la población medieval – desde los siervos a los reyes –
era analfabeta y, por lo tanto, la literatura escrita era poco importante como
medio de entretenimiento; las diversiones se buscaban en actividades más
violentas, que servían como preparación de la guerra (caza, torneos) o, si el
tiempo y las circunstancias no lo permitían, se prestaba atención a los juglares,
especializados en las tareas más variopintas y diversas, que utilizaban sus
habilidades para proporcionar algún entretenimiento: así, los había que eran
prestidigitadores, otros jugaban con monos y osos amaestrados, otros movían
títeres, o esgrimían cuchillos y se tragaban sables, otros fingían locura y reían
y lloraban a la vez, otros hacían todo tipo de movimientos obscenos, se
despojaban de las vestiduras e imitaban la voluptuosidad femenina. Por último,
unos pocos, los menos, cantaban y tañían instrumentos o bien cantaban
recitaban de memoria poemas épicos. El juglar cumplía, pues, una doble
función: informar y entretener, esto es, el juglar ofrecía a la vez información
(especialmente sobre la Reconquista) y espectáculo. A cambio de su
actuación, recibían comida, vestidos, vino, hospedaje y, alguna vez, dinero: así
se ganaban la vida. Casi todos, fuera cual fuese su actividad, gastaban las
ganancias en apuestas, en vino, jugando a los dados o entretenidos con
mujeres no siempre de intachable comportamiento.
Viniendo a las definiciones que han dado los autores modernos,
Menéndez Pidal nos dice que “la juglaría era el modo de mendicidad más
alegre y socorrido y en ella se refugiaban lo mismo infelices lisiados que
truhanes y chocarreros, estudiantes, noctámbulos, clérigos vagabundos y
tabernarios ( de los llamados en otras partes goliardos)… y, en general, todos
los desheredados de la naturaleza y de la fortuna que poseían alguna aptitud
artística y que gustaban de la vida al aire libre o tenían que conformarse con
ella por pura necesidad”, pero esta definición se descamina tomando la
mendicidad como esencia de la juglaría.
El juglar no era un mendigo, ni siquiera era un hombre pobre en todos los
casos; muy lejos de eso, hallaremos juglares de posición social aventajada.
Otro punto de vista toma fray Liciano Sáez, después de citar definiciones de
juglar dadas por el padre Berganza, por la Academia y por T. A. Sánchez: “Lo
que yo tengo por cierto es que la voz juglar no sólo corresponde a truhán,
bufón, cantor de coplas por las calles y comediantes, sino que también
comprende a los poetas, a los que cantaban en las iglesias y palacios de los
reyes y de otros grandes señores, a los compositores de danzas, juegos y toda
especie de diversiones y alegrías, a los organistas, tamborileros, trompeteros y
demás tañedores de instrumentos; en una palabra, a todos los que causaban
alegría”.
Con nuestro viejo autor coincide F. Faral en ensayar una definición
enumeratoria, a la cual agrega, además, las habilidades del charlatán, del
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acróbata, del saltimbanqui, del escamoteador y otras parecidas, y concluyendo
de un modo también semejante al padre Sáez, llama, por fin, juglares “a todos
los que hacían profesión de divertir a los hombres”.
El juglar tiene entre sus múltiples aspectos el de cantar gestas épicas de
la nobleza bárbara, viajando de castillo en castillo. Parece natural que éste
derive de los cantores bárbaros que viajaban de corte en corte, cantando como
autores o como meros recitadores de narraciones heroicas
El poeta árabe era también en muchos aspectos semejante al juglar: viaja
como los juglares; sirve como éstos de mensajero, y recibe oro y vestidos en
don.
Los juglares eran muchas veces autores de las composiciones que
cantaban; y habiendo sido ellos los que primero poetizaron en lengua vulgar,
según indicaremos después, la palabra juglar hubo de tomar como una de sus
acepciones la de “poeta en lengua romance”, sentido que es usual entre los
escritores castellanos de la primera mitad del siglo XIII.
Giraut Riquier, trovador de Narbona, señala que en España existían
diversos tipos de juglares: segrier: clase intermedia entre el juglar y el trovador
que parece exclusiva de la escuela poética gallego-portuguesa. Solía ser un
hidalgo que buscaba en la poesía el medio de sobrevivir; zaharrones:
acostumbraban a ir detrás de las comitivas festivas y procesiones para
espantar a los muchachos y solían vestirse de diablo; remedadores: se
dedican a remedar a personajes o a imitar el canto de los pájaros; cazurros:
según Sebastián de Covarrubias en su Tesoro de la Lengua Castellana (1611),
eran “groseros, marrulleros, maliciosos”. Son aquellos faltos de buenas
maneras que recitan sin sentido o ejercían el vil arte por las calles y plazas.
Aparte de los que propone Riquier, existieron otros tipos de juglares
como los locos fingidos, gentes que fingían locura y lloraban y reían a la vez,
que andaban a su antojo por los palacios y que se permitían no tener
vergüenza y realizar cualquier deshonor achacándolo a su locura; o los
caballeros salvajes, que podían ser domadores de osos o leones. Existieron
también juglaresas, que bailarían, cantarían y tocarían las castañuelas, la
cedra, la cítola… siendo en el siglo XIII el tipo más frecuente de mujer errante
que se ganaba la vida con lo que el público le daba. Muy parecidas son las
soldaderas, mujeres que vendían al público su canto, sus bailes e incluso su
cuerpo, muy parecidas a las prostitutas que a los juglares, existiendo incluso un
“señor de soldaderas” que las compraba para dedicarlas a la mancebía.
Tomaban a veces los juglares un nombre propio de oficio, distinto del de
pila, y procuraban que fuese sonoro y significativo. Frecuentemente aludían en
él al solaz juglaresco: uno de los más antiguos juglares provenzales de que hay
noticias se llamaba Alegret, y este nombre, así como el de Alegre, fueron
después muy usados en España; aquí otro se llamaba Saborejo; otro, del
tiempo de san Fernando, se decía Pedro Agudo; otro, Corazón; el nombre
extranjero de Bon amis estuvo en uso desde el siglo XII al XVII en la Península;
una soldadera se llamaba María Sotil; la danzadera Graciosa o Graciosa
Alegre, admirada primero en la corte de España y después en la de Francia a
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principios del siglo XV, nos muestra un precedente de la tradición seguida por
Cervantes, que pone el nombre de Preciosa a la más única bailarina de todo el
gitanismo. Varios de estos nombres perduran hoy como apellidos corrientes:
Alegret, Alegre, Alegría, Saborido, Saborit, Sotil, Sutil, etc.
Otras veces, el juglar toma el nombre del instrumento que toca: Cítola era
juglar de Alfonso X el Sabio.
Los juglares y los tipos afines a ellos, ministriles y músicos en general,
solían llevar trajes vistosos hechos con paños de tintes vivos y abigarrados; por
esto Antón de Montoro, viendo a un portugués vestido fantasiosamente “de
muchos colores” le pregunta:
Decid, amigo, ¿sois flor…
gayo o martín pescador…
o tamboril, o trompeta,
o menestril, o faraute,
o bancal, poyal o arqueta,
o tañedor de la flaute?
En las cortes dominaba un gusto más exquisito. A los juglares del rey
Sancho IV se les da una sola clase de paño a cada uno para su vestir. Los diez
ministriles que servían en la corte de Juan I de Aragón vestían librea de paño
blanco y encarnado con un distintivo de plata. Los cinco juglares de Carlos el
Noble de Navarra llevaban también como distintivo una placa de plata
esmaltada, más rica para el principal de ellos, y vestían de paño verde de
Bristol. En fin, los ministriles dulzaineros que en Jaén alegraron las bodas del
condestable Miguel Lucas vestían jubones de terciopelo azul, sobre los cuales
llevaban ropas de florentín verde y collares de plata.
3. EL JUGLAR, IMPORTANTE ELEMENTO EN LA POESÍA MEDIEVAL
El juglar, figura vinculada especialmente a la literatura, fue un notable
elemento cultural (sobre todo en los siglos XI y XII) mucho más cercano al
pueblo que las bibliotecas monacales y los eruditos traductores de Toledo.
En Castilla es casi seguro que, ya en el siglo X, los juglares recitaban
unos poemas que estaban destinados al canto o recitación denominados
cantares de gesta (de ahí su nombre de cantares), en los que se ensalzaban
las hazañas de héroes nacionales. Los juglares que recitaban o cantaban estos
poemas, no destacaban su propia personalidad, al considerarse meros
intérpretes del sentir colectivo; por ello, este cuerpo épico, que cuenta entre lo
mejor y lo más antiguo de nuestra literatura, ha llegado a nosotros envuelto en
las brumas del anonimato.
A principios del siglo XII, a la vez que el Cantar de Roldán alcanzaba una
gran popularidad y se convertía en una obra imperecedera al llegar a la
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escritura, aparecen los primeros autores de una poesía lírica ajena a la
tradición y a las tendencias latinizantes vinculadas a la Iglesia; los nuevos
poetas escriben en lengua romance, en lengua vulgar, pero para un público de
cierta formación, aunque sin la cultura suficiente como para comprender el
latín. Las obras de estos poetas, destinadas al canto, tenían una difusión
inmediata gracias a los juglares, que las llevan de un lugar a otro,
consiguiendo que sean conocidas en plazo muy breve.
El juglar tenía una importancia capital. Su capacidad de aprender textos
de memoria era tan asombrosa que se dan casos como el del último juglar
conocido, el morisco Román Ramírez, detenido por la Inquisición en 1575 y
muerto en prisión, acusado de brujería, por creer los jueces que sólo con ayuda
del diablo se podía aprender textos tan largos.
La Iglesia, temerosa del influjo y mal ejemplo de los juglares, advirtió en
ocasiones de los males que provocaban y censuraba continuamente a estos
bulliciosos personajes considerándolos “arrendajos atolondrados” y buitres que
aparecían anunciando la muerte de la moralidad en los centros señoriales
(castillos, palacios o cortes); sin embargo, se solían salvar de las condenas
eclesiásticas aquellos juglares que sabían tocar algún instrumento y los que
cantaban vidas de santos y poemas épicos; esta clase de juglares debía ser
protegida, pues su actividad instruía y animaba a los valientes. Los más
dotados, dentro de este grupo llevaban en su repertorio poesías de los
trovadores y abandonaban a los villanos para deleitar sólo a los poderosos, que
apreciaban la calidad y variedad, y que favorecían con sus dones a quienes les
divertían. Son estos juglares los que interesan a la historia literaria no sólo por
la relación directa que tuvieron con la poesía de los trovadores sino por ser el
vehículo de transmisión de la poesía popular medieval.
4. BIBLIOGRAFÍA
MENÉNDEZ PIDAL, R. (1957). Poesía juglaresca y orígenes de las literaturas
románicas, 6º edición. Madrid: Instituto de Ediciones Políticas.
DEYERMOND, A. (1987). El Cantar de Mío Cid y la épica medieval española.
Barcelona: Sirmio.
DEYERMOND, A. (1994). Historia de la literatura española. I: La Edad Media,
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